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El Harry Ransom Center, un archivo para morirse dentro

Sede del Harry Ransom Center - Foto: Harry Ransom Center

Sede del Harry Ransom Center – Foto: Harry Ransom Center

Nunca te preguntan dónde quieres morir. No lo hacen por razones grotescas —piensan quizá que nombrar la muerte es acortar en un paso la distancia de un encuentro inevitable—, formales —al igual que no se debe hablar del dinero que ganas por ser esclavo, tampoco debes hacerlo de los gusanos que te esperan— o de puro método neoliberal —¿para qué preguntar algo que a nadie beneficia?—.

Para que quede constancia, anoto el lugar en el que, de ser posible el aplazamiento con métodos, digamos, químicos, y siempre que alguien pague mi último viaje —no tengo en las alforjas ningún fondo para imprevistos—, deseo morir.

Esta es la dirección:

Harry Ransom Center
The University of Texas at Austin
300 West 21st Street
Austin, Texas 78712
Estados Unidos

Para quien no sepa andar por el mundo sin un guía electrónico, el lugar está aquí.

Para quien considere que esto es una broma, una cita del único Dios en el que todavía creo, Bob Dylan:

La muerte no llama a la puerta. Está ahí, presente en la mañana cuando te despiertas. ¿Te has cortado alguna vez las uñas o el pelo? Entonces ya tienes la experiencia de la muerte.

Nota necesaria: si me duele más allá del aullido, si no soy capaz de valerme, si araño la indignidad de ser una vergüenza biológica, me importa un bledo el Harry Ransom Center. En ese caso, opten por la eutanasia. Es el último favor que reclamo, lo juro.
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Una beca de la Universidad de Harvard honra el arte poético del rapero Nas

Nas (Foto: Danny Clinch)

Nas (Foto: Danny Clinch)

El tipo de la foto —tomada para promocionar el muy reciente documental Time is Illmatic, que este año inauguró el TriBeCa Film Festival (la respuesta del vecino Robert De Niro al efecto negativo del 11-s sobre el barrio)— se adentra en Queensbridge, el mayor desarrollo inmobiliario de los EE UU de viviendas sociales (projects como los mundializados por la serie The Wire). Hay cierta duda en el gesto, cierta levedad en las pisadas de las botas de cordones desatados… Quien crece en un lugar como Queensbridge desarrolla modales silenciosos. Debes ser discreto al entrar en la jungla.

El ciudadano del paso taciturno se llama Nasir bin Olu Dara Jones y en septiembre cumplirá 41 años. El alias artístico que utiliza desde 1991 es menos complejo y también menos resonante, menos político: Nas.

Es el único rapero al que una universidad, y no una del montón sino la muy selecta de Harvard —la de mayor presupuesto del planeta, la factoría académica de los rulers del mundo (Obama, JFK, Netanyahu, Salinas de Gortari, Felipe Calderón…)—, ha consagrado con una beca que honra su ars poética. El hijo de Queensbridge, que dejó las aulas a los 13 años para licenciarse en los programas académicos que se imparten sobre el asfalto, en aulas sin pupitres a las que debes entrar con los cordones de las botas desatados de todo elitismo, da nombre desde 2013 a la Nasir Jones Hiphop Fellowhsip.

Las ayudas, que serán concedidas a estudiantes universitarios que quieran analizar o investigar la «habilidad creativa excepcional» de los artistas de hip-hop, dan bastante asco —son migajas: volver a Henry James o David Foster Wallace siempre tendrá más salida— y no pueden sacudirse el tufo de la corrección falsamente igualitaria que impera en los EE UU: las becas Nas están refugiadas en el mismo nicho universitario que los estudios afroamericanos, esa toma de corriente para retroalimentar a las élites que quieren residir en Harvard desde las primeras espinillas, durante los años departamentales de sopa boba y hasta la jubilación.

