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Siete formas de enseñar a los niños a odiar al pediatra

Casi todos los padres saben que los pediatras dedicamos nuestra vida profesional al bienestar de los niños y, de hecho, muchos se lo trasmiten desde que son pequeños a sus hijos. Sin embargo, otros tantos -y casi todos en alguna ocasión- se empeñan en demostrar a sus retoños que el pediatra es una figura temible a la que es mejor tener miedo y respeto cual monstruo que se aloja bajo la cama de un niño en la impunidad de la noche.

Permítanme repasar con ustedes algunos de los métodos que emplean estos padres para que los puedan poner en práctica en caso de que lo consideren necesario y oportuno.

1. Mienta a su hijo sobre a dónde va antes de acudir al pediatra

Este es uno de los métodos más empleados por su alta tasa de éxito, además es muy fácil de poner en práctica.

Basta con decir al niño al salir de casa que van a ir al parque o que al que atenderán en el hospital es al hermano o a uno de los padres. Los niños pequeños confían profundamente en sus mayores, ya que son las personas que les procuran cariño, cuidados y apego cuando lo necesitan. Si en vez de ir a jugar un rato a los columpios o asistir como expectorares al acto médico en el que se atiende a otro familiar, acaban siendo ellos a los que se les tumba en una camilla con un señor al que no conocen de nada y que utiliza aparatos extraños para mirarles los oídos o la garganta es muy probable que la reacción de rechazo hacia el pediatra aparezca sola.

Y y 2. Amenace a su hijo con un pinchazo en el culo o una analítica de sangre

Si cree que el miedo que siente su hijo por el pediatra no es suficiente, siempre puede amenazarle con que éste, o cualquier otro personal sanitario, le va a pinchar una vacuna o que se le va a extraer una analítica de sangre.

Este método ha resultado infalible para que los niños odien al pediatra: ¿quién querría ser amigo de alguien que lo único que le va a provocar es dolor? Seguro que ninguno.

Pero hay más, ya que esta amenaza se puede emplear no solo cuando el niño esté en el hospital. Un padre avezado podría utilizarla a diario para que sus hijos se conviertan en angelitos a la hora de la cena o para que apaguen la tele a la primera orden sin que de por medio haya una pelea padres-hijos. Basta con un “cómo no te portes bien vamos al pediatra para que te pinche” para que consiga de sus hijos cualquier cosa que usted se proponga, además de empezar a fraguar un odio interior a los pediatras para toda la infancia.

3. No administre ningún medicamento para el dolor a su hijo hasta que sea valorado por un pediatra

Si todo lo anterior no ha surtido efecto, emplear el dolor que siente un niño en el oído a las 3 de la mañana o al tragar desde hace unos días puede ser una estrategia a tener en cuenta.

El procedimiento sería muy sencillo: cuando note que su hijo se queja de algo no le administre ningún analgésico y dígale que será el pediatra el que decida si hay que tratar o no ese dolor. Refuerce esta idea, de esta forma el niño verá al pediatra como una figura autoritaria que será el que tome la decisión de si ese dolor tiene importancia o puede seguir sufriendo, aunque solo sea un poquito. No me cabe la menor duda de que cualquier niño sentiría pavor por ese personaje que es quién decide, a veces incluso de forma sádica, sobre el malestar de los demás.

4. Condicione a su hijo para que piense que el pediatra nunca le va a hacer daño

Crear expectativas a un niño sobre lo que va a ocurrir al ir al pediatra es uno de los mejores métodos para que acabe rechazándolo y le coja miedo.

Si decimos a un niño “nada te va a ocurrir” o “no te va doler”cuando acuden al médico y luego ocurre lo contrario, la asociación mental del niño de miedo y odio hacia el pediatra será instantánea.

Por un lado pensará que los pediatras son unos mentirosos, ya que todos sabemos que, aunque sea poca cosa, eso de ir al pediatra no es algo agradable, máxime cuando una de las cosas que hacemos los médicos es poner encima de una camilla a los niños sin preguntar, mirarles los oídos mientras otro los sujeta o usar un palito para mirar la garganta y ver si tienen anginas. Pero además, es muy probable que piensen que el pediatra es alguien malo porque no cumple las expectativas que se habían creado con lo prometido por sus padres. El pediatra como farsa.

