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Decálogo para padres con hijos enfermos

Fuente: Pixabay

Es inevitable que un niño se ponga enfermo varias veces, sino muchas, durante la infancia. Y no me refiero a enfermedades graves o crónicas que puedan comprometer su día a día, como el cáncer, la enfermedad celiaca o una epilepsia, que aunque también son posibles, simplemente por estadística, son altamente improbables. Me refiero a esas enfermedades de estar por casa que en la inmensa mayoría de los casos se curarán solas sin que el pediatra tenga que intervenir.

En este sentido, es muy conveniente que los padres conozcan qué deben hacer cuando uno de sus hijos se pone malo, desde cuándo darle una medicación aunque el pediatra todavía no les haya visto hasta cuándo deben acudir a Urgencias por si se trata de algo más grave que si que requiere atención médica en ese momento.

No me estoy refiriendo a que os convirtáis en médicos de la noche a la mañana sin pasar por la Facultad de Medicina, me refiero a que estas acciones pertenecen al (auto)cuidado que todos los padres deberían conocer para ofrecer a sus hijos la mejor atención posible mientras se recuperan de una enfermedad banal.

En este post las repasamos para que las tengáis siempre en cuenta.

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Doce cosas que (quizá) no sabías de la tos y los mocos

Moco

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Es inevitable que con la vuelta al cole nuestros hijos, antes o después, se empiecen a contagiar de los virus que circulan por los colegios y las escuelas infantiles. Algunos darán lugar a dolor de garganta, otros a una diarrea y algunos a manchitas en la piel. Pero entre todo ellos, un cuadro clínico es el rey: el catarro.

Este tipo de infección está caracterizado por un cuadro respiratorio de vías altas, en el cual los mocos y la tos son los síntomas más habituales. A lo largo de post descubrirás un montón de cosas que te harán afrontar con mayor tranquilidad (y conocimiento) esos catarros que a buen seguro se acabarán cogiendo tus hijos durante la infancia.

1. Los mocos nos defienden de las infecciones

Las vías respiratorias son unos conductos que llevan el aire del ambiente a los pulmones para que podamos absorber el oxígeno que nuestro cuerpo necesita. Para que todo funcione adecuadamente, esos conductos tienen que estar lubricados, y para ello las células que tapizan las vías respiratorias producen moco, aunque ese moco no sea perceptible a simple vista. Además, los mocos son la primera línea de defensa contra las infecciones, ya que en ellos flotan un montón de moléculas y células que nos ayudan a acabar con los microbios que quieren acceder a nuestro cuerpo. Por todo ello, cuando un niño se contagia de un catarro se pone a producir moco hasta el punto de que son visibles a simple vista.

2. La tos es un reflejo

Para que las vías respiratorias no se acaben encharcando de moco, el cuerpo humano está dotado de un mecanismo que nos sirve para movilizar esas secreciones que aparecen cuando estamos acatarrados: la tos. Esta aparece por un acto reflejo cuando en esos conductos de aire están más obstruidos de lo normal, por lo que la tos no es un síntoma de que la cosa vaya mal, al contrario, nos ayuda a superar el catarro.

3. A veces hay tos y mocos con fiebre (y otras no)

Además de la tos y los mocos, en ocasiones puede aparecer fiebre acompañando a un catarro , pero que esta aparezca no quiere decir que el catarro se esté complicando, simplemente es un síntoma más que aparece en el contexto de una infección. Como comprenderéis, si aparece la fiebre, es normal que el niño se encuentre más molesto que si solo tuviera tos y mocos, pero no es nada que no se pueda solucionar con un antitérmico.

4. La tos y los mocos pueden durar muchos días

El periodo más agudo de un catarro suelen ser los primeros tres o cuatro días, momento en el que la fiebre puede estar presente. Tras esa primera etapa, es normal que los síntomas respiratorios persistan durante varios días, incluso semanas, lo que a muchos padres les hará pensar que el catarro de sus hijos no se está curando. De media, la duración de la tos y los mocos debido a una infección respiratoria es de unos quince días, y lo que ocurre muchas veces es que antes de que desaparezcan totalmente, el niño se contagie del siguiente virus que ronde a su alrededor, encadenando un proceso con otro y dando la sensación de que todo el rato están malos.

