Ni libre ni ocupado Ni libre ni ocupado

Elegido Mejor Blog 2006.Ya lo dijo Descartes: ¡Taxi!, luego existo...

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Una actriz porno en mi taxi

El caso es que al girar por Goya me mandó parar una actriz porno. Tampoco era una actriz muy conocida, más bien secundaria, de bulto, pero la reconocí de lejos (no me preguntes por qué). Era muy guapa, más en persona, de rostro angelical y pechos como dibujados con compás, recordé, porque ahora se mostraba vestida y bastante más tapada que muchas beatas (pantalón vaquero, ¡pendientes de aro! y una camisa ancha demasiado abotonada).

Al montarse me pidió ir a la calle Guzmán el Bueno y, claro, esa última «O» mantenida en su boca me llevó a ciertas escenas que comenzaron a apelmazarse en mi cabeza. Ahí no pude evitar quedarme clavado en mi espejo retrovisor, ojiplatico. Me costó darle al taxímetro, pero luego, en un asombroso ejercicio de profesionalidad, reanudé la marcha disimulando rutina.

Durante el trayecto traté de darle conversación fingiendo no saber quién era, pero intentando darle un doble sentido a mis palabras( y buscando, a su vez, que dijera muchas oes). Por ejemplo:

-Hay que ver cómo calienta, ¿eh?

-Sí. MuchO calOr.

Y así.

Pero luego, muy a mi pesar, la charla discurrió por otros derroteros. Me dijo que iba a Hacienda, ya ves tú, lo más antierótico del mundo, y que ahora lo teníamos muy mal los autónomos. Eso dijo: que era autónoma, y de seguido comenzó a echar pestes contra Rajoy. RajOy tiene otra O, lo cual me excitó sobremanera, pero yo forcé entereza y seguí incendiando el curso de su cabreo.

-¡Vaya!, ¡qué alegría!, ¡por fin un taxista que no es un puto facha!- me dijo.

Y antes de bajarse me pidió una tarjeta. Mañana tendrá que ir al aeropuerto, y prefería llamarme a mí que a cualquier radio-emisora. Yo luego me quedé pensando, pensando mucho: qué rara es la vida, qué despliegue de matices. Qué ansiedad.

Protégeme de lo que quiero

Tacha esos peros de tu puta boca. Me comería el mundo, pero soy celiaco. Te comería a besos, pero temo oxidar tus brackets. Quisiera marcharme, pero tengo hipoteca. Quisiera cantar, pero los focos me ciegan.

Viajamos en los taxis de la mano y en silencio. No hace falta hablar porque sabes lo que quiero. El taxista es otro mundo, las calles son atrezzo. Y si en algún momento me falta el aire, te aprieto la mano. Si me entra el sueño, hundo mi cabeza en tu regazo. Si te como la oreja es que quiero bailar. Llámalo simbiosis, llámame enfermo, dependiente dependiendo de quién, sólo contigo. El entorno me hizo débil, mi contorno te hizo débil. No te fíes de la consistencia de los edificios, no te fíes de las personas. Todos son proyectos de vampiro menos tú (esos dientes son de gomaespuma). Y si se muere el mundo, me sudará la polla.

Ahora entiendo a las parejas que no hablan. Protégeme de lo que quiero, yo haré lo mismo. Burbujas que se nutren dos a dos, mundos placenta. Enfermar a la vez como peces en aguas internacionales. Muchos son así. Muchos pretenden serlo. No les culpo. Más aún: los admiro. Ahora sí.

El taxi es puro teatro

La mujer sacó del bolso un par de folios y se dispuso a leerlos en voz baja, gesticulando mucho. A intervalos, alzaba la vista como intentando seguir el texto de memoria, haciendo coincidir sus ojos con los míos a través del espejo. Yo entendí que me estaba interpretando el personaje, por eso quise corresponder:

-Puedes leerlo en voz alta, si quieres- dije.

-Dios mío. Tengo ahora la audición, y apenas me he leído el texto un par de veces. Me ayudaría mucho que tú leyeras la otra parte, si no te importa.

-¡Claro! Cómo no.

La mujer me tendió los folios y acercó su cuerpo desde el asiento trasero para poder seguir el texto por encima de mi hombro. Era un diálogo entre CLARISE (ella) y THOMAS (yo). Aprovechando el tremendo atasco de José Abascal, comencé a leer mi parte y ella la suya:

THOMAS: TE ESTUVE ESPERANDO MÁS DE DOS HORAS.

CLARISE: LO SIENTO.

