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¡Mi hijo no quiere beber agua!

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Con la llegada del calor muchos padres y madres acuden a la consulta del pediatra preocupados porque sus hijos beben poca agua y piensan que pueden deshidratarse. Sin embargo, nuestro cuerpo, incluso el de los más pequeños de la casa, está diseñado para compensar las pérdidas de líquidos que tenemos a lo largo del día, gracias a un maravilloso mecanismo: la sed.

En este post os contamos si es necesario ofrecer o forzar a los niños a beber agua, especialmente a los que todavía no saben hablar, o podemos dejarles que sean ellos los que decidan si beben más o menos.

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¡Mi hijo bebe mucha agua!

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La sed es un mecanismo maravilloso que ha diseñado la naturaleza para que no nos deshidratemos y compensemos las pérdidas de líquidos y sales minerales que tiene nuestro cuerpo. Normalmente bebemos cuando tenemos sed y, en el caso de que tomemos más líquido del que corresponde, lo eliminamos a través de la orina.

Sin embargo, muchas familias consultan con el pediatra cuando observan que su hijo pequeño bebe más de la cuenta, ya que, no en vano, existen algunas enfermedades que cursan con un aumento de sed o una ingesta de líquidos desproporcionada.

En el post de hoy repasamos cómo actúa el mecanismo de la sed, y qué enfermedades pueden dar lugar a más ingesta de líquidos de lo habitual.

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¿Cada cuántos días hay que bañar a un bebé?

Llegan las ocho de la tarde y en tu cabecita una voz se pregunta: «¿Lo baño hoy o lo dejo para mañana?». En ese momento un angelito aparece en tu hombro derecho y te dice que mejor hoy, no vaya a ser que llame la abuela para preguntar qué tal ha pasado el día su nieto y se entere de que se ha ido a dormir sin haberle metido un buen fregao; mientras, en el otro hombro aparece un diablillo que te intenta convencer de que no pasa nada por dejarlo para el día siguiente, que suficiente has tenido ya con levantarte a las 6.30 am, trabajar hasta las 5 pm, hacer de animadora infantil el resto de la tarde como para ahora montarse un spa para niños cuando a ti lo que te apetece es espanzurrarte en en el sofá y ponerte Netflix.

La pregunta en cuestión tiene mucha más miga de lo que podáis imaginar, o al menos eso me parece a mí, ya que muchos padres y madres nos preguntan en consulta cada cuánto deben bañar a sus hijos entre otros menesteres de higiene infantil. En este post intentaré poner un poco de sentido común al asunto, pero sin perder la perspectiva médica, que al fin y al cabo es la que a nosotros nos atañe.

¿Por qué hay que bañar a los niños?

Desde el mismo momento en que los niños nacen cabe la posibilidad de que se ensucien. De hecho, tras el parto se encuentran impregnados en líquido amniótico y sangre de su mamá que antes o después habrá que lavar de sus pequeños cuerpecitos.

Y a medida que se abren paso a la vida empiezan a surgir otras situaciones que pueden hacer que el bebé esté sucio o no huela bien, como esa caca enorme que le mancha toda la espalda, un pis a modo de fuente que le moja la tripa o regurgitaciones de leche que no es que huelan especialmente bien. Más adelante, cuando empiezan a tener algo de autonomía para desplazarse por si mismos, lo normal es que se arrastren por el suelo y se conviertan en una escoba atrapapolvo. Y si pensamos en cómo se ponen con la alimentación complementaria ya no te quiero ni contar.

A partir de los dos o tres años suelen volver del parque hasta arriba de barro, manchas de césped y vaya usted a saber qué más… Y al acercarse a la adolescencia, quizá ya no se manchen tan a menudo, pero su olor corporal se transforma en algo parecido a un vestuario de gimnasio.

Todas estas situaciones nos deben hacer pensar que en los niños hay que mantener un mínimo de higiene corporal (o quizás aspirar a un máximo). Y hasta que se hagan mayores y sean ellos los que decidan cada cuánto se deben duchar, somos los padres los que debemos tomar la decisión de cuándo pasarlos por el agua y jabón de la bañera. En la mayoría de las ocasiones esto dependerá de si el niño está limpio o sucio.

