Archivo de junio, 2017

Álvaro López (Generación Ghibli): «La animación japonesa aporta diversidad y honestidad al niño»

¿Es Álvaro López Martín el mayor experto en Ghibli de España? Es imposible asegurar tal cosa sin margen de error, pero no me extrañaría si así fuera. Álvaro es el artífice del blog Generación Ghibli y de sus redes sociales, referencia indiscutible en nuestro país para todos los que disfrutamos con las películas procedentes de este estudio japonés con la impronta del artista Hayao Miyazaki.

No se me ocurre mejor manera de llegar a ser experto en cualquier materia que el camino del goce, que es el que ha recorrido Álvaro López. Un goce que se amplifica compartiendo pasión y conocimientos. Y no solo desde el blog y sus redes y desde colaboraciones en otros medios y páginas, Álvaro tiene tres libros publicados relacionados directamente con Ghibli: Mi vecino Miyazaki, Antes de Mi vecino Miyazaki. El origen de Studio Ghibli y, recientemente, El viaje de Chihiro. Nada de lo que sucede se olvida jamás (Ediciones Diabolo).

¿Cuántas veces has visto El viaje de Chihiro? ¿Es la película que más has visto? ¿Es tu obra de Ghibli favorita?
Perdí la cuenta. Sí, es una película que he visto muchas, muchas veces, pero no te sabría decir si es la que más. ¿Sabes qué pasa? Que tengo la manía de dosificar los visionados de las películas que más me gustan, para no machacarlas demasiado en mi cabeza, por lo que no las veo miles de veces seguidas, dejo un tiempo prudencial. Obviamente, escribiendo un libro sobre El viaje de Chihiro (y los libros anteriores sobre Studio Ghibli) he tenido que verla mucho y muy detenidamente. Pero la disfruto siempre porque es una película con muchísimas lecturas y detalles. Es mi película preferida de Studio Ghibli, aunque (casi) todas tienen algo especial que las hace únicas. Pero su director Hayao Miyazaki creo que llegó a la cumbre de su creatividad con ella.

El viaje de Chihiro está protagonizado por una niña. Ese recurso de acudir a la infancia o al menos a personajes muy jóvenes, poco más que niños, es una constante en Ghibli. ¿A qué crees que se debe?
El eje de Studio Ghibli es Miyazaki, y Miyazaki tiene una visión del mundo bastante pesimista, sin embargo no lo traslada a sus películas, al contrario: él promueve la esperanza en ellas, porque es consciente del mensaje que quiere enviar principalmente a los niños. Para él, en el mundo hay bastantes cosas que están mal, pero cree que los más jóvenes pueden cambiarlo. A través de sus películas trata de promover esa idea. Por eso sus protagonistas son niñas y adolescentes, porque quiere que se vean reflejadas en ellas, personajes que superan obstáculos y adversidades para finalmente evolucionar y creer que un futuro mejor es posible si luchan por él.

Pese a ese protagonismo no es una película infantil, al menos no para la primera infancia. ¿a partir de qué edad crees que es recomendable?
A través de mi blog Generación GHIBLI llevo más de siete años leyendo historias de aficionados de todo tipo, y también de gente que tengo alrededor, y me cuentan de todo en cuanto a la edad en la que los niños se fascinan por ella. Dos de mis sobrinos fueron fans absolutos teniendo entre 4 y 8 años, mucha otra gente me dice que la película de pequeños les daba miedo, especialmente la bruja Yubaba. Hay que tener en cuenta que estamos ante una película algo oscura y compleja en su forma, pero absolutamente recomendable para los niños en su fondo, con un mensaje magnífico para ellos que es necesario transmitir sobre el valor de ser una misma, la importancia del esfuerzo para conseguir algo, la amistad, la superación personal… Es una película muy honesta con los niños, y por eso es tan apreciada por los adultos.

Tienes dos libros previos, Mi vecino Miyazaki (2014) y Antes de Mi vecino Miyazaki. El origen de Studio Ghibli. ¿Cuál será tu siguiente proyecto literario?
Pues acabo de publicar El viaje de Chihiro. Nada de lo que sucede se olvida jamás con Diábolo Ediciones, en el que repaso detalladamente la película de Hayao Miyazaki, probablemente su obra cumbre, para que sea entendida en su totalidad tanto por los que la han visto decenas de veces como para los que no; y luego hay algunas ideas que veremos si se llevan a cabo. Siento no poderte decir mucho más, porque son cosas que no están confirmadas y el mundo editorial es complejo. De momento mi libro sobre El viaje de Chihiro está gustando mucho a la gente por los comentarios que me llegan y sus buenas ventas, y me quedo con eso, que para mí es lo importante en mi labor de divulgar la animación de Studio Ghibli en español y que sea cada vez más conocida, extendida y normalizada en nuestro idioma. Y, en cualquier caso, siempre nos podemos encontrar a través de mi blog Generación GHIBLI y sus redes sociales, donde estoy en contacto permanente con la gente.

