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¿Crecen los niños cuando tienen fiebre?

¿Cuántas veces habéis oído decir que vuestros hijos han pegado un estirón con la última fiebre que han tenido? Estoy convencido que muchas. No en vano, esta asociación pertenece a uno de los grandes mitos de la salud infantil. Sin embargo, este en concreto es un mito que tiene algo de realidad, al menos si nos basamos en la fisiología humana.

Vamos a ver si puedo contaros de forma sencilla en qué se basa esta teoría. Así, cuando estéis en el parque con los niños y algún padre resabidillo suelte que vuestro Manolito está muy alto desde la última vez que lo vio y que seguro que ha sido por la fiebre del catarro del otro día, podáis soltarle un discurso explicándole en qué se sustenta esta teoría.

La Hormona de Crecimiento: la gran culpable

Antes de empezar hay que repasar un poco para qué sirve la hormona de crecimiento. Seguro que estáis pensando que para crecer, y no os falta parte de razón, pero esta no es su única función.

La hormona de crecimiento (GH) es una hormona que se secreta en la hipófisis, un trocito de cerebro en donde se producen una gran cantidad de hormonas que controlan el sistema endocrino de nuestro cuerpo. A diferencia de lo que cree mucha gente, esta hormona se secreta durante toda la vida y no solo durante la infancia.

Sus funciones son muy variadas, por ejemplo, da lugar a la síntesis de proteínas, aumenta la glucosa en sangre o quema grasa de los depósitos del cuerpo para que en el torrente sanguíneo haya más ácidos grasos que sirvan de combustible para las células del cuerpo. Pero entre todas sus funciones, el crecimiento lineal, es decir, a lo largo, de los huesos del cuerpo, es quizá la más conocido.

Esta hormona es la responsable de que los niños ganen altura, ya que, mientras los cartílagos de los huesos del cuerpo sigan abiertos, seguirán creciendo. Ese cierre ocurre al final de la pubertad, momento en el que las personas adquirimos nuestra talla final que nos acompañará para el resto de nuestra vida.

¿Cuándo se secreta la hormona de crecimiento?

Esta hormona se secreta de forma muy particular ya que lo hace en pulsos, sobre todo durante la noche. Es decir, sus niveles en sangre no son continuos, estando más elevados mientras dormimos.

No creo que haga falta explicaros que cuando un niño está enfermo duerme más horas de lo que hace habitualmente, incluso realizan alguna que otra siesta a lo largo del día cuando antes no lo hacían. Esto ocurre porque uno de los efectos de las citoquinas, unas moléculas que secretan las glóbulos blancos para defendernos de las infecciones, es que producen sueño.

Esto de que los niños duerman más cuando están malitos es la primera teoría que intentaría explicar por qué los niños crecen mientras están enfermos.

¿Crecemos porque tenemos fiebre o tenemos fiebre porque crecemos?

Pero además, hay una serie de factores que hacen que la GH se secreta en mayor medida de lo esperado, como por ejemplo el ejercicio, un traumatismo, una enfermedad aguda, el estrés físico o un proceso febril.

La infancia es la época de la vida en la que más infecciones padecemos, muchas de ellas asociadas a fiebre. Si a esto unimos que los niños, a diferencia de los adultos, tienen todavía la capacidad de crecer, parece que tiene sentido que los niños peguen un estirón en estas circunstancias.

¿Pero esto es verdad o es solo una explicación molona a lo de la fiebre y el estirón?

Como decía al principio, que los niños crezcan cuando tienen fiebre es un mito o una leyenda arraigada en el imaginario popular desde hace montones de años. Por desgracia no existe ningún estudio que haya demostrado que después de un proceso febril un niño gane unos centímetros de altura.

Sin embargo, las explicaciones que habéis leído en los párrafos anteriores son ciertas, es decir, la GH se secreta cuando dormimos y en mayor medida cuando tenemos fiebre no es una invención, es fisiología humana.

Así que bueno, quizá no podamos demostrar que los niños crecen cuando tienen fiebre pero os puedo asegurar que tiene más de realidad que de ficción.

EXTRA BONUS: ¿Y por qué los niños adelgazan cuando están malos?

Tampoco es raro ver como un niño que ha tenido fiebre se queda en los huesos al cabo de unos días o, al menos, eso es lo que contáis cuando venís a vernos a la consulta.

La explicación mas fácil nos enseña que durante esos días comen menos de lo normal y de ahí que hayan perdido algo de peso.

Pero además, durante una infección nuestro cuerpo gasta más energía de lo normal ya que tiene que luchar contra el microorganismo que causó esa fiebre o ese catarro. Para ello tira de reservas que tiene, lo que sumado a que comen menos durante estos días, daría lugar a un balance energético negativo que se traduciría como pérdida de peso.

Y para rizar el rizo, si recordáis, la GH es una hormona que se encarga de trasformar los depósitos de grasa en ácidos grasos que nuestro cuerpo puede utilizar como fuente de energía. De esta forma, durante un proceso febril, la secreción de GH, entre otras cosas, podría dar lugar a que el niño adelgazara.


En resumen, cuando un niño tiene fiebre es muy probable que pegue un estirón y ademas pierda algo de peso, todo ello como consecuencia de la secreción de la hormona de crecimiento. Ahora, a todos los que os quejáis de que vuestros hijos tienen fiebre muchas veces durante el invierno, pensad que no hay mal que por bien no venga ya que el estirón va de regalo.

Bibliografía:

¿Debería tener un humidificador para los catarros de mis hijos?

Si tuviéramos que elegir un tipo de infección como la más frecuente en pediatría, sin duda alguna, las infecciones respiratorias ocuparían el primer lugar de todas las quinielas , y de entre todas ellas, los catarros se alzarían como ganadores por varios cuerpos de distancia. De hecho, durante el primer año escolar de un niño cualquiera, lo habitual es que tenga que enfrentarse a una media de diez o doce episodios; si tenemos en cuanta que por cada uno de ellos pueden estar dos o tres semanas con mocos, es más que probable que desde mediados de septiembre hasta que lleguen las vacaciones de veranos éstos incómodos amiguitos se instalen en la nariz de vuestros hijos como si de un piso okupa se tratara.

Y ante el drama de afrontar otro invierno más entre catarros, muchos padres buscan remedios que les transporten a un país en el que los mocos no hagan acto de presencia. Entre todos ellos, los humidificadores siempre salen a la palestra o, mejor dicho, al grupo de Whatsapp de padres y madres del colegio, como si no se pudiera criar a un niño sin este cachivache .

En este post os contamos todo lo que tenéis que saber sobre ellos para que, con conocimiento de causa, decidáis si realmente son necesarios para vuestros hijos.

¿Qúe es un humidificador?

Parece una pregunta de perogrullo pero es conveniente hacérsela, si no, estaríamos hablando de un aparato que realmente no sabemos para qué sirve.

Como su nombre indica (los que lo inventaron no se estrujaron mucho la cabeza), los humidificadores aumentan la humedad del ambiente. Para ello, utilizan diferentes tipos de tecnología para transformar el agua en vapor de agua y con ello aumentar la humedad ambiental.

Pueden dividirse en dos, según humidifiquen el aire con vapor de agua caliente o frio. Los primeros, calientan el agua de un recipiente hasta que hierve y con eso producen el vapor de agua, algo parecido a lo que ocurre cuando os dais una ducha calentita y se empañan los espejos del baño. Por otro lado, existen dos tipos de humidificadores de vapor frio: los de mecha (que lo que hacen es aplicar un ventilador a un filtro húmedo) y los ultrasónicos (que en este caso hacen vibrar el agua por encima de la velocidad del sonido, lo que consigue que ésta se transforme en vapor de agua).

La desventaja principal de los humidificadores de vapor caliente es que pueden producir quemaduras en la piel al manipularlos. En cuanto a los de vapor frío, pueden “vaporirzar” al ambiente bacterias y hongos que hayan crecido en su interior si no se realiza de forma adecuada la limpieza del aparato, poniendo en peligro la salud del que los usa.

¿Es imprescindible que haya humedad en el ambiente cuando se tienen mocos?

Hasta ahora sabemos que existe un aparato que consigue elevar la humedad del ambiente, pero quizá lo que habría que preguntarse es cómo de imprescindible es que exista cierta humedad cuando nuestros hijos tienen mocos.

Es cierto que el ser humano necesita un mínimo de humedad ambiental para mantener la mucosa respiratoria a pleno rendimiento. Si no fuera así, se secaría, lo que a la postre destruiría dicha mucosa y daría lugar a que nos extinguiéramos de la faz de la tierra. Seguro que después de estas últimas líneas estáis pensando que no es que queráis un humidificador en vuestra vida, que lo que queréis son tres por si las moscas… Sin embargo, el planeta donde vivimos es muy sabio y en casi todas las partes del mundo hay humedad suficiente para que no pasemos a la historia como ese ser vivo que murió desecado. Además, el cuerpo humano esta diseñado para humedecer la mucosa respiratoria de manera natural y mantenerla sana, gracias en parte a las células caliciformes, cuya función es producir moco, y a los cilios que recubren este epitelio.

Cuando en el ambiente hay poca humedad, los mocos que nuestro cuerpo produce tienden secarse, lo que hace más difícil que podamos expulsarlos. Todo lo contrario ocurre en ambientes húmedos, en los que los mocos son más fluidos. Un claro ejemplo lo podéis observar cuando bañáis a vuestros hijos: si tienen mocos resecos asomando por la nariz y los metéis en la bañara y habéis montado un spa en el cuarto de baño con agua caliente a tope, empezarán a moquear al poco tiempo de estar a remojo.

Por tanto, la pregunta que habría que hacerse es qué humedad ambiental es necesaria para que nuestras vías respiratorias funcionen correctamente. En general se acepta que una humedad entre el 40 y el 60% es adecuada para que no notemos el ambiente ni excesivamente húmedo ni muy reseco. En ambientes con esa humedad somos capaces de aclarar y movilizar los mocos de nuestra vía respiratoria sin mucha dificultad.

Entonces, si mi hijo tiene un catarro, ¿necesito un humidificador?

Más de uno se estará frotando las manos pensando que si el ambiente bien cargadito de humedad hace que los mocos sean más líquidos, el humidificador tiene que ser la solución definitiva para que no tengáis que hacer nunca más lavados nasales a vuestros hijos. Fijo que es ponerlo y que desaparezcan los mocos por arte de magia…

Siento deciros que no es así. Por mucho humidificador que utilicéis, mientras dure el catarro, los mocos seguirán instalados en la nariz de vuestros hijos. Esto se debe a que los catarros son consecuencia de infecciones virales y para defendernos de ellas, entre otras muchas cosas, nuestro cuerpo se pone a producir mocos en cantidades industriales, ya que en ellos flotan leucocitos, las células del cuerpo que nos defienden de las infecciones, para que destruyan a los malditos virus. Además, en ambientes con humedad por encima del 60%, haya o no haya virus de por medio, nuestro cuerpo se pone a producir moco, pudiendo empeorar el problema y estableciéndose un círculo vicioso como si fuera una pescadilla que se muerde la cola.

