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¿Tengo que ir al pediatra cada vez que mi hijo tiene fiebre?

Osito Pediatra

Fuente: Pixabay

Muchos de los que nos leéis habitualmente habréis respondido a la pregunta que encabeza este post de forma inmediata con un no. Un NO en mayúsculas. Y lo hacéis desde el convencimiento de que la fiebre no es nada más que un síntoma que aparece asociado a una infección que está sufriendo vuestro hijo en ese momento. Sin embargo, algunos padres llevan muy mal el ver a sus hijos con fiebre ya que piensan que algo malo les va a ocurrir o que la propia fiebre les puede hacer daño, lo que provoca que acaben acudiendo al pediatra a ver qué le puede estar pasando al niño a las primeras décimas que asoman en el termómetro sin tener en cuenta nada más (y nada menos). No obstante, si preguntásemos a la gran mayoría de los pediatras del mundo, estos contestarían que no es necesario que cada vez que un niño empieza con fiebre sea valorado por un pediatra. Para que entendáis por qué somos tan «tajantes» en este tema, nos gustaría repasar con vosotros algunos aspectos sobre las infecciones y lo que podéis esperar cada vez que vuestros hijos tienen fiebre.

¿Qué es la fiebre?

No existe un consenso absoluto sobre la definición exacta de fiebre, sin embargo, la gran mayoría de las sociedades científicas acepta como fiebre la elevación de la temperatura corporal por encima de 38ºC a nivel axilar. En niños, la fiebre está provocada (casi) siempre por infecciones, ya sean éstas consecuencia de un virus o de una bacteria. La fiebre aparece porque los leucocitos -las células de nuestro organismo que nos defienden de las infecciones- segregan unas sustancias que dan la orden al hipotálamo, una parte del cerebro que actúa de termostato, de elevar nuestra temperatura corporal. Seguramente os estaréis preguntando que por qué hace eso nuestro cuerpo, con lo incómoda que es la fiebre. Pues bien, tenéis que saber que la fiebre es nuestra «amiga» ya que sirve de mecanismo de defensa contra las infecciones ya que tiene cierto poder para inhibir el crecimiento tanto de virus como de bacterias. Dependiendo del tipo de infección y el niño que la sufre, la fiebre será más alta o más baja y durará más o menos días. Sin embargo, ninguna de estas características se ha asociado con que la infección sea más grave.

La fiebre no hace daño

Por tanto, la fiebre es un síntoma más de los muchos que podemos tener durante una infección, como la diarrea en una gastroenteritis o los mocos en un catarro. Pero además, la fiebre no hace daño a vuestros hijos. Aunque sea muy alta y no baje, aunque lleven muchos días con ella, la fiebre ni provoca daño cerebral ni ninguna otra cosa rara que se os esté pasando por la cabeza. En todo caso, lo que sí puede preocuparnos a los pediatras es la infección que provoca esa fiebre, pero en ningún caso nos asusta que el termómetro haya subido más o menos. Y aunque la fiebre no hace daño, lo que ésta sí que provoca es malestar: el corazón late más rápido, la respiración se acelera y, en general, los niños se encuentran decaídos respecto a su estado normal. Este el motivo por el que hay que tratar la fiebre, para que los niños se encuentren mejor. Si conseguimos este objetivo, ya habremos ganado mucho, otra cosa será que la temperatura baje.

Entonces, ¿cuándo debo llevar a mi hijo al pediatra a que lo valore si tiene fiebre?

Muchos pensaréis que todo eso está muy bien pero que cuando lleváis al niño al pediatra con fiebre de unas pocas horas de evolución es para que os saquen de dudas sobre si esa fiebre se debe a un catarro o es algo más grave. Y la verdad es que eso sería estupendo, que a las primeras de cambio os pudiéramos decir lo que va a durar la fiebre o a que se debe. Sin embargo, cuando un niño solo han presentado un pico de fiebre o cuando han pasado unas pocas horas desde el inicio de la misma, es prácticamente imposible que los pediatras podamos saber cuál es la causa y cuánto va a durar, ya que de momento no usamos bolas mágicas de cristal para adivinar el futuro. Por probabilidad, lo más frecuente será que se deba a un virus, pero poco más podemos hacer en esos primeros momentos de fiebre salvo decir si el niño está grave y hay que derivarlo a Urgencias para valorar si necesita ingreso o si se encuentra bien y os podéis ir a casa. Este es uno de los motivos por el que los pediatras os decimos que es mejor esperar un poco antes de acudir a Urgencias cuando un niño tiene fiebre. Si esperáis, es muy probable que hayan aparecido otros síntomas y os podamos decir con más seguridad a qué se debe la fiebre que tiene vuestro hijo. Además, cuando un niño lleva poco tiempo con fiebre, tampoco sirve de nada realizar una analítica de sangre o una radiografía ya que estas pruebas requieren de unas horas para que se alteren. Os aseguramos que si tenéis paciencia, lo más probable es que en un par de días la fiebre habrá desaparecido porque, como decíamos, la gran mayoría de las infecciones en pediatría están provocadas por virus y se resuelven solas con un poco de tiempo. Así que tened paciencia y esperad un poco en casa a ver qué pasa en los siguientes días. Por el contrario, las circunstancias que hacen que sea «necesario» acudir con vuestros hijos al médico para que sea valorado son:
  • Cuando el niño está muy irritable o adormilado.
  • Cuando tenga mal aspecto o dificultad para respirar.
  • Si le aparecen manchas en la piel.
  • Si el niño tiene menos de 3 meses de edad, siempre debe ser valorado por un profesional sanitario.
  • Cuando la fiebre dura más de 2 o 3 días.
Como habéis podido ver, en ningún lado pone que por el mero hecho de tener fiebre los niños deban ir al pediatra o porque el termómetro haya llegado a una temperatura concreta. Al contrario, en lo que se hace mucho hincapié en estas recomendaciones es en el estado general del niño ya que esto es lo que marca la gravedad de una infección.

Vigilad el estado general y no miréis tanto el termómetro

Para acabar, queremos reforzar este concepto. Como ya os hemos dicho, la gravedad de una infección viene determinada por otros parámetros distintos a la fiebre. Una de las cosas que transmitimos a los padres de nuestros pacientes es que preferimos mil veces atender a un niño que se encuentra mal o que presenta alguno de esos «signos de alarma» que a uno que tiene fiebre, aunque esta sea alta o no le baje, pero se encuentra aceptablemente bien. Por eso, es muy importante que os fijéis en esas otras cosas que pueden aparecer cuando un niño tiene fiebre, ya que éstas garantizan una visita a Urgencias en ese momento, y que sea el pediatra el que decida si al niño le pasa realmente algo grave o era una falsa alarma. Por último, tampoco merece la pena poner al niño el termómetro cada dos por tres ya que esto sólo os va a provocar más ansiedad si la fiebre no baja lo que esperabais o vuelve a subir antes de lo previsto.

Fuente: Dos Pediatras en Casa G.O

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Si queréis saber más sobre la fiebre os recomendamos que leáis el decálogo de la fiebre de la Asociación Española de Pediatría de Atención Primaria que podéis descargar en este link.

Pesadillas y terrores nocturnos: las parasomnias de los niños

Una de las cosas que más preocupa a los que somos padres es el descanso de nuestros hijos. Lo que ocurre entre las nueve de la noche y las nueve de la mañana, cuando el sol ya se ha ido, se magnifica hasta limites insospechados. Y no es para menos ya que, por un lado, durante esas horas los niños descansan de su activad frenética diaria y, por otro, a los adultos nos regalan unas horas en las que podemos bajar el ritmo al que nos someten esos pequeños monstruitos.

Sin embargo, la gran mayoría de los padres se dan cuenta al tener hijos que duermen peor de lo que esperaban antes de tenerlos. En ocasiones se debe a que se despiertan mucho por la noche y reclaman una caricia o un beso, porque tienen miedo o porque quieren un vaso de agua o ir al baño. Estas alteraciones del sueño son muy habituales en los niños y, en la gran mayoría de los casos, no suponen más que un problema para el descanso familiar sin que realmente se las pueda considerar un trastorno.

Mención a parte merecen las parasomnias, que se definen como experiencias no deseadas que acontecen durante el sueño, como pueden ser los terrores nocturnos, las pesadillas o el sonambulismo, siendo la edad preescolar (niños de 2 a 6 años) la etapa de la vida en la que son más frecuentes. Se las considera un trastorno benigno que mejora con el paso del tiempo aunque pueden tener un impacto negativo tanto en el niño como en sus padres. Son tan frecuentes que se calcula que casi 9 de cada 10 niños de entre 2 y 6 años ha padecido alguno tipo de estos episodios alguna vez.

Por ello, merece la pena repasarlas para que las conozcáis por si llega el momento de enfrentaros a ellas o por si, por desgracia, las vivís habitualmente con vuestros hijos.

Tipos de parasomnias

Sin entrar en términos o explicaciones complicadas, durante el sueño, o mejor dicho, durante cada ciclo del sueño, la actividad cerebral se va modificando y adquiere un patrón determinado dando lugar a las diferentes fases del sueño que seguro que conocéis: la fase REM y la fase NO-REM.

Dependiendo de en qué fase del sueño se produzcan, las parasomnias se pueden clasificar en tres grupos: los trastornos del arousal, las parasomnias asociadas al sueño REM y otras parasomnias. Como las carácterísticas de las distintas fases del sueño son diferentes, suele ser fácil reconocer cada una de las parasomnias ya que la clínica que presentan durante el episodio es diferente de unas a otras.

