No parecían frikis. (Físicamente) no parecían frikis:
– Siga recto, por favor – dijo el hombre de mi derecha (calvo natural, con unas hojas y un boli bic en la mano, chaqueta de cuero, unos 35 años).
En esto, uno de los de atrás se puso una tablita entre las piernas y lanzó un dado:
– Cinco – dijo.
– Par, derecha. Impar, izquierda. ¿Ok? – soltó el de su lado. El otro volvió a lanzarlo:
– Dos.
– La quinta calle a la derecha, por favor. Si es dirección prohibida, tome la sexta.
– Tranquilo; no es más que un juego de rol. Yo soy el Master y estos dos de atrás, los jugadores. No le importa, ¿verdad? – me dijo el calvo.
– Mientras que el juego no se llame Razas a mí… como si te la machacas con la tapa de un baúl… – solté.
– Saca el dado de doce – volvió uno de los de atrás.
El otro lo lanzó:
– Nueve.
– ¡Nueve! – dijo el Master -. Deténgase en el número nueve. El dado, chicos. Impar, paga Mauro y par, paga John.
Detuve el taxi en el número 9 (un portal oscuro y lleno de graffitis). Pagó Mauro y me pidió un recibo que luego se lo tendió al Master. Éste apuntó algo en una de sus hojas.
Mientras se bajaban, el Master prosiguió:
– Ya sabéis lo que tenéis que hacer. Primero lanzáis el dado del piso y luego el de la letra. Le tocará llamar al telefonillo a Mauro si sale impar, y a John si sale par.
El coche de detrás comenzó a pitar, así que no pude quedarme al desenlace de aquella escena. ¿Qué tendrían previsto decirle al inquilino agraciado?