Por tanto, es verdad que cuando un niño tiene una infección respiratoria es preferible que el ambiente no esté seco, pero de ahí a que tengamos que tener un humidificador en casa hay un camino muy largo que recorrer; todo dependerá de donde viváis y la humedad que haya habitualmente en vuestra casa. Por ejemplo, no será lo mismo vivir en el norte de España, donde llueve un día sí y otro también, que en el secarral manchego de la meseta sur.

Sin ir más lejos, la Organización Mundial de la Salud desaconseja el uso de humidificadores como parte del tratamiento habitual de la tos y los mocos de un catarro. Además, en la literatura científica encontramos más de un estudio que ha demostrado que estos síntomas no mejoran cuando se utiliza un humidificador en el contexto de una infección respiratoria.

En cualquier caso, si por un casual ya tenéis un humidificador en casa, podéis emplearlo de forma prudente. No hace falta que pongáis el cacharro a todo trapo y que la habitación de vuestros hijos se convierta en el Londres del siglo XIX con su niebla matutina; como mucho, unos 10 o 20 minutos antes de que vuestro hijos se acuesten, y nada de dejarlo toda la noche encendido. Incluso habría que plantearse si no resultaría más útil tener por casa un aparato que mida la humedad ambiental para saber cuándo esta está por debajo del 40% o por encima de ese 60% .

Alternativas a los humidificadores

Si sois de los que no tienes humidificador en casa, no pasa absolutamente nada. No hay que volverse loco buscando la mejor oferta de Amazon Prime para cubrir esa necesidad inexistente.

En todo caso, si vuestras casas son de las que tienen poca humedad y observáis que cuando vuestros hijos están acatarrados los mocos que tienen son muy secos, podéis optar por algún truquillo casero para ver si al aumentar la humedad ambiental conseguís que respiren de manera más confortable.

Por ejemplo, si tenéis radiadores, podéis colgar de ellos depósitos con agua, como hacían nuestros padres cuando éramos pequeños. También podéis mojar tres o cuatro trapos de cocina o poner a secar la colada en el cuarto de vuestros hijos. A medida que se vayan secando, la humedad en el ambiente aumentará.


En resumen, los humidificadores no son imprescindibles. Los ambientes excesivamente secos pueden provocar que los mocos de un catarro sean menos fluidos y, sólo en esos casos, elevar un poco la humedad ambiental puede conseguir que los niños respiren de manera más confortable, aunque esto no tenga un impacto real sobre la infección que están pasando. En cualquier caso, estos cacharros no acortan la duración de la sintomatología ya que ésta depende del virus que provoca el catarro.

También te puede interesar:

Bibliografía:

  • Cough and cold remedies for the treatment of acute respiratory infections in young children. Documento dela OMS (Link).
  • Caring for a child with a viral infection. Del portal Healthy Children de la AAP (Link).
  • The common cold in children: Management and prevention. Revisión Cochrane (Link).
  • Ibuprofen, paracetamol, and steam for patients with respiratory tract infections in primary care: pragmatic randomised factorial trial (Link).
  • ¿Me compro un humidificador? Del portal Familia y Salud del a AEPap (Link).

¿Pueden acatarrarse los niños por andar descalzos?

Una de las grandes creencias acerca de los niños augura que si caminan descalzos cuando hace frío es muy probable que acaben acatarrados. Quien más quien menos, en alguna ocasión hemos escuchado a algún familiar reprender a nuestros hijos con frases como “cálzate que te vas a coger una pulmonía” o “esos mocos que te cuelgan de la nariz se deben a no haberte puesto las zapatillas de estar por casa mientras jugabas en tu cuarto”.

Desde hace tiempo sabemos que los catarros son infecciones respiratorias provocadas por virus que cursan con mucosidad nasal, tos, dolor de garganta y, en muchas ocasiones, fiebre y malestar general. Pero, ¿cuánto de cierto hay en que estas infecciones puedan estar provocadas por caminar descalzos? ¿Son capaces los virus de introducirse en el cuerpo de nuestros hijos a través de sus pies desnudos?

En este post encontrarás respuesta a todas tus dudas, además de convertirte en esa madre o padre informado que pone un poco de cordura en los grupos de Whatsapp del colegio…

¿Qué es un catarro?

Empecemos por el principio. Como hemos dicho, un catarro es una enfermedad infecciosa provocada por virus (el más frecuente de todos, el rinovirus, pero hay muchos más…) el cual se transmite por vía respiratoria cuando un niño enfermo tose, estornuda o habla y lanza al aire unas gotitas microscópicas de saliva y secreciones respiratorias que finalmente son respiradas por un niño sano, o también por contacto directo con las secreciones (p. ej. saliva o mocos) entre enfermo y sano. Tras unos días (u horas) de periodo de incubación, el niño que estaba bien empezará con los mismos síntomas que su compañero enfermo.

Estos síntomas de catarro pueden durar varias semanas, normalmente unos diez o quince días para la mucosidad nasal. Si tenemos en cuenta que durante los meses escolares lo niños se pillan unos diez o doce virus de este tipo, lo más probable que estén con las velas colgando de la nariz desde finales de septiembre hasta que lleguen las vacaciones de verano.

Como veis, esto coincide con los meses fríos del año, ya que este tipo de infecciones se producen sobre todo durante el otoño y el invierno, porque ¿quién se acuerda de los mocos y los catarros durante el verano? Casi nadie, ¿verdad? Simple y llanamente porque durante esos meses, los virus que provocan catarros están agazapados a la espera de tiempo mejores…

¿Nos podemos acatarrar por el frío?

A nadie se le escapa que cuando hace frío y salimos a la calle, al rato de estar expuesto a las inclemencias meteorológicas, es habitual que empecemos a moquear y tengamos que sorber los mocos de la nariz o sonarnos en un pañuelo. ¿Sabéis por qué ocurre esto? Resulta que el cuerpo humano es muy listo y para que la mucosa respiratoria no sufra al inhalar aire frío se pone a segregar moco, el cual actúa como lubricante y calefacción tanto para la nariz como para los bronquios y los pulmones. Lo habitual es que al entrar de nuevo al cobijo de nuestras casas en las que el ambiente está más caldeado, al poco tiempo ni nos acordemos de lo que nos ha pasado. Esta secuencia de hechos ocurre exactamente igual en adultos que en niños.

El problema surge cuando un niño empieza a moquear un día de frío mientras juega en el parque y a pesar de haber vuelto a casa estos no desaparecen. En tal caso, lo que habrá ocurrido es que esos mocos serán producto de un catarro que estaba incubando el pequeñajo y habrá coincidido en el tiempo el inicio de la infección con el haber estado jugando en la calle.

Es cierto que hay estudios que han demostrado que en ambientes fríos es más probable acatarrarse por un virus, pero lo que es una verdad como un templo es que si no hay virus de por medio es imposible que se desarrolle un catarro. En resumen, sin virus no hay paraíso, o en este caso, sin virus no hay infierno, porque anda que no son molestos los mocos de los niños.

¿Y qué pasa con los pies?

Llegados a este punto toca hablar de los pies y de la leyenda que dice que andar descalzo es comprar lotería para que los niños se acatarren. No hay abuela (ni abuelo, que os veo venir) que no sepa que esto procede de un conocimiento ancestral que hemos heredado de generaciones anteriores como un dogma que sí o sí tiene que ser verdad.

Sin embargo, con lo de andar descalzo pasa lo mismo que con el frío de la calle y los catarros. Hay estudios que han demostrado que al enfriarse los pies se produce una vasocostricción refleja de la mucosa nasal lo que podría llevar a que el niño moquee un poco, incluso que sea más fácil que se contagie de un virus con el que se cruce por el camino. Pero he aquí el quid de la cuestión otra vez: sin virus no hay catarro por muy fríos que estén los pies. Vamos, que es más probable que se nos cayeran los dedos de nuestras extremidades inferiores o nos muriéramos de frío si a una mente perversa se le ocurriera dejarnos en medio del Polo Norte sin calzado, sin nadie a nuestro alrededor que nos puda contagiar que que nos acatarremos en dichas condiciones.

Además, si caminar descalzo fuera causa de catarro, ¿no deberíamos estar enfermos todo el rato en verano que es cuando más tiempo llevamos los pies al aire? Por experiencia sabéis que no es así, pero, además, la ciencia nos dice que en esta época del año no circula tanto virus que infecte las vías respiratorias por lo que la probabilidad de que nos acatarremos en época estival es muy escasa, caminemos o no descalzos.


Así que apliquemos el sentido común. Si un niño camina por casa descalzo, está cómodo y no se queja de que tenga frío, pues no pasa nada, al menos desde el punto de vista de los catarros, que otra cosa bien distinta es que pise el avión ese que tiene un punta para arriba y que siempre deja tirado por su habitación. Si por el contrario, sois de los que no tenéis suelo radiante y además es de mármol cual témpano de hielo, pues mira, unos calcetines gorditos y unas zapatillas de estar por casa de cuadraditos vintage (ahora sí, de las que le gustan a las abuelas) le van a venir de maravilla para que no pase frío en sus pequeños muñoncitos.

Algo parecido pasará si estáis fuera de casa: si hace frío, calzad a vuestros hijos, y si hace calor, pues que vayan descalzos si quieren, porque, hagáis lo que hagáis, los mocos y los catarros llegaran a vuestros hijos cuando se contagien de un virus, independientemente de que lleven o no los pies cubiertos.

También te puede interesar:

Bibliografía:

  • Cold temperature and low humidity are associated with increased occurrence of respiratory tract infections (Link).
  • Acute cooling of the body surface and the common cold (Link).
  • Temperature-dependent innate defense against the common cold virus limits viral replication at warm temperature in mouse airway cells (Link).
  • Acute cooling of the feet and the onset of common cold symptoms (Link).

¿Debería vacunar a mi hijo de la gripe?

Todo los octubres, pediatras y médicos de familia comenzamos lo que se conoce como Campaña de Vacunación de la Gripe. Un periodo en el que concentramos la vacunación de aquellas personas que tiene más riesgo de sufrir complicaciones por esta infección en previsión de la epidemia que, inevitablemente, acabará llegando durante el invierno.

Como sabréis, la gripe es una infección provocada por un virus que cursa con fiebre alta de aparición súbita y malestar general junto con, en menor proporción, otros síntomas como tos, mucosidad y dolor de garganta. En individuos sanos no suele complicarse, aunque una semana en la cama a base de antitérmicos y sopitas de mamá es la norma. Sin embargo, en aquellas personas con factores de riesgo puede dar lugar a complicaciones como neumonías y bronquitis, las cuales, en la gran mayoría de los casos, requieren ingreso hospitalario.

Al igual que los adultos, los niños con más probabilidad de padecer una gripe grave deben vacunarse. Son lo que se conoce como grupos de riesgo y ésta condición viene dada por una serie de enfermedades o circunstancias que son las que aconsejan que reciban la vacuna.

En este post repasaremos qué niños deben recibir la vacuna de la gripe.

Grupos de riesgo pediátricos para gripe grave

Como decíamos, el objetivo de la campaña de vacunación contra la gripe es reducir la posibilidad de que los niños (o adultos) con factores de riesgo para una gripe complicada contraigan esta infección. Por ello, todos los años el Ministerio de Sanidad realiza unas recomendaciones de qué niños deben vacunarse. Casi siempre son las mismas, aunque se revisan cada temporada, por lo que pueden sufrir variaciones de un año a otro.

