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Decálogo para padres con hijos enfermos

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Es inevitable que un niño se ponga enfermo varias veces, sino muchas, durante la infancia. Y no me refiero a enfermedades graves o crónicas que puedan comprometer su día a día, como el cáncer, la enfermedad celiaca o una epilepsia, que aunque también son posibles, simplemente por estadística, son altamente improbables. Me refiero a esas enfermedades de estar por casa que en la inmensa mayoría de los casos se curarán solas sin que el pediatra tenga que intervenir.

En este sentido, es muy conveniente que los padres conozcan qué deben hacer cuando uno de sus hijos se pone malo, desde cuándo darle una medicación aunque el pediatra todavía no les haya visto hasta cuándo deben acudir a Urgencias por si se trata de algo más grave que si que requiere atención médica en ese momento.

No me estoy refiriendo a que os convirtáis en médicos de la noche a la mañana sin pasar por la Facultad de Medicina, me refiero a que estas acciones pertenecen al (auto)cuidado que todos los padres deberían conocer para ofrecer a sus hijos la mejor atención posible mientras se recuperan de una enfermedad banal.

En este post las repasamos para que las tengáis siempre en cuenta.

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¿Qué es la enfermedad celiaca?

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La enfermedad celiaca afecta al 1% de la población a nivel mundial. Actualmente, esta enfermedad se considera un trastorno sistémico de base autoinmune producido por la ingesta de gluten en personas genéticamente predispuestas y que cursa con síntomas digestivos y extraintestinales. A pesar de los avances en el diagnóstico de esta enfermedad, a día de hoy se calcula que el 75% de las personas celiacas (niños y adultos) no están diagnosticadas.

Hasta hace pocos años se consideraba que la enfermedad celiaca era una patología eminentemente pediátrica, aunque en la actualidad no es raro ver nuevos diagnósticos en personas adultas. Con todo ello, ante la presencia de ciertos síntomas, muchas personas deciden realizar cambios en su dieta o en la de sus hijos por si el gluten les sienta mal, sin ningún tipo de control médico y con las consecuencias que puede tener hacer una dieta restrictiva sin ser necesario.

En este post os contamos en qué consiste la enfermedad celiaca y cuándo se debe sospechar, además de daros unas pinceladas de cómo se diagnostica y cuál es su tratamiento.

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Intoxicaciones en pediatría

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Hace unos días, la Sociedad Española de Urgencias de Pediatría (SEUP) publicaba una guía on-line de acceso abierto y gratuito sobre el manejo de las intoxicaciones en pediatría. De esta forma, el Grupo de Trabajo de Intoxicaciones de la SEUP cristaliza en un recurso digital todo el trabajo que lleva haciendo más de 10 años, ya que son quién marca cuáles son los protocolos con los que los pediatras atendemos a este tipo de niños, además de trabajar para concienciar a la sociedad de que las intoxicaciones infantiles pueden ser potencialmente graves, pero prevenibles.

Sería absurdo que un blog como este, dedicado a la divulgación general dirigida a personas no sanitarias, hiciera un intento de explicar intoxicación por intoxicación hasta el más mínimo detalle de lo que se debe hacer ante un niño que ha tenido contacto con una sustancia tóxica; sin embargo, sí que resulta interesante repasar cuáles de ellas son las más frecuentes y daros unos consejos generales sobre prevención y sobre cómo actuar en esos primeros instantes en los que dudáis si debéis acudir corriendo a Urgencias.

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Las siestas son para el verano

Siesta

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Uno de las cosas que más quebraderos de cabeza da a los padres de hoy en día durante las primeras etapas de la infancia es intentar comprender cómo funciona el sueño de sus hijos. Sobre este tema ya hemos escrito varias veces, por ejemplo sobre la higiene del sueño, la melatonina o sobre el colecho.

Pero ahora que aprieta el calor estival y los horarios de los niños se alteran respecto a las rutinas del invierno,  queremos adentrarnos en el mundo de las siestas y la importancia que tienen para los más pequeños de la casa, sobre todo cuando los días se alargan como ocurre en verano.

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¿Desde cuándo pueden los niños usar almohada?

Almohada

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Una de las recomendaciones que más se repite cuando se da alta a un recién nacido del hospital es que debe dormir boca arriba y alejado de objetos que estén sueltos cerca de él, como por ejemplo una almohada, un peluche o unos cojines. Esta recomendación no es un capricho de los pediatras, si no que responde a las recomendaciones internacionales para prevenir la muerte súbita del lactante. Cuando los padres y las madres reciben esta información, la aceptan -y comprenden- de buen grado, pero llega un momento en el que, a medida que sus hijos crecen, se plantean cuándo les podrán ofrecer una almohada para que sus pequeñas cabecitas duerman sobre ella, al igual que hacen ellos. No en vano, la gran mayoría de los adultos la usamos para el descanso nocturno. La gran pregunta sería entonces cuándo pasan los niños de dormir sin almohada a dormir con ella.

En este post encontraréis recomendaciones sobre cuándo pueden los niños empezar a usar almohada y cuáles son los materiales ideales para ello.