La animación japonesa arrastra muchos prejuicios, muchos padres creen que es violencia y sexo. ¿Qué les dirías?
La animación japonesa es una forma de contar historias, por tanto no es posible definirla como un modo único de expresión. En la animación japonesa puede (o no) haber violencia y sexo, como puede haber amor, amistad, belleza, poesía, comedia, drama y todo lo que se pueda imaginar. Como lo hay en cualquier medio de expresión artística. Lo de que el anime es violento y sexualizado forma parte de una mirada muy restringida y prejuiciosa, por desgracia aún muy extendida. Te puedo poner ejemplos televisivos occidentales que todos conocemos: si Pocoyó no es lo mismo que Padre de familia, aunque ambas sean series de animación, ¿por qué van a serlo las series y películas de animación japonesas? En Japón se hace animación para niños, para adolescentes, para adultos, para todo tipo de públicos. Y, además, con estilos muy diversos.

Mi hija, que tiene 8 años, adora desde hace bastante a Totoro, Arrietty, Ponyo, Nicky… pero no ha visto Mononoke hasta este año. Justo estoy pensando en ponerle ahora Chihiro. ¿Qué películas de Ghibli recomendarías para iniciar a los niños más pequeños?
Para los más pequeños, Ponyo en el acantilado es una gran opción, una película de lo más inocente pero a la vez de enorme belleza, vistosidad y valores como el amor, la amistad y el cuidado de la naturaleza. Mi vecino Totoro es la película infantil por anotonomasia en Japón, pero es cierto que a niños muy pequeños puede asustarles un poco la estética de Totoro o el Gatobús (salvando esto en casos puntuales, encandila a cualquier niño). Haru en el Reino de los Gatos también gusta mucho a los niños de menor edad.

Después ya, para edades a partir de los 6 ó 7 años, podrían disfrutar perfectamente de muchas otras como Arrietty y el mundo de los diminutos, Nicky, la aprendiz de bruja, Porco Rosso o El castillo en el cielo sin problema. Desde los 8 ó 9 ya se podría probar con El viaje de Chihiro y quizás hacia los 10, La Princesa Mononoke si les gusta el estilo de Miyazaki, ya que esta es más compleja y seguramente haya que explicarle alguna cosa en su visionado, pero es una película tan apabullante y enriquecedora, que merece la pena. Sin olvidar Nausicaä del Valle del Viento, Susurros del corazón (recomendadísima, una oda a la creatividad), El castillo ambulante
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¿Qué opinan los profesores de los regalos que las familias les suelen hacer al final del curso?

Casi diez años de blog dan para mucho, y he escrito en dos ocasiones de los regalos que las familias le dan al final de curso a los profes, que se entregaron por toda España a lo largo de la pasada semana. Un tema que cada año, cuando acaba el curso (bueno, y también si el profesor se va antes por algún motivo o si se casa, es padre o incluso es su cumpleaños), es recurrente entre padres recientes.

Este año ha salido de nuevo a colación, por supuesto. En mi entorno, físico y virtual, hay gente que me pregunta si ya he escrito del tema. Gente que me comenta que participa sin estar de acuerdo por no ser el raro que no quiere entrar en la rueda del agradecimiento organizado, gente que sí que ha dado el paso de distanciarse de esta práctica, gente que lo defiende como un bonito gesto sin más complicación, gente que me cuenta que está de acuerdo en dar un detalle pero que se está yendo de madre y que ha visto regalos tipo iPad, viaje de tres días a un parador o bolsos de casi mil euros entregados a modo de regalo de despedida de curso.

Pero ya está bien de hablar de lo que los padres opinamos. He recordado que en aquellos dos viejos posts míos hubo muchos profesores dando su opinión. La última entró precisamente la semana pasada y fue la siguiente:

Manuel Rodríguez

Yo soy maestro y también padre. He vivido los malos rollos que se aparecen en torno al regalo del profesor desde estas dos vertientes. Por supuesto estoy totalmente en contra del regalo al profesor. Yo siempre hago saber a principios de curso a la madre delegada que no acepto regalos. Será mi educación, o seré tonto para algunos compañeros. Lo cierto es que desde pequeño mi padre me enseñó a no aceptar dinero de familiares. Fíjense tan pequeño y con 5 euros que me ponían en la mano para comprar caramelos… mi padre me educó en no aceptar regalos. Y también aprendí de pequeño que por encima del dinero existen sensaciones y sentimientos que no se pueden expresar con dinero ni nada material. Y por mucho que mi compañera me cuente lo bien que se lo pasó con el spa, el masaje para ella y su compañero… sigo con mis principios. Con el paso del tiempo mi postura de no aceptar regalos ha calado hondo en los padres y se está contagiando el deseo de no hacer regalos al profesor. Por mucho que le pese a algunos de mis compañeros.

Una vez me intentaron dar 150€ en tarjeta regalo de El corte inglés. Que no acepté. Al principio las madres se enfadaron conmigo porque no podían recuperar el dinero. En esa clase los niños me requerían mucho. Así que un sábado por la tarde convoque a todos los padres en El corte inglés (ya en verano), me ayudó la madre delegada, y con esos 150 euros hicimos un regalo a los niños y niñas. Y ese sábado fue inolvidable para mí y sobre todo para los padres. Cada vez que me los encuentro, me lo recuerdan, y comentario es, «esto que hicisteis aquel sábado si que fue un regalo que guardaré en mi corazón».

Así que he decidido recuperar los que otros veintidós maestros y profesores me comentaron y traerlo aquí, a modo de reflexión y de invitación para que otros también opinen.

El anonimato de los comentarios de un blog invita a los indeseables, a los poco respetuosos con las opiniones ajenas, a los que tienen ganas de bronca, a los que disfrutan provocando… pero también pueden servir, como en este caso, a que se exprese lo tal vez no se puede de otra manera, porque es muy difícil decir «no gracias» o «preferiría que» ante un presente en nombre de unos niños.