La conjunción del pediatra como una figura a la que tener miedo junto con aquella que no cumple sus expectativas es el cocktail perfecto para que nos odien un poquito más si cabe.

5. Prometa a su hijo que el pediatra le dará un regalo si se porta bien

Este método puede resultar paradójico. En la mayoría de los casos provocará el efecto contrario al deseado y el niño saldrá de la consulta con un regalo, ya sea un palito o una pegatina, y con una sonrisa de oreja a oreja. Sin embargo, en otro muchos casos puede provocar falsas esperanzas que acaben convirtiéndose en lagrimas y odio hacia la figura del pediatra.

Porque quizá el pediatra ese día no tenga pegatinas o piense que el niño es muy pequeño para darle un palito o, simplemente, esté muy atareado como para rebuscar por toda la consulta para que el niño se lleve una recompensa. Si por un casual se da esta situación, cualquier niño odiaría a ese pediatra egoísta que no ha podido satisfacer las promesas que le hicieron sus padres.

6. Diga a su hijo que el pediatra ha sido malo

Así, sin paños calientes. Emplee esta táctica justo después de que el pediatra haya explorado al niño. No hay nada como decir a un niño algo como para que se lo crea. Si en vez de decirle que el médico es bueno y que está intentando que el niño se cure, se le dice que el pediatra es malo, el éxito está asegurado para que el odio hacia nosotros corra por su venas.

Imaginad la escena. Niño de 2-3 años con dolor de oído en Urgencias que esta llorando junto con la incertidumbre de qué le van a hacer. Si después de que el pediatra le mire los oídos, uno de los padres para intentar calmarle le dice “es que el médico ha sido muy malo”, les puedo asegurar que la próxima vez que vayan al hospital, aunque solo sea para ir a ver a un familiar, el miedo de los niños hacia los médicos se verá reflejado en sus ojos.

7. Acuda al pediatra aunque no sea necesario

Si todo lo anterior no ha surtido efecto, éste será el método definitivo para culminar el proceso con el que sus hijos acaben odiando profúndamente al pediatra.

La idea es muy sencilla: busquen cualquier síntoma o signo, por leve que sea, y acudan de inmediato a Urgencias. Da igual que sea una picadura de un mosquito, un estreñimiento de 2 días de evolución o un leve dolor de garganta. Lo importante es que sus hijos se den cuenta de que están acudiendo al médico de forma urgente sin un motivo realmente importante. Ellos, que en la gran mayoría de las ocasiones son más listos que nosotros, entenderán que eso de acudir a Urgencias sin motivo, en vez de esperar al día siguiente para acudir con cita al Centro de Salud a ser valorado por su pediatra de confianza, no tiene sentido. Esto a la postre generará rechazo nada más pensar en el pediatra. Por cierto, si esas visitas son por la noche con el niño medio dormido, mejor que mejor.


Vamos a ir acabando, con todo lo que han podido leer hasta ahora tendrán ustedes material más que suficiente para conseguir que sus hijos odien al pediatra. Seguramente haya más métodos, incluso algunos mejores de los aquí mencionados, pero les puedo asegurar que si usan éstos de manera combinada, el éxito en la tarea de que sus hijos nos tengan miedo está asegurada.


Este post está inspirado en el artículo periodístico “Nueve formas de enseñar a los niños a odiar la lectura” de Gianni Rodari, maestro, pedagogo y periodista, publicado en 1960 en el periódico Il giornale dei genitori.

¿Por qué mi pediatra siempre dice que es un virus?

Pediatra

Fuente: Pixabay

Una de las frases más repetidas cuando los padres salen de la consulta del pediatra y llaman a los abuelos para dar noticias de cómo están los peques es la siguiente: «Nada, lo mismo de siempre, que es un virus…». Da igual por lo que hayan acudido al médico: diarrea, mocos, fiebre, tos, dolor de garganta, manchitas en la piel…, el diagnóstico (casi) siempre es el mismo: un virus.

