Entradas etiquetadas como ‘tipografía’

Buscan dinero para reeditar, en facsímil, el ‘Libro atornillado’ del genio futurista Depero

Le llaman, en inglés, The Bolted Book (El libro atornillado) porque sus páginas-fichas están agujereadas y sujetas por dos pernos industriales de aluminio. Fue publicado hace casi nueve décadas y resulta inencontrable. El autor, el italiano Fortunato Depero (1862-1960), fue un soñador versátil y práctico de un mundo lanzado hacia el futuro. Ejerció con fortuna el diseño gráfico y tipográfico. Con menos destreza se atrevió con el industrial, de interiores, escenográfico, arquitectónico…

Soñó en 1915, intentando, como tantos otros y después, espantar a los burgueses, con una Reconstrucción futurista del Universo que predicaba el maridaje del arte y la vida. Reducía los medios necesarios para el proyecto de poblar el mundo de animales mecánicos y paisajes artificiales a estos:

Hilos metálicos, de algodón, lana, seda, de todos los tamaños, coloreados. Cristales de color, papeles de seda, celuloide, redes metálicas, materiales transparentes de todo tipo, coloreadísimos, telas, espejos, láminas de metal, papel de plata coloreado, y todos los materiales más llamativos. Ingenios mecánicos, electrónicos, musicales y ruidistas, líquidos químicamente luminosos de coloración variable; muelles, palancas, tubos, etc.

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La única revista hippie en la que el diseño gráfico importaba

Mosaico con portadas de la revista 'Avant Garde'

Mosaico con portadas de la revista contracultural ‘Avant Garde’

Durante los años del posthippismo, la prensa underground entró en el campo de batalla mediático en los EE UU —también en el Reino Unido y Australia—. Se trataba de proponer, tal como estaba ocurriendo con los usos sociales, el arte, la cultura y la política, modelos más veraces, abiertos y desprendidos de los convenios entre de la prensa tradicional y el poder. De la ilusionante edad de las flores y la cándida utopía que proclamaban buena parte de sus hijos, nacieron fanzines, revistas, diarios y panfletos de relajada puntualidad pero contenidos precisos…

Aunque la prensa underground fue de vida corta —la única excepción fue el quincenal Rolling Stone, pero su etapa contracultural fue efímera y en pocos años el éxito la llevó a convertirse en un medio tradicional y masivo, pese a su nómina de grandes reporteros—, algunas revistas merecen un espacio de mérito que no se les concede. Es el caso de Avant Garde, la única revista hippie en la que importaba el diseño gráfico.

Efímera —sólo editó catorce números entre enero de 1968 y julio de 1971—, la colección completa de la revista ha sido ahora delicadamente digitalizada y organizada en un rpoyecto de la archivista Mindy Seu.

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Liberan para camisetas, tatuajes o pósters los diseños del disco postrero de Bowie

Bowie Blackstar © Jonathan Barnbrook

Bowie Blackstar © Jonathan Barnbrook

El diseñador gráfico y tipógrafo Jonathan Barnbrook (1956), uno de los más aclamados y con mayor grado de conciencia social y política del sector, acaba de anunciar que libera de derechos de autor todos los elementos gráficos de Blackstar, el disco que David Bowie grabó mientras era tratado de un cáncer de hígado y editó poco antes de morir sin revelar a casi nadie la gravedad de su estado, aunque dejando muchas pistas en sus dos últimos álbumes.

El estudio de Barnbrook, que ha colocado los diseños en esta página para que puedan ser bajados en alta resolución —el que abre la entrada mide, por ejemplo, a 300 puntos por pulgada, 21,17 centímetros de lado—, explica:

En Barnbrook nos encantó trabajar con David Bowie. Simplemente era uno de las personas más amables e inspiradoras que hemos conocido. En memoria de David y su el espíritu de apertura estamos liberando los elementos de las ilustraciones de su último álbum ★ (Blackstar) para descargar desde aquí libremente bajo una licencia Creative Commons NonCommercial-ShareAlike. Eso significa que puedes hacer camisetas, tatuajes, colocarlos en casa para recordar a David (…) Sólo pedimos que de ninguna manera cree o venda productos comerciales con o basados en ellos.

