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Reaparece otro cuadro con el culo favorito de Dalí, el de su hermana

'Figura de perfil' - Salvador Dalí, 1925 - Courtesy Bonhams

‘Figura de perfil’ – Salvador Dalí, 1925 – Courtesy Bonhams

Anna María Dalí (1908-1989) estaba cansada de que su hermano el pintor, Salvador Felipe Jacinto, cuatro años mayor que ella, la hiciese posar una vez y otra. Le gustaban los cuadros, pero decía, entre seriedad y broma: «Invariablemente me pinta en ventanas y de perfil o de espalda, para que se me viese bien el culo».

Hay constancia de 17 cuadros de Dalí en los que aparece Anna María, pero el que figura abriendo la entrada era casi un misterio. Se tenía constancia de que existía y estaba catalogado, pero casi nadie lo había visto.

Anna María, que compartió desde la infancia el universo, en ocasiones aberrante, de su hermano artista, entendía gestos, admitía excentricidades, interpretaba fantasías y jugaba con Salvador. Sabía, por ejemplo, que le encantaban los culos de las mujeres.

Dalí escribió sobre su hermana y gran cómplice:

A los dieciocho años, elegante, no concedía ninguna importancia a los senos, pero exigía un ensanchamiento de los huesos ilíacos, que debían aparecer bajo el vestido como las asas agresivas de un cesto.

El óleo que reaparece ahora de entre los fondos de una colección privada va a ser subastado en la sede londinense de Bonhams el 2 de marzo. Se titula Figura de perfil y fue pintado en El Llaner, la casa familiar de veraneo de los Dalí en Cadaqués en 1925, cuando Anna María tenía 17 años y el pintor 21.

Esperan que sea comprado por una importante cantidad de entre 930.000 y 1.400.000 euros. El catálogo de la subasta puede descargarse en PDF, pero, ojo, tiene 224 páginas.

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¿Se llevan bien los artistas plásticos y las portadas de discos?

El primer disco con portada de la historia © Alex Steinweiss - Taschen

El primer disco con portada de la historia © Alex Steinweiss – Taschen

Las carpetas discográficas son uno de los grandes soportes para el arte del siglo XX. Más agradecidas, por aquello del tamaño, cuando se trata de vinilos y en trance de desaparición física dado el avance de la música comercializada en forma de archivo de ordenador, líquida y sin forma, siguen siendo una carnada visual dificil de evitar cuando se trata de diseños imaginativos, valientes, procaces, rebeldes o complementarios hasta la perfección con la música que envuelven.

Las cubiertas de discos han tenido, en realidad, un muy pequeño recorrido: el primer disco de la historia envuelto tal como lo conocemos es el de la imagen de arriba. Fue editado en 1940 y, como una parábola, ha tenido más duración el diseño, que fue el primer paso para la jubilación de las groseras bolsas de estraza, que la música: una omitible selección de éxitos, Smash Song Hits, de Richard Rodgers y Lorenz Hart, interpretados por la Imperial Orchestra.

El diseñador fue un pionero, un muchacho de 23 años enamorado del cartelismo europeo de vanguardia, el modernismo y el art decó: Alex Steinweiss, el inventor de las portadas de discos.

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Un artista español hizo el «desnudo más atrevido jamás pintado»

"Salome" - Federico Beltrán Masses - Foto: TEFAF

«Salomé» – Federico Beltrán Masses – Foto: TEFAF

En 1929 un pintor español montó un escándalo en Londres al exponer el cuadro Salomé, donde la bíblica bailarina que, según tres de los evangelistas, consiguió que decapitaran a Juan el Bautista, se muestra en una explícita postura de entrega carnal o quizá de desesperada turbación cuando le entregan la cabeza del profeta del que estaba encelada.

Pese a que el pubis y la vulva de la modelo fueron deshechadas desechadas por el pintor con pacatería, los más conservadores de los críticos ingleses no escatimaron imprecaciones. «Es el desnudo más atrevido jamás pintado», escribió uno de ellos, acusando al artista de mostrar a una mujer desnuda «en una postura que ni el menor de los artistas hubiera intentado ilustrar».

El óleo, datado en 1919, fue pintado por Federico Beltrán Masses (1885-1949), nacido en Cuba en una familia española con suficiente holgura económica, como para que el hijo se lanzara a la gran vida, aprendiera no sólo el arte de la pintura, sino el de ser un animal de salones y alcobas y cultivara la amistad de algunas de las primeras estrellas de Hollywood —Chaplin, Valentino, la divina Joan Crawford, la todavía más ardiente Pola Negri…—.

