Ni libre ni ocupado Ni libre ni ocupado

Elegido Mejor Blog 2006.Ya lo dijo Descartes: ¡Taxi!, luego existo...

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Ópera prima

Todos, absolutamente todos tenemos algo que decir. Ya sea en voz alta o entrecortada o tímida o mediante gestos o por escrito. Ya sea en la calle, en el portal de tu casa, en la pollería, en la consulta del médico, en un chat de internet, en el tanatorio, en el burdel, al teléfono, en un muro de piedra o en mi mismo taxi. Todos los usuarios de mi taxi tienen algo que decir, y algunos lo dicen. Se quejan del gobierno, te cuentan secretos, o anécdotas, o sólo suspiran; pero en ese suspiro ya hay algo. Son briznas de vida, espejos de uno mismo, interacción. Cuando alguien te habla demuestra varias cosas: que él está vivo y que tú también lo estás para él. Que él tiene algo que decir y que cuenta contigo. Y si no te interesa gran cosa lo que dice, mírale a los ojos. Lee sus ojos, o sus gestos, o el contexto que envuelve lo que está diciendo. Disfruta de la ópera prima del perfecto desconocido.

¿Ejemplos?, millones. Ayer mismo. Mujer de unos cincuenta años, pelo castaño, ojeras, labios pintados, pendientes de perla y alianza en el dedo. Doce y cuarto de la noche. Sale de una Boite, baile con orquesta, me manda parar y monta en mi taxi. Me pide llevarla a una calle de Vallecas y también si, por favor, pudiera esperarla después a que entrara en el portal, que la calle está muy mala y vive sola. Luego se hace el silencio.  Un silencio que yo aprovecho para leer, a través del espejo, el gesto de su cara en ese preciso contexto.

Parece satisfecha. No feliz: satisfecha. Esa serenidad, esa cautela, me dicen que aquella noche no sucedió nada nuevo, pero tampoco nada digno de olvidar. Como quien se marca unas expectativas no demasiado elevadas y es fácil cumplirlas. Salió, bailó con conocidos canciones conocidas, charló de sus cosas, y cuando ya se le empezaron a cansar las piernas, decidió marcharse. Por lo que dijo, que vivía sola, seguro que es viuda. Lleva anillo de casada, pero sus ojos aún conservan ese barniz de lealtad hacia lo ausente. No ha salido a ligar, pero tampoco descarta la posibilidad de conocer a alguien. Ella no dará ningún primer paso, el luto aún colea y coleará por siempre, pero si alguien viene, bienvenido sea. Si alguien viene y pasa un tiempo y demuestra ser un buen hombre, guardará el anillo en el altar de la memoria.

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Nota: Esa mujer, como cualquier usuario de mi taxi, tenía algo que decir aun sin decirme apenas nada. Que la vida no acabó cuando murió su marido. Que es posible ser pasado y futuro al mismo tiempo.

Solo (del verbo Sol)

Por la hostia de ayer estaré sin taxi hasta la semana que viene. El seguro lo cubre todo menos los daños de tu recuerdo. Tampoco hay cláusulas que me impidan echarte de menos, o sentirme el gilipollas que ondea una bandera sin patria ni nadie alrededor.

Pasé el día cogiendo taxis para desdoblarme. En uno fingí ser inglés y el hijoputa del taxista me dio una vuelta del copón. Cuando al fin me dejó en Callao no le pagué, salí corriendo, y por un instante me sentí apátrida y feliz. También decidí volver a dejar de fumar. En otro taxi fingí ser gay y traté de seducir a un conductor rechoncho que mascaba tabaco. El tipo me dijo algo que no llegué a entender: «No es que tenga nada en contra de los maricas. De hecho, uno de mis mejores amigos es negro». A ese le di propina. Después cogí un tercer taxi que resultó ser el de mi amigo Vitro, al cual hacía mucho que no veía. Vitro es un tipo curioso. Usa su taxi de tapadera para vender droga. Cada vez que le llama uno de sus clientes acciona el taxímetro, acude allá donde esté y le cobra los gramos más el trayecto. Según me cuenta, maneja la mejor mercancía de Madrid. Prueba de ello es su selecta bolsa de clientes: aristócratas, políticos, empresarios, artistas. Dice que nunca le trincan porque saben que sabe demasiado. De hecho, cuenta con un dossier con centenares de fotos que podría distribuir a todos los medios del país con sólo pulsar un botón de su BlackBerry. Y digo que Vitro es un tío curioso porque buena parte de sus beneficios los dona a Cáritas. Tampoco me cobró la carrera.

