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El actor Harry Dean Stanton suma su versión a las muchas de «Everybody’s Talkin'», una canción eterna

 "Fred Neil" - Fred Neil, 1966

«Fred Neil» – Fred Neil, 1966

El disco, editado en el muy lejano 1966, atesora estos versos:

Todo el mundo me habla,
pero no escucho ni una palabra de lo que dicen,
sólo los ecos en mi mente.

La gente se para a mirar,
pero no puedo ver sus caras,
sólo las sombras de sus ojos.

Me voy a donde el sol brilla
a través de la lluvia intensa,
voy donde el clima encaje con mi ropa.

Dejando atrás el viento del noreste,
navegando en la brisa veraniega
y brincando sobre el océano como una piedra.

La letra y la música de Everybody’s Talkin’ son de Fred Neil, un artista tan dotado como oscuro que murió en 2001, a los 65 años. Tras asombrar con sus cualidades poéticas a los habituales a los tugurios del Greenwich Village neoyorquino donde sonaban ariscas proclamas de protesta asentadas en el folk —compartió tarima con el joven Bob Dylan— y grabar un par de álbumes celestiales, Neil residió durante los últimos treinta años de vida en los cayos de Florida, dedicado plenamente a un proyecto de defensa de los delfines —otra de sus grandes canciones es The Dolphins, que serviría de camino a seguir por el malogrado Tim Buckley—.

Neil, demasiado tímido para los escenarios, no se sentía capaz de afrontar la mirada del público. Rechazó ofertas para volver a grabar discos, porque, como el narrador de Everybody’s Talkin’, estaba aterido por la paralizante sensación de que no tenía sentido compartir la voz interior.

La injusticia derivada del poder intoxicante del cine ha conseguido que la canción, una de esas piezas patrimoniales que cualquiera es capaz de tararear, sea con frecuencia adjudicada a Harry Nilsson, que la reinterpretó en 1968 en el disco Aerial Ballet y la cedió al año siguiente para que sirviese como tema central de Cowboy de medianoche, la película de John Schlesinger donde John Voight y Dustin Hoffman interpretan a dos perdedores con un solo par de opciones en la babilónica e inhumana Nueva York: morir o escapar.

La versión de Nilsson —otra víctima del pánico escénico que se negaba a las actuaciones en directo— tiene más lustre que la de Neil, una producción más comercial y la cadencia cinemática que la convirtió en un clásico instantáneo.

Muchos otros artistas se han atrevido con la melancolía de esta tentadora pieza sobre una persona situada en el borde existencial donde te formulas la más grande y necesaria de las preguntas: ¿vale la pena?.

Me gusta la del vaquero Willie Nelson, que la interpreta con la solvencia arrastrada habitual, y, sobre todo, la de Stephen Stills, que encuentra el tono exacto de dejadez para musitar el deseo de retiro.

El más reciente visitante de la canción es el actor Harry Dean Stanton, que aparece cantándola en el documental Partly Fiction (2012), donde la directora Sophie Huber se deja seducir por la impronta seca y magnética de un artista capaz de demostrar que puedes aparecer en unas 250 películas sin salirte del papel de ti mismo porque no eres más que un pequeño rayajo en el desorden del universo.

«No existimos. En última instancia no somos nada. Menos mal». A partir de esta declaración de Stanton es posible deducir que Everybody’s Talkin’ podría ser su himno privado.

La forma en que afronta la canción, con los ojos frecuentemente cerrados y una potencia implosiva, recuerda la desventura de su mejor personaje, Travis, el hombre que en Paris, Texas (Win Wenders, 1984) ha perdido el amor por culpa de sus propios pecados y, en una respuesta íntima e inconsciente por remediar la desgracia, decide caminar en línea recta y en estado de afasia.

Escuchando a Stanton estamos seguros de que es Travis quien está cantando y no importa a dónde conduce el camino.

Ánxel Grove

45 años de «Music from Big Pink», el disco que acabó con los excesos de la psicodelia

© Elliott Landy

«Next of Kin» © Elliott Landy, 1968

Primero, el momento: 1968, año de vuelos astrales, she’s leaving home, dinamitando a la familia, jergas secretas, saris para ella y abrigos afganos para él, far out, «¿sabes que los Beatles van a parar la guerra de Vietnam?», quemando libros de texto (y alguno de T.S. Eliot, a la pira también), lo quiero todo y lo quiero ya…

¿Qué pensar si encuentras esta foto de parranda consanguínea al desplegar la carpeta de un disco editado cuando el mundo se entrega a la celebración psicodélica?

La imagen se titula Next of Kin (familiares cercanos) y está poblada por presuntos partidarios de la trama patriarcal a los que juzgas, como buen hijo del espíritu de 1968, según la calaña de los abrigos de las señoras, las medias de domingo de las niñas y el aspecto general de gente que puede manejarse con un tractor. Eres capaz de detectar los orines del ganado que crían, no con la intención de contribuir a la paz celeste sino para comerlo, convenienemente troceado y a la parrilla. Detectas que comparten café con el agente de policía del pueblo, que consultan los diarios de provincias, que prefieren el bourbon a la marihuana, que no saben quién demonios es Mary Quant ni conocen el significado de ninguna de estas palabras: groupie, dude, foxy, groovy, hip…´

Las 33 personas de la foto —una cifra no buscada por aspiraciones cabalísticas o bíblicas, pero a la que se pueden aplicar ambas condiciones— no son el mejor elenco para hacer amigos en 1968: los primos Anette y Paul, las sobrinas Lori y Maury, la abuela Smith, el tío Lelo y Mamá Leola, la tía Jean… Ahora es posible saber quién es quién en la imagen, pero en 1968, cuando te cae el disco en las manos, ni siquiera logras dilucidar dónde están los músicos de no ser porque en el lado contrario de la carpeta  aparece otra foto.

The Band, 1968 © Elliott Landy

The Band, 1968 © Elliott Landy

Podrían ser enterradores o difuntos, pistoleros o tahúres, tienen aspecto de atemporal suficiencia y de conceder escasa importancia a la idea engañosa de lo contemporáneo. Prefieren la grandeza moral del negro a la degeneración estrambótica de la paleta de colores del hippismo y nada de lo que llevan puesto ha sido comprado en una boutique, aunque sí, quizá, pedido prestado a los padres, a quienes respetan y admiran. Han llegado a la conclusión, después de tocar en burdeles y bares que podrían ser casas de reposo pero también manicomios, de que lo moderno siempre se conjuga en pasado.

Desde la izquierda: Rick Danko (26 años), Levon Helm (28), Richard Manuel (25), Garth Hudson (31) y Robbie Robertson (25). Cuatro canadienses y un granjero de Arkansas, Helm, que se había retirado de la música para trabajar en una plataforma petrolífera del Golfo de México. Le llamaron: «Tenemos algunas canciones que sólo tú puedes cantar. Ven a las Catskills». Habían alquilado una casa de dos cuartos, un sótano y lejanía suficiente —los montes del estado de Nueva York— y querían hacer música con la revolucionaria intención de divertirse cuando el objetivo generacional era la pasarela.

Hace 45 años, estos cinco tipos, hasta ese momento solamente conocidos como músicos mercenarios —primero acompañando a Ronnie Hawkins, un rocker canalla y grasiento, y después a otro loco, un tal Bob Dylan— y a partir de ahí llamados The Band, editaron Music From Big Pink, uno de los escasos discos de los que es posible afirmar que ennoblecen al género humano, una obra que demuestra que el rock no puede viajar en limusina porque necesita un vehículo con bastante más espacio, acaso un tren de vapor poblado de negros rumiando blues, predicadores espantando al demonio con el agua bendita del góspel, vaqueros brutos capaces de pegarte un tiro y escribir una canción para contar cómo te desangraste, señoras de los Apalaches con batas floreadas y ánimo podrido, camioneros que imaginan compases en las noches infinitas de las highway

En lo que a mí respecta, es el único disco sustancial. Lo podría escuchar desde el primer café hasta el último bostezo. No concibo que tenga 45 años porque acaba de nacer.

