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Rosa Bonheur, pintora animalista del siglo XIX

Portrait de Marie-Rosalie dite Rosa Bonheur, 1857 - Édouard Louis Dubufe - Dominio Público

Portrait de Marie-Rosalie dite Rosa Bonheur, 1857 – Édouard Louis Dubufe – Dominio Público

A Marie-Rosalie Bonheur, que adoptó la firma artística de Rosa Bonheur y vivió 77 años, entre 1822 y 1899, le interesaban más los animales que los humanos y las mujeres más que los hombres —era una discreta lesbiana—. Fue la más famosa pintora de los primeros tres cuartos del siglo XIX y logró, en un tiempo en que la condición de artista serio todavía estaba reservada a los hombres, superar el amateurismo que se adjudicaba a las mujeres, con imbécil paternalismo, porque pintando se entretenían.

En el retrato que en 1857 le hizo Édouard Louis Dubufe —autor también de la más lograda imagen de Eugenia de Montijo, la española de palidez transparente que fue mujer de Napoleón II y, por tanto, emperatriz consorte de Francia—, la pintora animalista aparece recostada en un hermoso toro que mira con espontaneidad al espectador, mientras la mujer, que sosteniene un lápiz en una mano y un cartapacio con papel de pintar en la otra, aparece vestida de sobrio negro y con la mirada perdida en no sabemos dónde. El cuadro la define: adusta pero sensible, soñadora pero con los pies en la tierra

En las fotos que se conservan de la artista se aprecia la misma disposición. No es difícil imaginarla consiguiendo todo aquello que se proponía.

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Bowie te sugiere que sigas leyendo libros

Poster de David Bowie para promover la lectura - American Library Association

Poster de David Bowie para promover la lectura – American Library Association

La American Library Association (ALA), que se jacta, y tiene motivos, de ser el sindicato de bibliotecas más veterano y con más membresías  del mundo —fue fundada en 1876 y tiene 62.000 miembros—, acaba de reeditar uno de los pósteres de promoción de la lectura protagonizados por personajes famosos: el de David Bowie en 1987 sosteniendo un ejemplar de El idiota de Dostoievsi y pegando un brinco de adrenalina y pies descalzos.

La chaqueta de instituto es un guiño, la letra R es de roots (raíces) y, como el jean, le sienta a nuestro llorado músico y equilibrista como una túnica de oficiante. Sólo a los dioses y a Bowie les ajusta la ropa así de bien. Me niego, pese a que los primeros hayan muerto y el segundo se haya ido cuando la fiesta todavía ardía, a usar verbos en pasado.

El póster, que cuesta 18 dólares en la tienda online de la ALA, es bastante más sugestivo que los demás de la colección, protagonizados por celebrities que tampoco destacan, que se sepa, como devoradores de libros y que, además, no saben qué demonios hacer con su imagen pública, ni inyectan un poco de humor y amor al asunto.

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Subastan el manuscrito del más bello de los discursos del Nobel de Literatura

Discurso de Faulkner

Discurso de Faulkner

No son simples folios, manuscritos y mecanografiados en papel con membrete del hotel Algonquin de Nueva York: es el original de uno de los más bellos y profundos discuros de aceptación del Nobel de Literatura. Lo escribió William Faulkner unos días antes de salir para Noruega, donde le entegaron el galardón en 1950 por su «poderosa y artística contribución única a la novela moderna estadounidense».

Junto con otros materiales del escritor (cartas, originales, fotos…), el manuscrito será subastado en junio en Nueva York en un lote que la casa Sotheby’s calcula que alcanzará un precio de al menos dos millones de dólares, algo más de 1,5 millones de euros. Me importan muy poco la tasación y los intereses o necesidades monetarias de los herederos del escritor. Las palabras no mueren cuando son vendidas.

Cuando Faulkner escribió el discurso tenía 48 años, ya había publicado casi todas sus grandes obras —El sonido y la furia (1929), Santuario (1931), Palmeras salvajes (1939), buena parte de los relatos y sólo se guardaba en la manga parte de la subyugante trilogía de los Snopes—, sufrido la penosa condición de tener que ganarse la vida como guionista mercenario en Hollywood y bebido el whisky necesario, que fue mucho, para entender que «lo más triste es que la única cosa que se puede hacer durante ocho horas al día es trabajar» y que «se puede confiar en las malas personas… No cambian jamás». Faltaban nueve años para el acccidente acuestre que le dejó lisiado y roto y  doce para el infarto que lo mataría en 1962.

La máquina portátil Underwood de Faulkner

La máquina portátil Underwood de Faulkner

El discurso de Faulkner en Estocolmo al recibir el Nobel —aquí está grabado en audio— fue pronunciado en voz trémula por una persona tímida e insegura pese a la apariencia tajante de su narrativa. Ya sabía, como declaró en alguna ocasión, que «un hombre es la suma de sus desdichas. Se podría creer que la desdicha terminará un día por cansarse, pero entonces es el tiempo el que se convierte en nuestra desdicha».

Ante los académicos suecos y la realeza vestida de culta, el escritor de la complejidad del alma —quizá el primer novelista postmoderno— habló en favor de la necesidad de documentar la tragedia existencial como escarmiento contra la necedad de la vida, enarboló la literatura como proyección de la defensa del ser humano y se negó a aceptar que nos sojuzguen mediante el miedo.

Copio parte del discurso. Es una de esas piezas que no tienen tiempo:

Creo que este honor no se confiere a mi persona sino a mi obra, la obra de toda una vida en la agonía y vicisitudes del espíritu humano, no por gloria ni en absoluto por lucro sino por crear de los elementos del espíritu humano algo que no existía. De manera que esta distinción es mía solo en calidad de depósito. No será difícil encontrar, para la parte monetaria que entraña, un destino acorde con los elevados propósitos de su origen.

Pero también me gustaría hacer lo mismo con el renombre, aprovechando este momento como pináculo desde el cual me escuchen los hombres y mujeres jóvenes que se dedican a la misma lucha y afanes entre los cuales ya hay uno que algún día se parará aquí donde yo estoy.

Nuestra tragedia actual es un temor general en todo el mundo, sufrido por tan largo tiempo que ya hemos aprendido a soportarlo. Ya no existen problemas del espíritu; sólo queda esta interrogante: ¿Cuándo estallaré? A causa de ella, el escritor o escritora joven de hoy ha olvidado los problemas de los sentimientos contradictorios del corazón humano, que por sí solos pueden ser tema de buena literatura, ya que únicamente sobre ellos vale la pena de escribir y justifican la agonía y los afanes.

Ese escritor joven debe compenetrarse nuevamente de ellos. Aprender que la máxima debilidad es sentirse temeroso; y después de aprenderlo olvidar ese temor para siempre, no dejar lugar en su arsenal de escritor sino para las antiguas verdades y realidades del corazón, las eternas verdades universales sin las cuales toda historia es efímera y predestinada al fracaso: amor y honor, piedad y orgullo, compasión y sacrificio.

Mientras no lo haga así continuará trabajando bajo una maldición. No escribirá de amor sino de sensualidad, de derrotas en que nadie pierde nada de valor, de victorias sin esperanzas y, lo peor de todo, sin piedad ni compasión. Sus penas no serán penas universales y no dejarán huella. No escribirá acerca del corazón sino de las glándulas.

Mientras no capte de nuevo estas cosas, continuará escribiendo como si estuviera entre los hombres sólo observando el fin de la Humanidad. Yo rehúso aceptar el fin de la Humanidad.

