Ah, amigos. Ha llegado el final. Sí, Granjero Busca Esposa (o sitio a donde arrimar la culebrilla) ha llegado a su fin. Con resultados desiguales, pero los mejores de todas las ediciones.
Pero vayamos por partes.
ROMÁN
Yésica llama a su oso Romanín. Que es como Rumanín, pero de Castilla de toda la vida. Y la pobre mujer se echaba unos lloros en la despedida que parecía que a su Romanín se lo llevaban a fusilar. Y digo yo, si no se quiere ir, ¿para qué se va?
Romanín es un hombre sensible y también se emocionó.
El pueblo se apuntó en pleno, maquilladas las señoras como para ir a misa, con una pancarta de «Vivan los novios». El pobre Romanín se puso a llorar con sólo ver a Luján. Los vecinos coreaban cada gracieta y cada lance con entusiasta entrega.
Lo que me decepciona de ese pueblo es que no le tiraran piedras a Nica, por salir con ese vestido rojo y el sombrero de cardenal-cowboy.
El beso de despedida fue un comemorros de los que ya no se dan, de esos en los que sabes lo que ha comido el otro. Y claro, Román se arrancó a correr para darle un último beso.
Uno del pueblo, no sabemos quien, se echó a llorar. El año que vine le vemos concursando.
Román fue al reencuentro con su madre. De hecho, no descarto que la señora esté en la noche de bodas, supervisando: «Ahora toca teta, así, besooooo y cambio, toca, toca, toca y ¡padentro!». Y cuando Román llamó a su Yésica no se presentó Yésica, sino los suegros.
La cara de Román fue de «me he cagao». Pero venían en son de paz. La madre de Yésica se echó a llorar emocionada. «Quiero mucho a vuestra hija» y «querida suegra, estese usted muy tranquila» fueron las mejores frases del chaval.
A Román le dejaron con los suegros y con la madre y el chaval acabó llorando. Pero no como cuando lloras en Nochevieja aguantando a la familia y rogando porque se vayan, sino en plan bien.
Román se encontró con su Yésica en el escenario con los suegros mirando y el chico estaba más cortado que la carne de hamburguesa.
El amigo Román le llevó un anillaco, aunque no se arrancó a pedirle matrimonio. Yésica se echó a llorar de nuevo, lo que no es novedad, porque la mujer se pasa el día a moco tendido.
Después, ya bajados del escenario se pusieron cariñosos, a arrimar cebolleta y claro, ella dijo «como me vea mi padre…» A lo que Román, precavido, dijo «me la corta, igual».
GUSTAVO
La distancia es «como un taladro en el corazón». Que poeta es este hombre. Bueno, un agropoeta.
Las chicas no se despidieron sólo de su granjero, sino de toda la familia, hijos, hijas, sobrinos… allí faltaban los vecinos y las cuatro primeras letras de las páginas amarillas.
Cristina dijo que Gustavo era el hombre perfecto para su vida y Gustavo ídem de ídem. Se le debió meter algo en el ojo, porque le lloraban. El jodío miraba al infinito con los ojos brillantes, como los conquistadores observando sus dominos.
Pero en este caso lo que veía era el culo de su dominio, que se iba alejando.
Las niñas, que son lo más majo que hay, intentaron consolarle, sin resultado.
Se presentó el jodío al reencuentro con una camisa patrocinada por Gas Butano. Le van a copiar el color todos los servicios de emergencias de las estaciones de esquí.
El pobre hombre no tuvo a su chica. Cristina le mandó una carta en la que le decía lo mucho que le echaba de menos pero que «ojalá que todo fuera más fácil«. Pero ella no estaba, así que se quedó planchado.
Luego, delante de todo el mundo, le dieron una segunda carta. En ella, Cristina le decía que no sabía si podría o no dejarlo todo. Y Gustavo dijo que cierta parte de su familia no la aceptaba.
A este hombre le hicieron la putada del siglo. Dejándole solo en el graderío. Ya que estaban, si lo que querían era hacerle sufrir no tenían más que haberle colgado por los huevos de un narajo y le habrían hecho menos daño.
Le dieron una tercera carta. En ella, Cristina le decía que iba a hacer todo lo posible por estar con él y porque los que no la quieren la quisieran.
¡Y allí estaba!
Era todo una broma para joder un poco al pobre hombre. Y aparecieron también los hijos de Cristina. Uno de ellos era más grande que Gustavo.
LUIS
Arantxa lleva el tanga que le corta la circulación sanguínea. Que dos lorzas más jamonas le hacía el hilillo de las bragas, oye. El último día se despertaron en la calle, donde se acostaron. Sí, el sol en la cara a primera hora mola que no veas. Que rara es la gente que usa casas…
Este hombre tiene un repertorio inacabable de metáforas casposas y manidas. Para él Arantxa es «un pajarillo que te visita todos los días». Lo malo es que en eso de los pájaros podemos encontrar desde el colibrí hasta el buitre leonado. A saber a qué pajarillo se refería.