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Balanitis: «A mi hijo le pica el pene»

Hace unos días publicamos una entrada sobre la vulvovaginitis, una enfermedad muy frecuente en las niñas antes de la pubertad y que en muchos casos se manifiesta con picor en el área genital o al hacer pis. Esta enfermedad tiene su equivalente en niños, con alguna que otra característica especial, y lleva por nombre balanitis. Como sucede en las niñas, se manifiesta como escozor al orinar junto con eritema/inflamación de la parte más distal del pene -el glande-, por lo que no es raro que los niños se quejen al grito de «¡¡Papááá, me escuece al hacer pis!!».

En este post te contamos en qué consiste la balanitis y como podéis prevenirla y tratarla.

La anatomía del pene

Antes de meternos en faena merece la pena recordar cuál es la anatomía del pene ya que si la entendemos nos resultará muy sencillo deducir por qué se produce esta enfermedad y cómo podemos prevenirla.

Básicamente el pene se compone de tres partes: 1) el cuerpo, que es la parte que está pegada al pubis; 2) el glande, que es la punta del pene; y 3) el prepucio, la piel retráctil que forma un repliegue y cubre el glande. Me he tomado la libertad de no poner un dibujo explicativo, pero si sentís curiosidad podéis buscarlo en Google.

El caso es que al nacer, en la gran mayoría de niños, el prepucio es estrecho y no permite que al retraerlo el glande quede expuesto. O lo que es lo mismo, casi todos los recién nacidos nacen con cierto grado de fimosis, la cual es fisiológica y desaparece con el tiempo sin hacer nada. Además, también es frecuente que el prepucio se encuentre adherido al glande, aunque no exista fimosis, lo que tampoco permite que este sea retraído en su totalidad sin forzarlo.

Tanto la fimosis fisiológica de los niños pequeños como las adherencias prepuciales son clave a la hora de que un niño desarrolle una balanitis, pero también lo es el hecho frecuente de que a muchos padres y madres les da «cosa» tocar dicho apéndice corporal de su hijo pequeño, cuya finalidad es mantenerlo limpio y aseado. En aquellos niños que han sido circuncidados la balanitis casi no existe, precisamente porque limpiar la zona es más sencillo y el glande ya está expuesto al aire.

NOTA: antes de seguir, aclarar que no es necesario dar ningún «tirón» al prepucio de ningún niño para solucionar una fimosis. Esto ya se explicó en un post sobre la fimosis que os hemos dejado enlazado más arriba.

¿Qué es una balanitis?

Pero vamos a lo que vamos. Una balanitis es la inflamación del glande y la piel que lo cubre (el prepucio). De hecho, «bálano» proviene del griego «bellota», forma que aparenta a simple vista la cabeza del pene. Si a eso le añades «-itis» que significa inflamación, pues ya está todo explicado. Así de simples somos los médicos.

Es una enfermedad muy frecuente en niños pequeños no circuncidados y representa el problema urológico más frecuente de la infancia. Sobre todo ocurre entre los dos y los cinco años y, como veremos posteriormente, suele deberse a una falta de higiene de la zona.

Inflamación vs. Infección

La inmensa mayoría de las balanitis tienen un origen infeccioso por sobrecrecimiento de las bacterias que habitualmente tenemos en la piel. El glande de un niño casi nunca está expuesto «al aire», sobre todo cuando todavía tiene adherencias o fimosis, lo que hace que ese repliegue de piel sea difícil de limpiar y acumule células muertas y demás detritus (basura en lenguaje médico), los cuales ya de por sí pueden generar inflamación. Además, esto supone un caldo de cultivo perfecto para las bacterias a las que hacíamos referencia.

Pero no solo los niños con fimosis o adherencias padecen balanitis. Si el prepucio de un niño se retrae con facilidad, pero no limpiamos la zona de manera habitual, volvemos a encontrarnos con la situación ideal para que se produzca una balanitis.

¿Qué síntomas produce una balanitis?

Los síntomas de una balanitis son muy fáciles de deducir si nos imaginamos la punta del pene de un niño inflamada.

Por un lado se pondrá roja y a la exploración los médicos observaremos que presenta eritema y, en muchos casos, apreciaremos la salida de un exudado (como si fuera pus) desde el prepucio. Esto último no es lo más frecuente, pero se acaba observando en los estadíos más avanzados de la enfermedad.

Y por el otro, como sucedía con las niñas en las vulvovaginitis, no es plato de buen gusto hacer pis si el glande está inflamado. Por este motivo es frecuente que se quejen al orinar (disuria). Sin embargo, este síntoma no debe hacernos pensar que sí o sí el niño tiene una infección de orina, ya que en estos casos la exploración del pene no muestra alteraciones (no está inflamado).

¿Cómo se trata una balanitis?

Aunque en esta enfermedad intervienen bacterias, la gran mayoría de las casos se resuelven con una adecuada higiene local y lavados con suero fisiológico. Estos lavados lo que buscan es limpiar el espacio interior que se forma entre el glande y el prepucio para retirar los detritus que antes hemos mencionado.

En ocasiones, cuando la inflamación es muy importante, puede aplicarse una crema con corticoides bajo prescripción médica. Los corticoides son un potente antiinflamatorio que en estos casos pueden ser de gran ayuda. Su aplicación debe realizarse «por dentro», es decir, se retrae de forma suave el prepucio sin forzarlo y se aplica la crema allí donde hay inflamación.

