Diego Costa tiene la sangre más caliente que el cenicero de un bingo. Eso lo sabemos todos. Pero también sabemos que desde que llegó a España, cuelga con un sambenito que me temo que jamás podrá quitarse. «La ha vuelto a liar», leía este sábado apenas unas horas después del final del partido ante el Barcelona, donde vio roja directa en el minuto 28 por, según el colegiado, «cagarse en su puta madre». Es su tercera expulsión con el Atleti, sólo la segunda en Liga y la primera con roja directa, pero para el chascarrillo de barra de bar suena perezoso echar un vistazo de 30 segundos a las estadísticas.
Este es el principal problema: que haga lo que haga, Diego Costa quedará para siempre como un jugador sucio o marrullero, protestón y pendenciero. Es el precio que hay que pagar por jugar en el Atleti del Cholo y, como dije en una ocasión, por no haber nacido en España.
Dicho esto, Costa tiene la suficiente experiencia como para saber de qué va el tema. Saber que, por desgracia, todo lo que haga en el terreno de juego va a ser mirado con una minuciosidad que no se aplica con otros jugadores. Yo entiendo que sea normal ver todos los fines de semana a Luis Suárez o a Sergio Ramos chocar frente con frente con unos apocados árbitros que van dando pasos atrás y zanjan la discusión bajando los ojitos llorosos y murmurando una regañina (suave, no se vayan a enfadar) y pensar que es la ley que rige para todos, pero Diego lleva el suficiente tiempo en España como para saber que en función de la camiseta que lleves, puedes llevar el límite o no tu protesta.
Por eso creo que el de Lagarto, con toda esta información, tiene que extremar su cuidado. Es injusto, pero en ello está en juego su presencia en el césped y el bien del equipo. Quizá ya no tenga tiempo de redimirse esta temporada, pensando en la sanción que le va a caer. Veremos si lo hace la que viene, pero ése es otro cantar.
Alguno podrá decir que dónde está la verdad. Gil Manzano tiene su versión y Diego Costa la suya. Y el juez es el primero. En este tipo de expulsiones, es la palabra de uno contra la del otro y corresponde al espectador decidir a quién cree. Por desgracia, en este caso podemos leer los labios del árbitro dando explicaciones pero no los de Costa (al menos que yo sepa mientras escribo estas líneas).
De todos modos, ya sabemos que en el fútbol español poco importa la verdad, siempre y cuando, claro, la situación beneficie a los de siempre.