Dado que no tengo a mano o no alcanzo a encontrar las palabras apropiadas, les propongo que opriman el play de este vídeo. Contiene el álbum completo, única prueba necesaria para sostener su grandeza.

Estamos ante un artilugio que no está sometido, como el resto de sus hermanos de añada —Electric Ladyland, We’re Only in It For The Money, Beggars Banquet, The Beatles, Waiting for the Sun, Cheap Thrills, Wheels of Fire… y toda aquella sinfonía causada por el exceso de egolatría y el LSD— a la condena irrefutable que dicta el tribunal del tiempo. Si esos álbumes huelen a arqueología y materia de reflexión universitaria, Music from Big Pink rezuma mugre y vida: es una colección de cantos marinos, baladas de lagrimeo, cuentos morales, escenas sexuales en el arroyo, letanías sobre el fardo que cargamos colectivamente hasta que nos morimos y entonces se lo pasamos a otros, lamentos y sumisiones, canciones que demuestran que la telepatía pasado-futuro existe, que las ventanas deben estar abiertas, que los abuelos son superiores a los nietos, que la serenidad puede ser un ladrido, que la textura es el único virtuosismo que merece la pena…

"Music From Big Pink" (1968)

«Music from Big Pink» (1968)

Nacido en el sótano de una casa de montaña alejada de los vértices urbanos sobre los cuales giraban las galaxias del rock vanidoso y excesivo (en el sentido nocivo) de finales de los años sesenta —Londres, San Francisco, Los Ángeles, Nueva York…—, ensayado ante una grabadora de bobinas y cuatro micrófonos baratos, tocado sin ansias de volumen ni estridencia, Music from Big Pink dejó boquiabiertos a todos por la pureza y la tensión de un manojo de piezas tocadas en círculo y sin apenas amplificación: los Beatles —por intermediación de George Harrison, que estuvo de visita en las sesiones— decidieron olvidarse de mandangas y volver a ser un grupo de rock para decirnos adiós (no es casual que Don’t Let Me Down, quizá la mejor canción de los meses finales de la banda, parezca una prolongación de los temas de The Band); Eric Clapton cortó con el proyecto megalomaníaco de Cream para volver a  la sencillez; Roger Waters acaba de declarar que Pink Floyd nunca hubieran sido quienes son sin Music from Big Pink…

The Band, en Big Pink

The Band, en Big Pink © Elliott Landy

¿Qué fue de los actores que hace 45 años editaron uno de los mejores discos de la historia saliendo de la nada?

Rick Danko, el de corazón más sensible, sufrió un grave accidente de tráfico en 1968. Padeció un abusivo dolor de espalda durante el resto de su vida. Sólo se sentía en paz cuando se picaba heroína. Murió el 10 de diciembre de 1999 mientras dormía, a los 56 años.

Richard Manuel, la voz más bella de su tiempo, se ahorcó en un motel de Winter Park (Florida) el 4 de marzo de 1986. Vivía en la depresión, era alcohólico y consumidor de heroína.

Garth Hudson, mago de los teclados y lo imprevisto, edita discos melindrosos con su mujer, Maud. Vendió la grabadora Uher con la que se gestó Music from Big Pink. a la corporación que gestiona los Hard Rock Café.

Robbie Robertson, el gran compositor y guitarrista de mano telegráfica, se dedica a las bandas sonoras de las películas de su amigo Martin Scorsese, a la exploración etnográfica de sus orígenes mohawk y a cultivar las apariencias en las fiestas de clase alta.

Levon Helm, que cantaba como un soldado agonizante en las trincheras y tocaba la batería con el cuello torcido y el ceño de un hombre enfermo, grabó un montón de discos, peleó diez años contra el cáncer, apoyó las guerras de castigo de George W. Bush y murió en 2012 a los 72 años.

Big Pink

Big Pink

Big Pink. La Casa Rosada del 2188 de Stoll Road con Parnassus Lane, West Saugerties, estado de Nueva York, escenario del milagro, sigue en pie. Es propiedad de una pareja de músicos que han montado un estudio de grabación en el sótano. No los creo cuando afirman que no hay fantasmas en la casa.

Ánxel Grove

Nuevo disco (supuestamente) pirata de Bob Dylan, el músico más pirateado

"Great White Wonder", 1969

«Great White Wonder», 1969

En inglés los llaman bootlegs, un término que nació con los bootlegers que se dedicaban al contrabando ilegal de alcohol. En español nos hemos quedado con pirata como el adjetivo calificativo para los productos culturales que no provienen de los canales de fabricación, distribución y explotación oficiales.

Los discos pirata —borrados de la faz del mundo por el aluvión digital, que incluso nos ha hurtado lo prohibido tal como lo entendíamos— fueron, sobre todo durante los años setenta y ochenta, grandes objetos de deseo. No siempre eran fáciles de encontrar, tenían precios elevados y exigían una persistente dedicación en la búsqueda.

Suele considerarse que el primer bootleg de la historia es Great White Wonder, un disco prensado y publicado en los EE UU en el verano de 1969 con ventitantas canciones —en algunas ediciones 24, en otras 26—, casi todas inéditas, de Bob Dylan. El músico había sufrido un accidente de moto en 1966 y desde entonces estaba enclaustrado. Algunos decían que no volvería a grabar; otros, que había visto a Dios y prefería ser un buen padre de familia a un roquero disoluto y los más extremos aseguraban que había muerto.

El disco, que se emitió profusamente por las radios más modernas de ambos lados del Atlántico, mereció un comunicado de la casa discográfica del autor: «Un abuso contra la integridad de un gran artista (…) Sin nuestro conocimiento ni aprobación (…) Difama a Bob Dylan y defraudará a sus seguidores (…) Nuestros abogados tomarán todas las medidas»… Un antecedente, vaya, de ese bla bla bla pro copyright que es el esperanto de nuestro tiempo.

Dylan es el artista más pirateado de la historia. Navegar por cada meandro de la base de datos Bobsboots que agrupa todas las grabaciones ilegales exige una dedicación profunda y requiere semanas. Hay centenares, quizá miles, de grabaciones no autorizadas por el músico.

Bob Dylan Walking With Top Hat, Philadelphia, 1964  © Daniel Kramer

Bob Dylan Walking With Top Hat, Philadelphia, 1964 © Daniel Kramer

Sagaz como pocos, Dylan inició en 1991 una inteligente maniobra: editar oficialmente grabaciones que hasta entonces sólo se podían encontrar en versiones pirata —las titula, en un golpe de cinismo muy apropiado a su carácter socarrón, The Bootleg Series (Las Series Pirata) cuando de extraoficiales no tienen nada—.

Desde el punto de vista musical, nada que objetar: restauración, mejora del sonido con filtraje digital antirruidos, nuevas mezclas, añadido de documentación gráfica e histórica y bastantes sorpresas inesperadas.

Desde el punto de vista del bolsillo: un robo. La política de precios tiene muy en cuenta que se trata de objetos para fanáticos dispuestos a quitarle a sus hijos la cuchara de la boca con tal de hacerse con este o aquel inédito.

Para apuntalar la condición de única persona autorizada para publicar material no autorizado, Dylan tiene en nómina a una despiadada oficina legal que rastrea Internet con tenacidad de hormigas obreras y corta por lo sano todo aquello que encuentra que no produce regalías a las arcas. Encontrar canciones del músico en YouTube, por ejemplo, es una tarea cada vez más estéril.