Cogí tres taxis más, y el último me dejó en el mismo lugar donde cogí el primero. Luego me puse a caminar y recibí una llamada de un tipo que se había equivocado de número y sin embargo insistí en hablar un buen rato con él. Le pregunté por su familia. Estaba casado, con cinco hijos, dos de los cuales vivían en Boston. Al colgar me di cuenta de lo fácil que resulta llenar el tiempo. Cualquier mierda con tal de evitar pensar en ti.

El lobby masón de las figuritas de navidad

USUARIO DE MI TAXI: Por fin un poco de cordura, querido amigo.

YO: ¿Perdón?

U: Sí hombre, sí. Lo del Evangelio. Lo del nacimiento de Jesús. ¡Menuda patraña!

Y: ¿Se refiere a las palabras de Ratzinger?

U: Pues claro, ¿a qué si no? Es cierto que María fue fecundada por una paloma, y que alumbró a Jesús siendo aún virgen. Algún día la ciencia nos dará la razón, no le quepa duda. ¿Pero lo del asno y el buey en el pesebre? ¿qué puto loco llegó a creerse eso? ¿Un asno y un buey en un pesebre? ¡Válgame Dios! ¡Qué imaginación!

Y: Jajaja.

U: Pues no sé de qué se ríe. El tema es serio. ¡Llevan siglos engañándonos!

Y: ¿Quiénes?

U: El lobby de los fabricantes de figuritas de navidad, ¿quién si no? Masones todos, para más INRI.

Y: ¿Lo dice en serio?

U: No he hablado más en serio en toda mi puñetera vida.

Y: Perdón.

U: ¿Usted sabe la cantidad de figuritas de bueyes y de asnos que se han podido vender en todo este tiempo? ¿Quién nos devuelve el dinero ahora, eh? ¿EH?  ¿A quién le pedimos responsabilidades?

Y: ¿A Zapatero?

U: ¡Pues tal vez! (…). Pare ahí delante, a la derecha. En aquella iglesia.

(Freno el taxi en el margen derecho de la calzada)

U: Ande, tome. (Me tiende un billete de 5€). Quédese con el cambio. Para que luego no digan de la caridad cristiana.

Y: Señor… el taxímetro marca 5,10€.

U: Uy, perdón… (Vuelve a mirar su cartera). Pues sólo tengo un billete de 50. No me hará cambiar 50 euros por diez míseros céntimos, ¿verdad?

Y: Vale. Déjelo.

U: Bien. Rezaré por usted. Y ya de paso, rezaré también por ese atajo de hijos de puta.

Y: ¿Los masones?

U: Los masones.

Contigo todo es extraño

La noche del viernes al sábado entré por teléfono en el programa Hablar por Hablar de la Cadena SER y conté lo siguiente (audio aquí):

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Es extraño hablarte ahora por teléfono, desde mi taxi, y que tú me escuches precisamente en Hablar por Hablar, el programa que siempre acompaña tu insomnio; que me escuches desde la cama, con un casco en tu oreja derecha mientras miras, espero, cómo pasan los minutos o esa foto de tu hija en tu mesilla. Es extraño que yo ahora te hable a ti y tú me escuches mientras tu marido duerme, a tu lado, a escasos centímetros de tu espalda. Por eso digo que espero que me escuches con el casco derecho. Si me escuchas con el izquierdo es que le miras a él, y no quiero. Al menos ahora no, no mientras te hablo. Sé que lo nuestro es difícil, que tu vida es difícil, la hipoteca, tu hija, y además llevas meses buscando empleo, y eso quema… también sé que él te trata bien, que te quiere con locura y tenéis una hija, en fin. Yo no soy más que aquel taxista que te llevó aquella vez, y sin apenas darte pie tú comenzaste a contarme tu vida: fuiste tú la que empezó. Pero no es momento de buscar culpables. Pasó lo que tuvo que pasar. Tú estabas confusa, aparqué el taxi, tomamos una copa y me besaste. Me besaste tú a mí, no lo olvides. Y luego me dijiste que aquel fue el beso más sincero de tu vida, tampoco olvides esto. Y volvimos a quedar, y me invitaste a tu casa porque no había nadie. Y me llevaste de la mano hasta esa cama, la misma en la que estás ahora, la misma en la que duerme él.

Y aquí me tienes, de madrugada y con mi taxi aparcado en tu calle, justo en frente de tu portal, mirando como un idiota tu ventana apagada, hablándote a través de este programa porque no puedo llamarte. Sólo quiero que sepas que me es imposible evitarlo, que te quiero pero no puedo seguir con esto. Al principio, ya ves, daba morbo, pero ahora duele, no te imaginas cuánto.