THOMAS: ¿LO SIENTES? FUI EL HAZMEREÍR DE TODO EL CAMPUS, CLARISE. AL MENOS MEREZCO UNA EXPLICACIÓN, ¿NO CREES?

CLARISE: ME PERDÍ.

THOMAS: ¿BROMEAS?

CLARISE: NO, THOMAS. ME PERDÍ. ESTOY PERDIDA, CONFUSA. LLEVO MESES INTENTANDO ENCONTRAR UN SÓLO MOTIVO POR EL QUE SEGUIR AQUÍ. NO ME GUSTA CALIFORNIA. ODIO CALIFORNIA. ODIO ESTE MALDITO CALOR. ODIO TODAS ESAS FIESTAS, RODEARME DE GENTE QUE EN EL FONDO ESTÁ SOLA. AQUÍ NADIE SE TOMA EL MÁS MÍNIMO INTERÉS POR CONOCER A NADIE. 

THOMAS: ¿Y YO?

CLARISE: ¿TÚ? ¿QUIERES QUE TE HABLE DE TI? NO ERES MÁS QUE UN PERDEDOR, THOMAS. EN EL FONDO, SIEMPRE LO HAS SIDO. TUS PADRES TE MANDARON A LA OTRA PUNTA DEL PAÍS SÓLO PARA DESHACERSE DE TI, Y EN CUANTO TE GRADÚES SE LAS ARREGLARÁN PARA ENCONTRARTE UN TRABAJO LO MÁS LEJOS POSIBLE. ERES EGOCÉNTRICO, INSENSIBLE, Y CARECES DEL MÁS MÍNIMO TALENTO PARA LA LITERATURA. PODRÁS GRADUARTE, PERO JAMÁS LLEGARÁS A SER LA SOMBRA DEL PEOR LIBRO DE FAULKNER. YO QUIERO SER ALGUIEN, THOMAS. PERO NO AQUÍ, NO CONTIGO. SÓLO HE VENIDO PARA DECIRTE QUE ME MARCHO A DENVER. 

THOMAS: PERO…

CLARICE: ADIÓS.

Al decir esto, la mujer bajó del taxi con un portazo y se fue corriendo.

Yo me quedé bloqueado, confuso. Y además, se marchó sin haberme pagado los 8,85€ que marcaba el taxímetro.

…………………………………….

Nota: Luego, llamé a mi madre.

Reducción al absurdo

Las drogas te llevan por el mal camino, pero al menos es UN camino y no cientos, madre de Dios: ¿cuál elijo? ¿seguir recto y pegarme al carril izquierdo?, ¿seguir recto y pegarme al carril derecho?, ¿girar la próxima calle a la izquierda?, ¿girar luego a la derecha? ¿detenerme en esa parada de taxis y esperar al cliente de marras? Me atoro y al final giro, yo qué sé, por Ayala. Cruzo Lagasca y justo delante, a unos metros, desaparca un coche y freno para dejarlo incorporarse. Veo el hueco libre que acaba de dejar y sin pensarlo me meto. Aparco.

Paro el motor. Apago el taxímetro. Soplo para espantar mis demonios y bajo del taxi.

A falta de ideas entro en el bar más cercano. Está lleno de gente, todos (camareros incluidos) mirando y gritando al televisor. Hay fútbol. España contra otro equipo que no es España. Busco un hueco en la barra y pido una jarra de cerveza. El camarero me la sirve mientras mira de reojo el partido. Justo en ese instante surge una ocasión de gol y todos (camareros incluidos) bufan: Uuuuuy. Las veinte o veinticinco personas que abarrotan el local soltando al unísono el mismo y exacto bramido: Uuuuuy. Perfectamente coordinados: Uuuuuy. Sin conocerse entre ellos y sin haberlo ensayado: Uuuuuy. Realmente asombroso.

Todos (camareros incluidos) unidos en torno a un mismo objetivo: que España meta más goles que el otro. Noventa minutos (o cuanto coño dure eso) embebidos en una sola y simple idea. Reducción al absurdo que ahora, en este preciso momento, me produce cierta envidia: yo también quiero. Aquí no hay decisiones que tomar. Son los otros, a miles de kilómetros de distancia, los que eligen por ti aunque haciéndote partícipe de ello.

Luego se produce un hecho insólito. Un jugador de España mete el balón en la portería contraria y entonces todos, igual que antes pero más fuerte, como si les fuera la vida en ello, gritan: GOOOOOL. No ha sido un Uuuuuy esta vez, sino GOOOOOL. Repito: todos. Los camareros también.