"Another Self Portrait " (2013)

«Another Self Portrait » (2013)

Las Bootleg Series de Dylan llegarán en unos días al volumen número diez —en realidad son siete, ya que la primera entrega contenía tres volúmenes—.

El nuevo capítulo es Another Self Portrait (1969-1971), que será editado el 27 de agosto. Son canciones encontradas recientemente, según nos dicen, en una labor de reordenación de archivos, de una de las etapas más tristes del artista, la que media entre Self Portrait (1969) —el peor disco de su carrera, etapa pentecostalista incluida— y New Morning (1971).

El producto, con óleo pintado por el cantante en la capa y notas del crítico Greil Marcus (autor de la mítica reseña de Self Portrait que condensaba en la frase inicial todo lo que era necesario saber sobre aquella pestilencia: «¿Que mierda es ésta?»), se puede reservar en la tienda online del artista. Los interesados deben empezar a ahorrar: se anuncian tres versiones que van de la proletaria de dos cedés a 18.98 dólares a la deluxe para bolsillos bien forrados, con cuatro discos y dos libretos a 99.98.

La percha informativa del nuevo disco-pirata-que-no-es-pirata de Dylan, es una pertinente excusa para dar un repaso a las entregas anteriores de la serie.

Volumes 1-3

Volumes 1-3

The Bootleg Series Volumes 1–3: Rare & Unreleased (1961–1991)

Editado en 1991, cubre treinta años y no parece diseñado teniendo en mente la serie posterior. Contiene 58 canciones, 46 de las cuales son ensayos o maquetas previas a las grabaciones, pero algunos de los temas están entre lo mejor de la carrera de Dylan, sobre todo las sesiones improvisadas de sus años bencedrínicos (1965-1967), cuando era un orate capaz de llevar a su terreno, sin instrucciones previas, a los tremendos músicos que le acompañaban.

También hay dos tomas originales que luego fueron insertadas, con muchas menos aristas, en Blood on the Tracks (1975), el disco temático sobre su cruel (por ambas partes) primer divorcio.

La canción del vídeo es mi pieza favorita. Es casi milagroso proseguir el camino de cada uno por su lado inicial a la arrasadora cohesión final.

Vol. 4

Vol. 4

The Bootleg Series, Vol 4: Bob Dylan Live 1966

Quizá se trate del disco pirata más famoso de todos los tiempos, pero fue necesario esperar a 1998 para escucharlo en condiciones y tener constancia de que aquello que presentíamos en los malos prensajes previos era cierto: nadie tocaba en 1966 tan fuerte y con tanta rabia rocker como Dylan y su grupo eléctrico —unos años después bautizados como The Band—.

El disco recoge la actuación del 17 de mayo de 1966 en el Free Trade Hall de Manchester. Hay dos partes: la acústica, con Dylan jaleado por el público inglés, y la eléctrica, donde son audibles los abucheos de la masa que no admitía el tránsito al rock and roll del cantante-miliciano de la protesta social.

Podría escucharlo cada día y cada día admirarlo.

Vol. 5

Vol. 5

The Bootleg Series, Vol 5: Bob Dylan Live 1975

Publicado en 2002, el doble disco recoge algunos momentos de la memorable Rolling Thunder Revue, la loquísima, concurrida —había por momentos 15 músicos en escena— y acelerada por la cocaína gira de Dylan como cómico de la legua por pequeños locales de los EE UU, en algunos de los cuales las actuaciones sólo era anunciadas en el último momento.

Aunque parte de la turnée está documentada en la delirante película Renaldo and Clara —culpemos al speed de la coca de las pretensiones de Dylan al creerse capaz de dirigir— y en el disco faltan muchas de las versiones que era improvisadas en cada show (mención especial: una vibrante recreación de Never Let Me Go del gran Johnny Ace), el volumen es un gran disco en directo.

Vol. 6

Vol. 6

The Bootleg Series, Vol 6: Bob Dylan Live 1964

El mayor de los patinazos de las Bootleg Series.

Publicado en 2004 presenta íntegro un concierto de Dylan, celebrado 40 años antes en el Philharmonic Hall de Nueva York.

El material es de los discos de protesta y el cantante, que ya estaba rumiando el final de la etapa, afronta las canciones con bastante aburrimiento.

Además estaba muy ciego tras haber fumado mucha marihuana antes del concierto y perdía el tono con frecuencia en medio de los temas.

Vol. 7

Vol. 7

The Bootleg Series, Vol 7: No Direction Home, The Soundtrack

Banda sonora del documental de Martin Scorsese No Direction Home (2005) a partir de centenares de horas de material grabado en cine y casi nunca publicado.

Contiene momentos inolvidables como una muy temprana grabación casera de Dylan (1959), la primera actuación eléctrica de su carrera, en el Festival de Newport de 1965, y uno de los momentos cruciales de la historia del rock: la versión de Like a Rolling Stone en Manchester en 1966, precedido por el grito acusador de un asistente («¡Judas!), la respuesta de Dylan («no te creo, eres un mentiroso»), la orden a los músicos del guitarrista Robbie Robertson («¡tocad jodidamente fuerte!») y la versión volcánica del himno.

Vol. 8

Vol. 8

The Bootleg Series, Vol 8: Tell Tale Signs

Colección de rarezas de entre 1989 y 2006, casi todas descartes de las grabaciones de los discos Oh Mercy (1989), World Gone Wrong (1993), Time Out of Mind (1997) y Modern Times (2006).

Dylan se mostró especialmente dadivoso en esta ocasión: permitió la descarga de un tema desde su web y mantuvo todo el disco en streaming durante una semana en la National Public Radio de los EE UU.

Claro que estas decisiones llegaron después del aluvión de críticas por el precio desmedido del disco: 129.99 dólares.

Vol. 9

Vol. 9

The Bootleg Series, Vol 9: The Witmark Demos: 1962-1964

En 2010 apareció la novena entrega de las Bootleg Series, 47 canciones grabadas por Dylan como demos para sus primeras empresas editoras y para intentar hacer negocio vendiendo los temas a otros artistas.

Aunque nunca fueron pensadas como material de consumo público —la producción no existe y las piezas están grabadas en directo, con Dylan (que tenía entre 20 y 22 años) tocando en solitario—, el futuro del cantante y compositor más influyente de la historia es palpable en la contenida ferocidad con que afronta algunos de los temas que se convertirían en himnos sociales y generacionales en pocos meses.

"The genuine Basement Tapes Vol. 1"

«The genuine Basement Tapes Vol. 1»

¿Tiene Dylan material en cartera para seguir echando mano del archivo? La respuesta es: desde luego.

Queda pendiente, por ejemplo, la insistentemente reclamada edición íntegra de las Basement Tapes que grabó entre abril y octubre de 1967 en su casa de campo en Woodstock con The Band. Circulan desde hace años en cinco discos [ con más de un centenar de canciones [1, 2, 3, 4, 5] y sólo una mínima porción fueron editadas oficialmente en un doble disco en 1975.

El viejo zorro tiene (aún más) material pirata para seguir haciendo negocio.

Ánxel Grove

Los mejores momentos de Mick Taylor, el ‘stone’ ninguneado

Mick Taylor, 1969

Mick Taylor, 1969

En julio de 1969 Mick Taylor —que tenía 20 años— fue recibido por los patrones Mick Jagger y Keith Richards como el remedio que necesitaban los Rolling Stones. Acababan de expulsar del grupo al guitarrista Brian Jones, el más dotado instrumentista de la banda, y la formación se había quedado coja. En algunas de las sesiones del disco que estaban grabando, Let It Bleed, el productor había tenido que llamar a un guitarrista mercenario porque Richards, efectivo con la guitarra rítmica, era un mal solista y no era capaz de dar cuerpo al sonido.