No, no. No enciendas la luz. Me marcho. Te cuelgo. Adiós.

 

Los sicarios del poeta

Por la noche todos los taxis son pardos. Conduces como intentando evitarte por una ciudad que es mitad sombra y luz de plástico. Conduces tu taxi libre mientras observas los sonidos: las fachadas, los carteles, las parejas de la mano, los mendigos, las bocas de metro, el camión de la basura, el agua a presión de una manguera que tumba la luna en el suelo. Crees que avanzas, miras a través del espejo y crees que avanzas, o huyes de algo, pero luego giras la siguiente calle a la izquierda, siempre a la izquierda, y en esto te encuentras con una mujer a pie de acera que nada más ver tu luz verde levanta la mano. Crees que avanzas pero no te queda otra que frenar a su lado y esperar a que esa mujer que no conoces de nada abra tu puerta trasera, tome asiento en tu mismo taxi y te indique un destino que no eres tú. Entonces ella sube: “Buenas noches”, te dice con voz de ascensor. “¿Podría llevarme al aeropuerto?”. Tú asientes y al accionar el taxímetro no sabes por qué pero piensas: Los taxímetros son los sicarios del poeta.

Inicias la marcha. Ahora tienes los ojos de ella enmarcados en tu espejo retrovisor. La mujer se muestra cansada, pero aún conserva en la mirada cierta capa de barniz, como en alerta.

Giramos esta vez a la derecha y de repente, de las tripas de su bolso suena un pitido. Parece el aviso de un mensaje en su teléfono móvil. La mujer se tensa. Abre el bolso y mete la mano como quien busca un anillo en la arena. Al sacar el teléfono mira la pantalla, abre los ojos como platos, la boca también, y así se mantiene durante dos o tres manzanas. Sin duda ha leído algo inesperado, sorprendente, de la persona menos oportuna.

Vuelve a sonar otro mensaje. Presiona una tecla y lo lee. Esta vez sus ojos se humedecen. Se tapa la boca en un intento inútil de ocultar su asombro. Pestañea y sus párpados presionan un par de lágrimas. Baja la ventanilla, necesita aire. Es el viento de la autopista el que empieza a empujar sus lágrimas desde los pómulos a los oídos; es el viento el que intenta taponar el dolor, hacerlo sordo.

Un par de llantos después llegáis al aeropuerto. La mujer te paga mientras piensas: Los taxímetros son los sicarios del poeta. Abre su puerta pero antes de bajarse te entrega el teléfono y te dice: “Tómalo, por favor. Te lo regalo”.

Tú te alejas con su móvil en la mano, confuso. Ella cogerá un avión sin equipaje. Y ahora también sin teléfono, sin malas noticias. Sin lágrimas. Estaban todas en tu taxi.

Nada más tomar la autopista volvió a sonar el teléfono, pero bajaste la ventanilla y lo lanzaste al arcén. Tal vez, a partir de ahora, no crezcan más flores en la cuneta del kilómetro 7,300 de la Nacional II. No te culpes por ello. Son gajes del oficio.

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Esta noche, a partir de las 1:30 de la madrugada, estreno sección en el programa Hablar por Hablar de la Cadena SER.

AUDIOS:

De taxis, nocturnidades y alevosías con Macarena Berlín.

Lectura del post «Los sicarios del poeta»

 

Patricia de Leganés

Hablemos de Patricia, usuaria al azar de mi taxi. Viajó ayer mismo de una tienda de cosméticos del centro a un barrio obrero al oeste de Leganés. Unos 25 años, Cabello largo y liso, mechas rubias platino, pendientes de aro, rostro alargado, ojos comunes, nariz angulosa, labios comunes, delgada y sin apenas curvas, pechos pequeños, tal vez reforzados por un sostén con relleno y el uniforme de la misma tienda de cosméticos desde donde tomó mi taxi (pantalón negro, camiseta negra y el logo del comercio en cuestión). Dudo que con su sueldo pueda permitirse más de veinte euros diarios en taxis, y tampoco me pidió recibo para la empresa, así que supuse que ayer hizo una excepción usando el mío. Tampoco mostraba síntomas de prisa, sino más bien parecía que subió a mi taxi por el placer de disfrutar de un trayecto personalizado. El tipo de excusas de ciertos usuarios: «¿De qué me sirve trabajar como una negra si no me puedo permitir de vez en cuando caprichos como este?».