Es fácil decir que el hombre es inmortal porque perdurará; que cuando haya sonado la última clarinada de la destrucción y su eco se haya apagado entre las últimas rocas inservibles que deja la marea y que enrojecen los rayos del crepúsculo, aun entonces se escuchará otro sonido: el de su voz débil e inextinguible todavía hablando.

También me niego a aceptar esto.

Creo que el hombre no perdurará simplemente sino que prevalecerá. Creo que es inmortal no por ser la única criatura que tiene voz inextinguible sino porque tiene un alma, un espíritu capaz de compasión, de sacrificio y de perseverancia.

El deber del poeta y del escritor es escribir sobre estos atributos. Ambos tienen el privilegio de ayudar al hombre a perseverar, exaltando su corazón, recordándole el ánimo y el honor, la esperanza y el orgullo, la compasión, la piedad y el sacrificio que han sido la gloria de su pasado.

La voz del poeta no debe relatar simplemente la historia del hombre, puede servirle de apoyo, ser una de las columnas que lo sostengan para perseverar y prevalecer.

William Faulkner (1897-1962)

William Faulkner (1897-1962)

Tantas veces acusado de complejo por los admiradores de su rival Ernest Hemingway, tantas veces reducido a fórmula por necios académicos que analizan sus obras desde los dictados materialistas-asesinos de la Escuela de Frankfurt, Faulkner habló como hubiera hablado mi abuela, la abuela de cualquiera de ustedes, sobre obligaciones morales, alegría y desdicha, amanecer y muerte.

Con el dinero que acompañaba al galardón, el escritor ayudó a establecer el premio PEN / Faulkner para jóvenes con pasiones literarias. La fama que llegó con el Nobel, tardía y falseada por los piropos de la publicidad, le quemaba las manos. Su hija supo del premio a los 17 años en una conversación de instituto. El padre nunca le había dicho que era la hija de un Nobel.

Ánxel Grove

Otras novelas que también hicieron boom

Seis obras del boom

Seis obras del boom

Las seis novelas cuyas primeras ediciones aparecen en el mosaico de la izquierda justificarían por sí mismas y sin añadidos de mercadotecnia editorial o compadreos de cátedras universitarias cualquier movimiento literario.

Sucede que fueron editadas con pocos años de diferencia —a mediados de los sesenta— y en una misma región del planeta, la América en la que se habla sobre todo español, y sucede también que algunas editoriales de Barcelona vieron en aquel momento, y dada la pésima salud de la literatura española de entonces, la oportunidad de hacer negocio publicando buenos libros —no todas con el mismo buen ojo: el venerado Carlos Barral rechazó en 1966, y se pasó la vida lamentándolo, el manuscrito que le acaba de remitir un joven escritor colombiano de una novela titulada Cien años de soledad que con el paso del tiempo vendería, que sepamos, casi 40 millones de copias—.

A aquellos autores más o menos coetáneos les pusieron con presteza un nombre sonoro, boom, que recordaba, no por casualidad, el todavía fresco (1959) triunfo de los castristas en Cuba. Algunos de los escritores del boom vivían en el exilio, otros malvivían con el periodismo pagado por pieza; unos veneraban a Faulkner y sus territorios míticos, mientras que otros preferían el indigenismo derivado del Popol Vuh y sus muchas encarnaciones; a veces se reunían y bebían mucho whisky pero, pasados unos años, terminaron dándose potentes cuchilladas metafóricas unos a otros, casi siempre por un quítame allá esos misiles o, como es tradición entre los lationamericanos, por la forma de interpretar la palabra revolución.

A la derecha, Cortázar. A la izquierda arriba, García Márquez. Abajo, Vargas Llosa y su segunda mujer, Patricia.

A la derecha, Cortázar. A la izquierda arriba, García Márquez. Abajo, Vargas Llosa y su segunda mujer, Patricia.

Nadie puede precisar cuándo empezó el boom porque nadie lo sabe y la fecha es opinable (unos conjeturan que en 1960, otros dicen que en 1962, otros que en 1963 y otros, a los que humildemente me sumo, pensamos que todo había empezado en los años cincuenta, con Juan Rulfo, Adolfo Bioy Casares y Jorge Luis Borges, sin cuya paternidad la descendencia hubiera sido otra), pero algunos se han empeñado en celebrar este año el 50º aniversario del fenómenos editorial.

Aunque las razones para la celebración del medio siglo son peregrinas —se cita un cierto Congreso de Intelectuales de Concepción (Chile), celebrado en enero de 1962 y al que no asistieron más que un grupo de escritores de la órbita marxista (el comisario Neruda entre ellos, desde luego) y en el que Carlos Fuentes pronunció una frase de vergüenza ajena que resume el ambiente: «política y literatura son inseparables y Latinoamérica sólo puede mirar hacia Cuba»— y la reseña de los 50 años resulta complaciente y preñada de colegueo o intereses comerciales —no se menciona, por ejemplo, el daño colateral causado por el boom, en cuyos posos se asienta la epidemia perniciosa del realismo mágico de bata y zapatillas de Isabelita Allende y otros tan lánguidos como ella—, no me importa entrar en el juego, sobre todo porque creo que la mejor literatura en español de los siglos XX y XXI, quizá la única que merece ser llamada literatura, procede de las Américas.

Siguiendo el juego que propuso hace unos días Arsenio Escolar con sus diez libros favoritos del boom —y alertando que Arsenio me gana de largo como rata de biblioteca—, les dejo una lista de siete novelas menores que también hicieron boom pese a que los méritos casi siempre fueron para otras. Advierto que llevo años sin leer algunas, de modo que acudo a la cada día más débil memoria para recuperar sentimientos. Una nota, digamos, técnica: las imágenes de las cubiertas son de las primeras ediciones, inencontrables hoy, pero los vínculos en los títulos remiten a la edición más barata de las que todavía están en el mercado.

"Los Premios"

«Los Premios»

El monstruo que engendró Rayuela
Los premios
. Julio Cortázar
, 1960

La primera novela de Cortázar que encontró editor tras el rechazo de sus dos primeros manuscritos, tiene bastante del ambiente opresivo desarrollado en las zonas opacas de la vida cotidiana que encontramos en sus magistrales relatos —ya había publicado tres tomos de cuentos—.

Un grupo muy heterogéneo de personas gana un premio para viajar en un barco. En esa atmósfera cerrada el narrador habla como en astillas y deja que sea el lector quien recomponga la acción, adelantando la fórmula que Cortázar depurará en Rayuela tres años más tarde. No es casualidad que uno de los protagonistas de la ópera prima sea un tal Horacio Oliveira, el personaje central al que Cortázar colocará a la deriva en el París de Rayuela.

Novela del absurdo y la búsqueda inútil, porque toda búsqueda conduce a la destrucción, Los premios, que el escritor redactó en París mientras vivía en una aguda penuria material, Cortázar intenta construir una novela híbrida como «un monstruo, uno de esos monstruos que el hombre acepta, mantiene a su lado; mezcla de heterogeneidades, grifo convertido en animal doméstico«.

Como dice uno de los angustiados personajes, ya no se trata de entender la realidad, sino de «abrazar la creación desde su verdadera base analógica. Romper el tiempo-espacio que es un nivel plagado de defectos«.

