Sus 3x3x3 entraron en mi taxi a duras penas. Aquel hombre de cabeza planetaria y brazos como sacos de patatas bien podría pesar sus 150 kg. Y no sólo eso: también tenía cara de bruto, nudillos de bruto y tatuajes de bruto.
Aun con todo me llamó la atención su gesto y su forma de decirme:
– ¿Me llevas a… Martínez Izquierdo esquina Brasilia?…
…con la voz temblando, como si aquel armario de tres puertas se hubiera tragado a tres o cuatro tímidos a la vez.
Pero también le vi pálido, sudando.
– ¿Se encuentra bien? – no pude evitar preguntarle.
– Voy al… dentista. Y le tengo pánico.
– ¿Pánico? – exclamé escrutando su envergadura a través del espejo retrovisor. No me podía creer que alguien con ese porte, más bien dado a estrangular jabalíes con sus propias manos, pudiera tenerle miedo a nada.
– No lo puedo evitar – prosiguió -. Soy portero de discoteca y, como militar, estuve dos años destinado en Kosovo. Aun así, te juro que jamás he vivido nada parecido a esto. Y es que en cuanto veo que una aguja entra en mi boca y comienzo a notar cómo se va clavando poco a poco en la encía… ¡ufff! O ese sonidito siniestro del punzón raspándote los dientes, o el ñiii, ñiii, ñiii de la taladradora esa del infierno perforándote una muela mientras la anestesia está empezando a dejar de hacerte efecto justo cuando comienzas a notar que se está acercando al nervio, ñiii, ñiii, y que no puedes hacer nada porque tienes a tres tíos encima y cualquier movimiento en falso podría ser mucho peor… y todo mientras una luz enorme te está enfocando a escasos centímetros de tus narices… ¿conoces algo pero que eso?, ¿conoces peor tortu…? ¿oiga?, ¿se encuentra bien?, ¿oiga?, ¡cuidado con ese coooo…plglkjpjmlsk!