La piel de los bebés es delicada (y también la de los niños y los adultos)

Aunque no lo parezca, la piel es uno de los órganos más importantes del cuerpo humano. Entre otras muchas cosas nos sirve de barrera física contra las agresiones externas del mundo en el que vivimos. Por eso tenemos vello corporal -que nos protege del frío-, pelo en la cabeza -otro buen aliado contra el frío, pero también contra los golpes– o cejas y pestañas -que proporcionan protección a los ojos-.

Por otro lado, como si de una mano de pintura invisible se tratara, nuestra piel está recubierta por una finísima capa de grasa que proviene de las glándulas sebáceas que hay en ella y que nos aísla de la humedad y otras inclemencias meteorológicas, además de protegernos de contaminantes externos o algunas sustancias irritantes. Los niños poseen esta capa protectora al igual que los adultos, pero cuanto más pequeños son, más delicada es su piel ya que los mecanismos para reparar esa cubierta cutánea son todavía inmaduros.

Los jabones con los que nos lavamos son capaces de disolver la capa de grasa que cubre la piel, por lo que un exceso de limpieza podría eliminarla por completo y dejarla desprotegida, tanto en niños como en adultos. Con esto no quiero decir que no haya que lavar a los niños, pero nos debe hacer pensar que no hace falta frotarles como si hubiera que sacarles brillo ya que podría ser contraproducente.

Baño diario: ¿sí o no?

Decía Aristóteles que la virtud está en el termino medio y aplicado al baño de los niños no podemos estar más de acuerdo. Está claro que a los niños hay que asearlos, pero como hemos visto, un exceso de higiene, incluso con productos respetuosos para su piel, puede ser contraproducente. A pesar de ello, la gran mayoría de los niños toleran de sobra un baño al día.

En España lo habitual es que nos bañemos todos los días, tanto los niños como los adultos, inclusos en verano lo hacemos hasta varias veces en las mismas 24 horas. Sin embargo, en los países del norte de Europa lo habitual es bañar a los niños cada 3 o 4 días, seguramente porque tienen climas más fríos que la península ibérica. En mi opinión no hay una opción mejor que otra siempre y cuando se respeten unos mínimos de higiene.

Entre esos mínimos de higiene estaría, por ejemplo, la zona del pañal de los más pequeños de la casa. En este caso, si veis que con las toallitas no es suficiente para que el bebé esté limpio, sí que deberíais lavar esa zona con agua y jabón todos los días, independientemente de cada cuánto les aseéis todo el cuerpo.

¡¡Aplicad el sentido común y no os agobiéis!!

Teniendo en cuenta todo lo anterior, la decisión de si bañar a un niño todos los días o hacerlo con menor frecuencia la podéis tomar vosotros tranquilamente sin que sea obligatorio hacer una cosa u otra. Es habitual que en consulta muchos padres nos comenten que para sus hijos la hora del baño es un momento agradable y que lo disfrutan mucho, mientras que para otras familias supone un momento de estrés muy grande tanto para el niño como para ellos.

Aplicando el sentido común, y respetando esos mínimos de higiene de los que hablaba antes, haced con vuestros hijos lo que mejor os encaje. Y sobre todo, no os agobiéis ni os sintáis culpables si un día os han dado las diez de la noche y no habéis bañado al churumbel, que podéis dejarlo para el día siguiente sin ningún problema.

Por último, en el caso de que vuestro hijo tenga una piel delicada, como por ejemplo aquellos que padecen dermatitis atópica, puede ser útil desde el punto de vista médico que los baños sean cortos y demorarlos a cada 48-72 horas.

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¿Desde cuándo pueden beber agua los bebés?

Ahora que llega el buen tiempo y empieza a hacer calor, muchas madres se preguntan si sus hijos pequeños pueden beber agua para calmar la sed que creen que tienen, en un intento de resfrescarles un poco el espíritu. Porque quizá en Gijón, con la brisa del mar y alguna que otra tormenta, no haga falta, pero en Sevilla, a 43º a la sombra, ¿quién no le daría un buen lingotazo a la fuente del parque para apaciguar el calor del verano? Seguro que todos.