Con estas dos medidas suele ser suficiente para que se resuelva una balanitis. En el caso de que se observara mucho exudado o que no mejoraran con las medidas higiénicas habría que valorar asociar un antibiótico tópico.

¿Cómo limpiar el pene de un niño?

Llegados a este punto, muchos os habréis dado cuenta de que la higiene adecuada y regular del pene de vuestros hijos es fundamental para evitar que se produzca una balanitis, y así es.

Para ello, es muy conveniente que cada pocos días retraigáis SIN FORZAR el prepucio de vuestros hijos para lavarlo en el baño. En aquellos que no tengan fimosis el prepucio bajará hasta el final exponiendo la «bellota»; si el niño todavía es pequeño lo podéis limpiar vosotros y si ya tiene cierta autonomía lo puede hacer él bajo vuestra supervisión.

Lo que debéis evitar a toda costa es forzar la bajada del prepucio cuando un niño tiene adherencias o fimosis. Esa tracción excesiva puede ser la causante de la propia inflamación que se produce en una balanitis.

Por otro lado, que un niño tenga fimosis (y por tanto mayor propensión a tener balanitis) no justifica que haya que circuncidarle de manera preventiva. Esta técnica quirúrgica que elimina el prepucio se reserva para aquellos niños que mantienen la fimosis hacia los tres o cuatro años y en aquellos que presentan balanitis de forma muy frecuente a pesar de una higiene adecuada.

Balanitis en niños mayores

Debido a la poca autonomía que tienen los niños pequeños, la balanitis es frecuente en estas edades. Cuando aparece en niños mayores, hay que pensar que algo está ocurriendo.

Lo más habitual es que se deba a que al niño se le olvida limpiarse la zona cuando va al baño o cuando se ducha, así que no está de más que se lo recordéis de vez en cuando o preguntéis si lo han hecho.

Sin embargo, no debemos perder de vista que en niños mayores también es habitual que el pene se inflame por masturbación muy frecuente. La gran mayoría lo negará por pudor, como es lógico, pero el mero hecho de preguntárselo y explicarles que eso puede ser debido a que se estén tocando todo el rato, es más que suficiente para poner fin al problema.

Por último, mencionar que la balanitis puede ser la manifestación de un caso de abuso sexual/malos tratos, sobre todo en aquellos casos en los que la historia que cuenta el niño no acaba de encajar.


En resumen, la balanitis es la inflamación del glande y del prepucio. Es habitual en niños pequeños no circuncidados y, en general, se debe a la falta de higiene de la zona. La inflamación local y las molestias al orinar son los síntomas más frecuentes. Cuando aparece, suele ser suficiente realizar el lavado de la zona con suero fisiológico y vigilar la evolución.

NOTA: os habréis fijado que hemos elegido para el título del post la palabra «pene», pero podríamos haber usado otros muchos sinónimos. Como sucede con los genitales externos de las niñas, la imaginación de los padres y la madres no tiene límites para dar nombre a esta zona corporal. Os dejamos algunos ejemplos que hemos oído en consulta en más de una ocasión y que el gran Leonardo Dantes recogió en uno de sus éxitos «El miembro viril»: colita, bellota, chorra, falo, verga, banano, minga, pececillo, picha… ¡Pero qué rico es el castellano!

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Bibliografía:

¿Cuándo debería cambiar a mi hijo de la cuna a la cama?

Tener un hijo es un huracán de decisiones para las que casi nadie os prepara y que, casi sobre la marcha, habréis de decidir como si de ello dependiera el futuro de toda la humanidad. La mayoría de ellas están influenciadas por el marketing y la publicidad, pero si os paráis a pensar tan solo un segundo, llegaréis a la conclusión de que no todo es tan necesario como te lo venden y que es probable que no haya una solución perfecta para lo que necesita vuestro hijo, por mucho que la vecina del quinto os diga que a ella eso que también le recomendaron le fue de maravilla.

Como bien sabéis, este no es un blog sobre crianza, es un blog sobre salud infantil, así que muchos estaréis pensando que en qué jardín nos estamos metiendo a la hora de hablar de cunas y de cuándo sacar a los niños a la cama. Y tenéis parte de razón. Sin embargo, esta pregunta nos la habéis hecho con frecuencia y nos hemos tomado la libertad de escribir esta entrada desde el punto de vista de padres, pero también como pediatras. Hablaremos de tipos de cunas, de su seguridad, del colecho, de las caídas de la cama…, pero al final, como todo con los hijos, vosotros tendréis que decidir qué hacer con vuestros angelitos cuando os llegue el momento.