Taylor, un prodigio de técnica y sentimiento que había tocado desde los 16 en el grupo de blues de John Mayall, los dejó boquiabiertos en los primeros ensayos y entró en el grupo con naturalidad, incorporándose a las grabaciones restantes del álbum. Su guitarra puede escucharse a partir de entonces y hasta 1974 brillando en los discos de la mejor etapa de los Rolling Stones.

Foto de las sesiones de "Sticky Fingers". Desde la izquierda, Richards, Watts, Jagger, Wyman y Taylor

Foto de las sesiones de «Sticky Fingers» (1971). Desde la izquierda, Richards, Watts, Jagger, Wyman y Taylor

Querubínico, impenetrable y callado, el guitarrista fue un elemento clave en la formación, que comenzó a ser llamada, con justicia, «la mejor banda del rock and roll del planeta».

Jagger estaba encantado con los contrapuntos de guitarra que Taylor construía para jugar con la voz y Richards se sentía liberado de la responsabilidad de hacer lo que no sabía. Los dos líderes, arteros, sagaces y contrarios a que en su empresa entrase alguien que pudiera robarles gloria —como Jones, que había muerto menos de un mes después de ser expulsado del grupo—, también sabían que Taylor era dúctil y seis años más joven que ellos, es decir, inocente e incapaz de levantar la voz.

La fórmula funcionó a la perfección. Los ábumes Sticky Fingers (1971) y Exile on Main St. (1972) dejaban todo el rock de su tiempo a una gran distancia: eran discos recios, de una suciedad existencial sustentada por la vida disipada de los músicos. Las giras, titánicas pero todavía de perfil humano —sin la mercadotecnia abusiva de las décadas posteriores—, ofrecían a los asistentes una cita con la dorada música del infierno.

El noviazgo fue corto. A Taylor, que se había aficionado a la heroína impulsado, en parte, por la voracidad tóxica de Richards, lo ningunearon y, como a otros antes y después, le robaron crédito. Varias canciones en cuya composición intervino aparecieron sin su nombre en los créditos, atribuidas al tándem dictatorial. En 1973, mientras grababan It’s Only Rock’N’Roll, Richards lo expulsó del estudio: «!Taylor! Estás tocando muy alto. Eres realmente bueno en directo pero eres jodidamente inútil en el estudio. Vete, vuelve más tarde, lo que sea», le gritó con malos modos, según las biografías del grupo.

Desengañado y con deudas —los Stones le dejaron de pagar por supuesto abandono de las grabaciones de las que había sido expulsado—, Taylor se largó a Brasil de vacaciones. En diciembre de 1974 anunció que dejaba el grupo.

Taylor en su reencuentro con los Stones en 2012

Taylor en su reencuentro con los Stones en 2012

Tras su paso por los Stones, Taylor dió bandazos y siguió inyectándose heroína. Colaboró con muchos músicos (Alvin Lee, Mike Oldfield, Jack Bruce, Little Feat, Mark Knopfler, Bob Dylan…) y lo intentó como solista, pero nunca fue el mismo. Aunque el Rey Richards lo denigra como «aburrido» en su biografía, los Stones llamaron a Taylor para incorporarse a los muchos invitados con los que intentan hacer digeribles los indecentes conciertos de la gira que tienen en marcha para celebrar el medio siglo del grupo [aquí hay una grabación desde el público de una versión pobrísima de Midgnight Rambler en la que cada uno va por su lado y Taylor es el único que no pierde el hilo].

En una entrevista de hace unas semanas, Taylor declaraba que no guarda rencor y recuerda aquellos años como envueltos en una «niebla narcoléptica».

Fue el mejor guitarrista que los pomposos Jagger y Richards han tenido a sus órdenes. He compilado algunos de los mejores momentos del stone ninguneado.


Live With Me (Get Yer Ya-Ya’s Out!, 1970)
En el mejor disco en directo de los Stones, grabado durante la gira de 1969 por los EE UU, este cruce de guitarras demuestra la comunión entre Taylor y Richards cuando el momento era el correcto y el colocón no nublaba los sentidos.


Can’t You Hear Me Knocking (Sticky Fingers, 1971)
Toda buena fiesta debe incluir esta larga descarga en su lista de reproducción. A partir del minuto 4:40 Taylor se marca un solo caribe por el que Santana hubiese vendido su alma.


All Down the Line (Exile On Main St., 1972)
Taylor se coloca el cuello de botella en el dedo pulgar y demuestra que también sabía sentir el latido de Nashville y el rock sureño.


Street Fighting Man (Brussels Affair, 1973)
A partir del mínuto 2:20 el grupo entrega las riendas a Taylor, que se desmanda hacia territorios del ¡jazz! Por un momento, los Rolling Stones parecen una banda de fusión.


Time Waits for No One (It’s Only Rock’N’Roll, 1974)
Para entender por qué Jagger siempre añoró a Taylor: desde el mínuto 3:30 hasta el final la voz y la guitarra bailan enamoradas.


Sway / Moonlight Mile (Sticky Fingers, 1971)
Estas dos canciones fueron compuestas por Taylor (música) y Jagger (letra), pero aparecen registradas  como de Jagger & Richards a efectos legales y de derechos. Jagger ha admitido en numerosas entrevistas que Richards, a quien la heroína tenía tumbado, ni siquiera estaba en el estudio, donde nacieron y fueron grabadas las piezas.


Ventilator Blues (Exile On Main St., 1972)
El único tema de los Rolling Stones donde Taylor figura como coautor. Uno de los mejores y más grasientos momentos del disco más sublime del grupo.

Ánxel Grove

¿Ha sido justa la historia con los Talking Heads?

La historia —y por extensión nosotros, que la escribimos, al menos cuando nos dejan— no ha sido justa con los Talking Heads.

Eran estudiantes de diseño, es decir, tenían cierta educación reglada y quizá se comportaban y se vestían como los primeros hipsters, es verdad, pero las vestimentas y el nivel cultural no debieran ser razón para un olvido que presiento demasiado hondo e ideológico. A veces, en esto del rock, lo cazurro parece ser un don y si eres o pareces inteligente lo llevas claro.

Los coetáneos del asombroso punk y la new age neoyorquinos de finales de los años setenta circulaban por otros callejones y comían sobre otros manteles: los Ramones querían ser héroes de Marvel Comics con cazadoras de cuero, Patti Smith ejercía para convertirse en la princesita de aires nobiliarios que ha terminado siendo, Blondie eran una broma plástica formulada desde el despacho de cupcakes que los estadounidenses igualan al paraíso…

Desde la izquierda, David Byrne, Chris Frantz, Tina Weymouth y Jerry Harrison

Desde la izquierda, David Byrne, Chris Frantz, Tina Weymouth y Jerry Harrison

Los Talking Heads, ajenos a la reformulación que tanto gusta al rock y su público más consolador —siempre buscando al nuevo Elvis, al nuevo Dylan—, cantaban sobre la soledad contemporánea: sus protagonistas son niños-burbuja a los que hace daño el mero contacto con el aire, y no estaban interesados en los compases cuatro por cuatro del rock. Fueron el primer grupo postmoderno, con niveles de lectura superpuestos, y preferían como referencia el minimalismo conceptualista de Philip Glass, el afrobeat nigeriano o la dislocada pasión polirrítmica del funk.

La discografía del cuarteto es concisa: ocho álbumes de estudio y dos discos en directo entre 1977 y 1988. Los tres discos que grabaron en colaboración con el alquimista Brian Eno (algo más que un productor: una especie de gurú sin método que prefiere sugerir caminos a indicarlos) —More Songs About Building and Food (1978), Fear of Music (1979) y Remain in Light (1980)— son todavía hoy pasmosos y modernos.

