Un hombre de treinta y muchos y aspecto decimonónico me pidió que le llevara en mi taxi a la zona más transitada del centro. Quería ver gente, cruzarse con gente, tropezarse con el mayor número de rostros posible. Propuse llevarle a la calle Preciados, le pareció perfecto y allá que fuimos. En el trayecto me explicó que no era de aquí sino de una aldea alejada del mundanal bullicio. Vino a Madrid porque a veces «necesitaba» caminar sin rumbo por ciudades grandes y desconocidas con un solo propósito: buscar el flechazo. Así lo dijo: «Soy turista ocasional del flechazo». Para él, las grandes ciudades eran escaparates perfectos para el amor fugaz, o para el arte de buscar sensaciones pasajeras que dejan huella dentro, como quien visita un museo y se queda prendado de un Murillo o de un Degas. «Encuentras un rostro, lo retienes, te obnubila, y al instante sientes pinchazos de placer. Cuando te cruzas con la mujer exacta sólo buscas mantener ese rostro en tu memoria; conservar la magia del impacto durante el mayor tiempo posible. Comienzas a seguirla, sí, pero a cierta distancia. No pretendo nunca molestar a nadie. Busco tan solo belleza. Ninguna mujer debería sentirse ofendida por ello, más bien al contrario: siempre es un halago saber que alguien admira los rasgos de su rostro, o su gesto, o su forma natural de caminar».
Y añadió: «Me enamoré en Berlin de una diosa de ojos laxos y labios divertidos. Y en el metro de Washington caí rendido a los encantos de una extraña mulata de ojos grises y pelo rizado y rubio natural. Cuando sucede apenas la mantienes en tu campo de visión unos minutos; sabes que apenas serán unos minutos y por eso te esfuerzas en memorizar sus rasgos, disimulando para que no se sienta incómoda. Si se saben observadas, tienden a forzar el gesto, aunque en ciertos casos, sólo cuando son capaces de interpretar tus blancas intenciones, se dejan ver e incluso realzan todo su espectro de virtudes gestuales para regocijo tuyo».
Subimos por Alcalá dirección Gran Vía, nos detuvimos en el primer semáforo y en esto, el hombre se quedó clavado. «Espera. Ahí está» me dijo siguiendo con los ojos a una mujer que cruzaba por el paso de peatones. El hombre me lanzó un billete de diez euros y, sin esperar su cambio (el taxímetro marcaba 7,15) salió de mi taxi y se dispuso a caminar detrás de ella.
El caso es que tenía razón. A mí también me pareció increíble el rostro anguloso de aquella mujer que comenzó a seguir. De hecho, no me habría fijado en ella si no hubiera sido por aquel hombre. De hecho, sentí las mismas punzadas en el costado del alma que él me había relatado. De hecho, también sentí celos de él por compartir su mismo deseo hacia esa dama. De hecho, después de aquello aparqué mi taxi y me dispuse a caminar. A buscarles.
No encontré a ninguno de los dos, pero sí a otra mujer de entre el tumulto. O tal vez un par de ellas.
29 enero 2014 | 22:46
Maravilloso, sigue asi!
29 enero 2014 | 23:24
De vez en cuando, un rostro entre un millón nos da cuenta de la belleza de la soledad.
http://maria-may.blogspot.com.es/2014/01/de-vez-en-cuando.html
30 enero 2014 | 07:11
Amores que van de paso
que por tan solo un vistazo
cual flechazo de cupido
a él caemos rendido,
sin dañar al corazón
y sin romperlo en pedazos
pero sí… enamorándolo.
De un rostro, una silueta,
de una manera de andar
o del todo en su conjunto.
Amores que van de paso
que a paso gigantes se alejan,
yo llamo a esos amores
amor de volar de abeja,
amor que por un instante
llega pero, que no se queda
porque nada más nacer
todos vienen, todos llegan
con fecha de caducidad.
Caminado por la calle
entre el bullicio, el gentío,
sea en verano o en invierno
haga calor o haga frio
en un pequeño trayecto
se puede encontrar seguro
media docenas de amores
que cuando se encuentra el segundo
el primero, ya se ha desvanecido.
Esos amores son perlas
que como gotas de rocío
se evaporan al calor
del corazón que al temblar
se atempera y se calienta.
Amores que van de paso,
que para un viejo corazón
es como una descarga
como… la de un marcapaso.
30 enero 2014 | 08:35
Oh, qué maravillosa historia, tanto si es real como no, me encantó. ¡Viva el romanticismo!
30 enero 2014 | 09:09
Sin saber si es real o no, gusta.
Eso es literatura.
http://relatossincontrato.blogspot.com.es/
30 enero 2014 | 09:55
jjjajajajjajaja…..
30 enero 2014 | 10:36
Tranqui. chavalote, el Régimen ya está a salvo por la parte mediática. A Zarzalejos lo echó la izquierda porque no tenía la pinta de tonto del pueblo apedreable de Marhuenda, así que ahora con él y Cebrián todos contentos, la izquierda, y los otros porque, al fin y al cabo, ambos provienen de la derecha, si bien uno de ellos, del más puro fascismo, adivina cuál.
Por cierto, que lo tuyo no es una cueva, sino una caverna, ya lo siento, pero, gajes del oficio.
30 enero 2014 | 14:57
Observar es gratis,inflate.
30 enero 2014 | 17:52
¿Aspecto decimonónico? Yo, en lugar de a Preciados, le hubiese llevado a Mayte Commodore, Simp.
30 enero 2014 | 20:29
De todos modos, las cosas como sean, yo no sé quién del PP se encarga de elegir a sus plumillas propagandistas lameculos a sueldo, pero podía esmerarse más, ¡a mí que no me digan!
Eso sí, otra cosa no, pero lo que es obnubilarte, te obnubila. Aunque yo, pinchazos -de placer, digo-, la verdad, pues no, pero a vosotros os pone como motos, ¿que no? A éste lo pasaportan y montáis un escrache en Génova que se caga la perra, o las perras, según el tráfico que haya por los pasillos enmoquetaos.
http://www.periodistadigital.com/imagenes/retratos/2010/01/24/federicoquevedo_250x310.jpg
30 enero 2014 | 22:23