Sí, y los vándalos eran los propios habitantes.
Pero no entremos en detalles todavía. Como dijo Josefina cuando Napoleón le dijo que era eyaculador precoz, «cada cosa a su tiempo».
Todo lo bueno se acaba, y lo que no lo es, también. Este aciago lunes lamentamos la pérdida de uno de los documentos gráficos más preciados de nuestra civilización, de un experimento fenomenal que ha removido conciencias, del revulsivo que ha conseguido que el mundo sea un lugar mejor, justo y feliz para todos.
Y sino, ha acabado Gandía Shore, que está ahí, ahí…
La última entrega empezó como acabó la penúltima, con Ylenia durmiendo la mona en el jardín, así, como con mucho estilo y glamour, como una lata de cerveza del mercadona al sol.
Llegó el dueño de la casa, Marcelo, que es como un hada madrina con voz de narcotraficante colombiano, y al notar la ausencia de Ylenia dio recado para que fueran a buscarla.
Fue Arantxa, pero como no llevaba desfribriladores para reanimar el corazón de Ylenia, en el sentido espiritual y amoroso del término, tuvo que ir el propio Marcelo.
Y es que Ylenia afirmaba: «ya no formo parte de esto, ya me he ido». Pero, ah, amigos, conozco a agentes de la CIA a los que les costó menos dejar la Agencia. Antes se sale de una mafia china con una carta de recomendación para el INEM que de Gandía Shore.
El caso es que Marcelo, que se pronuncia Marchelo, porque en realidad se llama María Consuelo, consiguió reunir de nuevo al grupo.
Y quien dice reunir, dice sentarlos más o menos cerca sin que se arrancaran los ojos y sin jaulas para tiburones de por medio. Eso parecía un talk show de los de antes. Si en lugar de Marcelo aparece Patricia Gaztañaga me quedo tal cual.
Marcelo metió el dedo en la llaga, pero lo metió hasta el codo. Preguntó cuál era el problema con Ylenia.
Labrador fue el portavoz, mira que le fueron a dar la portavocía a Labrador, que es al lenguaje lo que los pedos a los ambientadores, pero el muchacho lo expresó con mucha claridad: «Pensamos que el problema es Ylenia«.
Así de crudo, como el que dice que la junta de la trócola está mal.
Ylenia, en su infinita paciencia, entró en una ligera discusioncilla con Labrador, mientras éste se ponía en plan chivato de clase y le decía al profe todas las cosas malas que había hecho la zagala. Sólo le faltó escribir en la pizarra los nombres de los que hablaran en clase.
Ylenia demostró sin embargo que no tenían razón, que en realidad es una de esas personas capaz de llevar la armonía a donde va. Es tan conciliadora, que si llega a estar ella, la guerra de los cien años dura quince minutos.
Expresiones como «soy chula, no me pongo chula», «no me da pena por nadie», «son como ganado», y «a tomar por culo», ayudaron a que los demás reflexionaran y llegaran a la conclusión de que no podían vivir sin ella. Ah, no perdón, es que justo ahí me había levantado a hacer pipí. El caso es que todos siguieron deseando que se fuera.
Y se fue.
Pero de verdad, ojo, por la puerta y todo, con sus maletitas. Y no puedo decir que con viento fresco, que eso era Gandía en pleno agosto.
No la querrían nada, pero fue irse ella y echarse a llorar allí hasta las macetas. Labrador veía caras de alivio y alegría, pero yo veía caras de funeral y de haberse pillado el ciruelo con la cremallera…
La que más lloraba era Arantxa, porque Ylenia se fue sin despedirse de ella y eso le dolió como si descubriera que su Elías usa el Jess Extender.
Y comenzó el disparate de la familia. Que si son una familia, que si van a estar todos unidos, que si lo van a pasar de rechupete…
Pues os diré una cosa, aún a riesgo de que esto lo lea alguien y no me vuelvan a dar trabajo ni limpiando letrinas de leprosos: Fue irse Ylenia y volverse todo un coñazo. ¿Pues no me dieron ganas de leer un libro? ¿Os imagináis? ¡¡Un libro!!
Pero vencí la tentación y seguí viendo el programa, más que nada porque solo tengo un libro, es de cocina y está calzando el sofá.