Para la temporada 2019-2020 los grupos de riesgo pediátricos son los siguientes. Recordad, como veremos luego, que la vacuna de la gripe solo se puede administrar en mayores de 6 meses. Es una lista larga, así que repasémosla con calma:

  • Niños con enfermedades crónicas cardiovasculares, neurológicas y respiratorias, incluyendo la fibrosis quística, displasia broncopulmonar y el asma.
  • Niños con diabetes mellitus.
  • Niños con obesidad mórbida (es decir, más de 3 desviaciones estándar de peso para la talla).
  • Niños con enfermedad renal crónica o síndrome nefrótico.
  • Niños con hemoglobinopatías, anemias y trastornos de la coagulación (incluida la hemofilia).
  • Niños con asplenia o disfunción esplénica grave.
  • Niños con enfermedades crónicas del hígado.
  • Niños con inmunodeficiencias.
  • Niños con cáncer.
  • Niños con implante coclear o en espera de ello.
  • Niños con fístula de líquido cefaloraquídeo.
  • Niños con enfermedad celiaca.
  • Niños con enfermedad inflamatoria crónica.
  • Niños con Síndrome de Down.
  • Niños que reciban tratamiento con aspirina (ácido acetilsaliciílico).
  • Niños internados en instituciones de manera prolongada.
  • Niños entre los 6 meses y los 2 años de edad con antecedente de prematuridad menor de 32 semanas de gestación.

¿Y qué pasa con los familiares o convivientes de niños con factores de riesgo?

Por desgracia, la vacuna de la gripe no es perfecta ya que no alcanza el 100% de protección en aquellos que la reciben. De hecho, se estima que entre los 2 y los 9 años otorga una protección individual del 50-65%, siendo escasa en menores de 2 años. Esta efectividad aumenta hasta el 80% en personas adultas.

Por ello, además de recomendarse la vacunación de aquellos niños o adultos que pertenecen a los grupos de riesgo, también se recomienda que reciban la vacuna los que convivan en el hogar con personas con riesgo de gripe grave, en un intento de proteger a aquellos niños en los que la vacuna no resultó eficaz.

Esto es lo que se conoce como estrategia del nido, ya que hace menos probable que alguien con factores de riesgo se contagie de la gripe desde una persona que viva con él. Por tanto, los padres y hermanos de niños con factores de riego para gripe grave deben vacunarse también de la gripe. Esta estrategia tiene mucha importancia en los niños con factores de riesgo que tienen menos de seis meses de edad al no poder administrarse en ellos la vacuna.

¿Cuántas dosis de vacuna deben recibir los niños?

Como ya os hemos adelantado, la vacuna de la gripe solo se puede administrar a mayores de 6 meses de edad. A partir de esa edad, las dosis que deben recibir depende de la edad del niño y si es la primera vez que se vacunan.

  • En niños menores de 9 años edad o en aquellos que se vacunan por primera vez deben recibir dos dosis de vacuna separadas un mes.
  • En niños con más de 9 años o que ya hubieran recibido dos dosis de vacuna anteriormente, solo haría falta una dosis.

¿Cuándo debo vacunar a mi hijo de la gripe?

Las Comunidades Autónomas son las encargadas de organizar todos los años las campañas de vacunación siguiendo las recomendaciones del Ministerio de Sanidad. Casi siempre, la campaña empieza a finales de octubre.

Por ello, no esta de más que en estas semanas acudáis al pediatra para que cuente con vosotros si es que vuestros hijos se encuentran en uno de los grupos de riesgo que deben vacunarse y podáis organizaros.

Además, el coste de la vacuna lo aporta el sistema sanitario sin que los padres tengan que asumir ningún pago.

¿Y qué pasa si quiero vacunar a mi hijo y no pertenece a ninguno de los grupos de riesgo?

Como decíamos al principio, la gripe es una infección que no suele complicarse en niños sanos. Sin embargo, eso no quita para que de lugar a un cuadro clínico en el que los niños se encuentran mal, a lo que se suma el problema que supone que tengan que dejar de acudir al colegio o la escuela durante una semana con el consabido trastorno para la conciliación laboral y familiar.

Por ello, aquellos padres que consideren oportuno vacunar a sus hijos de la gripe sin que estos pertenezcan a un grupo de riesgo, también pueden hacerlo. Como afirma el Comité Asesor de Vacunas de la Asociación Española de Pediatría, la vacunación de los niños mayores de 6 meses de edad sin factores de riesgo es una medida recomendable siempre que lo soliciten sus padres y su pediatra lo considere oportuno.

En estos casos, al no ser una indicación que se contemple en la campaña, el coste de la vacuna la deben asumir los padres.


En resumen, la vacuna de la gripe debe administrarse a aquellos niños con factores de riesgo y sus convivientes durante la campaña de vacunación. Las dosis a administrar dependen de la edad del niño y de si ya ha recibido la vacuna con anterioridad.

En cualquier caso, si os quedan dudas de si debéis vacunar a vuestros hijo o no, quien mejor os puede asesorar de lo que hay que hacer es vuestro pediatra.

NOTA: este post ha sido elaborado siguiendo las recomendaciones del Comité Asesor de Vacunas de la Asociación Española de Pediatría para la Campaña de la Gripe 2019-2020 que se pueden consultar en este link. En el caso de que como adulto creas que debes recibir también la vacuna de la gripe, consultar con tu médico de familia.

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Nota: Dos Pediatras en Casa no ha recibido ningún tipo de financiación por la escritura y publicación de este texto.

Laringitis: cuando los niños tienen tos de perro

Pediatra

Fuente: Pixabay

No hay Otoño en el que, cuando bajan las temperaturas y empiezan las lluvias, las urgencias y las consultas de pediatría no se llenen de niños que tosen como si un perro estuviera ladrando o una foca soltara alaridos. Además, muchos de ellos suelen estar afónicos y, en algunos casos, también presentan otros síntomas respiratorios como los mocos. Este cuadro clínico, sin tener que investigar mucho más, es una laringitis, y los pediatras somos capaces de (casi) reconocerlo cuando escuchamos como se acercan los niños a la consulta y tosen de esa forma tan especial.

La laringitis en una enfermedad autolimitada que, en la gran mayoría de los casos, esta provocada por virus. Sin embargo, en un pequeño porcentaje de pacientes, la inflamación de la laringe puede obstruir la vía aérea provocando que al niño le cueste respirar. En este post te contamos todo lo que tienes que saber sobre ella para que sepas cómo actuar cuando le pase a tu hijo.

¿Qué es una laringitis?

Como su propio nombre indica, una laringitis es la inflamación de la laringe, una parte de la vía aérea que se encuentra por debajo de la garganta y justo antes de la traquea.

Entre otras muchas cosas, en la laringe se encuentran las cuerdas vocales que, como veremos luego, son responsables de los síntomas de los niños con laringitis.

En ocasiones, a esta enfermedad, también se la denomina «croup», un término médico que realmente hace referencia a varias enfermedades de la vía aérea superior, entre ellas y sobre todo la laringitis. Así que no es raro que en ocasiones os digan que vuestro hijo tiene una laringitis y en otras un croup ante los mismos síntomas.

De lo que no hay duda es de que TODAS las laringitis están provocadas por virus. Así que ya os anticipamos que nunca se tratan con antibióticos. Como ya sabéis, los virus son más frecuentes en las épocas del año en las que hace frío, por lo que es habitual que se presenten durante los meses de otoño e invierno.

Las laringitis son típicas de niños pequeños, sobre todo entre los 6 meses y los 6 años, aunque es posible padecerla a cualquier edad, incluso en adultos.

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¿Qué síntomas provoca?

Los síntomas típicos de una laringitis son la tos laringea -esa tos especial, metálica, que suena a un perro ladrando o una foca cuando habla- y la afonía. También es frecuente el estridor, un ruido que los niños pueden hacer al respirar cuando la vía aérea se obstruye y el aire entra a los pulmones.

La triada típica de la laringitis es tos perruna, afonía y estridor

Por lo demás, la exploración de los niños con laringitis suele ser normal, incluida la auscultación pulmonar (ya que lo ruidos que emiten provienen de más arriba) y el aspecto de la garganta (ya que la laringe no puede ser ve a simple vista al asomarse a la garganta del niño).

Debido a que las laringitis están provocadas por virus, tampoco es raro que se acompañen de otros síntomas respiratorios, como los mocos, o generales, como la fiebre o el malestar general.

La tos de la laringitis es especial porque, al estar las cuerdas vocales inflamadas, el ruido que emiten al toser estos niños es inolvidable, de ahí que los pediatras podamos diagnosticar esta enfermedad casi sin explorarlos. En el siguiente video podéis escuchar a un niño con laringitis tosiendo.

Las primeras 48-72 horas de una laringitis son las peores. Son momentos en los que el niño tose tanto que es difícil que concilie el sueño y que la fiebre esté en todo su esplendor, en el caso de que hubiera aparecido. Pasados esos primeros días, la cosa empieza a remitir, aunque en la mayoría de los casos la tos puede llegar a durar dos o tres semanas.

¿Cuál es el tratamiento de una laringitis?

El tratamiento de los síntomas generales de una laringitis se debe realizar con analgésicos/antipiréticos para el dolor, el malestar o la fiebre. Además, en el caso de que el niño tenga muchos mocos, no le vendrá mal un lavado nasal para que pueda respirar mejor por la nariz.

Por otro lado, mientras el proceso viral mejora solo, las laringitis se tratan con corticoides orales con el objetivo de que la inflamación de las cuerdas vocales no progrese hasta el punto en el que el aire entre con dificultad a los pulmones. Pero ojo, este tratamiento no esta dirigido a quitar la tos -cosa que a veces sí ocurre-, sino a disminuir la gravedad del episodio. Dependiendo de la disponibilidad, lo más habitual es emplear dexametasona, ya que solo se requiere una dosis y su efecto dura tres días. En algunos casos, pueden emplearse otros corticoides vía oral como la prednisolona o la prednisona, aunque, debido a la duración del efecto, se requiere mantener el tratamiento dos o tres días.

Además del tratamiento farmacológico, las laringitis mejoran en ambientes húmedos y fríos. Por ello, es muy frecuente que los niños mejoren al bajar a la calle camino de Urgencias o, como hacían las abuelas, saliendo al balcón o asomándose a la ventana en medio de la noche a tomar el aire. Por ello, la calefacción en casa no debe estar muy alta, se debe ventilar bien antes de dormir y mantener cierto grado de humedad en la habitación. Para esto último, se puede emplear un humidificador o también puede valer mojar unos trapos en agua y colgarlos a «secar» dentro de dónde duerma el niño.

¿Se pueden complicar las laringitis?

Cuando la laringe se inflama mucho puede ocurrir que el aire entre con dificultad a los pulmones. Con dijimos antes, el niño, en este momento, empezará a hacer un ruido que se llama estridor. En el siguiente video podéis escuchar cómo suena.

El estridor suena «al entrar el aire en los pulmones».

En la gran mayoría de los casos, la dificultad para la entrada de aire se compensa con un aumento de la frecuencia respiratoria o con mayor esfuerzo al respirar. Sin embargo, en unos pocos casos no se consigue y la gravedad del proceso obliga un ingreso hospitalario para administrar al niño un soporte respiratorio. En estos niños, se suele añadir al tratamiento adrenalina inhalada.