Acaso lastrados por la pasión arty que tan pocos amigos tiene entre los roquistas más intransigentes —¡a quién le importa que un grupo encargue una cubierta a Robert Rauschenberg y, después de todo, ¿quién demonios es ese señor?!—, tengo la impresión de que no hemos sido justos con los Talking Heads, un grupo que te hacía bailar, temblar y pensar.

Ánxel Grove

Talking Heads – Psycho Killer (B-Side) ft Arthur Russell by Dazed Digital

El fotógrafo que inventó a Brigitte Bardot

Mala actriz pero adorable criatura, Brigitte Bardot, aunque todavía reside entre nosotros —cumple 79 años en septiembre—, habita desde hace décadas en el panteón de la antropología social: fue uno de los mitos del siglo XX y uno de los símbolos sexuales más potentes de la contemporaneidad.

Pícara, perfecta, dulce pero con una señal de alto voltaje en los labios y las curvas, fue una de las gatitas más deseadas y su imagen —casi siempre en corsé u otras prendas de ropa interior— humedece la cultura popular: popularizó el biquini; escandalizó al mundo desde la pantalla con fuego de nivel intermedio —quemaba pero no ardía, prometía pero no regalaba—; los Beatles la tentaron para que actuase en sus películas porque la idolatraban unánimemente George Harrison, Paul McCartney y John Lennon —que la conocería en persona en 1968, aunque tuvo la ocurrencia de tomarse un LSD antes y se portó como un alelado zombie ante la diosa—; aparece citada en el cancionero de Bob Dylan —que  antes había compuesto su primera canción adolescente como declaración de amor a la actriz—; en Francia se vendían más postales de BB semidesnuda que de la Torre Eiffel…

Pese a sus últimas salidas de tono integristas —de la defensa animal como único norte espiritual ha pasado, sin pausa, a una no menos irracional islamofobia (ha sido multada cinco veces por incitar al odio racial)—, BB podría ser una quimera, una habitante con derecho pleno de la fábula colectiva en la que residimos.

El hombre que la construyó, quien hizo que la jovencilla aspirante a actriz y cantante se convirtiera en una bomba sensual, es el autor de las imágenes que abren esta entrada, Sam Lévin (1904-1992), un fotógrafo condenado al injusto olvido de quienes trabajan con fines promocionales, ajenos a la necedad de las pretensiones.

Nacido en Ucrania y emigrado a París cuando era niño, Lévin fue el creador de todas las estampas de la edad de oro del cine francés. Entre 1950 y 1970 retrató a unas seis mil personas en su estudio de la capital francesa. Eran fotos perfectas, iluminadas con maestría y de impacto inmediato. De eso se trataba: la mayoría de las imágenes se imprimían en tarjetas postales para regalar o poner a la venta: se trataba de productos sin otra pretensión que propagar la imagen de los actores y actrices, convertirlos en materia popular. Andy Warhol hizo lo mismo, y con bastante peor maña, y le llaman artista.

Las fotos de Lévin, que nunca se han expuesto en condiciones, son retratos comparables en elegancia a los de Cecil Beaton; en glamour, a los de de Lillian Bassman; en modernidad, a los de Norman Parkinson… Patentó un estilo chic de colores alborotados, sexualidad animal y cierto aire naíf que merece un destino distinto al coleccionismo de estampas.

Ánxel Grove

Muere el editor de la primera revista que tomó en serio al rock

Paul Williams (1948-2013)

Paul Williams (1948-2013)

Ha muerto Paul Williams. Tenía 64 años y era periodista.

¿Importa que muera un periodista en una época en que cualquiera aspira a serlo mediante el cacareo social entre sus amistades virtuales?

Empezaré de nuevo: ha muerto Paul Williams, editor de la primera revista temática dedicada a la música rock desde una perspectiva seria, es decir, ajena a la idea de producción comercial y al sonido de cajas registradoras.

¿Importa que muera un editor independiente en un tiempo en que cualquiera se siente con derecho a serlo porque escribe entradas en una bitácora?

Si la audacia y el amor son todavía valores vivos, debería importarnos.

Cubiertas de Crawdaddy!

Cubiertas de Crawdaddy!

Williams era un estudiante universitario del liberal Swarthmore Collegue, cerca de Filadelfia. Tenía 17 años, había nacido en Boston y le gustaban la ciencia ficción y la música de su tiempo. Sentía que el rock se estaba convirtiendo en una forma expresiva compleja, artística y con suficiente cuerpo y público como para merecer más atención de los medios de comunicación y, sobre todo, una aproximación crítica rigurosa, similar a la que reciben otras expresiones artísticas y culturales.

Sin más ayuda que una ilusión infinita ni mayor pretensión que escribir sobre el motivo de su pasión editó, en febrero de 1966, el primer ejemplar de Crawdaddy! —bautizada en honor a la mítica sala de conciertos del mismo nombre de Surrey (Reino Unido) donde tocaban todos los grupos ingleses de los años sesenta y debutaron los Rolling Stones—. Williams escribió todo el ejemplar e imprimió las copias en el mimeógrafo de la universidad. El editorial señalaba:

Tienes en un tus manos la primera revista de crítica de rock and roll. Crawdaddy! no publicará pin-ups ni noticias de agencia: la esencia de esta revista serán los artículos inteligentes sobre música pop.

Paul Williams en los primeros años de Crawdaddy!

Paul Williams en los primeros años de Crawdaddy!

La revista, casi un año y medio más joven que la publicación de la mafia hippie de San Francisco Rolling Stone —que suele llevarse los honores de ser la primera—, consiguió el milagro de mantenerse y ser fiel a las intenciones editoriales. De protofanzine pasó a publicación como dios manda, con nómina de colaboradores pagados —entre ellos el escritor William Burroughs y el activista yippie Abbie Hoffman— y distribución basada en las subscripciones y envío por correo. Para consolidarla, Williams se dedicó a remitir ejemplares a todo cuanto músico estimaba y, para pasmo del sector periodístico serio, Bob Dylan concedió una entrevista exclusiva a Crawdaddy!. ¿Resultado? En tres años la circulación era de 250.000 ejemplares y ningún músico rechazaba una llamada.

No fue el único ejemplo de la visión de Williams: en 1972, mucho antes de que el resto del mundo se enterara, su revista publicó el primer reportaje amplio sobre un músico que empezaba, un tal Bruce Springsteen. El resto del sector de los media se enteró de la grandeza del Boss años más tarde.

Paul Williams escucha música en el hospital

Paul Williams escucha música en el hospital

Autor de más de una veintena de libros —entre ellos una muy bien documentada trilogía sobre Dylan, considerada una de las obras de referencia biográfica inexcusables sobre el artista [está editada en español]— y amigo personal y responsable del renacer público del autor de ciencia ficción Philip K. Dick, al que empujó a abandonar la reclusión y regresar a la escritura en 1975, Williams era admitido en todos los círculos porque amaba lo que hacía y carecía de los intereses ocultos de los periodistas mainstream. No era complaciente pero tampoco buscaba el escándalo y amaba al rock más allá de toda duda.

Pero el dinámico Wiliams tuvo mala suerte con la vida. A consecuencia de un accidente de bicicleta en 1995, sufrió una grave lesión cerebral que derivó en demencia. Sus últimos años fueron hospitalarios y de desconexión creciente con el mundo. Su segunda esposa, la cantautora anti-folk Cindy Lee Berryhill, le cuidó y reunió dinero para pagar a los médicos. Contó la experiencia en el blog Amado extraño, una crónica de amor, espanto y desolación, a partrir del cual sabemos que, pese a los ataques de agresividad, la descordinación vital y la existencia en el umbral de la locura, Williams se calmaba escuchando música.