Beltrán Masses también frecuentaba a otros seres humanos menos encantadores, como el villano mediático William Randolph Hearst que inspiró el Ciudadano Kane de Orson Welles y, en una jugada que no debió agradar demasiado a los Beltrán, orquestó la Guerra de Cuba al convencer a la opinión pública mediante patrañas y con la ayuda de otro intocable del gremio de la prensa, Joseph Pulitzer, de que el enfrentamiento bélico de los EE UU contra España era una cuestión de honor —figura en los anales el telegrama de Hearst a uno de sus enviados especiales que se quejaba de la tranquilidad en la isla y pedía permiso para regresar a casa: «Por favor, manténgase allí. Usted proporcione las imágenes y yo proporcionaré la guerra«—.

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Yrjo Edelmann, el arte del regalo mal envuelto

'Magnetic properties II' - Yrjo Edelmann - Foto: GKM

‘Magnetic properties II’ – Yrjo Edelmann – Foto: Galleri GKM

Paquetes mal envueltos, con el papel de regalo mellado tras algunos intentos fallidos, cuerdas y pequeños trozos de celo sujetando los dobleces con torpeza… Las obras de Yrjo Edelmann (Helsinki – Finlandia, 1941) recuerdan la inexperiencia de muchos para envolver regalos, desenmascaran la ternura del error. El artista huye de la seriedad y la solemnidad… y sin embargo sus pinturas sólo pueden provocar asombro por lo perfecto del trampantojo.

Considerado en Suecia —su país de residencia— una de las grandes figuras nacionales de la pintura actual, es capaz de engañar a la percepción imitando las tres dimensiones: en la inmaculada sala de una galería, los lienzos parecen paquetes pegados a la pared, interrumpiendo la planicie blanca con abultadas manchas de color metalizado.

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‘Ojos de Hitchcock’, montajes para saborear el cine

Fotograma de 'Eyes of Hitchcock', uno de los video-ensayos de Kogonada

Fotograma de ‘Eyes of Hitchcock’, uno de los video-ensayos de Kogonada

Firma :: kogonada, con los cuatro puntos delante del nombre, siempre escrito en minúscula. Sus breves montajes son vídeo-ensayos, reflexiones visuales, sobre géneros, películas y directores. El autor recopila con mimo la expresividad de las manos en Robert Bresson, la perspectiva frontal en Stanley Kubrick o la simetría enquistada en el universo de Wes Anderson. Se recrea en cada instante como degustando los pasteles de un carrito de postres, desplegando filmografías completas de modo apetitoso y poético.

Parece ser que de origen japonés —»nací en Asia», dijo en una ocasión— pero residente en los EE UU desde niño, en este último año Kogonada ha despertado cada vez más el interés de los cinéfilos a raíz de los vídeos que difunde en Internet, muchos de ellos encargos para la distribuidora estadounidense Criterion, famosa por reeditar clásicos. En cada uno se saborea el amor por la composición de planos, la duración de las escenas, los miles de detalles sutiles que dan el acabado final a una película.

Uno de esos microbanquetes cinematográficos es Eyes of Hitchcock (Ojos de Hitchcock), de menos de dos minutos de duración, una consecución de planos con miradas de miedo, duda, demencia, terror, asombro, maldad… No permite que las imágenes transcurran tan breves como en la película, congela cada segundo haciéndolo retroceder y avanzar mínimamente, construyendo algo parecido a un gif animado, un bucle para poder examinar con calma la mirada.

Congela los ojos encendidos de la secretaria Marion Crane (Janet Leigh) conduciendo hacia el Motel Bates en Psicosis (1960) y también captura la expresión terrorífica de Norman Bates (Anthony Perkins). También hay miradas de Rebeca (1940), Extraños en un tren (1951) Vértigo (1958), Con la muerte en los talones (1959), de la escena onírica (con abundancia de ojos) diseñada por Dalí para Recuerda… (1945).

La música, del director y productor Rob CawleyAnything can happen, and usually does… On the Orient Express (Puede pasar cualquier cosa… Y normalmente pasa… En el Orient Express)— evoca los afilados violines de Psicosis, pero con una cadencia ferroviaria que Kogonada aprovecha con imaginación para hipnotizar al espectador.