Por último, en algunos casos, los virus que provocan la laringitis pueden afectar también a la traquea y los bronquios, dando lugar a lo que se conoce como laringotraqueobronquitis. En estos casos se emplea salbutamol inhalado además de los corticoides orales.

¿Y qué es el Croup Espasmódico?

Decíamos hace unos párrafos que las laringitis están todas provocadas por virus. Para ser justos, esto no es verdad ya que hay niños que pueden presentar un croup de forma súbita sin que esté provocado por una infección viral.

A diferencia de las laringitis virales, el croup espasmódico aparece de forma súbita durante la noche y suele desaparecer a las pocas horas sin que se asocie fiebre ni otros síntomas salvo tos perruna, afonía y, cuando el cuadro se agrava, estridor.

El tratamiento es el mismo que las laringitis virales: un corticoide oral junto con frío y humedad ambiental. En ocasiones, si los síntomas son tan recortados en el tiempo que cuando el niño aparece en Urgencias a media noche y es valorado por el médico sin que ya presente tos, no suele ser necesario el empleo de medicación

¿Cuándo debo acudir al médico?

Los niños con laringitis que solo presentan tos y afonía, pueden pedir cita tranquilamente con su pediatra. Sin embargo, cuando aparece el estridor, sobre todo si va a más o aparece cuando el niño está en reposo o durmiendo, deben ser evaluados en ese momento por lo que, si no hay cita en el Centro de Salud, es adecuado acudir a Urgencias.


En resumen, la laringitis es una enfermedad fácil de reconocer que se caracteriza por tres síntomas (tos perruna, afonía y estridor) que está provocada por virus. Debido a sus síntomas tan diferentes es fácil reconocerla para el pediatra experimentado. En general, se resuelve en unos pocos días sin complicaciones, aunque en algunos casos se requiere ingreso hospitalario ya que puede dar lugar a dificultad respiratoria.

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Fuente: Dos Pediatras en Casa G.O

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Fimosis en niños: ¿hace falta dar el famoso tirón?

Una de las grandes preguntas que hacen los padres en la consulta cuando sus hijos son pequeños es si deben realizar algún cuidado especial con el pene de sus bebés, de hecho, en alguna ocasión, nos sueltan frases del estilo: «¿Y qué tenemos que hacer con eso?». En parte se debe a que los genitales son un tabú del que poco se habla en la sociedad en la que vivimos, pero también porque antiguamente se solía dar un tirón a los bebés de menos de un año para conseguir eliminar la fimosis del lactante que, como veremos en este post, es habitual y mejora con la edad sin hacer (casi) nada en la gran mayoría de los casos.

Esperamos que después de leer este texto estéis preparados para dar a vuestros hijos los cuidados que necesitan. ¡¡Vamos con ello!!

¿Qué es la fimosis y qué podemos esperar de su evolución?

La fimosis es el estrechamiento de la piel que recubre el glande, es decir, el prepucio. Esta estrechez da lugar a que sea difícil que el glande se quede al descubierto con la retracción del prepucio.

La fimosis es una condición normal en los recién nacidos, de hecho, cerca del 90% lo presentan al nacer, por lo que no debe considerarse una enfermedad en este momento. Además, los niños pequeños suelen presentar adherencias entre el glande y el prepucio, lo que hace más difícil todavía la retracción de la piel.

Por otro lado, en la gran mayoría de los niños, la fimosis se resuelve de forma espontánea sin hacer nada. En torno a los 4-5 años, solo un 10% la presenta y al llegar a la adolescencia se ha resuelto en el 99% de los niños. Se cree que la fimosis desaparece por varios mecanismos. Primero, porque la piel del prepucio se va ablandando con el paso de los años y, segundo, porque las erecciones espontáneas, frecuentes en esta edad, junto con el crecimiento del pene van desprendiendo poco a poco las adherencias permitiendo que el glande quede expuesto al retraer de forma suave la piel del prepucio.

Por tanto, si véis que el pene de vuestro bebé tiene el prepucio muy estrecho o te han dicho directamente que tiene fimosis, tranquilidad, es algo normal que se resuelve solo en la gran mayoría de los casos sin hacer nada.

¿Y por qué es importante la fimosis?

Algunos estaréis pensando que si la fimosis es algo normal y habitual, tampoco habría que darle tanta importancia. Sin embargo, existen varios motivos por lo que los pediatras valoramos si los niños tienen fimosis durante su desarrollo.

Cuando no se puede retraer la piel del prepucio, es difícil realizar la higiene local, lo que puede dar lugar a una irritación e inflamación de la zona que se conoce como balantitis.

Por otro lado, si la fimosis no se resuelve antes de la edad adulta, esta puede dar lugar a relaciones sexuales no satisfactorias al condicionar dolor durante las mismas.

Por último, en aquellos niños en los que la estrechez existe pero no es lo suficientemente importante como para que el glande no quede expuesto al realizar una retracción prepucial, cabe la posibilidad de que, en una de esas veces, el prepucio consiga llevarse hasta el final pero no consiga volver de nuevo a sus situación inicial. Esto es lo que se conoce como parafimosis. Es una urgencia médica que debe resolverse siempre que se presente.

¿Qué deben hacer los padres con el pene de sus hijos si tiene fimosis?

Aunque hemos dicho que no hay que hacer «nada» para solucionar la fimosis de un niño, esto es una verdad a medias.

Lo que se debe hacer es lavar todos los días la zona con agua y jabón para mantenerla limpia y aseada. Para ello, los padres, deben realizar una tracción suave del prepucio sin llegar a forzar la estrechez en ningún momento, ya que esto podría empeorar la fimosis que presenta el niño.

¿Y hace falta dar el famoso «tirón» como se hacía antes?

Muchos estareis pensando que antiguamente la solución era dar un tirón al prepucio con la intención de dilatar la estrechez de forma artificial dejando por fin al aire el glande. Y dicho así, no parece una mala idea.

Sin embargo, esa retracción forzada, además de ser muy dolorosa, puede dar lugar a desgarros en la piel del prepucio que al cicatrizar empeoren la fimosis inicial. Es lo que se conoce como fimosis cicatricial.

Por tanto, y teniendo en cuenta que la evolución natural de la fimosis es resolverse sola, lo prudente es esperar durante los primeros años de vida a ver qué pasa antes valorar si el niño necesita algún tratamiento.

¿Cuándo hay que tratar la fimosis?

Si al llegar a los 3 o 4 años, el niño sigue teniendo fimosis, es el momento de plantearse si la estrechez es lo suficientemente importante como para que al llegar a la adolescencia no se haya resuelto.

En estos casos, se emplea con buenos resultados un tratamiento tópico con una crema con corticoides de baja potencia como primera opción, antes de que el cirujano infantil plantee la necesidad de una intervención quirúrgica. Si a pesar de este tratamiento persiste la fimosis, la solución definitiva es la intervención quirúrgica, como podéis leer en este link de la Sociedad Española de Cirugía Infantil.


En resumen, a todos los niños se les debe realizar una tracción suave del prepucio para poder realizar una higiene local de la zona de forma periódica como parte de sus cuidados habituales. Al llegar a los 3-4 años, si la fimosis persiste, el pediatra valorará si se debe tomar alguna medida para solucionarla antes de llegar a la edad adulta.

El copyright de la imagen de cabecera del este post pertenece a mulan bajo una licencia CC BY-SA 2.0

Meningococo ACWY, ¿una nueva vacuna?

En las últimas semanas hemos recibido varias preguntas en redes sociales o directamente de amigos por WhatsApp sobre si esa «nueva» vacuna, la del meningococo ACWY, que han visto en la prensa, escuchado en la radio o leído en el grupo de padres del colegio es realmente necesaria y segura. Y es que no hay nada como decir «vacuna» y «meningitis» en España como para que una leve histeria se apodere de los que tenéis hijos.

Además, reconozcámoslo, cada vez que aparece una nueva vacuna en el mercado siempre resuena en vuestras cabezas una duda sobre si deberías esperar un poco o si ya ha llegado el momento de ponérsela a vuestros hijos, cosa que añade un poquito más de leña al fuego.

Incluso algunos habréis intentado buscar información al respecto de organismos contrastados y cuál ha sido vuestra sorpresa al ver que la recomendación de unos y otros no era la misma. A esto se podría sumar que el pediatra de vuestros hijos, aunque no todos por fortuna, no sabía ni de qué le estabais hablando.

Así que hemos decidido escribir este post en el cual encontraréis un resumen sobre la justificación de esta «nueva» vacuna contra el meningococo y cuáles son sus indicaciones.

Además, hemos añadido las posturas del Ministerio de Sanidad -que es quién decide qué vacunas se deberían financiar- y de la Asociación Española de Pediatría (AEP) -la cual elabora un calendario de recomendaciones vacunales de forma anual con la evidencia disponible-. Este es un post largo y pausado, pero muy explicativo, con el que esperamos no os queden dudas de lo que debéis hacer para proteger a vuestros hijos de este tipo de infección.

Enfermedad por meningococo: muy grave aunque no muy frecuente

El meningococo, o por su nombre técnico Neisseria meningitidis, es una bacteria que causa lo que se conoce como enfermedad meningocócica, una enfermedad grave que se presenta clínicamente como sepsis (infección en la sangre), meningitis (infección de las cubiertas del cerebro) o de forma combinada. A día de hoy se conocen 12 tipos diferentes de meningogoco, los famosos serogrupos, de los cuales A, B, C, W e Y son responsables de la gran mayoría de casos en humanos.

En el siguiente gráfico podéis ver la evolución de esta enfermedad en España en los últimos diez años en función del serogrupo responsable (fuente: Ministerio de Sanidad, Consumo y Bienestar Social, Link).

Es una enfermedad grave por varios motivos. El primero de ellos se debe a que tiene una mortalidad que oscila entre el 10 y 25%, es decir, cerca de 1 de cada 4 personas que contrae esta enfermedad fallece. Pero además, del 10 al 30% de los supervivientes desarrolla secuelas graves como amputaciones de miembros o daño neurológico permanente.

La enfermedad meningocócica tiene tratamiento. Sin embargo, el problema que nos encontramos los médicos al intentar tratarla es que, en un alto porcentaje de casos, la enfermedad avanza más rápido de lo que nos gustaría, sin que dé tiempo a que el antibiótico consiga revertir la infección.

A pesar de la gravedad de esta infección, no es una enfermedad muy frecuente en nuestro país. En la temporada 2017/2018 (última temporada de la que se dispone de datos completos), el Instituto de Salud Carlos III (centro de referencia epidemiológico en España) registró 287 casos totales con una letalidad del 12,9%. Sin embargo, y quizá más importante, los grupos de edad en los que esta enfermedad es más frecuente son los menores de 4 años (especialmente los menores de un año) y las personas de edad avanzada (por encima de los 65 años), como se puede observar en la gráfica de abajo. Como os podéis imaginar, los pediatras somos de los médicos a los que más nos preocupa esta enfermedad debido a la relativa frecuencia en que la vemos en nuestros pacientes.

Un dato importante a tener en cuenta, como veremos más adelante, es que el único reservorio de esta bacteria, donde habita sin que cause enfermedad, es la garganta de algunas personas, sobre todo los jóvenes y los adolescentes, el grupo de edad en la que más portadores existen.