Antes de meternos en faena vamos a dejar claros un par de conceptos. A lo largo de este post nos referiremos como «bebés» a aquellos niños que todavía toman lactancia (ya sea materna o artificial) como la parte fundamental de su alimentación, que como bien sabréis son los menores de un año. Por tanto, el título de esta entrada se podría cambiar por «¿cuándo pueden beber agua los niños menores de un año?»… De esa edad en adelante haremos mención al final de este artículo. Vamos a ello!!

Las necesidades de líquidos de un bebé

Una de las cosas que te grabas a fuego cuando estudias pediatría es la cantidad de mililitros (mL) que necesita un niño según su peso para cubrir sus necesidades hídricas diarias. Es lo que se conoce como regla de Hollyday y nos sirve a los pediatras, por ejemplo, para calcular el suero que tenemos que poner a un niño al que van a operar de una apendicitis para que no se deshidrate, pero también para calcular qué cantidad de leche debería tomar un bebé para mantenerse bien hidratado y crecer de forma adecuada.

Otra cosa que seguro que sabéis es que hasta los 6 meses de vida, los bebés sanos son capaces de alimentarse solo de leche, ya sea materna o artificial. De ahí que la recomendación tanto de la OMS como de la Asociación Española de Pediatría sea la de esperar hasta esa edad para iniciar la alimentación complementaria, es decir, los alimentos diferentes a la leche.

Os parecerá una tontería, pero ¿cómo puede entonces mantenerse un niño tan pequeño bien hidratado si sólo toma leche? Pues aquí es donde la naturaleza hace su magia, porque ¿sabéis qué? Cerca del 90% de la composición de la leche materna (y también de la artificial) es agua, lo que garantiza que el bebé toma líquidos suficientes siempre y cuando se respete la lactancia a demanda.

Pero si la leche es agua casi en su totalidad, ¿puedo darle entonces agua a mi bebé?

Seguro que a más de uno le habrá saltado esta pregunta a la cabeza y tiene toda su lógica, sobre todo a los que alimentáis a vuestros hijos con leche artificial: si para preparar un biberón pongo unos polvos en un recipiente con agua, ¿que tiene de malo que le de un poco de agua sin más? Parece lógico, ¿verdad? Incluso, «¿qué más dará un lingotazo de agua en vez de la teta de mi mamá? Así la dejo descansar un rato…».

El problema surge porque los bebés más pequeños notan hambre cuando se les vacía el estómago, a diferencia de los adultos que nos damos cuenta de que queremos comer de forma diferente. Si a un bebé que pide le damos unos buchitos SOLO de agua, su cuerpo pensará que está comiendo y es probable que luego no reclame una toma cuando realmente le toca, ya sea de teta o de biberón.

Por eso los pediatras repetimos como un mantra «la lactancia debe ser a demanda», lo que garantiza que el niño toma los nutrientes que necesita, pero también los líquidos que le hacen falta. En verano, cuando hace calor y el niño tiene más sed, esta será más frecuente, así como cuando tiene una gastroenteritis ya que las necesidades de líquidos son mayores. Por eso es muy habitual que durante la época estival los bebés reclamen más tomas de lo que hacían habitualmente. Además, recordad que la primera parte de una toma de lactancia materna tiene sobre todo agua, por eso esas tomas «extra» que hacen en verano os puedan parecer solo un chupito comparadas con las que hace cuando os vacían el pecho entero.

¿Y que pasa a partir de los 6 meses?

Entre los 6 y los 12 meses de vida, los niños realizan una transición entre la lactancia exclusiva a comer «de todo», es decir, como un adulto. En ese proceso la leche va perdiendo protagonismo hasta que, al rededor del año de vida, no representa más del 30% de la ingesta calórica diaria (no os volváis locos que no hace falta que calculéis nada). A este periodo de la vida se le conoce como alimentación complementaria.