Trastornos del Arousal o Prasomnias del sueño No-REM

Este tipo de parasomnias ocurre durante la fase No-REM del sueño y se caracterizan por una percepción alterada del entorno (el niño parece que delira o dice cosas sin sentido), el paciente no está paralizado (es decir, el niño se mueve y puede hablar) y, habitualmente, no recuerda lo que ha ocurrido. Como ocurren durante la fase NO-REM del sueño, suelen observarse en el primer tercio de la noche.

Aunque el mecanismo por el que ocurren es desconocido, hay una serie de factores que pueden influir en su aparición. Algunos de ellos son el haber dormido poco, la fiebre o padecer un proceso infeccioso, el estrés o tomar algún tipo de fármacos, como los antihistamínicos. Además, hay cierta predisposición familiar a padecerlos.

Dentro de este grupo de parasomnias encontramos tres tipos diferentes que a menudo son difíciles de diferenciar entre sí:

1. Terrores nocturnos

Es la parasomnia más frecuente y su pico máximo de afectación se da entre los 5 y 7 años de edad.

Durante estos episodios el niño parece que está despierto con mucho miedo, gritando e intentando defenderse de una amenaza tal como monstruos, arañas o serpientes. Pueden acompañarse de sudoración y taquicardia así como enrojecimiento facial.

Si tratamos de despertar al niño nos resultará prácticamente imposible o el niño nos responderá de una manera confusa e inconexa. Ceden al cabo de varios minutos de forma brusca sin que el crío recuerde el episodio a la mañana siguiente.

2. Despertares confusionales

Son episodios similares a los terrores nocturnos pero, en este caso, el miedo no domina el episodio. Lo que ocurre es que el niño se despierta parcialmente desorientado y confuso pudiendo estar con los ojos abiertos. Durante el episodio, el niño suele adquirir conductas inapropiadas y se resiste a que los padres le consuelen.

Como ocurre en los terrores nocturnos, por mucho que lo intentemos no conseguimos despertar al niño y a la mañana siguiente no recuerda lo sucedido. Su duración suele ser de 5-20 minutos y ocurren a edades algo más tempranas, 2-5 años.

3. Sonambulismo

De forma similar a los dos anteriores, el sonambulismo se caracteriza por un despertar parcial que evoluciona hacia conductas complejas y deambulación por la casa sin un rumbo fijo. A diferencia de los terrores nocturnos o los despertares confusionales, el niño está tranquilo y no presenta miedo. Pueden prolongarse durante unos minutos y, al igual que los anteriores, los niños no los recuerdan a la mañana siguiente.

El gran problema del sonambulismo es que el que los sufre puede ser víctima de un traumatismo al caerse por las escaleras o tropezar con algún mueble.

«Tratamiento» de las parasomnias asociadas al sueño No-REM

Lo más importante es que los padres entiendan que este tipo de episodios son benignos y no influyen en el día a día de los niños, por lo que la tranquilidad durante el episodio es lo más importeante. Habrá que tomar la medidas oportunas para que el niño no se golpee durante el tiempo que duren estos episodios haciendo el entorno seguro para él.

Durante el episodio no debemos tratar de despertar al niño o intentar consolarlo ya que, además de no servir para que la intensidad del mismo disminuya, el evento podría prolongarse. Por las misma razones, tampoco hablaremos con ellos. Esto que os pedimos es lo que más suele costar a los padres con niños con este tipo de parasomnias, pero os podemos asegurar que es por su bien.

Lo que sí se puede hacer para mejorar las parasomnias es mantener una buena higiene del sueño en nuestros hijos ya que se ha comprobado que esto disminuye la aparición de los episodios. Además, en caso de que éstos sean muy frecuentes y ocurran siempre a la misma hora, podemos programar un despertar a una hora determinada para evitar que el niño entre en esa fase del sueño en la que se producen estas parasomnias.

Aunque existe medicación que puede hacer disminuir la frecuencia e intensidad de estos episodios, debe reservarse para aquellos en los que se altera de verdad la dinámica familiar o existe peligro físico y, en todo caso, deben ser pautado por un especialista.

Parasomnais asociadas al sueño REM

El sueño REM ocurre un poco más avanzada la noche por lo que estos episodios suceden algo más tarde de lo que ocurren los terrores nocturnos. Durante el sueño REM existe una parálisis completa muscular, no existe movimientos, salvo el de los ojos (lo que las diferencia de las asociadas al sueño No-REM) y, además, el niño recuerda lo sucedido. Existen varios tipos, aunque son las pesadillas las más conocidas y frecuentes.

Pesadillas

Las pesadillas son sueños desagradables en las que sentimientos como el miedo, la rabia o la ansiedad se entremezclan. A diferencia de los terrores nocturnos, el niño se despierta de inmediato tras la pesadilla recordando lo sucedido. También, dado que se producen durante la fase REM del sueño en la que no existen movimientos musculares, no deberíamos sospechar que el niño está sufriendo una pesadilla hasta que se despierte.

Son muy frecuentes en niños en torno a 3 años (hasta un 30%) y pueden estar desencadenadas por traumas o experiencias negativas anteriores. En estos casos sí que conviene consolar al niño tras el episodio y, como cualquier padre o madre haría, intentar no asustarlo con cosas que puedan impactarle en su día a día ya que éstas podrán desencadenarlas. Al igual que en los trastornos anteriores, una buena higiene del sueño puede hacer que disminuyan este tipo de episodios.

Diagnóstico diferencial

Como habéis podido leer, es fácil diferenciar un terror nocturno de una pesadilla si nos fijamos en las características de cada uno de ellos, ya que, en la gran mayoría de los casos, no suele necesirarse ninguna prueba complementaria para poder diagnosticar qué tipo de parasomnia ha sufrido el niño.

Por otro lado, en raras ocasiones los niños presentan movimientos durante el sueño que no somos capaces de clasificar como una parasomnia concreta. En estos casos, un video casero realizado por vosotros suele ayudar al pediatra a hacer un diganóstico.

Si aún con ello sigue existiendo la duda de que se trate de una parasomnia, vuestro pediatra os debería derivar al especialista (el neurólogo infantil) por si pudiera tratarse de alguna otra enfermedad como la epilepsia. En este caso si que se requieren pruebas como un estudio del sueño o un electroencefalograma.


Como padres de niños pequeños que somos, sabemos lo desagradable que puede ser enfrentarse a un niño que grita con miedo por la noche al no saber cómo actuar en ese momento. Esperamos que con esta entrada podáis afrontar mejor esos momentos que todos hemos sufrido.

¿Qué tipos de «reacción» dan las vacunas?

La gran mayoría de los lectores de este blog conocen cuál es nuestra postura sobre las vacunas: son seguras y salvan vidas. Así que no dudéis ni un instante en que nosotros nos alineamos al lado de los que piensan que las vacunas son uno de los grandes avances de la medicina y, gracias a ellas, muchas de las enfermedades que antes existían ahora son infrecuentes en nuestro entorno como la varicela o el sarampión.

Esperamos que vosotros, como padres que sois, estéis también a favor de la vacunación como una parte fundamental de la protección de los niños contra enfermedades potencialmente graves. Sin embargo, muchos preguntáis en consulta por la posible reacción de la vacuna y qué es lo que tenéis que observar en los siguientes días tras la vacunación.

Vacunas hay muchas y por tanto, como cualquier otro medicamento, pueden tener diversos efectos secundarios. Es muy importante destacar que la mayoría de estas reacciones son leves y se solucionan sin secuelas en unos días. Merece la pena conocer cuáles son las más frecuentes para que no os pillen por sorpresa y sepáis cómo actuar. Si estáis interesados en conocer cuáles son todos los posibles efectos secundarios de una vacuna concreta podéis consultar su ficha técnica.

Las reacciones a las vacunas se clasifican en reacciones locales, es decir, en el lugar en donde se administraron, o sistémicas, cuando la reacción se produce en un lugar a distinto a donde se aplicó la vacuna.

Reacciones locales a la vacunación

La gran mayoría de las reacciones locales son leves y se resuelven sin secuelas en unos días.

Lo más frecuentes es dolor, hinchazón y enrojecimiento en la zona de punción de la vacuna. Su frecuencia varía de unas vacunas a otras y oscila entre un 50% para la vacuna contra la Difteria-Tétanos- Tosferina (DTPa) y un 5% para la de la Hepatitis B. También hay que tener en cuenta que estas reacciones locales suelen ser más frecuentes en las dosis de recuerdo sucesivas que con la primera vacuna.

Este tipo de reacción aparece en las primeras 48 horas tras la administración de la vacuna y se resuelven solas en 2-3 días. Si el niño está muy molesto y la inflamación o el dolor es grande, se puede aplicar hielo en la zona 2-3 veces al día y administrar un analgésico como el paracetamol.

Hay reacciones locales más graves como la infección en el lugar de la administración. En ocasiones puede avanzar a la formación de un absceso, aunque en ambos casos son excepcionales y poco frecuentes. A veces es difícil diferenciar si la inflamación local se debe a reacción inflamatoria o al inicio de una infección local. La evolución del proceso nos dará las claves para catalogarlo de un tipo de reacción u otra.

Reacciones sitémicas a las vacunas

En este caso, el efecto secundario se manifiesta de forma general y no se circunscribe solamente al lugar de administración. Este tipo de reacciones son menos frecuentes que las reacciones locales y suelen presentarse en menos del 10% de los pacientes.

Las reacciones sistémicas más frecuentes son la fiebre y el malestar general que suele acompañarse de dolor de cabeza e irritabilidad. Estos síntomas no dejan de ser el reflejo de que nuestra inmunidad está actuando contra la vacuna para generar las defensas que nos protegerán posteriormente, es decir, como si estuviéramos teniendo una infección en chiquitito. Este tipo de reacciones, la fiebre y demás síntomas, aparecen generalmente en las primeras 24-36 horas después de la vacunación y no suelen durar más de uno o dos días.

