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Filtran una canción inédita grabada por Lou Reed a los 25 años

The Velvet Underground, 1968. Desde la izquierda, Lou Reed, Sterling Morrison, John Cale y Maureen Tucker

The Velvet Underground, 1968. Desde la izquierda, Lou Reed, Sterling Morrison, John Cale y Maureen Tucker

Peligrosos y sin compasión. En una canción (The Gift) narran desapasionadamente durante ocho minutos la decapitación de un hombre encerrado en una caja. En otra, (Sister Ray), aún más larga (14 minutos y pico), hablan de una disipada y fallida orgía de travestis. En una tercera (Lady Godiva’s Operation), el drama va sobre la lobotomía a la que es sometida una transexual. En otra (White Light/White Heat), escenifican la tensión de un adicto a las anfetaminas que espera a su proveedor en un barrio de riesgo…

En 1968, hace 45 años, The Velvet Underground se habían sacado de encima todo el lastre: habían dicho adiós al vampiro Andy Warhol, a quien ni siquiera interesaba la música del grupo pese a haber sido su mentor inicial, y a la cantante Nico, impuesta por Warhol como pincelada bohemia en un cuarteto que sólo deseaba hacer rock and roll básico y urbano. Estaban finalmente solos los cuatro descuartizadores: Lou Reed, John Cale, Sterling Morrison y Maureen Tucker, el primer grupo noise de la historia.

Para producir su nuevo disco, White Light/White Heat, el grupo eligió a un productor situado en las antípodas del afásico Warhol, Tom Wilson, un negro de educación musical amplia (había estado a los mandos de, entre otros clásicos, el Like a Rolling Stone de Bob Dylan). Dicen las crónicas que, pese a estar curtido en los astrales desmanes del free jazz, Wilson llegó a dejar a la banda sola en el estudio porque no podía aguantar las chirriantes improvisaciones de hasta una hora en las que Reed y Cale se embarcaban para calentarse.

White Light/White Heat (3CD - 45th Anniversary Super Deluxe Edition)

White Light/White Heat (3CD – 45th Anniversary Super Deluxe Edition)

Para celebrar el aniversario del disco, la discográfica Universal edita White Light/White Heat, en una presentación especial de tres discos. La edición está anunciada para el 10 de diciembre y costará, según el PVP marcado por algún mayorista, en torno a 50 euros.

¿Jugada comercial para sacar rédito a la muerte de Lou Reed? Parece que la respuesta es negativa dado que Reed había trabajado en la selección de los temas en los meses previos al inesperado fallecimiento, pero el momento viene de perlas y el cofre será un bestseller. Las 30 canciones incluyen las versiones en mono y estéreo de la grabación original, unas cuantas tomas alternativas, pistas vocales y mezclas no distribuidas nunca oficialmente. También añaden un libro de 56 páginas con fotos y ensayos que fue escrito con la colaboración de Reed y Cale, ejes pivotales de aquella máquina perfecta.

El tercer disco justifica por sí solo el producto: una actuación abrasiva del cuarteto en el local The Gymnasium de Nueva York, grabada el 30 de abril de 1967. La discográfica ha filtrado a la web Dangerous Minds una de las piezas, I’m Not A Young Man Anymore, escrita y cantada por Lou Reed.

La canción, de la que no se sabía apenas nada, es ferrosa, dura, con el ritmo turbio y la pared de feedback que eran seña de identidad de la Velvet Underground en la etapa en la convivieron en el grupo el rocker Reed y el experimentalista Cale —vanguardista y experto en disonancias—. Los seis minutos largos del tema, que Reed canta con cadencia de cadáver en vida a los 25 años («ya no seré joven nunca más»), condensan las dos características básicas del rock and roll: frescura y terror. Pura magia, pura sed de sangre.

Ánxel Grove

Ya no eras la ganzúa, Mr. Reed

Lou Reed, 1974 - Foto: Mick Rock

Lou Reed, 1974 – Foto: Mick Rock

Hola Lou,

El New York Times utiliza la correctísima expresión Mr. Reed para dar cuenta de tu muerte, del fallo hepático, del inútil hígado de reemplazo que tú pudiste pagar —al contrario que el pobre Bolaño, porque no es lo mismo vivir en España que en el gran zoco de Babilonia donde todo se compra si eres bienamado—, de la influencia, de la hostilidad verbal, de tu pedante mujer artista, de tus contradicciones…

Creo que estarías de acuerdo con el tratamiento: Mr. Reed. A tanta altura canónica había llegado la situación. Doctor togado in honoris, escritor, poeta, habitual en cada verbena del Bulevar de la Suciedad, como dirías tú mismo.