Las «viejas» vacunas contra el meningococo

Por fortuna, existen vacunas contra el meningococo, en plural. Porque existen varias. Gracias a ellas, la enfermedad por meningoco está controlada en nuestro país y hace tiempo que no se vive una epidemia. Sin embargo, todavía queda mucho trabajo por hacer.

Hablar de «viejas» vacunas contra el meningococo es un error, ya que son vacunas que actualmente están recomendadas y se emplean en el día a día. Sin embargo, hemos decidido llamarlas así para ponerlas en contraposición a la vacuna contra el Meningococo ACWY (MenACWY), a la que muchos consideráis «nueva».

Estas «viejas» vacunas que se administran actualmente en nuestro país y que seguramente ya conocéis sobradamente son dos: la vacuna contra el Meningoco C (MenC) y la vacuna contra el Meningococo B (MenB).

La primera de ellas, la vacuna MenC, se administra de manera financiada por el Sistema Nacional de Salud a todos los niños españoles con un esquema de vacunación de tres dosis: a los 4 meses, a los 12 meses y a los 12 años. Su nombre comercial es Neisvac. Es una vacuna que se incluyó en el calendario sistemático en 2004 y, seguramente gracias a ella, este serogrupo es muy poco frecuente en la actualidad (31 casos de los 287 que se diagnosticaron en 2017/2018).

La segunda vacuna es la vacuna contra el meningococo B, responsable de cerca de la mitad de casos de enfermedad meningocócica en España en la actualidad. Esta vacuna no esta incluida en el calendario oficial del Ministerio de Salud por lo que su coste debe ser asumido por los padres que decidan administrásela a sus hijos, salvo en alguna comunidad autónoma. Existen dos preparados comerciales, Bexsero (aprobada en 2013) y Trumenba (autorizada en 2017). Por si os lo estáis preguntando, actualmente la AEP recomienda la vacunación contra el meningococo B de todos los niños a partir de los 2 meses de edad.

Como se puede ver en el siguiente gráfico, elaborado por el Comité Asesor de Vacunas de la AEP, la incidencia (numero de casos por año) de estos dos serogrupos ha ido descendiendo hasta las tasas actuales en las que se ha estabilizado. En parte, muy probablemente, por estas “viejas” vacunas.

La emergencia de los serogrupos W e Y

A pesar de que en los últimos años las tasas de enfermedad por meningococo debidas a los serogrupos C y B están estables, se ha empezado a notar un pequeño repunte de esta enfermedad, en parte debida a la emergencia de dos serogrupos, el W y el Y. Con los ultimo datos en la mano, representan cerca del 30% de todos los casos declarados de enfermedad meningocócica.

Como se puede ver en el siguiente gráfico, la incidencia de ambos serogrupos ha aumentado exponencialmente respecto a los años anteriores (ojo que la escala no es la misma que el gráfico anterior y da la sensación de que estos serogrupos habrían superado en frecuencia a los serogrupos B y C cuando todavía no es así).

Este repunte preocupa a la toda la comunidad científica ya que, a pesar de que todavía las tasas de estos serogrupos no son muy altas, se prevé que en los próximos años puedan aumentar y pasar a ser los responsables más frecuentes de la enfermedad meningocócica, incluso alcanzando niveles de epidemia.

Os estaréis preguntando que por qué ahora estos serogrupos se han vuelto más virulentos y están provocando más casos que en los años anteriores. La teoría más aceptada es que algunas bacterias son capaces de cambiar su virulencia de buenas a primeras y pasar a ser más agresivas de lo que lo eran antes. Además, se cree que el origen de esas cepas proviene de Reino Unido, ya que el repunte que estamos viviendo en España en este momento de los serogrupos W e Y lo vivieron ellos unos dos años antes que nosotros, como se puede ver en el siguiente gráfico (fuente: Public Health England). Tal ha sido el crecimiento de estos serogrupos en aquel país que desde 2015, en su calendario vacunal financiado, se ha sustituido la vacuna MenC por MenACWY (link).

Como os decíamos hace unos párrafos, los jóvenes y los adolescentes son el principal reservorio de estas bacterias. Se cree que debido al turismo que hay en España de personas de origen inglés, estos «nuevos» serogrupos más virulentos han empezado a tomar protagonismo en nuestro país al contagiarse (o volverse portadores) personas autóctonas.

La «nueva» vacuna contra los meningococos ACWY

Ya os habréis dado cuenta que esta vacuna de nueva no tiene nada. Por ejemplo, en Reino Unido se lleva empleando de forma sistemática más de 4 años.

El gran aporte de esta vacuna es que amplía la cobertura de serogrupos que hasta hora se tenía en España (B y C) al incluir también a los serogrupos A, W e Y.

Esta vacuna existe en dos presentaciones comerciales que se llaman Nimenrix (autorizada en España en 2012) y Menveo (aprobada en 2010). La gran diferencia entre ellas es que la primera se puede administrar desde las 6 semanas de vida y la segunda desde los 2 años de edad.

Sobra decir que ambas vacunas son seguras y eficaces tras haber pasado los estudios pertinentes antes de su comercialización.

¿Qué recomiendan los organismos oficiales al respecto de la vacuna MenACWY?

Sabiendo que existe una vacuna que cubre a los nuevos serogrupos de meningococo que probablemente más van a dar la lata en los próximos años, parece razonable que los organismos responsables de hacer las recomendaciones sobre vacunas y de su financiación se hayan manifestado sobre la necesidad o no de que la población española se vacune.

La AEP en el año 2018 incluía por primera vez en su calendario vacunal la recomendación de que aquellos niños que fueran a viajar y permanecer varios meses en países en donde los nuevos serogrupos estaban reemergiendo, se vacunaran con esta vacuna (link). Sin embargo, y teniendo en cuenta todos los datos anteriormente expuestos en cuanto al crecimiento de los nuevos serogrupos, en el calendario vigente actualmente de 2019, la AEP recomienda que todos los niños sean vacunados a los 12 meses y a los 12 años (link). Además, se recomienda vacunar también a todos los adolescentes hasta los 19 años de forma progresiva para disminuir el numero de portadores potenciales.

La decisión de que se vacune a los bebés y a los adolescentes se basa en que así los primeros estarían protegidos de forma directa e individual de desarrollar enfermedad meningocócica por los nuevos serogrupos mientras se va vacunando a los adolescentes, que son los portadores de las bacterias y los que contagiarían a los más pequeños. Es decir, el enfoque es doble.

A todo esto, en mayo de 2019, el Misterio de Sanidad realiza sus Recomendaciones de Vacunación Frente a la Enfermedad Meningocócica Invasiva (link) y decide que la vacunación de los 12 años con MenC sea sustituida de forma financiada por MenACWY. Además propone que se rescate a los adolescentes hasta los 19 años, cumpliendo así en parte las recomendaciones de la AEP. Sin embargo, este mismo documento no apoya la introducción de esta vacuna a los 12 meses, como también recomendaba la AEP, ya que considera que en este momento la tasa de incidencia de los serogrupos W e Y en la población infantil, es decir, el numero de casos totales en niños, no es tan alta como para tomar la estrategia de proteger directamente a los lactantes (link).

A día de hoy, debido que las competencias en sanidad en España están transferidas a las Comunidades Autónomas, estas recomendaciones del Ministerio están en fase de implantación. Podéis consultar en esta página (link) cuál es la situación actual de cada Comunidad Autónoma al respecto de la vacuna MenACWY.

¿Qué debo hacer entonces con mi hijo?

Ahora que ya conocéis los datos y la postura de las diferentes organizaciones, lo que realmente os debería importar es si es recomendable o no vacunar a vuestros hijos. Hemos decidido dividir por grupos de edad a los niños para que podáis «encajar» a vuestro hijos en alguno de estos grupos:

  • Niños mayores de 12 años: como os hemos avanzado, los niños de este grupo serían los posibles portadores de la bacteria en la garganta, siendo en ellos muy rara la enfermedad meningocócica. Por tanto, el objetivo al vacunarlos es disminuir la probabilidad de que contagien a otras personas. A día de hoy existe un plan nacional para que de forma progresiva durante lo que queda de 2019 y todo 2020 se les vacune de forma financiada. Debido a que en este grupo de edad es más rara la enfermedad, parece prudente esperar a que os llamen desde vuestro Centro de Salud para que les administren la vacuna. Ahora bien, los niños que vayan a residir a países en donde esta nueva vacuna ya está en calendario, habría que vacunarlos sin esperar. Estos países son: EE. UU., Canadá, Reino Unido, Austria, Grecia, Holanda, Italia y Suiza.
  • Niños de 12 años: si tu hijo va a cumplir esta edad y su comunidad autónoma todavía no ha implantado la vacuna de MenACWY, se le vacunará de forma financiada con MenC. Sin embargo, esta dosis de MenC se puede sustituir por MenACWY si los padres quieren, aunque tendrían que sufragar ellos el coste de la vacuna. Es de suponer que si al final optáis por vacunarles de MenC, durante los siguientes meses os llamen para que vuestros hijos reciban esa dosis de rescate de MenACWY que se está implantando.
  • Niños de 12 meses: a día de hoy, el calendario oficial de la mayoría de las Comunidades Autónomas administra a esta edad solo MenC. Sin embargo, como ya se ha expuesto, la AEP recomienda que a esta edad se reciba la primera dosis de MenACWY sustituyendo a MenC. De esta forma estarían protegidos contra estos nuevos serogrupos en el caso de que la vacunación en adolescentes no sea tan exitosa como se prevé y continúen aumentando los casos de los serogrupos W e Y. Como en le caso anterior, el precio de la vacuna tendría que estar sufragada por los padres.

Ya que hemos hablado de que en algunos casos esta vacuna tendrían que sufragarla los padres, parece justo mencionar que tiene un coste de 54€ tanto para Nimenrix como para Menveo. Recordad también que solo sería una dosis.

A estas recomendaciones por grupos habría que añadir que es recomendable que se vacunen, independientemente de la edad, todos aquellos que fueran a residir a países en los que esta vacuna se está administrando de forma sistemática (como sucede con los niños mayores de 12 años).

La gran pregunta: ¿qué hacemos con los niños que tienen entre 12 meses y 12 años?

Seguro que si has llegado hasta este punto del post y tu hijo no encaja en los grupos anteriores, estarás pensando que a ti lo que te interesa saber es qué debes hacer con ese niño que tienes de dos, cuatro, seis o diez años. Y es una duda muy razonable ya que hasta ahora solo habíamos hablado de los niños de 12 meses y 12 años.

Para responderte a esta pregunta, hay que basar la respuesta en la probabilidad individual que tiene cada niño de sufrir una enfermedad meningocócica por los serotipos W e Y. Como dijimos casi al principio del post, la gran mayoría de los casos que vemos en niños ocurren por debajo de los 4 años de edad, siendo una enfermedad que podríamos considerar rara a partir de esa edad.

Teniendo esto en cuenta, la AEP tiene publicado en su manual online del Comité Asesor de Vacunas que «con carácter individual, los niños en edades comprendidas entre 1 y 12 años pueden verse beneficiados también con esta vacuna, aumentando así su protección antimeningocócica«.