5. Los mocos son incómodos

Lo que está claro es que no es agradable respirar con la nariz taponada por los mocos, seamos un niño o un adulto. Los que ya somos mayorcitos tenemos la fortuna de saber utilizar un pañuelo para sonarnos, cosa que hasta que un niño no tiene cierta edad es incapaz de hacer. Hasta que llegue ese momento, los lavados nasales con suero fisiológico serán vuestro mejor aliado para despejar la nariz de los más pequeños de la casa.

6. El color del moco evoluciona a medida que se cura el catarro

Una creencia popular muy extendida es que si los mocos se ponen verdes es que el catarro se está complicando. Nada más lejos de la realidad. Al inicio de un catarro, los mocos suelen ser fluidos y transparentes, pero a medida que pasa el tiempo es normal que se vuelvan espesos y cambien de color amarillos o verdes. Esto se debe a que las defensas que flotan en los mocos están destruyendo a los microbios que provocan el catarro y en ese proceso las secreciones respiratorias dejan de ser transparentes. Por tanto, el cambio de color de los mocos de los catarros no es un signo de complicación, sino un signo de que nuestras defensas están actuando.

7. Los mocos no bajan al pecho

No existe un ascensor de mocos que los lleve de la nariz al pecho en un viaje de moco pa’rriba, moco pa’bajo. Sin embargo, ciertos virus tienen la capacidad de infectar no solo la zona de la nariz y la garganta, sino también los bronquios (las bifurcaciones de las vías respiratorias en los pulmones). Cuando esto ocurre, nuestro cuerpo se pone a producir moco allí donde lo necesita, y dado que los microbios entran por la nariz y en unos días es cuando llegan a los pulmones, esto puede dar la sensación de que los mocos han bajado al pecho. A pesar de ello, no hay nada que se pueda hacer para que esos microbios no bajen al pecho, ya que si lo hacen es porque tienen la capacidad para hacerlo, no que hayamos dejado de hacer algo que lo podría haber evitado.

8. El sonido de la tos nos importa poco a los pediatras

Es curiosos ver como los padres describen la tos cuando vienen a consulta: que si tos de viejo que fuma, que si tos irritativa, que si tos de perro… Incluso muchos piden al niño que tosa en ese momento para que escuchemos esa música celestial. La verdad es que el sonido de la tos nos da poca información a los pediatras, al menos para decidir si hacer una cosa u otra con el niño en cuestión. Al final, lo que nos importa es cómo está la auscultación pulmonar y si el niño tiene dificultad respiratoria, ya que la clasificación clásica de la tos (productiva, no productiva, irritativa…) no la tenemos mucho en cuenta. Quizá el único caso que sí que nos ayuda a conocer cómo es la tos es cuando esta suena a perro que ladra, a foca o a pato, ya que en estos casos sí que podemos afirmar que lo que le pasa al niño es que tiene una laringitis.

9. La tos y los mocos no se curan con antibiótico

Si has estado atento mientras leías este texto, te habrás dado cuenta que tanto la tos como los mocos son síntomas de una infección respiratoria, que en el caso de los niños, en la gran mayoría de las ocasiones, será consecuencia de un catarro provocado por un virus. Por tanto, por mucho que demos antibiótico a un niño con un catarro, no vamos a conseguir que su tos y sus mocos mejoren, incluso aunque los mocos sean verdes, ya que estos dependen de una infección provocada por un virus que se cura sola sin que el antibiótico sea necesario. En otras ocasiones, como es el caso de las neumonías u otro tipo de infecciones respiratorias causadas por bacterias, la tos y los mocos si que mejoran al dar antibiótico, pero porque el problema subyacente (la neumonía) sí que es un proceso que necesita de este tratamiento.

10. Los jarabes para la tos y los mocos no sirven para nada

Siento si con esto estoy rompiendo la burbuja de jabón en la que vuestra mente cree que este tipo de remedios son eficaces para paliar los síntomas de los catarros, pero tanto los antitusivos como los mucolíticos como los expectorantes no han demostrado una verdadera eficacia frente a los síntomas que pretenden mejorar. Por ello, ninguno de ellos figura como parte del tratamiento de los catarros de ninguna sociedad científica pediátrica contrastada. De hecho, la mayoría de estos jarabes no están autorizados en ficha técnica por debajo de los dos años, motivo añadido para no recomendarlos en caso de que un niño tenga tos y mocos. Con lo único que habría que hacer una excepción es con la miel, ya que ésta sí que ha demostrado cierta eficacia para mejorar las horas de descanso cuando un niño tienen tos. Recordad que la miel se puede dar a un niño a partir del año de vida, pero al contener muchos azúcares debéis lavarle luego los dientes.

