Por Carlos Bravo – Coordinador del Secretariado Técnico de la Alianza Mar Blava
Salvo en los medios económicos, apenas ha transcendido que recientemente la corporación japonesa Toshiba ha reconocido una pérdida de más de 6.200 millones de dólares en su negocio nuclear, principalmente en manos de su unidad estadounidense Westinghouse Electric Co. (WEC), que, según informa la prensa, está contemplando declararse en quiebra.
Toshiba está tratando de recaudar fondos para cubrir los miles de millones de dólares en pérdidas en su área nuclear. Los analistas financieros consideran que es muy improbable que Toshiba sea capaz de encontrar algún incauto inversor que quiera comprar una Westinghouse en bancarrota. Eso pone en serio riesgo la viabilidad de los proyectos de centrales nucleares que estaba construyendo en Estados Unidos y China. Tampoco parece factible que encuentre alguna empresa dispuesta a emprender la construcción de las docenas de nuevas centrales nucleares que WEC-Toshiba había planificado y negociado en países como India.
El fiasco económico de Toshiba en su aventura nuclear es de magnitudes históricas. En 2006, Toshiba pagó 5.400 millones de dólares por la compra de Westinghouse, en una apuesta decidida por el futuro de la energía nuclear. Sin embargo, Toshiba ha sido víctima de sus propias mentiras, de la gran mentira del “renacimiento nuclear” que en esos años propagó por todo el mundo, con gran despliegue de medios, la industria nuclear: un renacimiento que nunca llegó. Las declaraciones de su presidente ejecutivo, Sr. Tsunakawa: «Nuestra adquisición de Westinghouse en aquel entonces podría no haber sido la decisión correcta, si consideramos los números de hoy», darían pie para hacer una crítica mordaz.
Ya en el año 2001, la empresa estatal francesa AREVA, hizo grandes promesas sobre el proyecto del reactor EPR que iba a construir en Finlandia, el llamado Olkiluoto-3. Se aseguró entonces que ese reactor iba a ser construido en un tiempo récord de cuatro años y con un coste de 2.500 M€, y que no se necesitaría recurrir a apoyos estatales ni a subsidios de ningún tipo. Olkiluoto-3 sería el buque insignia del “renacimiento nuclear”. Su construcción empezó ya con retraso, en 2005, pero se afirmó que estaría terminada en 2009. Sin embargo, tan sólo dos años más tarde, en 2007, la propia AREVA anunciaba oficialmente que su terminación se retrasaría hasta 2011, dos años más con respecto a lo inicialmente previsto, por lo que tendría que pagar 2.200 M€ de penalización. En 2017, doce años después de iniciarse su construcción, todavía no está terminado, y se reconoce oficialmente un sobrecoste de más del 300% sobre lo inicialmente presupuestado. Parecida evolución en lo que se refiere a retrasos, sobrecostes y defectos de diseño que afectan a la seguridad, lleva el proyecto de Flamanville-3, en Francia, otro EPR, también de AREVA.
En 2016, AREVA estaba técnicamente en quiebra tras una pérdida acumulada de cinco años de 10.000 millones de euros. La deuda alcanzó los 6.300 millones de euros con una facturación anual de 4.200 millones de euros y una capitalización de tan sólo 1.300 millones de euros a principios de julio de 2016, tras la caída del valor de sus acciones a un mínimo histórico de un 96% por debajo de su pico de 2007. Por supuesto, el Estado francés, que es el accionista mayoritario, sigue buscando como rescatarla, con dinero público.
Al igual que la industria nuclear gala con su reactor EPR, el conglomerado tecnológico industrial americano-japonés Westinghouse-Toshiba confiaba en desplegar una nueva generación de centrales nucleares más seguras y baratas, con un diseño simplificado que se suponía que aceleraría las obras. Sin embargo, su reactor estrella de “nueva generación”, el AP1000 resultó difícil de implementar: grandes retrasos y enormes sobrecostes en los reactores en construcción en Estados Unidos y China golpearon su credibilidad.
El lobby nuclear logró apoyo económico estatal en Estados Unidos para poder empezar la construcción de cuatro reactores de este tipo: son los únicos reactores nuevos que se están construyendo en este país, en los estados de Georgia y Carolina del Sur. Estos proyectos llevan ya alrededor de tres años de retraso respecto al calendario original y miles de millones de euros en sobrecostes. Se repite el fiasco del EPR de Olkiluoto-3. Pese a que Toshiba porfía en que la construcción de estos reactores proseguirá, muchos expertos creen que la decisión de Toshiba de dejar de construir nuevos reactores marca el final de cualquier construcción nuclear en Estados Unidos.
Más inteligente que Toshiba fue el gigante industrial alemán Siemens, una de las mayores empresas multinacionales europeas, con 400.000 empleados en todo el mundo, que en septiembre de 2011, meses después de la catástrofe de Fukushima -de la que el pasado 10 de marzo se cumplieron seis años-, decidió abandonar por completo el sector de la energía nuclear, en el que hasta entonces había sido un importante actor (diseño, construcción, venta de reactores nucleares y componentes). Sólo dos años antes, en 2009, su director general Peter Löscher, había confirmado planes para construir 400 reactores en todo el mundo hasta 2030. En 2011 Siemens abandonó contratos con la francesa Areva (el fracasado proyecto de la citada central nuclear de Olkiluoto-3, en Finlandia, de la que Siemens salió escaldado), suspendió planes de grandes contratos con Rusia, etc….
Actualmente, la energía nuclear proporciona cerca de un 4,5% de la energía primaria que se consume en el mundo, un porcentaje que lleva décadas disminuyendo paulatinamente. En lo que se refiere a la generación mundial de electricidad, la participación de la energía nuclear en este ámbito es aproximadamente un 10,7% del total, después de haber disminuido constantemente desde un pico histórico del 17,6% en 1996.
La evolución de los acontecimientos en las últimas décadas ha demostrado que la energía nuclear es un rotundo fracaso económico, tecnológico, medioambiental y social. Las razones de este fracaso son bien conocidas. En primer lugar, la energía nuclear perdió hace tiempo la batalla de la competitividad económica en unos mercados energéticos cada vez más liberalizados. En segundo lugar, a pesar de su escasa y decreciente participación a nivel global, su utilización ha provocado ya una serie de graves problemas a la salud pública y al medio ambiente, de trascendencia internacional: accidentes nucleares, como la catástrofe de Chernóbil y la de Fukushima; y la generación de residuos radiactivos para cuya gestión definitiva y a largo plazo no existe ninguna solución técnica satisfactoria. Únicamente una apuesta decidida por un modelo eficiente y 100% renovable permitiría, además de crear cientos de miles de empleos verdes, frenar a tiempo y de forma económicamente eficaz el cambio climático.