¿Y qué quiere decir esto? Pues que de momento y hasta que se tome otra actitud en cuanto a financiar la vacuna a los 12 meses, no está de más que los niños en edades comprendidas entre 1 y 12 años se vacunen de MenACWY, especialmente los menores de 4 años, siempre y cuando sus familias así lo consideren. Con ello estarían protegidos contra estos serogrupos emergentes hasta que se reciba el recuerdo de los 12 años. De forma similar a lo que ocurre en lactantes de 12 meses, al no estar financiada por el estado, serían los padres los que tendrían que sufragar los gastos. En caso de optar por poner esta vacuna «extra» a tus hijos solo habría que administrar una dosis «de pago», ya que el recuerdo a los 12 años sí estaría financiado.

Por descontado, los niños de estas edades que vayan a residir en los países antes mencionados deben ser vacunados con MenACWY.


En resumen, esta «nueva» vacuna se ha empezado a implantar en nuestro país. De momento hay un mandato del Ministerio de Salud para que se administre de forma financiada a los niños de 12 años. Además, la AEP recomienda que esta vacuna se administre a los niños de 12 meses (sustituyendo a la actual MenC), dejando la puerta abierta a los niños del resto de edades, sobre todo a los menores de 4 años, a que se vacunen si sus familias así lo creen oportuno.

Esperamos haber resuelto todas vuestras dudas sobre la vacuna MenACWY. En cualquier caso, os recomendamos que habléis con vuestro pediatra antes de tomar una decisión.

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Este artículo ha sido realizado en base a la literatura científica publicada en la actulidad. Dos Pediatras en Casa no ha recibido ninguna gratifición por escribir este texto.

Siete experimentos para entender cómo funciona la mente de los niños

¿A cuántos de vosotros os gustaría entender cómo funciona la mente de vuestros hijos? Me aventuraría a decir que a todos. No creo que exista ningún padre o madre que no se haya preguntado alguna vez por qué sus hijos han tomado una decisión o han actuado de una manera concreta. La ciencia que estudia los procesos mentales y la conducta es la Psicología; la Psicología Infantil trata de dar explicación a cómo se comporta un niño desde el nacimiento hasta la adolescencia. La gran diferencia entre la mente de los niños y la de los adultos radica en que en los primeros el cerebro está en desarrollo, lo que hace que las teoría psicológicas que se aceptan como válidas en las personas mayores no tienen por qué ser igual de apropiadas al aplicarse a niños.

Los pediatras no somos psicólogos aunque sí que nos enfrentamos a menudo a situaciones en las que entender cómo razona un niño nos puede facilitar mucho nuestro trabajo. Situaciones que no creo que difieran en exceso de las que se viven en casa cuando tenéis que explicar a vuestros hijos cuáles son las reglas a la hora de jugar con unos amigos o por qué hay que bañarse todos los días.

Como ciencia que es, muchas de las teorías que ha desarrollado la Psicología Infantil se basan en experimentos que tratan de encontrar una explicación o demostrar una hipótesis acerca de cómo razonan los niños. Como sucede con la gran mayoría de las teorías psicológicas, fue en el siglo XX cuando se llevaron a cabo estudios de gran relevancia acerca del funcionamiento de la mente de los niños, algunos de ellos con conclusiones que a día de hoy son válidas y que nos pueden ayudar a entender un poquito mejor cómo se comportan nuestros hijos o cómo debemos actuar ante ellos.

Existen multitud de experimentos, tantos que resultaría imposible resumirlos en un texto como éste, así que he realizado un selección de los que me han resultado más interesantes tanto para mi actividad diaria como pediatra como para mi trabajo a tiempo completo como padre. Algunos de ellos os parecerán divertidos, otros os dejarán de piedra por la crueldad de quien los diseñó, pero os puedo asegurar que ninguno de ellos tiene desperdicio. Solo espero que os sirvan para que entendáis un poco mejor cómo funciona la mente de vuestros hijos.

La prueba del malvavisco

Walter Mischel fue un psicólogo austriaco que dedicó gran parte de su carrera al estudio de la personalidad. Pero si hay un hecho por el que es recordado es por el experimento que se conoce como “prueba del malvavisco” o marshmellow (por su nombre en ingles), un dulce con forma de nube. Con este experimento consiguió demostrar cómo la capacidad de autocontrol cuando un niño es pequeño se relaciona con llegar a ser niños y adultos más competentes con el paso de los años. Fue realizado en la Universidad de Standford allá por los años 60-70 del siglo pasado. 

Los niños de este experimento tenían entre 3 y 6 años. En él, tras pasar al niño a una habitación, se le mostraba una golosina y se les decía que si era capaz de esperar 15 minutos sin comérsela, sería recompensado con dos golosinas en vez de una. Tras estas instrucciones, el investigador salía de la habitación y dejaba al niño solo ante tan apetitoso manjar. Solo el 30% de niños fue capaz de resistir a la tentación.

La conclusión más importante de este estudio fue que los niños que eran capaces de esperar más tiempo antes de coger el caramelo, al cabo de los años, eran descritos por sus padres como “más competentes”, cosa que se corroboró al comprobar cómo obtenían mejores notas en los exámenes de acceso a la universidad, eran más activos físicamente, ganaban más dinero con sus trabajos o eran menos propensos a desarrollar adicción a las drogas. En definitiva, lo que pone de manifiesto este experimento es que aquellos niños capaces de aplazar las recompensas y esperar con paciencia y autocontrol son más propensos al éxito personal.

En este video de aquí abajo puedes ver un ejemplo de cómo se realizó este experimento.

https://youtu.be/-z2JuDhmZzs

El experimento del muñeco Bobo

Seguro que habéis oído en más de una ocasión que los niños aprenden de los adultos observando cómo estos se comportan, de hecho, parte de su forma de actuar dependerá de lo que han visto en sus modelos de referencia, es decir, su padres.

Esta teoría se basa en los experimentos de Albert Bandura sobre el aprendizaje social. En ellos, este psicólogo de los años 60, demostró cómo los niños son capaces de aprender sin que medie una recompensa o un castigo hacia ellos por el mero hecho de observar la forma de comportarse de otras personas.

El experimento del muñeco Bobo se realizó con niños entre 3 y 5 años de la guardería de la Universidad de Standford y demostró parte de esta teoría. En él, un grupo de niños era expuesto a un «modelo agresivo» en el que un adulto golpeaba y agredía a un muñeco a la vista de un niño durante un tiempo determinado. Por otro lado, otro grupo de niños observaba como un adulto jugaba en la habitación pero sin agredir al muñeco. Tras este primer paso, el adulto salía de la habitación y se observaba cómo actuaba el niño al quedarse solo. La comparación entre los dos grupos dio como resultado que los niños que eran expuestos al «modelo agresivo» eran más propensos a golpear y agredir al muñeco Bobo.

En este video de aquí abajo puedes ver una explicación del Dr. Bandura de esta teoría.

Como decía, en esto se basa la teoría del aprendizaje social. Si los niños observan una conducta en un adulto, tanto buena como mala, es muy probable que la aprendan como un modelo a imitar. Por ello, es muy importante que, además de explicar a los niños las cosas que están bien y las que están mal, los adultos nos convirtamos en un ejemplo de buenos hábitos de vida para nuestros hijos.

El estudio Monstruo

Creo que el título que se le ha dado a este estudio ya nos anticipa que el experimento que se llevó a cabo con estos niños, a día de hoy, sería irreproducible. Fue realizado en el año 1939 por Wendell Jonhson y Mary Tudor en la Universidad de Iowa, época en la que poco se tenían en cuenta las implicaciones bioéticas de este tipo de trabajos. Los autores pretendían demostrar cómo un refuerzo positivo o negativo puede tener implicaciones en un niño, en este caso en niños tartamudos.

El estudio se desarrolló en niños huérfanos de 5 a 15 años, algunos de ellos tartamudos o con problemas del habla y otros sin este tipo de trastornos. A los niños tartamudos se les explicaba que no hablaban tan mal como la gente decía (refuerzo positivo) y a los niños sanos se les exponía que hablaban peor de lo que ellos creían y que estaban empezando a presentar síntomas de tartamudez (refuerzo negativo).

Lo interesante de este estudio fue observar cómo en niños sanos, a las pocas sesiones del inicio del estudio, rechazaban hablar en público o comenzaban con problemas de dicción. Con el tiempo, estos niños que inicialmente no presentaban alteraciones en el habla, mantuvieron problemas al llegar a la edad adulta y a lo largo de toda su vida.

Las conclusiones de este estudio no están publicadas en ninguna revista ya que, desde el mismo momento en que se iniciaron las investigaciones, la mayoría de los colegas de los investigadores de la época rechazaron los métodos que se habían empleado para realizarlo. Sin embargo, este estudio pone de manifiesto cómo el refuerzo negativo tiene muy poco valor en la educación de los niños, tan poco que es capaz de inducir conductas patológicas en aquéllos que inicialmente no las presentaban.

Monos, “mamás de trapo” y la teoría del apego

Tras el nacimiento de un hijo, los padres se dan cuenta de manera inmediata que los niños pequeños requieren unas atenciones sin las cuales no podrían sobrevivir: comida, aseo, un lugar donde dormir… además, de forma casi innata suponemos que tienen la necesidad de sentirse queridos como parte fundamental para su desarrollo. Esto es lo que se conoce como teoría del apego, corriente psicológica de principios del siglo XX que trata de explicar las diferencias entre las personas a través de sus relaciones interpersonales. El psicólogo John Bowly es uno de sus grandes teóricos.

Si pensamos en esta teoría, la gran pregunta sería: ¿qué elegiría antes un niño, una figura maternal fría y distante pero que lo alimenta o a una madre dulce y cariñosa pero que no puede darle de comer? Pues un psicólogo llamado Harry Hollow intentó dar respuesta a esta pregunta con un experimento con monos… y vaya que si la dió.

El experimento era muy sencillo. Tras el nacimiento de un grupo de monos, a las pocas horas de nacer, a estos se les separaba de sus madres de carne y hueso para introducirlos en una jaula en la que habían situado una figura de alambre que simulaba un figura maternal de la que podían «mamar» y otra que recordaba a una madre pero que trasmitía cierto grado de calidez al estar realizada en tela suave y mullida.

Lo que se observó en este estudio es que los monos preferían a la muñeca de tela a pesar de que de ella no obtenían alimento alguno frente a la figura de metal. Este experimento pondría de manifiesto cómo el apego hacia una figura que te proporciona un vínculo afectivo es más importante que la mera satisfacción de las necesidades fisiológicas y, seguramente, parte fundamental de las necesidades de desarrollo de un niño.

En este video puedes ver parte de los experimentos de Harlow con monos.

En mi opinión, estos estudios sobre el apego demuestran una responsabilidad que tenemos los adultos hacia los niños pequeños: es fundamental que dediquemos tiempo de calidad a nuestros hijos.

El pequeño Albert

Seguramente todos conocéis «los perros de Paulov», el experimento que sentó las bases de lo que se conoce como condicionamiento clásico. En este estudio se observó cómo los perros acababan asociando el ruido de una sirena con la proximidad en el tiempo de la comida y comenzaban a salivar si con anterioridad se les había expuesto de forma repetida a la sirena y la comida a la vez. Pues allá por los años 20, los psicólogos estadounidenses Watson y Rayner se les ocurrió que quizá algo parecido pasaba con los niños y el miedo.