Tocaste en el jubileo de Juan Pablo II; escribiste un poema de taller literario para millonarios tras el 11-S (las aves están en llamas / el cielo brilla…); le robaste  para una portada un dibujo a Nazario porque tú lo vales y Nazario era un españolito que te admiraba y no iba a levantar la voz; tuviste la indecencia de volver a tocar con Maureen Tucker —la batería-máquina de la Velvet Underground— cuando ella se había destapado como afín al Tea Party («estoy furiosa por ver cómo nos llevan hacia el socialismo», dijo; «no veo razón para que todos tengamos de todo», precisó —¿ni siquiera un hígado cuando el original se funde?—); desde 1978, con Street Hassle, no editaste nada que hiciese honor a la leyenda; escribías críticas de discos de otros (por ejemplo, de Kanye West) utilizándote de espejo, presentándote como precursor, anda, no jodas, del hip-hop; montaste la de dios —es decir, llamaste al bufete y lo pusiste a ganarse el pan— porque un grupete francés de semiaficionados quería usar un sample de uno de tus temas para rendirte homenaje; dado que la inspiración musical andaba peor que la salud, cometiste el mismo pecado que Patti Smith: te hiciste pasar, para humillación de la fotografía,  por fotógrafo; nos intentaste vender, como cualquier celebridad pringosa, scooters de Honda… Y, finalmente, ¿a quién demonios le importaba que hicieras tai-chi, Mr. Reed?

Lou Reed, 1975 - Foto: Mick Rock

Lou Reed, 1975 – Foto: Mick Rock

Te perdono todo, la traición, el maquiavelismo, la petulancia, el pecado antinatura que cometiste, niñato engreído, contra Edgar Allan Poe, los dineros que pagué para verte haciendo el ridículo intentando parodiar a quien fuiste… Incluso te perdono, Mr. Reed, el pacto con los sinvergüenzas de Metallica.

Te ofrezco tabula rasa y olvido a cambio de seis años de tu vida, Mr. Reed, de 1967 a 1973. Podrías ser el mismísimo Adolf Hitler. Te perdonaría también.

Ese tiempo (tu ofrenda, mi epifanía) me segó como una navaja ayer cuando llegó la noticia de tu muerte y el rosario de adjetivos que le pusieron el inmediato prólogo de estos tiempos de chispazos que han de ser rápidos antes que justos:  «salvaje», «callejero», «provocador», «venenoso», «oscuro» y otras credenciales  que le cuadran mal a Mr. Reed pero eran analogías de precisión mecánica para Lou Reed, exvíctima de terapia electroconvulsiva por mandato paterno para curar la bisexualidad, estudiante de todo y nada (periodismo, bellas artes, escritura creativa, cinematografía), amigo y discípulo del poeta Delmore Schwartz —aunque no tan amigo como para acercarse a la morge de Nueva York, donde el cadáver del escritor, muerto en soledad a los 52, estuvo dos días esperando identificación—, autor en 1964 de un single suicida —The Ostrich— y, sobre todo, director musical del frente sonoro más psicópata de la historia, The Velvet Underground, el grupo que asustó a los hippies de San Francisco («mal rollo, dude«) cuando agriaron a latigazos la sacarina del verano del amor.

Lou Reed, 1975 - Foto: Mick Rock

Lou Reed, 1975 – Foto: Mick Rock

Durante esos seis años nos hiciste cómplices del homicidio en defensa propia al que se reduce el rock and roll —de eso se trataba, ¿no?, de matar al padre—, nos llevaste de la mano para utilizar todos los combustibles (la nariz, y la lengua, y el ojo, y la piel, y el oído, y el entendimiento, y la mente) y todas las armas (cuchillos, tenazas, martillos,  punzones, barrenas, garlopas, serruchos, hachas, limas, destornilladores, escoplos, formones, gubias, berbiquís y mazos; sobre todo, mazos) para abrigarnos en la noche oscura y mantener la senda con nuestros ojos de fuego.

Nos amabas con truenos, nos ahogabas con feedback, eras dueño de la blanquísima pereza de un ángel yonqui que arrastraba los pies antes de besarnos con una lengua que ni siquiera era bífida, como esperábamos, sino rota, quemada como la chimenea de una refinería. Las canciones que nos regalaste en los seis años en que fuiste la ganzúa y el sapo, la mandíbula enérgica y el joyero pérfido, eran oraciones torcidas que sembraban fiebre en nuestras carnes.