Helena Celdrán

Steve Spazuk o el arte de pintar con fuego

Enciende una vela o una pequeña tea metálica y pasa la llama con suavidad sobre un cartón blanco que eleva sobre su cabeza. Los movimientos de Steve Spazuk parecen los de un pintor manejando el pincel mojado en pintura, pero el único pigmento es el hollín, que colorea caprichoso la superficie formando una mancha con sombras grisáceas y diferentes intensidades de negro.

Después del azar, llegan los retoques. Con herramientas que varían del alfiler al pincel construido con una pluma de ave, el artista canadiense da forma a la obra sin renunciar a detalles, construye visiones vaporosas y enroscadas de cuerpos humanos desnudos, rostros, pequeñas aves, vestidos con vuelo…

Steve Spazuk

Steve Spazuk

Utiliza y perfecciona desde hace ya 14 años el procedimiento del fumage (ahumado), que ya empleaban los artistas surrealistas, siempre ávidos de explotar el lado fantástico e irracional de la realidad. Lo ideó en 1937 el artista y teórico vienés Wolfgang Paalen (1905-1959), que entendió la trayectoria aleatoria del humo como una valiosa fuente de inspiración similar a la escritura automática. La técnica hizo las delicias de Salvador Dalí, que la llamaba sfumato y le sirvió como base de algunos de sus óleos.

Spazuk onfiesa en una entrevista que la mayoría de las veces no sabe lo que saldrá de las manchas de hollín, que no puede controlarlas, pero que la incertidumbre también resulta satisfactoria. El dibujo aparece frente a él a partir de esa superficie ennegrecida, al principio parece abstracto, pero pronto la forma se revela.

Cuenta que la inspiración le llegó en 2001 por un sueño. En él se veía a sí mismo en una galería de arte contemplando un paisaje en blanco y negro hecho con hollín. A la mañana siguiente estaba ansioso por comprobar si él era capaz de llevar el procedimiento a la realidad y quemó sus primeros intentos, hasta que se dio cuenta de que debía usar cartón. Aquellos días sellaron la relación del artista con el fuego y desde entonces no se ha separado de él.

Helena Celdrán

Steve Spazuk

Steve Spazuk

 

Un poema lanzado en paracaídas sobre el París del nazismo

Edición clandestina de "Liberté", 1942  (Coll. Musée de la Résistance nationale)

Edición clandestina de «Liberté», 1942 (Coll. Musée de la Résistance nationale)

Concebido en 1940 con el ímpetu del amor y la rabia por Paul Éluard, escritor clandestino, exdadaísta, exsurrealista y ahora, tras lo visto en la España del golpe de Estado franquista («coge el fuego con los dedos y pinta con la llama», recomendó a su íntimo Pablo Picasso cuando ambos asistieron a la carnicería), y en la Francia ocupada por los nazis, el poema Liberté fue editado por el maquis y repartido ilegal y bravamente entre los ciudadanos franceses de la zona ocupada por el ejército de Hitler.

Éluard, fichado como hombre a batir por la Gestapo, vivía escondido y entregó el manuscrito a su mujer para que lo trasladara a los impresores que colaboraban con la resistencia. Ella no figuraba entre los buscados, era suficientemente hermosa como para no levantar sospechas y, además, había nacido en un pueblo de la Alsacia alemana y lo demostraba con un gruñente acento germano.

Odiaba a los nazis tanto como su pareja y afrontó la tarea con la que se jugaba la vida: escondió la cuartilla con las estrofas en una caja de bombones porque la poesía, cuando es de acero, se lleva bien con el chocolate, y trasladó los versos de combate a la imprenta.

En 1942 miles de copias de Liberté fueron lanzadas en paracaídas sobre París por aviones ingleses. No siempre cae fuego desde el cielo y esta fue la lluvia redentora que recibieron los ciudadanos sometidos:

En mis cuadernos de escolar
en mi pupitre en los árboles
en la arena y en la nieve
escribo tu nombre.

En las páginas leídas
en las páginas vírgenes
en la piedra la sangre y las cenizas
escribo tu nombre.

En las imágenes doradas
en las armas del soldado
en la corona de los reyes
escribo tu nombre.

En la selva y el desierto
en los nidos en las emboscadas
en el eco de mi infancia
escribo tu nombre.

En las maravillas nocturnas
en el pan blanco cotidiano
en las estaciones enamoradas
escribo tu nombre.