En alguna ocasión alguien preguntó a este íntegro periodista cómo era capaz de seguir escribiendo con pasión sobre rock sin perder el empuje. «Pienso en la gente que me leerá en el futuro», contestó Williams.

Ánxel Grove

Canonizan como catalán al sin patria Roberto Bolaño

Con algunas fotos padeces. Es el caso. Padeces por los trenes no elegidos, por los trenes perdidos y por los trenes que se estrellaron contra la vida. Padeces porque preferiste el trato con otros navajeros, con otros sueños, que además has perdido por la incontinencia de la ruptura con todo y los sabrosos manjares del cinismo. Padeces, en fin, por no haber estado allí y, sobre todo, por no poder seguir estando.

El muchacho de las greñas —que ya debía andar por la treintena, pero algún bondadoso veneno de aquellos tiempos convertía a los treintañeros en adolescentes y a los adolescentes en ancianos— es Roberto Bolaño, de cuya muerte hospitalaria en espera de un hígado se cumplirán en unos meses diez años. ¿Cómo olvidarlo? Un maldito martes sofocante de julio de 2003, año de la cabra y de un terremoto de 7,6 grados en Colima, donde quizá Bolaño comió en sus años mexicanos cangrejo a la diabla y bebió zumo de coco fermentado para perder todos los trenes con matemática precisión

Roberto Bolaño, Girona, 1981 © Hereus de Roberto Bolaño

Roberto Bolaño, Girona, 1981 © Hereus de Roberto Bolaño

Las fotos —aprovecho para hacer constar, que luego vienen los líos, que todas tienen este copyright: © Hereus de Roberto Bolaño— son de la exposición Arxiu Bolaño, 1977-2003, inaugurada hace dos días en el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona (CCCB) para demostrar dos cosas. Primera, que Bolaño, pese a lo que sus lectores sabemos (ácrata, antinacionalista, dinamitero de los nichos fronterizos y revelador de la bastardía de todas las patrias, porque sólo somos nacionales del camino, las bibliotecas y la errancia), era catalán.

No lo dicen así, a la brava, lo que tendría su gracia hooligan mosso d’escuadra, pero lo dejan claro: era catalán by heart, catalá de cor, vaya, porque en Cataluña empezó a escribir, actividad que, como sabemos, es muy tenida en cuenta por los negociados que se dedican a tramitar ciudadanías, sobre todo cuando el interesado es un notable y descansa en el cementerio.

Segunda, que hay derechos de autor para rato. Carolina López, la viuda del escritor y representante de sus herederos (por lo que sé, ella misma y los dos hijos de la pareja), escribe un revelador y detallado memorando en la nota de prensa que distribuye el museo: «Cabe advertir que de las 14.374 páginas que componen el apartado de originales, las inéditas incluyen 26 cuentos, cuatro novelas, poesías, borradores, cartas y escritos de vida. Por otra parte, en formato electrónico, de un total de 24.000 páginas los inéditos representan unas 300 páginas: 200 de narrativa y 100 de poesía».

¿Se han dado cuenta de las dos primeros términos del entrecomillado? «Cabe advertir». Ninguna palabra, eso también nos lo enseñó Bolaño, es inocente. Advertir es un verbo caliente (llamar la atención, aconsejar, amenazar…), tan caliente como el cangrejo a la diabla.

¿Bolaño como avatar de Jimi Hendrix, sometido de aquí a la eternidad a las versiones alternativas y los recortes? Quizá no debiera encerrar la frase entre interrogantes.

Roberto Bolaño a l’estudi del carrer Tallers Barcelona, c. 1979 © Hereus de Roberto Bolaño

Roberto Bolaño a l’estudi del carrer Tallers, Barcelona, c. 1979 © Hereus de Roberto Bolaño

A Bolaño le gustaban de verdad los temibles Suicide y Elvis Presley. En la última entrevista —no publicada por El Punt Avuí sino por la edición mexicana de Playboy—, le preguntaron:

— ¿John Lennon, Lady Di o Elvis Presley?
— The Pogues. O Suicide. O Bob Dylan. Pero, bueno, no nos hagamos los remilgados: Elvis forever. Elvis con una chapa de sheriff conduciendo un Mustang y atiborrándose de pastillas, y con su voz de oro.

También le preguntaron sobre la patria y se reafirmó en que conviene colocar bajo las vías del tren esos paroxismos.

— ¿Usted es chileno, español o mexicano?
— Soy latinoamericano.
— ¿Qué es la patria para usted?
— Lamento darte una respuesta más bien cursi. Mi única patria son mis dos hijos, Lautaro y Alexandra. Y tal vez, pero en segundo plano, algunos instantes, algunas calles, algunos rostros o escenas o libros que están dentro de mí y que algún día olvidaré, que es lo mejor que uno puede hacer con la patria.

Estas declaraciones no son mencionadas, por supuesto, en la ceremonia de canonización catalana de Robert Bolaño.

Tampoco aparece en las jaculatorias la contundente y navajera definición del nacionalismo que Bolaño pronunció, con parada intermedia en la obra de su querido Nicanor Parra (otro ácrata), en la conferencia El exilio y la literatura: «La segunda enseñanza del poema de Parra es que el nacionalismo es nefasto y cae por su propio peso, no sé si se entenderá el término caer por su propio peso, imaginaos una estatua hecha de mierda que se hunde lentamente en el desierto, bueno, eso es caer por su propio peso».

Vine a hablar de fotos y termino encochinado con el patrioterismo, la cosa chetnik…, lo siento.

Con algunas fotos padeces, decía. Me gustaría poder visitar la exposición de Barcelona; leer los despachos de prensa que Bolaño recortaba y atesoraba («Un poeta chileno ha sido muerto de hambre por su mujer», «Seis niños atraviesan el desierto en busca de cariño y de fútbol», destaca un cronista); saber de su iracunda felicidad en las décadas de mierda de neón e incubación de héroes miserables que nos tocaron; verlo en los vídeos manejando cigarrillos suicidas con el arte de un esgrimista y, al salir del CCCB —donde sólo la última letra te separa del territorio gulag de Stalin—, escribir en una bandera, cualquiera de ellas: «déjenlo todo, nuevamente. Láncense a los caminos»

Ánxel Grove

Literatura para enamorados 2 Manuscrit de Roberto Bolaño, juny 1979 Arxiu 24 – 121 © Hereus de Roberto Bolaño

Literatura para enamorados 2 – Manuscrit de Roberto Bolaño, juny 1979. Arxiu 24 – 121 © Hereus de Roberto Bolaño

Diorama / cuaderno primero  Manuscrit inèdit de Roberto Bolaño Arxiu 23 – 115 © Hereus de Roberto Bolaño

Diorama / cuaderno primero – Manuscrit inèdit de Roberto Bolaño. Arxiu 23 – 115 © Hereus de Roberto Bolaño

El Tercer Reich, mapa Manuscrit de Roberto Bolaño, 1986 Arxiu 17 – 83 © Hereus de Roberto Bolaño

El Tercer Reich, mapa – Manuscrit de Roberto Bolaño, 1986. Arxiu 17 – 83 © Hereus de Roberto Bolaño

Narraciones Manuscrit de Roberto Bolaño, 1980 Arxiu 18 – 94 © Hereus de Roberto Bolaño

Narraciones – Manuscrit de Roberto Bolaño, 1980. Arxiu 18 – 94 © Hereus de Roberto Bolaño

 

Kevin Ayers en Madrid en marzo de 1975 y con entrada falsa

Kevin Ayers. Madrid, 1975 (Foto: Jorge Dragón)

Kevin Ayers. Madrid, 1975 (Foto: Jorge Dragón)

Marzo de 1975, balanceándonos borrachos en calles no tan sucias como las de ahora. Pequeños, nada sobrios, pálidos casi siempre, desabrochados, arriando la petulancia del humo y las incógnitas con aristocracia plebeya.