Para que el niño se encuentre mejor mientras pasan esas horas en las que presenta fiebre y demás síntomas sistémicos, se le puede administrar paracetamol a dosis habituales.

En ocasiones, sobre todo con la vacuna triple vírica y la de la varicela, pueden aparecer manchitas en la piel al cabo de varios días tras su administración, en general entre los 7 y 15 días. Estas manchitas o «exantema», como lo llamamos los pediatras, pueden estar presentes durante unos días.

Es importante que estéis tranquilos si la reacción que hacen vuestros hijos es fiebre ya que no quiere decir que vuestro hijo contagie la infección de la que se ha vacunado. Sin embargo, en el caso de que la reacción fuera tipo exantema y la vacuna fuera de virus vivos atenuados (como la varicela) sí que podrían contagiar una forma muy leve de la enfermedad que se vacunó.

Reacciones adversas raras a las vacunas

Las reacciones vacunales que habéis leído más arriba son las que se consideran frecuentes ya que las vemos con mucha frecuencia tras vacunar a un niño. Como hemos dicho son leves y se resuelven sin secuelas en unos días.

A veces, como medicamentos que son, las vacunas también pueden tener efectos secundarios graves que, por fortuna, son muy raros de tal forma que sigue compensando vacunar a un niño y evitarle la posibilidad de contraer una infección que puede ser grave y potencialmente mortal.

Algunas de estas reacciones se manifiestan como covulsiones y otras son tan raras que ni siquiera os sonará su nombre, como el síndrome de Guillan-Barré. Lo que si que debéis saber es que su frecuencia es muy rara y aparecen cada muchos miles de dosis.

Y aunque estas reacciones las consideramos raras, no suelen dejar secuelas una vez se han resuelto. Y si todavía eres de los que piensa que las vacunas causan autismo, nos congratula mucho decirte que estás equivocado y que no aparece en la lista de posible reacción de ninguna vacuna.

Alergia a las vacunas

Las vacunas no dejan de ser algo «extraño» con lo que entramos en contacto para que nuestro cuerpo cree defensas contra una infección. Toda vacuna está compuesta, a grosso modo, por tres componentes. Una primera que representa al bicho contra el que queremos generar inmunidad; una segunda que se llama co-adyuvante, el cual potencia la reacción inmunitaria; y por último los conservantes, que sirven para que la vacuna no se estropee desde su fabricación hasta que se administra.

Las personas podemos tener alergia contra todos esos componentes de las vacunas por lo que tras su administración debemos estar atentos a que el niño no presenta ningún síntoma compatible con una ración alérgica (manchas en la piel a los pocos minutos, dificultad respiratoria…).

La impartancia del pediatra y las reacciones a las vacunas

Uno de los papeles más importantes que tiene un pediatra es informar a los padres sobre las diferentes enfermedades que pueden tener sus hijos y qué hacer en caso de que se presenten.

En este sentido, el pediatra juega un doble papel. En primer lugar como esa persona de confianza que explica a los padres que las vacunas son seguras y de los riesgos que evitarán a sus hijos en caso de que decidan vacunarlos. Pero también el pediatra debe informar a los padres de los posibles efectos secundarios para que los padres sean capaces de reconocerlos y administrar un tratamiento de forma temprana para que sus hijos se encuentren mejor mientras éstas ocurren.


Espero no haberos «asustado» con las posibles reacciones de las vacunas y que después de este post no hayáis cambiado de opinión respecto a la vacunación de vuestros hijos. Os puedo asegurar que vacunar a los niños es regalarles un futuro mejor sin enfermedades graves que, en este caso sí, pueden dejar secuelas. Un pinchazo con un poco de dolor y un par de días de fiebre merecen la pena contra la posibilidad de caer enfermo por una enfermedad que te condicione el resto de tu vida…

Si quieres leer más sobre las reacciones a las vacunas puedes consultar este enlace del Comité Asesor de Vacunas de la Asociación Española de Pediatría (Link) o este otro de la Organización Mundial de la Salud (Link, en inglés).

El mejor termómetro para la fiebre

Si hiciéramos una lista con los motivos de consulta en Urgencias más frecuentes de los padres sobre la salud de los niños, uno de los que ocuparía los primeros puestos, sino el primero, sería esa «fiebre que no baja» y que tantas noches les deja en vela buscando el mejor remedio para devolver a sus hijos a los 36ºC. En esos caso, es importante tener un «buen termómetro» para saber cuándo ha llegado el momento de administrar de nuevo un antitérmico.

Supongo que si has entrado a este post es porque estarás interesado en encontrar información sobre cuál es ese supertermómetro y si el que tienes en casa es lo suficientemente bueno. Perdóname de antemano por haber puesto un título tan sugestivo pero he querido captar tu atención para que realicemos juntos una reflexión sobre qué es la fiebre y cómo debes actuar en función de cómo se encuentre tu hijo y de cuál es la temperatura en ese momento.

En este post, sobre todo encontrarás preguntas y quizá, después de reflexionar sobre ellas, alguna que otra respuesta. Lo que sí te aseguro es que seguirás con las mismas dudas sobre qué termómetro debes comprar para tener en casa.

«Es que a mi hijo no le baja la fiebre»

Da igual que un niño tenga un año de vida o que ya esté cerca de la adolescencia, si empieza con fiebre, aunque el proceso sea banal, como esa fiebre no baje al darle un antitérmico, a los padres se les encienden las alarmas y piensan que a sus hijos les pasa algo grave. Tal es así que he llegado a ver padres que apuntan cual es la temperatura de sus hijos cada 5 minutos una vez que les han administrado algo para bajarla.

Este es un error de concepto muy importante. Cuando administramos un antitérmico a un niño lo que realmente estamos buscando es que se encuentre mejor, es decir, que el disconfort que genera la fiebre mejore o desaparezca. Esto puede acompañarse de una bajada de temperatura pero en otras ocasiones el termómetro no se moverá ni un grado.

Sin embargo, en muchas ocasiones la fiebre no termina de bajar pero el niño se encuentra claramente mejor y deja de estar tan mimoso. Solo con eso, ya habremos conseguido el objetivo principal que buscamos al tratar la fiebre. Si ademas la temperatura baja, pues mejor que mejor.

No me cansaré de decirlo una y otra vez cuando me pregunten los padres en Urgencias: prefiero mil veces ver a un niño con 40ºC al que no le baja la fiebre pero que corre por la sala de espera que a uno al que la fiebre le baja estupendamente pero que está tiradillo en la camilla.

Por ello, no tiene sentido apuntar en un papel cada 5 minutos la temperatura de un niño ya que lo que realmente importa es el estado general y no tanto lo que marca el termómetro.

Entonces, ¿cuándo debo tratar la fiebre de mi hijo?

Esta es la gran pregunta que se debería hacer todo padre cuando ve que su hijo está caliente y el termómetro marca más de 38ºC.

Si tenemos en cuenta que la fiebre es un mecanismo de defensa del cuerpo con el que se consigue, entre otras cosas, que los virus se repliquen más lentamente, no deberíamos empeñarnos en bajar la fiebre de los niños a toda costa.

Lo que deberíamos hacer es valorar cómo se encuentra el niño con esa elevación de temperatura para decidir si administramos un antitérmico o espermos un rato. En algunos casos, tu hijo estará con 38,2ºC y durmiendo plácidamente y en otros, con los mismos 38,2ºC, se encontrará como si le hubiera pasado un camión por encima. Parece evidente que en el primero de los casos el antitérmico puede esperar y, por el contrario, en el segundo está más que justificado.

Algo parecido pasa con esa fiebre que no termina de bajar. Pongamos que partíamos de 39,5ºC y que a las 2-3 horas del antitérmico el niño está con 38,4ºC pero saltando en el sofá y pidiendo gusanitos. Vale que no le ha terminado de bajar la fiebre, pero está más que claro que el niño se encuentra mucho mejor. ¿Tendríamos que dar algo para esa fiebre que no termina de bajar? Sinceramente, creo que no.

Y si no hay fiebre, ¿puedo dar un antitérmico a mi hijo?

Después de todo lo que has leído, espero que hayas entendido que lo más importante es tratar el estado general del niño y no tanto el «número» que marca el termómetro.

La fiebre está provocada por unas moléculas que se llaman interleukinas que son segregadas por las células que nos defienden de las infecciones. Pero además, hay otras muchas moléculas que, sin provocar fiebre, pueden dar lugar a que el niño no se encuentre bien, es decir, como si tuviera fiebre pero sin tenerla. En estos casos también estaría indicado administrar paracetamol o ibuprofeno ya que lo que estamos buscando es que el niño mejore el estado general y ese es el papel principal de los antitérmicos. Es verdad que a los pediatras nos gusta saber a cuánto ha llegado el termómetro, pero nos gusta mucho más observar cómo mejora el estado del niño y pasa a encontrarse mejor.

¿Y qué termómetro debería usar entonces?

Hace unos meses escribimos una entrada sobre los diferentes tipos de termómetros que existen y las diferentes propiedades de unos u otros. Como ya te habrás dado cuenta, este post no va de eso.

Hace unos días pensé que quizá el mejor termómetro que puede existir sería aquél que no tuviera números y dijera simplemente a los padres cuando ha llegado el momento de administrar a sus hijos un antitérmico. Sería un termómetro que valoraría la temperatura pero también se fijaría en cómo se encuentra el niño. Sería un termómetro que daría mensajes del estilo: «dale ahora paracetamol» o «todavía puedes esperar un rato, el niño se encuentra bien». Sin embargo, esta tecnología no ha sido desarrollada.

