Ni libre ni ocupado Ni libre ni ocupado

Elegido Mejor Blog 2006.Ya lo dijo Descartes: ¡Taxi!, luego existo...

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Juego de rol

No parecían frikis. (Físicamente) no parecían frikis:

– Siga recto, por favor – dijo el hombre de mi derecha (calvo natural, con unas hojas y un boli bic en la mano, chaqueta de cuero, unos 35 años).

En esto, uno de los de atrás se puso una tablita entre las piernas y lanzó un dado:

– Cinco – dijo.

– Par, derecha. Impar, izquierda. ¿Ok? – soltó el de su lado. El otro volvió a lanzarlo:

– Dos.

– La quinta calle a la derecha, por favor. Si es dirección prohibida, tome la sexta.

– Tranquilo; no es más que un juego de rol. Yo soy el Master y estos dos de atrás, los jugadores. No le importa, ¿verdad? – me dijo el calvo.

– Mientras que el juego no se llame Razas a mí… como si te la machacas con la tapa de un baúl… – solté.

– Saca el dado de doce – volvió uno de los de atrás.

El otro lo lanzó:

– Nueve.

– ¡Nueve! – dijo el Master -. Deténgase en el número nueve. El dado, chicos. Impar, paga Mauro y par, paga John.

Detuve el taxi en el número 9 (un portal oscuro y lleno de graffitis). Pagó Mauro y me pidió un recibo que luego se lo tendió al Master. Éste apuntó algo en una de sus hojas.

Mientras se bajaban, el Master prosiguió:

– Ya sabéis lo que tenéis que hacer. Primero lanzáis el dado del piso y luego el de la letra. Le tocará llamar al telefonillo a Mauro si sale impar, y a John si sale par.

El coche de detrás comenzó a pitar, así que no pude quedarme al desenlace de aquella escena. ¿Qué tendrían previsto decirle al inquilino agraciado?

Duro pero frágil

Nunca me he peleado. No sé pegar. El único puñetazo de mi vida se lo solté a una de esas máquinas de feria que miden tu fuerza, y acabé con un esguince en el pulgar y tres semanas de baja.

Me pasé las tres semanas leyendo novelas de Bret Easton-Ellis.

Frágil pero duro. Cuando sube a mi taxi algún usuario de mala espina cambio el rictus, hincho el pecho, tenso los bíceps, destenso las cuerdas vocales y despliego mi espalda cual pavo real hormonado. Mido 1,85 y llevo la cabeza rapada, quiero decir. Y sé cómo interpretar el papel de Homo Hijoputus.

Ser un cobarde no significa ser gilipollas.

De este modo evito las peleas porque, de llegar a ese extremo, sé que las perdería todas.

Supongo que me daría por emplear la táctica del Bicho-Bola.

Digo esto porque soy consciente del mundo en el que vivo: En mi taxivida he visto mucho enfermo mental que no conoce más lenguaje que el de las hostias. Son los del Séat León, Opel Astra o VW Golf de cristales tintados y combustión a base de ketamina, con una Juani a su vera (de aros lobulares, piercing lunar sobre el labio superior y bolso Tous de imitación pegado a la axila para escuchar al segundo cada SMS).

Son siempre los mismos.

Y yo me cago en su puta madre (pero con rima asonante). Porque sigo pensando que no hay mejor navaja que un bolígrafo bic soltando bilis sobre un cuaderno cualquiera. Que incide más en la herida Henry Miller que cualquier niñato de esos, quiero decir.

Blasfemia

Borracho precoma de domingo. Diez de la mañana.

Bailén mediante, al pasar la Iglesia de San Francisco El Grande, el borracho acerca su aliento a mi nuca y me suelta:

– Con unos pocos más de huevos, o de copas, entraría allí – señalando a la Iglesia -, subiría al púlpito y le diría a los feligreses: Hermanos… Acabo de darme cuenta de que no existo. Así que… por el poder que me ha sido concedido: ¡apostaten!

El quíntuple sentido de aquellas palabras etílicas me dejaron de piedra.