Uno de los que más lloraron era Abraham. Abraham, no me jodas. Las lágrimas de Abraham las usan los cocodrilos cuando tienen los ojos secos. Él, que ha sido el artífice de buena parte de las broncas que ha tenido Ylenia. Él, que con la laca que usa para su flequillo ha abierto seis agujeros de ozono. Él, que tiene más tangas que Aramís Fuster con un bono regalo del Zara.
Pero el muerto al hoyo y el vivo al bollo, amigos. En este caso, Ylenia a su puta casa y los demás a la paella. El caso es que se fueron al chiringuito, sí, ese en el que se han tocado los cojones, en el que se han liado con la novia del jefe, del que han desperdiciado folletos, al que han llegado tarde… Ese, a comerse una paella. Son gente de olvidar detalles.
Lo más bonito fue ver cómo cogían la paella directamente de la paellera, cada uno con su tenedor. A ver, que yo no soy escrupuloso con la gente que sólo tiene en la boca su propia baba, pero es que allí juntaban doscientas babas distintas.
Es que estos chicos son como el último trago del mini, tienen más saliva acumulada de los demás que si les haces una prueba de ADN les sale que son hijos de medio planeta.
A Labrador le llamó María. Su novia. O novio, porque esa chica es más masculina que Chuk Norris rascándose los huevos. El caso es que Labrador pensó que la muchacha llamaba para regalarle la oreja y lo que hizo fue arrancársela de un bocado.
Resulta que la muchacha se fue a casa y se puso a pensar. Que actividad más dañina, por el amor de dios. Y dijo, «¿pues no se ha tirado el Labrador a media Gandía en plan cerdo alimentado a viagra y ahora me dice que me quiere y voy yo y me lo creo?».
Labrador, que es muy de argumentar como una ameba con falta de oxígeno en el cerebro, decidió en esta ocasión acogerse a su derecho a no declarar y espetó: «No tengo nada que decir». Y la chica colgó.
Un éxito más del lenguaje como medio de comunicación.
Labrador parece duro como cagarro a la intemperie en enero, pero en realidad es un tipo sensible, así que se fue al jardín a llorar. En ese patio no tienen riego por goteo, tienen riego por lloreo.
Menos mal que apareció Esteban el consolador. Sí, es un superhéroe con forma de pene que aparece allí donde le necesiten, ya sea una bajante atascada por una compresa o un amigo bajo de ánimo.
Tras el consuelo de Esteban, que fue de carácter heterosexual pero por poco, la chica de Labrador llamó de nuevo. Esta vez para darle una de arena. Yo creo que esa mujer es una agente de la Gestapo que está haciendo prácticas de sometimiento de voluntad.
Le dijo a Labrador que no se preocupara, que lo podían intentar, pero que él tendría que compensarla. O sea, que consigue que el maromo se sienta culpable y luego le somete a su voluntad para conseguir lo que quiera. Hay que joderse. Mañana mismo llamo al banco y lo intento con el primero que se ponga al teléfono.
Veréis, con toda su chulería, sus defensas emocionales, su falta de habilidades sociales, su inteligencia artificial de niño de teta y sus extensiones, en el fondo Ylenia tiene un corazoncito blando como moco al baño maría.
El caso es que aprovechó que tenía que devolver una falda de Arantxa que se le coló en la maleta, cosa inaudita, teniendo en cuenta que si la hubiera hecho con una retroexcavadora habría sido más ordenada, y les dejó en la puerta la falda y una nota.
Pero como el que abandona un bebé, llamando a la puerta, dejando el bulto y saliendo por patas. Pero Ylenia es muy desconsiderada y no dejó ni pañales ni biberones ni una medallita de oro con una extraña inscripción que treinta años después sirviera para encontrarla justo antes de morir, a tiempo para revelar el secreto de un tesoro escondido que guarda la clave para evitar destruir la tierra y… y…
Madre mía, tengo que dejar de esnifar colacao.
Era una carta preciosa. Llena de matices y de riqueza en el lenguaje. Si en lugar de dejarla en la puerta de la casa de Gandía Shore la deja en la puerta de la Real Academia de la Lengua, no le dan un sillón, le dan un sofá de tres plazas con ‘cheslón’ de ese.
En realidad no era una carta, era una encíclica, como las del Papa, con ánimo de llevar la paz a los pueblos de la tierra, o si eso, sólo a Gandía.
