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¿Cómo es ir con mi hijo con autismo a la playa?

La pasada semana dimos en portada la noticia de que en Murcia no se iba a poder jugar con las palas al borde del mar. Por evitar molestar en playas de común tirando a atestadas. Lo leía y pensaba en lo poco que a nosotros nos afecta. Lo leía tras recorrer unas cuantas actualizaciones de redes sociales en las que padres y sobre todo madres, no voy a engañar a nadie, se quejaban entre bromas y veras de que la playa con niño es una experiencia muy distinta. Una experiencia en la que es difícil leer tranquilamente, se va cargado como un burro, se acaba rebozado de arena y con las marcas del tirante bien visibles, entre otras incomodidades.

Clásicos de estas fechas que me han hecho pensar en que podría contar aquí como es ir con mi hijo a la playa. Y adelanto ya que nuestras vivencias no son necesariamente extrapolables a otras familias que tienen hijos con autismo. Jaime es Jaime. El resto de niños con autismo son diferentes a él en muchas cosas, igual que todos somos individuos distintos independientemente ed ese haya autismo por medio o no. Y cada familia es un universo.

Cuando Jaime era pequeño, lo cierto es que no paramos mucho en las playas. Le tenía horror a la arena. Igual que otros bebés y niños pequeños son felices seres crocantes, Jaime se atrincheraba en la toalla con cara de disgusto a la espera de que saliéramos de allí lo antes posible. Hay muchos niños con autismo que tienen esa misma tirria a la arena (los desórdenes en la percepción sensorial son frecuentes en los afectados por el espectro autista), pero me consta que también hay niños sin autismo que pasan por ello. En cualquier caso, teniendo eso en cuenta, es lógico que buscaremos planes alternativos.

Eso ha cambiado. Ahora la arena no le supone el menor problema. La tolera perfectamente. Y ya os he contado con frecuencia que mi niño de oro es un ser de agua. En ningún sitio está tan feliz como nadando. Y nada o bucea como una nutria dorada, incansable, con fuerza y destreza, infinitamente mejor que yo.

Aun así. Quizás precisamente por eso. Para nosotros la mayoría de las playas son lugares a evitar. Es difícil, es peligroso, es complicado, estar con él en la playa.

Jaime llega a la playa, sin entender que no puede correr, pisar toallas ajenas o levantar arena, e inmediatamente quiere ir al agua. Quiere bañarse. No existe el tiempo de juego y espera en la toalla ni antes ni después del baño. Únicamente hay baño. Tenerle retenido unos pocos minutos para secarse supone agarrarle bien en todo momento. Quitarnos la ropa nosotros y quitársela a él para poder bañarnos supone pasárnoslo de mano en mano, no soltarle nunca.

Si le soltásemos se alejaría con toda seguridad rumbo al mar. Un niño de diez años entre la gente, en el agua. Un niño habituado a la piscina e incapaz de comprender los riesgos que entraña el mar, vivo e interminable. Un niño que de diez años, casi once ya, guapo y sonriente que podría avanzar sin que nadie sospechara que está perdido, que no habla, que necesita ayuda pero no la pedirá, que corre peligro.

Y entonces vamos al mar con él. El agua, su elemento. Al principio le disgustaba el sabor salado, no poder abrir los ojos y bucear con la misma facilidad que en la piscina. Ahora ya no le preocupa, termina el baño feliz y con los ojos rojos. Imposible que aguante las gafas. Buscamos el lugar más tranquilo, con menos gente, preferiblemente frente a la torre de salvamento marítimo. Y avanzamos con él mar adentro, sin soltarle, la mano hecha una garra sobre su muñeca. Él querría nadar, al fondo, sin miedo. Saltar las olas o bucear dejándose llevar sin miedo alguno. No es posible y los juegos, las cosquillas, se turnan con el forcejeo de él queriendo liberarse y nosotros no permitiéndolo.

Dentro de poco será más fuerte que yo. Ya es mejor nadador que yo. No aflojo mi presa por nada.

Una ola logró soltar el vínculo entre Jaime y mi marido el pasado verano. Los pocos segundos que lo perdió, que no supo dónde estaba, os aseguro que fueron muy largos.

Agotador y estresante. Tanto que vamos poco, muy poco, pese a que al abrir las ventanas del piso de mis padres en Gijón se puede casi oler el Cantábrico que embellece la playa de San Lorenzo.