Como os podéis imaginar, si la leche, que era la fuente única y principal de líquidos para un niño menor de seis meses empieza a perder protagonismo, algo habrá que hacer para que el niño no se deshidrate. Pero no os preocupéis que está todo pensando.

Los alimentos que acompañan a la leche como parte de la alimentación complementaria también contienen agua. Por ejemplo, las frutas son casi todo agua: las fresas un 91%, la manzana un 84%, la naranja un 88%… Y en cuanto a las verduras: las judías verdes un 90%, el calabacín un 95%, la zanahoria un 88%… Además, ¿quién hace un puré de verduras en seco? Todo esto pone de manifiesto que aunque un niño no tome leche para comer o para merendar, parte de la ingesta hídrica que necesita la compensa con los propios alimentos que ha comido.

De todas formas, sobre todo en los niños que toman lactancia artificial o en aquellos que toman materna y su mamá no está presente, no está de más que a partir de los seis meses se les ofrezca (ojo, ofrecer no es forzar a beber) un poco de agua en las comidas, como parte de los líquidos que deben tomar a diario.

¿Y qué es mejor: con vasito o biberón?

Habréis visto en las tiendas para bebés multitud de cacharros para enseñar a los niños a beber: que si vasitos con boquilla, que si vasitos 360º, que si tazas con asas ergonómicas, que si biberones de agua…

La verdad es que da un poco igual lo que utilicéis cuando llegue el momento de ofrecer agua a vuestro hijo. Sin embargo, tenéis que pensar que no es lo mismo tomar teta o un biberón, que tomar un vaso de agua. Así que cuanto antes empecéis el entrenamiento de «tragar» agua como un niño mayor, pues mejor que mejor.

Tampoco pasa nada por hacerlo poco a poco, pero si que es importante que tengáis en la cabeza que los niños se hacen mayores y cuanto antes les quitemos los vicios de bebé, pues mejor que mejor, que luego queremos hijos autónomos a los que no les hemos dado esa oportunidad.

Y si os estáis preguntando que si hay que hervir el agua o debe ser mineral… supongo que ya sabéis que no es necesario. Basta con que ofrezcáis a vuestros hijos la misma que tomáis vosotros: si es del grifo porque vivís en Madrid y dicen que el agua es maravillosa, pues fenomenal; si vivís en zona de costa y no os gusta el sabor y tomáis embotellada, pues tampoco pasa nada… Normalización y sentido común.

¿Y a partir del año de vida?

Como decíamos, a partir del año de vida los niños están sobradamente preparados para comer como un adulto, y en ese sentido el agua es la bebida que no debe faltar en la mesa cuando se sientan a comer o cenar. No pasa nada porque también les deis un poco de leche como parte de esas comidas, pero recordad que esta “bebida”, además de agua, contiene hidratos de carbono, proteínas y grasas que podrían sobrealimentar a vuestro hijo si es que solo tenía sed. Al fin y al cabo, la leche es una fuente no desdeñable de calorías que se debe dar (si es que esta es vuestra decisión) como parte de un alimentación sana y equilibrada.

El problema que tienen los niños pequeños de uno o dos años es que tienen pocos recursos para pedir lo que necesitan, y podría ocurrir que tengan sed y no tengan acceso al agua. Por eso es muy importante que se la ofrezcáis de vez en cuando (otra vez, ofrecer no es forzar), para que beban si es lo que les apetece (por ejemplo, podéis llevar una cantimplora con un vasito en el carro cuando salgáis de paseo para que no os pille desprevenidos). A media que se vayan haciendo mayores estarán más capacitados para transmitiros lo que quieren, de hecho, la palabra «agua» es de las primeras que aparecen en el vocabulario infantil.


En resumen:

  • Hasta los seis meses de vida no se recomienda que los bebés tomen agua ya que con la leche materna o la artificial se cubren las necesidades diarias de líquidos que un niño necesita.
  • Entre los seis y los doce meses, cuando se comienza con la alimentación complementaría, los bebés pueden empezar a beber agua con las comidas en pequeñas cantidades, manteniendo la leche como el aporte hídrico principal.
  • Una vez cumplidos los doce meses la cosa se invierte y es el agua el principal líquido que un niño debería beber.

