Armando no tendría más de siete años, repito: siete. Llevé en mi taxi primero a su padre, recogimos a Armando a la salida del colegio, y de ahí nos fuimos a un centro deportivo a las afueras de la ciudad. El niño iba ya preparado con su ropa deportiva, sus botas de fútbol y una mochila que le entregó al padre. Éste, por su parte, le dio un zumo y una pieza de fruta que el chaval mordisqueó con ansiedad.
Según entendí por su conversación, en apenas diez minutos el chaval se presentaba a unas pruebas para acceder a la categoría «prebenjamín» de un equipo de fútbol, y al padre le había costado mucho convencer al ojeador para que probara a su hijo. «Recuerda que es la oportunidad de tu vida, que tienes que esforzarte al máximo, o estarás fuera. Si quieres ser Cristiano, tendrás que pelearlo como nadie; comerte a todos». El niño le escuchaba con gesto serio, ilusionado aunque asustado también por semejante carga de responsabilidad. «Tienes que salir y comerte el campo, Armando. Manejar la pelota y buscar como un jabato la ocasión de disparar a puerta, ¿lo has entendido?», volvió el padre con tono severo. El niño le dio un sorbo al brick de zumo y apretando los dientes le contestó con un tenue: «Sí».
No dudo de que a Armando le gustara mucho el fútbol, como a tantos otros niños, y que le hiciera ilusión poder entrar en un club tan selecto. Pero daba la impresión de que en verdad era el padre el más interesado en convertir al niño en una estrella del balón, tratando al chaval con disciplina casi militar aunque Armando contara, como digo, con apenas siete años.
Y seguro que todas las estrellas del deporte tendrán un padre igual, estricto con ellos desde bien pequeños. Y si el niño al final despunta (uno de cada diez mil, tal vez), ese padre se verá exultante de orgullo por haber sido el mentor que pulió el diamante. Pero lo atroz del asunto es que padres como ese no contemplan el fracaso: no educan a esos niños para que barajen o asuman siquiera la más mínima posibilidad de fracaso. ¿Cómo puede un padre decirle a su hijo de siete años «Recuerda que esta es la oportunidad de tu vida»? ¿Cómo se sentirá el pobre niño si al final, por el motivo que sea, no pasa la prueba de acceso? ¿Fracasado?, sin duda. Pero también se sentirá culpable por haber decepcionado al padre. Frustración, fracaso y culpa con apenas siete años. Valiente cabrón el padre.