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Seb Lester, un hombre atrapado por la caligrafía

'Rock Roll' - www.seblester.com

‘Rock Roll’ – www.seblester.com

«Encuentro el alfabeto latino una de las creaciones más hermosas y profundas de la humanidad«, declara con pasión el británico Sebastian (Seb) Lester (1972). Ya en sus años de estudiante de diseño, inició una historia de amor dibujando letras, escribiendo con una dedicación ceremoniosa y a la vez compulsiva: ahora es uno de los calígrafos más prominentes de Internet, donde alimenta de palabras y mensajes manuscritos a sus más de un millón de seguidores en las redes sociales.

Aloja en Instagram vídeos en los que escribe, en la banda sonora combina piezas instrumentales actuales y sonatas de piano; a veces basta con el sonido de la pluma acariciando el papel. De la humilde herramienta brotan los caracteres, basados en manuscritos medievales, caligrafía inglesa del siglo XVIII, letras del renacimiento, del siglo XVII flamenco… Lester los imprime en el papel con firmeza y naturalidad, todo parece fácil cuando uno contempla el modo en que se maneja.

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El ‘alfabeto arqueológico’ de Antonio Basoli

Antonio Basoli, "Autoritratto", 1821-22

Antonio Basoli, «Autoritratto», 1821-22

Cuando Antonio Basoli decidió dibujar su autorretrato ya era casi un cincuentón y uno de los artistas más estimados de su tiempo en Italia. Que haya elegido el aire de un boceto inacabado para presentarse dice bastante de su humildad. Que los rasgos aparezcan apenas sugeridos y, al contrario, quede bien claro que estamos ante un artista —la pluma, el caballete, los dibujos sobre la mesa desordenada…— añade el sesgo de una tranquilidad interior basada en la armonía y la prudencia.

Basoli (1774-1848) pudo hacer fortuna y recibir altos honores. Era pintor, diseñador de interiores, decorador teatral, grafista, grabador y, quizá la faceta que más le satisfacía, profesor. Recibió encargos de nobles e instituciones e incluso el zar de Rusia le ofreció un cheque en blanco para que viajase a hacerse cargo de la decoración de los palacios reales de verano, a los que quería añadir un aire italianizante. Basoli dijo a todo que no.

Apegado a su tierra por un sacramento que tenía el tono de un vínculo sagrado, el artista apenas abandonó Bolonia en media docena de ocasiones y siempre para desplazamientos cortos y de matiz empírico: ir a Milán para tomar nota de la decoración de algún montaje operístico en La Scala, acercarse a Roma para consultar alguna obra de su admirado Piranesi, pionero de la modernidad y, como Basoli, refractario a la soberbia que oscurece a algunos artistas…

Como tantos de sus contemporáneos, sentía la llamada del exotismo y tenía una visión romántica que plagaba el globo terrestre de interrogantes, pero jamás sintió la necesidad de ver con sus ojos los paisajes que podía soñar desde Bolonia porque sabía que cada mundo probable está en cualquier lugar del mundo.

Pintó e hizo grabados sobre muchas maravillas —los jardines colgantes e inexplicables de Babilonia, la magna estatua ecuestre romana de Domiciano, los templos egipcios de Isis y Osiris, las pagodas chinas de Fo donde la niebla intervenía como material constructivo…— pero sin moverse de su estudio, inspirado por las descripciones de otros y llenando los vacíos con las imágenes que emergían de sus lápices y acuarelas. No tenemos derecho a desmentir que las visiones imaginarias fuesen menos veraces que las reales.

De Basoli han sobrevivido pocas obras. La más admirable es L’Alfabeto Pittorico (El alfabeto pictórico, 1839) —un facsímil de la obra completa y escaneada a buena resolución puede verse en esta web del Museo Virtualle della Certosa de Bolonia—.

Se trata de un alfabeto arqueológico en 26 viñetas —las inserto abajo, citando ahora, para evitar el embrollo de 26 pies de imagen idénticos, que el crédito es en todos los casos: © Accademia di Belle Arti di Bologna, el centro donde Basoli impartió clases—. y el artista concibe otros tantos universos a través de la excusa de idear una fuente tipográfica.