A Arantxa le decía que ella siempre la comprendió y que estuvo a su lado y que era como una hermana para ella. Arantxa recibió de buen grado esas palabras.
Fue la única.
A los demás les faltó hacer una efigie con el pelo estropajo y quemarlo en mitad del patio.
A Esteban le dijo que era un hombre de verdad, un tesoro.
A Core, que sabía ver lo bueno, y que pagó sus celos con ella, que lo sentía, que tiene una casa en Benidorm para cuando quiera.
A Gata, que es una máquina, que le mola su rollo y que perdón por la discusión que tuvieron.
A Abraham, que él le hizo mucho daño, pero que a pesar de todo le aprecia, aunque él la odie.
A Labrador, que los dos son muy chulos y que por eso chocan y que sintió cosas por él muy rápido (no se refería al pene de Labrador entrando y saliendo de ella como una máquina de coser dando puntadas, sino a sentimientos).
Todos se enternecieron. Tanto, que quemaron la carta en la barbacoa.
Madre del amor hermoso, que gente más rencorosa. Ya puestos podían haberle hecho a la muchacha vudú, haber contratado un sicario para que le rompiera las piernas y haberle echado polvos pica-pica en las bragas justo antes de una entrevista de trabajo.
¿Qué conclusión saco yo? Que Ylenia tiene mejor fondo que ellos.
Mira, el club de amigos de Santa Teresa de Calcuta, que panda de resentidos. Si estos se vistieran de úrsido y protagonizaran una serie de animación infantil, se llamarían los Osos Rencorosos.
Muy afectados aún por el tema, afectados como el que se cuaja un cuesco en el ascensor y lo deja allí para que lo encuentre el siguiente que entre, decidieron afrontar la que sería su última noche de juerga.
Uy, sin Ylenia mucho mejor, dónde va a parar. Ah, pues no, resulta que Core oyó como no se quien les llamaba putas y casi se lía a hostias otra vez con unas muchachas.
Esta chica oye voces en su cabeza. Y las voces la llaman puta cada dos por tres y justo cuando pasan al lado otras mujeres. Que voces más hijas de puta, que ganas tienen de ver lucha libre gratis.
Pero no pasó nada. Ah, sí, que Esteban se cogió un cabreo tonto y se lió a hostia limpia con el mobiliario urbano mientras los demás le sujetaban y él le gritaba a Core.
Lo dicho, mucho mejor sin Ylenia, dónde va a parar.
A Clavelito le gusta mucho comer cucurbitáceas, así que se dedicó a tirarle bocaos a todo lo que se movía por la discoteca, que yo creo que en su frenesí se comió más de un bigote.
El caso es que su anzuelo acabó cogiendo una sardina en forma de muchacha. Una de esas mujeres que tienen buen gusto, que saben ver la belleza de Clavelito, una de esas chicas que si les pides que te lean la cuarta línea del panel del oculista te pregunta que dónde está y que quién le habla.
Y repitió operación. Apareció la rubia, la ex novia del encargado, que es oler una cámara y se persona echando hostias, y Clavelito se fue para allá a la velocidad del rayo.
Y quedó ahíto de verdura. Más que nada porque se comió una calabaza del tamaño de un mojón de dinosaurio. «No tenemos los mismos valores», le dijo la chica.
Os lo traduzco: «No tenemos los mismos valores» = «Me descojono en tu puta cara si piensas que me voy a ir contigo, feo borracho, a tu casa a follar mientras nos graba una cámara, antes me lo monto con una zarigüeya con sífilis delante de mi abuela».
Vamos, que la muchacha no quería. Y como Clavelito pasa del plan A al plan B y de ahí al A de nuevo, regresó junto a la primera muchacha, que le perdonó el desprecio restregándole un poco el culo.
¿Sabéis lo que los gnomos y los esquimales se saludan frotándose las naricillas? Bueno, pues el Clavelitolandia se saludan y se perdonan frotando los genitales.
Pero no pilló cacho.
«No quise llevármela a casa por llevármela, preferí estar con los amigos». Os lo traduzco:
«No quise llevármela a casa por llevármela, preferí estar con los amigos» = «Ay, madre, me ha dejado más caliente que el pecho de un herrero, pero ha pasado de mi cara como de comerle las uñas de los pies a Farruquito».