Luego se hizo un silencio bañado en aliento a DYC, que el mismo borracho se encargó de romper nada más alcanzar su destino:

– ¿Qué le debo, hermano?

– A tenor de la blasfemia, 6,25€, tres padresnuestros y cuatro avemarías – le dije.

– Ufff… le puedo dar 5,50€ y un par de hostias… – soltó removiendo con dificultad su monedero.

– 5,50€ está bien.

Y me tragué la nuez.

¿Todo en orden?

Siempre me han llamado poderosamente la atención los enfermos del orden (‘Homo Susitius’, según la Taxipedia). Léase el ejemplo de aquel usuario:

Hombre de 35, patillas exactas, gafas de montura proporcional, cabello a un lado, recién cortado. Bajo su nuez de afeitado impecable, jersey picudo con corbata perfectamente anudada, chaqueta a juego, pantalones con su geométrica línea de plancha, manos pulcras, bien manicuradas.

Me indicó su destino añadiendo cada calle a seguir, del tirón, con estricta minuciosidad:

– Diríjase a Colón y tome Jorge Juan, Velázquez, y Ortega y Gasset a la derecha hasta el tercer portal después del cruce con Conde de Peñalver, por favor.

Tras decir esto abrió su maletín, sacó unos papeles, cerró el maletín y colocó los papeles sobre sus piernas, cuadrándolos cada cinco segundos para no perder su proporcionalidad. Luego se dispuso a leerlos subrayando bien despacio (para no salirse de la línea del texto) con un marcador palabras, frases o números a destacar.

– Como Jack Nicholson en Mejor Imposible – pensé.

Al alcanzar su destino (y tras introducir con suficiente antelación los papeles en su maletín), me tendió un billete de 10€ (más planchado aún que su propia camisa) tratando de evitar el contacto con mi mano. De hecho, al salir, abrió la puerta haciendo uso de un pañuelo con sus iniciales bordadas: B.I.

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El debate llegó luego a mi cabeza: ¿Podrá llevar esta perfección enfermiza a todos los aspectos de su vida?

¿Existe conexión entre el orden de fuera y el de dentro?

La mano

Esta tarde he visto un cadáver. Estaba bien quieto, en silencio, a un ladito del asfalto, a escasos centímetros de mi taxi; cubierto por una de esas sábanas metálicas que aislan a los vivos de los muertos. Cubierto, pero no del todo: por uno de sus bordes se podía distinguir una mano joven, con su pulsera de cuero en la muñeca y una alianza de oro en el dedo anular. La misma mano que, hasta esos mismos instantes, había tocado algo. Lo había acariciado, quizás, y había sentido frío o calor o ambas cosas. Una mano que empuñaba el acelerador, o puede que el freno, de aquella moto de mierda que también yacía a su lado. Una mano ahora inerte que seguirá inerte cuando publique este post (y el resto de los posts del resto de mi vida).

No es el primer cadáver (ni el último) que he visto (ni veré) en esta puta ciudad. Cadáveres absurdos por motivos absurdos. Y, sin embargo, jamás llegaré a acostumbrarme al efecto que provocan:

Al esguince en mi memoria, quiero decir.

A ser y no ser en apenas una fracción de segundo, quiero decir.

A pensar en temas que se escapan a mi control, quiero decir.

Porque esa mano podría ser la de cualquiera. Con su anillo de oro y su pulsera de cuero. Mi mano, tu mano, su mano:

Lancemos los dados, pues.

Silicona

– En cuanto tenga dinero me pienso operar las tetas – me dijo la usuaria tras un larguísimo monólogo introductorio.

– ¿Para qué? – pregunté.

– Pues… para tener más.

– ¿No le basta con tener dos, como todo el mundo?

– Me refiero a unas tetas más… grandes.

– ¿Para qué?

– Para sentirme más guapa.

– ¿Y para qué quiere sentirse más guapa?

– Para ligar más.

– ¿Y para qué quiere ligar más?

– Para poder elegir al hombre de mi vida.

– ¿Y para qué quiere elegir al hombre de su vida?