"Crónica de San Gabriel"

«Crónica de San Gabriel»

La falsa arcadia del campo
Crónica de San Gabrie
l. Julio Ramón Ribeyro
, 1960

Julio Ramón Ribeyro, un ser desprendido, una bendita persona, es uno de los escritores que militan con injusticia en la segunda división del boom pese a su amplia producción de cuentos y su papel capital en el realismo urbano latinoamericano.

Crónica de San Gabriel, escrita durante un viaje de juventud por Europa, en el invierno polar de Munich («sin saber alemán y en una pensión en donde era imposible comunicarse por desconocer el idioma … comencé pues a escribir para salirme del entorno en el que vivía e imaginaba todo el tiempo que pasaba unas plácidas vacaciones en la sierra peruana»), es una de las mejores novelas de iniciación en español del siglo XX.

La peripecia del adolescente Lucho en una hacienda de montaña le obliga a descubrir que la arcadia del campo es sólo una abstracción y que le han enviado a un lugar donde «el pez más grande se come al chico» y «los débiles no tienen derecho a vivir».

Un descarnado libro fabricado con maña por un escritor que opinaba que «la historia puede ser real o inventada. Si es real ,debe parecer inventada, y si es inventada, real».

"El coronel no tiene quien le escriba"

«El coronel no tiene quien le escriba»

La novela rusa de Gabo
El coronel no tiene quien le escriba
, Gabriel García Márquez
, 1961

Pregunta: Dime, qué comemos. Respuesta (pura, explícita, invencible): Mierda.

El celebre intercambio de palabras que resume episódicamente la gran novela corta que García Márquez publicó seis años antes de Cien años de soledad, es suficiente: estamos ante una voz narrativa de una extraña resonancia, capaz de contener todas las voces de un pueblo.

El coronel no tiene quien le escriba es la dulce y desoladora crónica de una espera sin futuro: la pensión que nunca llega. A partir de la situación dramática, todo está salpicado por el humor explosivo y bravo del Caribe que tan bien sabe explotar el autor.

Contenida y sobria, carente de los excesos de estilo que acaso lastren algunas obras posteriores del colombiano, es, como menciona Caballero Bonald, un «acabado modelo de sencillez, de naturalidad discursiva y hasta de inocencia verbal», donde hasta lo complejo se muestra de modo escueto.

La historia de un personaje insular y solo, una bellísima obra de tintes rusos bajo el martirio del sol.

"El lugar sin límites"

«El lugar sin límites»

 Apuesta por los perdedores
El lugar sin límites
. José Donoso
, 1965

Estridente en la esfera privada, de la que solamente supimos  en detalle (homosexualidad reprimida, egocentrismo, neurosis) tras su muerte en 1996, el chileno José Donoso tampoco merece el lugar secundario que algunos le adjudican en el canon del boom.

El lugar sin límites desarrolla la vida miserable en El Olivo, una ciudad ruin y venida a menos, y disecciona la sociedad local, que es un eco de la sociedad chilena, católica, ultranacionalista y muy conservadora en lo social, a través del burdel que gestiona Manuela González, un homosexual travestido.

Con pinceladas que pueden provenir del estilo enfático de Conrad y Graham Greene y una prosa telegráfica que tiene de más una conexión con la de Hemingway, Donoso apuesta por los perdedores y saca pecho ante el dolor. Pese a que es más conocido por la experimental El obsceno pájaro de la noche (1970), yo prefiero la negrura marginal de su novela de burdeles, apariencias y dobleces.

"Los cachorros"

«Los cachorros»

Frenética musicalidad
Los cachorros
. Mario Vargas Llosa
, 1967

Cuando Vargas Llosa escribió Los cachorros tenía 29 años y era el más joven de los escritores del boom. La circunstancia no tiene valor, pero ayuda a explicar por qué la obra es la de mayor calado generacional del grupo y, al tiempo, la de más acelerada narrativa.

De una precisión que aturde y escrita con tanta urgencia que la lectura resulta angustiosa (y tóxica), la vida de Pichula Cuéllar, un distinto —no diré por qué para no incurrir en el spoiler— es presentada con una fluidez desbordante y experimental (diálogos sin marcas, cambios de persona en el habla narrativa), pero nunca trivial ni caprichosa.

El gran Roberto Bolaño, quizá el descendiente más brillante de los escritores del boom, destacó la «musicalidad sustentad en el habla cotidiana» de Los cachorros y añadió: «El descenso a los infiernos, narrado entre grititos y susurros, es de alguna manera el descenso a otro tipo de infierno al que se verán abocados los narradores. De hecho, lo que aterroriza a los narradores es que Pichula Cuéllar es uno de ellos y que empeña, de forma natural, su voluntad en ser uno de ellos (…) Toda anomalía es infernal, aunque tras la destrucción de Cuéllar lo que las voces que arman el relato tienen ante sí es la planicie de la madurez, la tranquila destrucción de sus cuerpos, la resignada y total aceptación de una mediocridad burguesa».

Tras esta magistral novela, publicada por primera vez con fotos de Xavier Miserachs, Vargas Llosa logró el empuje necesario para abordar su obra mejor y más ambiciosa, Conversación en la Catedral (1969).

"De dónde son los cantantes"

«De dónde son los cantantes»

El cubano extranjero
De dónde son los cantantes
. Severo Sarduy
, 1967

Los cubanos citados en todos los elencos del boom son Guillermo Cabrera Infante, Alejo Carpentier y José Lezama Lima.

Que olviden a Severo Sarduy es inexplicable, aunque quizá algo tenga que ver su proclamada extranjeríase consideraba más europeo que caribeño, renegó del tropicalismo de la patria y de los trabajos como periodista en revistas revolucionarias para embarcarse en la experimentación de la metaficción parisina de Tel Quel y buscó en el budismo una explicación vital—.

De dónde son los cantantes construye una imagen de La Habana, la ciudad a la que nunca regresó desde 1960, con las voces superpuestas de las tres grandes herencias que conformaron la identidad local: lo español, lo africano y lo chino.

Carnavalesca, paródica y y barroca, la novela es, según Sarduy, un «collage hacia adentro», y prefigura la que sería su obra más celebrada, Cobra (1972).

"Cicatrices"

«Cicatrices»

El gran olvidado
Cicatrices
. Juan José Saer
, 1969

Lean: «Hay esa porquería de luz de junio, mala, entrando por la vidriera. Estoy inclinado sobre la mesa, haciendo deslizar el taco, listo para tirar. La colorada y la blanca —mi bola es la de punto— están del otro lado de la mesa, cerca del rincón. Tengo que golpear suavecito, para que mi bola corra muy despacio, choque primero con la colorada, después con la blanca y pegue después en la baranda entre la colorada y la blanca: la colorada va a golpear contra la baranda lateral, antes de que mi bola choque contra la baranda del fondo, hacia la que tiene que ir en línea oblicua después de chocar contra la blanca».

Ahora intenten responder —yo no sé o no puedo o no quiero—: ¿por qué Juan José Saer, uno de los escritores más deslumbrantes en español no fue reconocido hasta los años ochenta y murió en 2005 sin haber sido apenas publicado en España?

Su ciclo de novelas sobre Santa Fe, la localidad argentina en la que vivió exiliado antes de optar, en 1968, por la migración trasatlántica en París, son equívocas: el lector las sobrevuela con levedad hasta que, bien pronto, se siente dentro de una caverna donde él mismo participa de un rito de memoria colectiva.