Nas, en torno a 1991

Nas, en torno a 1991

No me parece bien que un artista como Nas, segregado desde la cuna, hijo de un project y amigo de chavales asesinados en las calles —como su colega de infancia e inspirador Willy Ill Will Graham, muerto a tiros en 1992—, es decir, uno de los proletarios, los sin nada, consienta la pretensión de Harvard de decorar al hip hop con birrete y toga. No le perdono la traición: como tampoco le perdono que se dedique a maldecir la marihuana y participe mientras tanto y a cambio de millones en campañas de publicidad del muy hiphopero coñac Hennessy.

Salvadas las incongruencias, con las que conviene ser tolerante porque a todos nos mojan en el chaparrón cotidiano, hay en el beneplácito de Harvard a Nas un emocionante triunfo, que jamás se daría, por ejemplo, en ninguna universidad española, donde ni siquiera el viejo rock and roll es admitido como materia de estudio salvo en excepcionales casos. ¿Cómo van a aceptar los profesores de Literatura Inglesa hispanos la potencia literaria —o metaliteraria, como gustan decir ahora— de cualquier forma de manifestación musical del siglo XX posterior al jazz si solamente empezaron a conocer a David Foster Wallace anteayer y tras un mediático suicidio?

Nas y su padre, el músico de jazz y blues Olu Dara

Nas y su padre, el músico de jazz y blues Olu Dara

Si algo es notable en el arte del muchacho del project desde su primer disco, el crucial Illmatic, que este año cumple veinte y el músico está interpretando en su integridad en una serie de conciertos especiales [el 7 de julio toca en el festival Ibiza Rocks], es la capacidad literaria de moldeo de las palabras como si fuesen materia líquida, las rimas desordenadas y el carácter conversacional con que Nas dice las letras —liberándolas del tono de púlpito que en ocasiones lleva el hip hop al terreno de la jaculatoria—.

En el libro Book of Rhymes: the Poetics of Hip Hop —no está traducido al español, por supuesto—, el profesor universitario Adam Bradley destaca la amplitud narrativa oral como storyteller, contador de historias, de Nas, al que considera «el mayor innovador del rap» en la búsqueda de voces expositivas y puntos de vista no tradicionales. Bradley destaca que el músico ha afrontado relatos en primera persona desde la posición de alguien que no ha nacido (Fetus), de un cadáver (Amongst Kings), de una mujer (Sekou Story), de un arma de fuego (I Gave You Power)… Formalmente ha experimentado con los relatos alegóricos (Money Is My Bitch), los epistolares (One Love) y los confesionales (Doo Rags).

Para acabar, siete líneas como siete ecos de balazos en la jungla, de New York State of Mind:

Derriba mi aliento
Nunca duermo porque
El sueño es el primo de la muerte
Más allá de las paredes de la inteligencia
La vida se define
Pienso en el crimen
En el estado mental de Nueva York

Ánxel Grove

15 revelaciones de la primera biografía de David Foster Wallace

"Every Love Story Is a Ghost Story" (D.T. Max, 2012)

«Every Love Story Is a Ghost Story» (D.T. Max, 2012)

Acaban de editar en los EE UU, hace solamente unos días, Every Love Story is a Ghost Story (Viking-Penguin), la primera biografía sobre el escritor David Foster Wallace, muerto por suicidio en 2008, a los 46 años. El libro, cuyo título (Toda historia de amor es un cuento de fantasmas) proviene de una cita de la floja novela póstuma El rey pálido—, está (muy bien) escrito por D.T. Max, que ha tenido acceso a la correspondencia privada del biografiado y ha entrevistado a todo su círculo de familiares y amigos.

La lectura de Every Love Story is a Ghost Story, que acabo de consumar, es una experiencia dolorosa para cualquiera que haya apreciado el genio de las pocas pero deslumbrantes obras que nos dejó Wallace.

Martin Amis —a quien la mala baba no desacredita como avezado espectador literario— suele dar un consejo a los lectores: «Identifícate con el autor, no con los personajes. Tu afinidad nunca es con ellos, sino con el escritor. Los personajes son meros artefactos«. Pese a que la aplicación del exhorto es causa frecuente de desilusión, creo en su verdad: el personaje no importa, importa quien fue capaz de crearlo.