Solo hemos estado en paz hasta cierto punto con él en las playas del norte de Francia, en Normandía. Playas inmensas, casi desiertas, en las que la vista alcanza lejos y el riesgo a perderse entre la multitud desaparece, playas bañadas por un mar frío y andurrero que va y viene largamente dejando lenguas de agua por las que correr riendo y salpicando junto a su hermana y en las que las profundidades quedan largas.


Pero incluso allí no hay palas, no hay libros, no hay tiempo de rélax mirando al infinito o a unos niños jugando a tus pies.

Gracias Jessica, por saber vernos desde la toalla de al lado. Gracias por saber ver que, pese a todo lo que he contado, la compasión sobra. Pocas personas son capaces de ello.

Los niños se ahogan en silencio #ojopequealagua

El ahogamiento en niños es SILENCIOSO: tu hijo se puede ahogar sin que chille o llame la atención. Es un mito que los niños pataleen o pidan ayuda, eso no suele pasar. Los niños se ahogan y nadie se entera. Esto debería decirlo algún famoso a ver si de una vez las personas se conciencian. Suelen mover las rodillas o ponerse rectos para intentar sacar la cabeza. No suelen llamar la atención por el cansancio o por el miedo. NO AVISAN.

Eso leí al pediatra José Mª Lloreda, que escribe el recomendable blog Mi reino por un caballo en su post más reciente: La piscina. Un texto que debería ser de lectura obligada de un profesional que ha vivido estas desgracias en primera persona.

Cuando estaba en UCI pediátrica vi muchos ahogados (era una ciudad marítima), algunos fallecieron, y otros quedaron con secuelas muy graves. Todos repetían lo mismo “no sabían cómo había pasado”, “solo salí un segundo”, etc etc.

Eso leí y aunque no soy ninguna famosa, tengo un blog y puedo hacer reverberar el eco de su escrito, para alcanzar una mayor concienciación.

Los niños se ahogan. Lo hacen con frecuencia en silencio. El doctor Lloreda compartió un vídeo de un informativo que mostraba a un niño de cinco años ahogándose en una piscina llena de gente en Helsinki. Nadie se dio cuenta de lo que le pasaba al pequeño. Un vídeo muy duro, durísimo, pero bienvenido sea si nos ayuda a mentalizarnos de la importancia de no perderles de vista si están en el agua, de no confiarnos en que pedirán auxilio, en que nos alertarán de alguna manera.

Los niños mueren ahogados y lo hacen con más frecuencia de lo que creemos. Muchas veces se trata de desgracias que se podrían haber evitado de haber seguido unas recomendaciones básicas de seguridad.  Desgracias que volverán a salpicar los medios de comunicación este verano. Desgracias que justifican que insistamos en que no hay que bajar la guardia.

Ojo al gráfico de Ahogamiento.com, un 30% no tenían ninguna supervisión.

Estas son las recomendaciones a tener presentes cuando se juntan agua y niños que el doctor Lloreda recoge en su post (un post que conviene leer entero) y que me ha permitido compartir:

  • Un adulto responsable debe vigilar a los niños y vigilar no es estar por allí guasapeando y subiendo fotos a instagram. Solamente se necesitan unos segundos para que un niño se ahogue. Esta persona no debe atender llamadas o ir un segundo al baño sin dejar a otro adulto al cargo. En esos “si solo me fui un segundo” suceden las cosas.
  • No relajes la vigilancia, en casi todos los ahogamientos en niños hay un adulto que se ha distraído. Aunque sea por no tener que pasar por ese momento, no lo hagas.
  • No dejes a los niños cerca del agua mientras haces otras cosas. Los ahogamientos suceden muy rápido. A veces alguien te dice que el niño es muy bueno y que nunca se metería solo. Claro, pero sigue siendo un niño.
  • Evita supervisar a los niños si estás bajo los efectos del alcohol u otras drogas. No reaccionarás igual.
  • Pon cercas en las piscinas, con puertas que tengan cierre automático. Valora poner alarmas en esas puertas para los periodos sin baño.
  • Aprende nociones básicas de reanimación.
  • Enseña a nadar a tu hijo o a mantenerse a flote y usa chalecos salvavidas homologados. Dejar al niño con un flotador en la piscina no es vigilarlo. Ningún sistema sustituye la vigilancia de un adulto.
  • Si te bañas en playas con socorrista, sigue las instrucciones: rojo es prohibido. Y no, no eres Michael Phelps.
  • Cuando no uses la piscina, saca todos los juguetes y cosas que puedan llamar la atención al niño y hacerle caer al agua. El niño de antes que nunca se metería puede querer coger un juguete o una pelota. Y sin querer meterse hasta el fondo.
  • La responsabilidad de los niños ES TUYA, no del socorrista. Es tan frecuente hoy día dar la responsabilidad a otros, que los padres a veces no tienen culpa de nada. Pues no. Los padres son muy responsables sobre la vida de sus hijos. A veces cuando un padre quiere irse con su hijo de alta voluntaria, le decimos que tiene que firmar un papel donde dice eso, que el padre se va en contra del criterio médico, y muchos no lo firman o no se van. Como si la responsabilidad le abrumara por firmar el papel.
  • No dejes solo al bebé en la bañera, ni confíes en que otro niño mayor lo vigile.
  • No dejes un cubo o una bañera llena sin supervisión.
  • No utilices asientos para la bañera sin supervisión. El bebé puede resbalarse y ahogarse.
  • Los flotadores, los churros y otros dispositivos dan una falsa sensación de seguridad. No son sustitutos de la supervisión de un adulto.


