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Un pueblo lisérgico mallorquín en el franquismo

Deià


Deià

Ningún poeta adquiere conciencia de la Musa
si no es por medio de su experiencia con una mujer
en la que la Diosa reside hasta cierto punto

El escritor inglés Robert Graves culminó con este epílogo La Diosa Blanca, el libro donde intentó compendiar una gramática sobre las formas físicas y metafísicas de Ella, la Madre, la que gobierna y nos gobierna desde la sombra del bosque, las zonas huecas de los parques y la selva de algas del mar, la Diosa Mujer llamada por civilizaciones sucesivas Danae, Danú, Cotio, Deméter, Perséfone, Cibeles, Luna, Atenea, Neith, Ngame, Albina («lepra blanca opaca», «cebada perlada»), de la cual la Virgen es sólo una proyección manipulada por el cristianismo para satisfacer la necesidad atávica de una Diosa-Madre.

Graves, trastornado por una mujer, la poetisa-bruja Laura Riding, que lo trataba como a un perro y lo humillaba con encantamientos sexuales, escribió la obra en Deià, un pueblo de la isla de Mallorca cuya descripción geográfica es un susurro con cadencia de oración:

… situado en el flanco noroeste de la Serra de Tramuntana entre Valldemossa, Sóller y Bunyola. Abarca 5 kilómetros de costa, e incluye los puntos de Sa Foradada y de Deyà, la Cala de Deià y la pequeña Cala de Llucalcari. La aldea está construida sobre una colina situada en un valle de la Sierra de Tramuntana. El Teix, la segunda montaña más alta de Mallorca, se eleva sobre el valle. La Sierra de Tramuntana están cubierta por una extensa red de senderos utilizados por los fabricantes de carbón cuando se trabajan en los bosques, por lo que es el lugar de vacaciones ideal para los excursionistas fuera de los meses de verano.

Laura Riding y Robert Graves

Laura Riding y Robert Graves

La pareja —en principio un trío en el que también participaba la mujer de Graves, la pintora Nancy Nicholson— se estableció en Deià, en una edificación que ahora es un museo pero que en 1929 era poco más que una casucha de labradores. Con la interrupción de los años de la Guerra Civil española, cuando no convenía hacerse notar y marcharon a Londres, siguieron residiendo en el pueblo, que consideraban un lugar «verdaderamente mágico».

Si algunos creen que la masa del Teix, rica en hierro, es una dinamo de electromagnetismo, en los años de la II Guerra Mundial eran los pseudopoderes de Riding los que empezaron a atraer a Deià las primeras tropas de excéntricos. Entre los ambientes teosóficos de la intelectualidad académica sajona se extendió la creencia de la bruja Riding era una mediodora  con línea directa con los ultramundos.

Mucho más carnal que diosa, Riding dejó a Graves en la estacada y enfrentado, además, a la Guardia Civil mallorquina por montar demasiado bulllicio, y se largó a los EE UU con un crítico literario al que vampirizó a su gusto. Desde EE UU escribió con vengativa furia que Graves nunca dejaría de ser un «Frankestein» creado por ella.

El folletín psicosexual y los libros de Graves —las novelas históricas Yo, Claudio (1934) y Rey Jesús (1946); los ensayos Los mitos griegos (1955), y los asombrosos y delicados poemas— aumentaron la popularidad de Deià en la intelectualidad europea. Entre 1960 y 1980 el pueblo tenía la misma categoría que Lhasa pero estaba a tiro de piedra de Londres y París. Incluso Grace Kelly y Rainiero de Mónacó se dejaron caer unos días por el lugar durante su luna de miel.

El franquismo y los hippies que empezaron a peregrinar hacia la aldea tramontana se entendieron. Al régimen le venía bien vender apertura y aquellos peludos no estaban a favor de boicotear o molestar a la dictadura —preferían la revolución interior de la marihuana y el LSD— y no tenían ni idea de quién era el dictador y cuáles sus métodos. Sospecho que algunos, dado el grado de intoxicación, ni siquiera tenían claro a qué país pertenecía aquella isla. Es fácil borrar las fronteras cuando vuelas.

