Me mandó parar la Policía Municipal más guapa de toda la ciudad: Ojos como las luces del techo de su coche. Cabello rubio reflectante. Labios antibalas:
– Se ha saltado un semáforo.
– ¿Qué semáforo?
– ESE semáforo – me dijo señalando hacia atrás.
– Ah. Es que soy alérgico.
– ¿Alérgico al color rojo?
– No. A las gramíneas.
– ¿Y?
– Que me paso el día estornudando, y no es posible evitar un estornudo, ni estornudar con los ojos abiertos. ¡Ahhchisss!, ¿lo ve?
– ¿Y?
– Que justo antes de estornudar, el semáforo estaba verde.
– Documentación, por favor.
– ¿Me va a multar por ser alérgico a las gramíneas?
– No. Le voy a multar por saltarse un semáforo.
– ¿Cómo voy a saltarme un semáforo que no he visto?
En esto sacó su libreta y estornudé (sin querer) sobre ella.
– Perdón.
– Tápese la boca, por Dios… – me dijo arrancando del bloc su salivada hoja.
– Perdón.
En contra de todo pronóstico la Policía rompió a reír:
– Es la excusa más surrealista que he oído en mi vida, jaja…
– ¿Se está mofando de mi alergia? – pregunté.
– Ande, circule. Se lo ha ganado.
Sin mediar palabra reinicié la marcha.
A través del espejo pude comprobar cómo la Policía Municipal se metía en el bolsillo del pantalón de su uniforme la hoja recién arrugada y bañada en mi propia saliva. Ese gesto suyo me produjo una extraña excitación: Mis fluidos líquidos en su pantalón, a escasos centímetros de su pubis. Mi saliva atravesando la tela de su bolsillo, colándose por los poros de su piel, invadiendo quizás su cuerpo entero hasta inundar su garganta. Su saliva mezclada con la mía. Okupar su boca. Que sus labios saliven mi propia saliva y se relama y le guste mi sabor y llame por la emisora de su coche patrulla a Central y pregunte por el titular de mi matrícula y me busque y me encuentre y me detenga y me espose por el Artículo 69 a los barrotes de su cama.
Nota: Sé que no sucederá, pero el blog es mío y escribo y fantaseo lo que quiero.
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