NOTA: como habéis podido leer, no hemos mencionado ningún otro liquido que no sea agua o leche, ya que no se recomienda que los niños pequeños (y seguramente tampoco los adultos) tomen bebidas para hidratarse diferentes a estas. Otra cosa es que de forma puntual, nos tomemos un refresco que de vez en cuando sienta de maravilla.

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#OJOPEQUEALAGUA: prevención de ahogamientos infantiles

Con la llegada del buen tiempo y la temporada estival, miles de piscinas abren sus puertas para que los niños puedan refrescarse y disfrutar de un chapuzón que les haga más entretenidas las vacaciones escolares.

Sin embargo, y a pesar de que todos sabemos que un niño en una piscina (o en la playa, o en el lago, o en un río…) es un peligro, la verdad es que en España la tragedia de varias muertes infantiles por ahogamiento se repite año tras año.

Según datos del Instituto Nacional de Estadística, en el año 2018 fallecieron en España por esta causa 43 menores de 14 años, la mayoría de ellos con una edad por debajo de los cuatro años de edad (25 de esas 43 muertes). Quizá no te parezca una gran cifra, pero tenéis que saber que en nuestro país ocupa una de las primeras causas de mortalidad infantil, lo que manifiesta la importancia del problema.

«La mayoría de niños que sufren un ahogamiento tiene menos de cinco años»

El siguiente gráfico representa la evolución de las muertes por ahogamiento desde el año 1980 hasta 2018 en la edad infantil en España. Como se puede observar, el panorama ha mejorado mucho pasando de casi 400 casos anuales a los actuales 43, lo que supone una reducción del 91%. Sin duda alguna, esta evolución se debe a las diferentes campañas de prevención de accidentes que se han realizado en nuestro país y aunque esa disminución de casos ha sido un gran logro, todavía queda mucho camino por recorrer hasta el que debería ser objetivo final: ningún niño muerto por ahogamiento.

Defunciones por ahogamiento en edades pediátricas en España. Números absolutos. Periodo 1980-2018. Fuente Instituto Nacional de Estadística.

Desde hace ya unos años, la Asociación Nacional de Seguridad Infantil lanzó una campaña titulada #OJOPEQUEALAGUA con el objetivo de difundir la importancia del problema de las muertes por ahogamiento en la edad infantil y por otro aportar soluciones para aumentar la seguridad en este tema.

¿Y sabéis de quién depende que consigamos que no fallezca ningún niño en la piscina o en la playa…?. De todos nosotros, sus padres, que somos quiénes debemos velar por su seguridad en todo momento. A continuación encontrarás consejos útiles de la mencionada campaña para que las vacaciones de verano no se conviertan en una tragedia completamente prevenible.

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Seguridad en Piscinas

Uno de los datos más importantes respecto a las muertes infantiles por ahogamiento es que éstas se producen en su mayoría en piscinas privadas, lo que pone de manifiesto la importancia de que seáis vosotros los que pongáis a punto las medidas de seguridad oportunas para que no se produzca una situación de riesgo.

Las medidas a adoptar podríamos dividirlas en tres grupos: aquellas a realizar antes de que el niño acuda a la piscina, las que realizaremos mientras estemos en la piscina pero sin bañarnos y las que debemos cumplir durante el baño del niño.

Entre las medidas a realizar antes de que el niño se bañe se encuentras todas aquellas que dan como resultado una piscina más segura:

  • Todas las piscinas deberían incorporar dispositivos que impidan que el niño llegue solo al agua en un descuido. El ejemplo más claro sería una valla que rodea la piscina y que impide que el niño llegue solo al agua. También los cobertores de invierno, ya que los ahogamientos no son exclusivos del verano.
  • En todas las piscinas (publicas o privadas) debería haber un salvavidas, una pértiga y un teléfono que permita ponerse en contacto con los servicios de emergencia lo antes posible.
  • La piscina debe estar en perfecto estado. Se deben revisar drenajes y realizar un mantenimiento periódico que garantice su buen funcionamiento. Los niños deben permanecer alejados de ellos para no acabar atrapados en los mismos.
  • Adultos y niños deberían conocer las secuencias básicas de reanimación cardiopulmonar para que estas sean iniciadas lo antes posible ante un accidente.
  • Es adecuado que los niños reciban clases de natación para que les enseñen a flotar y nadar. Este trabajo debería realizarse antes de la temporada estival.

