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La última vez que pasó algo en Nueva York

Ilustración de la cubierta y la tapa posterior de "Love Goes to Buildings on Fire"

Ilustración de la cubierta y la tapa posterior de «Love Goes to Buildings on Fire»

De tener la suerte de cruzarme con alguna máquina del tiempo tendría muy claro a qué epoca y lugar desearía transportame: Nueva York, entre principios de 1973 y finales de 1977, el lustro del último gran renacimiento.

Estoy leyendo Love Goes to Buildings on Fire, una crónica en primera persona del periodista Will Hermes, bendecido por ser un adolescente que creció en el momento y el espacio exactos. El libro no está traducido al español y hay muy pocas probabilidades de que lo esté algún día dado el desinterés general de las editoriales nacionales por los ensayos musicales.

¿Qué sucedió entre 1973 y 1977 en la ciudad de los rascacielos? «Todo» no sería una respuesta subjetiva. El punk y el hip-hop, la música disco y la salsa, el loft jazz y el minimalismo, la new wave y la no wave nacieron en ese corto lapso temporal y en una misma ciudad, convertida en un laboratorio de reinvención de la música contemporánea donde los artistas se conocían, admiraban y colaboraban entre sí.

Portada del "Daily News" del 30 de octubre de 1975

Portada del «Daily News» del 30 de octubre de 1975

Muchos neoyorquinos todavía guardan en fundas de celofán la portada del Daily News del 30 de octubre de 1975. El  titular, redactado desde la cólera, se refiere a la negativa del entonces presidente de los EE UU, el republicano Gerald Ford, a ayudar a salvar las finanzas de la ciudad de una inminente bancarrota. «Ford a la ciudad: ahí se mueran», decía el diario, aunque, al parecer, los editores cambiaron su idea inicial, que era: «Ford to city: Fuck Off» («Ford a la ciudad: que os jodan»).

La quiebra y los recortes sociales consiguientes no eran los únicos problemas. Nueva York se había convertido en una de las metrópolis más peligrosas del mundo, con un índice de criminalidad tan elevado que la Policía recomendaba a los vecinos no salir a la calle tras la puesta del sol y no usar el metro «en ninguna circunstacia» durante la noche. El consumo de heroína se había disparado a niveles nunca antes conocidos y gran parte de los barrios estaban controlados por mafias de narcotraficantes.

Aprovechando lo poco bueno de la tesitura —los alquileres habían bajado drásticamente y por 100 dólares podías pagar un loft para varias personas en Manhattan, y los locales nocturnos emergían como oasis para refugiarse del desastre—, varios centenares de músicos se movieron con urgencia y, por impulsos insensatos y poco reflexivos que eran una respuesta instintiva al apocalipsis, construyeron el movimiento más excitante y plural de los últimos cincuenta años. Hicieron sin pretenderlo la música que cambió el curso de la historia.

Willie Colón, Hector Lavoe y la Fania All-Stars alquilando el Yankee Stadium para llevar la salsa-jazz a las masas; Bruce Springsteen grabando Born to Run la misma semana que Patti Smith grababa Horses y poco después de que Bob Dylan grabase Blood on the Tracks; Grandmaster Flash y Kool Herc convirtiendo los giradiscos en instrumentos musicales; los New York Dolls haciendo punk años antes que los Sex Pistols; los Ramones condensando la adrenalina del pop en una fórmula arrolladora; Television y los Talking Heads mutando el rock en un vehículo para la actitud artística; Phillip Glass construyendo paisajes musicales con elementos mínimos; Lou Reed echando al traste toda su carrera con el radical muro de ruido de Metal Machine Music

Todo esto y bastante más sucedió en Nueva York en los mejores cinco años de la música moderna.

A ese lugar de disparos, peligro, opio y música conectaré los mandos de mi teletransportador.

Ánxel Grove

 



Bob Dylan visto por Instagram

Bob Dylan parece un coyote callejero en el primer videoclip de su útimo disco, el desigual Tempest. Con un zoot suit elegante pero casi de personaje de dibujos animados y el rosto inmutable excepto por unos levísimos gestos de asco, el artista recorre una acera nocturna rodeado por fantasmas de la oscuridad —pandilleros, un travesti y otras figuras tribales— que acaso sólo vivan en los meandros de la mente del cantante.

En paralelo al tránsito silencios, una historia turbia y muy violenta —aunque con cierto fondo de comedia muda— se desarrolla en el corto que dirige un tipo que también podría poblar con todo derecho los mundos afiebrados de Dylan, Nash Egerton, doble de actores en películas de todo pelaje.

"Tempest" (Bob Dylan, 2013)

«Tempest» (Bob Dylan, 2013)

La acción discrepa abiertamente con el espíritu de la canción ilustrada por el clip, Duquesne Whistle, una autoreflexiva indagación sobre nuestra culpabilidad en el asesinato premeditado de la infancia y su magia. La letra (decir que es buena es un pobre calificativo cuando hablamos del único músico de rock que puede ser llamado escritor) está contruida en torno al impacto emocional del silbido de un viejo tren, el Duquesne.

Quizá para buscar una mayor sincronía entre fondo y forma —porque no creo que a estas alturas al nihilista Dylan le preocupen las acusaciones de que el videoclip fomenta la violencia gratuita—, el cantante dió permiso a Instagram para que solicitase a los usuarios de la aplicación fotos el envío de imágenes con la etiqueta #dylanlyricphotos y poder montar un lyricvideo similar al que Dylan protagonizó hace 45 años en Subterranean Homesick Blues.

El resultado es éste:

Hace unas semanas me preguntaba si las aplicaciones fotográficas para smartphones pueden transmitir la realidad sin transformarla previamente en una alternativa de realidad, filtrada por la mirada artificiosa y vintage —odio la palabreja, lo siento, pero viene al caso— que tanto gusta al fanatismo hipster.

Esta vez tengo que confesar que el resultado —pese al esteticismo a la moda— me gusta. Le cuadra a la otoñal canción de Dylan, un cantante que se está muriendo con dignidad ante nuestros ojos.

Ánxel Grove

El disco de Velvet Underground que rechazaron en 1966 las discográficas

El acetato de Norman Dolph

El acetato de Norman Dolph

El acetato no tenía demasiada información, apenas una etiqueta rotulada a mano: «The Velvet Underdground. Att. N. Dolph. 4-25-66″. Los nombres del grupo, del agente de ventas que remitía el disco y la fecha (25 de marzo de 1966).

El disco fue enviado por Norman Dolph —uno de los muchos socios del mentor de la banda, el multiartista Andy Warhol— a varias potentes empresas discográficas, entre ellas Elektra y Atlantic, para intentar que se interesasen por el grupo y produjesen su lanzamiento. Ambas rechazaron el producto sin explicar las razones.

El acetato incluía nueve canciones (pueden escucharse y bajarse de esta web) grabadas en una sesión rápida y atropellada en el decrépito estudio Scepter de Nueva York por el quinteto formado por Lou Reed, Sterling Morrison, Maureen Tucker, Nico y John Cale. Warhol solía utilizarlos como banda para sus espectáculos protomultimedia Exploding Plastic Inevitable y ahora deseaba apadrinarlos como marca musical.

Aunque no tenía ni la menor idea de música (sólo le gustaba escuchar la radio), Warhol gustaba de añadir a sus múltiples títulos el de «productor musical». Hurtaba la verdad: fueron Cale y, en menor medida, Dolph, quienes se encargaron de manejar la primera grabación, cuyo coste fue mínimo, en torno a 1.500 dólares, empleados en el alquiler del estudio y los honorarios del ingeniero de sonido John Licata. Los músicos, como casi todos los empleados-esclavos de Warhol, sólo recibían  todas las drogas necesarias.

The Velvet Underground en los estudios Scepter, abril de 1966

The Velvet Underground en los estudios Scepter, abril de 1966

Finalmente la grabación fue aceptada por la discográfica MGM para su sello filial Verve, que se dedicaba al jazz y la bossa nova y buscaba hacerse con un trozo del pastel del pujante negocio del pop rock de mediados de los sesenta. La grabación fue encargada al productor Tom Wilson (un genio que había trabajado con Bob Dylan en Like a Rolling Stone), que volvió a meter al grupo en el estudio para repetir tres canciones y remezcló y remasterizó el resto a partir de las cintas originales, que le parecieron suficientemente buenas.

El resultado, editado el 12 de marzo de 1967, fue The Velvet Underground & Nico, uno de los grandes discos de todos los tiempos.  Plagado de escalofrío y con canciones macabras sobre drogas, dominación y formas extremas de placer y dolor, fue saludado por la crítica como el perfecto contrapunto para la música hippie más melindrosa,  pero recibido con extrema frialdad por el público. Solo el paso del tiempo convertiría el álbum en una pieza clásica y de enorme proyección.

"The Velvet Underground & Nico 45th Anniversary"

«The Velvet Underground & Nico 45th Anniversary»

El impacto comercial de The Velvet Underground & Nico, una mina de oro, vuelve a ponerse de manifiesto con la enésima reedición del disco, esta vez con la excusa del 45º aniversario de la edición. The Velvet Underground & Nico 45th Anniversary [Super Deluxe] , que cuesta más de 80 dólares, es una caja de seis cedés con todas las variantes de la grabación original (estéreo, mono, remasters, singles…), sesiones en directo y un duplicado del acetato que rechazaron las discográficas.

Retengan ustedes en sus retinas la imagen con la que se abre esta entrada. El primer disco que circuló por el mundo de la Velvet Underground —no está claro cuántas copias fueron prensadas, pero no parece que fueran más de media docena— puede sacarle de un aprieto financiero si logra dar con él. Una persona que localizó uno de los ejemplares en 2006 en un mercadillo de Nueva York pagó 0,75 dólares por el ejemplar y lo subastó en eBay por 25.200.

Ánxel Grove

Las tarjetas de Bob Dylan, transformadas en bellas tipografías

Cuatro de los carteles de Leandro Senna sobre 'Subterranean Homesick Blues'

Carteles de Leandro Senna para ‘Subterranean Homesick Blues’

Bob Dylan aún no había cumplido los 25 años. El director de documentales D.A Pennebaker rodaba Dont Look Back (1967), una película documental que seguía al músico en su gira por el Reino Unido en el año 1965.

El film comienza con la canción Subterranean Homesick Blues representada por Dylan, en el callejón trasero del lujoso hotel Savoy de Londres, con carteles escritos a mano en los que se leen frases y términos escogidos de la letra mientras suena la canción.

A la derecha del joven de pelo indomable, el poeta beat Allen Ginsberg conversa con el productor, músico y artista visual Bob Neuwirth. Ellos dos, junto con Dylan y Donovan, fueron los autores de los tarjetones, imperfectos en la técnica y algo inexactos en el contenido, con algunas palabras cambiadas con respecto a la letra para hacer juegos de palabras.

Dylan en 'Dont Look Back' (1967)

Dylan en ‘Dont Look Back’ (1967)

El brasileño Leandro Senna tenía la idea de iniciar un proyecto personal alejado del ordenador para «tener el placer de hacer algo a mano. Volver a lo esencial». La escena inicial de Dont Look Back, que después se convirtió en corto promocional para la canción Subterranean Homesick Blues, sirvió de inspiración al diseñador gráfico y director de arte.

Senna recrea en Bob Dylan’s Hand Lettering Experience la idea de las tarjetas, pero incluyendo la letra al completo y empleando exquisitas tipografías. Para cada lámina buscó un tipo de letra que de algún modo se correspondiera con el contenido del mensaje e incluso respetó los juegos de palabras de los carteles originales.