Unos padres prudentes e informados son el MEJOR termómetro para un niño

Creo que esta reflexión que he hecho sobre la fiebre y su manejo nos deja una conclusión clara: unos padres formados en qué consiste la fiebre, los síntomas que puede provocar, cuál es la evolución esperable de la temperatura tras administrar un antitérmico y qué signos de alarma hay que vigilar cuando un niño está enfermo, son el mejor termómetro para la fiebre de cualquier niño.

Esos padres serán capaces de manejar la fiebre de sus hijos sin caer en miedos irracionales sobre consecuencias horribles no demostradas por la «fiebre alta» y no se preocuparán en exceso si el termómetro no vuelve a los 36,5ºC tras administrar un antitérmico. Esos padres vigilarán el estado general del niño, la dificultad respiratoria, el grado de hidratación o las manchas en la piel…, pasando a un segundo plano la temperatura como un síntoma más dentro de todo el cuadro clínico de una infección.


Las meningitis «buenas» y «malas»

Una de las enfermedades que más aterra a los padres es la meningitis. No en vano es un una enfermedad que puede tener consecuencias tan devastadores como la muerte del niño o secuelas neurológicas graves. Sin embargo, la gran mayoría de las meningitis que vemos en la edad infantil curan sin tratamiento ya que están provocadas por virus y son las que, en un intento de tranquilizar a esos padres, nos referimos a ellas como las meningitis «buenas». Y aunque son «buenas» porque curan sin secuelas casi siempre, suelen requerir ingreso hospitalario. En el otro bando están las meningitis «malas», las provocadas por bacterias, que son las que suelen cursar con complicaciones.

En este post encontrarás información sobre las meningitis y cómo las afrontamos los pediatras.

¿Qué es una meningitis y qué la provoca?

La meningitis, como su propio nombre indica, es la inflamación de las meninges, envolturas que rodean el cerebro.

Una meningitis puede ocurrir por muchas causas, pero la inmensa mayoría de las veces en pediatría se debe a una infección. Y como ya hemos explicado en más de una ocasión, las infecciones son aquellas enfermedades provocadas por microorganismos. En el caso de las meningitis, la causa más frecuente son los virus (entorno al 90%) seguidos de las bacterias (5-10%). Existen otras causas de meningitis infecciosas (parasitos y hongos) que son muy raras y pueden aparecer en personas inmunodeprimidas, pero que no merece la pena que tratemos en este post. Por último, cuando no conseguimos saber cuál es la causa de la meningitis,  nos referimos a ella como «meningitis aséptica», lo que significa que no hemos conseguido aislar el bicho que la provoca.

Esta distinción entre las posibles causas de las meningitis es muy importante debido a que el tratamiento y el pronóstico difiere de unas a otras. De forma coloquial, los pediatras nos solemos referir a las meningitis víricas como «meningitis buenas» ya que se resuelven solas en unos días sin dejar secuelas. Por el contrario, las «meningitis malas» son aquellas que están provocadas por bacterías y pueden dar lugar a secuelas (aunque esto no siempre es obligatorio).

Los virus que más frecuentemente provocan meningitis son los enterovirus, los cuales son más frecuentes en primavera, por lo que en esa época del año esta patología se ve con mayor frecuencia.

De todas las bacterias que provocan meningitis, las más importantes son dos: el meningococo y el neumococo. Ambas bacterias provocan meningitis durante todo el año, aunque el meningococo puede ser causa también de epidemias, es decir, cuando de repente aparecen más casos de lo esperado. Como veremos al final, por fortuna contamos con vacunas para protegernos contra estas bacterias.

Si os estais perguntando que cuál es la proporción en nuestro medio de meningitis «buenas» respecto a las «malas», la respuesta es de diez meningitis provocada por virus frente a una causada por bacterias. Esto se debe a la alta tase de vacunación que tenemos en nuestro país y en los de nuestro entorno.

¿Qué síntomas provoca la meningitis?

La triada clásica de síntomas de la meningitis es fiebre, dolor de cabeza y vómitos. A esto hay que añadir que los niños con una meningitis, ya sea de las «buenas» o de las «malas», suelen presentar decaimiento marcado y mal estado general. Muchos niños comentan que el dolor de cabeza que les provoca la meningitis es el peor de sus vidas, lo que pone de manifiesto la intensidad del dolor que suelen presentar. En ocasiones, sobre todo en las meningitis provocadas por bacterias, puede aparecer diminución del nivel de conciencia, somnolencia o convulsiones. En niños pequeños que no son capaces de manifestar su dolor o el malestar general suelen presentarse con irritabilidad.

En muchos casos, los padres acuden al hospital pensando que su hijo tiene una meningitis porque presenta fiebre y dolor en el cuello. Sin embargo, este último síntoma, no es específico de la meningitis, es decir, lo vemos con frecuencia en otras patologías como las anginas o en algunas neumonías. Lo que sí es importante es la exploración de los signos meningeos por parte del pediatra, esas maniobras que hacemos en la consulta en la que doblamos el cuello del niño estando tumbado o le elevamos las piernas. Con ello, somos capaces de evaluar si es probable que un niño tenga una meningitis o no.

¿Cómo se diagnostican la meningitis?

Cuando los pediatras vemos a un niño con un cuadro clínico que encaja con una meningitis y presenta signos en la exploración física compatibles con ella, realizamos lo que se conoce como punción lumbar.

Esta técnica consiste en pinchar con una aguja muy fina la espalda para extraer del canal medular el líquido que recubre las meninges y poder analizarlo. Esta prueba, a la que muchos padres tienen pavor, es la única forma que existe en este momento de poder diagnosticar de forma fehaciente una meningitis.

El líquido que extremos, conocido como líquido cefaloraquídeo, se analiza en el laboratorio de manera urgente para determinar si el niño presenta una meningitis o no. Y solo analizando el líquido cefaloraquídeo se puede diagnosticar si un niño padece una meningitis, por eso decimos que una punción lumbar es imprescindible para llegar al diagnóstico. Además, junto con la historia clínica del niño y la analítica de sangre que habremos hecho, podemos diferenciar con bastante exactitud si la meningitis de ese niño concreto es de las «buenas» o de las «malas». Siempre se procede al cultivo de ese líquido, el cual nos confirmará en unos días si finalmente la causa es una bacteria o un virus.

¿Cuál es el tratamiento de la meningitis?

Dependiendo de la causa de la meningitis el tratamiento varía ostensiblemente.

En le caso de las meningitis provocadas por virus, el tratamiento es sintomático. Se utilizan analgésicos para el dolor y, en caso de que el niño vomite mucho o no quiera comer, se pueden utilizar sueros intravenosos. Normalmente requieren ingreso que no suelen durar más de 3 o 4 días.

En el tratamiento de las meningitis bacteriana, además del tratamiento sintomático, se emplean antibióticos. En ocasiones se comienza con dos y posteriormente, dependiendo del germen que crezca en los cultivos, se ajusta el espectro del tratamiento a la bacteria que causa el cuadro clínico. La duración del tratamiento varía desde una semana hasta 15 días, ya que no todas las bacterias se tratan igual. En un primer momento, estas meningitis se atienden en las unidades de cuidados intensivos para vigilar de cerca que no requieran otros tratamientos de mantenimiento más avanzado como respiradores o medicación para mantener la tensión arterial. La duración total del ingreso dependerá de la respuesta al tratamiento y de las secuelas que pueda presentar el niño.

¿Qué secuelas provocan las meningitis?

Como dijimos al principio, las meningitis que habitualmente dan secuelas son las provocadas por bacterias, de ahí que se las conozca como meningitis «malas».

Si os acordais de cuando hablábamos de las bacterias que las pueden provocar, mencionábamos dos: el meningococo y el neumococo. Ambas son meningitis muy graves, pero las secuelas y la evolución puede variar enormemente de una a otra.

El menigococo es una bacteria que provoca meningitis de forma muy rápida. Es decir, el cuadro clínico ocurre en unas pocas horas. Por eso suele decirse que si no se coge a tiempo puede dar lugar lugar a un cuadro clínico devastador en el que aparece un fallo multiorgánico que puede desencadenar la muerte, hasta en un 10% de los casos. En el 90% restante puede aparecer algún tipo de secuela grave como insuficiencia renal crónica o amputación de algún miembro, pero en muchos casos el tratamiento es eficaz y el cuadro clínico se resuelve sin secuelas.

Por el contrario, la meningitis por neumococo suele ser algo más larvada, aconteciendo en dos o tres días. La mortalidad por esta infección ronda también el 10%, pero lo que la diferencia de las provocadas por meningoco es que las secuelas son muchos más frecuentes: uno de cada cuatro supervivientes. Entre las secuelas de la meningitis por neumococo destacan la sordera y, en menor frecuencia, el daño cerebral que puede manifestarse como epilepsia (convulsiones) o parálisis cerebral.

¿Cómo se contagian las meningitis?

Tanto las provocadas por virus como por bacterias se contagian por contacto estrecho con las secreciones del paciente que la padece o de algún portador asintomático.

Cuando hay un brote de meningitis bacteriana, las autoridades sanitarias suelen evaluar el caso clínico para establecer qué personas estuvieron en contacto con los enfermos y son candidatas a tomarse una profilaxis, una medicina que intentará que sea menos probable que esas personas que han estado en contacto con un niño con meningitis desarrollen la enfermedad.

Sin embargo, muchas personas son portadoras de estas dos bacterias sin que desarrollen nunca una meningitis y, de hecho, muchas otras se colonizan sin desarrollarla tampoco. Esto habla a favor de que padecer una meningitis es una «lotería» ya que entran en juego a menudo muchos factores que no podemos controlar.