En mis trapos azules
en el estanque de sol enmohecido
en el lago de vivas lunas
escribo tu nombre.

En los campos en el horizonte
en las alas de los pájaros
en el molino de las sombras
escribo tu nombre.

En cada suspiro de la aurora
en el mar en los barcos
en la montaña desafiante
escribo tu nombre.

En la espuma de las nubes
en el sudor de las tempestades
en la lluvia menuda y fatigante
escribo tu nombre.

En las formas resplandecientes
en las campanas de colores
en la verdad física.
escribo tu nombre.

En los senderos despiertos
en los caminos desplegados
en las plazas desbordantes
escribo tu nombre.

En la lámpara que se enciende
en la lámpara que se extingue
en la casa de mis hermanos
escribo tu nombre.

En el fruto en dos cortado
en el espejo de mi cuarto
en la concha vacía de mi lecho
escribo tu nombre.

En mi perro glotón y tierno
en sus orejas levantadas
en su patita coja
escribo tu nombre.

En el quicio de mi puerta
en los objetos familiares
en la llama de fuego bendecida
escribo tu nombre.

En la carne que me es dada
en la frente de mis amigos
en cada mano que se tiende
escribo tu nombre.

En la vitrina de las sorpresas
en los labios displicentes
más allá del silencio
escribo tu nombre.

En mis refugios destruidos
en mis faros sin luz
en el muro de mi tedio
escribo tu nombre.

En la ausencia sin deseo
en la soledad desnuda
en las escalinatas de la muerte
escribo tu nombre.

En la salud reencontrada
en el riesgo desaparecido
en la esperanza sin recuerdo
escribo tu nombre.

Y por el poder de una palabra
vuelvo a vivir
nací para conocerte
para cantarte
Libertad

El poema, uno de los más famosos del siglo XX —ocuparía el primer lugar de no ser por otra danza de los macabros tiempos del nazismo, la Fuga de la muerte de Paul Celan—, sufrió una última corrección de manos del autor, que lo había escrito inicialmente pensando en la chica de la caja de bombones.

Éluard explicó así el cambio: «Pensé revelar para concluir el nombre de la mujer que amaba, a la que estaba dedicado el poema. Pero me di cuenta de que la única palabra que tenía en mente era la palabra libertad. Por lo tanto, la mujer que amaba, que encarnaba un mayor deseo, se estaba confundiendo con mi aspiración más sublime».

La libertad y el amor son la misma cosa. Casi siempre.

Henri Martinie - Nusch y Paul Éluard, 1935

Henri Martinie – Nusch y Paul Éluard, 1935

Nusch Éluard, la mujer de la caja de bombones, había nacido en 1906 con el nombre de Marie Benz. Conoció a Éluard, once años mayor, en 1930 en un encuentro casual en una calle parisina.

Ella, arruinada y hambrienta, añoraba el mundo innaccesible que poblaba los escaparates. Él  paseaba seguramente agotado por las secuelas de la turberculosis con la que había salido de las trincheras de la I Guerra Mundial. Era ya un escritor conocido —había publicado Capital del dolor, dedicado a Elena Ivanovna Diakonova, para el mundo Gala, su primera mujer y desde 1924 amante y musa de Salvador Dalí («canto la gran alegría de cantarte, / la gran alegría de tenerte o no tenerte»)—,

Las derivas suelen tener una intuitiva razón de ser. Desde el mismo día del encuentro formalizaron la pareja, aunque no se casaron por el registro hasta 1934. Ella, como para borrar el pasado —los años de acróbata en circos de mala muerte y el obligado ejercicio de la prostitución en Berlín—, se rebautizó: nunca más sería María Benz sino Nusch Éluard.

A partir de entonces, la belleza de la muchacha —tenía 24 años cuando conoció a Éluard—, que podía ser grave o descocada, chispeante o vamp, se cotizó al alza entre la tribu artística del París loco de entreguerras.

Man Ray, Dora Maar, Joan Miró, Matisse y Picasso la retrataron en fotos y cuadros. Nusch era una mujer cúbica o un espíritu angélico, una bruja o un hada. Fascinaba a todos, se quitaba la ropa con la candidez de una ninfa, participaba en las orgías, se desmelenaba y repartía joie de vivre.

 

Pero las dentelladas del lobo de la guerra destrozaron el espíritu de los tiempos. Los Éluard no tenían dinero y sufrían de mala salud. Él no terminaba de reponerse de unos pulmones rotos y a ella le asaltó un insomnio pernicioso. Se sigueron queriendo, pero la vida clandestina era demasiado dura.