El ejercicio le ha ayudado a indagar en las fuentes tipográficas, a saber que la tecnología no es más que otra herramienta de la que se puede prescindir. Hizo la colección de 66 tarjetas en un mes, aprovechando el tiempo libre y utilizando exclusivamente lápiz, tinta negra y pinceles. «El reto era no utilizar el ordenador y los retoques no estaban permitidos. Si una letra salía mal, eso significaba empezar la página de nuevo», declara con satisfacción en su página web.

Helena Celdrán

15 revelaciones de la primera biografía de David Foster Wallace

"Every Love Story Is a Ghost Story" (D.T. Max, 2012)

«Every Love Story Is a Ghost Story» (D.T. Max, 2012)

Acaban de editar en los EE UU, hace solamente unos días, Every Love Story is a Ghost Story (Viking-Penguin), la primera biografía sobre el escritor David Foster Wallace, muerto por suicidio en 2008, a los 46 años. El libro, cuyo título (Toda historia de amor es un cuento de fantasmas) proviene de una cita de la floja novela póstuma El rey pálido—, está (muy bien) escrito por D.T. Max, que ha tenido acceso a la correspondencia privada del biografiado y ha entrevistado a todo su círculo de familiares y amigos.

La lectura de Every Love Story is a Ghost Story, que acabo de consumar, es una experiencia dolorosa para cualquiera que haya apreciado el genio de las pocas pero deslumbrantes obras que nos dejó Wallace.

Martin Amis —a quien la mala baba no desacredita como avezado espectador literario— suele dar un consejo a los lectores: «Identifícate con el autor, no con los personajes. Tu afinidad nunca es con ellos, sino con el escritor. Los personajes son meros artefactos«. Pese a que la aplicación del exhorto es causa frecuente de desilusión, creo en su verdad: el personaje no importa, importa quien fue capaz de crearlo.

La biografía de DFW —siglas ya universales para hablar del escritor más copiado de Occidente por los aspirantes a narradores menores de 30 años (esos de quien Amis, otra vez con bastante razón, recomienda no leer ni una línea, porque sólo hablan de ellos mismos y les importa un pimiento el lector)— se devora con una sensación que no debe diferir demasiado de la experimentada por quien mata a un amigo. Si alguien mitifica al escritor y se siente identificado con él, debe alejarse del libro.

DFW (Foto: Janette Beckman Redferns)

DFW (Foto: Janette Beckman Redferns)

Como todavía pasará algún tiempo antes de que las morosas editoriales españolas se animen a publicar la biografía —sólo cuando DFW se ahorcó editaron algunas de sus obras y hay otras que todavía están esperando—, voy a dedicar nuestra sección quirúrgica de los miércoles (Cotilleando a... la llamamos, seguramente con un punto de mal gusto) a revelar algunos de los hallazgos del biógrafo en torno el carácter, el comportamiento y la personalidad del biografiado, que este año hubiera cumplido 50.

Atención: esto es un spoiler sobre la vida de DFW que detalla el libro biográfico. Fans acríticos y veneradores pueden sufrir con su lectura. Lo advierto porque estoy en el caso y cometí el error.

DFW

DFW

1. Envidioso. DFW sentía una destructiva envidia hacia otros escritores de su generación, en especial contra William T. Vollmann Wollmann, a quien no perdonaba su capacidad productiva, enorme brillantez y valentía personal para implicarse en espinosas cuestiones sociales. Cenaron juntos en una ocasión y DFW, fundamentalmente un burgués, se encargó de desacreditar luego a su rival, ante terceros y sin que Vollmann estuviese presente, por los «pésimos modales en la mesa» de aquel «gordo tragón».

2. Pro-Reagan. En las elecciones presidenciales de 1992 1984 DFW votó por el conservador Ronald Reagan. También admiraba al millonario metido en política Ross Perot, quien llegó a proponer que el Ejército patrullase las ciudades para combatir la delincuencia. «Necesitamos a locos de ese calibre para arreglar las cosas en este país», dijo el escritor a uno de sus amigos. DFW sólo se acercó a un tibio liberalismo tras su viaje por el vientre del dragón fascista al cubrir para la revista Rolling Stone la campaña del candidato John McCain, rival de Barack Obama en 2000 2008.

3. Tenista mediocre. Pese a lo que afirmó en muchas entrevistas y mantuvo en algunos de sus deliciosos ensayos de noficción —como este sobre su veneración por Federer (y desprecio por Nadal) y sobre todo, este otro, el merecidamente celebrado Tenis, trigonometría y tornados, donde señaló que estuvo a punto de ser un jugador «casi maravilloso»— , DFW era un tenista de medio pelo que sólo alcanzó el décimo primer puesto entre los jugadores de la zona central de su estado, Illinois. Todos sus compañeros de equipo en el instituto de Urbana le ganaban de calle. En su fascinación por el deporte de la raqueta tuvo bastante que ver el atrezzo: bandana, pantalón corto, cordones de colores en los botines… Le parecía «muy cool«.

En la portada de Weekender: "Nunca aprendí a leer"

En la portada de Weekender, en 2006: «Nunca aprendí a leer»

4. La raqueta y la bandana, una coartada. Durante años utilizó el tenis como una coartada para justificar el trauma que sentía por sufrir de hipersudoración. El caudal de las glándulas sudoríparas de DFW era enorme en cualquier momento, incluso en descanso. Durante sus ataques de angustia, la situación empeoraba. En la universidad y en sus primeros años como profesor de Literatura llevaba la raqueta y una toalla encima para intentar enmascarar con una falsa práctica deportiva la hiperidrosis que sufría. La sempiterna bandana en el pelo tenía una sola función: absorber sudor. También llevaba consigo hilo dental, que escondía en los calcetines.

5. La Cosa Mala. Desde la adolescencia sufrió de crisis de ansiedad y depresión, enfermedades que no fueron diagnosticadas hasta 1982 tras un episodio grave y paralizante que le obligó a abandonar temporalmente los estudios en la prestigiosa universidad de Amherst —privada y clasista: unos 60.000 dólares por curso, uno de los alumnos en la época de DFW era Alberto de Mónaco—.  Dos años más tarde fue internado por primera vez en un hospital psiquiátrico, donde emitieron la diagnosis de depresión atípica, caracterizada por cambios reactivos de humor. Desde entonces, DFW vivió medicándose a diario (en una ocasión intentó dejar a la brava los antidepresivos y terminó en el hospital tras una tentativa de suicidio). Tomó muchos químicos, sobre todo Tofranil, Advil, Nardil y Xanax, fue sometido a varias sesiones de electrochoques y consultó con terapeutas de toda condición, pero «the Bad Thing» (la Cosa Mala), como llamaba a la depresión en sus diarios y cartas, no le dejaba vivir en paz.

6. Marihuanero. Los primeros ataques de ansiedad de DFW coincidieron con su inició en el consumo de marihuana —que mantuvo durante casi toda la vida—. Le gustaba tanto que se ofrecía a redactar trabajos escolares a cambio de hierba. También le gustaban los hongos alucinógenos («te hacen pensar que eres más inteligente de lo que eres y eso resulta gracioso, al menos por un rato», escribió a un amigo) y eventualmente tomaba LSD y cocaína.

Primera edición de "The Broom of the System" (1987)

Primera edición de «The Broom of the System» (1987)

7. Literatura contra el dolor de ser. DFW no fue un escritor precoz. Hasta 1983 no escribió nada que se pareciese a ficción y ni siquiera era un lector ávido: consumía novelas como fuente informativa o para relajarse y le gustaban tanto el porno dieciochesco como las tramas hard-boiled de Ed McBain. Todo cambió cuando leyó por casualidad a Donald Barthelme, padre del lenguaje quebrado del posmodernismo, y, sobre todo, a Thomas Pynchon (acabó El arcoiris de la gravedad en ocho noches de consumo afiebrado) y Don DeLillo, en quienes encontró una voz conmovedora, loca y nueva. Se obsesionó tanto con ambos («era como Bob Dylan al encontrar a Woody Guthrie«, dice en la biografía uno de los amigos de universidad de DFW), que decidió cambiar sus planes académicos iniciales —dedicarse a la Filosofía y la Lingüística— y concentrarse en la literatura. Después de varios relatos se atrevió con una novela, The Broom of the System (La escoba del sistema, ¡todavía inédita en español!), en la que intentó con demasiada inocencia emular los niveles superpuestos de Pynchon y los diálogos pop de DeLillo. Presentó el texto como parte de su tesis de doctorado en 1985 y le pusieron la nota máxima con una mención especial (entregó al mismo tiempo un ensayo de lógica formal sobre el fatalismo, Fate, Time, and Language: An Essay on Free Will, tampoco traducido), pero lo realmente importante es que la novela le permitió descubrir, señala su biógrafo, que «escribir ficción le liberaba del dolor de ser él mismo». El debut literario encontró editor dos años más tarde. «Un Pynchon pueril», dijo una crítica.

Poema infantil de DFW dedicado a su madre (Harry Ransom Humanities Research Center, The University of Texas at Austin)

Poema infantil de DFW dedicado a su madre (Harry Ransom Humanities Research Center, The University of Texas at Austin)

8. Fundación para Niños sin Rumbo. Los padres de DFW fueron siempre una sombra y un espejo, un cobijo y una trampa. El padre, James D. Wallace, era doctor en Moral y Ética. La madre, Sally Foster —de quien DFW mantuvo en la firma literaria el apellido de soltera— procedía de una saga de granjeros, había aprendido a leer con la Biblia y se había licenciado en Inglés. DFW y su hermana Amy, dos años menor, consideraban a los padres la pareja ideal y al hogar una maquinaria perfecta donde todo era felicidad (cuando crecieron llamaban al cobijo The Mr. and Mrs. Wallace Fund for Aimless Children, la Fundación del Sr. y la Sra. Wallace para Niños sin Rumbo). Muy inseguro de sí mismo, DFW se desdobló en una simbiosis de ambos: estudió Filosofía para no decepcionar a su padre y desarrolló una fanática y brillante epistemología gramatical como su madre, una mujer capaz de poner una reclamación en un supermercado porque en un cartel había una falta gramatical. El matrimonio tuvo una crisis cuando los hijos eran adolescentes y toda la familia fue a un consejero, lo que sacó a relucir demasiados trapos sucios, como la crueldad con que DFW trataba a Amy.

Jonathan Franzen (izq.) y DFW

Jonathan Franzen (izq.) y DFW

9. Las diez horas de errores de un alcohólico. DFW bebía con inmoderación y durante su vida acudió varias veces a grupos de apoyo (escribió sus experiencias en un centro una candorosa carta anónima que le atribuyen, donde confiesa que su record de abstinencia de drogas fue de tres meses seguidos). En 1988 se alistó en un grupo especialmente rígido en Tucson (Arizona). Le obligaron a recapitular sobre los errores de su vida y habló durante diez horas de su ansiedad, de la Cosa Mala, del temor a no ser capaz de escribir, de la envidia y la competitividad. Luego tuvo que disculparse ante todos aquellos a los que había engañado o causado dolor: escribió a Amy para pedirle perdón, a un profesor a quien entregó trabajos copiados, a mujeres a las que había sido infiel… Más tarde le recomedaron rezar y encomendarse a un poder superior. Fue demasiado para un escéptico y volvió a la marihuana y el alcohol, retirado en una pequeña cabaña en el desierto. En esta época le enviaron las galeradas de un escritor novato, Jonathan Franzen, que se convertiría en uno de sus mejores amigos.