Tipos de cuna

Existen miles de cunas diferentes, sobre todo por su tamaño y el uso que se les puede dar. Una ardua investigación (unos tres minutos mirando en Google) nos ha permitido organizarlas en cinco tipos diferentes. Vamos a verlas:

  • Minicuna: normalmente con un tamaño pequeño de unos 80x50cm. Es muy práctica durante los primeros meses de vida ya que cabe en cualquier rincón de la habitación, además se puede trasportar fácilmente de una habitación a otra (a veces tienen hasta ruedas) para que el bebé se eche la siesta en el salón mientras os veis una serie de Netflix. Tienen un problema, suelen quedarse pequeñas pronto y hay que cambiar a una de mayor tamaño al cabo de pocos meses.
Típica «minicuna». Pequeña y fácil de cambiar de sitio.
  • Moises: algo más pequeña que la minicuna (70x35cm), pero más bonita (para el que le gusten las cestas y los lazos), pero en general poco práctica (se quedan pequeñas muy pronto).
Cuna tipo «moises». Una cuna bonita para quien viva apegado al pasado.
  • Cuna «normal»: la típica de toda la vida que guardan los abuelos en el pueblo de cuando éramos pequeños y que no habría inconveniente en reutilizarla. Tienen un tamaño de 120×60 cm y barreras a ambos lados. Además, suelen permitir poner el somier a diferentes alturas para que, a medida que el niño crece, no se escape de su «cárcel» de madera. El problema que tienen es que son bastante más grandes que las minicunas y que casi ninguna se puede convertir en cama (quitando las barreras) cuando el niño se hace mayor, pero te pueden valer para muchos meses/años. Algunas permiten bajar un poco uno de los laterales para que sean más accesibles y así no os rompáis los riñones a la hora de coger al niño.
Cuna «normal». Con sus barrotes para que el niño no se caiga. El colchón/somier se puede poner a diferentes alturas.
  • Maxi-cuna: muy similar a la anterior pero con un tamaño mayor, en general 140x70cm. También permite poner el colchón a diferentes alturas, por lo que se puede usar incluso si el niño es pequeño. Además, se pueden quitar las barreras de los laterales sin que se desmorone y convertirse en una camita pequeña hasta que decidáis comprar una cama de «niño mayor».
  • Las mal llamadas «cunas de colecho»: su nombre más correcto sería «cuna tándem» o «sidecar», porque o el bebé hace colecho (y duerme en la cama de sus padres) o duerme en la cuna (y por tanto no colecha), pero las dos cosas a la vez no son posibles (a no ser que sea alguno de los progenitores el que se meta en la cuna del niño a compartir el lecho con su bebé). Son cunas adosadas con correas a la cama de los padres para que no se separen con uno de los laterales bajado, lo que permite al bebé pasar de la cuna a la cama con cierta independencia, si es que ya se mueve lo suficiente, y a los padres cogerlo sin tener que levantarse, ideales para que toda la familia pueda descansar. Su tamaño es variable, unos 95×60 cm, entre una minicuna y una cuna convencional. Aunque normalmente se anclan a la cama de los padres, también se pueden usar con independencia por lo que son muy prácticas y duran algo más de tiempo que una minicuna.
Típica cuna «de colecho» adosada a la cama de los padres. Tiene un lateral bajado para poder coger al niño con facilidad, pero también se podría usar como una cuna normal (subiendo el lateral) de tamaño algo mayor a una minicuna.

Y ahora que hemos repasado «todos» los tipos de cunas, os toca a vosotros decidir cual queréis para vuestros hijos. Pensadlo con calma, que cada familia tiene unas necesidades y un nivel adquisitivo diferente. No hace falta que el niño pase por todas estas cunas, ni mucho menos. Tened en cuenta que los niños crecen y lo que ahora os parece una maravilla, en tres o cuatro meses puede que haya que cambiarlo (y no solo la cuna, sino toda la ropa de cama, …). Al fin y al cabo, lo que necesita un niño es que lo mimen y no tener todas las cunas del catálogo de la tienda de bebés en su casa. Hasta es una muy buena opción pedirle la cuna a alguna amiga o familiar que haya tenido un bebé hace unos meses y acabe de cambiar de cuna. Lo que sí es importante es que comprobéis que están homologadas (todas las cunas que se venden suelen estarlo) ya que esto garantiza que la cuna es segura para que vuestro bebé duerma sin riesgo, por ejemplo, de quedarse atrapado entre los barrotes.

A veces tendemos a comprar una cuna que se «ajusta» al tamaño del niño cuando esto no es necesario. No pasa nada por que la cuna le quede «grande». De hecho, ¿a quién no le gusta dormir en una cama tamaño kingsize?

En nuestra opinión de padres, una buena combinación es una «cuna de colecho» (por que para por las noches es muy practica, por que es más grande que la minicuna y también por que se puede usar de forma independiente) y luego directamente una «maxi-cuna» (ya que te sirve como una cuna cuando todavía el niño es un bebé, pero se puede trasformar en una cama de un tamaño muy digno más adelante). Pero oye, cada uno que tome su decisión.

¿Y qué pasa con el colchón?

Ahora toca ponerse serio y cambiar el chip de padres a pediatras. Sinceramente, como pediatras nos da bastante igual la cuna que elijáis: haced lo que más ilusión os haga o lo que quede mejor con el color de la habitación donde dormís. Sin embargo, en cuanto al tema del colchón y qué debe haber en la cuna mientras vuestro hijo duerme, los pediatras sí que tenemos mucho que opinar.

La única recomendación oficial por parte de la Asociación Española de Pediatría y la Academia Americana de Pediatría sobre la superficie sobre la que tiene que dormir un niño es que sea firme y que no se hunda para prevenir la muerte súbita del lactante, además de que el colchón se ajuste bien a la propia estructura de la cuna. Así de simple. Un colchón que no sea lo suficientemente blando como para que se deforme con el peso del niño. Eso es lo único importante.