Desde la izquierda, Kevin Ayers, Robert Wyatt y Daevid Allen

Desde la izquierda, Kevin Ayers, Robert Wyatt y Daevid Allen

En Deià se establecieron decenas de artistas o aspirantes a serlo. Escritores, músicos y plásticos llegaron a docenas. Con ellos desembarcaron también los vividores, como el tanguista Juan Tajes, que recuerda el tiempo de vino y rosas con acento porteño:

Desentendido del pasado, el futuro era un presente interminable. Mar, fiestas, música, cenas, mar, más fiestas, y jardines bajo la atenta mirada de la luna llena y los guardianes de piedra. Mientras no ligaras con las chicas locales o te cayeras por un risco, todo estaba bien. La Guardia Civil te dejaba en paz si tú los dejabas en paz.

Los vecinos más notables, además del viejo Graves, fallecido en 1985, a los 90 años, de un fallo cardíaco en su casa, hoy un museo-fundación, fueron músicos atrevidos y sin patria: Daevid Allen, Robert Wyatt y Kevin Ayers (que tocaron juntos en la primera encarnación de Soft Machine, cuando eran patafísicos antes que jazzísticos).

Ayers fue quien más aguantó. Decidió irse a principios del siglo XXI porque Deià era un «parque de turistas ricos e idiotas». Murió en 2013 a los 68, mientras dormía en su casa del pueblo francés de Montolieu, una villa medieval poblada por librerías e imprentas en donde quiso encontrar un imposible espejo de lo que había sido Deià.

"Grain of Sand" - Matti Klarwein, 1963-1965

«Grain of Sand» – Matti Klarwein, 1963-1965

Quizá el más lisérgico de los habitantes del pueblo mallorquín de los locos fue el pintor alemán Matti Klarwein, autor del mandala Grano de arena de arriba, que él mismo describió así:

Quería hacer un cuadro para colgar en cualquier sentido, un universo rotatorio sin parte de arriba ni parte de abajo. Pensé en una especie de película, una comedia musical, con una danza sánscrita de miles de iconos, con la actaución de Marilyn Monroe, Anita Ekberg, Ray Charles, Pablo Picasso, Brigitte Bardot, Roland Kirk, Cannonball Adderly, Ahmed Abdul Malik, Wonderwoman, la niña del cementerio de Delacroix, el torero El Litri y sus corridas de mierda, Socrates, Dalí, Rama, Vishnu, Ganesh…

Klarwein, que pintaba cuadros psicodélicos años antes de la psicodelia y que cuando tomó su primer ácido se sintió profundamente decepcionado («me habían hablado mucho del viaje, pero yo tengo visiones mucho más divertidas sin tomar nada»), vivió durante largas temporadas en Deià, organizó fiestas de las que todavía se habla, frecuentó la amistad de Miles Davis, se cambió el nombre legalmente por Matti Abdul Karwein por «solidaridad con Palestina», visitó todos los lugares del mundo donde el misticismo adquiría formas tangibles o sensoriales y murió en el pueblo mallorquín en 2002, a los 69 años, mientras dormía.

Antes había pintado decenas de cuadros abigarrados de sensaciones humanas y divinas, terrenales y astrales. Alguno fueron portadas de discos y también pertenecen al poder estrafalario que emerge de Deiá.

"Annunciation (Abraxas)" - Matti Klarwein, 1961

«Annunciation» (portada de ‘Abraxas’, de Santana) – Matti Klarwein, 1961

"Bitches Brew" -  Matti Klarwein, 1970

«Bitches Brew» (portada del mismo título de Miles Davis) – Matti Klarwein, 1970

La página web Deià Heydays mantiene viva la llama hippie del pueblito mallorquín con nostálgica inocencia pese a que ahora es un refugio de milmillonarios — tienen mansiones de infarto en la zona Richard Branson, el dueño de Virgin, y el matrimonio, al parecer reconciliado, de Michael Douglas y Catherine Zeta-Jones— y de turistas en busca de placeres mundanos. La web Deia Info dice, sin la tilde para evitar confusiones a los sajones:

Deia es un paraíso. Combina las bellezas naturales con los placeres terrenales, la armonía social y maravillosos restaurantes y cafés.

El tradicional centro social hippie, Sa Fonda, donde Wyatt, Ayers, Allen e invitados —Mike Oldfield era habitual, Mick Jagger se dejó ver—, promete cercanía con celebrities.

El ayuntamiento soba el lema «un  paraíso por descubrir» en inglés, alemán y francés.

Estoy convencido de que la diosa, en cualquiera de sus formas (Tecum, Cariátide, Domnia, Quina…) regresará con el cabello rizado y soplará savia verde sobre ellos, los mercaderes que violan el lugar del mito. La destrucción implicará renovación.