11. Los niños con tos y mocos pueden tener otitis (pero no siempre)

La otitis es una infección del oído que da lugar a dolor o irritabilidad y, sobre todo en niños pequeños, fiebre. La mayoría de las otitis están causadas por una bacteria que se llama neumococo, y que en ocasiones requiere antibiótico para su curación (cuando los niños tienen menos de dos años o presentan algún signo de gravedad como la fiebre alta o la superación). Lo que si que suele ocurrir antes de que se produzca el cuadro de fiebre y dolor de oído es que casi todas la otitis van precedidas de un cuadro catarral, el cual sirve de caldo de cultivo perfecto, con sus mocos por todos lados, para que el dichoso neumococo haga de las suyas. De todas maneras, esto no quiere decir que siempre que un niño tenga un catarro vaya a acabar en otitis, pero sería una cosa a vigilar y tener en cuenta.

12. No os fijéis tanto en la tos y la mocos y observad si a vuestro hijo le cuesta respirar

Para finalizar, lo más importante que debéis hacer cuando vuestros hijos tengan tos y mocos es aprender a diferenciar si estos síntomas se acompañan de dificultad respiratoria (si respiran deprisa, si hacen ruido al respirar, si marcan las costillas o utilizan los músculos del cuello en cada respiración…) ya que esto es lo que realmente nos importa a los pediatras. Si vuestros hijos tienen tos y mocos, pero se encuentran bien y no les cuesta respirar, incluso aunque tengan fiebre, podéis esperar a que vuestro pediatra os atienda cuando tenga cita. Pero en el caso de que detectéis dificultad respiratoria debéis acudir a Urgencias sin demora.


Y hasta aquí este repaso a la tos y los mocos, síntomas que a buen seguro vuestros hijos tendrán más de una vez (y más de dos) a lo largo de la infancia.

Fuente: Dos Pediatras en Casa G.O

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Además, en septiembre de 2021 echó a rodar «Sin Cita Previa», un podcast del que somos presentadores y que seguro que también te pude gustar. Puedes escucharlo en:

¿Por qué tienen tos los niños?

niño médico

Fuente: GTRES

Creo que no me equivoco si digo que todas las personas que hay en el mundo han tenido tos alguna vez. Y si no la han tendido todavía, estoy convencido de que toserán en algún momento a lo largo de su vida. Al fin y al cabo, la tos es un mecanismo fisiológico del que está dotado el cuerpo humano para aclarar las secreciones respiratorias, de tal forma que no nos convirtamos en un saco lleno de moco del que no nos podemos desprender.

Además, la infancia es la época de la vida en la que más infecciones respiratorias se producen, por lo que es habitual ver que un niño tose de manera frecuente mientras le asoman por la nariz un par de mocos transparentes, incluso aunque no tenga fiebre.

¿Pero, desde el punto de vista médico, qué significa la tos? ¿Cuáles son los mecanismo últimos por los que se produce? ¿Podemos sacar alguna conclusión acerca de qué le pasa al niño si la tos es seca o es productiva? ¿Existe algún tratamiento realmente eficaz para que los niños tosan menos? En este post encontraréis respuesta a todas estas cuestiones.

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La bronquiolitis ha vuelto

Moco

Fuente: Pixabay

Cuando te dedicas a la pediatría sabes que durante los meses fríos del año las consultas de los centros de salud y las salas de espera de las urgencias del hospital se ven ocupadas por niños de corta edad a los que les cuesta respirar, muchos de los cuales acabarán ingresando en el hospital para administrarles oxígeno. Durante esos meses ocurre la epidemia de bronquiolitis, una enfermedad provocada por el virus respiratorio sincitial (VRS), la cual tensiona hasta el límite la capacidad asistencial de los sistemas de salud infantiles; de hecho, la bronquiolitis es el motivo de ingreso más frecuente en pediatría.