Mary Karr

Mary Karr

10. Planeando un asesinato. En 1990 DFW se prendó de Mary Karr, una poeta siete años mayor que él, segura de sí misma y libre pese a estar casada y tener un hijo. La veía como su ángel salvador, la mujer que podría darle la seguridad que no encontraba, pese a que ella consideraba que los libros de DFW «poco directos». La obsesión de DFW —que le llevó al ridículo de referirse a sí mismo como el Desventurado Werther— le hizo considerar seriamente la idea de matar al marido de Karr con un revolver que pretendía conseguir a través de uno de sus excompañeros de Alcohólicos Anónimos. DFW y Karr vivieron juntos unos meses en 1991, pero ella se cansó de que él la considerase «una madre rehabilitadora» y él la acusó de ser «demasiado violenta».

DFW en una lectura en San Francisco en 2006

DFW en una lectura en San Francisco en 2006

11. «Adicto al sexo». DFW se definió así en más de una ocasión para justificar sus aventuras y traiciones. Tuvo muchos líos de un día, sobre todo a partir de la notoriedad que alcanzó como personaje público con La broma infinita, editada en inglés en 1996. En las giras de promoción de sus libros se comportaba como una estrella de rock, fichando a groupies para pasar la noche. Con sus amigos de confianza era groseramente sincero sobre sus intenciones: «poner mi pene en cuantas vaginas sea posible», confesó a Franzen.

12. Bomba sucia escuchando a Brian Eno. En 1982, tras su primer colapso de ansiedad depresiva, cambió de aspecto de manera radical. Si hasta entonces llevaba camisetas y sudaderas de equipos de béisbol, pantalones chinos y gorras de visera, con un aspecto de chico limpio del Medio Oeste, empezó a comprar ropa de segunda mano, oscura y ajada y botas Timberland, siguiendo los dictados del estilo que entonces se conocía como dirt bomb (bomba sucia). La crisis también modificó sus gustos musicales: de Reo Speedwagon, Kiss y Deep Purple pasó a interesarse por música menos complaciente y facilona: Joy Division, Squeeze y, sobre todo, Brian Eno, al que era capaz de utilizar como fondo sonoro sin descanso (canción favorita: The Big Ship).

Cuaderno de trabajo de DFW ((Harry Ransom Humanities Research Center, The University of Texas at Austin)

Cuaderno de trabajo de DFW ((Harry Ransom Humanities Research Center, The University of Texas at Austin)

13. Encerrado en el camarote. En marzo de 1995 la revista Harper le encargo un texto vivencial sobre un crucero de lujo por el Caribe. Muy a su pesar —sufría de fobia al mar y los tiburones (también a los insectos)—, DFW se embarcó en el barco Zenith para una semana de navegación por el Golfo de México. Como en el crucero abundaba el alcohol y estaba en una de sus etapas de limpieza, se encerró en el camarote durante buena parte del tiempo, fumando casi cuatro cajetillas de cigarros al día y saliendo sólo para visitar la pequeña biblioteca de a bordo. El largo manuscrito que entregó a la revista, publicado en origen como Shipping Out y más tarde, en libro, como Also supuestamente divertido que nunca volveré a hacer, tiene la forma de un reportaje, pero casi todo es ficción. Es una de sus mejores piezas literarias.

14. Señores Wallace. En la Navidad de 2004, DFW se casó con la artista plástica Karen Green, a la que había conocido dos años antes cuando ella le pidió permiso para hacer una obra basada en un cuento. Durante un tiempo, la estabilidad fue notable: él era capaz de organizarse mejor (incluso sacaba la basura, algo de lo que nunca se había preocupado), jugaban al ajedrez (ganaba siempre ella) y veían juntos su serie favorita de televisión, The Wire. En 2007 DFW intentó dejar la medicación antidepresiva, pero los resultados fueron espantosos: tomó una sobredosis de un medicamento contra el insomnio, tuvo que ser hospitalizado y fue sometido a una docena de sesiones de electrochoques. Cuando le dieron el alta era una piltrafa, tenía episodios de amnesia, apenas podía hablar, dejó de escribir… Su familia decidió no dejarlo solo y le acompañaban por turnos.

Karen Green, 2011 (Foto: Jeff Zaruba, The Guardian)

Karen Green, 2011 (Foto: Jeff Zaruba, The Guardian)

15. El quiropráctico. Durante sus últimas semanas en el mundo, DFW anotó en su diario muchas listas de «miedos y temores», pero también de «agradecimiento». Se hizo con una soga y buscó un momento adecuado. El 12 de septiembre de 2008, viernes, sugirió a Green que fuese a su galería a hacer gestiones —a diez minutos en coche de la granja donde vivían, en Claremont-California— mientras él se quedaba en casa preparando la cena. A ella le pareció buena idea («David tenía cita con el quiropráctico el lunes, no te suicidas si tienes que ver al quiropráctico», recuerda con triste amargura). DFW apagó las luces de la casa, entró en el garaje, ató la cuerda a una viga, se subió en una silla, se ajustó el lazo al cuello, dió una patada a la silla y se dejó morir. Antes había ordenado todos sus papeles, discos de datos y manuscritos en una pila para que los localizasen sin esfuerzo.

Ánxel Grove

Willie Nelson y la guitarra Trigger se retirarán juntos

Trigger

Trigger

La guitarra se llama Trigger (Gatillo) en honor al caballo palomino del vaquero cantante Roy Rogers. Es un modelo N-20 de Martin, la marca de guitarras que ha escrito la historia con mayor precisión que las estilográficas más escrupulosas.

Como demuestran los costurones de la madera mellada, la existencia de Trigger ha sido un continuado alboroto. Está en el mundo desde 1969, fue salvada de un incendio al año siguiente (junto con una partida de marihuana), está agujereada de tanta canción, fue escondida en un zulo para hurtarla de las pesquisas de los inspectores de Hacienda que tramitaban un embargo…

El dueño de la guitarra no tiene mejor pinta que el instrumento: Willie Nelson, un tipo de 79 años, cuyo aspecto alguna vez ha sido definido con bastante justicia como similar al de «Jesucristo en un mal día».

Nelson —que en España es confinado al papel de cantante de música country sin otro motivo que el desconocimiento de una obra esencial— editó hace pocos meses un nuevo disco, Heroes. No es comprable a sus mejores obras —Shotgun Willie (1973), Red Headed Stranger (1975), The Great Divide (2002), por citar sólo mis favoritos—, pero supera con creces en honestidad y sentimiento a tanto disco vacío que puebla la sección de novedades.

Willie Nelson

Willie Nelson

Hay muchas razones para admirar a Nelson. La menor de ellas es haber compuesto, desde que empezó a cantar, hace 56 años,  unas tres mil canciones —entre ellas algunas que difundieron otros artistas, como Crazy, que Patsy Cline elevó a lamento sobre la locura de amar y Julio Iglesias pervitió hasta el delito criminal—, inspirado a buena parte de los forajidos del country, sobre todo a su gran colega Waylon Jennings (escuchen esta maravilla a dúo: Mammas Don’t Let Your Babies Grow Up to Be Cowboys, un canto de indignación primaria contra los médicos, abogados, ingenieros, periodistas y otros miserables licenciados) y defendido con el ejemplo una forma de vida libérrima y cercana al anarquismo.

Nacido en la Gran Depresión y criado por sus abuelos tras la fuga, cada uno por su lado, de los padres, Nelson fue un niño recogedor de algodón a quince céntimos la hora y aprendió la ingratitud de los hombres hacia los granjeros, primer y más endeble eslabón de la cadena del capitalismo dirigido desde y para las grandes ciudades. No olvidó aquella lección: en 1985 montó, con Neil Young y John Mellecamp (y la inspiración de Bob Dylan, primero que enunció la idea), la organización Farm Aid para ayudar a los granjeros sometidos a amenazas de embargo por los bancos.

El autobús-vivienda de Nelson

El autobús-vivienda de Nelson

Aunque tiene tres casas, Nelson pasa en su autobús más tiempo que en ninguna. Se siente bien sobre ruedas, aparcando en terrenos baldíos y llevando un horario no sujeto a condiciones. El vehículo se mueve con biodisel de soja comercializado por BioWillie, la empresa de combustible verde montada por el músico en 2004. La compañía gestiona dos plantas de producción y sendas gasolineras.

Otra de las campañas públicas de Nelson tiene que ver con la legalización de la marihuana, por cuya posesión y consumo ha sido detenido varias veces. Es consejero de la National Organization for the Reform of Marijuana Laws (Organización Nacional para la Reforma de la Legislación sobre la Marihuana) y en 2010, tras la última detención policial, fundó el partido político TeaPot Party, cuyo lema es: «Grávala fiscalmente,  regúlala y legalízala». Hace poco rechazó una invitación del Green Party estadounidense para presentarse como vicepresidente a las elecciones generales de este año. «No quiero ser un partisano. Pase lo que pase, además, las grandes corporaciones van a seguir arruinando la democracia», declaró.

Nelson fumando marihuana en el autobús

Nelson fumando marihuana en el autobús

No todo ha sido alegría en la vida de este tipo indomable que cultivó durante décadas una afición desmedida por el alcohol —su primogénito, Billy, también alcohólico, se suicidó en 1991 al sentirse incapaz de afrontar los desastres de la vida— y dilapidó con bastante locura la fortuna que ha ganado con la música («hay poca diferencia entre tener 10 millones y un millón, sólo necesito un par de zapatos, un colchón y un techo«).

Consumido pero incansable, Nelson ha prometido que no se retirará de los escenarios. Eso sí, ha puesto límite a su permanencia en la tierra. Dejará el mundo cuando lo decida su guitarra: «Cuando Trigger se vaya me voy yo».

Ánxel Grove

¿Sería Woody Guthrie un indignado de cien años?

"Woody at 100" (Folkways, 2012)

‘Woody at 100’ (Folkways, 2012)

El sábado que viene, 14 de julio, algo drástico debería suceder en cada corazón honrado. Los centenarios no son nada más que congregaciones de días, excusas para colocarte una cinta en la pechera y creer que el deber está cumplido, pero este centenario merece tener altura pentecostal, porque el sábado se cumple un siglo del nacimiento de Woody Guthrie, cantante de la acción directa, voz de los manos sucias, cronista de los sin nada, contradictorio, preso de una agitación emocional permanente, indomesticable visualizador de la tierra reseca y el cielo espeso, hambriento de justicia, archivista para la posteridad del elenco de traidores, déspotas, fascistas y explotadores…

Una canción es lo que está mal y cómo solucionarlo o / Quién esta hambriento y dónde tiene la boca o / Quién está desempleado y dónde está el trabajo  o / Quién está arruinado y dónde está el dinero o / Quién lleva una pistola y dónde está la paz. Bajó el prisma dialéctico que adquirió por la ciencia infusa de los caminos y sin pasar por la contaminación  universitaria, Guthrie supo ver que todo conflicto se desarrolla entre dos polos: opresores y oprimidos. Se entregó a dar voz a los segundos.

Woody Guthrie

Woody Guthrie

En el convencimiento de que casi nada ha cambiado y que a los platillos de la balanza se les ha seguido añadiendo más culpa que inocencia, resumimos la estancia sobre la tierra —con minúscula, por favor, la de todos— de Woody Guthrie, «un hombre al que le daba igual tener diez dólares o diez centavos en el bolsillo», como le definió un amigo, porque las finanzas no eran lo suyo y sabía que no nos han dejado caer en mitad de la historia para practicar el ahorro según los criterios de los bancos o la caridad recomendada desde los púlpitos, sino el desapego material.

Cuando culminó su corta vida (54 años) tenía más hacienda que el más secular de los caciques: varios miles de canciones (no hay un recuento oficial, porque se tiene la certeza de que compuso muchas sin preocuparse por registrarlas como suyas) y cuatro guitarras. Sobre cada uno de los instrumentos, Woody había colocado una consigna que aún debería ser el santo y seña que permita la entrada en el baile: This Machine Kills Fascists (Esta máquina mata fascistas).