Jose Ángel González

Kevin Ayers en Madrid en marzo de 1975 y con entrada falsa

Kevin Ayers. Madrid, 1975 (Foto: Jorge Dragón)

Kevin Ayers. Madrid, 1975 (Foto: Jorge Dragón)

Marzo de 1975, balanceándonos borrachos en calles no tan sucias como las de ahora. Pequeños, nada sobrios, pálidos casi siempre, desabrochados, arriando la petulancia del humo y las incógnitas con aristocracia plebeya.

En el teatro Monumental, que ahora sirve de plató para los shows de TVE, actuaba Kevin Ayers, dragón de marfil, chaleco birmano, pantalón de lino blanco… Era insólito ver un ombligo de hombre.

Falsificábamos entradas para aquellos conciertos: comprábamos talonarios en blanco en la sección de papelería de El Corte Inglés y dibujábamos el ticket con bolígrafo negro basándonos en la única entrada legal que nos daba la gana de pagar. El código de barras no existía y el control en la puerta era tan cándido como nosotros.

Hambrientos, hambrientos casi siempre y con ganas de escribir el futuro en presente.

Kevin Ayers vivía entonces en Deià , en Mallorca, donde algunos magos, al mando de Robert Graves, veneraban a la Diosa Blanca, “la hermana del espejismo y del eco”.

Anuncio del concierto

Anuncio del concierto

El concierto fue familiar, recuerdo que me senté en la platea, a la izquierda del escenario. La foto la hizo Jorge Dragón, uno de los nuestros.

Ayers empezó con May I (no tienes que decir nada / eres una canción sin voz) y acabó con Stranger in blue suede shoes (cada regla ha sido dictada para romperla). También tocó Colores para Dolores, Song for Insane Times y, claro, Whatevershebringswesing (canto para la isla / que canta en tu mente).

Ollie Halsall era el guitarrista. Bebían champán, honraban un afrancesamiento antiguo. Creí ver, fugaz, la sombra de Arturito Rimbaud entre el público.

Casi diez años más tarde entrevisté a Ayers en Santiago: tocaba en un show de la televisión autonómica y todavía estaba borracho, pero había cambiado Deià por un pueblo en el Pirineo francés. Cenamos en un mesón barato, pero el Rioja era caro.

Carpeta de  "June 1, 1974". Desde arriba, Brian Eno, Nico, Ayers y John Cale

Carpeta de «June 1, 1974». Desde arriba, Brian Eno, Nico, Ayers y John Cale

Hablamos de la gente con la que había vivido y fabricado música cuando era uno de los ángeles: Robert Wyatt y Daevid Allen (sus compañeros en los años patafísicos de Soft Mahine), Elton John, Brian Eno, Nico, John Cale, Mike Olfield, Syd Barrett…

Estaba cansado. Dijo: “Los vientos no oyen, el cielo no nos asiste”. Dijo: «No tuve ningún problema entre los 17 y los 40, lo malo es que no sé qué demonios hacer con el resto de mi vida«.

Mientras tanto, Ollie sonreía. Era uno de los mejores guitarristas de su generación, pero nunca le reconocieron el mérito más que dos docenas de incondicionales. Volví a encontrarle, a Ollie, entre el público de un macro concierto de Bruce Springsteen en el estadio Vicente Calderón de Madrid:

— Hola, Ollie, ¿te acuerdas de mí?

No me recordaba. Los periodistas consideramos que somos algo más que maquinaria.

Ollie Halsall murió  a los 43 años, en Madrid, en 1992: un ataque al corazón tras un pico de heroína en una localización que no admitía la duda: calle de la Amargura, número 13.

Kevin Ayers, 1977

Kevin Ayers, 1977

Hasta aquí he repetido lo que escribí en un antiguo blog que clausuré hace años por temor al ridículo. Porque hay algo de falsedad en ese temor, conservé el texto.

La semana pasada murió Kevin Ayers, a los 68, mientras dormía en su casa del pueblo francés de Montolieu, una esplendorosa villa medieval poblada por librerías e imprentas. Los roqueros de antes son dados a este tipo de nostalgias: los libros, el champán, la poesía…

Me siento un poco más solo. Como siempre, Bob Dylan lo dijo antes y mejor: No está oscuro / pero casi.