Materiales para colchón hay muchos (espuma, muelles, latex, viscolástica…) y varían mucho de precio de unos a otros. Desde uno «normalito» hasta el tope gama que anuncian las infleuncers de Instagram a bombo y platillo. En el fondo, el material que elijáis da bastante igual ya que ninguno ha demostrado científicamente que mejore respecto a los otros la salud de los bebés. Así que de nuevo, comprad el que más os apetezca, siempre y cuando no se hunda. Sí sería conveniente que tuviera una funda por aquello de que algún día vomiten o se les salga el pis y lo podáis lavar con independencia.

Algunos diréis, «pero es que yo he visto una marca que dice que vende unos colchones que previenen la muerte súbita del lactante y, claro, como no se lo voy a comprar a mi hijo…». Desde luego que estos colchones no son «malos», pero lo importante es que no son mejores que cualquier otro ya que lo que realmente previene la muerte súbita del lactante es que el bebé duerma BOCA ARRIBA sobre una superficie firme, y eso se consigue con cualquier tipo de colchón. Otra vez, mucho marketing detrás de este tipo de cosas…

Así no: bebé durmiendo boca abajo, uno de los factores de riesgo más importantes para el Síndrome de Muerte Súbita del Lactante (Nota: cuando ellos se dan la vuelta solos y se ponen así ya no hay peligro).

Además, también querríamos recordaros que las cunas deben estar despejadas de objetos durante al menos los seis primeros meses de vida (peluches, mantitas de apego y demás). Y por otro lado, la Asociación Española de Pediatría recomienda que los niños duerman en su propia cuna, en la misma habitación que los padres, al menos hasta los seis meses de vida como parte de la prevención de la muerte súbita.

Vale, vale…, pero entonces, ¿cuándo cambio a mi hijo de la cuna a la cama?

Ya os habréis dado cuenta que es muy probable que durante los primeros años de vida de vuestro hijo tengáis que cambiar de cuna para que no parezca una sardina enlatada a medida que crece. Y si habéis sido observadores, todas las cunas están diseñadas con unos elementos de seguridad que impiden que los niños se caigan cuando aprenden a sentarse o a ponerse de pie. Además, muchas permiten ir bajando el somier para que el fondo de la cuna quede más abajo a medida que el niño gana en altura y así impedir que se escape con facilidad.

El quid de la cuestión viene cuando hay que tomar la decisión de cambiar la cuna, esa pequeña cárcel con barrotes de madera que impide que el niño se escape a media noche en busca de una ración extra de galletas de la cocina, por una cama de «niño mayor». Para daros respuesta tenemos dos opciones: la primera como pediatras y la segunda como intento de psicólogos infantiles:

  • En el momento en el que un niño aprende a salirse solo de la cuna saltando los barrotes es mejor pasarlo a una cama bajita. Siempre será preferible que se levante por la noche y os vaya a buscar a la habitación por que quiere dormir con vosotros a que lo intente una vez saltando de la cuna y se pegue un trastazo en la cabeza que os haga ir a urgencias con un brecha en medio de la frente o algo peor. Para algunos será con año y medio, para otros más tranquilos cerca de los tres…, pero al final lo que más os debe hacer tomar esta decisión es la seguridad de vuestros hijos.
  • Y la segunda opción es porque el niño lo pida. Hay niños pequeños a los que no les gusta la cuna, por que tienen hermanos mayores a los que ven ya en sus camas, por que quieren subirse a jugar solos en ese espacio que ya han hecho suyo, por que no quieren sentirse «encerrados» entre los barrotes… Por diversas razones. En estos casos también es adecuado pasarlos a una cama de su tamaño aunque todavía no sepa escarparse de la cuna. Si os da apuro que se caigan porque son muy movidos por la noche, comprad camitas bajas y poned una barrera.

¿Y los que hacemos colecho?

Faltaría hablar de los niños que no duermen en cuna y duermen en la cama de sus padres (sea el motivo que sea por el que lo haya decidido la familia). Si nos seguís, sabréis que tenemos un post sobre cómo practicar colecho seguro que es al fin y al cabo lo que a nosotros como pediatras nos interesa para vuestros hijos. Que cada familia decida cómo quiere descansar.

Mamá y su bebé practicando colecho

Sin embargo, sí que hay una cosa que nos preocupa del colecho. De vez en cuando aparece por Urgencias algún niño que se ha caído de la cama de sus padres al hacer colecho, y como bien sabréis, la altura a la que están los colchones de los adultos es bastante considerable, con el consecuente posible traumatismo craneal de mayor o menor gravedad. Hasta que el niño no se voltee por si solo es difícil que se caiga, pero el ser humano es un animal muy confiado… Y llega el día en el que pones a dormir a tu hijo de ocho, nueve o diez meses en la cama, como lo habías hecho todos los días de su vida al iniciar la noche, y te vas a cenar y descansar de la ardua jornada laboral. Y al rato oyes un golpe y antes de llegar a la habitación ya sabes lo que ha pasado…

En nuestra opinión, si hacéis colecho con niños que pequeños, las camas deben estar a ras de suelo. De nada sirve rodearlos de cojines a modo de barrera. No lamentemos una caída con una lesión grave cuando se podría haber evitado. También podrías poner barreras a las camas done hacéis colecho, pero pasa un poco lo mismo que con las cunas, que llega el día en el que aprenden a saltarlas.