La biografía de DFW —siglas ya universales para hablar del escritor más copiado de Occidente por los aspirantes a narradores menores de 30 años (esos de quien Amis, otra vez con bastante razón, recomienda no leer ni una línea, porque sólo hablan de ellos mismos y les importa un pimiento el lector)— se devora con una sensación que no debe diferir demasiado de la experimentada por quien mata a un amigo. Si alguien mitifica al escritor y se siente identificado con él, debe alejarse del libro.

DFW (Foto: Janette Beckman Redferns)

DFW (Foto: Janette Beckman Redferns)

Como todavía pasará algún tiempo antes de que las morosas editoriales españolas se animen a publicar la biografía —sólo cuando DFW se ahorcó editaron algunas de sus obras y hay otras que todavía están esperando—, voy a dedicar nuestra sección quirúrgica de los miércoles (Cotilleando a... la llamamos, seguramente con un punto de mal gusto) a revelar algunos de los hallazgos del biógrafo en torno el carácter, el comportamiento y la personalidad del biografiado, que este año hubiera cumplido 50.

Atención: esto es un spoiler sobre la vida de DFW que detalla el libro biográfico. Fans acríticos y veneradores pueden sufrir con su lectura. Lo advierto porque estoy en el caso y cometí el error.

DFW

DFW

1. Envidioso. DFW sentía una destructiva envidia hacia otros escritores de su generación, en especial contra William T. Vollmann Wollmann, a quien no perdonaba su capacidad productiva, enorme brillantez y valentía personal para implicarse en espinosas cuestiones sociales. Cenaron juntos en una ocasión y DFW, fundamentalmente un burgués, se encargó de desacreditar luego a su rival, ante terceros y sin que Vollmann estuviese presente, por los «pésimos modales en la mesa» de aquel «gordo tragón».

2. Pro-Reagan. En las elecciones presidenciales de 1992 1984 DFW votó por el conservador Ronald Reagan. También admiraba al millonario metido en política Ross Perot, quien llegó a proponer que el Ejército patrullase las ciudades para combatir la delincuencia. «Necesitamos a locos de ese calibre para arreglar las cosas en este país», dijo el escritor a uno de sus amigos. DFW sólo se acercó a un tibio liberalismo tras su viaje por el vientre del dragón fascista al cubrir para la revista Rolling Stone la campaña del candidato John McCain, rival de Barack Obama en 2000 2008.

3. Tenista mediocre. Pese a lo que afirmó en muchas entrevistas y mantuvo en algunos de sus deliciosos ensayos de noficción —como este sobre su veneración por Federer (y desprecio por Nadal) y sobre todo, este otro, el merecidamente celebrado Tenis, trigonometría y tornados, donde señaló que estuvo a punto de ser un jugador «casi maravilloso»— , DFW era un tenista de medio pelo que sólo alcanzó el décimo primer puesto entre los jugadores de la zona central de su estado, Illinois. Todos sus compañeros de equipo en el instituto de Urbana le ganaban de calle. En su fascinación por el deporte de la raqueta tuvo bastante que ver el atrezzo: bandana, pantalón corto, cordones de colores en los botines… Le parecía «muy cool«.

En la portada de Weekender: "Nunca aprendí a leer"

En la portada de Weekender, en 2006: «Nunca aprendí a leer»

4. La raqueta y la bandana, una coartada. Durante años utilizó el tenis como una coartada para justificar el trauma que sentía por sufrir de hipersudoración. El caudal de las glándulas sudoríparas de DFW era enorme en cualquier momento, incluso en descanso. Durante sus ataques de angustia, la situación empeoraba. En la universidad y en sus primeros años como profesor de Literatura llevaba la raqueta y una toalla encima para intentar enmascarar con una falsa práctica deportiva la hiperidrosis que sufría. La sempiterna bandana en el pelo tenía una sola función: absorber sudor. También llevaba consigo hilo dental, que escondía en los calcetines.