Gema

Yo como maestra veo exagerado regalos caros, el propio profesor se ve en una situación incómoda y los padres no tienen esa obligación, pero en cambio siempre me ha gustado lo de regalar alguna manualidad, un álbum de fotos o un montaje de vídeo con fotos de todo el curso, ese tipo de detalles, cuesta mucho menos, hace más ilusión y yo creo que el profesor lo agradece más, yo por lo menos, creo que valoras más el trabajo del profesor si dedicas un poco de tu tiempo a recopilar y preparar unas fotos que simplemente recoger dinero y comprar cualquier cosa como si fuese un mero trámite.

Guillermo

Hola, soy maestro de Primaria con más de 20 años de dar clases. El tema de los regalos es muy espinoso. Particularmente he tenido años con regalos (algún bolígrafo, una placa, etc) y muchísimos que no ha habido nada. Particularmente, prefiero que no haya regalos. Me quedo con las caras de los niños cuando les dices que al año siguiente sigues con ellos o que no lo haces. Cuando te traen algo se lo agradeces, pero muchas veces sabes que es por no dar la nota frente a otros padres, sabiendo que esa madre no te puede ni ver aunque su hijo te adore. Ya pasaron los años de los aguinaldos, las propinas y los regalos al Maestro (fuerza viva del pueblo). Somos trabajadores como el resto, con una función que cumplir (aunque a diario hagamos de padres, psicólogos, enfermeros, etc mucho más de lo que nos obliga nuestro trabajo). Si alguien quiere agradecer a un maestro su trabajo, es muy fácil… un gracias y feliz verano, esperó verte en septiembre ! Es el mejor regalo para un docente de vocación.

Elsa

Como hija de maestra, con suerte emancipada en breve, he de decir que por lo menos para mi madre los detalles que hacen personalmente los niños, manualidades, cartas, bizcochos… son los que más ilusión le hacen, de hecho un año sí que quisieron regalarle bisutería los padres y ella lo rechazó, será porque es profesora de educación física. En todo caso en casa tiene su vitrina con las manualidades más extrañas. Concretamente uno que me emociona hasta a mí, es una carta que le escribió una niña colombiana que tuvo que volver a su país porque sus papás se quedaron sin trabajo. Destilaba amor, cariño y respeto, ¡hasta se la quería llevar con ella!. Desde mi opinión deberíamos dejar lugar a la imaginación de los niños dejar que ellos se expresen sobre ese maestro si le quieren y si les ha tratado y educado bien, en vez de irnos a lo materialista y capitalista que la mayoría de las veces son regalos vacíos. Esos sí que terminan en la basura porque no significan nada.

David

Para los que piensan que un maestro por ver que una familia no le ha hecho regalo, al año siguiente va a mirar mal a su hijo, no tienen ni idea de lo que sentimos por los 25 niños que al menos 25 horas semanales están a nuestro cargo. Y digo al menos porque otros se pasan casi 50 horas en el colegio. Intentamos hacer nuestro trabajo lo mejor que podemos y sabemos, y si alguien quiere tener un detalle con nosotros que lo tenga, como yo lo hago, regalándole un CD con las fotos que he ido haciendo durante el año o comprando materiales para el día de la madre. Porque me regalen algo valorado en 100 euros tu hijo no va a tener mejores notas. El mejor regalo es el último día de cole y un niño se te acerca y te dice que te va a echar de menos.

Juan

Soy profesor en secundaria y bachillerato. A mí no me regalan nada, ni lo espero; en los últimos diez años, solo la madre de un alumno al que ayude un poco un verano (nada, resolver alguna duda tomando un helado, recomendar alguna lectura interesante, poco más) tuvo el detalle de regalarme un libro como gesto de agradecimiento. También mis alumnos a veces me han sorprendido con algún pequeño detalle, como el primer curso del que fui tutor, hace años, que al finalizar el curso me regalaron una especie de diploma firmado por todos, que reconozco me hizo aflorar una lagrimilla y que guardo como un tesoro. Y los alumnos de 2º de bachillerato, que suelen tener algún detalle con sus profesores el día que se hace la fiesta de graduación (una botella de vino, cosas así). Caso distinto con sus tutores, a los que rivalizan por hacer el regalo más caro (relojes buenos, bonos de hotel, etc), cosa que ya me parece excesivo. Por otra parte, tengo una niña pequeña, todavía no va al cole, pero cuando vaya, sí que seré de los partidarios de obsequiar con pequeños detalles, no cosas caras ni importantes, a sus maestros, especialmente a los que le traten bien y le enseñen cosas buenas y útiles. Pienso que un maestro es algo más que un simple empleado con su sueldo, es un segundo padre/madre, enseñan cosas buenas y que duran toda la vida. No soy partidario de las cosas caras, pero alguna botellita de buen vino seguro que caerá, bastante atacados ya están desde el poder como para que la gente normal no les reconozcamos.

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Dejad que los niños se acerquen a Harry Potter

El primer libro de la saga de Harry Potter llegó a las librerías un día como hoy de hace 20 años. El 26 de junio de 1997 el joven mago y sus amigos dieron sus primeros pasos para convertirse en iconos de la cultura popular, al nivel en el imaginario colectivo moderno de Luke SkyWalker, Han Solo y Leia. También tres, también una chica entre ellos y también un romance por medio y elementos que se podrían considerar mágicos.

