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Una comuna hípster en una antigua base militar de los EE UU en Alemania

© Carlo Ratti Associati

© Carlo Ratti Associati

Cuatro mil habitantes en una antigua base militar de los EE UU en Alemania que será reconvertida en comuna.

No hay relación alguna con los ideales libertarios, de eliminación de la propiedad y amor libre de las comunas hippies de los años sesenta. Se trata de algo mucho más actual y con un target menos belicoso: el censo occidental de hípsters y techies, esa especie (tanto monta, se mimetizan) alimentada por una altísima autoestima, una bien repleta cuenta corriente y un ansia crédula por todo lo que suene a moda, esnobismo e ingenuidad 2.0.

El Patrick Henry Village, una propuesta del arquitecto italiano Carlo Ratti, pretende reconvertir y ocupar la base militar de los EE UU en los alrededores de Heildeberg, en el estado federado de Baden-Wurtemberg. La ciudad, universitaria, cultural y muy turística, desea ser una especie de sucursal europea de Silicon Valley y confía ciegamente en las bondades de la tecnología basada en la informática, las redes y el escamoteo de impuestos.

La base militar, montada en 1947, en plena postguerra mundial, permaneció activa hasta 2013, cuando los 13.000 militares ocupantes tuvieron que largarse por el desmantelamiento de las estructuras ya inoperantes basadas en la Guerra Fría. Mientras estuvo habitada era era como un pueblecito yanqui en miniatura: capillas católica y protestante, bares, tiendas, dos escuelas, gimnasio, bolera, biblioteca, minigolf

Ahora quieren hacer de ella «un centro de convivencia, cotrabajo y correalización, impulsado por una visión de cooperación e inclusión», según los promotores de la comuna.

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La Incredible String Band, el grupo-comuna de la psicodelia inglesa

"The 5000 Spirits Or The Layers Of The Onion" - The Incredible String Band, 1967

"The 5000 Spirits Or The Layers Of The Onion" - The Incredible String Band, 1967

En julio de 1967, un mes después de la edición de Sgt Pepper’s Lonely Heart Club Band, el disco casi temático sobre la expansión de conciencias con el que los Beatles [advertencia: este vínculo dirige a la web oficial del grupo, es decir, a otro anuncio publicitario de Apple] nos mostraban lo que el LSD hacía en sus cabezas (excepto en la de Ringo, donde no había cambio perceptible), apareció el primero de los dos discos de la Incredible String Band que rescato hoy de mi baúl emocional, The 5000 Spirits Or The Layers Of The Onion.

Los dos músicos del grupo eran entonces Mike Heron y Robin Williamson. Ambos habían nacido en Edimburgo y tenían 25 años. La procedencia geográfica les aseguraba entender el idioma de los bosques. En 1967, la edad no podía conducir a otra cosa que al viaje.

Cuando grabaron el disco -bajo la producción del mago Joe Boyd, el yanqui que hizo flotar el sonido visionario inglés y que describió su experiencia en la bonita crónica Blancas bicicletas-, Williamson todavía retenía la pulsión embelesada de los cuatro meses que había pasado vagando por Marruecos con su novia, Christina McKechnie, a la que todos pronto conoceríamos por su seudónimo, Licorice (regaliz), una de las musas de la sicodelia británica.

La Incredible String Band fecundó el disco en una casa de campo de Balmore, no lejos de Glasgow. Al igual que los poetas del romanticismo tardío inglés, el grupo intentaba sincronizarse con el ritmo de la naturaleza. También jugaban al chamanismo panteista e introducían en las fórmulas del folk estructuras más dúctiles y, sobre todo, una visión sicodélica del mundo.

El objetivo era musical y, por causa-efecto, vital. La banda estaba planteada como una familia abierta y nómada, de la que formaban parte, según reglas nada precisas, amigos, novias e hijos. Les gustaba alardear de que eran una «comuna vital antes que un grupo musical».

Incredible String Band - The Hangman's Beautiful Daughter, 1968

Incredible String Band - The Hangman's Beautiful Daughter, 1968

El siguiente disco, The Hangman’s Beautiful Daughter, editado en marzo de 1968, era más radical que el anterior en complejidad, texturas musicales, uso de instrumentos de culturas exóticas -entonces no se usaba el término étnico– y alcance de la fusión.

Los Beatles dijeron en esos días que la Incredible String Band era su grupo favorito y Robin Williamson, que siempre ha sido un poco bocazas, respondió que no le extrañaba, porque Sgt Pepper’s … era una «copia».

En 1969 actuaron en el festival de Woodstock -fueron la única banda de folk inglés invitada- y sus muchos y cambiantes participantes se establecieron, entre caballos y ceremonias druídicas, en una granja de Gales.