Sobre la base de esta hipótesis, expusieron a un niño de 11 meses, el pequeño Albert, a una serie de estímulos que no le daban miedo (animales con pelo, por ejemplo una rata) a la vez que golpeaban una barra de hierro con un martillo, lo cual por sí solo provocaba el llanto del niño. Con el paso del tiempo se observó como, al presentar objetos al niño que inicialmente no le provocaban miedo, el pequeño Albert empezaba a llorar con la mera presencia de una rata, lana o un abrigo de piel.

En este video podeis ver parte del experimento que se llevó a cabo con el pequeño Albert.

Creo que sobra decir que este estudio carece de cualquier ética y a día de hoy sería impensable su realización. Sin embargo, el compartimiento de los niños, al igual que el de los adultos y la gran mayoría de los animales, se puede condicionar en función de los estímulos que reciban de manera simultánea, tanto para bien como para mal.

Teoría de la conservación de Piaget

Jean Piaget fue uno de los grande psicólogos del siglo XX y sus estudios, a día de hoy, todavía influyen en muchas teorías sobre el desarrollo de habilidades y de la inteligencia en la infancia. Piaget pensaba que la adquisición de nuevas habilidades es fruto de una correcta estimulación sobre una base genética que todos presentamos. En este sentido, uno de los campos de estudio en los que más hizo hincapié fue en los procesos mentales de los niños para conocer en qué se diferenciaban de los de los adultos. Parte de su teoría acabó estableciendo una serie de etapas de desarrollo psicológico infantil las cuales irían apareciendo de manera secuencial.

Una de ellas es conocida como etapa preoperacional y ocupa aproximadamente desde los 2 y los 7 años. Durante esta etapa, los niños son incapaces de comprender la lógica de las cosas tal y como estamos habituados los adultos y no son capaces de manipular la información que tienen delante de sus ojos. Esto daría lugar en muchos casos a, como estamos acostumbrados a ver en niños de estas edades, pensamientos absurdos que difícilmente entendemos los mayores.

La conservación es un proceso mental por el que somos capaces de darnos cuenta de que el líquido que ocupa un vaso de agua es el mismo esté este dentro de un vaso ancho o ven un vaso estrecho, o que la plastilina es la misma sea esta una bola o la hayamos aplastado con las manos. Sin embargo, los niños en la etapa preoperacional no son capaces de diferenciar estos aspectos y es más adelante, en la etapa de operaciones concretas, cuando empiezan a tener pensamientos más lógicos, como es el caso de la conservación.

En este video de aquí abajo podéis ver varios experimentos con un niño pequeño en el que se observa cómo no ha adquirido la conservación como parte de sus procesos mentales. Es enternecedor.

Este experimento pone de manifiesto que la mente de los adultos y la de los niños “funciona” de forma diferente. Los procesos mentales de nuestros hijos son completamente diferentes a los nuestros lo que explica que muchas veces seamos incapaces de entender la lógica de sus deducciones o cómo nos explican alguna situación que han vivido.

El test de Sally y Anne y la teoría de la mente

Sin entrar mucho en profundidad, la teoría de la mente es aquella característica que nos permite deducir lo que está pensando otra persona o cómo va a actuar teniendo en cuenta su punto de vista, es decir, nos permite ponernos en el lugar del otro. Los niños no adquieren esta característica hasta los 3 o 4 años y justifica que antes de esta edad les sea muy difícil comprender las intenciones de otros niños o sus deseos al no ser capaces de ponerse en el ligar del otro.

Aunque existen varias pruebas para conocer si un niño ha adquirido ya la teoría de la mente, seguramente sea el test de Sally y Anne, desarrollado en 1983 por Baron-Cohen, el más conocido. En este test se muestra al niño una secuencia con dos muñecas. Una de ellas es Sally y  tiene una cesta y la otra es Anne y tiene una caja. En esa secuencia se observa como Sally coge una canica y la guarda en su cesta, desapareciendo después de la escena. En ese momento Anne coge la canica y la guarda en su caja. Cuando reaparece: ¿donde creéis que buscará Sally su canica?

Seguro que todos habéis pensado que en su cesta, ya que es donde la guardó inicialmente y allí es donde se supone que debería estar. Si es así es porque tenéis desarrollada la teoría de la mente y habéis deducido que Sally no conocía que Anne había cambiado la canica de lugar. Por el contrario, los niños pequeños que no han desarrollado esta capacidad no se ponen en el lugar de Sally ya que, para ellos, el único punto de vista válido es el suyo y contestarán que la muñeca buscará la canica en la caja de Anne que es donde ellos han visto por último vez a la canica.

En este video de aquí abajo podéis ver un ejemplo de este experimento.

La teoría de la mente refuerza la idea de que los niños razonan de una forma diferente a los adultos. Supongo que estaréis conmigo en que luchar contra esto e intentar explicar a un niño cómo funciona el mundo con nuestros conocimientos y punto de vista puede resultar una tarea imposible cuando son pequeños. Quizá por eso es tan maravilloso verlos crecer y desarrollarse.

El artículo original en el que Baron-Cohen y sus colaboradores describen el test de Sally y Anne lleva por título “¿Tienen los niños autistas una Teoría de la Mente?”, ya que se ha observado que una de las características de estos niños es la de no poder cambiar el punto de vista, motivo por el cual realizan este test como un niño que todavía no ha desarrollado la teoría de la mente.


Espero que esta entrada un tanto espacial os haya gustado. No os toméis al pie de la letra todo lo que he escrito ya que, como dije al principio, no soy psicólogo y parte de lo que habéis leído es mi opinión no experta de cómo “funciona” la mente de los niños. Sin embargo, conocer estos experimentos me hace plantearme muchas cosas en mi día a día con mis hijos y con los niños que atiendo como pediatra, lo que me motiva sobremanera para seguir estudiando su comportamiento.

Si realmente te interesa saber más sobre la mente infantil, permítete recomendarte a un par de psicólogos infantiles que realizan una labor divulgativa excelente. El primero es Alvaro Bilbao; tiene un blog que se llama El Cerebro del Niño y un libro que no tiene desperdicio que se llama “El cerebro del niño explicado a los padres”. El segundo es Alberto Soler, creador de un canal de Youtube que se llama Píldoras de Psicología; además tiene un libro muy interesante que lleva por título «Hijos y padres felices: cómo disfrutar la crianza».

Bibliografía:

Estos link que tienes aquí abajo te llevarán a los estudios originales en los que están basados los experimentos que has podido leer.

  • «Delay of gratification in children» (link).
  • «Revisiting the Marshmallow Test: A conceptual replication investigating links between early delay of gratification and later outcomes» (link).
  • «Transmission of aggression through imitation of aggressive models» (link).
  • «Behavior theory and identificatory learning» (link).
  • «Effects of permanent separation from mother on infant monkeys» (link).
  • «Does the autistic child have a “theory of mind”?» (link).

Pulpitos de punto y bebés prematuros: una práctica sin evidencia

Una de las cosas en la que más énfasis pones cuando trabajas en una Unidad de Cuidados intensivos Neonatales es en procurar que el ambiente que rodea a un bebé prematuro sea lo menos agresivo para él. Cuando nace un bebé antes de tiempo, sus órganos deben completar su maduración fuera del útero materno, lo que en ocasiones, sobre todo cuando el bebé es un prematuro extremo, conlleva el desarrollo de complicaciones como hemorragias cerebrales, alteraciones respiratorias que dan lugar a la necesidad de oxigeno durante los primeros años de vida o déficit visuales que pueden condicionar ceguera entre otras. Por ello, los pediatras tratamos con tanto mimo a estos niños, para añadir el menor daño posible al hecho de que un niño nazca antes de tiempo.

Sin embargo, a menudo vemos cómo dentro de las incubadoras de estos niños aparecen objetos de toda índole, desde estampitas de la Virgen de los Desamparados hasta la pata de conejo de la familia que dicen que da suerte. Bueno, quizá esto último sea una exageración, pero de un tiempo a esta parte las Unidades Neonatales de todo el mundo se han visto invadidas por unos pulpitos de ganchillo (o crochet, por su nombre en francés) que prometen ser el salvavidas de los niños prematuros mientras dure su ingreso hospitalario.

A día de hoy, ningún estudio científico ha demostrado las maravillas de estos pulpitos, de hecho, muchos son los neonatólogos que dudan de que sean seguros. Pero para entender de dónde viene esta moda y qué implicaciones tiene, vayamos poco a poco.

La historia de los pulpitos de punto

Todo comienza a finales de 2012 en Dinamarca. Al cabo de unos días del nacimiento de un bebé prematuro, su padre aparece en la Unidad Neonatal con un pulpito de punto. Con la connivencia de los médicos de la unidad, ese pulpito acaba dentro de la incubadora de su hija en un intento de hacer más llevadero el ingreso a la pequeña.

Según cuentan, la niña se aferraba a los tentáculos del pulpito lo que hacía que se arrancara en menos ocasiones los tubos que le permitían seguir respirando o alimentarse, así como los cables que cubrían su cuerpo y la mantenían conectada a un monitor. Pero además, el estar acompañada de ese pulpito, la niña parecía estar más tranquila y calmada.

La persona que tejió ese primer pulpito de forma altruista se llama Josefine Hagen Solgaard y es la fundadora del The Danish Octo Projet. Tras esa primera experiencia, no dudó ni un instante en seguir tejiendo pulpitos para poder «ayudar» a otros bebés prematuros. Según se puede leer en la página web de este proyecto, en Dinamarca ya han entregado más de 34.000 pulpitos sin coste alguno para los bebés que los recibieron o sus familias, ya que esta iniciativa depende de una organización sin ánimo de lucro.

Crochet Octopus for preemies and babies

Como os podéis imaginar, no tardaron en surgir «sucursales» de este proyecto en otras partes del mundo, por ejemplo en países tan variados como Suecia, Francia, Italia, Alemania, Reino Unido, Luxemburgo, Noruega, Holanda, Bélgica, Rumanía o Canadá. En España, la heredera del proyecto danés es la ONG Noupops, que es quien se encarga de recibir los pulpitos de una red de tejedoras voluntarias y distribuirlos a las Unidades de Cuidados Intensivos Neonatales que soliciten sus servicios sin coste alguno ya que estos pulpitos de crochet se reparten de forma altruista.

No hay nada como decir «necesitamos tu ayuda para tejer unos peluches que ayudan a bebés prematuros» para que al poco tiempo surjan miles de personas dispuestas a poner su granito de arena ayudando en la medida de sus posibilidades. Al mismo tiempo aparecen médicos y hospitales que abrazan estas iniciativas y son los primeros en solicitar que se les envíen pulpitos para sus pacientes prematuros.

Pero, ¿funcionan realmente los pulpitos de punto?

Según la pagina web del proyecto original así como la de su prima hermana española, los tentáculos de los pulpitos simularían el cordón umbilical del recién nacido, lo que daría lugar a que el bebé prematuro pensara que sigue dentro de la tripa de su mamá. Esto generaría los beneficios antes mencionados así como una frecuencia cardiaca más regular y un mayor confort al respirar, lo que se traduciría en mayores niveles de oxígeno en sangre.