Casa natal - Foto: Walter Smalling, 1979

Casa natal – Foto: Walter Smalling, 1979

1. Como todos los puros, rústico. Woodrow Wilson Woody Guthrie nació en el centro geográfico del estado de Oklahoma (la etimología es exacta como una foto: okla humma significa gente roja en muskogi, la lengua de los pobladores primarios, los indios choctaw) el 14 de julio de 1912. En el árbol genealógico del niño, bautizado en honor al político demócrata Woodrow Wilson (pronto elegido presidente del país), hay antepasados cuyos nombres de pila también son parte de la canción: Jeremiah, Aliza, Izadore…, filiaciones de musicalidad matinal y olor a tizne. Contemplado en una street view virtual, el pueblo natal, Okemah, todavía luce almacenes y calles que nacen para perderse en las praderas. Cuando nació Woody, Okemah era un lugar joven, fundado sólo diez años antes y bautizado en honor al Jefe Okemah, un indio algonquino que creía que todo, lo orgánico y lo inorgánico, tiene vida propia y está conectado. Los blancos pagaron a los indios 50 dólares por cada acre de tierra (4.047 metros cuadrados). Cada circunstancia de la vida de Woody está esperando una guitarra.

Woody (izquierda), su hermano George y sus padres en el porche de la casa de Okemah

Woody (izquierda), su hermano George y sus padres en el porche de la casa de Okemah

2. Nora, la madre, era una mujer trágica. Padecía —aunque sin saberlo— la enfermedad de Huntington, una degeneración nerviosa hereditaria y mortal que puede conllevar actitudes dementes y que en el pasado era conocida como baile de San Vito por los movimientos incontrolados y espásticos que provoca. Nora tenía el ánimo desvencijado y en los descensos era peligrosa: incendió la casa de la familia, fue la responsable de un fuego accidental provocado por una estufa que mató a su hija Clara en 1919 y en 1927 intentó quemar a su marido, Charley, que resultó gravemente herido y tuvo que ser hospitalizado. Nora fue internada en un manicomio y murió tres años más tarde. Woody heredó el cromosoma causante de la enfermedad.

3. Charley, el padre especulador de terrenos. Charley Guthrie era un hombre industrioso y con buena mano para los negocios. Llegó a ser propietario de una treintena de lotes de terreno en la zona de Okemah y se las arreglaba para vivir de la compraventa y el chalaneo especulativo. Como es habitual entre los de su especie y porque andaba sobrado de labia, quiso meter baza en política, siempre desde el bando demócrata. Solía participar en la organización de discursos al raso —los stomp speeches que se celebraban bajo la sombra de un árbol—, a los que llevaba como compañía a Woody. El niño era todos oídos.

Los cuerpos de Laura y Lawrence Nelson cuelgan del puente, Okemah, 1911

Los cuerpos de Laura y Lawrence Nelson cuelgan del puente. Okemah, 1911

4. El linchamiento de negros. Los mítines políticos no eran los únicos encuentros en los que participaba Charley Guthrie. El terrateniente demócrata había participado en la multitud asesina que linchó, en mayo de 1911, a Laura Nelson, de 35 años, y su hijo Lawrence, de 15, granjeros negros y pobres acusados de matar a un agente del sheriff. Los cuerpos fueron colgados de un puente cerca de Okemah. Con el tiempo, el fanatismo de Charley se acentuó: no le bastaba con ser un vigilante y entró como hermano en un capítulo local de Klu Klux Klan. Woody escribió una canción sobre el linchamiento en el que había colaborado su padre: sostiene que la turbamulta también asesinó a un segundo hijo de la mujer, un bebé.

Alumnos del instituto de Okemah. Woody es el primero por la derecha de la fila de abajo, 1926-1927

Alumnos del instituto de Okemah. Woody es el primero por la derecha de la fila de abajo, 1926-1927

5. Harmónica en el bolsillo. Woody no tenía demasiado interés en la educación que le querían transmitir en las aulas. Iba a clase con la harmónica en el bolsillo, hacía novillos cada vez que podía y en clase era el payaso, siempre dispuesto a montarla con tal de provocar unas carcajadas e interrumpir a los latosos docentes. Era demasiado bajo (medía 1,65 metros de adulto) y enclenque para jugar al fútbol americano o el baloncesto, pero iba a los partidos, ayudaba con el utillaje y ligaba con las chicas. Desde pequeño hacía trabajillos a cambio de unas monedas: repartía periódicos, lustraba zapatos, limpiaba sótanos, recogía utensilios que nadie quería e intentaba venderlos… También bailaba, cantaba y tocaba la harmónica en la calle mayor de Okemah. No tenía más remedio que buscarse la vida porque su padre, cuyos negocios de terrenos habían quebrado, se había largado a Pampa, en Texas, donde el boom del petróleo prometía oportunidades. Charley se llevó con él a los dos hijos pequeños, Mary Jo y George, pero dejó en Okemah a los mayores, Woody y Roy. «Tenéis edad para vivir por vosotros mismos», les dijo.

Tormenta de polvo en Pampa (Texas), 1930

Tormenta de polvo en Pampa (Texas), 1930

6. Gorki y la Biblia en la pampa. «Tres grandes catástrofes azotaron las llanuras del norte de Texas en 1929: las tormentas de arena, la Depresión y yo», escribiría Woody en la autobiografía de 1934 Bound for Glory [hay traducción española: Rumbo a la gloria, Global Rhythm Press, 25 euros]. Su padre le mandó llamar para que se trasladase a Pampa, un pueblo bautizado no por casualidad en honor a la región homónima argentina: 360 grados de horizonte sin un sólo alivio para los ojos, y Woody —que tenía 17 años— se puso a hacer todo lo que le encargaban: servía leche merengada en una fuente de soda, se encargaba del mantenimiento de un caserón-patera para braceros, aceptaba trabajos como pintor de brocha gorda, limpiaba coches, traficaba con alcohol casero… Vivía en la zona pobre de la ciudad, Little Juárez, donde abundaban los sin futuro que vagaban en busca de un bocado. Su humor se escindía entre la actividad frenética de los días buenos y la soledad huraña de los malos. Cuando la sombra le embargaba iba a la biblioteca pública a leer —sus libros favoritos eran La Madre [PDF], de Gorki, y la Biblia— o se quedaba en su cuchitril, fumando un cigarrillo de liar tras otro —siempre de la marca Bull Durham— y dibujando caricaturas o acuarelas. También hizo cursos por correspondencia sobre conocimientos básicos de leyes, medicina, religión y literatura. Lo quería saber todo pero tenía prisa y, como si supiera que los bocados han de ser rápidos cuando tienes poco tiempo por delante, no quería ahondar en ningún discutible conocimiento que estuviese encerrado en un papel.

The Pampa Jr. Chamber of Commerce Band (Guthrie, primero por la izquierda), 1936

The Pampa Jr. Chamber of Commerce Band (Guthrie, primero por la izquierda), 1936

7. Escucha e imitación. Durante sus años texanos Woody aprendió a tocar la guitarra. Le enseñó Jeff Guthrie, medio hermano de su padre y gran intérprete de violín, que no daba crédito al talento natural del chico y lo rápido que aprendía, deseando imitar el finger picking de Maybelle Carter, de la Carter Family. Con Jeff y con otros grupos locales, Woody tocó en fiestas granjeras, celebraciones públicas y bodas. Nunca aprendió solfeo ni técnicas de notación: tocó por imitación hasta que desarrolló su propio estilo.

8. «Pensábamos en cómo respirar». El 28 de octubre de 1933 Woody Guthrie se casó con Mary Jennings, de 17 años, una chica de campo tímida y seducida por el don de la palabra y la invención que atesoraba aquel músico sin futuro. La primera hija, Gwendolyn, nació en 1935. Luego llegarían Sue (1937) y Bill (1939) [los dos primeros heredaron la enfermedad de Huntington y murieron prematuramente, a los 41 años; Bill falleció en un accidente automovilístico a los 23]. Eran malos tiempos para sostener a una familia: la Gran Depresión que se inició con el crack de la bolsa de 1929 y la quiebra posterior del sistema bancario configuró un paisaje de pobreza, hambre y desempleo (25%) desconocido en los EE UU. Para empeorar las cosas, la Great Dust Bowl (gran tormenta de polvo) arruinó 400.000 kilómetros cuadrados de tierras de cultivo entre 1931 y 1937 en el sur del país. «No pensábamos en qué comer, pensábamos en cómo respirar», escribió Guthrie.

Primeras "canciones y baladas" de Alonzo M. Zilch, 1935

Primeras «canciones y baladas» de Alonzo M. Zilch, 1935

9. «Lector sicológico». Woody se dejó llevar por la aflicción y se entregó a la bebida. Paseaba por las calles descalzo, con la ropa rota y sucia, hasta que amanecía, regresaba a casa y se echaba a dormir la mona. Lo sacó del arroyo su madrastra, Betty Jean McPherson, con la que se había casado Charley Guthrie en 1931. La mujer, una convencida espiritualista y teosofista, hizo leer a Woody algunos panfletos de Robert Collier, precursor de la autoayuda mediante el pensamiento postivo y el desarrollo de la voluntad. Woody se tomó el asunto tan en serio que durante unos meses, aprovechando su desenvoltura y labias naturales, montó una consulta en su casa a la que llamaba The Guthrie Institute for Psychical Research. Atendía él mismo a los pacientes bajo el heterónimo de Alonzo M. Zilch, «psychological reader» (lector sicológico). Bajo esa misma identidad registró sus primeras canciones. Durante esta época leía con fruición El profeta, el libro del místico libanés Jalil Gibran.

Refugiados de la Dust Bowl en San Fernando, California. Foto: Dorothea Lange, 1935

Refugiados de la Dust Bowl en San Fernando, California. Foto: Dorothea Lange, 1935

10. Canciones por un plato de sopa. En 1937, como otros cientos de miles de desesperados y arruinados sin nada por perder, Woody decidió poner rumbo al oeste. No llevaba ni un dólar en el bolsillo. Durante el camino hacia California, su destino, montó como polizón en trenes, hizo jornadas a pie, trabajó lavando platos y fregando suelos, cambió un plato de sopa por unas cuantas canciones, conoció a mucha gente y anotó sus historias. En California se encontró con el racismo anti okie —por originario de Oklahoma, como se llamaba despectivamente a todos los desplazados por la pobreza— y tuvo que trabajar como obrero, pero un golpe de suerte le llevó a entrar en la emisora populista de Los Ángeles KFVD, donde conducía el show musical Woody and Lefty Lou con la cantante Maxine Crissman. A los pocos meses de llegar trajo a Mary y los niños. Hasta 1940 trabajó como locutor-cantante y se convirtió en el portavoz de los okies y otros outsiders en el sur de California. Estrenó en antena muchas de las canciones que había compuesto en el camino, desoladoras crónicas de carencia y pobreza que luego se reunieron en su primer álbum, Dust Bowl Ballads (1940) [Dust Bowl Blues, Tom Joad, Dust Bowl Refugee, Dust Can’t Kill Me, Blowin’ Down This Road, Dust Pneumonia Blues…]

Woody y Lefty Lou ante los estudios de XELO, en Tijuana, 1938

Woody y Lefty Lou ante los estudios de XELO, en Tijuana, 1938

11. Copyleft en los años treinta. Durante los shows en la radio —que continuó transmitiendo desde la border blaster ubicada en Tijuana (Méxixo) XELO, cuya señal llegaba hasta Canadá—, Woody repartía entre los asistentes copias de las letras de las canciones y los acordes. Las octavillas culminaban con esta declaración precursora del procomún que algunos creen un producto derivado de la cultura geek del siglo XXI: «Esta canción está registrada en los EE UU bajo copyright por un periodo de 28 años y cualquiera que la cante sin nuestro permiso será considerado un buen amigo, porque nos importa un comino. Publícala. Escríbela. Cántala. Muévela. Nosotros la escribimos, eso es todo lo que queríamos hacer».