En el teatro Monumental, que ahora sirve de plató para los shows de TVE, actuaba Kevin Ayers, dragón de marfil, chaleco birmano, pantalón de lino blanco… Era insólito ver un ombligo de hombre.

Falsificábamos entradas para aquellos conciertos: comprábamos talonarios en blanco en la sección de papelería de El Corte Inglés y dibujábamos el ticket con bolígrafo negro basándonos en la única entrada legal que nos daba la gana de pagar. El código de barras no existía y el control en la puerta era tan cándido como nosotros.

Hambrientos, hambrientos casi siempre y con ganas de escribir el futuro en presente.

Kevin Ayers vivía entonces en Deià , en Mallorca, donde algunos magos, al mando de Robert Graves, veneraban a la Diosa Blanca, “la hermana del espejismo y del eco”.

Anuncio del concierto

Anuncio del concierto

El concierto fue familiar, recuerdo que me senté en la platea, a la izquierda del escenario. La foto la hizo Jorge Dragón, uno de los nuestros.

Ayers empezó con May I (no tienes que decir nada / eres una canción sin voz) y acabó con Stranger in blue suede shoes (cada regla ha sido dictada para romperla). También tocó Colores para Dolores, Song for Insane Times y, claro, Whatevershebringswesing (canto para la isla / que canta en tu mente).

Ollie Halsall era el guitarrista. Bebían champán, honraban un afrancesamiento antiguo. Creí ver, fugaz, la sombra de Arturito Rimbaud entre el público.

Casi diez años más tarde entrevisté a Ayers en Santiago: tocaba en un show de la televisión autonómica y todavía estaba borracho, pero había cambiado Deià por un pueblo en el Pirineo francés. Cenamos en un mesón barato, pero el Rioja era caro.

Carpeta de  "June 1, 1974". Desde arriba, Brian Eno, Nico, Ayers y John Cale

Carpeta de «June 1, 1974». Desde arriba, Brian Eno, Nico, Ayers y John Cale

Hablamos de la gente con la que había vivido y fabricado música cuando era uno de los ángeles: Robert Wyatt y Daevid Allen (sus compañeros en los años patafísicos de Soft Mahine), Elton John, Brian Eno, Nico, John Cale, Mike Olfield, Syd Barrett…

Estaba cansado. Dijo: “Los vientos no oyen, el cielo no nos asiste”. Dijo: «No tuve ningún problema entre los 17 y los 40, lo malo es que no sé qué demonios hacer con el resto de mi vida«.

Mientras tanto, Ollie sonreía. Era uno de los mejores guitarristas de su generación, pero nunca le reconocieron el mérito más que dos docenas de incondicionales. Volví a encontrarle, a Ollie, entre el público de un macro concierto de Bruce Springsteen en el estadio Vicente Calderón de Madrid:

— Hola, Ollie, ¿te acuerdas de mí?

No me recordaba. Los periodistas consideramos que somos algo más que maquinaria.

Ollie Halsall murió  a los 43 años, en Madrid, en 1992: un ataque al corazón tras un pico de heroína en una localización que no admitía la duda: calle de la Amargura, número 13.

Kevin Ayers, 1977

Kevin Ayers, 1977

Hasta aquí he repetido lo que escribí en un antiguo blog que clausuré hace años por temor al ridículo. Porque hay algo de falsedad en ese temor, conservé el texto.

La semana pasada murió Kevin Ayers, a los 68, mientras dormía en su casa del pueblo francés de Montolieu, una esplendorosa villa medieval poblada por librerías e imprentas. Los roqueros de antes son dados a este tipo de nostalgias: los libros, el champán, la poesía…

Me siento un poco más solo. Como siempre, Bob Dylan lo dijo antes y mejor: No está oscuro / pero casi.

Ánxel Grove

Jimi Hendrix, cuatro años de carrera que duran una eternidad

Jimi Hendrix (1942-1970)

Jimi Hendrix (1942-1970)

Jimi Hendrix, el arrancador de sonidos nunca antes escuchados en una guitarra, saqueaba los tesoros de su Fender Stratocaster con manos enormes como palas. Le había dado la vuelta a un instrumento de diestros porque era zurdo: le cambió las cuerdas de orden y listo.

En sólo cuatro años se consagró como uno de los mejores guitarristas de todos los tiempos, sigue siendo venerado por adolescentes y mayores con una ciega fe cercana a la santidad. El negocio sigue creciendo cuanto más tiempo pasa: los herederos son famosos por sus continuos pleitos por los réditos y han montado un holding (Experience Hendrix LLC) cuya directora ejecutiva es una medio hermana del músico. Sacar dinero del pariente muerto es una tentación demasiado fuerte frente a labrarse un futuro propio: el siguiente eslabón de la cadena de ganancias será People, Hell and Angels, un disco anunciado para el 4 de marzo de 2013 con 12 temas que llaman inéditos (lo serán por las tomas de estudio, porque las canciones ya las conocemos), grabados por Hendrix con la mente puesta en el disco que iba a sacar cuando murió ahogado en su vómito, incapaz de cambiar de postura tras una sobredosis de barbitúricos.

En el 70º aniversario de James Marshall Hendrix (1942-1970) nos quedamos con la esencia, repasamos los únicos cuatro discos que editó en vida y el que dejó encarrilado pero inacabado. En la selección quedan fuera la montaña de álbumes póstumos, tomas alternativas, grandes éxitos, directos y grabaciones pirata que crecen como setas desde la muerte del artista a los 27 años.

La edición  británica y la estadounidense de 'Are you experienced'

La edición británica y la estadounidense de ‘Are you experienced’

1. Are You Experienced (1967). El grupo de laboratorio. Chas Chandler conoció a Hendrix cuando los Animals daban su última gira por los EE UU en 1966. Lo vio tocando un club de Nueva York con el nombre de Jimmy James y, convencido del talento del guitarrista de 24 años, le propuso viajar a Inglaterra con él.

El exbajista de los Animals se convirtió en mánager y productor de la Jimi Hendrix Experience, un grupo artificial que le daría empaque al líder para triunfar en el Reino Unido. Chandler escogió al guitarrista Noel Redding (1945-2003) como bajista de la banda y al batería Mitch Mitchell, dos músicos ingleses con experiencia pero sin una carrera sólida.

El disco (editado en mayo) se grabó en cinco meses, en medio de la gira por Inglaterra que los lanzaba como grupo y en la que presentaban tres singles: HeyJoe /Stone Free, Purple Haze /51st Anniversary y The Wind Cries Mary /Highway Chile; aprovechando al máximo los días sin actuaciones y en tres estudios diferentes. Are you Experienced sin embargo es un disco sólido que da sensación de unidad. Lleno de riffs explosivos, solos distorsionados, mezclas y sobremezclas, canciones como Foxy Lady, Manic Depression o Fire comenzaban a crear un paisaje de sonidos que Hendrix desarrollaría en los siguientes años.

Alcanzó el número dos de las listas británicas por detrás de Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band, de los Beatles. En los EE UU comenzaron tímidamente a fijarse en Hendrix y en verano la banda tocó en el Monterey Pop Festival, en California. Fue la presentación en sociedad del músico, que quemó su guitarra al acabar la actuación.

Axis: Bold as love

Axis: Bold as love

2. Axis: Bold as Love (1968). «Aviones atravesando tus membranas y cromosomas». El éxito presionó al grupo para darse prisa en grabar otro disco, pero también funcionó para que el artista se diera cuenta de su capacidad como compositor y letrista, dos roles que había asumido como absoluto novato en Are you experienced.