Mi favorita es Cicatrices, la historia de un crimen (un obrero del metal mata a su mujer el uno de mayo) contada por cuatro narradores diferentes en un ejercicio sutil de lírica política.

Ricardo Piglia ha dicho que «la prosa de Saer, que parece surgir de la nada, que se produce a sí misma con la misma perfección desde el principio, es en realidad una elaboración muy sutil de la gran poesía escrita en lengua española«. Tiene toda la razón.

Ánxel Grove

Levon Helm: diez años de vida extra gracias a un establo

The Band, 1967 (Foto: Elliot Landy)

The Band, 1968 (Foto: © Elliot Landy)

Tres de las cinco personas de la foto están muertas. El del medio se suicidó en 1968 1986, a los 42 años. El del extremo izquierdo falleció de un ataque al corazón en 1999, a los 55. El que está entre ambos murió el jueves pasado de un cáncer, un mes antes de cumplir 72.

No menciono sus nombres en el primer párrafo porque nunca cometieron la grosería de obligarnos a la veneración genealógica ni practicaron el apostolado egoísta de la sacra iglesia del rock, despreciable como toda congregación, poblada por medianías, frecuentada por fanáticos ciegos.

Esos cinco tipos retratados por Elliott Landy en el buen año de 1968 en las montañas Catskills (no se trata de un plató de ocasión para hacerse pasar por chicos de campo: vivían allí) se llamaban The Band. Eran la única banda posible.

Levon Helm, 1969 (© Magnum Photos)

Levon Helm, 1969 (© Magnum Photos)

La tercera muerte estaba anunciada desde 1998. «Tiene usted cáncer de garganta», dijeron los médicos a Levon Helm —hijo de granjeros de algodón de Arkansas, la tierra de gente con sombrero y uñas sucias donde sedimentó el blues, fuente única—. Dios te da donde más duele. De las cuerdas vocales de Mark Levon Helm había nacido el grito arrugado de los derrotados: la suya era una voz  que condensaba la sarga mojada por el chaparrón bíblico de la injusticia, el contrabando como senda de iluminación, la sombra de los barrancos donde van a morir los perros viejos, el alcohol de los pobres como única compensación por tanta miseria… Bruce Springsteen, que busca el mismo tono, lo dijo con lengua llana: «Hablamos mucho sobre el asunto, pero Levon es el asunto».

«Podrá vivir unos cuantos años, pero se quedará sin voz». Los médicos lo anunciaron con firmeza inmutable de avatares de Krishna. Cáncer en la garganta, bisturí, quimioterapia… Un barranco postrero para el perro enfermo. En 1998 todos comenzamos la cuenta atrás para Levon Helm. Concluímos que solamente nos quedaban las grabaciones como consuelo.

Establo-estudio de grabación de la casa de Levon Helm

Establo-estudio de grabación de la casa de Levon Helm

Después de dos años sin voz ni canciones, dos años blancos como hospitales, Helm empezó a hablar de nuevo, a cantar. La culpa del milagro la tuvo un establo en las montañas. Montañas y pelo de bestias, acaso no haya otra cura.

Fue como un inesperado bis. En 2004 Levon Helm, que debía muchos recibos a los médicos que le habían condenado antes de tiempo, organizó un concierto en el establo, adaptado como estudio de grabación. Los vecinos y amigos llevaron mazorcas de maíz, puré de calabaza y costillas asadas. El establo y el hijo de granjeros de Arkansas pusieron la música. Desde entonces, hasta hace pocos meses, la fiesta se celebró cada sábado. La llamaron Midnight Ramble y era una sorpresa. Reservabas la entrada, llegabas con algo de comida, te sentabas cerca de la chimenea y te dejabas caer por el barranco.

El elenco de cada noche dependía del azar y parecía dictado por un dios bondadoso. Podía incluir a Elvis Costello, Jackson Browne, Emmylou Harris, Dr. John, Gillian Welch, Rickie Lee Jones, Los Lobos… Hay un par de discos que sintetizan el milagro del establo.

Levon Helm sonreía, cantaba, tocaba la batería y la mandolina, renacía en una marcha atrás que le llevaba hacia delante. No tenía la rabia tensa de los años setenta y los músculos doloridos le obligaban a golpear los tambores con menos pegada, pero la sonrisa era un guiño a la muerte. «Te estoy ganando, chica», parecía decir.


En los últimos cinco años, Helm grabó tres discos. Todos ganaron un Grammy, pero es injusto reducirlos a la entidad difusa de un premio. Dirt Farmer (2007), Electric Dirt (2009) y Ramble at the Ryman (2011) son adultos, no tienen la desesperada pureza redentora de las grabaciones de The Band, pero hablan de asuntos de gravedad intensa en este tiempo de desprecio por la siembra, el arado, las cosechas y el riego: la desaparición, tal vez definitiva, de la cultura rural y su templada elegancia. Percibir que los enuncia un condenado que araña tiempo a la muerte los convierte en sobrecogedores.

"Dirt Farm" (2007), "Electric Dirt" (2009) y "Ramble at the Ryman" (2011)

"Dirt Farmer" (2007), "Electric Dirt" (2009) y "Ramble at the Ryman" (2011)

El escenario final para Helm, el establo celeste, fue congruente, como también lo habían sido los de sus dos colegas en The Band que le precedieron en la muerte: el motel barato donde Richard Manuel se colgó de una puerta con su propio cinturón —los chicos de campo prefieren el cuero— y la casa familiar de pueblo —esta gente nunca babeaba por las bruñidas luces de las vanidosas noches urbanas— donde Rick Danko fue sorprendido por el reventón cardíaco mientras dormía, tras haber declarado a un entrevistador, el día anterior, la verdad necesaria: «Las cosas buenas nunca se planean».

Desde la izquierda, Hudson, Manuel, Helm, Robertson y Danko

Desde la izquierda, Hudson, Manuel, Helm, Robertson y Danko

The Band, la única banda, era un fruto accidental que condensaba todos los sabores del plantío americano: tres canadienses de Ontario —Danko, Manuel y Garth Hudson (1937)—, el medio indio mohawk Robbie Robertson (1943) y el hijo de granjeros Helm. Siendo adolescentes se foguearon en garitos donde, según la ley, eran demasiado jóvenes para entrar. Se llamaban The Hawks y acompañaban al viejo loco Ronnie Hawkins, que les pagó las primeras copas.

El resto es leyenda: entraron en contacto con Bob Dylan, al que apoyaron en la sideral transición del folk al rock eléctrico (1965). En julio de 1966, el cantautor, también nativo de las brumosas tierras de la imprecisa frontera cultural entre los EE UU y Canadá, fue víctima de un accidente de motocicleta. Las secuelas no fueron únicamente físicas. Alquilaron por una renta de trescientos dólares una casa de madera pintada de rosa, Big Pink, en Woodstock, el pueblo montañoso del estado de Nueva York donde Helm levantaría su estudio-establo, y llevaron a término la Gran Pastoral Americana, el  menos es más del rock de los años sesenta.

Dylan y The Band grabaron cientos de canciones complicadas y peligrosas que ni siquiera intentaron editar (circularon profusamente en grabaciones pirata, conquistaron a los Beatles —George Harrison visitó Big Pink y salió transformado— hasta que una selección, The Basement Tapes, fue publicada en 1975). Mientras los hijos de las flores apuraban al máximo el volumen de los amplificadores Marshall y volaban sobre paisajes de gelatina, volvieron la vista al territorio, la verdad de la orografía, y llevaron al rock a terrenos donde resonaban las voces alunadas y góticas de William Faulkner, Flannery O’Connor, Carson McCullers, los libros bíblicos, Robert Johnson, las jigas tradicionales y los cantos de ciego con perro lazarillo.