5. La Cosa Mala. Desde la adolescencia sufrió de crisis de ansiedad y depresión, enfermedades que no fueron diagnosticadas hasta 1982 tras un episodio grave y paralizante que le obligó a abandonar temporalmente los estudios en la prestigiosa universidad de Amherst —privada y clasista: unos 60.000 dólares por curso, uno de los alumnos en la época de DFW era Alberto de Mónaco—.  Dos años más tarde fue internado por primera vez en un hospital psiquiátrico, donde emitieron la diagnosis de depresión atípica, caracterizada por cambios reactivos de humor. Desde entonces, DFW vivió medicándose a diario (en una ocasión intentó dejar a la brava los antidepresivos y terminó en el hospital tras una tentativa de suicidio). Tomó muchos químicos, sobre todo Tofranil, Advil, Nardil y Xanax, fue sometido a varias sesiones de electrochoques y consultó con terapeutas de toda condición, pero «the Bad Thing» (la Cosa Mala), como llamaba a la depresión en sus diarios y cartas, no le dejaba vivir en paz.

6. Marihuanero. Los primeros ataques de ansiedad de DFW coincidieron con su inició en el consumo de marihuana —que mantuvo durante casi toda la vida—. Le gustaba tanto que se ofrecía a redactar trabajos escolares a cambio de hierba. También le gustaban los hongos alucinógenos («te hacen pensar que eres más inteligente de lo que eres y eso resulta gracioso, al menos por un rato», escribió a un amigo) y eventualmente tomaba LSD y cocaína.

Primera edición de "The Broom of the System" (1987)

Primera edición de «The Broom of the System» (1987)

7. Literatura contra el dolor de ser. DFW no fue un escritor precoz. Hasta 1983 no escribió nada que se pareciese a ficción y ni siquiera era un lector ávido: consumía novelas como fuente informativa o para relajarse y le gustaban tanto el porno dieciochesco como las tramas hard-boiled de Ed McBain. Todo cambió cuando leyó por casualidad a Donald Barthelme, padre del lenguaje quebrado del posmodernismo, y, sobre todo, a Thomas Pynchon (acabó El arcoiris de la gravedad en ocho noches de consumo afiebrado) y Don DeLillo, en quienes encontró una voz conmovedora, loca y nueva. Se obsesionó tanto con ambos («era como Bob Dylan al encontrar a Woody Guthrie«, dice en la biografía uno de los amigos de universidad de DFW), que decidió cambiar sus planes académicos iniciales —dedicarse a la Filosofía y la Lingüística— y concentrarse en la literatura. Después de varios relatos se atrevió con una novela, The Broom of the System (La escoba del sistema, ¡todavía inédita en español!), en la que intentó con demasiada inocencia emular los niveles superpuestos de Pynchon y los diálogos pop de DeLillo. Presentó el texto como parte de su tesis de doctorado en 1985 y le pusieron la nota máxima con una mención especial (entregó al mismo tiempo un ensayo de lógica formal sobre el fatalismo, Fate, Time, and Language: An Essay on Free Will, tampoco traducido), pero lo realmente importante es que la novela le permitió descubrir, señala su biógrafo, que «escribir ficción le liberaba del dolor de ser él mismo». El debut literario encontró editor dos años más tarde. «Un Pynchon pueril», dijo una crítica.

Poema infantil de DFW dedicado a su madre (Harry Ransom Humanities Research Center, The University of Texas at Austin)

Poema infantil de DFW dedicado a su madre (Harry Ransom Humanities Research Center, The University of Texas at Austin)

8. Fundación para Niños sin Rumbo. Los padres de DFW fueron siempre una sombra y un espejo, un cobijo y una trampa. El padre, James D. Wallace, era doctor en Moral y Ética. La madre, Sally Foster —de quien DFW mantuvo en la firma literaria el apellido de soltera— procedía de una saga de granjeros, había aprendido a leer con la Biblia y se había licenciado en Inglés. DFW y su hermana Amy, dos años menor, consideraban a los padres la pareja ideal y al hogar una maquinaria perfecta donde todo era felicidad (cuando crecieron llamaban al cobijo The Mr. and Mrs. Wallace Fund for Aimless Children, la Fundación del Sr. y la Sra. Wallace para Niños sin Rumbo). Muy inseguro de sí mismo, DFW se desdobló en una simbiosis de ambos: estudió Filosofía para no decepcionar a su padre y desarrolló una fanática y brillante epistemología gramatical como su madre, una mujer capaz de poner una reclamación en un supermercado porque en un cartel había una falta gramatical. El matrimonio tuvo una crisis cuando los hijos eran adolescentes y toda la familia fue a un consejero, lo que sacó a relucir demasiados trapos sucios, como la crueldad con que DFW trataba a Amy.