No imaginaba J.K. Rowling, a la que sigo en Twitter porque derrocha inteligencia, sensibilidad y sentido común, la que iba a liar a nivel mundial con esos niños nacidos de su imaginación de madre reciente británica. Igual que George Lucas no soñó con el éxito que tendría Star Wars, ni mi querido Tolkien o el inigualable Stan Lee con sus creaciones. Los padres no conocemos de antemano hasta dónde llegaran nuestros vástagos, ningún tipo de vástago.

Para leer en español el primer libro, uno de los más vendidos de la historia (y seguramente más leído que otros que se han vendido más), hubo que esperar casi dos años. Fue en 1998 cuando se editó traducido Harry Potter y la piedra filosofal. A mis manos llegó en agosto por recomendación de un amigo, gran lector. Por aquel entonces yo tenía 22 años. No fui de esa generación que creció al mismo tiempo que el mago, aunque hubiera sido bonito.

– Léelo, que está muy bien.
– Pero si es un libro para niños…

Le hice caso y lo leí. Lo devoré de una sentada, porque, efectivamente, por temática y estilo es un libro infantil; el más infantil de una saga cuyos personajes y forma de narrar fueron oscureciéndose, volviéndose complejos según crecían, según crecíamos sus lectores enganchados a una historia aparentemente simple, a unos protagonistas carismáticos pese a ser poco revolucionarios, a un mundo que parecía inspirado en cierto modo en las novelitas de internados ingleses tipo Torres de Malory que heredé de niña de manos de mis primas mayores (y que, por cierto, han vuelto a reeditarse) e incluso un poco a Los cinco, pero en tres y con búho en lugar de perro.

Voldemort, Hagrid, Private Drive, Draco Malfoy, Dumbledore, Hogwarts, el autobús noctámbulo, Fawkes, Luna Lovegood, el callejón Diagon, Hedwig, Olivander, Neville Longbotton… Probablemente el gran mérito de J.K. Rowling fuera idear un mundo y unos seres que lo poblaban con recovecos, detallados, con personalidad. No teníamos tres héroes sobre un fondo gris interactuando con figuras fantasmales. Todo era rico, casi masticable.

Y se quedaba grabado.

Resulta curioso que las críticas fueran mayoritariamente muy positivas para los primeros libros, sobre todo para el primero. Según su éxito se disparó, proliferaron las reseñas negativas, las que tachaban la escritura de Rowling de poco pulida, de comercial, de producto de consumo, de tener agujeros e incongruencias.

Para mí, que no considero que sean libros perfectos ni mucho menos, pesa más que la posible falta de excelencia literaria lo mucho que la escritora ha hecho por afianzar el amor por la lectura entre niños y jóvenes. Según una encuesta elaborada en 2006 por Kids and Family Reading Report y Scholastic, el 51% de los lectores de Harry Potter de entre 5 y 17 años que no había leído nunca nada antes por placer, siguió leyendo y disfrutando al hacerlo.

Acabo de cambiar de idea. Probablemente el mayor mérito de J.K. Rowling sea haber creado un pequeño ejército de lectores.

Las películas llegaron antes de que fuera madre. La primera en 2001. Las vi con el que ahora es el padre de mis hijos religiosamente según iban llegando a los cines. Y las volvería a ver hace casi tres años con mi hija, que quedó hechizada por la misma magia, tanto que su séptimo cumpleaños estuvo centrado en el mundo de Potter.

Las películas también han creado lectores. Hace dos años, cuando Julia tenía seis, leímos el primero de los libros por la noche, en su cama. Capítulo a capítulo en voz alta. Yo, redescubriéndolo como un libro infantil que sigue siendo recomendable. Mi hija descubriendo que su imaginación unida a la de un escritor supera cualquier experiencia cinematográfica, por buena que sea.

Leed Harry Potter y la piedra filosofal. Leedlo con vuestros hijos. Regalad este libro a los niños. Dejad la puerta abierta a su magia, para que cuaje el amor por los libros, por soñar acunado por palabras ajenas.

Carta a mi hija de ocho años

Nunca te diré que, por haber nacido mujer, debes amar a los hombres. No lo haré ahora ni lo haré jamás según vayas creciendo.

Nunca te diré que elijas a un hombre para compartir tu vida, porque es lo natural, lo más fácil, lo que hará que encuentres menos piedras en tu camino. Son mentiras.

Cuando seas mayor te recordaré que hace muchos años, cuando tenías apenas seis años, cruzamos un Madrid lleno de banderas multicolores y me preguntaste qué eran esas banderas. “Es una bandera que dice que podemos amar a quién queramos, da igual quién sea”, te contesté. Y lo entendiste. Claro que sí. Lo que no es natural entender, lo que hay que aprender a ver en contra de lo que el corazón nos dicta, es lo contrario, que no puedes amar a aquel al que el corazón te diga.

Ama a un hombre o a una mujer, ama a quien quieras mientras te haga feliz, mientras ilumine tu rostro cuando le veas y te haga crecer por dentro y por fuera.

Sí que te diré cómo debes amar. Sin celos, porque los celos no son amor, son posesión e inseguridad. Con generosidad, sabiendo que nadie es perfecto. Sin hacer de menos al otro para imaginarte tú mayor. Apoyando y no restando. Respetando su espacio. Buscando la bondad, tan infravalorada. Haciendo fácil lo difícil y no complicando lo que es sencillo.