¿Cómo podemos prevenir las meningitis?

Como la gran mayoría de las infecciones, poco podemos hacer más allá de extremar las medidas de higiene como el lavado de manos o animar a los niños a toser tapándose con la zona del codo.

Sin embargo, y por fortuna, existen vacunas contra el meningococo y el neumococo por lo que, gracias a ellas, podemos prevenir que nuestros hijos padezcan una meningitis de las «malas». Existen varios tipos de meningococo (tipo B, C, A, W, Y…) y para todos ellos existen vacunas que han demostrado ser eficaces, como ya os hablamos de ellas en esta otra entrada del blog. De momento, salvo para el tipo C, no están financiadas por el Sistema Nacional de Salud aunque el Comité Asesor de Vacunas de la Asociación Española de Pediatría recomienda la vacunación contra estos microorganismos para todos los niños. También existe una vacuna eficaz contra los serogrupos del neumococo que provocan meningitis con más frecuencia y, en este caso, la vacuna esta subvencionada por el estado y se emplea ya de forma rutinaria en todos los niños españoles.


Si te interesa la meningitis existe una ONG que se llama Asociación Española Contra la Meningitis que comparte noticias e información sobre esta patología.

Cómo evitar contagiarse de la Gripe

Como todos los años, la epidemia de Gripe no perdona y acaba entrando en nuestras vidas. Pese a todos los esfuerzos, es muy probable que muchos de los hijos de los que leéis este texto, o vosotros mismos, os acabéis contagiando de este virus así que no está de más que revisemos qué podemos hacer para evitar, en la medida de lo posible, caer bajo sus garras.

Vaya por delante que la Gripe suele ser una infección banal pero que genera mucho malestar ya que cursa con fiebre de varios días (incluso una semana) de duración junto con malestar general y síntomas respiratorios. Como virus que es, no tiene un tratamiento específico así que, una vez que alguien se contagia, solo caben tratamientos sintomáticos y una buena dosis de paciencia. Si queréis profundizar en qué consiste esta infección tan habitual tanto en niños como en adultos podéis entrar en este link.

¿Cómo se contagia la Gripe?

La clave para evitar un contagio, ya no solo de la Gripe sino de cualquier enfermedad infecciosa, es conocer cómo se transmite el microorganismo de tal forma que podemos poner en marcha medidas para evitarlo.

El mecanismo principal por el que se transmite la Gripe de persona a persona es por medio de las gotitas que se producen al toser, estornudar o hablar desde una persona enferma (o que está en periodo de incubación) hasta otra susceptible. Esto se debe a que el virus de la Gripe coloniza la vía respiratoria del paciente y «flota» a sus anchas en secreciones como la saliva o los mocos. El contagio se produciría cuando esa persona susceptible inhala esas partículas que contienen el virus.

Y aunque la vía inhalatoria es la más frecuente, también es posible por contacto directo con las secreciones (saliva, mocos…) del paciente sin que haya gotitas de por medio. Para que lo entendáis, si tocamos la saliva de un enfermo con Gripe y luego nos frotáramos nuestra nariz o la boca, estaríamos llevando al virus directo a nuestras mucosas, abriéndole la puerta para que nos contagie. O por ejemplo, cuando un hijo nuestro nos da uno de esos besos que nos encantan llenos de babas.

El virus de la Gripe no flota en el aire, por ello, para contagiarnos, se requiere un contacto estrecho entre personas para que la enfermedad pase de unas a otras. ¿Habéis pensado quiénes están en «contacto estrecho» muy habitualmente y por eso suelen ser los primeros casos por los que empieza la epidemia? ¡BINGO!: los niños. Así que estad atentos a lo que sigue para conocer las claves de cómo podemos prevenir que se contagien entre ellos o nos contagiemos nosotros mismos.

¿Cómo prevenimos la Gripe?

Como primera mediada, lo más adecuado para evitar un contagio, sería evitar aglomeraciones al estilo de centros comerciales o similares en los que haya mucha gente que nos pudiera contagiar. Y aunque esta medida es efectiva, la verdad es que un niño que acude a la guardería o al colegio (que es donde los niños comparten unos con otros mucho tiempo en contacto estrecho) es mucho más probable que se contagie allí que en ningún otros sitio. Así que, salvo que os podáis permitir dejar a los niños en casa en vez de llevarles a la guardería, habrá que poner en marcha otras medidas preventivas para evitar los contagios.

Si hemos entendido que la transmisión de la Gripe se produce a través de esas gotitas invisibles de saliva o de mucosidad que flotan en el aire así como del contacto directo con secreciones, las medidas que podemos poner en marcha son sencillas y muy lógicas. Veamos cuáles son:

El lavado de manos

La mediada más importante para evitar contagiarnos o que nosotros seamos los vectores de la enfermedad es la higiene frecuente de manos. Esta es la medida individual más importante para prevenir cualquier enfermedad contagiosa, por lo que debemos ser especialmente cuidadosos al realizarlo, tanto nosotros como nuestros hijos. Es muy adecuado que enseñemos a los niños a lavarse las manos desde muy pequeños para que lo tengan interiorizado desde muy pronto y lo vean como algo natural y rutinario.

El momento para realizar la higiene de manos sería después de entrar en contacto con tus propias secreciones o con las de vuestros hijos, así que no dudéis en hacerlo antes y después de las comidas, después de sonarles los mocos con un pañuelo o hacerles un lavado nasal… Podemos emplear dos técnicas.

La higiene de manos se puede hacer con agua y jabón, para ello debemos hacerlo con agua en cantidad suficiente y por lo menos durante 20 segundos, frotando todas las superficies de ambas manos. Tras ello nos aclaremos y nos secaremos con una toalla.

Si no estás en casa o simplemente prefieres hacerlo de otra forma, puedes emplear soluciones de base alcohólica. Éstas han demostrado ser fáciles de aplicar y ser al menos tan efectivas como el agua y el jabón. Además, existen muchas presentaciones (botes pequeños, grandes…) para que puedas tenerlos en casa o llevarlos encima cuando salgas de paseo. En este caso basta con frotarse las manos y esperar a que se sequen.

Tápate la boca y la nariz con el codo o con un pañuelo desechable cuando tosas o estornudes

Parece lógico que si cuando tosemos o estornudamos mandamos al aire esas gotitas de las que hemos hablado, nos tapemos para intentar evitarlo. Si lo hacemos con el codo o un pañuelo desechable en vez de con la mano, estaremos consiguiendo dos cosas. Por un lado, que esas gotitas no pasen al ambiente y que otra persona pueda inhalaras. Por otro, si nos tapamos con el codo o con un pañuelo desechable y no con la mano, evitaremos que las manos sirvan de vehículo para ir dejando por ahí parte de nuestras secreciones, por ejemplo en el pomo de una puerta, en le teclado del ordenador o en el juguete de un niño.

Utiliza pañuelos desechables

No es raro ver en invierno a padres y madres persiguiendo a niños con los mocos colgando por el parque con un pañuelo en la mano. Aunque los mocos no son malos, son incomodos y, además, son poco estéticos. De ahí el afán que tenemos los padres en quitárselos a nuestros hijos. Pero has de tener en cuenta que los mocos contiene muchos virus así que es preferible utilizar un pañuelo desechable a irlo guardando en el bolsillo o en le bolso para reutilizarlo ya que con ello disminuye mucho la probabilidad de contagio a nuestros otros hijos o a nosotros mismos. Y recuerda, después de usar un pañuelo, hay que lavarse las manos.

Otras cosas que debemos hacer cuando nuestros hijos o nosotros tengan Gripe

La Gripe no es una enfermedad de exclusión escolar ya que es una infección que se contagia desde antes de que dé síntomas hasta unos 10 días después del inicio de los mismos. A pesar de que no es una enfermedad de exclusión escolar, cuando un niño padece la Gripe suele encontrarse mal además de tener fiebre, por lo que es muy recomendable que se queden descansado en casa hasta que los síntomas remitan. Con ello conseguiremos que nuestros hijos pasen mejor la Gripe y en parte disminuiremos el contagio a sus compañeros.

Si crees que tienes la Gripe o te lo ha confirmado un médico, sería muy recomendable que evitaras al máximo el contacto con tus hijos. Esta medida suele resultar imposible porque, aunque estemos enfermos, los padres debemos seguir cuidando de nuestros hijos. Sin embargo, puedes utilizar una mascarilla cuando estés con ellos o cuando les des el pecho o el biberón para intentar disminuir el número de partículas que mandamos al ambiente cuando hablamos o tosemos cerca de ellos Y aunque te cueste, evita los besos durante unos días…

Por último, no intercambiéis cubiertos entre vosotros ya que pueden servir de vehículo para pasar el virus de una persona a otra. Por descontado, nada de que los pequeños de la casa compartan chupetes, mordedores o juguetes varios…

¿Y qué pasa con la Vacuna de la Gripe?

Quizá deberíamos haber puesto esta parte al principio de este post, ya que la vacuna de la Gripe es la medida más eficaz para evitar esta enfermedad. Y esto no lo decimos nosotros solos, es palabrita de la Organización Mundial de la Salud. No hace falta decirlo porque seguro que ya lo sabéis, pero la vacuna de la Gripe es muy segura así que no hay que tener miedo.

La vacuna de la Gripe es una vacuna que cambia todos los años, ya que el virus muta de una temporada a otra, por lo que cada año hay que rediseñar una vacuna para que sea efectiva para la nueva temporada y de ahí que haya que vacunarse cada año.