Sin embargo, durante la temporada 2020-2021 parecía que el VRS se hubiera tomado unas vacaciones, al menos hasta hace unas pocas semanas. Esto de que no hayamos visto bronquiolitis durante los últimos meses es una constante que se ha repetido no solo en España, sino en todo el mundo. Pero es que el invierno 2020-2021 ha sido diferente, ya que desde marzo de 2020 nos encontramos en situación de pandemia por la COVID-19, y con ella se han implementado una serie de medidas para disminuir el contagio de esta enfermedad que también son efectivas para el resto de las infecciones respiratorias (distancia social, higiene de manos frecuente, uso de mascarillas…).

Fijaos si han sido efectivas que, tras el inicio del curso escolar y hasta unas semanas después de las navidades, los episodios de infecciones respiratorias (los típicos catarros) han sido anecdóticos comparados con otras temporadas, incluso este año no ha habido epidemia de gripe (otro virus que pone en jaque al sistema sanitario todos los años). Es como si el verano, época del año en la que no circulan tantos virus respiratorios y en la que los niños suelen encontrarse sanos como robles, se hubiera prolongado durante varias estaciones.

Como os decía, hasta marzo-abril de 2021 la incidencia de infecciones respiratorias ha sido mucho menor que los años pasados, pero desde hace varias semanas estos cuadros están en aumento, y entre ellos la bronquiolitis provocada por el VRS no podía faltar a su cita anual, aunque con retraso. Esta situación ya nos la habían anticipado nuestros colegas que viven en las antípodas, ya que en Australia fueron los primeros en comprobar que tras el inicio de la COVID-19, la epidemia de VRS se desplazaba a la primavera del año siguiente, momento en el que habitualmente ya no hay casos de bronquiolitis provocados por el VRS y empezamos a salir del túnel en el que se ve inmersa la asistencia sanitaria en pediatría cada invierno.

Durante las siguientes semanas es muy probable que los casos de bronquiolitis sigan aumentando, aunque no creo que el número de casos llegue al extremo de un invierno habitual. Mientras tanto, merece la pena hacer un pequeño repaso de en qué consiste esta enfermedad y su tratamiento.

¿Qué es la bronquiolitis?

La definición clásica de bronquiolitis hace referencia al ‘primer episodio de sibilancias y dificultad respiratoria en un niño menor de 2 años en el contexto de una infección viral’.

Esta definición contiene una serie de conceptos que son muy importantes:

  • Hace referencia al ‘primer episodio’. Por tanto, bronquiolitis solo se puede tener una vez en la vida. Los siguientes episodios en los que se auscultan sibilancias, aunque muy similares a una bronquiolitis, por definición no se pueden llamar así, por lo que deberíamos emplear otro término, en general bronquitis o broncoespasmo.
  • Se trata de menores de 2 años. Por tanto, las bronquiolitis son una enfermedad de niño pequeño. De hecho son más frecuentes por debajo del año de vida, sobre todo en los menores de 6 meses.
  • Aparecen en el contexto de una infección viral. Y aquí el VRS es el rey, ya que provoca el 80-90% de los cuadros de bronquiolitis.

El VRS es un virus que se transmite por gotitas, es decir, por contacto directo con las secreciones de un paciente infectado o cuando inhalamos las gotitas que salen de nuestra boca o nariz cuando hablamos, tosemos o estornudamos. Estas gotitas se quedan en suspensión en el ambiente unos pocos segundos, a diferencia de los aerosoles de los que todos habréis odio hablar en los últimos meses debido a que es la forma de transmisión más frecuente del SARS-COV-2, responsable de la enfermedad COVID-19.

Por tanto, la forma de prevenir el virus que más frecuentemente provoca la bronquiolitis es muy sencilla: lavado de manos frecuente y empleo de mascarilla en el caso de que estés acatarrado (este virus en niños mayores y adultos suele provocar solo catarros), además de evitar que los niños con cuadros respiratorios importantes acudan a la escuela infantil o al colegio.

¿Qué síntomas provoca la bronquiolitis?

El cuadro clínico de bronquiolitis es siempre muy similar. En primer lugar, el VRS coloniza la vía respiratoria superior, lo que da lugar a un cuadro catarral, en general con tos y mocos. Durante estos primeros días suele aparecer también fiebre.

