Asomo la cabeza a través de la ventana y veo a mi taxi ahí aparcado, tan guapo él, y le saludo y él me guiña un intermitente.
– No hay nada mejor que estar enamorado de un ser inerte – pienso.
Bajo las sábanas, mi patito de goma Made in Hong Kong me hace cosquillas en las plantas de mis pies con el pico.
– Quiere guerra, ¿eh? – le digo.
El patito me responde pellizcándome un dedo.
– Ahh… ¡hijo de pata! – grito. Me río. Él se ríe también:
– Cuac, cuac, cuac…
Soy feliz así. Hoy no necesito más: Mi patito de goma Made in Hong Hong, un bote de vaselina y de fondo, para ambientar, el programa de Ana Rosa Quintana.
No saldré a trabajar. Me quedaré en casa sin hacer nada, o dejando que el resto del mundo lo haga todo por mí.
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NOTA crítica al crítico:
No tengo jefes ni horarios. No necesito llamar a nadie ni inventarme ninguna excusa estúpida para poder quedarme en casa. No necesito levantarme cada día a las 7 de la mañana, desayunar café con mala leche, salir corriendo porque no llego ni esperar a que llegue mi hora para largarme de allí.
Soy taxista, amigo. Empiezo a trabajar cuando quiero, paro cuando me da la gana y trabajo tantas horas como necesite para vivir. Ni más, ni menos. Y me gusta mi trabajo porque el taxi, para mí, es literatura.
Ahora, ¿quién se ríe de quién?