Ama a un hombre o una mujer, ama a quién quieras siempre que no te cele, porque no eres la posesión de nadie y es mejor estar con alguien que confía en ti. Que sea, hombre o mujer, pero alguien generoso, que no te haga de menos, que no ponga en duda que puedas alcanzar tus sueños, que respete tu espacio, que también valore la bondad y el hacer fácil lo difícil sin enredarse en complicaciones innecesarias.

Ama como quieras que te amen a ti.

 

(JORGE PARÍS)

‘La decisión de Sophie’, la huella de la maternidad #unoalmes

La decisión de Sophie es un libro de William Styron que suelo recomendar. Yo lo descubrí adolescente, en una edición que rodaba por casa del Círculo de Lectores que fue propiedad de mi madre, un par de décadas después de que fuera un bestseller y cuando ya había pasado una década del estreno de la película de Alan J. Pakula protagonizada por Meryl Streep, Kevin Kline (fue su debut cinematográfico) y Peter MacNicole.

Imagino que tanto la película como el libro suenan como algo ‘viejuno’ y poco atractivo teniendo tanta oferta de lectura y entretenimiento audiovisual reciente, pero ambos productos merecen la pena.

El libro, publicado en los setenta, es absorbente y da unos volantazos que te llevan desde la historia de un aspirante a escritor convertido, por su trabajo en una editorial, en el primer muro con el que se encuentran otros escritores que quieren publicar, a la compleja historia de amor y dependencia de dos seres rotos y recompuestos y al horror de un campo de exterminio en la Segunda Guerra Mundial. Volantazos que conducen de la risa al llanto sin que la historia se salga del carril, una historia cuyo núcleo es la maternidad, por mucho que apenas aparezca ningún niño.

Un libro que se lee ágil, con un inicio maravilloso y una complejidad que se digiere con facilidad, que cuenta con un narrador, en los límites del protagonismo, dibujado con destreza, igual que el resto de los personajes. Un tipo inolvidable que en la película se diluye.

William Styron (1925-2006) fue uno de los mejores escritores americanos de su generación. Combatió en Japón en la Segunda Guerra Mundial y escribió su primera obra Tendidos en la oscuridad, con solo 26 años. Además de por el éxito de ventas internacional que fue La decisión de Sophie, se le conoce por Confesiones de Nat Turner, ganadora de un Premio Pulitzer.


El libro lo leí un par de veces antes de ser madre, pero la película no la vi hasta hace pocos años, teniendo ya a Julia y Jaime. Y tiene la escena más dolorosa de ver que yo recuerde en una película.

La película, de 1982, le valió un Óscar a Meryl Streep. Francamente lo merece. Su retrato de una mujer polaca, fascinante y quebrada, incluso cuando ya se encuentra a salvo en Estados Unidos y es amada, es perfecto en todo momento. Pero solo por la desgarradora escena del tren ya lo merecería.

Y, ojo, que a partir de aquí hay spoilers. Si alguien no ha leído el libro o visto la película y desea hacerlo sin saber nada del argumento, mejor si deja de leer.

La decisión de Sophie es la historia de una madre, porque una no deja de ser madre aunque haya perdido a sus hijos. La decisión de la protagonista, a la que hace referencia el título, fue tener que elegir a cuál de sus niños salvar la vida.

Solo uno de sus hijos podía quedarse a su lado, por decisión de un oficial sádico. El otro se separaría de ella e iría directamente a encontrarse solo con la muerte. Si ella no era capaz de elegir, deprisa, en ese mismo instante, morirían ambos.

Sophie sacrifica a su hija, más pequeña y más débil, para conservar a su lado a su hijo varón, mayor y más fuerte. También él moriría finalmente, pero esa decisión que tuvo que tomar y la pérdida de sus niños la marcaría para siempre. Como habría marcado a cualquier madre.

Lo lees, lo ves siendo madre de más de un hijo, y el corazón se te parte en dos imaginándote en esa misma situación imposible.

La única decisión posible es la de la protagonista. Optar por mantener a tu lado al niño con más posibilidades de sobrevivir.

Y yo tengo claro, teniendo ese criterio en cuenta, a cuál hubiera elegido. Y solo pensarlo me resquebraja. Aunque la realidad es que no me habría visto jamás enfrentada a esa decisión, habrían elegido por mí. Las personas con discapacidad fueron masacradas por los nazis en igual medida, o aún peor, que otros colectivos.

Los niños se ahogan en silencio #ojopequealagua

El ahogamiento en niños es SILENCIOSO: tu hijo se puede ahogar sin que chille o llame la atención. Es un mito que los niños pataleen o pidan ayuda, eso no suele pasar. Los niños se ahogan y nadie se entera. Esto debería decirlo algún famoso a ver si de una vez las personas se conciencian. Suelen mover las rodillas o ponerse rectos para intentar sacar la cabeza. No suelen llamar la atención por el cansancio o por el miedo. NO AVISAN.

Eso leí al pediatra José Mª Lloreda, que escribe el recomendable blog Mi reino por un caballo en su post más reciente: La piscina. Un texto que debería ser de lectura obligada de un profesional que ha vivido estas desgracias en primera persona.