¿Y cuándo dejar de hacer colecho? Pues esta es una decisión que también tendréis que tomar vosotros como familia y en la que los pediatras tenemos poco que opinar. Por ejemplo, en Japón -una sociedad en la que el colecho es un práctica habitual para todas las familias- esperan a que sea el niño el que tome la decisión (hacia el inicio de la primaria coincidiendo con los 6-7 años), pero hay familias que están encantadas y que lo mantienen más tiempo. Aquí que cada uno haga lo que quiera.


Y ya está, no hay que darle más vueltas a lo de las cunas y las camas. Mucho sentido común y seguridad para vuestros hijos.

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Bibliografía:

¿Por qué mi pediatra siempre dice que es un virus?

Pediatra

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Una de las frases más repetidas cuando los padres salen de la consulta del pediatra y llaman a los abuelos para dar noticias de cómo están los peques es la siguiente: «Nada, lo mismo de siempre, que es un virus…». Da igual por lo que hayan acudido al médico: diarrea, mocos, fiebre, tos, dolor de garganta, manchitas en la piel…, el diagnóstico (casi) siempre es el mismo: un virus.

Muchos padres dudan de este diagnóstico tan poco preciso, sobre todo cuando malinterpretan que, por ejemplo, tener fiebre alta o el moco verde tiene que deberse a una infección provocada por un microorganismo que necesita antibiótico, es decir a una bacteria.

En el post de hoy queremos contaros por qué casi siempre que un niño tiene una infección es por un virus y por tanto, el tratamiento será analgésicos, antipiréticos y muchos cuidados de mamá y papá mientras dura el proceso.

Empecemos por el principio… ¿qué es una infección?

Un error frecuente que comenten los padres es asociar la palabra «infección» con la necesidad de un tratamiento antibiótico, pero nada más lejos de la realidad.

Las infecciones son aquellas enfermedades que están provocadas por un microorganismo, ya sea éste una bacteria, un virus, un parásito o un hongo. Las dos últimas son poco habituales en pediatría, así que nos quedamos con dos tipos de bichos a tener en cuenta: los virus y las bacterias.

¿Y cómo se tratan los virus y las bacterias?

Por fortuna, las infecciones por virus en individuos sanos (incluidos los niños) no precisan tratamiento para que se resuelvan. Es decir, con un poco de paciencia y un tratamiento sintomático, el sistema inmune hará su trabajo y acabará con ellas en unos días. Por el contrario, la mayoría de las infecciones causadas por bacterias requiere de un tratamiento antibiótico para que sean eliminadas, de tal forma que hasta que no se inicia ese tratamiento el paciente no empieza a mejorar.

Parece que está claro, ¿no?. Si es un virus, tratamiento sintomático. Si es una bacteria, tratamos con antibiótico.

Bueno, vale, ¿y cómo diferencia el pediatra los virus de las bacterias?

Los síntomas y signos de las infecciones por virus y por bacterias son, en muchas ocasiones, muy similares. Aquí es donde entra en juego la probabilidad. Si, si, como lo habéis oído: la probabilidad.

Los pediatras sabemos que la gran mayoría de las infecciones de los niños están provocadas por virus. Al decir la gran mayoría, nos referimos a que cerca del 99% de las infecciones están provocadas por virus. Esto significa que, si no hiciéramos nada acertaríamos casi siempre al decir que lo que le pasa a vuestro hijo se debe a un virus y se va a curar solo.

Si tienes curiosidad sobre la salud infantil, en nuestro libro encontrarás explicaciones sencillas y amenas a las enfermedades más importantes de la infancia. Puedes comprarlo aquí.

Sin embargo, ese 1% restante de infecciones, el que está provocado por bacterias, es lo suficientemente importante como para que vuestro pediatra, antes de deciros que lo que le pasa a vuestro hijo es por un virus, haga una buena historia clínica y una exploración física completa en busca de algún dato que le oriente definitivamente a que la infección está provocada por un virus o, por el contrario, todo se debe a una bacteria, lo que conllevaría un tratamiento antibiótico.

En algunas ocasiones encontraremos enfermedades provocadas por virus que tienen nombre propio, los sospechosos habituales a los que nos hemos referido con anterioridad en este blog. Sin embargo, cuando la infección se debe a un virus que no tiene nombre propio, el pediatra acabará diciendo a los padres que la infección que tiene su hijo «se debe a un virus», así a secas. Sin especificar. Un virus mondo y lirondo.

En esto de la probabilidad hay que hacer una salvedad, los niños más pequeños. En niños con fiebre menores de un mes, la probabilidad de una infección por una bacteria es muchisimo más alta, cercana al 20%. Este porcentaje asciende en los menores de una semana de vida hasta el 40%. Esto justifica que en caso de que un niño menor de 3 meses tenga fiebre sea remitido al hospital para realizar alguna prueba complementaria que arroje luz sobre esa probabilidad con la que trabajamos los pediatras.

¿Y por qué hay virus con nombre propio y otros son virus «a secas»?