La sección 'Woody Sez' del semanario comunista "The Daily Worker"

La sección ‘Woody Sez’ del semanario comunista «The Daily Worker»

12. «Soy un rojo». En California hizo buenas migas con un par de militantes del Partido Comunista de los EE UU, el periodista Ed Robin y el actor Will Geer, actuó en actos del grupo político y firmó entre 1939 y 1940 la columna de opinión Woody Sez (Woody dice) en el semanario oficial de los comunistas, The Daily Worker. Opinaba sobre la actualidad pero escribía con faltas de ortografía que imitaban el acento hillbilly e incluía un dibujo o cómic. También redactó para una revista socialista una serie de reportajes de denuncia sobre las indignas condiciones de vida en los hoovervilles —por el presidente Herbert Hoover—, los campamentos donde los okies eran obligados a instalarse cuando llegaban a California. Aunque Guthrie fue espiado por el FBI durante la caza de brujas como presunto militante comunista, el cantautor nunca llegó a formalizar su afiliación al partido, aunque tampoco desdijo que era un fiel compañero de viaje. «No soy un comunista, pero sí un rojo», contestó cuando le preguntaron.

Woody y su primera esposa, Mary, con los tres hijos de la pareja (Gwen, Sue y Bill) frente a su casa en Los Ángeles, 1941

Woody y su primera esposa, Mary, con los tres hijos de la pareja (Gwen, Sue y Bill) frente a su casa en Los Ángeles, 1941

13. Un «pequeño bastardo» en Nueva York. Por invitación de Geer, Woody viajó a Nueva York en 1940. Los círculos de folkloristas le recibieron como «el vaquero de Oklahoma» —pese a que tenía miedo a los caballos y no se atrevía a montarlos— y los izquierdistas le convierten en un héroe pese a que no existían grabaciones de sus temas, que eran transmitidos de un intérprete a otro y que nadie en Nueva York conocía. En la gran ciudad, donde Woody vivió con pocas interrupciones desde entonces, cantó allá donde fue invitado. En el primer concierto, organizado para recaudar fondos para los refugiados de la República Española recién derrotada por el fascismo franquista, interpretó Jarama Valley (Pese a que hayamos perdido la Batalla del Jarama / Volveremos para liberar este valle). En otra actuación, en defensa de John Steinbeck, a quien la derecha estadounidense acusaba de «socialista» y «antipatriota» por la novela Las uvas de la ira (1939) —basada en los okies escapados de las dust bowls—, Woody salió a escena rascándose el pelo enmarañado con la púa de la guitarra y sosteniendo el instrumento sobre el hombro, como si fuera un rifle: «¡Dios! El metro para llegar aquí estaba tan abarrotado que ni siquiera podías caerte. Tuve que cambiar dos veces de tren y en ambas salí de los vagones con zapatos diferentes». Tras escucharle cantar las baladas sobre las nubes de polvo y la tragedia de los desplazados, Steinbeck expresó su pasmo: «Tuve que escribir una novela para explicarlo y este pequeño bastardo lo cuenta mejor en unos cuantos versos».

Woody Guthrie en Nueva York

Woody Guthrie en Nueva York

14. Archivando a Woody. En el concierto, con la adrenalina igualmente disparada por la expresiva sinceridad de Woody, la penetrante humildad narrativa de sus letras, la pureza formal redentora de las viejas canciones tradicionales y el componente existencial de las peripecias de tragedia y dominación que en todas latía, estaban Pete Seeger, el veleidoso padrino del folk entendido como material para tesinas universitarias —ejemplo de su visión: hasta 1993, cuando publicó una autobiografía, no repudió en público su apoyo fanático al régimen genocida de Stalin—, y el musicólogo Alan Lomax, que no dejó escapar aquella joya y al cabo de unos días ya había metido en un estudio de grabación al «vaquero de Oklahoma». Aunque sólo se publicaron en disco unas cuantas —el resto se archivaron en la Biblioteca del Congreso y no fueron editadas hasta 1964, cuando el folk era un buen producto comercial y Woody estaba internado en un manicomio—, el cantautor no se amilanó y entró en una fase de creatividad creciente: compuso un disco temático, Ballads of Sacco and Vanzetti, una crónica casi periodística basada en las actas del proceso judicial amañado que terminó con la condena a muerte de dos anarcosindicalistas [parte 1, parte 2, parte 3; parte 4; parte 5]; escribió 21 canciones en un mes de encierro, entre ellas tres de sus piezas más conocidas —Roll On Columbia, Pastures of Plenty  y Grand Coulee Dam—…

Woody Guthrie, agachado, con Alan Lomax, 1946

Woody Guthrie, agachado, con Alan Lomax y la hija de éste, 1946

15. Contra la propiedad privada. En febrero de 1940, Woody terminó en una sola tarde This Land is Your Land, una respuesta a la patriotera y complaciente oda God Bless America que compuso Irving Berlin y han cantado todos los cazurros y cazurras prosistema. La pieza de Woody, socializante, optimista y peleona, fue repudiada por los poderes fácticos por algunos versos que se consideraron una llamada a la colectivización, la eliminación de la propiedad privada y a la revuelta para conseguir la justicia social: Mientras caminaba encontré un cartel / Que decía: Propiedad Privada / Pero el reverso estaba en blanco / Ese reverso fue hecho para ti y para mí (…) En las plazas de las ciudades, a las sombras de los campanarios / En las oficinas de ayuda social, he visto a mi gente / Hambrienta, esperando, preguntando / ¿Es esta tierra para ti y para mí?.

Woody Guthrie y Marjorie Mazia, 1945

Woody Guthrie y Marjorie Mazia, 1945

16. Cathy de las mil danzas. En noviembre de 1945 Woody se casó con Marjorie Mazia, una bailarina de danza moderna nacida en 1917 en una familia de judios emigrados de Rusia. Se habían liado dos años antes y la primera mujer de Guthrie pidió el divorcio tras enterarse del asunto. Con Marjorie, que trabajaba como profesora en la escuela de Marta Graham, Woody vivió los momentos más felices y reposados de su vida. Se establecieron en una casa cerca de Coney Island y el mar, en la avenida Mermaid, donde él no dejaba de teclear poemas, reseñas y esbozos de canciones en una máquina de escribir. Tuvieron cuatro hijos, una de las cuales, Cathy, la favorita de Woody («Cathy de las mil danzas», la llamaba), murió electrocutada a los cuatro años en un accidente doméstico que envió al músico a una depresión aguda de seis meses. Los otros tres hijos son Joady, Nora y Arlo, que es cantante.

Woody Guthrie

Woody Guthrie

17. Contradictorio pero antifascista. Woody merece el respeto de que no obviemos  sus contradicciones, que fueron las mismas de la izquierda occidental. Apoyó a Stalin mientras este mantuvo el pacto de no agresión con Hitler y defendió el pacifismo y la no intervención estadounidense en la II Guerra Mundial. Cuando quedaron claras las intenciones del nazismo, quiso reparar la inocencia alistándose en el ejército, pero no le quisieron y se tuvo que conformar con estar unos años en la marina mercante. Al contrario que algunos de sus compañeros en el colectivo Almanac Singers —defensores de la idea de que «el comunismo es el nuevo americanismo»—, Woody descreyó pronto y se situó en el más ámplio y humana militancia del antifascismo. «Mis ojos han sido mi cámara de fotos para ver el mundo y mis canciones han sido los mensajes que he ido repartiendo por los patios de atrás, las escaleras de incendios, las ventanas cerradas y las habitaciones a oscuras, y ahora sé que el fascismo es tener miedo», escribió en 1948.

Arlo Guthrie, Woody Guthrie y Marjorie Mazia en el hospital de Brooklyn, 1966

Arlo Guthrie, Woody Guthrie y Marjorie Mazia en el hospital de Brooklyn, 1966

18. Una cucharada de agua con azúcar. Los últimos años de Woody fueron tan penetrantes como el resto de su vida. En 1952 Marjorie pidió el divorcio porque él se había convertido en un alcohólico irresponsable que gastaba el dinero del alquiler y la comida en los bares del barrio y, aún peor, sufría ataques de violencia que ponían en peligro a los niños. Los médicos diagnosticaron esquizofrenia y se equivocaron. Woody volvió a errar: se casó con la bohemia Anneke Van Kirk, tuvieron una hija, Lorinna Lynn, y vivieron en un autobús adaptado como casa en Florida. En 1953 sufrió quemaduras graves en el brazo derecho por la explosión accidental de una bombona de gas y quedó impedido para tocar la guitarra. Al año siguiente regresó a Nueva York y firmó un divorcio amistoso con su tercera esposa. A la niña la entregaron en adopción y, como tantos hijos de Woody, moriría prematuramente, a los 19 años, en un accidente de coche. Desde 1956 el gran cantautor vivió hospitalizado en varios psiquiátricos de Nueva York, con esporádicas altas para pasar en casa los fines de semana. La enfermedad de Huntington, finalmente comprobada por los médicos, avanzó hasta desbaratarle los movimientos y la coordinación e impedirle hablar. Marjorie le cuidó durante este tiempo. Muchos amigos y fans le iban a ver, entre ellos un jovencito que le veneraba llamado Bob Dylan, pero Woody no siempre era amable con las visitas. Woody falleció el 3 de octubre de 1967, tras beber un cucharada de agua con azúcar y escuchar, con los ojos cerrados, como el capellán del hospital rezaba: «El Señor es mi pastor».

"Woody at 100" (Folkways, 2012)

«Woody at 100» (Folkways, 2012)

19. Nuevo cofre retrospectivo en Folkways. La obra de Woody Guthrie es amplísima, tan difícil de abarcar como necesaria para mantener cierto nivel de fe en la capacidad de autoredención del género humano. Lo mejor para quienes opten por el acercamiento está en el catálogo de la discográfica Folkways, que debería ser Patrimonio de la Humanidad. La colección de cuatro discos The Asch Recordings es apabullante (149 temas grabados entre 1944 y 1948), pero acaba de ser editado el cofre Woody at 100: The Woody Guthrie Centennial Collection, donde, además de las 57 canciones de los tres discos [todas pueden escucharse en streaming aquí] —entre ellas 21 inéditas y las recientemente descubiertas primeras grabaciones de 1939 en la radio KFVD—, hay un libro de 150 páginas con ensayos, obra gráfica pintada por Guthrie y muchas fotos. Una audición complementaria que permite atisbar la exorbitante obra musical y poética del okie es la serie de tres discos Mermaid Avenue, donde el grupo Wilco y Billy Bragg ponen música a letras que Guthrie dejó escritas pero sin musicar.