Los mapas y los gráficos proceden de Ahogamiento.com. no se incluyen los ahogamientos en los que las víctimas son migrantes o refugiados que intentan llegar a España por mar.

«Con sólo 15 segundos un niño pequeño puede respirar agua y terminar en el hospital»

a00483957 2493Ya hemos tenido los primeros casos: una niña de cinco años ahogada en una piscina de un complejo hotelero del Sur de Gran Canaria, otro niño en una piscina de Navarra, otro en un parque acuático… Todos los años igual, un goteo constante de dramas venidos de una conjunción de agua, mala suerte y despistes.

Según la OMS, en España cada año entre 70 y 150 personas mueren ahogadas en piscinas, playas, ríos y embalses, y la mayoría de ellas son niños pequeños. En Europa, el ahogamiento es la segunda causa de muerte accidental, después de los accidentes de tráfico, en personas menores de 19 años, y en nuestro país representa el 13% de la mortalidad infantil por lesiones.

Por eso es raro el año que no traigo aquí la necesidad de tener mil ojos y algunas recomendaciones, empezando por la de enseñar a nadar a nuestros hijos cuanto antes. Es algo de lo que soy especialmente consciente porque a Jaime le atrae el agua como el sol a una polilla, y con su autismo no sabe medir riesgos. Por eso desde muy pequeño está acudiendo ininterrumpidamente a natación y ahora, a sus ocho años, se desenvuelve como un pequeño delfín en cualquier piscina. Julia también está recibiendo clases, y aunque le cuesta más bucear (ahora se está soltando con seis años), también se le da bien y le gusta.
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Pero que naden bien, sobre todo Jaime. no quita que haya que seguir vigilándolos en todo momento. El mar o el río son algo a lo que no están tan acostumbrados e incluso en la piscina más segura puede haber accidentes.

Por muchas y diferentes causas, ya sabéis que estoy convencida de que somos los guardianes de nuestros niños.
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«Es tan importante enseñar a los niños a nadar como que vayan en el coche en su silla de seguridad»

Es tan importante enseñar a los niños a nadar como llevarles en el coche en su silla de seguridad». Eso dice siempre mi enfermera de pediatría. No para de insistir en cada revisión. «¿Le llevas a la piscina? ¿Le estás enseñando a nadar?».

Tiene razón. Con cinco minutos que nos despistemos es suficiente para vivir una tragedia de primer nivel: que se ahogue un niño pequeño a nuestro cuidado, tal vez nuestro hijo.  Es un accidente más frecuente de lo que parece, muchas veces por suerte se queda en susto. Algunas el niño no llega a morir, pero acaba con secuelas de por vida.

Hoy es noticia que un niño de seis años se ha ahogado tras caer a la piscina en un chalé en Valencia. Otros tres niños se han ahogado en las piscinas españolas en tres accidentes casi seguidos, dos de ellos en Andalucía y el tercero en Valencia. Cuatro en total en 48 horas.

Ver a tu hijo flotando boca abajo, correr a sacarlo y encontrártelo sin vida. No quiero ni imaginarlo…

Cada vez hay más piscinas, más lugares de baño. Muchos más que cuando nosotros éramos pequeños. Nadar, disfrutar del agua, es algo maravilloso, como deporte y como ocio. Pero hay mucho que podemos hacer para minimizar riesgos con nuestros niños, todo resumido en tres puntos:

1. Enseñar a nuestros peques a nadar cuanto antes, como recomienda mi enfermera y el sentido común. Julia y Jaime empezaron en matronatación muy pequeños, bañándose en compañía de adultos. Jaime tuvo la suerte de tener monitores fantásticos, que hacían cosas como cogerle en brazos y tirarle a la piscina sin avisar y de cualquier manera, para que aprendiera a reaccionar sin miedo si en el futuro se caía.

