Por Mariano Sidrach – Catedrático de la Universidad de Málaga
Recuerdo una infancia en Madrid, donde el tranvía y el metro eran mis medios de transporte. Es más, recuerdo cuando en la calle José del Hierro se instalaron las vías para la línea 48 que nos llevaba a Diego de León.
Aquellos tranvías que habían empezado a funcionar en Madrid en 1879 con tracción de vapor y que fueron electrificados en 1899, dejaron de funcionar definitivamente en Madrid en junio de 1972. Por cierto, también desaparecieron los trolebuses, antepasado ilustre del autobús eléctrico, eso sí, sin acumulación y que aprovechaba la líneas eléctricas aéreas para alimentarse, como hacían los tranvías.
Lo mismo ocurrió en muchas ciudades españolas. En Málaga, ciudad en la que ahora vivo, en el año 1923 funcionaban 6 líneas de tranvías con 37 unidades que dejaron de funcionar definitivamente en 1961. En todas las ciudades este transporte público fue sustituido por autobuses a motor. Los motores de combustión representaban en aquella época la innovación y el progreso tecnológico, que la sociedad abrazó gustosamente.
De esta forma, los automóviles invadieron las ciudades de modo masivo en la década de 1960, y se han adueñado de ellas, cada vez más, hasta hoy. Durante todos estos años, nuestras ciudades se han configurado a forma y capricho del automóvil, cuya poderosa industria, apoyada en perfecta simbiosis por la industria del petróleo ha influido y de qué manera, para que la configuración de la ciudad diera prioridad absoluta al rey coche y haciendo creer a los ciudadanos que su libertad aumentaba con el supuesto nuevo derecho a tener un automóvil, ir a cualquier sitio a cualquier hora, aparcarlo en cualquier lugar, contaminar el aire y disfrutar así de “esa sensación de libertad” que tan bien nos vende la industria del automóvil. Una configuración que provoca ruido, contaminación y usurpa espacios comunes a la ciudadanía. Un modelo y una forma de comportarse que todos hemos aceptado como bueno y por el que estamos pagando un alto precio.
Tenemos la responsabilidad de programar el futuro y mejorar así la calidad de vida de nuestras ciudades. Si no lo hacemos, alguien lo hará por nosotros. Las grandes empresas, corporaciones industriales e intereses económicos trabajan también para programar el futuro, pero con un objetivo bien distinto, garantizar sus inversiones y beneficios. ¿O alguien piensa que la configuración actual de las ciudades es casual?
De forma que nos tenemos que preguntar sobre qué medidas tomar para mejorar la calidad de nuestro aire y hacer de las ciudades un lugar más saludable para vivir, cómo configurar ciudades para satisfacer nuestras necesidades básicas, encontrar bienes públicos esenciales y hacerlo con menores costes energéticos, respetando el medioambiente y, en definitiva, produciendo una huella ecológica más pequeña.
Los ciudadanos debemos recuperar el control de la ciudad mediante un nuevo diseño urbano, estableciendo políticas y estrategias adecuadas, donde aspectos económicos, sociales, culturales y medioambientales estén integrados.
Mañana se celebra en Madrid la Jornada Ciudades Sostenibles, Ciudades con futuro donde desde la Fundación Renovables presentamos las iniciativas que proponemos para hacer de Madrid una ciudad sostenible, más habitable y comprometida con el futuro. Lo hacemos convencidos de que las actuaciones que llevemos a cabo en materia energética van a ser motor de cambio y de generación de recursos. Una hoja de ruta válida para todas las ciudades y que esperamos tenga su réplica en otros muchos municipios españoles, que pueden convertirse en un futuro cercano en ciudades de cero emisiones.
Actuaciones que deben ponerse en marcha desde el ámbito municipal, en transporte, edificación y autosuficiencia energética, con una apuesta decidida por la eficiencia y las energías renovables.
Estas acciones suponen, entre otras, dar prioridad al transporte público sobre el privado, restringiendo el acceso de estos últimos al centro de las ciudades, potenciar el uso de la movilidad eléctrica, de la bicicleta, del desplazamiento a pie…y volver a los tranvías, que por otro lado nunca desaparecieron de muchas ciudades europeas.
Una correcta asignación de recursos, vía presupuestos municipales, puede modificar la estructura física de la ciudad, consiguiendo además, que sus habitantes puedan disponer de más espacio público, rehabilitando zonas comunes y convirtiendo la ciudad en un lugar atractivo donde vivir.
No basta con sustituir vehículos a motor por vehículos eléctricos. Hay que aprovechar la oportunidad para cambiar la fisionomía de la ciudad y recuperar la dimensión humana, que ha sido históricamente ignorada, cuando no directamente eliminada y liberar así espacios públicos.
Tenemos que preguntarnos cuáles son ahora los avances tecnológicos que nos pueden permitir este cambio e impulsarlos. Las tecnologías de la información y de la comunicación (TICs) y las energías renovables van a tener un papel protagonista en este nuevo escenario.
Echo de menos el paso de los tranvías por las calles de Madrid, una ciudad donde los niños jugábamos al futbol en las calles sin riesgo a morir atropellados y donde se respiraba aire puro.
¿Seremos capaces de volver a tener ciudades así?
Nunca pareis con esto. SEguid informando a la gente de la dura realidad. Yo por mi parte siempre compartire vuestros articulos en las redes sociales, y si!!!! nos vienen muchos clientes gracias a ello!
25 mayo 2016 | 09:46