Segundo álbum de The Band, 1969

Segundo álbum de The Band, 1969

Cuando The Band emergió como grupo, sobre todo con los dos primeros elepés, Music from Big Pink (1968) y The Band (1969), el compositor devocional Robertson preparó sagas sobre la gran frontera norteamericana para las voces de Helm, Manuel y Danko, de timbres, respectivamente, rugoso, frágil y conmovedor. En los dos discos establecieron una simbiosis total con los ciclos, con frecuencia desalmados, de la naturaleza y con el escenario inmutable del devenir errático de los humanos.

En piezas como Long Black Veil, The Shape I’m In, Chest Fever, Stage Fright, The Weight, The Nigth they Drove Old Dixie Down, In a Station o King Harvest había un tono de serenata, no por matizado menos intenso, desconocido en el rock. The Band hablaba el idioma eterno de la desesperanza con un matiz de sermón y plegaria que abrió las puertas para una nueva derivación humana del rock. Después llegó la admiración de todos, algunos discos erráticos y el concierto de despedida The last waltz (1976), convertido por Martin Scorsese en la mejor película de rock and roll de la historia. Les dejo con un fragmento en el que Helm canta una pieza que mientras escribo intenté escuchar, pero que, lo confieso, no puedo afrontar ahora. Duele demasiado.

Ánxel Grove

 

«Puede que hayamos dejado de fumar, pero seguimos ardiendo»

"Mata a tus ídolos" - Luc Sante

"Mata a tus ídolos" - Luc Sante

Luc Sante tiene la decencia de no renunciar. Nació en 1954 en Bélgica y desde hace casi 50 años vive en los EE UU como extranjero, manteniendo la ciudadanía natal, sin acomodarse a la green card, el papel que otorga la residencia y que, como todo papel, es una bastardía para amanecer con un poco menos de angustia y residir en el banquillo local.

Los editores españoles -con la política tarambana normativa del gremio- no habían reparado en Sante hasta que, hace unos meses, los tres benditos locos de Libros del K.O. editaron Mata a tus ídolos, una recopilación de artículos, traducida por Zulema Couso, que en inglés tiene un título bastante más sugerente, Kill All Your Darlings (que podríamos traducir sin temor a la infidelidad como Mata a todas tus fulanas o Mata a todos tus seres queridos, es decir, una invitación al saludable autogenocidio del santorall interno, tomado de un consejo literario atribuido a William Bourbon Faulkner).

El libro es una lección moral sobre periodismo. Como dice en el prólogo otro presunto culpable al que las editoras españolas ningunean, Greil Marcus, se trata de ensayos duros. Tranquilos, no es la dureza cínica de Martin Amis, que de tan sobrado parece hablar desde el panteón de ingleses ilustres, ni de la dureza mentecata de Agustín Fernádez Mallo y otros nocillos españoles, que andan empeñados en revisar la Escuela de Frankfurt pero con hipertexto. Sante es duro porque ejercer la dureza «significa entrar dispuesto a extraer la verdad del sospechoso, sabiendo que el punto decisivo puede llegar cuando el sospechoso empiece a extraerte la verdad a ti«, añade Marcus.

Mata a tus ídolos se abre con Mi ciudad perdida, un razonamiento del amor fou de Sante por la ciudad de Nueva York («me hubiera declarado ciudadano de Nueva York de haber existido tal estado apátrida, de bandera negra lisa») y concluye con Compañero del profeta, una declaración de amor por Arthur Rimbaud, es decir, por el Otro («Rimbaud nunca tuvo un Rimbaud. Mató a sus ídolos. Se tragó sus influencias, las imitó mientras las mejoraba y, de haber estado vivas, les habría echado en cara que era mejor siendo ellas que ellas mismas»).

Luc Sante

Luc Sante

Entre la entrada y la salida (cuyo enunciado debería alcanzar para saber de qué va la cosa: una crónica cultural del siglo XX, sus abrasivas miserias y sensuales toxicidades), Sante habla del joker Bob Dylan, el gángster John Gotti, el ex alcalde Rudolph Giuliani, los cigarrillos («el fumador será un pecador por siempre jamás»), Robert Johnson, Charley Patton, Víctor Hugo, la enorme juerga de los años blancos («llevar una vida rápida y difícil formaba parte del juego y, en algunos casos, constituía la expresión artística de los torpes»), Walker Evans, Robert Mapplethorpe

Que Sante haya llegado al fin a las estanterías de libros en castellano y a la base de datos del ISBN es para alegrarse, pero me importan cada día menos las juergas de masas. Lo que de verdad celebro es que un escritor así –entero, anticool, bárbaro– siga en pie y dejándonos entrar.

Establezco aquí que deseo una de las frases de Sante para mi epitafio: «Puede que hayamos dejado de fumar, pero seguimos ardiendo».

Ánxel Grove

El evangelio de una ninfa

"El Libro de Monelle"

"El libro de Monelle"

Monelle me encontró en la llanura por la que yo erraba y me tomó de la mano:
-No te sorprendas, dijo, soy yo y no soy yo;
Me encontrarás una vez más y me perderás;
Y otra vez volveré a ti; pues pocos hombres me han visto y ninguno me ha comprendido;
Y me olvidarás y me reencontrarás y me olvidarás y me volverás a olvidar.
Y Monelle añadió: te hablaré de las pequeñas prostitutas y entonces sabrás el comienzo.

La traductora dice en el prólogo que la voz de El libro de Monelle es la que tendría un cruce entre Zaratrusta y el Principito, «aunque sólo si éste hubiera leído a Baudelaire, Rimbaud o Dostoievsky».

La traductora-prologuista del libro es Luna Miguel, 21 años, poeta lolita, mandrágora 2.0 y, creo no equivocarme, también modelo retratada en la cubierta de la edición, novedad fresca de la Editorial Demipage.

Marcel Schwob (1867-1905), escribió el libro en 1894. Diez años antes había descubierto a Stevenson, al que tradujo al francés y del que tomó varias máximas como mandamientos: «puedes dar sin amar, pero no puedes amar sin dar», «no existen tierras extrañas; es el viajero el único que es extraño», «las mentiras más crueles son dichas en silencio»…

La nueva edición en español de El libro de Monelle -no es la única, hay al menos otras dos disponibles, ya que los derechos de Schwob están caducados y es barato ponerlo en el mercado- tiene el mérito de ser la más apasionada, lo cual, siguiendo la recomendación porcentual de Stevenson para hacer de la vida una fiesta (45 por cien de arte y 55 por cien de aventura), es lo único que debe importar.

Marcel Schwob

Marcel Schwob

Considerado como un gran escritor pero condenado -acaso porque no supo venderse o quizá porque ni siquiera lo intentó- a permanecer en la gran cofradía de los autores menores, se suele citar a Schwob como una presencia subterránea (Bolaño, Tabucchi y Perec le deben bastante) y un predictor de dos fuerzas mayores de la literatura moderna: William Faulkner y Jorge Luis Borges, quienes tomaron al dictado un par de libros de Schwob, La cruzada de los niños (1895) y Vidas imaginarias (1896), como inspiración respectiva de Mientras agonizo (1930) e Historia universal de la infamia (1935).