2. Cuando son algo mayores hay que enseñarles a respetar el agua: que entiendan que las banderas en las playas están para algo, que solo puede uno tirarse desde una altura razonable y teniendo en cuenta la profundidad, que los ríos y los mares no son piscinas, que si se cansan nadando vuelvan rápido a la orilla, que no hay que nadar en las zonas señalizadas como no aptas para el baño, que la playa de noche es muy peligrosa por la pérdida de visibilidad… Nosotros, como adultos, podemos educar además con el ejemplo no haciendo nada de eso, respetando nosotros mismos las normas.

3. El último es para nosotros: no debemos fiarnos nunca. Ni siquiera cuando ya empiecen a defenderse y creamos que podemos bajar un poco la guardia. Vigilar a un niño pequeño que se baña en una piscina es estar mirándole a él, no al móvil o a una revista o tumbarse al sol y dedicarle un vistazo de tanto en cuando. Si hablamos de niños pequeños que necesitan manguitos, chalecos o burbujas, lo mejor es bañarnos con ellos o estar sentados en el borde mirándolos y dispuestos a saltar.

Y disfrutad tanto como podáis este verano de playas, pantanos, ríos y piscinas.

¿A qué edad se sueltan a nadar los niños?

Jaime lleva desde los dos años acudiendo a la piscina municipal. Primero matronatación en nuestra compañía, desde hace dos años solito junto a otro niño también de integración y su monitor. Siempre le ha encantado el agua, desde bebé mostró tendencias acuáticas y las hemos fomentado. Ya sabéis de lo mucho que me gusta inculcarles el hacer deporte.

Pues bien, lleva todo este curso acudiendo dos veces por semana. Y ha sido el curso en el que definitivamente se ha convertido en nadador. Ayer fue el último día y nos permitieron pasar a verle. Me quedé alucinada. Se lanza desde el borde sin manguitos, burbuja ni nada, bucea, nada sin problemas de un lado a otro y hace amagos de braza. Daba gusto verle. Se ha soltado muchísimo en estos meses. No sé si los cinco años es la edad a la que todos los niños suelen aprender a nadar (o a no ahogarse al menos), pero nosotros estamos contentísimos con lo que es capaz de hacer y sobre todo con lo que le divierte.

Así que tiembla Michael Phelps, que llega mi hijo (aunque lo suyo serían las paraolimpiadas). Solo nos hace falta lograr que nade en línea recta, que ya llegará. Otra cosa es que lo de competir no casa bien con él, no lo entiende en absoluto ni a mí me importa. Hace un par de domingos le apunté a correr 150 metros de la carrera Liberty, es veloz como una bala pero llegamos los últimos (eso sí contentísimos). Salimos ya al final ya que era el único niño que corría acompañado por un adulto y a mitad de la carrera no entendió de que iba la vaina, se paró y pidió brazos, le cogí y seguimos corriendo. Se ve perfectamente en el vídeo. Julia en cambio, que anda corriendo por aquí, se dejó los pies y llegó de las primeras.

Volviendo a la piscina, en junio tiene también clases, aunque con otro monitor, y en julio y agosto ya nos encargaremos nosotros de tenerle a remojo.

Julia también está yendo a natación, pero me da que va a ir más despacito. Le pasa como a su madre, lo de meter la cabeza bajo el agua no le acaba de gustar y así es difícil prosperar.

Recuerdo que mi enfermera de pediatría siempre decía que enseñar a los niños a nadar cuanto antes es tan importante como llevarlos bien sujetos en la silla de seguridad del coche. No puedo estar más de acuerdo.

¿Cuándo y cómo aprendieron los vuestros?

El recomendable chaleco flotador

Sabéis los que me seguís desde hace tiempo que no soy yo de recomendar chismes, pero hemos comprado uno para las vacaciones con el que estamos encantados y quiero compartirlo.

Se trata de un chaleco de tela de bañador, suave y flexible, que ayuda a flotar y nadar a los niños. Se lo hemos puesto todos los días en vacaciones a Jaime y ha sido un éxito. No le impide mover los brazos como los manguitos, es cómodo de llevar y le ha dado mucha autonomía en el agua.

Jaime es piscinero desde que tenía diez meses, hemos probado flotadores especiales, manguitos, chalecos hinchables de plástico y distintos tipos de «burbujas».

Nada como este chisme. De hecho en cuanto podamos Julia, que de momento se maneja con los manguitos heredados de su hermano, tendrá el suyo.

