Amo este curro. No sólo porque ayer montara en mi taxi una pareja joven, los dos invidentes, los dos con sus bastones plegados, y me hicieran partícipe de sus bromas, como cuando ella le dijo a él: «Hoy estás insoportable, Arturo. A veces doy gracias a Dios por no poder verte», y él respondiera: «Ay Señor. El amor es ciego».
Amo este curro porque llevé a los dos ciegos a una clínica de fertilidad, y al darme cuenta no pude evitar imaginar cómo sería la escena siguiente: Los dos entrando con sus bastones en la clínica. La enfermera, apurada, acompañándole a él a «la sala de muestras» y tendiéndole un bote donde depositar su semen. Él siguiendo con sus bromas: «Tranquila, soy un experto en el noble arte de la masturbación. Le recuerdo que me quedé ciego», o «¿No tendrá alguna revista porno en Braille?» y la enfermera riendo en silencio, tal vez incómoda. Y la mujer invidente, mientras tanto, en la sala de espera, nerviosa, pasando las hojas de un ¡HOLA! al revés.
¿En qué pensará un ciego mientras se masturba?, no pude evitar preguntarme. ¿Es posible imaginar el tacto, o un olor preciso, o un gemido de mujer y excitarnos con ello? Pero también pensé en el motivo de aquella visita: Dos invidentes intentando tener un hijo vidente. Dale una vuelta. ¿Verdad que nunca te has llegado a plantear algo así? Imagina una pareja invidente dando a luz a un bebé vidente. Imagina ser ciego y criar y educar a un niño que ve perfectamente. Imagina que el niño se acabe convirtiendo en los ojos de sus propios padres.
Pasé la tarde pensando en esto. Pasé la tarde profundamente asombrado.
¿Entiendes ahora por qué amo este curro?