Al final de la guerra, Éluard fue bendecido como un héroe en todos los salones e invitado a las muchas conmemoraciones que celebraban la victoria. Durante una de sus ausencias de París, el 28 de noviembre de 1946, Nusch murió de un infarto cerebral en una calle de la ciudad. Paul sobrevivió seis años: en 1952 falleció de un ataque al corazón.

¿Qué nos queda de Nusch Éluard? ¿Una musa deshinbida y sensual? ¿Un rostro que pedía a gritos un retrato?

Cuando el insomnio quebró su voluntad visitó a un todavía joven psiquiatra, Jacques Lacan, que le recomendó que escribiera como forma de liberación y escape. Le pareció redundante hacer lo que tan bien hacía su marido y optó por dedicarse a los collages. Entre 1936 y 1937 hizo media docena, pero los abandonó y dejó en cualquier parte. Tras la muerte de Paul Éluard fueron atribuidos falsamente al escritor por sus herederos hasta que, en los años setenta, un experto descubrió que habían sido realizados por Nusch, tal vez con algún consejo de Picasso.

 

Quizá los seis collages fuesen la única respuesta posible de Nusch al insuperabale poema Libertad.

También los fotomomtajes pronuncian, en una letanía, un sólo nombre.

También despertarían la misma sensación de pasmosa y astral liberación si lloviesen hasta el suelo desde el vientre de un avión.

Ánxel Grove

Obras de arte reinterpretadas con 140 círculos

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En un primer momento, en el conjunto ordenado de puntos no parece haber nada más que una caprichosa combinación de colores, pero tras observar las filas y las columnas como un todo y alejándose un poco del monitor del ordenador, se comienza a perfilar famosas obras de arte como La persistencia de la memoria de Dalí, El grito de Munch o El beso de Klimt.

El diseñador gráfico Gary Andrew Clarke (Leicester-Inglaterra, 1970) comenzó en 2009 con la serie Art Remixed (Arte remezclado), una colección de grandes éxitos de la historia del arte interpretados con círculos, esquematizados al máximo pero aún así reconocibles para el espectador.

Amante de la geometría, el autor explora siempre el modo de crear «encuentros insinuantes» entre las formas y el color con un resultado lúdico. En su página web se amontonan las láminas abstractas de tonos planos y atractivos que se entrelazan con ayuda de las figuras. El significado no tiene cabida en el juego, pero la ilustración sigue siendo divertida. Refiriéndose a la falta de contenido dramático de sus obras, Clarke cita al veterano artista minimalista y abstracto Frank Stella: «Lo que ves es lo que ves».

En el caso de la serie Art Remixed sin embargo sí hay una misión para el espectador, que debe completar mentalmente la imagen disfrazada siempre en 140 puntos de colores, descifrar una especie de tweet pictórico para rescatar a la Gioconda de Leonardo da Vinci, a la Marilyn de Andy Warhol o al hombre que se oculta tras una manzana en El hijo del hombre de René Magritte.

Helena Celdrán

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Un disco astral y alucinado en los años de hierro del franquismo

'Jo, la donya i el gripau' - Pau Riba, 1971

'Jo, la donya i el gripau' - Pau Riba, 1971

Quizá quienes sólo conozcan la España de los años setenta a través de los libros de historia y alguna que otra documentación audiovisual, realizada para mayor gloria de la familia Borbón o cierta clase política, imaginen una tierra polvorienta, sin ánimo, doblegada y sólo esperanzada gracias a las células de la izquierda estalinista, que en aquel entonces aún predicaba el santo evangelio de la Madre URSS.

Por las rendijas de la dictadura ciertamente tenebrosa de Francisco Franco se colaban, sin embargo, productos culturales (llamarlos así entonces era impensable: la cultura no era un producto excepto en el caso de Dalí, Cela y otros pesebristas) que, al ser rescatados desde el presente, estremecen por su valiente arrogancia, su frescura radical y la alternativa utópica que proponían (ni dios ni amo, sin ir más lejos) entre tanto arribista en espera de la muerte del tirano para lanzarse al ruedo de la vida pública (y así nos ha ido).