Muchos padres dudan de este diagnóstico tan poco preciso, sobre todo cuando malinterpretan que, por ejemplo, tener fiebre alta o el moco verde tiene que deberse a una infección provocada por un microorganismo que necesita antibiótico, es decir a una bacteria.

En el post de hoy queremos contaros por qué casi siempre que un niño tiene una infección es por un virus y por tanto, el tratamiento será analgésicos, antipiréticos y muchos cuidados de mamá y papá mientras dura el proceso.

Empecemos por el principio… ¿qué es una infección?

Un error frecuente que comenten los padres es asociar la palabra «infección» con la necesidad de un tratamiento antibiótico, pero nada más lejos de la realidad.

Las infecciones son aquellas enfermedades que están provocadas por un microorganismo, ya sea éste una bacteria, un virus, un parásito o un hongo. Las dos últimas son poco habituales en pediatría, así que nos quedamos con dos tipos de bichos a tener en cuenta: los virus y las bacterias.

¿Y cómo se tratan los virus y las bacterias?

Por fortuna, las infecciones por virus en individuos sanos (incluidos los niños) no precisan tratamiento para que se resuelvan. Es decir, con un poco de paciencia y un tratamiento sintomático, el sistema inmune hará su trabajo y acabará con ellas en unos días. Por el contrario, la mayoría de las infecciones causadas por bacterias requiere de un tratamiento antibiótico para que sean eliminadas, de tal forma que hasta que no se inicia ese tratamiento el paciente no empieza a mejorar.

Parece que está claro, ¿no?. Si es un virus, tratamiento sintomático. Si es una bacteria, tratamos con antibiótico.

Bueno, vale, ¿y cómo diferencia el pediatra los virus de las bacterias?

Los síntomas y signos de las infecciones por virus y por bacterias son, en muchas ocasiones, muy similares. Aquí es donde entra en juego la probabilidad. Si, si, como lo habéis oído: la probabilidad.

Los pediatras sabemos que la gran mayoría de las infecciones de los niños están provocadas por virus. Al decir la gran mayoría, nos referimos a que cerca del 99% de las infecciones están provocadas por virus. Esto significa que, si no hiciéramos nada acertaríamos casi siempre al decir que lo que le pasa a vuestro hijo se debe a un virus y se va a curar solo.

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Sin embargo, ese 1% restante de infecciones, el que está provocado por bacterias, es lo suficientemente importante como para que vuestro pediatra, antes de deciros que lo que le pasa a vuestro hijo es por un virus, haga una buena historia clínica y una exploración física completa en busca de algún dato que le oriente definitivamente a que la infección está provocada por un virus o, por el contrario, todo se debe a una bacteria, lo que conllevaría un tratamiento antibiótico.

En algunas ocasiones encontraremos enfermedades provocadas por virus que tienen nombre propio, los sospechosos habituales a los que nos hemos referido con anterioridad en este blog. Sin embargo, cuando la infección se debe a un virus que no tiene nombre propio, el pediatra acabará diciendo a los padres que la infección que tiene su hijo «se debe a un virus», así a secas. Sin especificar. Un virus mondo y lirondo.

En esto de la probabilidad hay que hacer una salvedad, los niños más pequeños. En niños con fiebre menores de un mes, la probabilidad de una infección por una bacteria es muchisimo más alta, cercana al 20%. Este porcentaje asciende en los menores de una semana de vida hasta el 40%. Esto justifica que en caso de que un niño menor de 3 meses tenga fiebre sea remitido al hospital para realizar alguna prueba complementaria que arroje luz sobre esa probabilidad con la que trabajamos los pediatras.

¿Y por qué hay virus con nombre propio y otros son virus «a secas»?

El ser humano puede enfermar por muchos virus. Miles de virus podríamos decir. Algunos ejemplos son los enterovirus, el adenovirus, el metaneumovirus, el rotavirus, el virus respiratoria sincitial, el virus de la varicela, el virus del sarampión, el virus del herpes…. y así hasta rellenar una lista interminable.