Cuando estaba en UCI pediátrica vi muchos ahogados (era una ciudad marítima), algunos fallecieron, y otros quedaron con secuelas muy graves. Todos repetían lo mismo “no sabían cómo había pasado”, “solo salí un segundo”, etc etc.

Eso leí y aunque no soy ninguna famosa, tengo un blog y puedo hacer reverberar el eco de su escrito, para alcanzar una mayor concienciación.

Los niños se ahogan. Lo hacen con frecuencia en silencio. El doctor Lloreda compartió un vídeo de un informativo que mostraba a un niño de cinco años ahogándose en una piscina llena de gente en Helsinki. Nadie se dio cuenta de lo que le pasaba al pequeño. Un vídeo muy duro, durísimo, pero bienvenido sea si nos ayuda a mentalizarnos de la importancia de no perderles de vista si están en el agua, de no confiarnos en que pedirán auxilio, en que nos alertarán de alguna manera.

Los niños mueren ahogados y lo hacen con más frecuencia de lo que creemos. Muchas veces se trata de desgracias que se podrían haber evitado de haber seguido unas recomendaciones básicas de seguridad.  Desgracias que volverán a salpicar los medios de comunicación este verano. Desgracias que justifican que insistamos en que no hay que bajar la guardia.

Ojo al gráfico de Ahogamiento.com, un 30% no tenían ninguna supervisión.

Estas son las recomendaciones a tener presentes cuando se juntan agua y niños que el doctor Lloreda recoge en su post (un post que conviene leer entero) y que me ha permitido compartir:

  • Un adulto responsable debe vigilar a los niños y vigilar no es estar por allí guasapeando y subiendo fotos a instagram. Solamente se necesitan unos segundos para que un niño se ahogue. Esta persona no debe atender llamadas o ir un segundo al baño sin dejar a otro adulto al cargo. En esos “si solo me fui un segundo” suceden las cosas.
  • No relajes la vigilancia, en casi todos los ahogamientos en niños hay un adulto que se ha distraído. Aunque sea por no tener que pasar por ese momento, no lo hagas.
  • No dejes a los niños cerca del agua mientras haces otras cosas. Los ahogamientos suceden muy rápido. A veces alguien te dice que el niño es muy bueno y que nunca se metería solo. Claro, pero sigue siendo un niño.
  • Evita supervisar a los niños si estás bajo los efectos del alcohol u otras drogas. No reaccionarás igual.
  • Pon cercas en las piscinas, con puertas que tengan cierre automático. Valora poner alarmas en esas puertas para los periodos sin baño.
  • Aprende nociones básicas de reanimación.
  • Enseña a nadar a tu hijo o a mantenerse a flote y usa chalecos salvavidas homologados. Dejar al niño con un flotador en la piscina no es vigilarlo. Ningún sistema sustituye la vigilancia de un adulto.
  • Si te bañas en playas con socorrista, sigue las instrucciones: rojo es prohibido. Y no, no eres Michael Phelps.
  • Cuando no uses la piscina, saca todos los juguetes y cosas que puedan llamar la atención al niño y hacerle caer al agua. El niño de antes que nunca se metería puede querer coger un juguete o una pelota. Y sin querer meterse hasta el fondo.
  • La responsabilidad de los niños ES TUYA, no del socorrista. Es tan frecuente hoy día dar la responsabilidad a otros, que los padres a veces no tienen culpa de nada. Pues no. Los padres son muy responsables sobre la vida de sus hijos. A veces cuando un padre quiere irse con su hijo de alta voluntaria, le decimos que tiene que firmar un papel donde dice eso, que el padre se va en contra del criterio médico, y muchos no lo firman o no se van. Como si la responsabilidad le abrumara por firmar el papel.
  • No dejes solo al bebé en la bañera, ni confíes en que otro niño mayor lo vigile.
  • No dejes un cubo o una bañera llena sin supervisión.
  • No utilices asientos para la bañera sin supervisión. El bebé puede resbalarse y ahogarse.
  • Los flotadores, los churros y otros dispositivos dan una falsa sensación de seguridad. No son sustitutos de la supervisión de un adulto.


Los mapas y los gráficos proceden de Ahogamiento.com. no se incluyen los ahogamientos en los que las víctimas son migrantes o refugiados que intentan llegar a España por mar.

Nuestros niños no van al colegio y al instituto a sudar como pollos y aprender a hacer abanicos de papel #CalorenlasAulas #OladeCalor

Camino al cole en Lleida. (EFE/Adria Ropero)

El pasado jueves mi hija salió del colegio encendida y sudando como un pollito. Ya tienen jornada continua y va a comer a casa. Ese día no comió, se sentía mareada. Habían tenido ‘Educa’ no mucho antes de salir y les habían tenido corriendo por el patio bajo la solanera. Esta semana comenté a su tutora que el jueves iba a ser especialmente caluroso, más aún si cabe que los días previos, y coincidió en que habría que buscar un plan alternativo y a la sombra.

Este junio ardiente está convirtiendo el final de curso en gran parte de España en un suplicio. La mayoría de los colegios públicos no disponen de aire acondicionado y en ellas es fácil que haya cerca de treinta seres humanos de distinto tamaño aguantando como pueden unas temperaturas inusitadamente altas a estas alturas del año.

Temperaturas que hacen que entiendas que en gran parte del territorio español no haya clases los meses de verano, sobre todo tras leer que está habiendo numerosos casos de mareos, vómitos y golpes de calor en algunos colegios de Madrid por las altas temperaturas.