En ese preciso instante, el hombre que me precede (un tipo bajito y gordinflón) se da la vuelta y sin conocerme de nada va y me abraza. Es la primera vez que me abraza un hombre en mucho tiempo. Pero el abrazo dura poco, no puedo retenerle, se me escapa. Apenas fueron dos o tres segundos.

Cinco minutos después el gilipollas del árbitro pita el final. Yo quería más goles, prolongar el pensamiento único y coordinado. No pensar ni tomar decisiones. Que me abracen muchos hombres.

¿Cuándo dices que es el próximo partido?

De putas con un cliente

Un hombre entra en mi taxi y me pide llevarle de putas, él y yo. Una puta para cada uno. Me dice que él lo paga todo: mi taxi, las copas que nos tomemos y las putas. Le digo que no, que yo ya vengo follado de casa (es mentira, pero me da tiempo para pensar). El hombre se hace el sordo e insiste: «Venga. Llévame al club que más te guste. Y te dejo elegir a la chica». 

Me pregunto por qué tanto interés en ir de putas con un completo desconocido. Tal vez consista en compartir la culpa, en buscar un cómplice. Me he fijado que lleva una alianza de casado, que subió a mi taxi en un hotel, y que acaba de guardarse la corbata en el bolsillo de la chaqueta. Supongo que estará en Madrid de paso, por negocios. Será de los que piensa que en esos viajes express y con la excusa del trabajo, las infidelidades se cuentan como un partido de fútbol en campo contrario y a puerta cerrada: nadie se entera y cada gol vale el doble.

Incluir al taxista en el juego no es más que su modo de exculpar sus pecados. Así pues, no está intentando convencer al taxista, sino al cura disfrazado de taxista. Quiere que el confesor, quien se ocupa de limpiar su alma, se vaya de putas con él.

Por eso le dije amén, aunque a medias. Le llevé a uno de los clubs más selectos de la ciudad, le di al aparcacoches las llaves de mi taxi (sin parar el taxímetro) y entramos mi usuario y yo. La madame nos pasó a una sala, tomamos asiento en unos sillones comodísimos, pedimos champagne y al instante comenzaron a pasar por delante de nosotros unas chicas impresionantes ligerísimas de ropa. Por supuesto, el tipo me pidió que eligiera yo primero. Yo elegí a una chica que se parecía horrores a una exnovia mía. Luego él eligió a la suya, radicalmente distinta a su mujer (a no ser que su mujer también fuera negra).

El usuario de mi taxi tomó la mano de la chica y se marcharon los dos. Yo me quedé con la otra. Se llamaba Sandra, igual que mi exnovia. Pasamos a una habitación con jacuzzi, abrió el agua, se desnudó despacio (un cuerpo de infarto, como el de Sandra), entró en el jacuzzi y con voz sensual me invitó a compartir su baño.

Pero al acercarme a ella vi algo que me rompió en dos. Sobre una de las esquinas del jacuzzi, no me preguntes por qué, había un patito de goma Made in Hong Kong exacto al que duerme a mi lado, cada noche, desde que vivo solo. Fue verlo y sentir de súbito un pánico indescriptible.  

Y no pude continuar. Salí corriendo.

La parroquia

Después de un buen tramo de autopista, entro en la ciudad y aparco mi taxi en frente del primer bar que me encuentro. Me revienta la vejiga. Salgo rápido del taxi y entro en el bar. Por pudor pido antes un café. Me lo sirve una camarera colombiana, guapísima. Echo azúcar, lo muevo, doy un sorbo, ARDE. Voy al baño.

Vuelvo a la barra y ahora me encuentro a la camarera hablando con un parroquiano. Es el típico borracho baboso que intenta ligársela con la técnica del donjuán de mercadillo. » Tienes los ojos más bonitos de todo Carabanchel», suelta el gilipollas. Ella le sonríe, qué remedio, y se aleja a limpiar la cafetera. Así dispuesta, de espaldas, el hombre aprovecha y le mira el culo. Un segundo parroquiano que se encuentra al otro lado de la barra también se lo mira. Yo estoy en medio de los dos. En esto, el primer parroquiano se fija en los ojos clavados del segundo. Le mira como a un rival: lo dice su cara. Esto parece un puto documental de La2.

En segundo parroquiano llama a la camarera por su nombre: «Yudith, ¿me pones otro cacharro?». El primer parroquiano se tensa. Ella estira su cuerpo hasta alcanzar la botella de DYC del estante. En esa postura asoma por debajo de su blusa la tira del tanga. El segundo parroquiano se da cuenta y abre los ojos como platos. El primero prefiere perderse el espectáculo y mira al otro. Yo les miro a los dos. Divertidísimo.