Al cabo de dos o tres días, el virus avanza por la vía respiratoria y llega hasta los pulmones, en donde provoca inflamación en los bronquiolos que se acompaña de un aumento de las secreciones a dicho nivel. Esto provoca que cuando el niño coge aire le cueste respirar en mayor o menor medida y en la exploración física detectemos sibilancias en la auscultación.

Dependiendo de la gravedad del episodio, estos síntomas podrán ser tratados de forma ambulatoria o requerirán ingreso hospitalario, esto último mucho más frecuente en los niños por debajo de los tres meses de vida y con antecedentes personales importantes, como la prematuridad o las cardiopatías congénitas.

Si todo va bien, la parte más aguda de la enfermedad tiene una duración de unos siete días, para mejorar después poco a poco. De hecho, es muy frecuente que tras un episodio de bronquiolitis, estos niños arrastren una tos durante varias semanas.

¿Cuál es el tratamiento de la bronquiolitis?

Por desgracia, no existe ningún ensayo clínico que haya demostrado que existe un tratamiento farmacológico eficaz para la bronquiolitis, más allá del tratamiento sintomático de soporte.

Sé que muchos os estaréis llevando ahora las manos a la cabeza porque seguro que en alguna ocasión os han indicado para esta enfermedad salbutamol inhalado, aerosoles o corticoides vía oral. Como decía, no hay ningún estudio que haya demostrado que sean eficaces para tratar a estos niños, aunque a día de hoy todavía hay muchos pediatras que los emplean porque antiguamente era el tratamiento estándar.

A día de hoy, las guías clínicas sobre bronquiolitis recomiendan que el tratamiento de la bronquiolitis se limite a un tratamiento sintomático:

  • Lavados nasales cuando tienen la nariz taponada.
  • Posición semiincorporada cuando están tumbados.
  • Tomas fraccionadas (más frecuentes, pero de menor cantidad).
  • Antitérmicos si hay fiebre o malestar.

En el caso de que estas mediadas de soporte no funcionen o el cuadro respiratorio progrese hasta provocar dificultad respiratoria, el ingreso hospitalario está asegurado, así que no dudéis en acudir a urgencias o a vuestro pediatra si el niño presenta mal estado general, deja de comer o presenta dificultad respiratoria (respira muy deprisa, marca las costillas al respirar…). En estos casos suele ser suficiente con la administración de oxígeno, aunque en algunos casos se requiere el ingreso en UCIP para su tratamiento.

Una reflexión final

He comenzado este texto hablando de lo raro que ha sido que el invierno pasado no viéramos cuadros de bronquiolitis. De hecho, muchos ya cantábamos victoria como si nos hubiésemos librado, al menos por un año, de esta epidemia. Desconozco si el aumento de casos que estamos viviendo ahora continuará hasta alcanzar un pico epidémico tan alto como el de cada invierno o se quedará en una epidemia de menor envergadura. Lo que está claro es que el VRS está entre nosotros.

Es difícil encontrar una explicación a por qué los casos de VRS se han desplazado al final de la primavera, sobre todo si tenemos en cuenta que las medidas higiénicas que nos protegen contra la COVID-19 siguen vigentes y que tan bien han funcionado contra las demás infecciones respiratorias al inicio del curso escolar, incluida la bronquiolitis provocada por VRS.

Quiero pensar que este aumento de casos no se debe a la relajación de estas medidas por parte de los padres en los más pequeños de la casa y que siguen (seguimos) siendo responsables a la hora de no llevar al colegio a nuestros hijos cuando están con fiebre o con un cuadro respiratorio importante, por mucho que se haya realizado un test de antígeno o una PCR para descartar que esa sintomatología la pudiera estar provocando el coronavirus.

Como padres, somos responsables de no llevar enfermos a nuestros hijos al colegio o la escuela infantil, en primer lugar porque no es el lugar más adecuado mientras un niño se encuentra mal, pero también porque no es solidario con el resto de los compañeros de su clase. Si lo seguimos haciendo igual de bien como en los últimos meses, estoy seguro de que los casos de VRS (y de otras infecciones respiratorias) disminuirán y llegaremos al verano libres de mocos.


