El partido entre Gales y Portugal me confirmó algo que llevo ya tiempo pensando: Bale ya es más futbolista que Cristiano. Su demostración de potencia, cómo tiró de épica para intentar marcar desde 30 o 40 metros y sus arrancadas desde campo propio sabedor de que no tenía compañeros que le pudieran ayudar fueron uno de los grandes momentos de esta Eurocopa que tendrá un especial apartado para él y lo que ha logrado con su modestísima selección.

Cristiano Ronaldo en el partido ante Gales (EFE).
Pero esto es fútbol, y los goles mandan. Y ese el territorio de Cristiano, un animal ante la portería contraria esté jugando bien, regular y mal. Hace ya muchos meses de hecho que el portugués tiene más partidos malos que buenos, prácticamente nunca se va en el uno contra uno y su acierto en el lanzamiento de faltas es ínfimo. Su físico ha cambiado y, con ello, su juego. Se hace mayor y conserva la fuerza, pero ya no la velocidad, y a veces parece que le cuesta asumirlo.
Ronaldo ya no ofrece arrancadas como las que levantan ahora admiración en Bale, pero ha logrado que su selección se meta en la final de la Eurocopa porque es un goleador como no se recuerda y, repito, este juego va de marcar goles, no de maravillar con un par de cabriolas en el centro del campo.
Es por eso que esta versión fea de Cristiano, la que juega mal, no se va de nadie, es tosca en sus movimientos y falla mil y una faltas no impide que sea el jugador más determinante del mundo, con permiso del que ustedes ya saben. Por remate, potencia y, sobre todo, ambición, mucha ambición. Nos podemos reír de sus gestos cuando no le salen las cosas bien, como ha sucedido y mucho en esta Eurocopa y durante todo el año, pero el que está riendo el último es Cristiano, con su Champions en el bolsillo y su final continental a la vuelta de la esquina. Menos mal que estamos ante su peor versión.