Siguieron grabando discos durante décadas -se reunieron  por última vez en 2006- y fueron pioneros en el uso del teatro y las proyecciones multi-media. El eco de su huella, que está muy presente en la vena folk de Led Zeppelin, llega hasta nuestros días (Devendra Banhart y sus colegas imitan bastante bien a la Incredible), pero nunca lograron superar la frescura de estos dos discos para rituales pagano-siderales.

Ánxel Grove

Un disco astral y alucinado en los años de hierro del franquismo

'Jo, la donya i el gripau' - Pau Riba, 1971

'Jo, la donya i el gripau' - Pau Riba, 1971

Quizá quienes sólo conozcan la España de los años setenta a través de los libros de historia y alguna que otra documentación audiovisual, realizada para mayor gloria de la familia Borbón o cierta clase política, imaginen una tierra polvorienta, sin ánimo, doblegada y sólo esperanzada gracias a las células de la izquierda estalinista, que en aquel entonces aún predicaba el santo evangelio de la Madre URSS.

Por las rendijas de la dictadura ciertamente tenebrosa de Francisco Franco se colaban, sin embargo, productos culturales (llamarlos así entonces era impensable: la cultura no era un producto excepto en el caso de Dalí, Cela y otros pesebristas) que, al ser rescatados desde el presente, estremecen por su valiente arrogancia, su frescura radical y la alternativa utópica que proponían (ni dios ni amo, sin ir más lejos) entre tanto arribista en espera de la muerte del tirano para lanzarse al ruedo de la vida pública (y así nos ha ido).

Hablo de 1971, todavía un año de hierro (en diciembre de 1970 se había celebrado el Proceso de Burgos, un juicio sumarísimo militar y sin garantías procesales que acabó con seis condenados a muerte, luego conmutadas), con el dictador lúcido -si es que alguna vez lo estuvo-, los gerifaltes del fascio mandando en los cuarteles y los políticos tecnócratas haciendo negocios harto lucrativos que han cimentado algunas de las fortunas que aún padecemos.

Había música, claro. Serrat lanzó Mediterráneo, su disco más ligero; Aguaviva, una insufrible coral progre con espíritu de seminario, editó Apocalipsis; Miguel Ríos, que ya labraba su imagen de Gran Colega, Unidos… Una soberana paliza.

Para nuestra salvación también había locos:

Toti Soler (izquierda) y Pau Riba ensayan el disco en 1971. Foto: Mario Pacheco

Toti Soler (izquierda) y Pau Riba ensayan el disco en 1971. Foto: Mario Pacheco

Hoy quiero hablar en la sección Top Secret del blog de un disco que me acompaña desde la primera vez que lo escuché y me seguirá acompañando, tal es su poder sobre mí, hasta que me caiga muerto. Lo considero tan importante como la santa trinidad de 1966: Blonde on Blonde (Bob Dylan), Pet Sounds (The Beach Boys) y Revolver (The Beatles), tan emotivo como Another Green World (Brian Eno, 1975) y el primer álbum de Veneno (1977).

Jo, la donya i el gripau, de Pau Riba,  fue la constatación de que los músicos españoles también buscaban y se afanaban en la trascendencia. Encendió una luz.

El disco es una respuesta política. A Riba y su mujer, Mercè Pastor, embarazada de ocho meses, los había detenido la policía a finales de 1970 porque vivían en una comuna en Barcelona y fueron denunciados por indecencia por los caseros. Con lo puesto se largaron a Formentera, arcadia de los hippies nacionales y europeos. Nuestro Katmandú era una isla.

Pau Riba y su hijo Pauet, en Formentera. Foto: Mario Pacheco

Pau Riba y su hijo Pauet, en Formentera. Foto: Mario Pacheco

El disco fue grabado en un magnetofón Nagra a pilas por Riba y el guitarrista Toti Soler en la casa, sin luz, agua corriente y gas, donde se establecieron el músico y su mujer y nacería el primer hijo de la pareja, Pauet (el gripau del título).

Es una de las obras musicales más pegadas a la tierra que conozco. Destila belleza, candor y reposo, pero, y ésta es la característica que lo separa de otras músicas de su tiempo y área cultural, es astral, sicodélico, alucinado...

He seguido desde lejos la carrera posterior de Riba, atribulada, loca, de profeta atrincherado en su púlpito. En su defensa hay que señalar que sigue en la brecha y ha superado a los censores maximalistas -como todos los nacionalistas- de El Setze Jutges que en 1967 le le habían prohibido la entrada en el club porque no era suficientemente afrancesado y prefería el rock and roll.

Pau Riba

Pau Riba

Me gusta pensar -y me consuela, ¿por qué no?- que mientras Pau Riba grababa Jo, la donya i el gripau, Daevid Allen trabajaba en Banana Moon, Kevin Ayers en Whatevershebringswesing, King Crimson en Formentera Lady, Pink Floyd en Echoes

Me consuela sentir que fui parte, contra las miserias del franquismo y el antifranquismo, de algo que no tiene nombre y que no merece bautizo.

Ánxel Grove