Fuente: Dos Pediatras en Casa G.O

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Los niños no cogen frío

Una de las grandes cosas que se ha conseguido en este año y pico que llevamos de pandemia COVID es que la gente entienda que para contagiarse hace falta otra persona que transmita el virus. De hecho, todos sabemos que si entras en contacto estrecho con una persona positiva debes guardar cuarentena durante unos cuantos días por si te has podido contagiar. La verdad es que el esfuerzo divulgativo que se ha hecho a este respecto desde perfiles sanitarios y medios de comunicación ha sido muy grande y, en mi opinión, el mensaje de que este puñetero virus se transmite de persona a persona ha calado muy bien en la sociedad. Es cierto que podríamos discutir y abrir un debate sobre si este virus se transmite más por aerosoles, por gotículas, por fómites o sobre si la mascarilla es realmente necesaria en espacios abiertos en los que podemos mantener la distancia social de seguridad, pero en ese supuesto debate hay una cosa tan clara como el agua de una fuente: si no hay de por medio una persona que tiene el virus y que se lo transmite a otra persona, el contagio no es posible. Es decir, es necesario que el virus pase de una persona a otra.

Perdonad que me haya extendido un poco en la introducción de este post, pero creo que era necesario poner las cosas en contexto, porque hay una cosa que no acabo de comprender: ¿por qué la gente entiende perfectamente que la COVID, que es una enfermedad provocada por un virus, se transmite entre personas, pero sigue pensado que sus hijos han debido coger frío cuando se acatarran, cuando los catarros son también enfermedades infecciosas provocadas por virus?

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¿Pueden acatarrarse los niños por andar descalzos?

Una de las grandes creencias acerca de los niños augura que si caminan descalzos cuando hace frío es muy probable que acaben acatarrados. Quien más quien menos, en alguna ocasión hemos escuchado a algún familiar reprender a nuestros hijos con frases como “cálzate que te vas a coger una pulmonía” o “esos mocos que te cuelgan de la nariz se deben a no haberte puesto las zapatillas de estar por casa mientras jugabas en tu cuarto”.

Desde hace tiempo sabemos que los catarros son infecciones respiratorias provocadas por virus que cursan con mucosidad nasal, tos, dolor de garganta y, en muchas ocasiones, fiebre y malestar general. Pero, ¿cuánto de cierto hay en que estas infecciones puedan estar provocadas por caminar descalzos? ¿Son capaces los virus de introducirse en el cuerpo de nuestros hijos a través de sus pies desnudos?

En este post encontrarás respuesta a todas tus dudas, además de convertirte en esa madre o padre informado que pone un poco de cordura en los grupos de Whatsapp del colegio…

¿Qué es un catarro?

Empecemos por el principio. Como hemos dicho, un catarro es una enfermedad infecciosa provocada por virus (el más frecuente de todos, el rinovirus, pero hay muchos más…) el cual se transmite por vía respiratoria cuando un niño enfermo tose, estornuda o habla y lanza al aire unas gotitas microscópicas de saliva y secreciones respiratorias que finalmente son respiradas por un niño sano, o también por contacto directo con las secreciones (p. ej. saliva o mocos) entre enfermo y sano. Tras unos días (u horas) de periodo de incubación, el niño que estaba bien empezará con los mismos síntomas que su compañero enfermo.

Estos síntomas de catarro pueden durar varias semanas, normalmente unos diez o quince días para la mucosidad nasal. Si tenemos en cuenta que durante los meses escolares lo niños se pillan unos diez o doce virus de este tipo, lo más probable que estén con las velas colgando de la nariz desde finales de septiembre hasta que lleguen las vacaciones de verano.

Como veis, esto coincide con los meses fríos del año, ya que este tipo de infecciones se producen sobre todo durante el otoño y el invierno, porque ¿quién se acuerda de los mocos y los catarros durante el verano? Casi nadie, ¿verdad? Simple y llanamente porque durante esos meses, los virus que provocan catarros están agazapados a la espera de tiempo mejores…

¿Nos podemos acatarrar por el frío?

A nadie se le escapa que cuando hace frío y salimos a la calle, al rato de estar expuesto a las inclemencias meteorológicas, es habitual que empecemos a moquear y tengamos que sorber los mocos de la nariz o sonarnos en un pañuelo. ¿Sabéis por qué ocurre esto? Resulta que el cuerpo humano es muy listo y para que la mucosa respiratoria no sufra al inhalar aire frío se pone a segregar moco, el cual actúa como lubricante y calefacción tanto para la nariz como para los bronquios y los pulmones. Lo habitual es que al entrar de nuevo al cobijo de nuestras casas en las que el ambiente está más caldeado, al poco tiempo ni nos acordemos de lo que nos ha pasado. Esta secuencia de hechos ocurre exactamente igual en adultos que en niños.