Hablo de 1971, todavía un año de hierro (en diciembre de 1970 se había celebrado el Proceso de Burgos, un juicio sumarísimo militar y sin garantías procesales que acabó con seis condenados a muerte, luego conmutadas), con el dictador lúcido -si es que alguna vez lo estuvo-, los gerifaltes del fascio mandando en los cuarteles y los políticos tecnócratas haciendo negocios harto lucrativos que han cimentado algunas de las fortunas que aún padecemos.

Había música, claro. Serrat lanzó Mediterráneo, su disco más ligero; Aguaviva, una insufrible coral progre con espíritu de seminario, editó Apocalipsis; Miguel Ríos, que ya labraba su imagen de Gran Colega, Unidos… Una soberana paliza.

Para nuestra salvación también había locos:

Toti Soler (izquierda) y Pau Riba ensayan el disco en 1971. Foto: Mario Pacheco

Toti Soler (izquierda) y Pau Riba ensayan el disco en 1971. Foto: Mario Pacheco

Hoy quiero hablar en la sección Top Secret del blog de un disco que me acompaña desde la primera vez que lo escuché y me seguirá acompañando, tal es su poder sobre mí, hasta que me caiga muerto. Lo considero tan importante como la santa trinidad de 1966: Blonde on Blonde (Bob Dylan), Pet Sounds (The Beach Boys) y Revolver (The Beatles), tan emotivo como Another Green World (Brian Eno, 1975) y el primer álbum de Veneno (1977).

Jo, la donya i el gripau, de Pau Riba,  fue la constatación de que los músicos españoles también buscaban y se afanaban en la trascendencia. Encendió una luz.

El disco es una respuesta política. A Riba y su mujer, Mercè Pastor, embarazada de ocho meses, los había detenido la policía a finales de 1970 porque vivían en una comuna en Barcelona y fueron denunciados por indecencia por los caseros. Con lo puesto se largaron a Formentera, arcadia de los hippies nacionales y europeos. Nuestro Katmandú era una isla.

Pau Riba y su hijo Pauet, en Formentera. Foto: Mario Pacheco

Pau Riba y su hijo Pauet, en Formentera. Foto: Mario Pacheco

El disco fue grabado en un magnetofón Nagra a pilas por Riba y el guitarrista Toti Soler en la casa, sin luz, agua corriente y gas, donde se establecieron el músico y su mujer y nacería el primer hijo de la pareja, Pauet (el gripau del título).

Es una de las obras musicales más pegadas a la tierra que conozco. Destila belleza, candor y reposo, pero, y ésta es la característica que lo separa de otras músicas de su tiempo y área cultural, es astral, sicodélico, alucinado...

He seguido desde lejos la carrera posterior de Riba, atribulada, loca, de profeta atrincherado en su púlpito. En su defensa hay que señalar que sigue en la brecha y ha superado a los censores maximalistas -como todos los nacionalistas- de El Setze Jutges que en 1967 le le habían prohibido la entrada en el club porque no era suficientemente afrancesado y prefería el rock and roll.

Pau Riba

Pau Riba

Me gusta pensar -y me consuela, ¿por qué no?- que mientras Pau Riba grababa Jo, la donya i el gripau, Daevid Allen trabajaba en Banana Moon, Kevin Ayers en Whatevershebringswesing, King Crimson en Formentera Lady, Pink Floyd en Echoes

Me consuela sentir que fui parte, contra las miserias del franquismo y el antifranquismo, de algo que no tiene nombre y que no merece bautizo.

Ánxel Grove

Salvador Dalí: discografía completa

"Lonesome Echo" - Jackie Gleason, 1955

"Lonesome Echo" - Jackie Gleason, 1955

Es el disco que utilizaría como condena para mi peor enemigo.

Jackie Gleason (1916-1987) fue inolvidable sólo una vez: cuando interpretó al Gordo de Minnesota en El buscavidas (Robert Rossen, 1961).

Entre sus muchas deficiencias estaba la mood music, ese estilo de mandolinas espaciales que esperas escuchar en una pizzería vacía en la que entras, te sientas y pides algo pese a la seguridad de que te estás condenando a una digestión pesada. No exagero: escuchen (si son capaces).

Lonesome Echo (1955), el atentado, me sirve de coartada para traer a  Top Secret una de las facetas menos aireadas de Salvador Dalí (1904-1989), que hizo de todo, especialmente si reportaba beneficios. También productos musicales.

El diseño para la cubierta del disco de Gleason, por ejemplo.