Por lo que pude deducir de las dos conversaciones telefónicas que mantuvo a lo largo del trayecto, tiene un novio que se llama Alberto y llevan un tiempo pensando en irse a vivir juntos, pero él acaba de quedarse sin trabajo y aún no saben si con su prestación (dos años de apenas 700 euros) y el sueldo de ella (supongo que no más de 1.000 euros) podrán alquilar algo también por Leganés, porque no quieren mudarse lejos de sus familias y sus amigos de siempre. Alberto, por su parte, sigue pagando 300 de letra por su Opel Astra y ella otros 400 de aquel crédito que pidió para la entrada del piso que pagó a medias con su exnovio (y al final rompieron y perdieron los 3.000 de señal), más el teléfono (un iPhone a plazos), más los 200 que aporta en casa, más el gimnasio, más las sesiones de depilación láser. Ahora Alberto estaba jugando al fútbol, una pachanga con los colegas, y ella había quedado con su mejor amiga para tomar café y ponerse al día hasta que Alberto llegara. Se irían después a cenar por ahí.

Todo esto lo contaba muy segura de sí misma, como si su microcosmos (presente, pasado y futuro inmediato de su entorno más cercano) estuviera bajo control y disfrutara con los planes, con los números, con los plazos. Por eso, por su estilo de vida, quiso tomar mi taxi del trabajo a Leganés. Mola que un chofer te lleve de vez en cuando.

Aunque apenas tengas nada.

Menos una espina

M-30 Sur, cinco y veinte de la tarde, tráfico denso. Nos enteramos por la radio que Esperanza Aguirre acaba de presentar su dimisión como presidenta de la Comunidad de Madrid. La usuaria y yo, hasta entonces en silencio, comenzamos a comentar la noticia. Los dos opinamos más o menos lo mismo: que más que un adiós será un hasta luego, que seguro que guarda algún as en la manga y que, como buena populista, Aguirre no es lo que parece.

En ese punto la usuaria da un vuelco a la conversación.

-En realidad nadie es lo que parece.

Esto le sirve para contarme su historia:

-Yo misma, en fin… Llevo cinco años con un hombre, tres de convivencia, y nadie de mi entorno lo sabe, pero en realidad no estoy enamorada de él, nunca lo estuve. Él me quiere con locura, me trata como una princesa, es muy atento. Un amor. Siempre he querido creer que era, es, el hombre de mi vida, y sigo esforzándome para que lo sea, sigo pensando que acabaré arrepentida si le acabo dejando. Jamás encontraré a alguien como él, lo tiene todo. Además es guapísimo, y el hombre ideal en la cama, tú ya me entiendes. Somos la envidia de nuestro entorno, la pareja perfecta. Pero no puedo evitar sentirme sucia, culpable por no quererle como merece. Dicen que el roce hace el cariño y es verdad, pero el amor no se gana con el tiempo. Cinco años son más que suficientes para darte cuenta de algo así.

-¿Y qué piensas hacer?- pregunté.

-Nada.

Nuestra charla acabó así, con ese «nada» flotando en el ambiente. Luego ella se bajó del taxi como más liviana que antes, pesaba lo mismo menos una espina, y se perdió por la puerta de un precioso chalet.

Todos guardamos SPAM en el alma

Entiendo a esa chica. Todos guardamos SPAM en el alma. A veces abres sin querer esa carpeta y salen cosas que te vuelven del revés; flashes absurdos y sin embargo inevitables. Tontimientos irracionales. Y todo a partir de una foto de la exnovia de su novio, ¿cómo es posible tener celos de algo así? A veces el presente no nos basta. El amor nos lleva a querer abarcarlo todo, lo que no fui contigo cuando aún no eras parte de mí. Y te odias por ello pero piensas: esos labios fueron besados por otros labios que no son mis labios. Y te odias por ello pero piensas: ojalá fuéramos vírgenes en todo, dos prepúberes cuando él llegó a mi vida.

Entiendo a esa chica cuando llamó por teléfono a una amiga desde mi mismo taxi. «¿Seré tonta? He visto en Facebook una foto de Javi con su exnovia. Es de hace años, y Javi ya me había hablado de ella, pero ha sido verla y no he podido evitar sentir celos. ¿Te lo puedes creer?». Entiendo su tono divertido al contarlo, como quitándole hierro al asunto. Entiendo que busque en su amiga el lado racional que no ha sido capaz de encontrar por sí misma. Todos necesitamos que alguien nos dé de vez en cuando un par de hostias en el centro neuronal de la cordura.