El problema surge cuando un niño empieza a moquear un día de frío mientras juega en el parque y a pesar de haber vuelto a casa estos no desaparecen. En tal caso, lo que habrá ocurrido es que esos mocos serán producto de un catarro que estaba incubando el pequeñajo y habrá coincidido en el tiempo el inicio de la infección con el haber estado jugando en la calle.

Es cierto que hay estudios que han demostrado que en ambientes fríos es más probable acatarrarse por un virus, pero lo que es una verdad como un templo es que si no hay virus de por medio es imposible que se desarrolle un catarro. En resumen, sin virus no hay paraíso, o en este caso, sin virus no hay infierno, porque anda que no son molestos los mocos de los niños.

¿Y qué pasa con los pies?

Llegados a este punto toca hablar de los pies y de la leyenda que dice que andar descalzo es comprar lotería para que los niños se acatarren. No hay abuela (ni abuelo, que os veo venir) que no sepa que esto procede de un conocimiento ancestral que hemos heredado de generaciones anteriores como un dogma que sí o sí tiene que ser verdad.

Sin embargo, con lo de andar descalzo pasa lo mismo que con el frío de la calle y los catarros. Hay estudios que han demostrado que al enfriarse los pies se produce una vasocostricción refleja de la mucosa nasal lo que podría llevar a que el niño moquee un poco, incluso que sea más fácil que se contagie de un virus con el que se cruce por el camino. Pero he aquí el quid de la cuestión otra vez: sin virus no hay catarro por muy fríos que estén los pies. Vamos, que es más probable que se nos cayeran los dedos de nuestras extremidades inferiores o nos muriéramos de frío si a una mente perversa se le ocurriera dejarnos en medio del Polo Norte sin calzado, sin nadie a nuestro alrededor que nos puda contagiar que que nos acatarremos en dichas condiciones.

Además, si caminar descalzo fuera causa de catarro, ¿no deberíamos estar enfermos todo el rato en verano que es cuando más tiempo llevamos los pies al aire? Por experiencia sabéis que no es así, pero, además, la ciencia nos dice que en esta época del año no circula tanto virus que infecte las vías respiratorias por lo que la probabilidad de que nos acatarremos en época estival es muy escasa, caminemos o no descalzos.


Así que apliquemos el sentido común. Si un niño camina por casa descalzo, está cómodo y no se queja de que tenga frío, pues no pasa nada, al menos desde el punto de vista de los catarros, que otra cosa bien distinta es que pise el avión ese que tiene un punta para arriba y que siempre deja tirado por su habitación. Si por el contrario, sois de los que no tenéis suelo radiante y además es de mármol cual témpano de hielo, pues mira, unos calcetines gorditos y unas zapatillas de estar por casa de cuadraditos vintage (ahora sí, de las que le gustan a las abuelas) le van a venir de maravilla para que no pase frío en sus pequeños muñoncitos.

Algo parecido pasará si estáis fuera de casa: si hace frío, calzad a vuestros hijos, y si hace calor, pues que vayan descalzos si quieren, porque, hagáis lo que hagáis, los mocos y los catarros llegaran a vuestros hijos cuando se contagien de un virus, independientemente de que lleven o no los pies cubiertos.

También te puede interesar:

Bibliografía:

  • Cold temperature and low humidity are associated with increased occurrence of respiratory tract infections (Link).
  • Acute cooling of the body surface and the common cold (Link).
  • Temperature-dependent innate defense against the common cold virus limits viral replication at warm temperature in mouse airway cells (Link).
  • Acute cooling of the feet and the onset of common cold symptoms (Link).

Catarros y mocos: mitos y leyendas

Los catarros y los mocos. Los mocos y los catarros. Viejos conocidos de las consultas de pediatría y tan presentes en los niños pequeños que parece que hubieran nacido con ellos. La cultura popular ha creado muchos mitos y leyendas alrededor de este síntoma banal que no genera nada más que incomodidad a nuestros hijos.

En este post repasamos qué es un catarro y qué son los mocos desmontando sus mitos y leyendas.