Y así estábamos, aguantando el tipo y pensando que,de seguir el innegable cambio climático llevándonos de la mano al infierno, instalar aire acondicionado en las aulas iba a ser una necesidad insalvable, cuando el consejero madrileño de Sanidad, Jesús Sánchez Martos, recomendó abanicos de papel contra el calor en las aulas, «Como cuando éramos pequeños, dobla, dobla y dobla y ya tienes un abanico», porque además «tener aire acondicionado puede provocar daños en los ojos o en el cuello a los alumnos».

Tal que así (habrá que tomárselo con humor):

Vamos, que el aire acondicionado es muy malo para la salud, y abanicándose y bebiendo agüita no debería haber problema.

Efectivamente, problema no debería haber, si a lo que se refiere es a evitar que niños y maestros acaben ingresados graves en el hospital. Lo mismo también es partidario de eliminar la calefacción, que bien abrigado, con un buen jersey de lana, también se puede estar en el cole en invierno como cuando él era pequeño.

Pero es que a  los colegios e institutos se va a estar bien, para poder jugar y aprender. Y no a aprender papiroflexia precisamente. Y los trabajadores de los centros van a trabajar, no a convertirse en aguadores deshidratados. 

Me pregunto qué opinaría el doctor Sánchez Martos si le privamos estos días del perjudicial aire acondicionado en su coche, su casa y su despacho, y le entregamos a cambio un bonito abanico de papel. A ver si es capaz de ser igual de productivo en su trabajo y de conservar el mismo buen humor con el que recomendó lo de «dobla, dobla y dobla».

Dudo que se prestase a hacer semejante experimento, pero si se anima, esta misma tarde mi hija y yo le fabricamos un abanico precioso.

¿Veríais versiones ‘limpias’ de películas con vuestros hijos o preferís esperar a que crezcan?

Esta semana mi compañero Carles Rull contaba en su blog vecino, dedicado al cine, que Sony va a lanzar versiones libres de sexo, palabras malsonantes y violencia explícita de sus películas para un mercado familiar.

Hablamos, entre otras, de películas míticas como Los Cazafantasmas o todos los Spiderman. Y de momento esas versiones ‘lavadas’ estarán disponibles solo en Estados Unidos, en plataformas digitales.

En su texto Carles Rull se lamentaba de esa poda, que altera (a peor) un contenido cultural. Pero planteaba que tal vez permitiera verlas con niños.

Puede que haya un público que demande este tipo de versiones o que les atraiga la idea de poder disfrutar sin “sobresaltos” de una película en familia o con niños pequeños, aunque a veces no sean precisamente los más pequeños los que se ofenden con según que vocabulario, escenas o personajes (poco modélicos).

Así que he decidido traer a este post esta cuestión, me gustaría saber qué os parece la idea. Si creéis que es buena cosa eso de ampliar la oferta de ocio audiovisual familiar a base de sacar tijera.

Yo no lo veo necesario. Creo que la oferta existente ya es suficientemente amplia con lo que se produce a día de hoy. Y siempre tendremos un pasado apto a nuestro alcance. Con Julia he visto y redescubierto maravillas como La historia interminable, Dentro del laberinto, Cristal oscuro, El último unicornio o Willow. La lista es enorme.

Prefiero esperar unos pocos años, que no son tantos, y ver la versión original e íntegra de Los Cazafantasmas cuando crezca que exponerla a otra cercenada. Corriendo el riesgo de que esa película mutilada fuera la que quedara en su memoria cinéfila.

¿Y vosotros? ¿Os parece buena idea la de Sony? ¿Veríais versiones ‘limpias’ de películas con vuestros hijos o preferís esperar?

¿Creéis que los padres tratan diferente a sus hijos pequeños, en función de si son niños o niñas?

Si me preguntáis a mí, lo cierto es que cómo tratamos a nuestros hijos, si establecemos diferencias en la crianza de niños y niñas, me parece una realidad compleja, que depende en función de cómo sean esos padres, sus creencias y carácter, de cómo sean sus hijos, cuántos tengan… y no únicamente de si ese hijo es portador o no del cromosoma Y. De hecho me inclino a creer que ni siquiera tratamos igual a todos nuestros hijos, aún siendo del mismo sexo y por mucho que lo pretendamos.

Por cierto. Una puntualización: cuando hablo de padres, van incluidas también las madres.

No obstante, tampoco me choca lo que sostiene un reciente estudio de la Emory University de Atlanta del que quería hablar desde hace una semana y que recogió este fin de semana mi vecino de blog Javier Yanes.

Os recomiendo que le leáis, porque lo explica divinamente, y os resumo un poco lo que planteaba: tras controlar las interacciones de los padres (solo hombres en este caso) con sus hijos pequeños durante 48 horas, los investigadores encontraron que efectivamente los padres hablaban y jugaban muy distinto dependiendo de si eran niños o niñas.

Los padres de las niñas pasaban un 60% más tiempo atendiéndolas activamente. También hablaban mas abiertamente sobre sus emociones.

Los padres de los chicos en cambio pasaban tres veces mas tiempo jugando de forma ruda con ellos y tienden a emplear más a menudo palabras vinculadas a logros, como «win,» «best» o «proud» y están menos atentos a las necesidades emocionales de sus hijos.