El ser humano puede enfermar por muchos virus. Miles de virus podríamos decir. Algunos ejemplos son los enterovirus, el adenovirus, el metaneumovirus, el rotavirus, el virus respiratoria sincitial, el virus de la varicela, el virus del sarampión, el virus del herpes…. y así hasta rellenar una lista interminable.

Como decíamos más arriba, algunos de esos virus darán lugar a una enfermedad concreta reconocible por la historia clínica y la exploración. Por ejemplo, cuando un niño tiene fiebre y manchas en la piel vesiculosas en diferentes estadios hablamos de la varicela, la cual está provocada siempre por el virus de la varicela. Lo mismo ocurre con el herpes labial (sensación de quemazón en el labio con unas lesiones vesiculosas), en este caso, debidas solo al virus del herpes simple. En estos casos en los que la enfermedad es reconocible y tiene nombre propio, vuestro pediatra os dirá tiene tal enfermedad y se debe a este virus.

Sin embargo, la gran mayoría de los virus da lugar a enfermedades inespecíficas, es decir, enfermedades que pueden estar provocadas por muchos virus diferentes. Por ejemplo, fiebre, tos y mocos pueden estar causados por cientos de virus y vuestro pediatra, al hacer el diagnóstico, añadirá la mítica coletilla a la que nos referíamos al principio: «parece un catarro, será por un virus».

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En ocasiones la cosa cambia y al final, lo que al principio parecía un virus, acaba siendo una infección por una bacteria…

Muchos estaréis pensando que en alguna ocasión os han dicho que al principio la infección se debe a un virus pero con el paso de los días, el diagnóstico cambia y al final os dicen que no, que se debe a una bacteria y que hay que dar un antibiótico al niño.

Esto no significa que el pediatra que os vio al principio sea un mal profesional que no supo reconocer que vuestro hijo necesitaba antibiótico. Nada más lejos de la realidad. Lo que pasa es que las enfermedades de los niños no son fotos fijas con las que podemos acertar el 100% de lo que les pasa a vuestros hijos en la primera visita. Como me gusta decir, las enfermedades de los niños son películas y hay que verlas hasta el final para saber si la que empezaba como una película de indios y vaqueros acaba como tal o, por el contrario, se convierte en una película romántica.

Os pongo un ejemplo. Volvamos al niño con fiebre, tos y mocos. Asumamos que la exploración en el primer día de la fiebre es normal y en la historia no destaca nada especial. Lo probable es que se deba a un virus cualquiera que está provocando un simple catarro. Sin embargo, con el paso de los días, la fiebre persiste y al acudir de nuevo al pediatra, este escucha unos ruidos en el pecho y os acaba diagnosticando al niño de una neumonía, con la consecuente necesidad de iniciar un tratamiento antibiótico. Esto no significa que el diagnóstico inicial no fuera certero, significa que los síntomas iniciales de un catarro y una neumonía son iguales en la gran mayoría de los casos. Aplicando la «regla» de la probabilidad que os expliqué antes, lo prudente en la primera visita es diagnosticar al niño de un virus y seguir su evolución. En este caso, la película cambia y el paso de los días arroja nueva información que hacer cambiar el diagnóstico hacia el de nuemonía.

De todo esto se desprende una moraleja, a pesar de que lo másfrecuente cuando un niño tiene una infección es que esté provocada por un virus, debemos estar ojo avizor por si la cosa cambia y pasamos a ese pequeño porcentaje de infecciones que requieren antibiótico.


Para acabar, recuerda siempre los signos de alarma para acudir al médico incluso aunque te hayan dicho que la infección de tu hijo se debe a un virus: mal estado general, dificultad respiratoria, manchas en la piel, decaimiento, vómitos que impiden tomar líquidos…

Recuerdo que  en septiembre de 2021 echó a rodar «Sin Cita Previa», un podcast del que somos presentadores y que seguro que también te pude gustar. Puedes escucharlo en:

Cómo actuar ante un golpe en la cabeza de un niño

Los golpes en la cabeza son uno de los motivo de consulta más frecuentes en las consultas de pediatría, y aunque la mayoría de los golpes son leves, algunos de ellos pueden condicionar graves lesiones. El verano, debido que es la época del año en la que los niños realizan más actividades al aire libre de carácter lúdico, es la época del año en la que más se producen.

Es fundamental que conozcáis como actuar ante los golpes en la cabeza de vuestros hijos para que sepáis detectar a aquellos niños que puedan precisar atención médica. También podéis visitar esta otra entrada sobre los mitos y leyendas de los golpes en la cabeza que escribimos hace tiempo.

¿Qué es un trauma craneal?

El trauma craneal es la forma técnica que tenemos los pediatras de referirnos a los golpes en la cabeza. Este tipo de golpes se refiere a aquellos que se producen en los huesos del cráneo, por tanto excluyendo la cara y el cuello.

Aunque la palabra «trauma craneal» te parezca que hace referencia a un golpe muy grave, esto no es así, ya que los traumatismos craneales se dividen en leves (la gran mayoría y, en general, sin consecuencias), moderados y graves, y pueden afectar tanto a los huesos (estructurar óseas de la cabeza) como a su contenido, el cerebro.