Como decíamos más arriba, algunos de esos virus darán lugar a una enfermedad concreta reconocible por la historia clínica y la exploración. Por ejemplo, cuando un niño tiene fiebre y manchas en la piel vesiculosas en diferentes estadios hablamos de la varicela, la cual está provocada siempre por el virus de la varicela. Lo mismo ocurre con el herpes labial (sensación de quemazón en el labio con unas lesiones vesiculosas), en este caso, debidas solo al virus del herpes simple. En estos casos en los que la enfermedad es reconocible y tiene nombre propio, vuestro pediatra os dirá tiene tal enfermedad y se debe a este virus.

Sin embargo, la gran mayoría de los virus da lugar a enfermedades inespecíficas, es decir, enfermedades que pueden estar provocadas por muchos virus diferentes. Por ejemplo, fiebre, tos y mocos pueden estar causados por cientos de virus y vuestro pediatra, al hacer el diagnóstico, añadirá la mítica coletilla a la que nos referíamos al principio: «parece un catarro, será por un virus».

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En ocasiones la cosa cambia y al final, lo que al principio parecía un virus, acaba siendo una infección por una bacteria…

Muchos estaréis pensando que en alguna ocasión os han dicho que al principio la infección se debe a un virus pero con el paso de los días, el diagnóstico cambia y al final os dicen que no, que se debe a una bacteria y que hay que dar un antibiótico al niño.

Esto no significa que el pediatra que os vio al principio sea un mal profesional que no supo reconocer que vuestro hijo necesitaba antibiótico. Nada más lejos de la realidad. Lo que pasa es que las enfermedades de los niños no son fotos fijas con las que podemos acertar el 100% de lo que les pasa a vuestros hijos en la primera visita. Como me gusta decir, las enfermedades de los niños son películas y hay que verlas hasta el final para saber si la que empezaba como una película de indios y vaqueros acaba como tal o, por el contrario, se convierte en una película romántica.

Os pongo un ejemplo. Volvamos al niño con fiebre, tos y mocos. Asumamos que la exploración en el primer día de la fiebre es normal y en la historia no destaca nada especial. Lo probable es que se deba a un virus cualquiera que está provocando un simple catarro. Sin embargo, con el paso de los días, la fiebre persiste y al acudir de nuevo al pediatra, este escucha unos ruidos en el pecho y os acaba diagnosticando al niño de una neumonía, con la consecuente necesidad de iniciar un tratamiento antibiótico. Esto no significa que el diagnóstico inicial no fuera certero, significa que los síntomas iniciales de un catarro y una neumonía son iguales en la gran mayoría de los casos. Aplicando la «regla» de la probabilidad que os expliqué antes, lo prudente en la primera visita es diagnosticar al niño de un virus y seguir su evolución. En este caso, la película cambia y el paso de los días arroja nueva información que hacer cambiar el diagnóstico hacia el de nuemonía.

De todo esto se desprende una moraleja, a pesar de que lo másfrecuente cuando un niño tiene una infección es que esté provocada por un virus, debemos estar ojo avizor por si la cosa cambia y pasamos a ese pequeño porcentaje de infecciones que requieren antibiótico.


Para acabar, recuerda siempre los signos de alarma para acudir al médico incluso aunque te hayan dicho que la infección de tu hijo se debe a un virus: mal estado general, dificultad respiratoria, manchas en la piel, decaimiento, vómitos que impiden tomar líquidos…

Recuerdo que  en septiembre de 2021 echó a rodar «Sin Cita Previa», un podcast del que somos presentadores y que seguro que también te pude gustar. Puedes escucharlo en:

¿Por qué lloran los niños cuando van al pediatra?

¿Os habéis planteado por qué los niños lloran cuando van a Urgencias?. ¿Es el dolor de oído que tienen o el miedo a lo que pueda ocurrir?.

Desde nuestra experiencia como pediatras («los malos de la película») nos enfrentamos a diario a situaciones en las que atendemos a niños que lloran. Con el paso de los años hemos aprendido la importancia que tiene realizar un buen diagnóstico pero también el saber atender a un niño que llora intentando mitigar su dolor y el miedo que tiene a lo que está sucediendo.

En el post de hoy os contamos lo que tenéis que saber acerca de por qué los niños lloran cuando van al médico. Esperamos que tras su lectura contribuyáis a hacer más llevadera a vuestros hijos la experiencia de ir al pediatra.