Más detalles: al escanear a los padres participantes en el estudio cuando se les mostraban imágenes de sus hijos e hijas con expresiones felices, tristes y neutras, las áreas del cerebro asociadas con la regulación de emociones se iluminaban más en el caso de los padres de niñas.

Y ahora tengo dos preguntas. La primera va dirigida a los que sois padres de niños y niñas. ¿Notáis que los tratáis diferente, aunque sea algo sutil?

Yo tengo hijo e hija, pero no puedo contestar basándome en mi experiencia. El hecho de que Jaime tenga autismo creo que altera bastante la ecuación. Un amigo que tiene hijo e hija me decía cuando le hablaba de este estudio solo medio en broma que cuando sí se iban a notar las diferencias era cuando llevasen a sus primeras parejas a casa… Un clásico de las chanzas.

La segunda es para todos. ¿Creéis que esas sutiles diferencias influyen en las personas en las que se convertirán luego?

Es posible que sí, es posible que no en todos los casos pero sí en muchos. También puede ser que suceda como cuando os hablaba de que en mi casa sí que vemos películas de princesas y no temo que, porque mi hija haya visto y disfrutado con Blancanieves, su objetivo en la vida no vaya a ser cocinar, fregar y encontrar un príncipe. Ella es hija de su tiempo

(GTRES)

Millenials, no os preocupéis por las palabras necias

Soy de lo que se llamó la Generación X. Podría ser madre de algún millenial, aunque tendría que haberme dado mucha prisa.

Aún me da reparo hacerme selfis, me siento un tanto imbécil cuando me pongo ante el móvil para hacerme una foto, y me acuerdo de una sensación similar y ya superada hace mucho cuando tuve mi primer teléfono móvil con 21 años, al empezar a trabajar estando aún en la universidad. Era un Alcatel One Touch Easy verde pistacho que cambió mi modo de obrar: no tenía que presentarme a ciegas si había quedado con alguien y esperar sin saber o correr agobiada sin poder avisar si llegaba tarde, mi cerebro podía dedicar a otros asuntos el espacio que antes reservaba a recordar la ubicación de las cabinas.

Recuerdo que iba en el tren de Cercanías y daba bastante apuro si el móvil sonaba. Todo el mundo giraba la cabeza, te miraba mientras hablabas bajito y rápido. Algo avergonzada por dar la nota.

Las cosas han cambiado bastante y ahora mi móvil pistacho es un juguete infantil que favorece el juego simbólico. Una vez explicas a los niños que eso es un teléfono móvil claro, porque viéndolo no acaban de averiguar de qué se trata.

Ese móvil no tenía Internet, estaba muy lejos de tener un móvil con el que poder hacer algo más que llamar o enviar mensajes de texto, pero sí que tenía Internet en casa. Primero con Infovía en mi 486, sufriendo caídas y lentitudes. No había redes sociales, pero teníamos el IRC y recuerdo bastantes noches de sueño perdido charlando con gente con la que compartía intereses. ¿Qué habrá sido de ellos? Ya llevaba unos años trabajando cuando vi aparecer un nuevo buscador extremadamente sencillo y con buena pinta llamado Google, que sustituiría pronto a Yahoo!, Ya o Terra en nuestra página de inicio. Y no teníamos Spotify, pero apareció Napster, lo amamos y lo lloramos cuando la industria discográfica se lo cargó.

Mi generación fue la que creció viendo crecer a los videojuegos. Pasamos de maravillarnos con el Prince of Persia a asombrarnos y disfrutar con Monkey Island, El día del tentáculo, Wolfenstein o Quake. Y luego con Tomb Rider o Splinter Cell. Y así hasta ahora. Un privilegio que otros no tendrán.

Y la generación para la que la música fue portátil, fue una compañera constante cuando nos movíamos por la ciudad. Mi walkman era una de mis posesiones más preciadas, también las cintas que algunos amigos me grababan con sus canciones favoritas.

También los videojuegos fueron portátiles. Yo llevaba mi GameBoy en el bolso junto al walkman y algún libro.

Empezamos a trabajar y muchos de nuestros trabajos eran incomprensibles para nuestros padres y abuelos. Nuevos oficios vinculados a la tecnología. Igual que les resultaba incomprensible que nos gustara cierto tipo de música o que llevásemos los vaqueros rotos.

Hace veinte años de todo aquello. Y ya entonces recuerdo a algunos de nuestros mayores, muchos con púlpito mediático, pontificando, sacando conclusiones precipitadas sobre nosotros.

Éramos adictos a Internet. Éramos adictos a los videojuegos. Estábamos desconectados del mundo real. Nos íbamos a quedar sordos a los cuarenta. Solo queríamos divertirnos y huíamos de las responsabilidades. Teníamos pocos hijos y demasiado tarde. Éramos unos cómodos. Nos lo habían dado todo regalado nuestros padres. Si trabajábamos en algo relacionado con nuevas tecnologías nos miraban por encima del hombro.

No os preocupéis millenials. Que no os importe lo que os digan esos mismos u otros desde similares parapetos. Bastante preocupación supone ya avanzar por este mundo persiguiendo la felicidad sin empujar a otros.

Solo espero no acabar desarrollando con la edad la misma estrechez de miras que esos que parecen creer que unos pocos años de diferencia y el avance de la tecnología nos convierten en extrañas especies de seres humanos diferentes.