Por su parte, Core conoció a unos franceses, con los que, gracias a su amplio conocimiento de idiomas se comunicó sin problemas. Su resumen fue: «yo les hablaba y me entendían y si no me entendían que les jodan».
¿Sabéis lo de que España está atrasada con respecto a Europa? Es por culpa de Core. De hecho, fue un antepasado suyo la que la lió con los franceses, que sólo venían a España porque se les había acabado la sal y después de hablar con él decidieron invadirnos.
Creo que van a mandar a Core a la frontera con un cargamento de fresas.
Y de ahí, sin que mediara psicotrópico ninguno, acabó en una piscinita de las de niño en medio de la discoteca, «enseñando el tanga de Hello Kitty» y en plan bailarina de cabina de sex shop de a euro la pajichuela.
¿Y qué hicieron los demás? Pues le hicieron ver su error y la llevaron a casa, donde rellenó los papeles para un convento para acabar sus días haciendo rosquillas y rezando como si no hubiera mañana.
Ah, no, es que en ese momento me levanté a hacer popó, al parecer no, los demás acabaron metidos en la piscina medio desnudos y saltando y retorciéndose, como cangrejos flambeados.
Ya en casa, un inocente intercambio de macarronazos acabó en una guerra de comida, que tenía más pinta de estar preparada que el guión de Titanic.
Solo que ningún guionista en su sano juicio habría puesto a Labrador a lanzar una sandía entera de un lado a otro del salón, o a Arantxa en el suelo a parar limonazos con el potorro, que es la Íker Casillas de las vaginas.
«Era una ensalada de felicidad», dijo Labrador. Este chaval es un poeta. ¿Sabéis esos versos de ‘Al gorila le escuece el culo / porque es muy chulo / papá, papá, los pedos pesan / no hijo, no pesan / pues entonces me he cagado’?
Los escribió él.
Eso era un desquicie. Hay dos casas hechas con materiales raros, por un lado está la casita de chocolate de Hansel y Gretel y luego está la casita de Metanfetamina de Gandía Shore.
No contentos con la guerra de comida, se pusieron a volcar colchones, a lanzar a Clavelito a la piscina en un carrito de la compra, Arantxa a darle hostias a todas las superficies con una plancha… Todo muy normal.
En esas llegaron a la casa dos chicas que Abraham y Esteban habían conocido la noche anterior. «Que cerdos sois, ¿no, tío?», dijeron.
Pero les dio igual oye. Que gente más tolerante. Si les encuentran sodomizando a una cabra no se lo toman peor, porque subieron con los muchachos a la habitación.
Abraham triunfó y pudo meter su sardina en la lata del amor, pero Esteban se comió los mocos como si los vendieran preparados en envases de abrir y listo.
«Encima roncaba, la hija de puta«, dijo de su chica, que durmió con él. Él es un romántico. Y ella, probablente, antes era camionero y se llamaba Robustiano.
A la mañana siguiente, o por la tarde, o yo qué cojones sé porque esta gente no tiene muy cogido lo de los horarios, apareció Marcelo, el supuesto dueño de la casa.
Y digo supuesto porque encontrarse la casa como si los Gremlins hubieran celebrado una orgía le pareció de lo más gracioso.
¿Se cagó en la madre que parió en los hijos de mala madre que han estado en su casa un mes de gorra y encima se la jodieron a base de bien? ¡¡No!! Les dijo que si ellos eran felices que se alegraba por ellos.
Mirad, a mí me hacen eso, esa es mi casa, y les presento a la de los ojitos negros y cuando se me acaben las postas los aguiñapo con la de cortar chorizo hasta que se le quede el filo romo.
Y se acabó, amigos.
Uno a uno fueron cogiendo sus maletas y abandonando la casa. Sin más, entre lloros y abrazos, la pena llenando sus corazones como llena la lluvia los recuerdos en las tardes de otoño. Bueno, más bien en plan histérico y exagerado.
La última en irse fue Arantxa, que se quedó largo rato paseando por la casa. ¿Por nostalgia, por despedirse? No, yo creo que fue porque no encontraba la salida.
Y se acabó, ahora sí que sí.
¿Qué? ¿Que hay un especial la semana que viene con imágenes inéditas? Ah, pues no se ha acabado…
P.D.: Este post es para Paka y Mono.