El reencuentro fue como si estuvieran celebrando Miss folklórica de España. «¿Donde está el símbolo de la belleza femenina?», dijo Luis. Si es que Neruda era un mierda haciendo poemas al lado de Luis.
CÉSAR
La despedida fue más de amiguetes que de novietes. Gloria le dijo que lo mismo por la noche estaba de nuevo de vuelta. El hombre estaba como el día en que te enteras (deja de leer si eres un niño de menos de siete años) de que los reyes son los padres (si tienes menos de siete años, me refiero a que los reyes son los padres de los príncipes).
Cuando llegó el momento el amigo César no podía ni hablar. Los dos estaban mirándose y haciendo tiempo, disimulando, como si no se tuvieran que ir. La despedida fue a base de abrazo garrapatero y besitos en la mejilla. «Voy llena de polvo», dijo la muchacha, a lo que César, que es un caballero, alegó «y que polvo tiene la granjera».
A César le visitó un amigo con las cosas que mejor consuelan: jamón y vino. Y que bien se amorraba al porrón el jodío.
Y justo después se empezó a acordar de sus pretendientas, más que nada por las tareas que ellas le hacían y que tuvo que retomar. Ah, el amor.
Llegó el hombre al altar ese que les pusieron con todos los familiares mirando. Así, sin presión. «¡Gloria, ven aquí!», la llamó, como si estuviera llamando al perro.
Los dos dijeron que querían seguir con la relación y que se esforzarían por mantenerla. El muchacho le regaló unas flores, pero a mi me da que la muchacha habría preferido un anillo con un pedrusco…
«Yo no quiero un rollo de verano», le dijo la muchacha. «Esto será algo que tendremos que hablar a solas», le dijo César, con una cara que Gloria se quedó acojonada.
JONATHAN
Elisabeth dio que se había levantado triste.
Jonathan dijo que la iba a echar de menos, supongo que porque ahora tendrá que volver a dormir con su amiga la alemana pequeña, o sea, la alemanita. Lo que viene siendo el cinco contra uno. Estas navidades, zambomba.
El jodío no las acompañó ni al coche y a Rebeca no le dijo ni adiós, es un caballero y un señor. Dejó que las pobres cargaran las maletas por medio pueblo.
Elisabeth, con su vestido nevera, de los que mantienen fresco el pavo, parecía una representante productos para el striptease. El caso es que la mujer dejó entrever que tiene sentimientos y no sólo dejó caer alguna lagrimilla sino que encima dedicó elogios varios a Rebeca.
El capullo de Jonathan dijo «ellas van a volver al macho fijo, por lo menos una». Sí, lo mismo sí, pero lo que no sabemos es a que macho se refiere.
El jodío se presentó al reencuentro sin chaqueta, como si viniera de una boda y ya hubieran llegado a los postres. El fantasma se puso a presumir de haber mojado el churro «varias veces». Y disfrutaba preguntando a los demás si habían pillado cacho y sonreía como si fuera un campeón cuando le decían que no.
No se puede ser más fantasma. Lo que no dijo es lo que le dijo Elisabeth la primera vez que se fueron al catre: «te huelen los pies». Esa parte se le olvidó.
Elisabeth se presentó al reencuentro con la madre, que casi tuvo que tirar de aperos de escalada para subir al escenario. Jonathan subió a su vez con un amigo maromo, no sabemos si para hacer de guardaespaldas.
El cabrón de César se descojonaba de él.
Los dos se declaraban su amor con el mismo calor y pasión con que yo limpio el filtro del lavaplatos.
«Elisabeth y Jonathan no han vuelto a verse», rezaba la conclusión del programa. Pues eso.
MELENDI
En la mansión Melendi no cabían ni las maletas. Esas muchachas no han llevado ropa, han llevado el armario desmontado. La primera en irse fue la civernovia, con una maleta como para esconder seis cadáveres.
Vanesa se tuvo que ir la pobre diciéndole a Melendi dónde están las cosas y encargándole que lavara las toallas.
Vanesa, que es una chica de cogerle cariño a las cosas dijo que echaría de menos el «olor a cacas de vaca y garrapatas» y luego añadió «y a Melendi».
Melendi dijo que no le importaría que el hijo se fuera a vivir con ellos. Pues o amplían caravana o el chaval se va a pasar hasta los 30 años durmiendo en el sofá…
Y para pasar la pena, nada como irse con las vacas.
Al reencuentro fue el chaval que con el pelo recortadito y hecho un primor. Vanesa apareció cargando ya con la maleta, que digo yo que le podían haber dicho que la dejara en consigna…
Pero tenía su razón de ser «¡Que me voy contigo!», le dijo la muchacha. Yo me emocioné. Más aún cuando Melendi sacó las llaves de la caravana y se las dio. A mi casi se me saltan las lágrimas.
Y entonces fue cuando apareció el hijo de Vanesa. «Hola Melendi«, dijo el chiquillo como si se conocieran de toda la vida. Lo mismo el niño se pensó que era el otro Melendi y por eso iba tan contento…
Son los que más han avanzado. De hecho, Vanesa vive con Melendi y el chiquillo en Asturias y están planeando la boda. Me alegro, porque los dos parecen buena gente.