Jonathan Franzen (izq.) y DFW

Jonathan Franzen (izq.) y DFW

9. Las diez horas de errores de un alcohólico. DFW bebía con inmoderación y durante su vida acudió varias veces a grupos de apoyo (escribió sus experiencias en un centro una candorosa carta anónima que le atribuyen, donde confiesa que su record de abstinencia de drogas fue de tres meses seguidos). En 1988 se alistó en un grupo especialmente rígido en Tucson (Arizona). Le obligaron a recapitular sobre los errores de su vida y habló durante diez horas de su ansiedad, de la Cosa Mala, del temor a no ser capaz de escribir, de la envidia y la competitividad. Luego tuvo que disculparse ante todos aquellos a los que había engañado o causado dolor: escribió a Amy para pedirle perdón, a un profesor a quien entregó trabajos copiados, a mujeres a las que había sido infiel… Más tarde le recomedaron rezar y encomendarse a un poder superior. Fue demasiado para un escéptico y volvió a la marihuana y el alcohol, retirado en una pequeña cabaña en el desierto. En esta época le enviaron las galeradas de un escritor novato, Jonathan Franzen, que se convertiría en uno de sus mejores amigos.

Mary Karr

Mary Karr

10. Planeando un asesinato. En 1990 DFW se prendó de Mary Karr, una poeta siete años mayor que él, segura de sí misma y libre pese a estar casada y tener un hijo. La veía como su ángel salvador, la mujer que podría darle la seguridad que no encontraba, pese a que ella consideraba que los libros de DFW «poco directos». La obsesión de DFW —que le llevó al ridículo de referirse a sí mismo como el Desventurado Werther— le hizo considerar seriamente la idea de matar al marido de Karr con un revolver que pretendía conseguir a través de uno de sus excompañeros de Alcohólicos Anónimos. DFW y Karr vivieron juntos unos meses en 1991, pero ella se cansó de que él la considerase «una madre rehabilitadora» y él la acusó de ser «demasiado violenta».

DFW en una lectura en San Francisco en 2006

DFW en una lectura en San Francisco en 2006

11. «Adicto al sexo». DFW se definió así en más de una ocasión para justificar sus aventuras y traiciones. Tuvo muchos líos de un día, sobre todo a partir de la notoriedad que alcanzó como personaje público con La broma infinita, editada en inglés en 1996. En las giras de promoción de sus libros se comportaba como una estrella de rock, fichando a groupies para pasar la noche. Con sus amigos de confianza era groseramente sincero sobre sus intenciones: «poner mi pene en cuantas vaginas sea posible», confesó a Franzen.

12. Bomba sucia escuchando a Brian Eno. En 1982, tras su primer colapso de ansiedad depresiva, cambió de aspecto de manera radical. Si hasta entonces llevaba camisetas y sudaderas de equipos de béisbol, pantalones chinos y gorras de visera, con un aspecto de chico limpio del Medio Oeste, empezó a comprar ropa de segunda mano, oscura y ajada y botas Timberland, siguiendo los dictados del estilo que entonces se conocía como dirt bomb (bomba sucia). La crisis también modificó sus gustos musicales: de Reo Speedwagon, Kiss y Deep Purple pasó a interesarse por música menos complaciente y facilona: Joy Division, Squeeze y, sobre todo, Brian Eno, al que era capaz de utilizar como fondo sonoro sin descanso (canción favorita: The Big Ship).