El llanto

Los niños lloran como respuesta emocional a una experiencia o situación desagradable que no siempre tiene porqué ser dolor. Esta respuesta emocional depende del grado de desarrollo del niño y sus experiencias previas. Cuanto más pequeño, más probable es que llore ante una situación que le desconcierta. A medida que el niño crece y madura se desarrollan mecanismos psicológicos que permiten enfrentarse a esa situación que le genera angustia sin llorar (como haríamos los adultos).

La visita al pediatra, ya sea en Urgencias por una enfermedad aguda o en consulta para una revisión rutinaria, constituye una situación estresante para el niño que suele culminar con un berrinche durante la exploración. El miedo a lo desconocido (el niño no conoce en muchas ocasiones al médico que le va a atender ni sabe que es lo que le va a hacer) y las experiencias pasadas desagradables (vacunas, extracción de una analítica, exploración física, dentista…) junto con un entorno amenazante (frío, decoración escasa, poca ropa…) contribuyen a que nuestros pacientes sean incapaces de controlar sus emociones y acaben llorando agarrados a sus padres.

Hasta los 6-7 meses de edad es habitual que los niños no lloren durante la exploración ya que lo ven como un juego, incluso algo divertido. En caso de que algo les moleste (el frío de la habitación al quitarles la ropa, la exploración de los oídos o la garganta, agarrarles para medirles) empezarán a llorar. Pasados esos meses los niños se hacen más conscientes del entorno que les rodea y son capaces de detectar situaciones en las que se sientes agredidos antes de que sucedan. La edad más crítica se sitúa entre el año y los dos años de edad. Posteriormente el niño empieza será capaz de controlar sus emociones poco a poco, como hemos comentado, haciendo más agradable la visita al médico.

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Por tanto, los adultos tenemos que conocer que el llanto es algo normal y fisiológico. Una respuesta del organismo a una amenaza. De nada sirve decirles frases como «no te está haciendo nada» o «tu hermano nunca lloraba al venir al médico». Debemos dejar que los niños lloren aunque intentemos calmarlos, ya que en ocasiones es la única forma de que fluyan sus emociones.

¿Dolor o miedo?

El dolor es una sensación desagradable frente a una agresión que está sufriendo el cuerpo. Como hemos explicado, los niños suelen manifestar el dolor en forma de llanto a diferencia de los adultos en los que muchas veces somos capaces de aguantar el dolor sin tener una respuesta emocional como la de los niños.

Pero no es raro que ya incluso desde antes de la consulta los niños lloren. Muchos padres cuentan que los niños empiezan a llorar cuando les dicen que van a ir al pediatra antes de llegar al hospital. De forma similar vemos a pacientes que no presentan ninguna sintomatología y simplemente les estamos atendiendo para pesarles o medirles y acaban llorando en medio de la consulta.

Esto refleja que los niños no solo lloran en respuesta al dolor sino que el miedo a presentar dolor o a lo que pueda ocurrir es suficiente para desencadenar este tipo de emociones. Los adultos hemos desarrollado herramientas psicológicas basadas en nuestras experiencias previas que nos permiten afrontar esos miedos de forma serena, sin embargo los niños pequeños no son capaces de hacerlo. Pero además, tanto el dolor como el miedo son sentimientos individuales y no estandarizados, es decir, unos niños llorarán por una cosa mientras que otros permanecerán calmados.

Tanto el dolor como la ansiedad en los niños ha sido minusvalorada de forma histórica dándose por hecho que es normal que los niños lloren. Es normal que un niño llore al ir al médico por lo que ya hemos explicado, pero eso no quiere decir que no nos veamos obligados a tratar el dolor o intentar disminuir la ansiedad del proceso.

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El dolor siempre hay que tratarlo

No es ético ni moral permitir que un niño (ni ningún otro paciente) tenga dolor. De nada sirve hacer el mejor diagnóstico del mundo si no tratamos los síntomas que éste provoca.