La Asociación Española de Pediatría recomienda la vacunación de los niños con factores de riesgo para Gripe grave así como a todos aquellos niños que sus familias así lo deseen. También hay que recordar que los menores de 6 meses no pueden recibir la vacuna de la Gripe por lo que es muy apropiado que se vacune su entorno familiar en el caso de que queramos evitar un posible contagio a estos niños tan pequeños. Si queréis saber si vuestro hijo pertenece a ese grupo con factores de riesgo para Gripe grave consultad con vuestro pediatra.

Por último, las embarazadas son un grupo de personas propensas a padecer una Gripe grave por lo que está recomendado que se vacunen durante la campaña de vacunación independientemente del trimestre de embarazo en el que se encuentren. Si quieres más información sobre la vacuna de la Gripe en el embarazo entra en este link.


Aunque este post lo hemos escrito con la intención de evitar contagios por Gripe, las medidas preventivas que has leído, tales como el lavado de manos, cubrirnos con el codo al toser o utilizar pañuelos desechables y demás, son aplicables a todas las enfermedades respiratorias (catarros y virus varios) que padecen los niños, por lo que es muy recomendable que las apliques durante todo el año y no solo durante la temporada de Gripe.

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¿Qué es la saturación de oxigeno?

Quien más, quien menos, todos hemos acudido a Urgencias alguna vez y a nuestros hijos les habrán puesto una cosa en el dedo de la mano con una lucecita roja para conocer la saturación de oxigeno. Esta medida sirve para conocer si un paciente está recibiendo oxígeno de forma adecuada en sangre y por ello, los pediatras, la utilizamos también en nuestros pacientes, sobre todo en aquellos con procesos respiratorios como las bronquiolitis o las neumonías.

De hecho, muchos padres nos suelen decir frases como «Ya me quedo tranquilo porque veo que la saturación está en 100%» o «Me he venido a Urgencias para que le veáis porque en casa la saturación marcaba 92%». Sin embargo, la saturación de oxigeno es una medida más en el todo que supone un paciente pediátrico y debe ser valorada con cautela por un profesional sanitario, ya que de forma aislada no suele tener mucho valor.

En este post te contamos qué es la saturación de oxígeno y para qué sirve su medida para que puedas entender de que va la cosa cuando se la midan a tu hijo y algún pediatra te hable de ella.

El oxígeno de la sangre y cómo se mide

La función del aparato respiratorio del cuerpo humano es enviar oxigeno suficiente a los tejidos para que puedan realizar de forma adecuada las diferentes tareas para las que están diseñados, por ejemplo, al intestino para hacer la digestión o a los músculos para poder contraerse y mover el cuerpo.

Este aparato respiratorio está compuesto por todos los órganos que intervienen en el transporte del oxigeno a los tejidos y básicamente son las vías respiratorias y los pulmones, el corazón y los vasos sanguíneos y la sangre. Esta última, la sangre, contiene a los glóbulos rojos, células del organismo encargadas de transportar el oxígeno a los tejido a través de la hemoglobina.

El trabajo de todo el aparato respiratorio es fundamental para que el organismo funcione de manera adecuada. La medición del oxígeno en sangre nos puede dar una idea de cómo funciona el aparato respiratorio en muchas enfermedades.

La medición de los niveles de oxígeno en sangre se puede hacer a través de varios métodos, muchos de ellos «invasivos» que requieren de una muestra de sangre para poder determinar esos niveles a los que nos referimos. Ahí es donde la medición de la saturación de oxígeno ha ganado terreno ya que es un método «no invasivo» muy fácil de utilizar.

¿Qué es la saturación de oxígeno y cómo se mide?

La saturación de oxígeno es la medición que nos informa cómo de cargado esta el glóbulo rojo de oxígeno, es decir, si tras pasar por los pulmones ha sido capaz de captar muchas moléculas de oxigeno o por el contrario lleva pocas. Para que lo entendáis, sería la medida que nos informa de si el maletero de un coche (el glóbulo rojo) lleva muchas maletas (moléculas de oxígeno) o pocas.

La saturación de oxígeno no nos da una medición exacta de cuanto oxígeno hay en sangre ya que lo que estima es cómo de cargados van los glóbulos rojos en total. Sin embargo, muchos estudios han comprobado que la saturación de oxígeno se correlaciona bien con los niveles de oxígeno en sangre por lo que la medición de la saturación nos sirve para estimar la cantidad de oxígeno.

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Dedo de un niño con un sonda pediátrica de medición de la saturación de oxígeno.

El pulsioxímetro es el aparato que utilizamos para medir la saturación de oxígeno, el cual se compone de dos partes. Por una lado una sonda, que es la parte que se pone en el dedo y efectúa la medición de la saturación, y por otro una pantalla, donde leemos el valor de la saturación. La tecnología que utiliza el pulsioxímetro se basa en la colorimetría. Dependiendo de cuánto oxígeno transporta la sangre, ésta se pone de un color u otro: cuanto más roja, más oxígeno y cuanto más azul, menos oxígeno.

El valor que nos entrega el pulsioxímetro es un porcentaje (%), lo que vendría a representar cómo de lleno está el maletero del esos coches a los que nos referíamos, es decir como de cargados de oxígeno circulan los glóbulos rojos en la sangre. Ese porcentaje se correlaciona muy bien con los niveles de oxígeno total en sangre y de ahí que digamos que es un método «no invasivo» al no necesitar extraer una analítica.

Los valores normales de la saturación de oxígeno varían entre 95 y 99%. Es decir, es tan normal 95 como 99% para decir que la cantidad de oxígeno en sangre es normal. Por debajo de 94% se considera que los niveles de oxígeno son bajos.

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Monitor del pulsioxímetro. El valor 98 corresponde a la saturación y 105 a la frecuencia cardiaca, ya que este aparato también mide el pulso.

¿Y para qué sirve a los pediatras conocer la saturación de oxígeno de un niño?

Si tenemos en cuenta que conocer la cantidad de oxígeno que hay en sangre nos sirve para conocer en parte cómo funciona el aparato respiratorio de los niños, es evidente que los pediatras empleamos la saturación como una parte más de la valoración respiratoria de un paciente.

De esta manera, la saturación de un niño con una bronquiolitis nos informará de si el niño es capaz de respirar lo suficiente como para mantener un nivel adecuado de oxígeno en sangre. Lo mismo pasa con las neumonías o las laringitis. Sin embargo, la saturación de oxigeno no es imprescindible que sea medida en todas las patologías respiratorias; por ejemplo, en un niño con un catarro o con tos que se encuentra sin dificultad respiratoria y la auscultación es normal, no es imprescindible medir de rutina la saturación de oxígeno porque a todas luces será normal. Por el contrario, en un niño con bronquiolitis y dificultad respiratoria será un dato más a tener en cuenta dentro de la valoración global de la gravedad del paciente.

La saturación de oxígeno no lo es todo

Lo que si que es importante que entendáis es que la saturación de oxígeno es un parámetro más dentro de la valoración respiratoria de un niño. Debemos saber también otros datos como la auscultación, la frecuencia respiratoria, el trabajo respiratorio… ya que todas estas valoraciones completan la visión global de si el niño está respirando bien o no.

En ocasiones atenderemos a un niño con una neumonía y al medir su saturación de oxígeno ésta estará baja (por ejemplo 92%), lo que garantiza el ingreso para administrar oxígeno mientras la infección mejora.

En otras, la saturación de oxígeno será normal pero el paciente mostrará signos de gravedad. Por ejemplo, hay lactantes con bronquiolitis que saturan bien (98-99%) pero que respiran muy deprisa o no pueden comer, esto garantiza su ingreso pese a que el nivel de oxígeno en sangre sea normal.

Con estos ejemplos queremos mostraros cómo la saturación de oxígeno es importante pero no lo es todo y debe valorase en un contexto más amplio que la simplicidad de un numerito en una pantalla.

¿Debería tener un pulsioximetro en casa para medir la saturación a mi hijo?

Hay pacientes crónicos (prematuros, niños con fibrosis quística, cardiópatas, asmáticos con regular o mal control…) en los que pude estar indicado que los padres tengan un pulsioxímetro en casa para medir la saturación y actuar en consecuencia. Pero esto forma parte del tratamiento y los cuidados especiales de estos niños.

En niños sanos, y por niños sanos nos referimos también a aquellos que pueden tener algún episodio ocasional de bronquitis a lo largo del año…, no creemos que esté justificado que tengan un pulsioxímetro en casa. Como decíamos en el punto anterior, la saturación no lo es todo. La valoración en casa de la dificultad respiratoria de un niño debe hacerse vigilando si respira muy rápido u observando si marca mucho las costillas o hunde el cuello (trabajo respiratorio) y no con un pulsióximetro. Que la saturación de oxígeno esté bien no quiere decir que al niño no le cueste respirar y al revés, que esté baja no tiene porque decir que tu hijo esté muy enfermo.

En resumen, los padres no sois médicos y por eso mismo motivo no os enseñamos a mirar los tímpanos de vuestros hijos para ver si tienen una otitis o no os damos un aparato para medir la tensión para que valoréis si esta alta o baja cuando tienen un niño tiene un síncope. Atendiendo a esto y debido a su complejidad, aprender a interpretar un pulsioxímetro no debe ser un objetivo de un padre de un niño sano; por el contrario, aprender a valorar la dificultad respiratoria de vuestros hijos solo mirando como respiran debería ser una prioridad.

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Enfermedades de exclusión escolar: cuándo no debes llevar a tu hijo al colegio

En este blog ya hemos hablado en otras ocasiones de las múltiples infecciones de las que se puede contagiar un niño durante su etapa escolar, ya sea en la escuela infantil o en el colegio. En algunas de ellas, los pediatras os decimos a los padres que debéis dejar en casa a los niños hasta que mejoren para disminuir las probabilidades de contagio al resto de niños de su clase. A estas enfermedades se las conoce como «enfermedades de exclusión escolar» y es de lo que vamos a hablar en este post.

