Ni libre ni ocupado Ni libre ni ocupado

Elegido Mejor Blog 2006.Ya lo dijo Descartes: ¡Taxi!, luego existo...

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Cuando el amor entra por los ojos

Imagina que nada más subirte en mi taxi me enamoro perdidamente de ti, del reflejo que proyectas en mi espejo, de tus ojos, de tu aliento, de tus flechas o de lo que fuera que tuvieras distinto al resto. Imagina que, víctima de ese embrujo, me trabajo tanto el trayecto y el diálogo que accedes a tomarte un café conmigo, una cerveza o una puesta de sol (aunque sólo fuera por la incertidumbre de mi tibieza). Que consigo descifrar y decirte lo que necesitas oír y manejar los tiempos según tu prisa. Que la primera cita se convierte en una segunda, y la segunda en quinta (en proporción directa al aumento en intensidad de nuestros ritmos cardiacos).

Imagina que, tras los citados trámites, consigo que tú también te enamores de mí (aunque a un ritmo más lento), que aquel trayecto iniciático, al fin, se convierte en deseos, sentimientos mutuos y un futuro convertible en presente perpetuo. Que acabamos viviendo juntos, compartiendo hipoteca, genes, bienes gananciales y champú. Que tenemos tantos hijos como tú quieras y tantos nietos como nuestros hijos quieran:

De la parada de taxis al panteón familiar.

Sólo quiero decir que la incertidumbre y el azar puede hacernos cambiar de vida en cualquier momento: Siempre hay que estar alerta, despiertos (incluso en sueños). Inyecciones de farlopa en cada ojo. Como metáfora, claro.

El afinador

El músico se había dejado la cartera olvidada en su estudio. En aquellos instantes no tenía los 15,75€ que marcaba el taxímetro.

– Puedo darle cualquier otra cosa… – me dijo, apurado.

Al instante, casi sin pensarlo, el músico abrió la funda de su guitarra y con cierto halo de tristeza sacó de sus tripas un pequeño afinador:

– Me costó algo más que la carrera. Tómelo. Espero que sepa apreciarlo.

Sin tiempo de reacción (después pensé que no debí haberlo aceptado) el músico se marchó con un adiós desafinado.

Reanudé la marcha con su afinador en la mano, buscando en él (y en mi cabeza) alguna utilidad práctica. En esto, y aprovechando un semáforo, me lo acerqué a la boca y solté:

– Dooooo…

En la pantalla del aparato apareció un signo «+» que, supuse, me indicaba que tenía que subir el tono hasta alcanzar un «Do» afinado. Modulé mi voz:

– Dooóóó… – del «+» pasó al «-«, y bajé el tono hasta conseguir el «OK» del afinador.

Contento como un niño con cuerdas vocales nuevas (había conseguido alcanzar, con mi misma voz, un Do redondo) continué afinando el resto de mi espectro tonal (Reeééèè, Miiìíì, Faààáá,).

Así, dominado el asunto, cuando se montó en mi taxi el siguiente usuario, solté en Mi bemol:

– ¿Dónde le llevo? – (el afinador, escondido en mi regazo, me dio su «OK»).

– A la Carrera de San Francisco – me dijo desafinando en Fa «-«, según el aparato.

Tres o cuatro usuarios atonales después, buscándole otra nueva utilidad al afinador, se me ocurrió acercármelo al pecho. Por su pantalla comprobé que los latidos de mi corazón sonaban medio semitono por debajo del Re.

Entonces decidí llamarte. Y funcionó: Nada más descolgar el teléfono y oír tu voz me afiné por dentro.

Valió la pena

Beatriz ya lleva una semana en mi casa, en mi cama y en mi cabeza. El lunes llegó parte de su equipaje, por SEUR, desde Alicante. El martes se puso a buscar trabajo de camarera y ese mismo día lo encontró: el miércoles ya estaba sirviendo copas en un garito pijo del Barrio de Salamanca (de miércoles a domingo, de 21 a 3 y media de la madrugada, por 1.400 al mes). Las chicas guapas a rabiar y con don de gentes encuentran trabajo en seguida. ¿Injusto? ¿Discriminatorio? No entraré a valorar esto. Hoy no.

