Paso con mi taxi delante del escaparate de una tienda de electrónica y mi imagen aparece reflejada en un televisor enorme. Freno en seco y doy marcha atrás hasta quedarme clavado a su altura. Junto a la pantalla hay una videocámara (conectada a la tele, supongo) enfocando a la calle. En el plano aparece medio taxi mío conmigo dentro, saludando con cara de imbécil.
Saco mi cámara y comienzo a grabar las imágenes que aparecen en la tele: me grabo a mí grabando lo que graba la otra cámara (siempre pensé que haciendo esto se generaría una especie de bucle espacio-temporal y acabaría explotando el Universo entero, pero no pasa nada, todo sigue igual).
Hago como que me atuso las cejas con mi mano libre mientras sigo grabando con la cámara en la otra. Saco la lengua, lanzo un beso y al instante me arrepiento y trato de disimular silbando, como en las películas, pero la cámara del escaparate seguro que no capta el audio de fuera aunque sí mis labios. No me gusta esta toma. Me arrepiento. Soy gilipollas.
Borro lo que acabo de grabar en mi cámara. ¿Lo habrá grabado también la del escaparate? ¿me acabará viendo alguien (algún empleado de la tienda o un futuro comprador de esa misma cámara) haciendo el tonto?
Avanzo unos metros, aparco aprovechando un hueco y salgo del taxi en dirección a la tienda.
Dentro hay un hombre con una chaqueta dos tallas más grandes que él.
– ¿Puedo ayudarle en algo?
– Quiero esa cámara – digo señalando al escaparate.
– Bien. Ahora mismo le saco una del almacén.
– No, no. Quiero esa. La del escaparate.
– No creo que sea posible.
– O me vende esa, o me voy a otra tienda.
La broma me cuesta 299€ pero al fin la tengo en mi poder. Nadie más podrá volver a verme haciendo el ridículo. Rebobino la grabación en mi busca para borrarme del mapa (de píxeles), pero se me va la mano y me remonto a seis minutos antes de mi aparición.
En el pequeño monitor de la cámara aparece gente caminando. Paso rápido. Ahora caminan deprisa. Resulta cómico. Aparece una figura que se acerca y se detiene ante el escaparate. Su cara me suena. Le doy al pause. Amplío la imagen. No es posible. Direcciono la imagen a su rostro y lo amplío:
– No puede ser, joder… !Beatriz!