Los beneficios de la natación en bebés y niños pequeños

Buenas noticias, nos han concedido plaza de matronatación (es decir, su padre o yo nos bañaremos con ella) para Julia en la piscina municipal para el próximo curso. No tuvimos suerte en el sorteo para la campaña de verano, pero en invierno sí que nos ha tocado el número premiado.

Aún no sé el horario, pero me da igual, ya nos adaptaremos como sea para llevarla. Ya os he contado en el pasado que somos unos convencidos de la importancia de practicar deporte. Y a ella le encanta el agua. En la minipiscina inflable de su abuela se lo pasa de miedo con sus manguitos. Su hermano va a la piscina desde que tenía poco más de dos años y medio y le chifla. Ella va a empezar a la misma edad que él.

En efisioterapia.net hay un artículo ralmente bueno titulado y bastante extenso Natación para bebés: efectos y beneficios sobre el niño . Os dejo un par de párrafos de la introducción:

Entre los principales hallazgos obtenidos en el estudio hemos podido comprobar la gran cantidad de beneficios que reporta esta actividad al bebé y entre las que cabe destacar, el importante desarrollo psicomotor; adquiriendo una mayor coordinación motriz, localización propioceptiva e integración kinestésica, además de facilitar movimientos y experiencias motrices que le conduzcan a un aumento del repertorio motor, asimismo, ayuda al fortalecimiento del sistema cardiotorácico, aunque, no obstante es trascendental destacar la regulación del tono muscular, muy importante para la estática, el equilibrio y el movimiento y en último termino se obtiene una mejora de las relaciones afectivas entre los padres y el infante.

La natación para bebés es uno de los mejores métodos de estimulación temprana, ya que, en un ambiente de juego y placer, aporta beneficios importantes sobre el bebé debido a los componentes físicos (agua, movimiento, calor) que contiene esta actividad.

La foto es de una clase de natación para bebés en la ciudad china de Jiesou. Desde luego no se parece en nada a la natación para bebés que yo acostumbro a ver. Me da que si fuera eso lo que me hubieran ofrecido lo rechazaría amablemente.


Natación para bebés al estilo chino.

La importancia de aprender a nadar

Casi todo los niños, por lo que he visto, son bichos bastante acuáticos. Les encanta estar a remojo, ya sea en la playa o en la piscina. Se meten con alegría en aguas que para nosotros están poco acogedoras de puro frescas. Y aguantan allí hasta que están como pasistas azules.

El mío al menos es uno de esos, y este año ha tenido un buen verano de piscina, con clases de natación (matronatación) incluidas.

Y estos meses se ha soltado mucho, tanto que ya nada con su burbuja. No muy lejos, no mucho rato, con un estilo muy particular, pero él solito que es lo importante.

También le encanta saltar desde el borde de la piscina a nuestros brazos.

Tanto le gusta el agua que seguiremos acudiendo a clases este invierno en la piscina municipal un día por semana. Además, creemos que es importante que aprenda a nadar bien lo antes posible, aunque sin forzarse.

Los ahogamientos son una de las principales causas de accidentes mortales en la primera infancia, y precisamente una de las recomendaciones que se suele dar para evitarlo es enseñarles a nadar.

No es la única claro: nunca hay que dejarles en el agua, aunque sea en la bañera con 20 centímetros de profundidad, sin vigilancia. En las piscinas que cubren hay que estar metidos con ellos, aunque lleven churros, burbujas, flotadores o manguitos. Si tenemos piscina propia, debemos cercarla con una valla de al menos metro y medio para que no puedan colarse allí en un descuido…

En una página de pediatría chilena hay un artículo titulado Los niños se ahogan en silencio que os recomiendo leer para ampliar información.

Mis padres tienen unos conocidos cuya hija de tres años (edad de máximo riesgo) se ahogó hace ya muchos años en la piscina que unos amigos tenían en un chalé. Bastaron cinco minutos de despiste: lo que dura un chiste.

Y a mí casi me arrastra la corriente de un río extremeño que no parecía gran cosa cuando tenía cinco o seis. Afortunadamente pude gritar antes de tragar agua y mi padre era un excelente nadador y saltó con ropa y todo a por mí. Me habían dicho que me quedase en la orilla y yo era una niña bastante obediente, pero vete a saber por qué ese día desobedecí.

La fascinación de nuestros peques por el agua es estupenda, verles disfrutar como patitos aprendices es maravilloso para cualquier padre reciente, pero también puede ser muy peligrosa.