Cuaderno de trabajo de DFW ((Harry Ransom Humanities Research Center, The University of Texas at Austin)

Cuaderno de trabajo de DFW ((Harry Ransom Humanities Research Center, The University of Texas at Austin)

13. Encerrado en el camarote. En marzo de 1995 la revista Harper le encargo un texto vivencial sobre un crucero de lujo por el Caribe. Muy a su pesar —sufría de fobia al mar y los tiburones (también a los insectos)—, DFW se embarcó en el barco Zenith para una semana de navegación por el Golfo de México. Como en el crucero abundaba el alcohol y estaba en una de sus etapas de limpieza, se encerró en el camarote durante buena parte del tiempo, fumando casi cuatro cajetillas de cigarros al día y saliendo sólo para visitar la pequeña biblioteca de a bordo. El largo manuscrito que entregó a la revista, publicado en origen como Shipping Out y más tarde, en libro, como Also supuestamente divertido que nunca volveré a hacer, tiene la forma de un reportaje, pero casi todo es ficción. Es una de sus mejores piezas literarias.

14. Señores Wallace. En la Navidad de 2004, DFW se casó con la artista plástica Karen Green, a la que había conocido dos años antes cuando ella le pidió permiso para hacer una obra basada en un cuento. Durante un tiempo, la estabilidad fue notable: él era capaz de organizarse mejor (incluso sacaba la basura, algo de lo que nunca se había preocupado), jugaban al ajedrez (ganaba siempre ella) y veían juntos su serie favorita de televisión, The Wire. En 2007 DFW intentó dejar la medicación antidepresiva, pero los resultados fueron espantosos: tomó una sobredosis de un medicamento contra el insomnio, tuvo que ser hospitalizado y fue sometido a una docena de sesiones de electrochoques. Cuando le dieron el alta era una piltrafa, tenía episodios de amnesia, apenas podía hablar, dejó de escribir… Su familia decidió no dejarlo solo y le acompañaban por turnos.

Karen Green, 2011 (Foto: Jeff Zaruba, The Guardian)

Karen Green, 2011 (Foto: Jeff Zaruba, The Guardian)

15. El quiropráctico. Durante sus últimas semanas en el mundo, DFW anotó en su diario muchas listas de «miedos y temores», pero también de «agradecimiento». Se hizo con una soga y buscó un momento adecuado. El 12 de septiembre de 2008, viernes, sugirió a Green que fuese a su galería a hacer gestiones —a diez minutos en coche de la granja donde vivían, en Claremont-California— mientras él se quedaba en casa preparando la cena. A ella le pareció buena idea («David tenía cita con el quiropráctico el lunes, no te suicidas si tienes que ver al quiropráctico», recuerda con triste amargura). DFW apagó las luces de la casa, entró en el garaje, ató la cuerda a una viga, se subió en una silla, se ajustó el lazo al cuello, dió una patada a la silla y se dejó morir. Antes había ordenado todos sus papeles, discos de datos y manuscritos en una pila para que los localizasen sin esfuerzo.

Ánxel Grove

¿Por qué no editan en español al mejor escritor de los EE UU?

William T. Vollmann

William T. Vollmann

Cuatro y ni siquiera los mejores:

Historias del mariposa, Trece relatos y trece epitafios, Putas para Gloria y Europa Central. Los tres primeros fueron editados por Muchnik Editores en 1995, 1996 y 1998 respectívamente. Sólo se pueden encontrar en el mercado de segunda mano. El último lo distribuyó Mondadori en 2007 porque el libro había ganado el National Book Award en los EE UU.

El autor, William T. Vollmann, ha escrito casi veinte libros. Tras el suicidio de David Foster Wallace, es el mejor escritor estadounidense vivo.

Que la política de las editoriales españolas sea bastante pacata es una certeza. Con el caso de Vollmann la certeza se convierte en hurto cultural, pura grosería. Alguien debería exigir responsabilidad social al rimbombante gremio por este espacio bibliográfico en blanco, que me anima, aunque resulte casi absurdo dado su calado, a reseñar a Vollmann, en Top Secret.

Vollmann, el tipo de la foto, lleva el pelo mal cortado casi siempre. Es una proyección: su obra tiene el poder de un tijera afanosa y rápida. Nacido en 1959 (el día 28 de este mes cumplirá 52 años), es un escritor extraño, huidizo y refractario a los trajes de Armani.