Me acabo el café y pido una cerveza. Esto no me lo pierdo. Nada más servirme la cerveza, me mira a los ojos y sonríe. Tiene una sonrisa preciosa.  Me pregunta: «¿Quieres aceitunas?». Contesto que sí. Le devuelvo la sonrisa. Ahora el parroquiano número uno no cuenta con un rival, sino con dos.

En esto, el parroquiano número uno cambia su estrategia y se une al enemigo. Decide romper el hielo conmigo: «¿Es tuyo ese taxi?». Mi gesto afirmativo le sirve para comenzar a hablarme del gremio del taxi, que su «cuñadPRIMO Jacinto» (ese lapsus demuestra que está casado pero que prefiere ocultarlo ante Yudith) también es taxista y le dice que está la cosa bien jodida. Esa es otra estrategia para echar por tierra mi estatus ante Yudith. Pero entonces contraataco y le digo que en realidad no soy taxista, sino del Servicio de Inteligencia, y que uso el taxi como tapadera para seguir la pista a un grupo de taxistas proxenetas que operan por la zona. El parroquiano número dos se une y me invita a otra cerveza. Este dice ser Ingeniero Aeronáutico en la Base de Torrejón. Mis cojones.

Lo que empieza siendo un juego para mí, acaba en borrachera. En concreto, cinco cervezas y tres jotabés con cola. Como ya no estoy para conducir, llamo a un colega taxista, le doy la dirección del bar y me pido la última mientras le espero. Los otros dos siguen y ahí seguirán cuando me marche. Ahora rivalizan ante Yudith a ver quién bebe más.

Antes de marcharme se me acerca Judith y me dice al oído que conoce a esa red de taxistas proxenetas a los que sigo la pista. Que mañana, cuando vuelva a recoger el taxi, me pase por el bar y me cuenta.

La vida es rara.

Apagado (o fuera de cobertura)

La ingrávida joven me pidió recoger a «alguien» en la Glorieta de Bilbao para continuar después hasta un destino que no me llegó a decir (más bien se truncó, como ya veremos). Era una chica de gesto suave, piel lechosa o más bien de horchata, rasgos marcados pero dulces, de unos treinta años, cabello corto y oscuro, ni pendientes ni abalorios y un vestido al más puro estilo naïf.

Cuando llegamos al punto donde habría de subir ese «alguien», justo en la boca del Metro Bilbao, a las puertas del café Comercial, accioné los WARNING del taxi y ahí nos quedamos esperando, en silencio. Ella mirando la pantalla de su móvil pero sin darle uso, como a la espera de cualquier posible aviso, y yo observando con disimulo a través del espejo. Como digo, se resistía a ponerse en contacto con su cita; tal vez no quisiera parecer insistente o pesada. Pensé que entre ese «alguien» y ella no había un vínculo demasiado estrecho (cuando hay confianza nada te impide llamar o mandar un mensaje: «dnde stas?, t qda muxo?)». Ella prefería esperar a que ese «alguien» se personara o bien llamara para avisar de que llegaba tarde. Pero aquel era un lugar incómodo para detener el taxi, los autobuses pitaban:

-Aquí no podemos estar mucho tiempo- llegué a decir.

Entonces ella se hizo cargo aunque visiblemente nerviosa: usó el teléfono como en contra de su propia voluntad. Desde mi asiento yo también pude escuchar que el móvil de su interlocutor se encontraba «apagado o fuera de cobertura». Pudiera ser por culpa de cualquier contratiempo (se quedó sin batería o en efecto, sin cobertura), sin embargo ella lo interpretó con cierto gesto de derrota. Había algo más, sin duda. Puede que aquel «apagado o fuera de cobertura» fuera la constatación de que él no vendría, un gesto cobarde ya sufrido y repetido. Apagado a propósito. En realidad no hizo falta más ni quiso esperar un segundo más. Después de aquella llamada fallida, me dijo:

-Bien, eh… lléveme a… al mismo sitio donde me recogió.

Es decir, a su casa. Es decir, plan truncado. Es decir, que se rompió algo o se volvió a romper. No me cabe otra explicación. O tal vez tú la tengas…

Palabras encadenadas

Palabras escritas en los brazos y en las manos y en la lengua. Palabras alrededor de las orejas. Elige las que quieras: SUAVE, AMANTE, DIOS, TAXI, PECHO, BUNKER, MELODÍA. Pero tatúalas: que no se borren, que no se olviden. Usa tus palabras para aislarte. BESO. Que nada más penetre en ti. PASIÓN. Escribe en el lóbulo de tu oreja izquierda: PASIÓN. Y cuando alguien entre en tu taxi, después de escuchar el destino, blíndate. Y si te habla de la crisis, cuando escuches la palabra CRISIS, entenderás PASIÓN. Y mirarás a la usuaria con ojos de QUIERO. Y cuanto más veces pronuncie la palabra CRISIS más querrás querer. Será tu placebo.

