En esta ocasión Chicote aterrizó en un buffet libre brasileño en el que no entraba ni la Guardia Civil persiguiendo al Lute.
Ojo a la entradilla de Chicote grabada en la Castellana. Y cuando digo en la Castellana me refiero a en medio de la calzada. En plena Castellana, con dos criadillas de toro, claro que sí. Que se aparten los coches, joder.
«Yo no tengo que chupar los huevos de nadie, si me suben el sueldo es porque lo merezco», dijo el camarero casi como carta de presentación. Es genial. La próxima vez que vaya a una entrevista de trabajo lo voy a utilizar.
– Hola, soy Gus Hernández y no me hace falta chuparle los huevos a nadie.
– Contratado.
El buffet libre «frío» era como la mesa de trabajo de Hannibal Lecter. Eso no eran platos típicos brasileños, eso era una colección de animales atropellados en la autopista.
«Lo que sobra se guarda y se saca mañana o dos o tres días», dijo el camarero, que era la versión adulta y brasileña del chivato de mi cole.
«No sé si debería trabajar en un brasileño o en una parrilla, porque es un brasas de cuidado», dijo del camarero Chicote, que siempre tiene una metáfora culinaria que aportar.
Ya entiendo lo de la entradilla hecha en medio de los carriles de la calzada: mejor morir atropellado que comerse lo que ponían en ese sitio. De hecho, Chicote se santiguó antes de meterse la comida en la boca.
Si soy yo, además de santiguarme me tatúo un cristo encima del corazón y hago testamento.
Había tantas cosas mal que el chef tuvo que pedir un papel para ir apuntando y que no se le olvidara criticar nada. Y claro, los del restaurante veían a Chicote apuntar y apuntar y se iban poniendo blancos que al rato eso no parecía un brasileño, sino un nórdico de los del norte, norte.
Para el dueño del restaurante Chicote es «un exagerado». Jolin, claro, que picajoso el tipo este, sólo porque la comida pareciera una diarrea de cabra con colitis.
De hecho, por poner un ejemplo, servían perca (que para que os hagáis una idea es uno de los peores pescados que hay junto con la panga) y decían que era mero. Tenían un control tal sobre su producto que para saber qué cojones era tuvieron que ir a mirar la caja de donde lo habían sacado.
Ojo, que en el albarán ponía que era mero. Me gustaría saber quién es el proveedor malasangre que les sirve a esta gente, más que nada porque se merece un auto de fe en la plaza mayor.
Cuando se lo tuvieron que explicar a unos clientes pasaron de llamarle «pachanga» a «la paca»
«Chumimango», decían en lugar de «chutney de mango», total, chumimango parece más molón, más brasileño y más de todo.
Al acabar de no comer Chicote les soltó el discurso estrella, el de «vais a matar a alguien». «La única suerte que tenéis es que como no entra nadie no le podéis matar», dijo el chef.
Y la dueña llorado a moco tendido como si todo aquello fuera una sorpresa y nunca hubiera estado allí ni fuera cosa suya.
– Mire señor juez, yo tenía el cuchillo en la mano y aquel tipo tropezó y se lo clavó en el corazón. Y así las setenta veces siguientes.
En la cocina la cosa era un sindiós de padre y muy señor suyo. El Jefe de cocina era ayudante de cocina y el ayudante de cocina era prácticamente un tipo que pasaba por allí. Ambos rumanos, lo cual ayuda mucho a la hora de darle el punto brasileño a las cosas.
No sé si alguna vez os he hecho esta analogía, pero por algún motivo, así como a nadie no se le ocurriría montar un taller mecánico sin mecánicos, hay mucha gente a la que le parece una idea maravillosa montar un restaurante sin un cocinero.
El caso es que Chicote se puso a hablar con la mujer del dueño, o sea, la dueña y ésta le contó hasta las infidelidades del marido. Si la dejan seguir hablando se remonta a sus orígenes y le cuenta hasta los orígenes del Amazonas.
Chicote les llevó a su carnicero de cabecera para que les enseñara de dónde sale la picaña (tapilla) y demás partes de la vaca, porque los del restaurante no habrían sabido diferenciar una vaca de un conejo.
Nunca he visto a tanta gente capaz de complicarse la vida. «No serían capaces de sacar adelante ni un puesto de castañas», dijo Chicote. ¿Un puesto de castañas? Si lo lleva esta gente sale ardiendo el puesto y la mitad de la ciudad.
Pero ojo, que en ese restaurante el cliente siempre tiene razón. Ah, no, esperad, que si un cliente se queja le montan un pollo que te cagas y poco más o menos que le llaman gilipollas.
Porque había cámaras, que si no lo mismo coge el camarero la comida y se la hace tragar empujándola con la escobilla del váter. Por quejarse, habráse visto.
Y la cosa acabó como siempre: con el local precioso y muchas buenas intenciones. Qué ganas tengo de que hagan otro pase de «Qué fue de…».