Cada letra capitular y cada detalle de los 26 mundos quimérticos de los que forman parte son como grietas de la mente en ebullición de un hombre que no deseaba salir de Bolonia y, pese a ello, se trasladó tan lejos como el más voluntarioso de los viajeros.

Ánxel Grove

¿Carteles de diseño para personas sin techo?

Mike - 'Signs for the Homeless'

Mike – ‘Signs for the Homeless’

«Siempre me fue relativamente bien en la vida», cuenta Mike, sin hogar desde 2009. «Era supervisor de obras. En 2008 tuve un leve derrame cerebral y meses después me despidieron durante el crack económico. Tengo muchas facturas médicas y como no me he recuperado totalmente del derrame, no puedo volver a trabajar en el negocio de la construcción». Mike, de 57 años y apodado El Papa de Harvard Square, sostiene un cartel mientras pide limosna. El letrero sólo dice «Busco amabilidad humana».

Signs for the Homeless (Carteles para los sin techo) es una iniciativa de Kenji Nakayama y Christopher Hope, dos artistas que han decidido «impulsar la conciencia sobre la pobreza y las personas sin hogar», en la ciudad de Boston (Massachusetts, EE UU), en la que residen.

Piden a los sin techo los mensajes que exhiben en la vía pública, hechos con cartones ajados y portadores de frases concisas sobre la situación desesperada de quien los muestra. Nakayama y Hope pagan por los letreros 10 dólares (unos 7.54 euros) y ofrecen a cambio una versión supuestamente dignificada de los originales, también hecha a mano, pero con tipografías, colores y diseños cuidados.

Susan J. - 'Signs for the Homeless'

Susan J. – ‘Signs for the Homeless’

El «proyecto de intercambio» está documentado en un microblog de la plataforma Tumblr en el que ponen fotos del antes y del después y transcriben la pequeña entrevista que realizan a cada persona. Colleen, de 20 años, cuenta que se marchó de casa hace tres años: «No me siento cómoda hablando de por qué me escapé. Me resulta muy difícil hablar de ello». Viviendo en la calle comenzó a tomar drogas y ahora cuenta que trata de desengancharse. Aunque dolida y sin saber muy bien cómo salir del atolladero, entiende que su familia y sus amigos hayan «quemado puentes» con ella a causa de la adicción.

Susan J. (46 años) vive a la intemperie desde hace un año y medio junto a sus tres hijos y su marido, que trabajaba en la construcción hasta que sufrió un accidente laboral. Poco después a ella le diagnosticaron cáncer de pecho y un tumor maligno en el cuello: «Teníamos una casa, dos coches y dos motos hace menos de tres años. Ahora sólo nos tenemos los unos a los otros». Frank, de 74 años, es un sintecho de largo recorrido (más de dos décadas en la calle), cumplió condena por robo y ahora confiesa con orgullo estar siempre sobrio.

Aunque con ánimo de hacer visibles a quienes nadie quiere ver, los artistas han recibido críticas de quienes consideran la iniciativa un modo de «explotar» a las personas sin hogar y consideran los carteles —llamativos y en cierto modo alegres— una banalización que podría perjudicar más que ayudar. Según cuenta la página web estadounidense My Modern Met, los detractores del proyecto también señalan que los transeúntes incluso pueden confundir los letreros con anuncios y ni siquiera molestarse en leerlos.

Helena Celdrán

Colleen - 'Signs for the Homeless'

Colleen – ‘Signs for the Homeless’

Alberto - 'Signs for the Homeless'

Alberto – ‘Signs for the Homeless’

Jimmy Sunshine - 'Signs for the Homeless'

Jimmy Sunshine – ‘Signs for the Homeless’

 

Bobbi - 'Signs for the Homeless'

Bobbi – ‘Signs for the Homeless’

Las tarjetas de Bob Dylan, transformadas en bellas tipografías

Cuatro de los carteles de Leandro Senna sobre 'Subterranean Homesick Blues'

Carteles de Leandro Senna para ‘Subterranean Homesick Blues’

Bob Dylan aún no había cumplido los 25 años. El director de documentales D.A Pennebaker rodaba Dont Look Back (1967), una película documental que seguía al músico en su gira por el Reino Unido en el año 1965.