 Y ese engaño inundará tu sonrisa. Prefieres vivir de mentira pero feliz. Ahora que la realidad sólo es apta para amantes del sado, ahora que todo son punzadas que anestesian el alma, los tiempos de la moda del desánimo, ya sólo dominarán el mundo los locos y los hijos de puta. Y tú sigues queriendo dominar el mundo. Y no vales para hijo de puta. Tu sangre no es tan licuada, demasiado espesa para los filtros de la miseria. PASIÓN, entiendes PASIÓN cuando dice CRISIS, cuando mueve sus labios cuarteados por el tedio mientras piensas: se volverían bellos con un barniz de saliva. SUAVE, AMANTE, PECHO, BUNKER, MELODÍA.

Reducir con ácido palabras aislantes… aislates… islates… lates, corazón… 

O que ella también acabe jugando contigo a lanzaros palabras de una punta a la otra del taxi, de tu asiento a su asiento espejo mediante, de tu boca a su boca. Jugar a las palabras encadenadas:

VIENTRE

TREMENDO

DOMINAR

NARCO

Pasión

La pasión se demuestra respirando. Es pasión los ojos como platos, las uñas que amenazan, un gemido. La corbata fucsia del funcionario, la camisa arrugada del científico, el jubilado palpando los mejores kiwis, el impoluto libro de registros del bibliotecario, el segurata con su pin de Star Trek, los orgasmos de una puta. El taxista que lo apunta todo: origen y destino de cada usuario, sus tics, a qué huelen, el color de sus ojos o hacia dónde miran.

Pasión es cantar muy serio y muy mal en los karaokes, ir solo a los karaokes, comprar flores para ella, intentar caminar recto cuando vas borracho y nadie mira. Pasión es maquillarte para bajar a por el pan, subrayar los libros, hacer footing, cada día, a las ocho y media, soñar con una isla, fotografiar objetos. Pasión es cagarte en el árbitro, pegar puñetazos en la mesa, llorar con Unchained Melody, haber visto Pulp Fiction más de cien veces, pasar tus apuntes a limpio, buscar droga en una ciudad que no conoces. Pasión es chupar los bornes de una pila de 9 voltios, limpiar el coche los domingos, decirle al cura que te masturbas. Pasión es comentar en este blog, insultar a la madre que parió al bloguero.

Pasión es querer seguir viviendo. Pese a todo.

Yo no soy yo

Hace años escribí un relato cuyo protagonista, Nicolás, bebía gintonics. Yo no había probado el gintonic en mi vida, así que sólo por meterme en su piel y en sus gustos, comencé a beberlo yo también. Hoy el gintonic forma parte esencial en mi vida. Y todo por culpa de un personaje de ficción. 

También recuerdo aquel día que subió en mi taxi un hombre calvo, feo y bajito del brazo de una mujer impresionante. A lo largo del trayecto, la bellísima mujer le acariciaba el cráneo mientras le llamaba «mi calvito sexy». Al día siguiente me afeité la cabeza.

O aquel día que viajó en mi taxi un escritor al que admiro mucho, y hablando con él le advertí un ligero tic en el ojo izquierdo. Siempre admiré su visión de las cosas, así que desde aquel día comencé a imitar su mismo tic en mi ojo izquierdo, y de tanto hacerlo ya se me ha quedado crónico. O la entonación de ese locutor que también subió a mi taxi. Siempre trato de modular mi voz como él. O la forma de caminar de Sean Penn, o esa forma de mirar de Edward Norton en American History X, o los movimientos pélvicos de Rocco Siffredi.

Y ahora vas y me sueltas que te has enamorado de mí, que adoras todo mi ser cuando ni siquiera yo soy capaz de saber quién soy, o quién se esconde detrás del copia y pega que ahora tienes delante. Tú no estás enamorada de mí, sino de esa mezcla que conforma mi yo. Tú, en realidad, estás enamorada de Nicolás, el personaje de ficción de aquel relato, pero también de aquel usuario calvo, bajito y feo que llevé en mi taxi, y del tic del escritor al que yo admiro, y de aquel locutor, y de Sean Penn, y de Edward Norton, y de Rocco Siffredi, hija de puta.