En las sesiones de grabación se mostraba perfeccionista hasta la desesperación de Redding, Mitchell, el productor Chandler y los técnicos de los estudios Olympic de Londres. Todo ese empeño contrastaba con el caos vital: cuando la mitad del disco estaba terminado, Hendrix llevó los másteres a una fiesta y se los dejó en el taxi en el que volvía a casa. No aparecieron y hubo que mezclar el material a toda prisa otra vez.

Spanish Castle Magic (un homenaje al Spanish Castle, un club en el sur de Seattle que ciertamente se parecía a un castillo español y en el que tocó como músico para otras bandas) y la mística Little Wing (inspirada en sus impresiones tras el festival de Monterey y en la que usó un amplificador Leslie pensado para órgano eléctrico) eran casi las únicas canciones que la Experience tocaba en directo. El resto era demasiado complejo y no estaba pensado para los escenarios.

En una entrevista para un profesor universitario que investigaba sobre los aspectos sociales del rock del momento,  Hendrix describía así los nuevos sonidos de Axis, refiriéndose en particular a la canción que titula el disco: «Suena como si unos aviones atravesaran tus membranas y cromosomas (…) No queríamos usar cintas de aviones, queríamos que la música misma se adaptara».

Portada inglesa (desplegable) y portada estadounidense de 'Electric Ladyland'

Portada inglesa (desplegable) y portada estadounidense de ‘Electric Ladyland’

3. Electric Ladyland (1968). El caos. En la grabación del último disco de la Jimi Hendrix Experience la tensión crecía entre la estrella, su mánager y productor Chas Chandler y Noel Redding, que desde el disco anterior clamaba por ser reconocido como algo más que un mercenario, tanto en lo monetario y en lo artístico.

Hendrix llevaba a amigos y conocidos a las sesiones, que se alargaban y carecían de la disciplina necesaria para que el proyecto avanzara con normalidad. Chandler renunció y el guitarrista quedó al mando de la producción.

The Jimi Hendrix Experience

La Jimi Hendrix Experience en 1967

Las colaboraciones con músicos invitados al estudio se convertían en improvisaciones eternas que terminaban lejos de la canción en la que se trabajaba y Redding (que añoraba la visión simplista del comienzo de la banda) veía en las marañas electrónicas y los nuevos ruidos que el caos se apoderaba del disco. La relación empeoró cuando los invitados empezaron a apoderarse del bajo e incluso el propio Hendrix tocó el instrumento en algunas de las canciones.

Antes de terminar un tema, se apresuraba a empezar con otro. El abandono de Chandler dio pie a que se acumularan las cintas con una misma pieza grabada sin que nadie frenara los impulsos entusiastas de la estrella desbocada. Mike Jeffery (más interesado en el dinero que generaba el guitarrista que en la música) se convirtió en el nuevo agente y lo obligó a salir de gira para poder terminar la ruinosa grabación.

El resultado es un álbum de sonido pesado. Voodoo Child (Slight Return), Crosstown Traffic y la versión de All Along the Watchtower, de Bob Dylan, engrandecen un digno doble elepé con colaboraciones de Al Kooper (inolvidable organista de Dylan) Steve Winwood (de Traffic) y Jack Casady (bajista de Jefferson Airplane) entre los muchos que pasaron por allí. Otras canciones como Rainy Day, Dream Away o 1983… (A Merman I Should Turn to Be) reflejan el carácter de improvisación interminable que atacó a Electric Ladyland: el último disco de estudio que se editó con el músico en vida.

Hendrix con Billi Cox y Buddy Miles

Hendrix con Billi Cox y Buddy Miles

4. Band of Gypsys (1970). Sin la Experience. El único álbum en directo que publicó Hendrix es para muchos la única muestra de negritud del artista (cuyos ancestros eran pura mezcla, parte cherokee y parte irlandesa). Hendrix recibió durante su carrera amenazas de los Panteras Negras por considerar que renegaba de sus raíces y que era un vendido a los blancos. Si bien es cierto que todos los discos supuran blues y jazz en las mil maneras que tiene de acercarse a los estilos, Band of Gypsys es ciertamente el más cercano al rythm and blues y al funk. Además, tuvo por fin el privilegio de elegir a los músicos con los que tocó: el batería Buddy Miles —que escribe y canta dos de los seis temas— y el bajista Billy Cox. Noel Redding había dejado la Experience tras el accidentado Electric Ladyland y Mitch Mitchell también se unió al nuevo proyecto de Band of Gypsys.

Grabado en el Fillmore East de Nueva York en cuatro conciertos celebrados entre la noche de fin de año de 1969 y el día de año nuevo de 1970, la jhoya del disco es Machine Gun, dedicada a «los soldados que luchan en Chicago y Milwaukee y New York… ¡Ah, sí! Y a todos los soldados que luchan en Vietnam», en referencia a la violencia dentro y fuera de los Estados Unidos. La pieza es un ejercicio de tensión entre Hendrix y la guitarra que combina el encuentro sexual con la protesta antibélica.

'The Cry of Love'

‘The Cry of Love’

5. The Cry of Love (1971). Sin Jimi. Los últimos meses de Hendrix fueron inspiradores, pero también frustrantes. Estaba cansado de la obligación tácita de tener que tocar en cada concierto los grandes éxitos de la Experience, que le sonaban lejanos y de poco interés a pesar de haberlos compuesto hacía poco más de tres años. Otra de sus lacras personales era la demanda del público de sus números circenses: tocar con los dientes o con los brazos en la espalda, quemar la guitarra… Quería dejar atrás las acrobacias pero también temía que no quisieran otra cosa de él.

En la primavera de 1970 empezó a grabar de nuevo. Pronto tuvo tanto material que comenzó a pensar en un álbum doble al que llamaría First Rays of the New Rising Sun. Angel, Astro Man, Drifting y Belly Button Window estaban en la lista. También Dolly Dagger, dedicada a una de sus novias-groupie, Devon Wilson, que en una fiesta, tras sufrir Mick Jagger una herida en un dedo, le chupó la sangre con naturalidad.

Hendrix y su Stratocaster

Hendrix y su Stratocaster

Cuando Jimi Hendrix murió el 18 de septiembre de 1970, ultimaba los detalles del nuevo disco, pero aún quedaban muchas incógnitas abiertas, entre ellas la selección de material. Tenía tantas canciones que muchas seguramente iban a quedar fuera o, tal vez, serían reformadas de arriba a abajo en un último arranque de perfeccionismo.

Entre sus conocidos y amigos, algunos señalan que se sentía asediado por problemas legales y personales; otros, que físicamente parecía débil; los hay que dicen que estaba ansioso por seguir nuevas sendas. El cinco de septiembre declaraba a la revista Melody Maker que quería «una gran banda» para «pintar cuadros de la Tierra y del espacio, para que quien escuchar pueda transportarse a cualquier lugar».

First Rays of the New Rising Sun quedó colgando y fueron el productor Eddie Kramer y Mitch Mitchell quienes, tras la muerte de la estrella, tomaron las riendas del proyecto: «Traté de pensar en lo que él hubiera hecho, o en lo que hubiera querido, una tarea muy difícil», confesó el batería más tarde, reconociendo cierta arbitrariedad a la hora de completar lo que Hendrix dejó inacabado.

The Cry of Love es un disco sencillo por exigencia de la discográfica, que no iba a desaprovechar el tirón de las necrológicas con un doble álbum. El conjunto de canciones suena como el inicio de una nueva trayectoria que Hendrix iba a desarrollar en los siguientes años.

Helena Celdrán