Cómo impedir que un niño se contagie

Las escuelas infantiles y los colegios son el entorno perfecto para que los niños se transmitan de unos a otros la gran mayoría de las infecciones por las que pasarán durante su infancia. En los centros escolares los niños comparten un espacios cerrado en donde es muy fácil que un virus o una bacteria pase de un niño a otro convirtiéndose en muchas ocasiones en un círculo vicioso del que los niños no salen hasta las vacaciones de verano. De hecho, muchas infecciones se transmiten desde días antes de que el niño tenga síntomas (periodo de incubación) lo que hace que controlar el contagio de unos a otros sea muy difícil.

Sin embargo, pese a la facilidad con la que los niños se contagian, es muy importante que se tengan en cuenta una serie de medidas para evitar en la medida de lo posible la propagación de esas infecciones.

Una de las medidas más importante para evitar infecciones no deseadas son las vacunas. Parece una tontería, pero que vuestros hijos estén vacunados es fundamental para que enfermedades graves como el sarampión o la difteria estén en desapareciendo.  A la vacunación hay que añadir una serie de medidas higiénicas fáciles de aplicar como es el lavado de manos con agua y jabón (tanto de niños como de sus cuidadores después de acudir al baño, del cambio de pañal o antes y después de la alimentación de los niños). También es efectivo enseñar a los niños a cubrirse con el codo cuando tosen o estornudan para que las partículas de saliva o secreciones que contendrían a los microorganismos no acaben flotando en el aire o pegados a cualquier juguete.

Por último, decir a unos padres que su hijo enfermo no puede acudir a clase durante unos días es una medida eficaz para disminuir los contagios siempre y cuando la enfermedad que esté padeciendo el pequeño cumpla una serie de características.

Enfermedades de exclusión escolar

Las enfermedades de exclusión escolar son esas enfermedades en las que los pediatras recomendamos que los niños no acudan al colegio para evitar que los demás niños de la clase, en la medida de lo posible, no se contagien de algo que no tienen.

Para poder recomendar que un niño no vaya al colegio por una enfermedad concreta, primero debemos conocer de cuál se trata para saber si es apropiada esa exclusión. Además, debemos conocer también cuál es el periodo de incubación de la enfermedad y el periodo de contagio y eliminación del agente infeccioso ya que de estas circunstancias dependerá la exclusión a la que no estamos refiriendo.

Os pongo un ejemplo, una infección típica de la edad escolar es la varicela. Durante esta enfermedad los niños contagian desde antes de la salida de las manchitas hasta que éstas se convierten en costras o están secas. Llegado a ese punto los niños pueden acudir al colegio porque ya no contagian. Por eso la varicela es el paradigma de las enfermedades de exclusión escolar ya que sabemos perfectamente que cuando decimos que el niño enfermo se debe quedar en casa estamos cortando la cadena de contagio con los compañeros.

Otro caso bien distinto es el de la enfermedad conocida como pie-mano-boca, enfermedad con la que los niños pueden ir al colegio o la guardería. Seguro que ahora te estarás llevando las manos a la cabeza porque en alguna ocasión los profesores de tu hijo o algún médico despistado te habrán dicho  que con esa enfermedad los niños no pueden acudir a clase, pero están equivocados. El pie-mano-boca está provocada por un virus que se excreta en secreciones respiratorias y en heces durante varios meses después de que el niño haya pasado la infección aguda. Por eso no tiene ningún sentido sacar al niño unos días del colegio aunque tenga las manchitas si se encuentra bien ya que cuando vuelva al colegio seguirá pudiendo contagiar a sus compañeros y, obviamente, no le vamos a decir que se quede en casa durante varios meses…

¿Y cuáles son los periodos de exclusión escolar de cada enfermedad?

Como te puedes imaginar, cada enfermedad concreta tendrá un periodo de exclusión distinto debido a que no todos los microorganismos se comportan de la misma forma. En algunas serán unos días en concreto (como en la varicela), en otras mientras tengan síntomas (como en las gastroenteritis) y en otras hasta que se haya empezado el tratamiento antibiótico (como en las faringoamigdalitis por estreptococo o la tosferina).

No existe una lista oficial de estos periodos, sin embargo, la gran mayoría de las asociaciones de pediatría comparten cuáles deben ser los periodos de exclusión de cada enfermedad. Es una lista bastante larga que no merece la pena reproducir en este texto y que vuestro pediatra seguro que conoce. Nosotros solemos manejar la lista de la Guía ABE (link), recurso on-line sobre enfermedades infecciosas pediátricas avalada por la Asociación de Pediatría de Atención Primaria (AEPap). Puedes entrar en ella para conocer si una enfermedad concreta es de exclusión escolar y cuál es su periodo de exclusión.

¿Y los niños con fiebre pueden ir al colegio?

La fiebre no es una enfermedad, es uno de los múltiples síntomas que puede tener un niño que tiene una infección. Otros síntomas habituales son los mocos, la tos, el dolor de garganta, el dolor de oído…

Ninguno de estos síntomas justifica por sí solo la exclusión del colegio o la guardería. Sin embargo, lo recomendable es que un niño se quede en casa siempre y cuando no sea capaz de seguir de forma adecuada la vida diaria de su clase. Puede que la enfermedad que esté provocando esa fiebre no sea de exclusión escolar (como es el caso del pie-mano-boca que comentábamos o se deba a un simple catarro) pero si el niño no presenta un estado general adecuado para estar en clase debe quedarse en casa. Voy un poco más allá, un niño con tos y mocos sin fiebre también debe guardar reposo en casa si no se encuentran bien o requiere de algún tratamiento especial (como es el caso del salbutamol en las bronquitis).

Seamos razonables, cuando los adultos tenemos fiebre o la gripe nos las vemos y nos las deseamos para ir a trabajar en le caso de que no podamos optar a cogernos una baja médica. Teniendo esto en cuenta, ¿vamos a someter a nuestros hijos a ese sobresfuerzo que supone seguir las actividades diarias de una clase? Nosotros tenemos la respuesta bien clara.

A esto hay que sumar una circunstancia importante. Cuando un niño enfermo acude a la guardería o al colegio estamos exigiendo a sus cuidadores que lo vigilen muy por encima de lo que son capaces (que si le salen manchitas en la piel, que si controlar la fiebre, que si la dificultad respiratoria…), cosa que seguro que hacen con su mejor esmero pero que no tiene nada que ver con cómo lo vigilaría un solo cuidador en casa. Porque, sinceramente, cuando estás enfermo como en casa no se está en ningún lado.


En resumen, decirle a unos padres que no deben llevar a sus hijos al colegio mientras padecen una enfermedad concreta es una medida que ha resultado útil para evitar muchos contagios entre niños en edad escolar. Los padres debemos ser responsables de seguir esas recomendaciones por el bien de nuestros propios hijos y de sus compañeros.

Antes de acabar, seguro que muchos habéis pensando que por vuestros trabajos o por el poco apoyo familiar que tenéis no podéis dejar a vuestros hijos en casa más de dos o tres días seguidos sin que eso implique un trastorno familiar o laboral muy grande. Ya os digo que os entendemos perfectamente porque nosotros también somos padres de dos niños pequeños y nos las vemos y nos las apañamos para cuadrar nuestros horarios con guardias, fines de semana o turnos de tarde de por medio y poder seguir cuidado a nuestros hijos como se merecen. La conciliación familiar y laboral en nuestro país no está todo lo desarrollada que querríamos pero este no es un blog sobre políticas sociales, es un blog sobre pediatría en el que las recomendaciones están pensadas para la salud de los niños. Ojalá con el tiempo se consigan mejoras en este aspecto, pero mientras tanto, aparte de los periodos de exclusión que ya hemos comentado sobre enfermedades concretas, debe ser el sentido común de los padres el que dicte cuándo un niño con síntomas banales puede acudir al colegio o debe quedarse en casa.

Trece cosas que (quizá) no sabías de la bronquiolitis

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Fuente: Pixabay

La bronquiolitis es el caballo de batalla de los pediatras en los meses fríos del año. Millones de niños en todo el mundo la padecen, lo que en muchos casos acaba saturando desde las consultas de Atención Primaria hasta las Unidades de Cuidados Intensivos Pediátricos de los hospitales de tercer nivel.

A lo largo de este post encontrarás mucha información útil sobre la bronquiolitis que te puede ayudar a entender qué le pasa a tu hijo.