1. Los catarros son consecuencia del frío. FALSO

Cierto es que los catarros suelen ocurrir principalmente en los meses fríos del año, sin embargo estos se producen por infecciones por virus. A los niños hay que abrigarles para que no pasen frío, pero no para que no se acatarren.

2. Mi hijo tiene muchos mocos, seguro que le va a salir un diente. FALSO

No hay ninguna base científica en esta afirmación. Ningún estudio de calidad ha conseguido demostrar que la salida de un diente produzca mucosidad nasal. Durante los primeros 2-3 años de vida de un niño salen un montón de dientes de leche por lo que es habitual que coincidan en el tiempo la salida de uno de ellos con un catarro que produzca moco.

3. Mi hijo no puede tener un catarro porque no tiene fiebre. FALSO

La fiebre es un síntoma más de infección. No es imprescindible tener fiebre para que un pediatra diagnostique a un niño de un catarro. Lo habitual es tener tos y mucosidad nasal, y en ocasiones algo de fiebre.

4. Mi hijo está muy enfermo, lleva con mocos varios meses. FALSO

La duración media de la mucosidad durante un catarro son unos 15-20 días. Si tenemos en cuenta que un niño de guardería se contagia de unos 10-12 al año (concentrados en el invierno) lo normal es que siempre esté con mocos.

5. A mi hijo le ha bajado el moco al pecho. FALSO

Las catarros no bajan la pecho, es decir, el moco no gotea por detrás de la garganta, accede a la traquea y llega al pulmón. Eso no ocurre así. Sin embargo, los virus que dan lugar a bronquitis y bronquiolitis empiezan siempre por un cuadro catarrral que con los días evoluciona. Durante estos días el virus que lo provoca va colonizando la vía aérea y al final llega al pulmón. Esa llegada del virus al pulmón es la que genera moco y no al revés.

6. Tengo que «sacarle» los mocos a mi hijo para que no le bajen al pecho. FALSO

Como ya hemos dicho, que se produzca una bronquitis depende de la capacidad de los virus de invadir la vía aérea inferior y no de lo frecuente que los padres limpien los mocos a sus hijos.

7. El moco de mi hijo se ha infectado porque ha cambiado de color a verde y/o amarillo. FALSO

Durante un catarro común el moco cambia y evoluciona de color. Al principio suele ser líquido y trasparente para en unos días hacerse espeso con un color amarillo o verde. Esto ocurre normalmente en cualquier catarro y no es un signo de que esté ocurriendo ninguna complicación.

8. Tengo que limpiar los mocos de mi hijo para que respire mejor. VERDADERO

La nariz  es la zona más estrecha de toda la vía aérea, además muchos niños no saben respirar por la boca. En caso de que los mocos taponen la mitad de la nariz entraría la mitad de aire al respirar. Por eso es muy importante limpiar la nariz de los niños.

9. La mejor forma de limpiar los mocos es con un «sacamocos». FALSO

Los lavados nasales son la forma más eficaz de limpiar la nariz. Para ello es necesario tener un poco de «mala leche» y hacerlo con fuerza, como si se limpiara una tubería. Los aspiradores de moco resultan poco eficaces ya que no llegan a la orofaringe (parte de atrás de la nariz, donde se junta con la garganta), además de ser poco higiénicos.

10. Para disminuir los catarros es bueno tomar vitaminas. FALSO

Una alimentación sana y normal aporta los nutrientes necesarios para que un niño se desarrolle y mantenga unos niveles de vitaminas adecuados. La toma «extra» de vitaminas no da lugar a que los niños se contagien menos.

11. Para que mi hijo tenga menos mocos le tengo que dar un mucolítico o un antihistaminico. FALSO

No existe ningún estudio científico de calidad que haya demostrado que tomando un jarabe de ningún tipo se tenga menos moco. Si existiera, los pediatras estaríamos encantados de mandarlo a nuestros pacientes. Hasta que alguien lo invente (y demuestre su eficacia) lo adecuado es la limpieza nasal y mantener bien hidratado al niño.

12. Voy a dejar de dar leche a mi hijo porque le produce mocos. FALSO

Este es quizá de los mitos más extendidos. La leche no produce mocos. Al igual que con los dientes, no existen estudios de calidad que hayan demostrado que esa afirmación sea correcta.


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