Como decía más arriba, es habitual que los padres de estos niños traigan a la unidad algún objeto con la intención de desmedicalizar, en la medida de lo posible, el entorno que rodea a estos bebés durante el tiempo que dure el ingreso y hacerlo más amigable, más humano. En ocasiones es el arrullo o la mantita que compraron cuando se enteraron que iban a tener un hijo y, en otras, es ese peluche que ha ido sobrevivido al paso de los años y pertenecía a alguno de los padres.

Free pattern - Amigurumi octopus

Y la verdad es que todo esto estaría muy bien si los supuestos beneficios de los pulpitos de punto se hubieran demostrado. A día de hoy no existe ningún estudio que haya confirmado beneficio alguno para los bebés prematuros, de hecho, hay muchas voces que ponen en entredicho la seguridad de estos peluches.

Todas las buenas intenciones que rodean este proyecto están basadas en observaciones individuales, pero nadie se ha preocupado de llevar a cabo un estudio que corrobore lo que el ojo ve y el cerebro humano quiere interpretar. Esto, a la postre, hace que los que somos críticos en nuestro día a día dudemos de si realmente deberíamos permitir el empleo de este tipo de cosas en las Unidades de Cuidados Intensivos Neonatales.

¿Son seguros los pulpitos?

Según podemos leer en la página de Noupops, para garantizar la seguridad de estos pulpitos se deben seguir cinco normas básicas al tejerlos, como el tipo de punto, el relleno, la longitud de los tentáculos… incluso proponen unos hilos concretos de marcas determinadas como seguros. Según informan, antes de ser entregados, los pulpitos deben pasar por «estrictos controles de calidad y seguridad antes de llegar embolsados a los hospitales».

Sin embargo, no existe ninguna referencia a qué controles de seguridad se refieren, más allá de las normas mencionadas, o en base a qué normativa europea sobre seguridad en juguetes fabrican estos peluches.

Os parecerá una tontería, pero cualquier juguete, peluche u objeto, antes de salir a la venta y llegar a manos de un niño, debe pasar unos controles de seguridad que garanticen que no es peligroso. Por ejemplo, gracias a estos controles, los chupetes tienen unos agujeros a los lados para que el aire pueda pasar a través de ellos en el caso de que algún niño se lo introduzca en la boca, evitando así que se asfixie.

Más allá de que los pulpitos pasen controles de seguridad antes de desembarcar en las incubadoras de los niños prematuros, el otro gran aspecto que preocupa a los que trabajamos con recién nacidos es si estos objetos pueden ser vehículo de gérmenes que puedan provocar infecciones en nuestros pacientes. La prematuridad condiciona un estado de inmunosupresión en el cuál una infección, que en un niño no prematuro no generaría grandes problemas, podría tener un desenlace fatal. En este sentido existen estudios que han demostrado que los juguetes que se introducen en las incubadores de los bebés prematuros son portadores de bacterias que podrían dar lugar a una infección, incluso en niños sanos.

MiniCoral3

Tal es nuestra preocupación por las infecciones en las Unidades Neonatales que, los médicos que trabajamos en ellas, nos quitamos los relojes y los anillos durante nuestra jornada laboral y nos frotamos con ahínco las manos con soluciones antisépticas cada vez que interactuamos con alguno de nuestras pacientes.

No parece muy razonable que expongamos a nuestros pacientes a un mayor riesgo de infección al introducir los pulpitos de punto en una incubadoras, o cualquier otro objeto, por muy buena intención que tengamos al hacerlo.

¿Y qué pasa con los bebés que no son prematuros?

Quizá estarás pensando que todo esto está muy bien, pero que lo que tu tienes no es un hijo prematuro y que ni siquiera está ingresado. Que lo que realmente te gustaría es utilizar estos pulpitos como objeto de compañía para tu bebé mientras duerme en su cuna. La verdad es que no veo ningún inconveniente en que un niño tenga un objeto de apego como un peluche, una mantita o un chupete.

Sin embargo, por debajo del año de edad se recomienda que los niños duerman boca arriba, sin objetos en su cuna, ya que tanto el dormir boca abajo como la presencia de objetos en el entorno en el que duerme el bebé, se ha relacionado con un aumento de riesgo de muerte súbita del lactante.


Vamos a ir cerrando el tema de los pulpitos. Creo que, tras lo que has leído, tendrás clara cuál es mi opinión. Si te digo la verdad, ojalá existiera algún dispositivo que hiciera más llevadero el paso por la incubadora de un bebé prematuro durante su ingreso hospitalario. Yo sería el primero en pedir que se incluyera en los protocolos de mi hospital. Sin embargo, de lo que si soy fan absoluto es de las cosas que han demostrado ser eficaces y no entrañan un peligro para mis pacientes. Hasta entonces prefiero mantenerme al margen de prácticas como la de los pulpitos que, por el momento, parece que tienen algo más de mágico que de realidad.

Bibliografía empleada:

  • «Knitted octopuses inside the incubators, a non-evidence based viral practice», publicado en la revista médica Early Human Development en febrero de 2019 (link).
  • «Bacterial Colonization of Toys in Neonatal Intensive Care Cots» publicado en la revista médica Pediatrics en el año 2000 (link).
  • «Los púlpitos», publicado en Mi Reino por un caballo de JM LLoreda (link).
  • «Púlpitos solidarios para bebés prematuros: una moda innecesaria, peligrosa e infantil», publicado en Hipertextual en abril de 2017 con entrevistas a médicos expertos en el cuidado de bebés prematuros (link).
  • «Pulpos de ganchillo para los bebés prematuros: Una iniciativa controvertida», publicado en Etapa Infantil (link).
  • «El boom de los pulpitos solidarios y su eficacia no demostrada científicamente», publicado en El Español (link).

Once consejos para que los niños duerman bien

El sueño, o la falta de él, es una de las grandes preocupaciones de los padres con niños pequeños, sobre todo cuando éstos dejan de ser bebés. En la gran mayoría de los casos, más que un trastorno real, simplemente no se cumplen las expectativas de los padres respecto a cuánto deben dormir sus hijos. Esto puede suponer peleas y disputas en el entorno familiar que hagan tambalear hasta los cimientos de la familia más sólida, a pesar de que los niños se levanten a la mañana siguiente como una flor y rindan al 100% durante todo el día.

En este sentido, de lo que más se quejan los padres es de que sus hijos se acuestan más tarde de lo que a ellos les gustaría, es decir, les cuesta quedarse dormidos, y de que se despiertan muchas veces por la noche.

Una de las cosas que podemos hacer los pediatras para mejorar los hábitos de sueño de estos niños es dar unas indicaciones sobre qué prácticas han demostrado ser válidas, lo que se conocen como «higiene del sueño», vamos con ello.

  1. Establece una hora para que los niños se vayan a dormir y acompáñala de unas rutinas previas. El cuerpo humano se acostumbra a unos horarios que se repiten cada 24 horas por lo que es muy adecuado que los niños se acuesten sobre la misma hora todos los días. Además, si desde unas horas antes de que el niño se vaya a dormir realizamos unas rutinas tranquilas (cena, baño, cuento…) su cuerpo entenderá que ha llegado la hora de desconectar y será más fácil que se quede dormido.
  2. Los fines de semana, la hora de acostarse y levantarse debe ser similar a la de los días de colegio, como mucho con una hora de diferencia. De esta forma será más fácil volver a las rutinas los días de diario y el niño se encontrará más seguro respecto a la hora de irse a dormir cuando llegue el lunes.
  3. Las horas previas a la hora de acostarse deben ser tranquilas. Deben evitarse actividades de alta energía antes de irse a la cama como juegos de ordenador, televisión, tablets, juego brusco o actividades muy estimulantes.
  4. Los niños no deben acostarse con hambre. Algo adecuado es un poco de leche o fruta. Se deben evitar las comidas copiosas entre una y dos horas antes de irse a la cama ya que pueden interferir con el sueño normal del niño.
  5. Evitar bebidas que contengan cafeína como los refrescos de cola, el café, el té o el chocolate antes de la hora de dormir. No parece muy aconsejable que una bebida que contiene un estimulante sea lo último que beba un niño antes de dormirse, ¿no?
  6. Durante el día, los niños deben jugar al aire libre y realizar ejercicio físico de forma rutinaria. Para que la melatonina, la hormona que regula el sueño, se segregue de forma adecuada por la noche, los niños deben jugar con luz natural durante el día. Si eso lo acompañamos de alguna actividad física regular, el éxito está asegurado. Así que ya sabéis, todos los días un ratito de parque.
  7. Evita las siestas muy prolongadas y aquellas que tienen lugar más allá de las cinco de la tarde. Hasta los dos años de edad los niños suelen hacer dos siestas al día (una por la mañana y otra por la tarde). A partir de esta edad, suelen mantener la siesta de la tarde incluso hasta los cinco años. Llegados a esta edad, la siesta puede influir de forma negativa en el sueño nocturno.
  8. La habitación donde duerme un niño debe ser tranquila, mejor si está a oscuras y sin ruido. Para los niños que tienen miedo a la oscuridad es aceptable una luz de muy baja intensidad para que, en el caso de que se despierten a media noche, ésta no sea un motivo para que se desvelen.
  9. La temperatura de la habitación donde duermen los niños debe ser confortable, ni muy fría ni muy calurosa. Unos 20-21ºC es una temperatura muy adecuada.
  10. El cuarto donde duerme el niño no debe usarse, en la medida de lo posible, ni para el juego diurno ni para los castigos. Es importante que los niños interioricen desde pequeños que la cama y su cuarto son para dormir y no para jugar o realizar cualquier otra actividad.
  11. Evita que tus hijos utilicen aparatos electrónicos (móviles, tablets, ordenadores…) en la última hora antes de acostarse y mantén estos aparatos fuera de su habitación. Muchos niños adquieren lo mala rutina de consultar redes sociales una vez que se han ido a dormir o de necesitar que la televisión esté encendida para dormirse. Esto hábitos son mas fáciles de controlar si ninguno de estos dispositivos está en su habitación.

La gran mayoría de estos consejos son aplicables desde los 6 meses de edad, momento en el que el ritmo circadiano de los niños está establecido y regulado y empiezan a dormir mejor. Por ello merece la pena empezar a utilizarlas desde que son pequeños.

Si tus hijos duermen mal y has decidido poner estas indicaciones en práctica has de saber que, aunque mejoran la calidad del sueño de los niños, los resultados se ven con el paso del tiempo y siempre asociados a una cultura del sueño que debe seguirse durante las 24 horas del día.

Por otro lado, es posible que muchas (o todas) de estas cosas ya las hayas intentado en casa y tus hijos sigan durmiendo mal. En estos casos, el mal dormir se suele asociar ciertas conductas que el niño asocia con el hecho de quedarse dormido, como por ejemplo el acunamiento en niños pequeños, la presencia de los padres en la habitación, necesitar muuuuchas canciones para que el niño se quede tranquilo o cualquier otra rutina que se asocie con ese momento. No pasa nada por que tú como padre o madre las sigas permitiendo, sin embargo, hasta que el niño no se acostumbre a dormirse solo es difícil que desaparezcan esas rutinas de vuestro «protocolo» para que el niño se duerma.

Por último, la gran mayoría de los consejos que has podido leer son aplicables tanto a niños como a adultos, así que ya sabes: si duermes mal ya sabes por donde debes empezar.