Mientras permanezcamos en la piscina pero sin bañarnos prestaremos especial atención a los siguientes puntos:

  • Evalua los riesgos constantemente. Observa si tu hijo podría ser capaz de llegar a la piscina en un descuido tuyo.
  • Aleja juguetes y objetos llamativos de la piscina. Los niños podrían querer cogerlos y caerse al agua en un traspiés.

Durante el baño es de vital importancia que pongas en práctica las siguientes actuaciones:

  • Cuando un niño está en el agua debe estar SIEMPRE vigilado por un adulto.
  • Mira a la piscina al menos cada 10 segundos y no te alejes de ella (deberías poder llegar en menos de 20 segundos).
  • Los flotadores y los manguitos pueden ser útiles pero no sustituyen a la supervisión un adultos. Desconfía de ellos.
  • No utilices el movil mientras tus hijos estén en el agua.

Los puntos antes reflejados pueden resumirse en el siguiente decálogo:

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Recordad que los niños más vulnerables en cuanto a los ahogamientos son los menores de 5 años, por lo que es en ellos en quiénes debemos extremar las medidas antes mencionadas.

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Seguridad en playas

Con suerte, muchos de los que nos leéis os escaparéis a la playa estas vacaciones para disfrutar del sol y el buen tiempo. Pero al igual que en las piscinas, en la playa puede ocurrir un ahogamiento. Además, en la playa suele haber mucha gente lo que hace que en un despiste pierdas de vista tu hijo, así que supervisión el 100% del tiempo. Es fundamental que sigas las indicaciones generales de las piscinas y otras más específicas:

  • No permitas NUNCA, NUNCA, NUNCA que los niños vayan solos a las playas. Los niños no son adultos y no valoran el riesgo igual que nosotros.
  • Las playas con servicio de socorrismo son más seguras. Es preferible acudir a una de ellas. Respeta sus indicaciones y banderas.
  • Si los niños no saben nadar, es preferible un chaleco a un flotador. Las colchonetas y otros inflables no aportan más seguridad por el hecho de nadar con ellos.
  • Los socorristas no son niñeras ni las torres de vigilancia guarderías. Respeta sus decisiones, ellos lo hacen por tu seguridad, no para fastidiar.
  • Tirarse desde las rocas de cabeza es peligroso. No se lo enseñes a tus hijos y predica con el ejemplo.
  • Si por desgracia ocurre un accidente, avisa al socorriste o al 112.

Estas recomendaciones están resumidas en este otro decálogo:

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Ojo con las piscinas hinchables y para bebés

Existe la falsa creencia de que en una piscina pequeña, de ésas que se llenan con una manguera y un cubo y se ponen en el suelo, no puede suceder un accidente. Además, está muy popularizado que para que un niño se ahogue necesita que la profundidad del agua sea de al menos 30 centímetros. Es completamente falso.

Bastan 10 centímetros de profundidad para que la nariz y la boca de un bebé queden cubiertas y no pueda respirar. Así que ya sabéis, no pongamos mucha agua para nuestros hijos pequeños y ojo con las piscinas hinchables que no son inofensivas.

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En las piscinas pequeñas también debemos vigilar a los niños.

Esta recomendación es extensible a la pozas que se forman en muchas playas cuando baja la marea. Parecen seguras porque no hay olas y los niños chapotean con gusto, pero eso no quita para que no deban estar supervisados.


A lo mejor después de leer este texto estarás pensando que exageramos. Que la magnitud del problema no es tan grande. Sin embargo, reiteramos que las muertes por ahogamiento en niños son muertes PREVENIBLES. Si ponemos las medidas de seguridad adecuadas podemos conseguir el objetivo de muertes cero por ahogamiento.