El caso es que me encuentro extrañamente feliz. Beatriz no tiene a nadie excepto a mí. Ha decidido empezar de cero y a mi lado, los dos solos y en nuestro particular microcosmos. Parece volcada en su nueva vida, radiante como una adolescente con tetas nuevas. Poco importa que ahora me vea obligado a cambiar mis horarios: Nos despertamos juntos (tarde), comemos juntos y luego saco mi taxi (con ella a mi lado) hasta que llegan las nueve. Entonces la dejo en su curro y me pongo a escribir hasta su hora de cierre. La recojo, volvemos a casa, hablamos de la parte del día que no hemos vivido juntos, cenamos besos y luego hacemos el amor (en Alicante simplemente follábamos) hasta que cualquiera de los dos cae rendido sobre el regazo del otro.

Ayer me llamó a media noche y me pidió que me pasara por su garito a tomar algo, «como en los viejos tiempos». Al llegar me tenía preparada una sorpresa: Le pidió al Dj un tema, salió de la barra y entonces comenzó a a bailarlo ante mí y sólo para mí. El resto de los parroquianos se quedaron mirando la escena con ojos de babosos degollados. En su primer día de trabajo (y entre yupies engominados de ego proporcional a su VISA ORO) Beatriz había decidido marcar su propio territorio.

Era un tema de salsa que cantó y bailó sin despegar ni por un momento sus ojos de los míos. Se acercaba y se alejaba, moviendo las caderas y los labios (borrachos de dulce saliva) sólo para mí, acercándose a mi oreja en cada estrofa clave:

«Te veo y me convenzo que tenías que llegar, después de la tormenta aquí en tu pecho puedo anclar. Y ser más yo, de nuevo yo, y por bandera mi ilusión. Y mira si te quiero que por amor me entrego. Que vivan los momentos en tu boca y en tu cuerpo…»

Y yo, por primera vez en mi vida, me sentí koala en un bosque llenito de eucaliptus.

Matrimonio por accidente

9 de Mayo de 2008: Calle Sagasta. Un despiste me obliga a girar y frenar con tan mala suerte que el coche de mi derecha, al tratar de esquivarme, acaba embistiendo a un tercero. Mi taxi resulta ileso, pero como la culpa ha sido mía me detengo con la intención de cumplimentar a mi nombre su Parte de Accidentes.

La conductora A (de nombre Ana, morena, guapísima), con apenas un pequeño roce en su paragolpes delantero, sale de su coche cual bala con la intención de atizarme (al grito de ‘peseto de mierda’). El conductor B (de nombre Jaime, alto, elegante), aunque su coche presenta un golpe en la puerta mucho más severo, se ocupa de tranquilizar a la conductora A.

Al final, y gracias a la mediación del conductor B, todo acaba en un simple parte amistoso (a cargo, claro está, de mi compañía de seguros). Los tres intercambiamos nuestros respectivos números de teléfono y, sin más, cada coche (el mío ileso y los otros dos, magullados) se marcha por su lado.

21 de Julio de 2009: Calle Miguel Ángel. Sube a mi taxi una mujer embarazada. Tras indicarme un destino me mira fijamente y, con los ojos como platos, me dice:

– ¡No me lo puedo creer!

– ¿Perdón?

– El año pasado… te esquivé y me di un golpe… ¿recuerdas? – me dijo extrañamente entusiasmada.

– ¡Ups!

– Hace unos meses te vi en la SEXTA, donde el Wyoming. ¿Eras tú, verdad? y le dije a Jaime: Mira, es el taxista ese del día que nos conocimos…

– ¿Jaime?

– Sí. ¿No te acuerdas que te esquivé y le di a otro coche? ¿y que luego nos dimos los teléfonos…? Bueno, pues al día siguiente llamé a Jaime, el del otro coche, porque en el Parte de Accidentes había un número de su DNI que no se veía bien… y entonces nos pusimos a hablar y a hablar, y luego quedamos, y una cosa llevó a la otra y… ya ves – me dijo acariciando su tripón de embarazada.

– ¡No me lo puedo creer!

– Así que, después de todo y de lo mucho que me cabreé contigo, que casi te pego y todo, no puedo más que agradecerte lo mal que conduces, je, je: Gracias a ti he conocido al hombre de mi vida. Nos casamos el 9 de Mayo, justo un año después del golpe, y ahora esperamos a nuestro primer bebé. ¿Sabes que seguimos teniendo en casa el Parte de Accidentes enmarcado y colgado encima de nuestra cama?