Woody Guthrie, 1958 (Woody Guthrie Foundation and Archives - Foto: Lou Gordon)

Woody Guthrie, 1958 (Woody Guthrie Foundation and Archives – Foto: Lou Gordon)

20. ¿Indignado a los 100? Esta foto nunca se había publicado hasta 2004, cuando apareció en la biografía definitiva de Woody, Ramblin’ Man (Ed Cray, W.W. Norton & Company). Está datada en 1958, al comienzo del tercer año de internamiento hospitalario del músico y siete años antes de la muerte. Pese a que en la imagen se adivina la cruel enfermedad degenerativa que padecía, la mirada incadescente parece rebatir el daño y me atrevo a aventurar que propone una respuesta a la pregunta que encabeza esta entrada: ¿sería Woody Guthrie un indignado de cien años? Aventuro que el rústico vendedor de diarios, pintor de brocha gorda, campesino, trovador ambulante, polizón, sintecho, pinchadiscos, agitador asambleario, columnista de un diario comunista, limpiazapatos, payaso de instituto, hombre con los genes rotos y padre de tantos hijos muertos responde con la mirada, como antes con la máquina de escribir, que sí, que siempre, que no hay otra dignidad que la indignada… «No me gustan las canciones que te hacen pensar que no eres bueno. No me gustan las canciones que te hacen pensar que has nacido para perder, que estás destinado a perder, que no eres bueno para nadie, que no sirves para nada, que eres demasiado viejo o demasiado joven o demasiado gordo o demasiado flaco o demasiado feo o demasiado esto y lo otro. No me gustan las canciones que se burlan de nosotros, de nuestra mala suerte, de nuestra vida desgraciada. Estoy aquí para luchar contra esas canciones hasta mi último aliento, hasta mi última gota de sangre. Estoy aquí para cantar canciones que probarán que este es nuestro mundo sin que importe cuánto y cuan fuerte nos hayan golpeado».

Ánxel Grove

50 años de los Beach Boys: el loco sigue siendo el objetivo

Cartel promocional de la gira mundial de los Beach Boys

Cartel promocional de la gira mundial de los Beach Boys

Elocuente. Existe la posibilidad de comprar una entrada VIP. No se trata de una final de fútbol, sino de un concierto de los Beach Boys, en teoría una banda de rock. El súper tique da derecho a un asiento de primera fila, una charleta  y fotos con los artistas, una camiseta de tirada limitada y otra parafernalia nada útil. Cuesta 750 dólares (unos 590 euros). No hay crisis si vives en la dorada California de la mente.

La gira que celebra el medio siglo de los Beach Boys —casi cincuenta actuaciones en EE UU, Europa (dos fechas en España: 21 de de julio en Gredos, en el festival Músicos en la Naturaleza, y el 23 en Barcelona) y Japón— es una nueva temporada del más añejo y obsceno reality show del pop. Se titula Brian Is Back (Brian está de vuelta), comenzó a emitirse en 1976 y mantiene un par de objetivos inmutables: la recaudación de dividendos nostálgicos y la explotación de una persona que no puede valerse por sí misma y no es dueña de sus actos, Brian Wilson, sin el cual los demás protagonistas del sainete no son más que peleles. El loco es el objetivo financiero.

Desde la izquierda, en el sentido del reloj: Al Jardine, Mike Love, Brian Wilson, Carl Wilson y Dennis Wilson

Desde la izquierda, en el sentido del reloj: Al Jardine, Mike Love, Brian Wilson, Carl Wilson y Dennis Wilson

No es discutible que Wilson es uno de los tres grandes genios musicales del pop rock  del siglo XX —es opinable, por supuesto, pero los otros dos serían, creo, Bob Dylan y la pareja simbiótica Lennon-McCartney—. Tampoco hay duda sobre su condición de ángel quebrado, creador enfermo y saturnal, quemado e inocente, socialmente afásico, habitante de un mundo fuera de foco, incapaz de sostenerse y, por tanto, fácil de manejar…

Para celebrar esta supuesta reunión del grupo original —hay tres miembros fundadores y dos arribistas— y su nuevo disco, That’s Why God Made the Radio, con Brian en la producción y en el tutelaje de la caja registradora su perverso primo Mike Love (ayudado por la no menos avispada esposa de Brian desde 1995, Melinda Ledbetter, una antigua vendedeora de coches Cadillac), dedicamos este Cotilleando a… al grupo más blanco con la historia más negra, los Beach Boys.

Murry Wilson

Murry Wilson

1. Papi negro. Padre de los hermanos Wilson (Brian, Dennis y Carl), Murry Wilson (1917-1973) se presentaba fanfarronamente como el «inventor y manager» de los Beach Boys. Era un tipo amargado y con complejo de inferioridad que se dedicaba a vender electrodomésticos antes de encontrar el filón de explotar las dotes de los críos.

2. Rey desnudo. Murry, que tenía un ojo de cristal a causa de un accidente, pegaba y humillaba a sus hijos y su mujer. En los momentos de subidón se encaramaba desnudo en la mesa de la cocina y proclamaba: «¡Soy el rey de esta familia!».

3. Un sólo oído. A causa de una paliza de Murry, Brian  perdió casi por completo la audición en el oído derecho.

4. Mami vodka. La madre, Audree Korthof (1917-1998), se desentendía de la pesadilla tragando vodka. A veces tocaba el piano. Nunca discutió una orden de su marido.

5. Suburbiales. El escenario del sueño fue el suburbio, fenómenso social y urbanístico de la bonanza económica de los EE UU durante la Guerra Fría. La patria natal de los Beach Boys fue la ciudad de Hawthorne, cuyo lema era «barrio de buenos vecinos».

6. City of Light (and cars). La familia Wilson vivía en una casa de planta baja de dos dormitorios, salón, cocina y cuarto de baño, en el número 3.701 de la calle 119 Oeste. La ciudad fue engullida por el enorme área metropolitana de Los Ángeles. El automóvil, sobre el que tantas veces cantarían los Beach Boys, era un miembro más de la familia, imprescindible en un territorio desproporcionado de casitas residenciales idénticas.

Brian (segundo por la izquierda) instruye a Mike, Carl, Dennis y David Marks (1962)

Brian (segundo por la izquierda) instruye a Mike, Carl, Dennis y David Marks (1962)

7. Brian Douglas Wilson (20 de junio de 1942), el primogénito, nunca estudió música según los cánones académicos. Sin embargo, fue el compositor más prolífico de los años sesenta, produjo sus discos cuando ningún artista lo hacía y fue capaz de dictar los arreglos para una orquesta de cuerda musitando a cada maestro su línea melódica. A los cuatro años tarareaba Rhapsody In Blue, la obra en la que George Gershwin cruzó el jazz con la música clásica para expresar el mood de una ciudad.

8. Dennis Carl Wilson (4 de diciembre de 1944-28 de diciembre de 1983), el hermano mediano, era apodado Dennis the Menace (Daniel el Travieso) cuando era un crío. Fue el primero que fumó marihuana, que hizo el amor con una chica y que se atrevió a devolverle una agresión a Murry. También era el único beach boy que sabía hacer surf.

9. Carl Dean Wilson (21 de diciembre de 1946-6 de febrero de 1998), el benjamín, era tímido, estaba acomplejado por que tenía tendencía a engordar y llegó a ser un decente guitarrista y, sobre todo, un gran cantante.

Brian tocando el bajo. Detrás, David Marks (1962)

Brian tocando el bajo. Detrás, David Marks (1962)

10. Michael Mike Edward Love (15 de marzo de 1941) era primo de los Wilson por parte de madre. Su familia era mucho más rica, vivía en una mansión y organizaba veladas musicales. En 1959 las cosas se torcieron y la empresa de su padre, dedicada a la construcción metálica, quebró. Mike se resintió del golpe y no cesaba de insistir ante Brian para montar un grupo y «hacernos millonarios».

11. Al Jardine (3 de septiembre de 1942), vecino de los Wilson y compañero de instituto de Brian. Estuvo en el grupo desde el primer momento, pero no veía futuro en la música y lo dejó para estudiar Odontología. En 1964 regresó pese a la oposición de Murry, que había considerado una «traición» su deserción.

12. David Lee Marks (22 de agosto de 1948). Otro vecino. Tocó en los primeros cuatro discos como sustituto de urgencia de Jardine. Era malísimo y los demás le despreciaban, pero ahora le presentan como «miembro fundador» del grupo.

13. Bruce Arthur Johnston (27 de junio de 1942). Mercenario de lujo y con experiencia, fue llamado para reemplazar a Brian en directo cuando éste dejó las actuaciones en 1965. Nunca ha sido miembro de pleno derecho del grupo, sino un músico asalariado, pero gusta de aparecer como propietario de las esencias. Entre 1972 y 1978 fue expulsado por enfrentarse a Mike Love. Johnston, que figura entre los músicos más ricos de los EE UU, es un activo militante del ala más conservadora del Partido Republicano. Hace unos días calificó a Obama de «tonto del culo» y dijo que Reagan fue un gran presidente.

14. Me llamo como mi camisa. Antes de llamarse The Beach Boys —nombre que les pusieron, un poco de rebote, durante su primera grabación como aficionados— preferían The Pendletones, una referencia a la marca de camisas de franela Pendleton, fabricadas en Oregon y usadas por los surfistas para protegerse del viento del Pacífico..

El primer 'single' (Candix Records, noviembre, 1961)

El primer 'single' (Candix Records, noviembre, 1961)

15. Disco en papel de estraza. El 15 de septiembre de 1961 el grupo grabó —con instrumentos alquilados— su primer single, con Surfin’ en la cara A. Dennis, que había aportado la idea para la letra («hay un deporte que practican todos en las playas: el surf») fue expulsado de la sesión porque tocaba muy mal la batería. El disco lo editó, envuelto en una bolsa de papel de estraza, la humilde discográfica Candix y vendió 50.000 copias.

16. Uniforme conservador. Murry quería que el grupo fuera «jodidamente famoso» (y que grabara sus propias composiciones, que consideraba mejores que las de Brian). Primer movimiento: llevar a los chicos a la misma sastrería que vestía a Cary Grant para encargar uniformes: pantalones blancos, camisas y pullovers a rayas. Estilo limpio.

17. Rechazados. Segunda estrategia: intentar negociar un contrato con una compañía potente. El grupo fue rechazado por Liberty, Dot y Decca.

18. «Basura blanca». En Capitol, la última baza de Murry, el rock no gustaba y la primera audición terminó con un dictamen: «estos chicos son pura basura blanca». En un segundo intento la maqueta que llevaba Brian (con Surfin’ Safari y 409) conquistó al promotor Nick Venet, que recomendó la contratación del grupo. El acuerdo era leonino en lo económico y agotador en el ritmo de producción.

Seis singlesy EP's de los Beach Boys

Seis singlesy EP's de los Beach Boys

19. Brian, la máquina. Entre diciembre de 1961 y octubre de 1966, cuando tenía entre 19 y 24 años, Brian Wilson dirigió, compuso, arregló, cantó, tocó y produjo 41 discos sencillos y 12 elepés para Los Beach Boys. Casi todos fueron grandes éxitos en ventas y consolidaron un sonido inequívoco basado en el ideal de California.

20. Cándida Arcadia. El primer número uno nacional de Brian no fue con los Beach Boys, sino con  sus colegas Jan and Dean, para quienes compuso y produjo Surf City (1963). El eslogan con el que se abre la canción se convirtió en un lema de la cándida arcadia californiana que vendía Brian: «Dos chicas para cada chico».

21. Plagiando a Chuck. Habitante de un terreno inocente, Brian quiso ofrecer un homenaje al rock and roll esencial de Chuck Berry tomando la música de Sweet Little Sixteen para componer el himno surfista Surfin’ USA. Berry, para quien el rock siempre se redujo a una palabra, «dólar», litigó ante los tribunales y ganó el pleito: las regalías de la pieza de los Beach Boys han aportado más dinero a Berry que cualquiera de sus temas.

Brian Wilson sostiene a su grupo

Brian Wilson sostiene a su grupo

22. Artísticamente libres. Los Beach Boys fueron el primer grupo en imponer condiciones artísticas a una discográfica, decidir qué temas grabar y con qué músicos y en qué estudios hacerlo. Ni siquiera los Beatles llegaron a pelear por tanta libertad creativa en esa época (1963).