  1. Se define bronquiolitis al primer episodio de sibilancias («pitos») en un menor de dos años en el contexto de una infección viral. En ocasiones, los siguientes episodios en los que aparecen sibilancias se denominan de la misma forma o simplemente como bronquitis o broncoespasmo.
  2. La causa de la bronquiolitis es siempre un virus, en concreto, más del 80% de los casos se debe al Virus Respiratorio Sincitial (VRS). La epidemia de este virus coincide con los meses fríos del año, en nuestro país entre octubre y febrero. El VRS no siempre da lugar a bronquiolitis, en ocasiones se queda solo en un catarro (sobre todo en adultos).
  3. La bronquiolitis afecta a uno de cada tres niños menores de dos años. De todos ellos, un 5% requiere ingreso hospitalario para su tratamiento, lo que la convierte en el motivo de ingreso más frecuente en pediatría.
  4. El cuadro clínico de la bronquiolitis es siempre muy parecido. Comienza con un cuadro catarral en el que predominan los mocos durante 2-3 días. Posteriormente aparecen la tos junto con las sibilancias en la auscultación y dificultad respiratoria. Durante los primeros días puede haber fiebre. Suele mejorar al cabo de una semana aunque la tos puede persistir más allá de 20-30 días.
  5. Existen una serie de factores de riesgo para que la bronquiolitis sea más grave como son el sexo masculino, ser menor de un mes de vida, la prematuridad, padecer enfermedades cardíacas o pulmonares crónicas, las inmunodeficiencias, las enfermedades neurológicas… En estos casos, la bronquiolitis suele requerir ingreso.
  6. No existe un tratamiento que «cure» la bronquiolitis. En ocasiones los broncodilatadores (salbutamol) pueden ayudar, aunque la respuesta en niños pequeños es escasa y la mayoría de las guías clínicas no los aconseja. Los corticoides no han demostrado ser útiles en esta patología.
  7. Los antibióticos, al tratarse de una infección viral, no tienen ningún papel en las bronquiolitis. En ocasiones se emplean cuando se sospecha una sobreinfección bacteriana pero nunca deben utilizarse de forma rutinaria.
  8. Los lavados nasales son una parte fundamental del tratamiento de la bronquiolitis. Los niños pequeños no saben respirar por la boca por lo que despejar la nariz de moco es muy importante para que el cuadro clínico no empeore.
  9.  La posición semiincorporada mejora la dificultadad respiratoria en la bronquiolitis por lo que es adecuado que incorpores a tu hijo mientras duerme.
  10. Para que el niño no se fatigue durante las tomas suele ser útil ofrecerle de comer más veces pero menos cantidad. Cuando la dificultad respiratoria que presenta el bebé durante una bronquiolitis le impide comer es necesario el ingreso para poder iniciar una sueroterapia intravenosa o alimentarlo por sonda nasogástrica.
  11. En ocasiones, la afectación respiratoria es lo suficientemente grave como para que los niños requieran oxígeno o incluso algún tipo de asistencia respiratoria. En estos casos el ingreso hospitalario está garantizado.
  12. En el caso de que tu hijo presente mal estado general, no quiera comer o le cueste respirar debes acudir al hospital para que sea valorado por un pediatra.
  13. La infección por VRS suele cursar en adultos en forma de catarro por lo que si estás enfermo en esta época del año es mejor que no vayas de visita a ver a recién nacidos (que son los que más riego tienen de padecer una bronquiolitis grave en caso de contagiarse).

No nos podemos resistir a enseñarte un vídeo de un niño con dificultad respiratoria debido a una bronquiolitis. Es muy importante que los padres aprendan a apreciarla ya que es uno de los motivos que justifican una visita a Urgencias.

PD: la bronquiolitis es una enfermedad que nos «gusta» a diferencia de muchos pediatras que la consideran muy aburrida porque no tenemos muchas armas con las que luchar contra ella y porque nos carga de trabajo durante el invierno. Todavía queda mucho que investigar en esta patología. Nosotros pusimos nuestro granito de arena en el estudio de esta patología con la tesis de Gonzalo que fue presentada en Junio de 2017.

El copyright de la foto de cabecera de este post pertenenece a furiousmadgeorge bajo una licencia CC BY 2.0.

Dermatitis del pañal

Una de las grandes preocupaciones de las madres y padres de niños pequeños es el cuidado de la zona del pañal. Por experiencia personal o porque al hijo de alguna amiga o familiar le ha pasado, saben que en menos que canta un gallo el culito de un bebé se puede poner más rojo que la bandera de Japón.

En este post encontrarás información sobre qué es la dermatitis del pañal, cómo evitarla y cómo tratarla.

¿Qué es la dermatitis del pañal?

El nombre de «dermatitis del pañal» hace referencia a las diferentes lesiones que pueden aparecer en la piel como consecuencia de una dermatitis irritativa potenciada por el contacto de la heces y la orina con la piel bajo el pañal. Ésta da lugar a que la piel se inflame adquiriendo un color rojizo.

La dermatitis del pañal es habitual en bebés entre los 3 y los 15 meses, aunque también puede aparecer en niños más mayores que no son continentes (incluso adultos).

¿Cómo se produce?

La dermatitis del pañal se produce por el contacto de la piel con sustancias irritantes como la orina y las heces durante un tiempo prolongado.

Debido a que los pañales generan un ambiente cerrado, la orina suele macerar la piel. Este es el primer paso para que se produzca la dermatitis del pañal. Sobre esa piel macerada, las heces rompen las capas más superficiales de la piel y, junto a la orina, el pH de la misma se eleva, lo que acaba produciendo la inflamación a la que nos hemos referido.

A esta inflación hay que añadir el contacto con los componentes plásticos del pañal así como con los perfumes y productos químicos de los productos de limpieza para bebés, los cuales no favorecen la regeneración de la piel.

¿Cómo son las lesiones?

Las lesiones típicas de esta dermatitis consisten en zonas rojizas en las partes que están más expuestas al contacto con el pañal, por lo que es menos frecuente en las partes más profundas de los pliegues. En ocasiones el eritema que se produce es tan pronunciado que aparecen erosiones y heridas en la piel.

El niño suele estar incomodo, sobre todo cuando se orina o realiza deposición así como cuando le cambiamos el pañal y tocamos el área afectada.

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Lesiones avanzadas de dermatitis del pañal

¿Cuál es el tratamiento?

Si tenemos claro por qué se producen las lesiones de la dermatitis del pañal podremos poner una serie de mecanismos en marcha para tratarla.

En el caso de que las lesiones no sean muy severas, suele ser suficiente con realizar cambios frecuentes de pañal intentando que la orina y las heces estén el menor tiempo posible en contacto con la piel. Otra medida eficaz es dejar a los niños «con el culo al aire» ya que si no hay pañal, la piel se suele regenerar mucho antes. Esta última medida es difícil de realizar durante periodos prolongados, pero siempre puedes tener al niño en el cambiador unos minutos tras cada cambio de pañal.

Además de estas medidas, suele estar indicado utilizar una crema que se conoce como barrera o «pasta al agua». Estas cremas son muy espesas teniendo en muchos casos un aspecto más de ungüento o de plasta. Son ideales para crear una barrera entre la piel y el pañal, evitando que se siga irritando por el contacto con éste y con las heces u orina. Esta barrera, al aislar la piel de los irritantes, permitirá su regeneración. Debes utilizarla en cada cambio del pañal si tu hijo tiene una dermatitis del pañal como si pintaras toda la zona, así que no escatimes en crema. Las mejores cremas barrera son las que contienen Zinc, ya que este compuesto ayuda a que la piel se regenere y baje la inflamación.

En el caso de lesiones severas suele aplicarse una crema de corticoides, ya que éstos actúan como antiinflamatorios. En estos casos debes pedir consejo primero a tu pediatra.

Dependiendo de la intensidad de las lesiones, las dermatitis del pañal, suelen estar resueltas en 1 o 2 semanas.

En algunas ocasiones, las heridas o las erosiones de la dermatitis del pañal se sobreinfectan por bacterias que todos tenemos en la piel. En estos casos, además de las medidas antes indicadas utilizaremos una crema o pomada con antibiótico.

¿Y es lo mismo la candidiasis del pañal?

Muchos padres asocian la dermatitis del pañal con la candidiasis del pañal y no les falta parte de razón.

La candidiasis del pañal consiste en una sobreinfeción por el hongo Cándida albicans de las lesiones de la dermatitis del pañal. Es muy frecuente, tanto que en muchas ocasiones el diagnóstico se realiza de forma simultánea a la dermatitis del pañal.

Las lesiones de la piel son muy similares aunque suelen aparecer unas manchitas satélites a las zonas rojizas principales que las delatan.

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Lesiones típicas redondeadas satélites de candidiasis del pañal.

A diferencia de lo que piensa mucha gente, la Candidiasis del pañal no se produce por falta de higiene, al contrario, se debe a los hongos que viven en nuestra piel de manera habitual que aprovechan las lesiones de la dermatitis del pañal para provocar la sobreinfección. El tratamiento de la candidiasis del pañal consiste en añadir una crema antifúngica al tratamiento anteriormente señalado. Suelen resolverse en unos 10 días.

¿Cómo puedo prevenir la dermatitis del pañal?

Si has estado atento, te será muy fácil poner en marcha las medidas adecuadas para prevenir la dermatitis del pañal:

  • Mira frecuentemente el pañal de tu hijo para detectar cuando se ha hecho pis o caca. Cámbiale cuando lo veas sucio.
  • En recién nacidos la piel es más sensible por lo que debes cambiar el pañal más frecuentemente. Lo mismo ocurre en los niños con diarrea.
  • Emplea productos de higiene para bebé que no contengan perfumes ni sustancias irritantes. En ocasiones es mejor la limpieza con agua y jabón que con una toallita.
  • Cuando limpies hazlo siempre con suavidad, evitando frotar mucho la piel.

¿Son mejores los pañales de tela a los de plástico?

Muchos padres nos preguntan sobre si los pañales de tela son mejores que los pañales de plástico. Ambas opciones son igual de buenas para proteger a vuestros hijos de la dermatitis del pañal, de hecho no existe ningún estudio de calidad que haya demostrado la superioridad de uno frente a otro en este aspecto.

Otra cosa bien distinta son las preferencias personales de cada familia en cuanto al impacto económico de unos y otros, la producción de plásticos, consumo de agua y electricidad, limpieza de los pañales de tela… Si quieres saber más sobre este tema te recomiendo que leas esta entrada del blog Marujismo de Diana Oliver, la cual evalúa desde un aspecto no médico y desde su experiencia personal las ventajas e inconvenientes de los pañales de tela.


En el caso de que tengas interés por otras enfermedades frecuentes de la piel de los niños puedes consultar esta entrada de nuestro blog.

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