Ánxel Grove

Un disco astral y alucinado en los años de hierro del franquismo

'Jo, la donya i el gripau' - Pau Riba, 1971

'Jo, la donya i el gripau' - Pau Riba, 1971

Quizá quienes sólo conozcan la España de los años setenta a través de los libros de historia y alguna que otra documentación audiovisual, realizada para mayor gloria de la familia Borbón o cierta clase política, imaginen una tierra polvorienta, sin ánimo, doblegada y sólo esperanzada gracias a las células de la izquierda estalinista, que en aquel entonces aún predicaba el santo evangelio de la Madre URSS.

Por las rendijas de la dictadura ciertamente tenebrosa de Francisco Franco se colaban, sin embargo, productos culturales (llamarlos así entonces era impensable: la cultura no era un producto excepto en el caso de Dalí, Cela y otros pesebristas) que, al ser rescatados desde el presente, estremecen por su valiente arrogancia, su frescura radical y la alternativa utópica que proponían (ni dios ni amo, sin ir más lejos) entre tanto arribista en espera de la muerte del tirano para lanzarse al ruedo de la vida pública (y así nos ha ido).

Hablo de 1971, todavía un año de hierro (en diciembre de 1970 se había celebrado el Proceso de Burgos, un juicio sumarísimo militar y sin garantías procesales que acabó con seis condenados a muerte, luego conmutadas), con el dictador lúcido -si es que alguna vez lo estuvo-, los gerifaltes del fascio mandando en los cuarteles y los políticos tecnócratas haciendo negocios harto lucrativos que han cimentado algunas de las fortunas que aún padecemos.

Había música, claro. Serrat lanzó Mediterráneo, su disco más ligero; Aguaviva, una insufrible coral progre con espíritu de seminario, editó Apocalipsis; Miguel Ríos, que ya labraba su imagen de Gran Colega, Unidos… Una soberana paliza.

Para nuestra salvación también había locos:

Toti Soler (izquierda) y Pau Riba ensayan el disco en 1971. Foto: Mario Pacheco

Toti Soler (izquierda) y Pau Riba ensayan el disco en 1971. Foto: Mario Pacheco

Hoy quiero hablar en la sección Top Secret del blog de un disco que me acompaña desde la primera vez que lo escuché y me seguirá acompañando, tal es su poder sobre mí, hasta que me caiga muerto. Lo considero tan importante como la santa trinidad de 1966: Blonde on Blonde (Bob Dylan), Pet Sounds (The Beach Boys) y Revolver (The Beatles), tan emotivo como Another Green World (Brian Eno, 1975) y el primer álbum de Veneno (1977).

Jo, la donya i el gripau, de Pau Riba,  fue la constatación de que los músicos españoles también buscaban y se afanaban en la trascendencia. Encendió una luz.

El disco es una respuesta política. A Riba y su mujer, Mercè Pastor, embarazada de ocho meses, los había detenido la policía a finales de 1970 porque vivían en una comuna en Barcelona y fueron denunciados por indecencia por los caseros. Con lo puesto se largaron a Formentera, arcadia de los hippies nacionales y europeos. Nuestro Katmandú era una isla.

Pau Riba y su hijo Pauet, en Formentera. Foto: Mario Pacheco

Pau Riba y su hijo Pauet, en Formentera. Foto: Mario Pacheco

El disco fue grabado en un magnetofón Nagra a pilas por Riba y el guitarrista Toti Soler en la casa, sin luz, agua corriente y gas, donde se establecieron el músico y su mujer y nacería el primer hijo de la pareja, Pauet (el gripau del título).

Es una de las obras musicales más pegadas a la tierra que conozco. Destila belleza, candor y reposo, pero, y ésta es la característica que lo separa de otras músicas de su tiempo y área cultural, es astral, sicodélico, alucinado...

He seguido desde lejos la carrera posterior de Riba, atribulada, loca, de profeta atrincherado en su púlpito. En su defensa hay que señalar que sigue en la brecha y ha superado a los censores maximalistas -como todos los nacionalistas- de El Setze Jutges que en 1967 le le habían prohibido la entrada en el club porque no era suficientemente afrancesado y prefería el rock and roll.

Pau Riba

Pau Riba

Me gusta pensar -y me consuela, ¿por qué no?- que mientras Pau Riba grababa Jo, la donya i el gripau, Daevid Allen trabajaba en Banana Moon, Kevin Ayers en Whatevershebringswesing, King Crimson en Formentera Lady, Pink Floyd en Echoes

Me consuela sentir que fui parte, contra las miserias del franquismo y el antifranquismo, de algo que no tiene nombre y que no merece bautizo.

Ánxel Grove