23. «Brian, eres un mariquita». Desde finales de 1963 Brian escuchaba voces dentro de su cabeza, sufría ataques de angustia y somatizaba el estrés con insomnio, palpitaciones y erráticos cambios de humor. Aparentaba seguridad («me siento como una versión de Cassius Clay en clave de rock and roll, invencible») y no dejaba de superarse como productor, compositor y arreglista —The Warmth of the Sun, I Get Around y Don’t Worry Baby son perfectas, inmejorables—, pero se rompía. Intentó detener la ansiedad fumando marihuana, pero los efectos fueron los contrarios. No soportaba la presión, tenía migrañas constantes. Insinuó al resto del grupo que necesitaba un descanso y Mike Love dijo: «Brian, eres un mariquita. Tienes miedo al público». El 23 de diciembre de 1964 sufrió un ataque de pánico a bordo de un avión. Sus compañeros de grupo aceptaron el consejo de los médicos y le permitieron dejar las actuaciones en directo. Se dedicaría a componer, grabar y producir.

24. Paranoia. Con la estructura sentimental interna de un adolescente, Brian había iniciado una enfermiza carrera contra quienes consideraba sus enemigos y, al tiempo, más admiraba: los Beatles, el peligro inglés que podía acabar con su reinado, y Phil Spector, el productor al que veneraba y que había rechazado una de sus canciones. Con el tiempo, la competencia derivo en paranoia y llegó a creer que Spector le espiaba.

"The Beach Boys Today!" (1965)

"The Beach Boys Today!" (1965)

25. Primer ácido. Brian consumió LSD por primera vez en 1965. Sufre un mal viaje («me voló la mente, vi a Dios») y promete que no repetirá, pero repitió. Y mucho.

26. Canciones-sinfonía. The Beach Boys Today! (marzo, 1965) es la primera obra maestra. Brian se desprende de sus compañeros de grupo como instrumentistas y sólo los utiliza como cantantes. Para tocar contrata a los mejores músicos de sesión de Los Ángeles. Empieza a componer cada canción como si se tratase de una sinfonía: Please let me wonder, She knows me too well

27. Canción-LSD. California Girls (1965), es la primera canción compuesta por Brian en ácido.

28. Moralinas Johnston. También fue la primera canción de los Beach Boys en la que participó Bruce Johnston, que utiliza el ejemplo de Brian Wilson para explicar a sus hijos “las consecuencias perniciosas del consumo de drogas”, según ha declarado públicamente, quizá unos minutos antes de cantar California Girls.

29. «Flores y días espléndidos». Comentario de Murry a  Brian durante una sesión de estudio: «¿Otra canción sobre válvulas y pistones, muchachos? ¿Sobre chicas en bikini y surf? Estoy cansado de esa basura. ¿Por qué no escribís sobre temas atemporales? Esas canciones son las que permanecerán: canciones sobre el amor, las flores o los días espléndidos».

30. Murry en la solapa. Iniciativa promocional de Murry:  fabricar cinco mil pins con el lema: “Yo conozco al padre de Los Beach Boys».

Brian Wilson dirige una sesión vocal durante la grabación de "Pet Sounds"

Brian Wilson dirige una sesión vocal durante la grabación de "Pet Sounds"

31. El mejor disco de la historia. Una fecha histórica: 16 de mayo de 1966. Aparece Pet Sounds, según muchos rankings el mejor disco de pop rock de todos los tiempos. No hay ni una sola nota tocada por los Beach Boys, que sólo ponen las voces. Las canciones son sinfónicas, minimalistas, arriesgadas

32. Adiós al surf. Los temas de las canciones son el amor y la pérdida. Para las letras Brian, que no se sentía capaz de afrontar el trabajo, contrató a un redactor de una agencia de publicidad al que apenas conocía, Tony Asher.

33. Los Beatles tienen miedo. Tras escuchar Pet Sounds, los Beatles decidieron posponer la edición del álbum sicodélico en el que trabajan, Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band. El disco de Brian les atemorizaba.

34. «¿Nada surf?». Cuando les puso el disco, los directivos de Capitol dijeron a Brian: «Es bueno, pero, ¿no tendrás alguna canción sobre surf?».

35. «Oídos de perro». Opinión de Mike Love: «Esto es música ególatra, Brian. ¿Quién va a escuchar esto?, ¿alguien con oídos de perro?».

36. Mejores que los Beatles para los ingleses. A finales de 1966 los lectores del semanario británico New Musical Express eligen a los Beach Boys como el mejor grupo del mundo, por delante de los Beatles. El resultado fue muy ajustado, 5.373 contra 5.272 votos, pero era la primera vez que los Cuatro Fabulosos eran derrotados desde 1963.

Muñeco de Brian Wilson

Muñeco de Brian Wilson

37. La Disneylandia de Brian. Brian compra una mansión en la calle Laurel Way, en Beverly Hills, barrio chic de Hollywood. La convierte en una disneylandia particular: una tienda para fumar marihuana en medio del salón, una plataforma con arena del Pacífico para instalar el piano de cola y componer descalzo —terminó siendo el lugar favorito de los perros para hacer sus necesidades—, habitaciones pintadas de violeta y negro, una colección de muñecas Barbie dentro de cápsulas plásticas insertadas en las paredes, una máquina de discos cargada solamente con singles de los Beach Boys y Phil Spector…

38. Excesivo. Para Good Vibrations, su «sinfonía de bolsillo», Brian grabó 90 horas de música.

36. Anfetaminas. El siguiente proyecto, Smile, quedó sin terminar, enloqueció definitivamente a su creador —que no paró de consumir anfetaminas durante las sesiones—. Iba a ser el disco de una época.

Brian Wilson en su tienda 'Rábano Radiante'

Brian Wilson en su tienda 'Rábano Radiante'

37. Cantante con chivato. Desde entonces la vida de Brian ha sido un calvario: diagnosticado como bipolar y con cierto grado de esquizofrenia, internado en hospitales siquiátricos, al menos dos intentos de suicidio, bulimia (llegó a pesar casi 200 kilos), enclaustramiento (vivió durante dos años en su cama), alejamiento de la realidad, pérdida de memoria (desde su último regreso canta con un telepronter que reproduce las letras de las canciones)…

38. Sacando provecho del drogadicto. El grupo-familia, los Beach Boys, se dedicó a vivir de los réditos. Poblaron sus siguientes discos, en los que Brian no participó o lo hizo sólo a nivel nominal, con sobrantes de Smile, el disco al que Mike Love consideraba «música para drogadictos».

39. Entra Manson. Dennis Wilson estuvo involucrado con la familia de Charles Manson antes de los asesinatos de Sharon Tate y otras personas. Dos de las mansonitas se liaron con Dennis y éste alojó a la familia en su mansión durante meses.

40. Tendero. Brian intentó convertirse en empresario abriendo una tienda de vitaminas y dietética llamada Radiant Radish (Rábano Radiante).

"The Many Moods of Murray Wilson"

"The Many Moods of Murray Wilson"

41. «Son unos perdedores». En 1967 Murry editó un disco como solista, The Many Moods of Murry Wilson. Declaró: «Quiero demostrar que mis hijos son unos perdedores». Lo mejor que se puede decir del álbum es que hace reir. Murry murió de un ataque al corazón en 1973. Está enterrado en una tumba sin lápida.

42. Falso chamán. Brian cayó en las manos del falso sicólogo Eugene Landy —no tenía licencia—, que intentó curarlo, con el beneplácito de los demás beach boys, con técnicas conductistas y verborrea new age. También quiso robarle los derechos de las canciones.

43. Con el Maharishi. Mike Love es adepto de primera oleada de la Meditación Trascendental, la secta del seudo gurú Maharishi Mahesh Yogui —el mismo que cameló temporalmente a John Lennon y por toda la vida a George Harrison—. Love convenció al resto del grupo (excepto a Brian, que estaba suficientemente volado como para no creer en profetas) de montar una gira en la que el Maharishi abría los shows con una prédica. La suspendieron tras el primer concierto, al que asistieron dos mil personas.

Los Beach Boys y el Maharishi en 1968. La foto es de Linda McCartney.

Los Beach Boys y el Maharishi en 1968. La foto es de Linda McCartney.

44. Entra Julio. La carrera de los Beach Boys desde los años ochenta es grotesca. Si quieren sufrir (o mondarse, que también) vean este vídeo: Julio Iglesias, Latoya Jackson y los Beach Boys.

45. Entran los Reagan. Si desean prolongar la sensación (esta vez definitivamente cercana a la naúsea), vean este otro: los Beach Boys rindiendo pleitesía a Ronald Reagan y señora. La hija díscola del matrimonio presidencial, Patti, no asistió al acto. Había sido una de las muchas compañeras de cama de Dennis Wilson, que se paseaba por Hollywood en un Corvette con un lema inequívoco estampado en los laterales: Golden Penetrator (Penetrador Dorado).

Dennis Wilson

Dennis Wilson

46. El final de un surfista. Dennis Wilson murió mientras buceaba a pelo y borracho el Día de los Inocentes de 1983 en un puerto deportivo. Intentaba recuperar fotos de su pasado que había arrojado por la borda de su yate en un ataque previo de furia. Estaba arruinado, mendigaba tragos en los antros («soy el batería de los Beach Boys», decía) y se había enganchado a la cocaína. Son celebres las cocaine sessions, grabaciones pirata en las que Dennis invitaba a rayas y hamburguesas a Brian a cambio de que éste compusiese una canción.

47. Carl Wilson, el beach boy bueno, murió en 1998 de cáncer de cerebro y pulmones.

48. Campeones en demandas. Ningún otro grupo ha litigado más en los tribunales que los Beach Boys. Se han denunciado unos a otros tantas veces que ya nadie lleva la cuenta: Mike Love demandó a Brian por retirarle de los créditos de las canciones, Murry demandó al grupo por ningunear su contribución, Al Jardine y Mike Love litigaron hasta hace muy poco para quedarse con la explotación comercial del nombre del grupo…

49. Good Vibrations. En el ejemplar de este mes de la prestigiosa revista musical Mojo celebran el medio siglo de los Beach Boys con una relación de las cincuenta mejores canciones del grupo. Ésta es la número dos:

50. Surf’s Up. Y ésta es la número 1:

Ánxel Grove

Levon Helm: diez años de vida extra gracias a un establo

The Band, 1967 (Foto: Elliot Landy)

The Band, 1968 (Foto: © Elliot Landy)

Tres de las cinco personas de la foto están muertas. El del medio se suicidó en 1968 1986, a los 42 años. El del extremo izquierdo falleció de un ataque al corazón en 1999, a los 55. El que está entre ambos murió el jueves pasado de un cáncer, un mes antes de cumplir 72.

No menciono sus nombres en el primer párrafo porque nunca cometieron la grosería de obligarnos a la veneración genealógica ni practicaron el apostolado egoísta de la sacra iglesia del rock, despreciable como toda congregación, poblada por medianías, frecuentada por fanáticos ciegos.

Esos cinco tipos retratados por Elliott Landy en el buen año de 1968 en las montañas Catskills (no se trata de un plató de ocasión para hacerse pasar por chicos de campo: vivían allí) se llamaban The Band. Eran la única banda posible.