El libro de Monelle es, a la vez, un cuento de hadas sobre una jovencísima puta con sangre fría e inevitable conciencia de muerte, una colección de aforismos nihilistas y un evangelio con dos verbos: redimir y perder. Citando sin mencionarlo a Robert Graves, Luna Miguel, eleva a la protagonista-narradora a la categoría de Diosa Blanca y la bautiza como «La Que No Tiene Nombre», la virgen presente en cada mitología mucho antes que el fuego iluminase las cuevas de los hombres.

La Monelle sacerdotal, íncuba y santa, nínfula y grotesca, niña y anciana, vivió en este mundo. Se llamaba Louise y enamoró al joven escritor de un modo posesivo, atroz, tierno… Ella era una cría esquelética, consumida por la tuberculosis, una prostituta ocasional, cuyo deambular parisino se cruzó con el de Schwob bajo una lluvia de otoño.

Primera edición

Primera edición

Se vieron a diario durante meses. Louise redactaba a Marcel cartas que no sólo eran aniñadas por los creyones de colores que utilizaba:

«Se me cae el pelo, cubre tus uñas, que crecen, y las escamas de tu piel, que caen. Me duele la tripa. He cosido la nariz de mi muñeca. Ahora es más corta y delgada y me olvidé de hacerle agujeros. Seguiré con las siluetas más tarde, pero creo que he perdido las tijeras. No olvides traerme otras cuando regreses. Quizá me ayude. Pichciquinki«.

Vivieron creciendo como niños, hablando como cotorras, abusando a conciencia y porque sí de los diminutivos, haciendo el amor con premura de condenados. Ella fumaba cigarros. Él, pipa. Cuando Louise murió por la tuberculosis nunca curada, el 7 de diciembre de 1983, a los 25 años, Schwob hizo dos cosas: llevarse todas las muñecas de ella para cuidarlas y entregarse a un par de formas radicales de olvido: el opio y el éter.

Aunque siete años después se casó en Londres con la actriz Marguerite Moreno, amiga de Colette y confidente de Mallarmé, el escritor nunca fue el mismo. También a él empezó a dolerle mucho la tripa. No quiso escuchar a los médicos y se largó a Samoa en busca de la tumba de Stevenson. Cuando volvió a París parecía tener 80 años. Murió a los 38.

Cuatro 'Monelles'

Cuatro 'Monelles'

No consta qué encontró Schwob en los mares del sur, pero no es difícil suponer que la voz de Monelle le acompañó a la ida y a la vuelta:

No te conozcas.
No te preocupes por tu libertad: olvídate de ti mismo.
(…)
Las palabras son palabras mientras son pronunciadas.
Las palabras que se conservan están muertas y engendran pestilencia.
Escucha mis palabras habladas y no actúes de acuerdo a mis palabras escritas.

Lean El libro de Monelle traducido por Luna Monelle Miguel. Compartan el secreto a voces de una de las piezas literarias más hermosas de la historia.

Aprendan de ella, la ninfa-prostituta, cuando afirma: Olvídame y te seré devuelta.

Ánxel Grove

La ruta pintoresca de los tóxicos

"A perturbed young woman fast asleep" - J.P. Simon, 1810

"A perturbed young woman fast asleep" - J.P. Simon, 1810

Las drogas son un camino a ninguna parte, pero al menos son la ruta pintoresca.

Todos, en algún momento, necesitamos un diablo sobre nuestro pecho perturbado.

No somos tan infinitos como Bill Clinton («probé la marihuana una vez, pero no tragué el humo«). Nos hace falta la pastilla, la copa, la dosis, la calada, el tiro…

¿Para qué? Para no partirle la cara al vecino, para no morder el polvo de la vulgaridad, para no testificar la diaria derrota, para no aburrirnos de nosotros mismos.

A veces nos recetan, a veces nos recetamos, pero siempre pagamos. El importe puede salir de una cuenta corriente, hurtarse a la familia o los amigos o ser subvencionado por la Seguridad Social. A la droga le da igual. Es inmutable a los mercados.

Esta semana dedicamos nuestro Cotilleando a… a esos amigos complacientes, a los edredones naturales o químicos que nos protegen del frío espiritual, a los venenos que endulzan la cicuta de la vida, a los tóxicos que nos contaminan porque se lo pedimos.

Contemos algunas públicas virtudes y pecados privados sobre drogas y dependencias.

1. El primer speedball letal de la historia. Se lo inyectó el médico y sicólogo austriaco Ernest von Fleischl en octubre de 1891. Había sido morfinómano y heroinómano durante años para calmar los dolores que le quedaron como secuela de una amputación de un dedo. Su admirado Sigmund Freud (sí, ese Freud) le recomendó que se pasase a la cocaína. Al coleguita le fue fatal y, en un intento de calmar la tortura del dolor, inventó el speedball (cocaína + heroína). Calculó mal las proporciones y se le paró el corazón. Tenía 45 años.

Maria Callas (1923-1977)

Maria Callas (1923-1977)

2. Tenias y Quaaludes. La diva triste María Callas no tuvo reparos en asociarse con un pasajero intestinal para perder los kilos que le sobraban (llegó a pesar cien en su juventud) y le afectaban la voz. La tenia hizo bien su trabajo y la cantante adelgazó, pero el blues, el gran parásito, creció al mismo ritmo que el gusano. Para combatir la negra sombra de la pena, la Callas se empachaba en la decadente soledad de su mansión parisina de metacuaolona, un hipnótico que te hace sentir como la corriente del Danubio. Comercializado como Quaaludes, Ludex, Mandrax o -a veces los vendedores son poetas- Sopor, también era muy apreciado por los hippies desencantados por las flores muertas. María Callas expiró en 1977, a los 55. Los forenses fueron benévolos con el mito y escribieron «causas desconocidas» en el certificado de defunción. Había una nota cerca del cadáver, una cita de la ópera La Gioconda: «En estos momentos de orgullo».

3. La luz de la cerveza (y el hedor). Era mal escritor, pero al menos sabía vivir (no como otros, que brincan de conferencia en conferencia, de gran almacén en gran almacén, de caseta en caseta). Charles Bukowski reducía su hábitat al territorio anal. Se definió en un poema: «un admirador de los calientes y jóvenes y no usados ya más afligidos culos de las mexicanas». Se explayó en una entrevista: «No hay nada tan glorioso como una buena cagada de cerveza. Me refiero a la de haber bedido veinte o venticinco cervezas la noche anterior. El aroma de una cagada de cerveza así se extiende y permanece durante una buena hora y media. Te hace sentir realmente vivo». Pese a las predicciones de todos sus amigotes, Hank murió a los 67 74. No de cirrosis, sino de leucemia. Su lápida dice: «No lo intentes».

4. Gula VIII de Inglaterra. Jonathan Rhys-Meyers es a Enrique VIII lo que Mariano Rajoy a Jimi Hendrix. El monarca elevado a sex symbol por la serie de televisión Los Tudor era un glotón impenitente de obesidad casi mórbida. Aunque no hay constancia de cuánto llegó a pesar, sus trajes y armaduras permiten calcular que andaba por los 120 kilos cuando la palmó (1547) a los 55 años. Teniendo en cuenta que medía 1,60 ya se pueden hacer una idea: Su Majestad Bolita. Su droga favorita no era el sexo, que practicaba con regia promiscuidad para garantizarse descendientes, sino la manduca. Las cenas de palacio tenían 16 platos y 10 postres (entre 10 y 20.000 calorías). Duraban no menos de tres horas y los invitados estaban obligados a la estricta observancia de dos reglas de protocolo: acabar toda la comida y carcajearse a mandibula grasienta con los chistes soeces de Enrique.