– Para casarme con él.

– ¿Y para qué quiere casarse?

– Para tener hijos.

– ¿Y para qué quiere tener hijos?

– Para cuidarlos, y verlos crecer, y todo eso. Y para quererlos y que me quieran…

– Osea, que para sentir el amor de sus hijos necesita inyectarse en el pecho el mismo material que otros usan para sellar ventanas…

– ¿Es usted psicólogo, o algo así?

– No, no… soy taxista, ¿no lo ve?

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Nota: En culturas como la venezolana se dice que ‘no hay mujer fea, sino mujer pobre’.

Merienda en Tiffany´s

Matrimonio de catalanes con posibles, desde el hotel Urban (cinco estrellas superior) hasta la Estación del AVE (de presa):

– Muy espacioso este coche… ¿qué marca es? – me preguntó él.

– Skoda.

– Ya… el Audi de la clase trabajadora, ¿verdad?

– ¿Perdón? – dije, sorprendido.

– Sí, sí… digo que pertenece al mismo grupo que Audi pero claro, mucho más barato, ya sabe… para los que no se pueden permitir comprarse un Audi…

– ¿Como yo?

– Eso lo ha dicho usted… Yo tengo un Audi, ¿sabe?. Quiero decir… que pudiéndome permitir un Audi, no me compraría un Skoda de esos baratos en la vida…

– ¿Dónde me había dicho que tengo que llevarle? – pregunté.

– Al AVE – me contestó el tipo.

– ¿No le gustaría pasarse antes por el Zoo?

– ¿Al Zoo?. ¿Y para qué? – me preguntó extrañado.

– Para despedirse de su familia antes de tomar el tren… – (¡no te jode!).

– Creo que no le he entendido – me dijo.

– Contaba con ello…

Nos sumimos en un silencio tan incómodo como enfermo de ira. Silencio que la mujer rompió nada más llegar a la Estación:

– Nos ayudará a bajar las maletas hasta el andén, ¿verdad?

– ¡Ni hablar!. ¡Acabo de hacerme la manicura, señora…! – contesté mostrando a Miss Daisy mis manos suavitas.

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Pregunta sinmenospulso que nunca: ¿De dónde han podido salir estos personajes?. ¿Hay vida más allá de Loewe?

Espero que nadie confunda mi taxi con una Falla

Camino del Aeropuerto:

– Pues… me voy a pasar unos días a Cancún, ya sabe: sol, mujeres ligeritas de ropa, coctails, playas paradisiacas… – me soltó el usuario (allá donde más duele).

– Suena bien… – dije enseñándole los dientes a través del espejo.

– Y usted se queda en Madrid, ¿verdad? – me preguntó con cierto regustillo cabroncete.

– Ehhh… no. ¡Me voy!. ¡Me voy hoy mismo a… las Fallas!. ¡A ver las Fallas! – improvisé (no te jode…).

Así que, por culpa de unos cuantos pecados capitales (ira, envidia, etc.) proyectados en aquel usuario, tiré de contactos y en apenas diez minutos conseguí una cabaña a pie de playa en uno de esos campings que violan y salpican, a partes iguales, la costa levantina.

Pasé por casa para arramplar con lo básico (un bañador estampado, un par de mudas, 10 bolis bic, un paquete de 500 folios, tres baterías extra para el ordenador portátil y mi patito de goma Made in Hong Kong) y pocos minutos después del mediodía (P.M) salí de estampida con mi taxi a cuestas y el depósito lleno hasta las trancas (y barrancas).

En apenas cuatro horas (sin paradas, respetando las normas) ya estaba merodeando por un precioso pueblo de la costa levantina. Estaban en Fiestes Falleras:

(Espero que nadie confunda mi taxi con una Falla):

Aprovecharé para desconectar del mundo por un número indeterminado de días (aún no lo he decidido; según la inspiración).

…y aparcaré mi taxi, bien a la vista, junto a la cabaña.

…y escribiré hasta que se me borren las huellas dactilares.