Levon Helm, 1969 (© Magnum Photos)

Levon Helm, 1969 (© Magnum Photos)

La tercera muerte estaba anunciada desde 1998. «Tiene usted cáncer de garganta», dijeron los médicos a Levon Helm —hijo de granjeros de algodón de Arkansas, la tierra de gente con sombrero y uñas sucias donde sedimentó el blues, fuente única—. Dios te da donde más duele. De las cuerdas vocales de Mark Levon Helm había nacido el grito arrugado de los derrotados: la suya era una voz  que condensaba la sarga mojada por el chaparrón bíblico de la injusticia, el contrabando como senda de iluminación, la sombra de los barrancos donde van a morir los perros viejos, el alcohol de los pobres como única compensación por tanta miseria… Bruce Springsteen, que busca el mismo tono, lo dijo con lengua llana: «Hablamos mucho sobre el asunto, pero Levon es el asunto».

«Podrá vivir unos cuantos años, pero se quedará sin voz». Los médicos lo anunciaron con firmeza inmutable de avatares de Krishna. Cáncer en la garganta, bisturí, quimioterapia… Un barranco postrero para el perro enfermo. En 1998 todos comenzamos la cuenta atrás para Levon Helm. Concluímos que solamente nos quedaban las grabaciones como consuelo.

Establo-estudio de grabación de la casa de Levon Helm

Establo-estudio de grabación de la casa de Levon Helm

Después de dos años sin voz ni canciones, dos años blancos como hospitales, Helm empezó a hablar de nuevo, a cantar. La culpa del milagro la tuvo un establo en las montañas. Montañas y pelo de bestias, acaso no haya otra cura.

Fue como un inesperado bis. En 2004 Levon Helm, que debía muchos recibos a los médicos que le habían condenado antes de tiempo, organizó un concierto en el establo, adaptado como estudio de grabación. Los vecinos y amigos llevaron mazorcas de maíz, puré de calabaza y costillas asadas. El establo y el hijo de granjeros de Arkansas pusieron la música. Desde entonces, hasta hace pocos meses, la fiesta se celebró cada sábado. La llamaron Midnight Ramble y era una sorpresa. Reservabas la entrada, llegabas con algo de comida, te sentabas cerca de la chimenea y te dejabas caer por el barranco.

El elenco de cada noche dependía del azar y parecía dictado por un dios bondadoso. Podía incluir a Elvis Costello, Jackson Browne, Emmylou Harris, Dr. John, Gillian Welch, Rickie Lee Jones, Los Lobos… Hay un par de discos que sintetizan el milagro del establo.

Levon Helm sonreía, cantaba, tocaba la batería y la mandolina, renacía en una marcha atrás que le llevaba hacia delante. No tenía la rabia tensa de los años setenta y los músculos doloridos le obligaban a golpear los tambores con menos pegada, pero la sonrisa era un guiño a la muerte. «Te estoy ganando, chica», parecía decir.


En los últimos cinco años, Helm grabó tres discos. Todos ganaron un Grammy, pero es injusto reducirlos a la entidad difusa de un premio. Dirt Farmer (2007), Electric Dirt (2009) y Ramble at the Ryman (2011) son adultos, no tienen la desesperada pureza redentora de las grabaciones de The Band, pero hablan de asuntos de gravedad intensa en este tiempo de desprecio por la siembra, el arado, las cosechas y el riego: la desaparición, tal vez definitiva, de la cultura rural y su templada elegancia. Percibir que los enuncia un condenado que araña tiempo a la muerte los convierte en sobrecogedores.

"Dirt Farm" (2007), "Electric Dirt" (2009) y "Ramble at the Ryman" (2011)

"Dirt Farmer" (2007), "Electric Dirt" (2009) y "Ramble at the Ryman" (2011)

El escenario final para Helm, el establo celeste, fue congruente, como también lo habían sido los de sus dos colegas en The Band que le precedieron en la muerte: el motel barato donde Richard Manuel se colgó de una puerta con su propio cinturón —los chicos de campo prefieren el cuero— y la casa familiar de pueblo —esta gente nunca babeaba por las bruñidas luces de las vanidosas noches urbanas— donde Rick Danko fue sorprendido por el reventón cardíaco mientras dormía, tras haber declarado a un entrevistador, el día anterior, la verdad necesaria: «Las cosas buenas nunca se planean».

Desde la izquierda, Hudson, Manuel, Helm, Robertson y Danko

Desde la izquierda, Hudson, Manuel, Helm, Robertson y Danko

The Band, la única banda, era un fruto accidental que condensaba todos los sabores del plantío americano: tres canadienses de Ontario —Danko, Manuel y Garth Hudson (1937)—, el medio indio mohawk Robbie Robertson (1943) y el hijo de granjeros Helm. Siendo adolescentes se foguearon en garitos donde, según la ley, eran demasiado jóvenes para entrar. Se llamaban The Hawks y acompañaban al viejo loco Ronnie Hawkins, que les pagó las primeras copas.

El resto es leyenda: entraron en contacto con Bob Dylan, al que apoyaron en la sideral transición del folk al rock eléctrico (1965). En julio de 1966, el cantautor, también nativo de las brumosas tierras de la imprecisa frontera cultural entre los EE UU y Canadá, fue víctima de un accidente de motocicleta. Las secuelas no fueron únicamente físicas. Alquilaron por una renta de trescientos dólares una casa de madera pintada de rosa, Big Pink, en Woodstock, el pueblo montañoso del estado de Nueva York donde Helm levantaría su estudio-establo, y llevaron a término la Gran Pastoral Americana, el  menos es más del rock de los años sesenta.

Dylan y The Band grabaron cientos de canciones complicadas y peligrosas que ni siquiera intentaron editar (circularon profusamente en grabaciones pirata, conquistaron a los Beatles —George Harrison visitó Big Pink y salió transformado— hasta que una selección, The Basement Tapes, fue publicada en 1975). Mientras los hijos de las flores apuraban al máximo el volumen de los amplificadores Marshall y volaban sobre paisajes de gelatina, volvieron la vista al territorio, la verdad de la orografía, y llevaron al rock a terrenos donde resonaban las voces alunadas y góticas de William Faulkner, Flannery O’Connor, Carson McCullers, los libros bíblicos, Robert Johnson, las jigas tradicionales y los cantos de ciego con perro lazarillo.

Segundo álbum de The Band, 1969

Segundo álbum de The Band, 1969

Cuando The Band emergió como grupo, sobre todo con los dos primeros elepés, Music from Big Pink (1968) y The Band (1969), el compositor devocional Robertson preparó sagas sobre la gran frontera norteamericana para las voces de Helm, Manuel y Danko, de timbres, respectivamente, rugoso, frágil y conmovedor. En los dos discos establecieron una simbiosis total con los ciclos, con frecuencia desalmados, de la naturaleza y con el escenario inmutable del devenir errático de los humanos.

En piezas como Long Black Veil, The Shape I’m In, Chest Fever, Stage Fright, The Weight, The Nigth they Drove Old Dixie Down, In a Station o King Harvest había un tono de serenata, no por matizado menos intenso, desconocido en el rock. The Band hablaba el idioma eterno de la desesperanza con un matiz de sermón y plegaria que abrió las puertas para una nueva derivación humana del rock. Después llegó la admiración de todos, algunos discos erráticos y el concierto de despedida The last waltz (1976), convertido por Martin Scorsese en la mejor película de rock and roll de la historia. Les dejo con un fragmento en el que Helm canta una pieza que mientras escribo intenté escuchar, pero que, lo confieso, no puedo afrontar ahora. Duele demasiado.

Ánxel Grove

 

Earl Scruggs, la muerte de un músico que hablaba con los dedos

Los músicos de country and western, bluegrass y otros géneros nacidos según el implacable calendario de las cosechas del maíz y el trigo suelen ser, con algunas excepciones indignas, gente de poco verbo y convencidos de la escasa exactitud de las palabras: prefieren omitirlas y dejar que hablen las manos o murmuren los dedos.

Me gusta el linaje que señalan con su elegante y mansa actitud, tan distinta a la jactancia de los músicos de rock de cuellos estirados que se autoproclaman cónsules filosóficos o archiduques de la bonhomía por dos razones coyunturales, no renovables y bastante miserables cuando se utilizan con modales de limpieza generacional: la juventud y la belleza.

Acaba de morirse un hombre que nunca tuvo la necesidad de pronunciar una palabra o, si la tuvo, fue para dar las gracias por los dones del pueblo llano, el calor de la buena leña de encina o las elipses que trazan las faldas de las muchachas cuando bailan una polka. Earl Scruggs tenía 88 años y tocaba el banjo. Creo que no es imprescindible anotar que lo tocaba como nadie lo ha tocado nunca y como nadie lo tocará jamás, sino dejar constancia de que cualquier ser humano sobre la faz de la Tierra es capaz de entender el lenguaje de Scruggs.

Los Foggy Mountain Boys: Earl Scruggs (derecha) y Lester Flatt.

Los Foggy Mountain Boys: Earl Scruggs (derecha) y Lester Flatt.

La naturalidad con que manejaba el banjo acasó esté relacionada con la larga convivencia con el instrumento, que practicó desde que era un niño de cuatro años (justo la edad que tenía cuando murió su padre, un granjero que también tocaba el banjo y, lo cual no me parece una casualidad, tenía una pequeña librería) en las sosegadas colinas del Condado de Cleveland, en Carolina del Norte (EE UU).

La belleza y el fluido natural de las maneras de Scruggs como músico -llamarle virtuoso sería colocarle a la altura de los repelentes ejecutantes de música clásica de la muy abundante variante clasista, aquella que nace, se desarrolla y muere pensando en la partitura y el chaqué- sólo pueden entenderse como un milagro.

Dicen quienes conocen de fundamentos técnicos que Scruggs desarrolló un modo de tocar -basado en el empleo de tres dedos en vez de dos y una digitalización muy rápida- que sacudió al banjo de su condición de acompañante rítmico y logró elevarlo a la categoría de instrumento solista.

Perfeccionó el estilo acompañando en la segunda mitad de los años cuarenta al padre del bluegrass, Bill Monroe (1911-1996), un compositor y cantante sin cuya épica de la soledad y el fracaso sería imposible entender a Elvis Presley. También era un usurero que explotaba a sus músicos. Scruggs y el guitarrista Lester Flatt se cansaron de la tiranía y en 1948 montaron por su cuenta el grupo The Foggy Mountain Boys, bautizados en honor -y el homenaje tiene la consistencia de una declaración política– a los valles sombríos donde crecieron y cantaron los autores de las canciones que cantan en el cielo, The Carter Family.

Amarrado al banjo y famoso como solamente pueden serlo quienes son referencia de bondad, Scruggs nunca se escondió en las catacumbas de la fama. En octubre de 1969 fue el primer músico de country en tomar postura en contra de la Guerra del Vietnam, tocando en una manifestación masiva en Washington. Durante los años de la revuelta hippie reinterpretó canciones de Bob Dylan con Joan Baez, hizo giras para público peludo como telonero de Steppenwolf (los de Born To Be Wild y The Pusher), se mezcló con The Byrds.

Es justo pensar que Scruggs era el único hombre con corbata de aquellas jam sessions en las que se encontraban la música de los abuelos y la de los hijos. También el único que sabía montar a caballo, acunar a un nieto y manejar con propiedad una navaja de monte.

En 1994 participó en un disco de ayuda a la organización  Red Hot, dedicada al apoyo a los enfermo de sida. En 2001 editaron Earl Scruggs and Friends, donde rinden homenaje al reinventor del banjo una tropa de deudores (John Fogerty, Elton John, Sting, Johnny Cash, Don Henley, Billy Bob Thornton…).

Scruggs murió el miércoles de la semana pasada en un hospital de la única ciudad posible para un músico de bluegrass, Nashville. Me permito sospechar que su mayor orgullo no estaba relacionado con la música que nos entregó desde que era un niño campesino, hace más de ocho décadas, sino con las sonrisas y los juegos bulliciosos de sus cinco nietos y cinco bisnietos.

Ánxel Grove