El film comienza con la canción Subterranean Homesick Blues representada por Dylan, en el callejón trasero del lujoso hotel Savoy de Londres, con carteles escritos a mano en los que se leen frases y términos escogidos de la letra mientras suena la canción.

A la derecha del joven de pelo indomable, el poeta beat Allen Ginsberg conversa con el productor, músico y artista visual Bob Neuwirth. Ellos dos, junto con Dylan y Donovan, fueron los autores de los tarjetones, imperfectos en la técnica y algo inexactos en el contenido, con algunas palabras cambiadas con respecto a la letra para hacer juegos de palabras.

Dylan en 'Dont Look Back' (1967)

Dylan en ‘Dont Look Back’ (1967)

El brasileño Leandro Senna tenía la idea de iniciar un proyecto personal alejado del ordenador para «tener el placer de hacer algo a mano. Volver a lo esencial». La escena inicial de Dont Look Back, que después se convirtió en corto promocional para la canción Subterranean Homesick Blues, sirvió de inspiración al diseñador gráfico y director de arte.

Senna recrea en Bob Dylan’s Hand Lettering Experience la idea de las tarjetas, pero incluyendo la letra al completo y empleando exquisitas tipografías. Para cada lámina buscó un tipo de letra que de algún modo se correspondiera con el contenido del mensaje e incluso respetó los juegos de palabras de los carteles originales.

El ejercicio le ha ayudado a indagar en las fuentes tipográficas, a saber que la tecnología no es más que otra herramienta de la que se puede prescindir. Hizo la colección de 66 tarjetas en un mes, aprovechando el tiempo libre y utilizando exclusivamente lápiz, tinta negra y pinceles. «El reto era no utilizar el ordenador y los retoques no estaban permitidos. Si una letra salía mal, eso significaba empezar la página de nuevo», declara con satisfacción en su página web.

Helena Celdrán

¿Hace cuánto que no escribes una carta?

'Dear Annie'

'Dear Annie'

Cada vez somos más los que estamos abandonando la escritura manual para entregarnos de lleno a las teclas del ordenador. Cuando llega la hora de escribir una nota, la lista de la compra o una dirección y un número de teléfono, descubres con horror que la letra que recordabas como tuya ha dejado de existir, que es una parodia desentrenada, una tarea costosa que deseas finalizar cuanto antes.

La artista estadounidense Annie Vought piensa que estamos perdiendo una parte de nosotros cuando abandonamos el hábito de escribir a mano. «Los documentos escritos son fragmentos de la historia individual. En la caligrafía, la elección de palabras y la ortografía el autor se revela, a pesar de que esa no sea su intención. Una carta es una confirmación física de quiénes éramos en el momento en que la escribimos».

Colecciona notas, misivas encontradas, dirigidas a ella o que otras personas le donan. Las amplía y después, valiéndose de un cúter, corta con esmero todos los «espacios negativos», los huecos blancos del papel.

Las letras quedan vacías y forman una especie de red o bordado, una pieza artesanal que se puede palpar al fin, sin que la hoja impida el contacto físico con los mensajes.

Detalle de 'Christmas'

Detalle de 'Christmas'

Otras veces la artista opta por recortar cada palabra por separado y unirlas todas en un panel, clavándolas con alfileres como si fueran insectos de colección. En los últimos meses ha avanzado un poco más en su aventura y ha empezado a experimentar también con dibujos, bocetos y garabatos que muchas veces decoran el final de un texto o incluso protagonizan el folio.

Los renglones y el tipo de letra mantienen la estructura de ese nuevo texto sin superficie. Los borrones y la manchas de tinta también son útiles para dar solidez al fino encaje de caracteres. En el proceso, Vought pone especial atención en hilar cada palabra con la siguiente, se zambulle en el mensaje y se detiene a pensar en las circunstancias en que la persona escribió la carta.

Aunque laboriosa, es una labor gratificante que la conecta con las narrativas. La artista se siente a veces un poco intrusa por cotillear en los pensamientos de otros y —para colmo— colgarlos luego de una pared. En su tarea reflexiona a menudo sobre cómo los documentos escritos son susceptibles de hacernos parecer vulnerables, frente a la seguridad que dan las letras impolutas de una tipografía.

Helena Celdrán