"Lonesome Echo" - Jackie Gleason, 1955 (reverso)

"Lonesome Echo" - Jackie Gleason, 1955 (reverso)

En la contraportada, el «eminente artista contemporáneo», como es definido en negritas,  se atreve a escribir unas líneas a modo de statement. Son de la misma calaña que las mandolinas:

«El primer efecto es la angustia del espacio y la soledad. El segundo, la fragilidad de las alas de una mariposa, proyectando largas sombras en el atardecer, que reverberan en el paisaje como un eco. El elemento femenino, distante y aislado, forma un triangulo perfecto con el instrumento musical, que es otro eco, la concha».

Dalí no aprendió demasiada literatura de su exnovio García Lorca. «Largas sombras en el atardecer, que reverberan en el paisaje como un eco» es peor que la peor de las pizzas.

El flirteo como (pésimo) diseñador de portadas y (peor) redactor de statements fue sólo el inicio del artista con el negocio del disco.

Diez años después de su colaboración con Gleason editó un flexidisco publicitario pagado por el banco Crédit Commercial de France, una «divina diarrea» muy daliniana que pretendía ser un panegírico a los banqueros, al dólar (jactándose del anagrama Avida Dollars con que André Bretón quiso atacarle al expulsarlo oficialmente del surrealismo) y a la capacidad alquímica del catalán para, según afirmaba, «convertir la mierda en oro».

"Être Dieu" - Salvador Dalí, Igor Wakhévitch y Manuel Vázquez Montalbán

"Être Dieu" - Salvador Dalí, Igor Wakhévitch y Manuel Vázquez Montalbán

En 1974 Dalí, el compositor de vanguardia Igor Wakhévitch (música) y el escritor Manuel Vázquez Montalbán (1939-2003, libreto) acabaron el desarrollo de la ópera Être Dieu (Ser Dios), un delirio-poema en el que Brigitte Bardot es una alcachofa; Marilyn Monroe, una stripper y Dalí -sí, lo han adivinado-, Dios.

Se llegó a editar en disco en una tirada limitada en 1985, pero hoy resulta inencontrable en el mercado, aunque es fácil de localizar y sufrir gracias a los servidores de descarga directa y otros servicios P2P de Internet.

Para marcar la culminación de la ópera, una suerte de cosmogonía, Dalí dibujó, en 1972, uno de sus últimos autorretratos, un collage en el que puso la cabeza de Marilyn en el cuerpo de Mao. El cuadro fue incautado en 1993 por el servicio de Aduanas de los EE UU porque un cartel de narcotraficantes colombianos lo intentó utilizar para blanquear dinero del tráfico de cocaína. No consta que Dalí o sus herederos hayan cobrado comisión, aunque no resulta improbable.

Être Dieu no fue el último proyecto de grabación fonográfica de Dalí. Faltaba la Palabra.

"Je Suis Fou De Dalí" (1975)

"Je Suis Fou De Dalí" (1975)

En 1975, el incansable artista editó Je Suis Fou de Dalí! (¡Estoy loco, de Dalí!), una recopilación de declaraciones recopiladas de varias entrevistas donde el intento de ser chocante parece simple y llana senilidad.

¿Temario? Se lo pueden imaginar: el «método paranoico-crítico» con el que castigó al mundo desde 1950; el «catolicismo»; loas al pedómano franco-catalán Josep Pujol; la «inmortalidad» (de Dalí, por supuesto y antes que nadie, y de su amigo Walt Disney); el Tour de Francia y otras mandolinas…

El disco puede ser escuchado en la sección dedicada a Dalí de la imprescindible página Ubuweb, que también alberga los spots de televisión que el siempre atento a facturar pintor hizo para Alka Seltzer o el brandy Veterano.

Dalí y su musa Amanda Lear - Foto: Yul Brynner

Dalí y su musa Amanda Lear - Foto: Yul Brynner

No se puede dejar sin mencionar la relación de Dalí con Amanda Lear, una ex-cabaretera, quizá transexual, a la que había convertido en su musa y protegida a mediados de los años sesenta.

Ella sacó réditos a la relación ejerciendo de modelo -por ejemplo, es la mujer con la pantera en la portada del disco For Your Pleasure (1973), de Roxy Music- y cantante de medio pelo.

Amanda terminó siendo una protegida de un capo (Silvio Berlusconi) y apareciendo en la crónica rosa por salir de farra y photo call con parias de los realities.

Creo que Dalí hubiese tenido un destino similar si su predicción de inmortalidad llega a cumplirse.

Ánxel Grove