Es responsabilidad tanto del pediatra como de los padres administrar un analgésico cuando el niño empiece a quejarse. El médico deberá valorar la intensidad del dolor para administrar al paciente un analgésico de potencia suficiente para mitigarlo. Antiguamente se creía que los analgésicos podían disimular o esconder síntomas importantes pero estudios recientes han demostrado que esto no es cierto. Por tanto, los padres deben atender el dolor de sus hijos desde el principio y administrar un analgésico incluso antes de acudir al médico, además es más fácil que éste desaparezca si se inicia pronto el tratamiento.

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¿Qué podemos hacer para disminuir el miedo?

Quizá esta sea la parte más importante. Como hemos dicho, muchos niños tienen más miedo que dolor, lo que hace si cabe más desagradable la experiencia de acudir al pediatra. Es evidente que un niño con una otitis o con un brazo roto tendrá dolor y debemos tratarlo, pero si somos capaces de disminuir el miedo con medidas no farmacológicas conseguiremos que la experiencia sea menos desagradable. Las medidas a adoptar deben ser realizadas tanto por los padres como por los médicos.

Los padres

Son las figuras de apego de los niños, en los que más confían. Por ello deben colaborar activamente en prevenir la ansiedad que les genera a los niños ir al pediatra. Una explicación clara y sencilla de por qué van al pediatra y de lo que seguramente les va a ocurrir es fundamental para que el niño afronte la visita más tranquilo.

Frases como «No te va a ocurrir nada» o » Solo vamos al médico para que vean a mamá» deben evitarse. Si un niño piensa que va al hospital a acompañar a su madre se sentirá traicionado y la experiencia cuando sea atendido será desastrosa. No se debe mentir a los niños ya que hacerles pensar que va a ocurrir algo diferente a lo que realmente va a ocurrir solo empeora las cosas.

Por el mismo motivo no debemos utilizar a los médicos como amenaza para conseguir que los niños hagan las cosas: «¡¡Si no te tomas el puré vamos al médico a te pinche el culo!!». Este tipo de frases solo aumentarán la ansiedad de los niños en caso de que tengan que acudir por otros motivos al hospital.

Los pediatras

Nosotros somos la otra pieza clave del proceso, esas personas de las que emanan todos los males que ocurren en el hospital para un niño. En definitiva: el enemigo. Sin embargo hay que darle la vuelta a la moneda e intentar que los niños no vean al pediatra como un ogro.

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Es nuestra responsabilidad adecuar el entorno en el que atendemos al niño para hacerlo más agradable (temperatura, decoración…). También, si los niños son lo suficientemente mayores, debemos explicarles lo que les vamos a hacer, incluso decirles que puede que les moleste o sientan dolor. Podemos dejar que cojan al fonendo o el otoscopio para que vean que esos aparatos no pinchan ni causan dolor.

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En niños pequeños debemos permitir que todas las exploraciones que sean posibles se realicen en presencia de los padres y si se puede en brazos de alguno de ellos. En lactantes pequeños que todavía toman lactancia materna incluso ofrecerles hacer una toma durante los procedimientos.

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En ciertas ocasiones será necesario recurrir a un juguete o a una canción que distraiga al niño (nunca en exceso para no abrumarle). Otras veces tendremos que contarles alguna historia fantástica de princesas y guerreros o de superhéroes y piratas, incluso preguntarles por la novia que todavía no tienen. Y es que, en la mayoría de los casos, los pediatras experimentados somos capaces de meternos al niño en el bolsillo y realizar una exploración sin que el niño llore a través de la calma y la paciencia. Incluso a veces se nos recompensa con un beso o un dibujo.


Por último os dejamos con un vídeo de YouTube en el que se ve a un médico poniendo una vacuna a un niño pequeño. Como otros muchos procedimientos es doloroso. Pero el buen hacer del doctor consigue que el llanto del pequeño sea muy corto: 1) viste sin bata, 2) permite que esté en brazos de sus padres, 3) le enseña lo que va a hacer antes del verdadero pinchazo y 4) una vez que le administra la vacuna le distrae para que cambie de pensamiento y se le pase pronto. (Nota: puede que Youtube te pida que te loguees para poder ver el video y que demuestres que tienes mas de 12 años).