José Luis García – Área de energía y cambio climático de Greenpeace
La gente está harta de las eléctricas. No es un dato sorprendente, pues la mala fama se la han ganado a pulso al haber convertido el servicio eléctrico en un negocio de multimillonarios, al ejercer de capos de la política con sus puertas giratorias, al negarse a poner fin a sus peligrosas centrales nucleares o a sus sucias térmicas de carbón, al haber promovido el invento del impuesto al sol… sigue tú poniendo ejemplos.
El caso es que el hartazgo de las eléctricas es el más común de los motivos por los que las personas querrían participar en la transformación del sistema eléctrico para hacerlo más democrático y limpio. Así lo ha constatado Greenpeace en una investigación realizada sobre más de tres mil internautas de entre 25 y 65 años, residentes en España, para detectar cuál es el interés ciudadano en abandonar el actual papel pasivo de consumidor de electricidad para ejercer un mayor control activo, no solo sobre lo que consumimos, sino sobre lo que podríamos producir, autoconsumir, ahorrar, intercambiar, acumular… de energía con otras personas o entidades, siempre que la normativa no lo impida.
Los resultados de la investigación, publicada en el informe “Energía colaborativa: El poder de la ciudadanía de crear, compartir y gestionar renovables”, muestran que una de cada tres personas en España está dispuesta a participar en la transición a un sistema eficiente, inteligente y 100% renovable.
¿Pero qué es eso de energía colaborativa? Durante más de un siglo, lo único que podían hacer las personas con la electricidad era darle a un interruptor y ver cómo se encendía la luz. Con el tiempo, se fueron añadiendo aparatos que funcionan con electricidad, pero siempre con el mismo esquema: alguien que no conocemos produce electricidad, nos la trae por un cable y nosotros conectamos nuestros aparatos, y a cambio pagamos una tarifa.
Las cosas empezaron a cambiar cuando, a las centrales térmicas, nucleares o hidráulicas de las grandes compañías eléctricas se les añadieron otras “fábricas” de electricidad, más pequeñas, limpias y distribuidas por el territorio, que en vez de quemar combustibles usaban energías renovables como el sol, el viento, materia orgánica o pequeños saltos de agua. Esas actividades las pueden hacer empresas más pequeñas, algo que no gustó nada a las eléctricas de siempre. Con todo, para las personas ser consumidoras seguía siendo solo ser las que pagan.
La energía colaborativa es lo que permite cambiar completamente el papel que jugamos las personas en el sistema eléctrico. Los ingredientes son energías renovables distribuidas, redes inteligentes, internet de las cosas, microrredes, acumuladores eléctricos en los edificios y en los vehículos, telecomunicaciones inalámbricas, plataformas digitales p2p, agregadores y gestores de demanda, comunidades interconectadas, autoconsumo, contadores inteligentes… Y el resultado es que el centro del sistema eléctrico pasan a ser las personas, colaborando para un interés común, sea un ahorro económico, un mejor servicio, la protección del medio ambiente o todo junto.
Imagina una plataforma digital a través de la que consumidores y pequeños productores de electricidad renovable se conectan para comprar y vender la electricidad de manera directa de quien produce a quien consume, haciendo con la energía lo mismo que los grupos de consumo de alimentos. Imagina una comunidad de consumidores que permiten que se les desconecte el termo eléctrico o la bomba de calor cuando hay congestión en la red y a cambio se les paga por el servicio prestado. Imagina un barrio en el que hay edificios que producen energía solar para su propio consumo y entre todo el vecindario se aseguran de que la energía sobrante de unas casas se aprovecha en las demás. Imagina un molino eólico en un pueblo que se financia con pequeñas participaciones de sus habitantes, o de personas de otros lugares, que reciben los ingresos de la parte de energía que se ha producido con su dinero. Imagina un ayuntamiento que instala energía solar en un polideportivo de la ciudad y asigna la energía que no se consume en la misma instalación para que se descuente de la factura de un albergue municipal para personas sin techo, o para hogares en pobreza energética.
No sigas imaginando, todos esos ejemplos son reales en distintos países, están recogidos en el informe de Greenpeace, y tuvimos ocasión de hablar de ellos en el curso que la Fundación Renovables ha organizado estos días sobre “Ciudad y energía: propuestas para el desarrollo urbano sostenible”.
La pregunta que muchos se hacen es qué hay que hacer para que todos esos ejemplos se generalicen y estén a nuestro alcance. Y la respuesta es, simplemente, permitirlo. No hace falta subvencionar nada, solo hace falta que las normas faciliten y dejen hacer lo que la tecnología ya permite. Sencillamente, porque es de interés general.
Sin embargo, el ministro Nadal está más preocupado en impedir que las viejas centrales térmicas y nucleares se cierren, ahora que ya no van a ser necesarias, que en abrir el sistema eléctrico a la participación ciudadana. Así que hay que decirle a su jefe, el Sr. Rajoy, que favorezca el derecho ciudadano a la salud y a la energía limpia frente a las grandes corporaciones energéticas, y que regule el derecho ciudadano a participar en paridad de condiciones en la transición energética y ser parte de la solución al cambio climático. Puedes hacerlo en este enlace. Porque si no se lo decimos, algunas grandes compañías le dirán lo contrario.