Lou Reed ejerció el ciclo mítico del rock: vivió deprisa, fue perverso, montó jaleo y murió en 1973, a los 31 años. Agraciado por los dioses de la decencia, Mr. Reed, viviste convertido en una cosita insípida 40 años más. Lo dice el New York Times.

Ánxel Grove

El disco de Velvet Underground que rechazaron en 1966 las discográficas

El acetato de Norman Dolph

El acetato de Norman Dolph

El acetato no tenía demasiada información, apenas una etiqueta rotulada a mano: «The Velvet Underdground. Att. N. Dolph. 4-25-66″. Los nombres del grupo, del agente de ventas que remitía el disco y la fecha (25 de marzo de 1966).

El disco fue enviado por Norman Dolph —uno de los muchos socios del mentor de la banda, el multiartista Andy Warhol— a varias potentes empresas discográficas, entre ellas Elektra y Atlantic, para intentar que se interesasen por el grupo y produjesen su lanzamiento. Ambas rechazaron el producto sin explicar las razones.

El acetato incluía nueve canciones (pueden escucharse y bajarse de esta web) grabadas en una sesión rápida y atropellada en el decrépito estudio Scepter de Nueva York por el quinteto formado por Lou Reed, Sterling Morrison, Maureen Tucker, Nico y John Cale. Warhol solía utilizarlos como banda para sus espectáculos protomultimedia Exploding Plastic Inevitable y ahora deseaba apadrinarlos como marca musical.

Aunque no tenía ni la menor idea de música (sólo le gustaba escuchar la radio), Warhol gustaba de añadir a sus múltiples títulos el de «productor musical». Hurtaba la verdad: fueron Cale y, en menor medida, Dolph, quienes se encargaron de manejar la primera grabación, cuyo coste fue mínimo, en torno a 1.500 dólares, empleados en el alquiler del estudio y los honorarios del ingeniero de sonido John Licata. Los músicos, como casi todos los empleados-esclavos de Warhol, sólo recibían  todas las drogas necesarias.

The Velvet Underground en los estudios Scepter, abril de 1966

The Velvet Underground en los estudios Scepter, abril de 1966

Finalmente la grabación fue aceptada por la discográfica MGM para su sello filial Verve, que se dedicaba al jazz y la bossa nova y buscaba hacerse con un trozo del pastel del pujante negocio del pop rock de mediados de los sesenta. La grabación fue encargada al productor Tom Wilson (un genio que había trabajado con Bob Dylan en Like a Rolling Stone), que volvió a meter al grupo en el estudio para repetir tres canciones y remezcló y remasterizó el resto a partir de las cintas originales, que le parecieron suficientemente buenas.

El resultado, editado el 12 de marzo de 1967, fue The Velvet Underground & Nico, uno de los grandes discos de todos los tiempos.  Plagado de escalofrío y con canciones macabras sobre drogas, dominación y formas extremas de placer y dolor, fue saludado por la crítica como el perfecto contrapunto para la música hippie más melindrosa,  pero recibido con extrema frialdad por el público. Solo el paso del tiempo convertiría el álbum en una pieza clásica y de enorme proyección.

"The Velvet Underground & Nico 45th Anniversary"

«The Velvet Underground & Nico 45th Anniversary»

El impacto comercial de The Velvet Underground & Nico, una mina de oro, vuelve a ponerse de manifiesto con la enésima reedición del disco, esta vez con la excusa del 45º aniversario de la edición. The Velvet Underground & Nico 45th Anniversary [Super Deluxe] , que cuesta más de 80 dólares, es una caja de seis cedés con todas las variantes de la grabación original (estéreo, mono, remasters, singles…), sesiones en directo y un duplicado del acetato que rechazaron las discográficas.

Retengan ustedes en sus retinas la imagen con la que se abre esta entrada. El primer disco que circuló por el mundo de la Velvet Underground —no está claro cuántas copias fueron prensadas, pero no parece que fueran más de media docena— puede sacarle de un aprieto financiero si logra dar con él. Una persona que localizó uno de los ejemplares en 2006 en un mercadillo de Nueva York pagó 0,75 dólares por el ejemplar y lo subastó en eBay por 25.200.

Ánxel Grove