…y le pondré un Nick distinto a cada ola del mar (vuestros Nicks, por supueso).

… y comeré arroz avanda hasta que me salgan granos.

…y meditaré sobre lo humano, lo divino y lo taxístico.

…y me acordaré de nadie y os recordaré a todos.

…y apagaré el teléfono, y desconectaré mi sentido arácnido.

…y escribiré, y escribiré y escribiré hasta que al fin explote por sobredósis cada puta letra de la R.A.E.

El peligrosísimo Juego de la Oca

Las 12 del mediodía y un sol campando a sus anchas. Cibeles, Gran Vía. En Callao me dispongo a girar mi taxi libre por Jacometrezo (¿Jacometrezo?; deberían de hacerle un control de drogas al que pone las calles).

En ese mismo semáforo me doy cuenta que el coche de mi derecha (con matrícula portuguesa) lleva las luces encendidas. Le pito. Me mira. Le hago el pico de pato con la mano.

Se abre el semáforo y continúo la marcha. El coche de mi derecha continúa con sus luces encendidas. Llegamos a la Plaza de Santo Domingo y vuelvo a pitarle, y vuelvo a hacerle el pico de pato con la mano. Esta vez parece que me mira enojado.

Lejos de apagar sus luces, el portugués me devuelve el pitido, levanta su brazo y entonces me hace el pico de pato con su mano. No entiendo nada. Supongo que el tipo se piensa que la seña de ‘¡tienes las luces encendidas!’ en realidad es un insulto. Que le estoy insultando.

Continúo hasta la plaza de Ópera, esta vez con el portugués pegado a mi paragolpes trasero, pitándome como un desesperado, gritándome (en portugués). A través del espejo retrovisor compruebo que continúa haciéndome el pico de pato con su mano (y cara de muy mala leche).

Un par de giros después (con el corazón en un puño, y el otro puño en la boca) consigo esquivarle.

Y al próximo portugués que circule con las luces encendidas a plena luz del día, que le haga el pico de pato su pata madre.

Hormigas y cigarras

Ayer por la tarde me surgió, desde la Estación Sur de autobuses, un viaje a Puebla de Sanabria (Zamora). Un tipo bajito y calvo, tras haber perdido su autocar, me pidió llevarle de urgencia por motivos familiares graves.

Mi colapso llegó a escasos 100 kms de Madrid. Ante un usuario dormido por la monotonía de un viaje lineal, recibí una llamada inesperada:

Digamos que alguien me propuso un proyecto literario-periodístico cuanto menos tentador, algo GORDO, según me dijo. Me propuso formar parte de un equipo puntero en uno de los más grandes emporios mediáticos del país. Dedicación total, según me dijo.

Contesté que tendría que pensarlo, aunque en realidad, la respuesta ya venía impresa en mi código genético.

Llegamos a Puebla a las 19 horas. Ya había anochecido. La saturación mental de aquella llamada me llevó a perderme en aquel paradisiaco lugar, junto al brillo inmenso del Lago de Sanabria.

Tras adentrame en un camino de árboles, aparqué el taxi bajo un cielo acojonante de estrellas pegadas a un techo inmenso, y sentado sobre la tierra, comencé a juguetear con un grupo de hormigas.

Pensé en las hormigas, en el lugar que ocupan en este Universo, y pronto me invadió el sueño, y me dormí. Ahí mismo. Apoyado en un árbol.

Ahora es de día. Me duele la espalda y las hormigas continúan trabajando. Portan serias cargas sobre su lomo en dirección al hormiguero, a su casa. Miro mi taxi y pienso que ese es mi lugar, mi casa; que no sería capaz de escribir absolutamente nada sin su ayuda, sin todos aquellos usuarios que se montan a diario, que me enseñan algo nuevo en cada trayecto.

Que le jodan a todas aquellas propuestas que me alejen de mi taxi. Que le jodan a todas las cifras del mundo que traten de separarme de mi taxi, de mis 20minutos de gloria.

Gracias a las hormigas, me quedaré por aquí el resto del fin de semana. Y apagaré el teléfono.