Pasado el bálsamo de su amiga, la chica colgó y en seguida llegamos a su destino. Entiendo a esa chica. Entiendo todo lo que hizo. Lo que no entiendo es por qué después de bajarse, cuando ya me quedé solo, comencé a sentir celos de Javi.

 

Orgullo choni

A menudo me pregunto de qué me sirve leer los periódicos, cotejar noticias, datos y citas, analizar gráficas o encuestas y compararlas con gráficas o encuestas anteriores, si luego llega el típico gilipollas y de un plumazo lo reduce todo a un contundente: «La culpa es de Zapatero, que hundió España», o «la culpa es de los sindicatos y de los catalanes», o «aquí lo que hace falta es otro Franco». Y una sola frase por su parte parece echar por tierra mis años de reflexión y análisis político, porque después de soltarlo se marchan triunfantes, o me ponen cara de ‘no tienes ni puta idea’, o me impiden rebatirles nada (suelen gritar más que yo). Ojalá ‘rebatir’ viniera de ‘bate’, de darles repetidas veces con un bate de béisbol, pero tiendo a callarme porque suelen ser clientes de mi taxi, o taxistas compañeros para el resto de mis días.

Leer con sentido crítico implica descartar los extremos, descubrir cloacas por todas partes: nada es blanco y nada es negro. Sin duda Zapatero cometió errores imperdonables y Rajoy los está cometiendo ahora. Pero echarle la culpa de esta crisis a una sola causa o a un solo colectivo es de necios, y los necios votan. Y peor aún: son legión.

De un tiempo a esta parte parece haberse puesto de moda el llamado «orgullo choni»: leer es perder el tiempo y sin embargo opino de todo, me mojo en todo (estudié en la universidad de la vida) y cuanto más viejo, menos dudo. No sé a ti, pero a mí como español me asusta comprobar que Belén Esteban cuenta con 515.326 followers en twitter (y subiendo), o 365.616 el tal Rafa Mora, un cachas que anima al respetable a dejar los estudios para darlo todo en un gimnasio y triunfar en la tele por su cara bonita. O esa gente que sólo aspira a entrar en Gran Hermano. O el exitazo en ventas y descargas «Carmina o Revienta», peli documental que dicen que va de una heroína (alguien que amedrenta a quien pretende cobrar lo que le debe o se dedica a estafar a los seguros).

Como digo, esos cientos de miles que sólo aspiran a ser chonis con pasta, o esos millones del ‘yo cobro en B porque todo el mundo cobra en B’, también votan. Y mientras, el gobierno recortando en Educación.

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Nota: ¿La prima de riesgo en 638 y un 7,61% de interés por nuestra deuda? Me sigue pareciendo poco.

Todos los hombres son iguales

-(…).

-Por ejemplo, las leyes. ¿Quiénes redactan las leyes?

-Hombres imperfectos.

-¡Exacto! ¿Y quiénes ejecutan las leyes?

-Los jueces.

-¿Y qué son los jueces?

-Señores, en su mayoría, calvos. Con halitosis. Y pedantes.

-No, hombre, no. Son imperfectos. Cometen errores. Las leyes las redactan y ejecutan personas como usted y como yo. ¿Acaso usted no se equivoca?

-Casi siempre.

-Pero sabe que ahora tiene que llevarme al Paseo del Pintor Rosales, ¿no es cierto?

-Sí. Aunque suelo errar con los itinerarios.

-Es posible. Pero a pedante no le ganan los jueces, querido amigo.

Silencio incómodo. Vuelvo yo:

-Si me permite, tengo una teoría respecto a los que redactan las leyes.

-¿Un taxista que teoriza? ¡Interesante!

-Es posible que la ley que regula, por ejemplo, la monogamia, la ideara un señor muy feo, a modo de venganza. O que el impulsor de la ley del aborto fuera alguien con disfunción eréctil.

-¿Sufre usted de disfunción eréctil?

-¿Bromea? ¡Soy taxista!

En esto, el hombre se acerca a mí desde su asiento, y con tono sensual me suelta al oído:

-¿Y qué me dice de la ley del… deseo?

Ahí no pude evitar pegar un frenazo.

El hombre salió disparado por entre el hueco de los asientos. Suerte que le sujeté a tiempo y, aunque estuvo a punto, no llegó a impactar contra el salpicadero.

-Menos mal que estuvo ágil. Si llego a golpearme, le denuncio- me dijo.

-¡O yo a usted por acoso!- le dije.

El hombre se bajó del taxi furioso. Ya en la calle, me llamó «imperfecto de mierda».

Y a mí se me quedó una cara de fiscal que ni te cuento.