Amadeo Modigliani (1884-1920)

Amedeo Modigliani (1884-1920)

5. Éter, absenta, hachís y burdeles. No toleró un sólo minuto de su escueta vida adulta sin estar colocado. El pintor Amedeo Modigliani comenzó a darle duro al hachís y el alcohol en los burdeles de Venecia, que frecuentaba en la tardo adolescencia buscando sexo y modelos para sus cuadros. Andrajoso y genial, llevó una vida que los moralistas juzgarían como desastrosa. Pintó ardientes cuadros de desordenada perspectiva, expuso sólo una vez, esculpió con piedras que los amigos recogían en las calles y cultivó el desorden con ordenada eficacia. Se enganchó al éter y, sobre todo, a la verde disciplina de la absenta. Murió de una meningitis tuberculosa. Horas después del hallazgo del cadáver, su mujer y modelo, Jeanne Hébuterne, embarazada de nueve meses del segundo hijo de la pareja, se tiró de un quinto piso. La familia de ella tardó diez años en permitir que la enterrasen al lado del pintor. Uno de los cuadros de Modigliani se subastó hace pocos meses por casi 49 millones de euros. La cantidad daría para mucha absenta.

6. La tiniebla más profunda. Una ley turca del siglo XVI establecía que una mujer puede divorciarse de su esposo si éste no llegaba a proporcionarle una dosis diaria de café. Más o menos en la misma época, los asesores del Papa Clemente VIII le aconsejaron prohibir el café, recién llegado a Europa, porque representaba una amenaza de los infieles. Después de haberlo probado, el pontífice bautizó la nueva bebida, declarando que sería una lástima dejar sólo a sus infieles el placer del café. Se estima que aproximadamente 501 billones de tazas de café se consumen anualmente el mundo. Tantos fans no podemos estar equivocados: viertan en el desagüe el agua manchada con té y entréguense a la honda tiniebla del café. Honoré de Balzac escribió sus cien novelas empujado por el café. Sólo establecía dos condiciones para coger la pluma: un cuarto y una cafetera. Con esos compañeros era capaz de alargar la vigilia hasta 48 horas. Sigan su ejemplo. Un tipo que escribió que «detrás de cada gran fortuna hay un delito» no podía estar equivocado.

William Faulkner (1867-1962)

William Faulkner (1867-1962)

7. De un trago. «Soy una mala persona. Voy a irme al infierno y no me importa. Prefiero estar en el infierno antes que estar donde estás tú». William Faulkner sabía en qué lado de la vía de tren prefería situarse. Bebió todo el bourbon que pudo y, aunque luchó para dejar la dependencia (se sometió a electrochoques), nunca lo consiguió. Al infierno que deseaba no lo llevó la botella, sino la caída de un caballo y las complicaciones derivadas del accidente. A su tumba acuden bastantes peregrinos con una botella de bourbon. La ceremonia establece que la mitad debe arrojarse sobre la tierra donde yace el escritor y la otra mitad debe ser ingerida por el visitante. De un solo trago.

8. Un tripi para pasar al otro lado. En su lecho de muerte, sometido al padecimiento de un cáncer de laringe que le impedía hablar, Aldous Huxley le pasó una nota a su mujer:  «LSD, 100 µg, intramuscular». A los pocos minutos el escritor (que lo probó todo para percibir mejor y más) murió en un viaje de ácido. Tenía 69 años y su fallecimiento pasó desapercibido porque pocas horas antes habían asesinado a John F. Kennedy.

9. «Llega una gran oscuridad». Unos días antes de morir, Emily Dickinson pronunció esta frase antes de desvanecerse en la cocina de la casa en la que vivió en casi absoluta reclusión voluntaria durante 56 años. Su vida, trastornada por la compulsión y la agorafobia, fue tratada por los médicos con la torpeza habitual: le administraron laxantes y diuréticos de forma masiva. La verdadera droga de Emily estaba bajo su cama: más de 700 poemas. Era una workaholic: si no escribía, nada tenía sentido. Su hermana descubrió 40 volúmenes de poesía encuadernados a mano cuando recogía el cuarto de la muerta. Dos versos bastan para comprender su grandeza: sería más fácil fallecer con la tierra a la vista, / que conquistar mi azul península.

Béla Lugosi (1882-1956)

Béla Lugosi (1882-1956)

10. Drácula en la feria del pueblo. El actor Béla Lugosi terminó haciendo el payaso en barracas de ferias ambulantes. Aparecía vestido de vampiro, enseñaba los colmillos de plástico y asustaba a algunos niños que aún no habían nacido cuando se estrenó Drácula (1931). Rechazado por Hollywood porque era incapaz de memorizar los guiones, el mejor intérprete del mito necesitaba sangre blanca: morfina, metadona y analgésicos. Le enterraron con la capa puesta.

Ánxel Grove

«¿Está enterrado ahí un tal Dashiell Hammett?»

Dashiell Hammet (1894-1961)

Dashiell Hammet (1894-1961)

Dashiell Hammett murió hace cincuenta años.

Conocido el gusto editorial y mediático por la efeméride redonda y tratándose de quien se trata, quizá uno de entre los diez mejores escritores estadounidenses del siglo, es notable el desinterés.

El muro de silencio ha sido roto, en estos días, por dos excepciones editoriales.

Todos los casos de Sam Spade (RBA), reune las cuatro obras que Hammett escribió para su más famoso (pero no más logrado) personaje (los cuentos Demasiados han vivido, Sólo pueden colgarte una vez y Un tal Samuel Spade, publicados originalmente en The American Magazine en 1932, y la novela El halcón maltés, editada en 1930).

Interrogatorios (Errata Naturae) reproduce por primera vez en castellano las actas de las bravas comparecencias de Hammett ante los comités de la caza de brujas (1949 y 1953), que le valieron ser condenado a prisión por la torva justicia del maccarthismo y al ostracismo y la ruina económica por la aún más bellaca justicia de la sociedad sordomuda. Como magnífica adenda, el libro añade el cuento Sombra en la noche, que aparece esgrimido en los interrogatorios como posible prueba del talante anti-americano y subversivo del autor y acusado.

El personaje, su integra complejidad, merece un Cotilleando a…

1. Para empezar, una declaración. La pronuncia el otro grande de la literatura negra, Raymond Chandler. Sabiendo de su propensión a la parquedad y su repelencia al cumplido protocolario, hagámosle caso: «Hammett sacó el asesinato del jarrón veneciano y lo echó al callejón».

2. Para seguir, una cita de Dash: «Me gustan las mujeres. Realmente me gustan». No mentía. Ellas también le adoraron.

Dashiell Hammett

Dashiell Hammett

3. André Gide le consideraba el mejor escritor estadounidense del siglo XX, junto con (y a la misma altura de) William Faulkner. Creo que Dash secundaría la idea de éste: «Entre el dolor y la nada, me quedo con el dolor». Fue un escritor de novelas de policías, gangsters e intermediarios, es decir, un escritor que, como Balzac, Hugo y Dickens, transmitió la verdad. Alguien dijo que Hammet es «el puñetazo que nos merecemos todos, sin excepción«.