Cubierta del último libro de Vollmann, editado sólo en formato de e-book

Cubierta del último libro de Vollmann, editado sólo en formato de e-book

Lo último que ha escrito dice bastante de su carácter: un opúsculo, editado únicamente en formato electrónico, sobre el accidente nuclear de Fukushima de marzo de este año, Into the Forbidden Zone: A Trip Through Hell and High Water in Post-Earthquake Japan. Ni se les pase por la cabeza la idea de un ensayo de enterado compuesto desde el despacho. Vollmann no es de esos.

Para escribir el libro se fue a Japón unos días después del terremoto y entró en la zona prohibida, el perímetro contaminado por la radiación emitida por la central nuclear. Ni un solo occidental se atrevió. Recorrió la zona cero con un cuaderno de notas y un dosímetro para hablar con los habitantes de los pueblos apestados, las personas sin nombre a las que se referían todos los despachos de agencia redactados, desde hoteles y oficinas, a partir de comunicados de prensa oficiales.

En sus trabajos sobre el terreno, ensayos que le convierten en el periodista emocional que todos quisimos ser (aunque nos ha faltado coraje, suerte o temeridad), Vollmann nunca se ha fiado de las fuentes gubernamentales y/o corporativas. Las ha sustituido por la verdad primera: la mirada.

En An Afghanistan Picture Show: Or, How I Saved the World (escrito en 1982 pero no publicado hasta diez años más tarde) narra la guerra de liberación de los muyahidines afganos contra las tropas de ocupación soviéticas. Nadie sufragó el viaje: trabajó unos meses como secretario de un agencia de seguros para pagarse el avión y se incrustó entre los rebeldes.

Para la no-novela de 1991 Whores for Gloria (editado en España con el absurdo, minúscula inicial incluida, y beato título de para Gloria), residió durante meses en el barrio más duro de San Francisco, el Tenderloin, y consumió crack con asiduidad («no es muy distinto a tomarse dos tazas de café seguidas», dijo).

Antes de la novela The Rifles (1995) pasó dos semanas solo en el Polo Norte y estuvo a punto de morir congelado.

En Riding Toward Everywhere (2008) viajó durante meses como polizón en trenes de carga.

"Imperial"

"Imperial"

Para el reciente Imperial (2009) se infiltró como trabajador ilegal en una factoría mexicana de capital americano en la zona oscura del Condado Imperial, una tierra de nadie entre dos mundos, el del poder y el de la exclusión. «Es lo más parecido que he visto al Tercer Reich«, concluyó.

Vollmann, ese escritor al que los editores españoles quieren tan poco, también ha firmado Rising Up and Rising Down: Some Thoughts on Violence, Freedom and Urgent Means, una monumental historia en siete volúmenes sobre la violencia; una novela sobre la prostitución infantil; otra sobre el telón de acero y el bolcheviquismo; un análisis de su lado femenino (Kissing the Mask: Beauty, Understatement and Femininity in Japanese Noh Theater, with Some Thoughts on Muses (Especially Helga Testorf), Transgender Women, Kabuki Goddesses, Porn Queens, Poets, Hou) y varios libros de relatos, entre ellos uno de los mejores del siglo XX, The Atlas, una colección de micro narraciones sobre áreas corroídas por conflictos bélicos de baja intensidad.

Cuando le preguntan por qué escribe como apagando un fuego interior, a una velocidad suicida, responde: «Me gusta escribir más que ninguna otra cosa. Eso implica que tengo que pagar mis recibos con la escritura».

Vollman retratado en 1985 con una Beretta BDA 380

Vollman retratado en 1985 con una Beretta BDA 380

Aquellos que le conocen personalmente dicen que la razón última es otra: consolar la enorme culpa que siente desde los nueve años, cuando su hermana pequeña, de seis, se ahogó cuando estaba a cargo de él en una zona recreativa.

¿Por qué Vollmann sigue siendo un escritor por descubrir en el mercado de libros en español? ¿Le tienen miedo? ¿Se trata de simple desprecio por los derechos de los lectores? ¿De temor comercial?

Quienes no gozan (o no quieren gozar) del beneficio del bilingüismo están siendo ninguneados, otra vez, por el consorcio de las editoriales.

Ánxel Grove