Lo que nos preocupa realmente a los médicos cuando alguien se da un golpe en la cabeza es que el golpe sea de tal intensidad que provoque algo más que un simple impacto en los huesos del craneo y acabe afectando al cerebro (en general por un sangrado o una contusión).

El trabajo del pediatra en estos casos será diagnosticar ante qué situación estamos. Por ello, contamos con protocolos para poder diferenciar qué niños se pueden beneficiar de una prueba radiológica como el scanner craneal (prueba a realizar en caso de sospecha de traumatismo craneal complicado) ya que las radiografías en estos casos no nos dan mucha información.

Los síntomas, la clave de todo

Tras un golpe en la cabeza, van a aparecer una serie de síntomas que se correlacionan con la gravedad del golpe y la posibilidad de que se produzca el mencionado sangrado o contusión cerebral. A estos síntomas se unen las características de cómo se produjo, ya que no es lo mismo, por ejemplo, un niño que tiene un accidente de bicicleta sin casco que un niño que va andando y se choca de frente contra la pared.

Es muy importante que os acordéis de esas circunstancias en las que se ha producido el golpe para que podáis relatárselas al médico: altura de la caída, zona del golpe, vehículos, sistemas de seguridad que llevaba el niño…

De igual forma, lo que ocurre tras el golpe es muy importante. Los pediatras siempre os preguntaremos qué hizo el niño tras el golpe (se puso a llorar, perdió el conocimiento, convulsionó….) así como si después del golpe habéis notado que se comporta raro, ha comenzado a vomitar, se os queda adormilado o le duele mucho la cabeza.

Con todos estos datos, junto con una buena exploración física, se dará una de estas tres circunstancias: que el pediatra os mande a casa, que os quedéis en observación o que indique de manera inmediata alguna prueba. En general, debido que los niños pequeños son más vulnerables a los golpes en la cabeza, somos más conservadores con los niños menores de dos años, en los que, a pesar de encontrarse bien en la primera atención, preferimos dejarlos en observación unas horas para comprobar que todo en el niño se encuentra bien en unas horas.

Por el contrario, los niños mayores suelen ser más «resistentes» y un golpe que en un niño pequeño nos puede preocupar, quizá no lo sea en uno mayor.

Los chichones no siempre marcan la gravedad

En general, el motivo por el que acuden los padres al hospital no suele ser que su hijo se encuentre con mal estado general o con alguno de los síntomas arriba mencionados. El motivo que condiciona esa visita a Urgencias en muchísimos casos es la aparición de un chichón que les alarma.

Por forturna, casi nunca que se produce un chichón existe a la vez una lesión cerebral. A diferencia de lo que creen los padres, no es porque «la sangre esté saliendo para fuera en vez de irse hacia el cerebro». Eso no es correcto ya que la anatomía de la cabeza no funciona así. Cuando aparece un chichón es porque hay un sangrado por encima de los huesos del craneo y por tanto es imposible que ese sangrado afecte al cerebro.

Sin embargo, debajo de un chichón puede hacer una fractura craneal que es la que si que podría condicionar un sangrado cerebral. De nuevo, los síntomas y la exploración física serán los que condicionen las necesidades de realizar una prueba para descartar estas situaciones.

Hay que dar gracias a la naturaleza, que es muy lista, y diseñó la cabeza para resistir a los golpes. El hueso de la frente es el más duro de todos ya que es el que suele recibir más golpes, sin embargo, los golpes laterales de la cabeza y en la parte de atrás son más peligrosos porque en esa zona de la cabeza los huesos son menos resistentes a los golpes.

Lo que tenéis que observar en casa

Lo primero que tenéis que hacer en casa es decidir si el golpe que ha recibido vuestro hijo es de la suficiente entidad como para que tengáis que acudir a ver al médico. Los síntomas que os hemos relatado (convulsiones, tendencia al sueño, perdida de conocimiento, vómitos, comportamiento extraño, dolor de cabeza intenso en niños mayores o irritabilidad en los pequeños, chichones en los laterales de la cabeza) hacen obligatorio que solicites atención. Por el contrario, si vuestro hijo se encuentra bien tras el golpe es prudente observarle en casa antes de acudir al médico.

Independientemente de que os quedeis en casa o acudais al médico, en la siguientes horas tras un golpe en la cabeza debéis observar que esos síntomas a los que nos referíamos no aparezcan. En general, el periodo de observación que os recomendamos tras un golpe para volver a la «normalidad» es de 24 horas. Podéis dejar dormir al niño, pero es prudente que cada 4 horas comprobéis que se despierta con normalidad y que no presenta ninguna alteración.

La otra cosa que debéis hacer en casa tras un golpe es administrar un analgésico a vuestro hijo como el paracetamol o el ibuprofeno. Con ello conseguiréis que les duela menos la cabeza ya que, al fin y al cabo, se han dado un golpe. Para conseguir que salga menos chichón, lo más adecuado es aplicar un poco de hielo. Y tened en cuenta que las barritas de árnica no han demostrado ser eficaces.


Si quieres saber más de qué es lo que tienes que vigilar en caso de que tu hijo se haya dado un golpe en la cabeza, puedes consultar la hoja de padres de la Sociedad Española de Urgencias de Pediatría en este link.

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