4. Samuel Dashiell Hammett nació el 27 de mayo de 1894 en la granja de tabaco Hopewell and Aim, propiedad de su abuelo, en el condado de St. Mary (Maryland), donde, como dice el lema de la comarca, se juntan los ríos Chesapeake y Potomac. Sus ancestros eran americanos viejos, llegados en el XVIII de Francia y los Paises Bajos. Sastres, marineros, artesanos…

5. Creció en Baltimore. A los 13 años lee Crítica de la razón pura, de Immanuel Kant. No entiende casi nada, pero necesita las respuestas que no encontraba en los libros del colegio.

6. A los 14 su padre, que estaba en la ruina, le obliga a dejar los estudios para trabajar. Primero, mensajero; luego, vigilante. Odia ambos empleos. A los 16 empieza a beber. Regresa a casa borracho cada noche.

7. Su abuela materna está fascinada con el chico («te pareces a Wallace Reid«, la estrella de cine, le decía). Es ella quien le busca trabajo, en 1915, en la agencia de detectives Pinkerton. «Nunca dormimos», era el lema.  Dash, alto, apuesto, despierto, está encantado. Le pagan 20 dólares a la semana. Hace trabajos de vigilancia en casos de adulterio y estafas. Se acostumbra a ser una sombra silenciosa, casi invisible.

8. En una misión en una zona minera de Montana para investigar la muerte de un sindicalista se tropieza de frente con la dialéctica de los opresores y los oprimidos y su pervesión. Descubre que al hombre lo han matado detectives de Pinkerton.

9. En otro caso, dispara a un sospechoso que amenazaba a un compañero. El hombre huye, herido y sangrando. Dash se asusta tanto que se promete no usar un arma de fuego nunca más, excepto para cazar y siempre que la presa sea para comer. Cumple su palabra.

10. Le alistan en 1918 por la I Guerra Mundial. Asignado a una brigada de transportes sanitarios, sufre un accidente al volante de una ambulancia. Hay varios heridos leves. Promete no conducir jamás. También cumple.

11. En el campamento militar contrae la gripe española, que mató a entre 100 y 200 millones de personas en el mundo. Tras varios meses internado, le licencian con el grado de sargento y una pensión de 40 dólares al mes. Su salud no volverá a ser la misma por la tuberculosis que le queda como secuela. En el hospital conoce a la enfermera Josephine Annis Dolan. Se casan en 1921 y se establecen en San Francisco. Tienen dos hijas. Los servicios de Sanidad obligan al padre a vivir en un domicilio diferente al de las niñas por el peligro de que les contagie la tuberculosis.

12. En 1922 deja de trabajar como detective y ampieza a escribir. También hace trabajos por pieza para agencias de publicidad.

"Red Harvest" ("Cosecha Roja")

"Red Harvest" ("Cosecha Roja")

13. Entre 1929 y 1934 publica unas decenas de cuentos y las novelas Cosecha roja (1929), La maldición de los Dain (1929), El halcón maltés (1930), La llave de cristal (1931) y El hombre delgado (1934). La primera y las dos últimas son las mejores de la historia de la novela negra y deberían ser de lectura obligatoria para entender por qué nos siguen dando coces los que siempre nos han dado coces. Son las novelas que hubiese escrito Karl Marx si hubiese nacido con el don de la palabra inteligible.

14. Se lía con la escritora Lillian Hellman, gran confidente y amiga durante el resto de la vida de Dash. Son una pareja abierta.

15. Tiene dinero y éxito. Hollywood se enamora de su prosa afilada y elegante. Es uno de los guionistas mejor remunerados de su tiempo. En 1938 la Metro le paga 80.000 dólares. Sólo diez del millar de escritores contratados por los estudios llegan a tamaño nivel de facturación.

16. En 1937 paga de su bolsillo parte del coste de producción del documental de apoyo a la República Española Spanish Earth (Tierra de España, de Joris Ivens y Ernest Hemingway). Firma una petición de los Amigos Americanos de la Democracia Española, para que el Gobierno de Roosvelt ayude ecónomica y militarmente a los republicanos «en nombre de la decencia y la humanidad», para que «aquellos que no aceptan ni el fascismo ni el nazismo tengan una oportunidad de luchar por sus vidas».

17. Entre 1938 y 1941 apoya o promueve causas en favor del derecho al voto de los negros, la libre actividad sindical, los programas de acogida de refugiados políticos, contra las actividades de la extrema derecha… En 1940 se afilia al Partido Comunista y es nombrado presidente del Comité de Derechos Electorales.

18. El FBI le enfila. Le siguen día y noche. Recopilan 278 páginas durante 25 años. También Hellman es espiada.

19. En 1941 se alista para pelear en la II Guerra Mundial. Tenía 47 años y una salud delicada, pero se sentía obligado a luchar contra el nazismo. Como era  considerado peligroso fue destinado a un campamento en Alaska. Montó un periódico para las tropas.

Hammett ante un comité de la caza de brujas

Hammett ante un comité de la caza de brujas

20. En 1951 es condenado a seis meses de cárcel en una prisión federal porque se negó a dar detalles sobre la particpación del Congreso por los Derechos Civiles, de cuyas cuentas es responsable, en el pago de las fianzas de miembros del Partido Comunista acusados de conspiración. Hammett se acoge una y otra vez a la Quinta Enmienda a la Constitución y se niega a responder porque considera ilégitimas las preguntas en una democracia. En la cárcel, en Kentucky, lee a Gogol y se encarga de la biblioteca. Sale de prisión envejecido y con la salud aún más rota.

21. En 1953 vuelve a ser citado por un comité de la caza de brujas. Le interroga el senador Joseph McCarthy en persona. Está interesado en saber por qué hay libros de un comunista en las bibliotecas públicas estadounidenses. ¿Es esa una buena forma de luchar contra el comunismo?, le pregunta al escritor. Hammet responde: «Bien, yo pienso (por supuesto no lo sé) que si estuviera luchando contra el comunismo creo que lo que haría es no darle a la gente ninguna clase de libros».

Lillian Hellman

Lillian Hellman

22. Hacienda le reclama 100.000 dólares en impuestos impagados. Hammet, que nunca había destacado por administrar con precaución sus ingresos, se declara insolvente. Todos sus amigos del pasado dorado le dan la espalda. Intenta terminar Tulip, una novela. No lo consigue. Está muy enfermo. Se recluye y vive como un ermitaño. Hellman le cuida. Los editores de Interrogatorios señalan en el prólogo: «El maestro indiscutible de la detective fiction pasó sus últimos veinticinco años sobre la tierra, casi la mitad de su vida, leyendo, bebiendo, follando, y también luchando por una sociedad más digna, sin escribir una sola línea digna de mención«.

23. El 10 de enero de 1961 muere en un hospital de Nueva York de un cáncer de pulmón diagnosticado dos meses antes.

24. La mejor biógrafa de Hammett, Diane Johnson, destaca el perfil contradictorio del escritor: marxista, pero autor de novelas sobre la violencia social y la corrupción cuyos protagonistas sólo intervienen para hacer «pequeñas correciones»;  virtuoso pero libertino; rico y pobre; descreído pero lleno de fe; asceta pero hedonista; comunista pero ardiente patriota…

25. Los informes del FBI sobre Hammett concluyen con el apunte de un agente que llama al cementerio para asegurarse de que «un tal Dashiell Hammett» está muerto y enterrado.

Ánxel Grove