– (…)

– ¡Cuidado con ese coch…

Te odio, te quiero, etc.

Manda cojones que después de tantos años siga pensando en ti y en tu puto pelo rizado, en tu puta piel sedada, en tu puta risa y en tus putos gemidos. Parece que fuera ayer aquella vez que nos conocimos en mi taxi, de Atocha a Fuencarral, de Fuencarral a la Vía Láctea, de la Vía Láctea al sofá de tu casa, del sofá de tu casa a tu puta cama y de tu puta cama directos al corazón, donde más se goza y más se duele y más se vive y más se enferma.

Sólo tú me enseñaste a ser frío por dentro y caliente por fuera, cual croqueta de bar cutre. Tú me enseñaste que se puede follar con lágrimas en los ojos, que se puede abrazar de puro odio o desear no haberte conocido pero no poder vivir sin ti. Me enseñaste que los tangas se pueden comer y los besos se pueden beber y la sangre se puede coagular de tanto usarla.

Y pusiste el listón tan alto que ahora todas las demás mujeres me aburren: Me enseñan las tetas y bostezo. Intentan quererme y me acojono. Por ti ahora soy solitario y miedica. Por ti ahora veo pezones hasta en las teclas de mi BlackBerry.

Después de tantos años sigo acelerándome cada vez que veo cualquier rubia de pelo rizado con tus medidas, de espaldas. Y nunca tengo huevos a voltearme para ver su cara. Soy taxista en una ciudad con 4 millones de habitantes. Demasiadas rubias rizadas por la calle y demasiados recuerdos. Demasiado valor saqué de no sé dónde al dejarte. Demasiados botes de Tipp-ex gastados en borrar tu recuerdo. Pero se notan las correcciones. Y el Tipp-ex coloca. Y ahora soy un yonky por culpa del puto Tipp-ex, o por tu puta culpa, o lo que sea.

Me quiero

(Conversación real entre una usuaria y migomismo):

– ¿Estás enamorado?

– Sí.

– ¿Y cómo es ella?

– Él.

– ¿Eres gay?

– No. Me refería a mí mismo.

– Ah.

– ¿Y esa cara?

– No, nada… es que no me esperaba esa respuesta. Eso es todo.

Efectivamente, la usuaria puso cara de: ¡Puto engreído! alzando las cejas, abriendo la boca y sin mediar palabra durante el resto del trayecto.

Y yo me pregunto: ¿por qué todo el mundo habla del amor que siente hacia su pareja, su gato, sus hijos o sus padres y nunca (repito: nunca) menciona el amor propio? ¿por qué eso de quererse a uno mismo siempre ha tenido tan mala prensa? ¿por qué el amor propio confeso se suele asociar al egoísmo, al ombliguismo o al individualismo, o como sentimiento incompatible con el amor a los demás? ¿tan malo es quererse a uno mismo?

Para querer a los demás, ¿no deberíamos aprender antes a querernos a nosotros mismos?

Y por mucho que quieras a tu pareja (o a tu gato), ¿con quién pasas las 24 horas del día?, ¿con quién hablas por dentro? ¿con quién estás cuando cierras los ojos, o cuando te encierras en el cuarto de baño? ¿acaso sientes como ajenas tus risas, tus lágrimas o tus orgasmos?

Y cuando alguien dice que quiere a fulanita por encima de todo, ¿se refiere también a sí mismo? ¿se puede querer a alguien más que a uno mismo?

No me lo creo. O mejor dicho, no me lo quiero creer.

Eso es todo.

Cama rara

Anoche, con motivo del concierto que Depeche Mode dio en Valladolid, compartí cama con mi ex. Viajamos juntos en mi taxi, nos echamos unos bailes tecnopoperos y acabamos en uno de esos hotelazos asépticos a las afueras de la ciudad. Habitación doble, pidió ella.

Dormimos juntos, como en tantas otras ocasiones (hace ya tantos años…), pero esta vez sólo como amigos. Muy buenos amigos, por cierto. Pero nada más. Por eso aquella se convirtió en la noche más rara de mi vida.

Mi ex se durmió enseguida. Yo no fui capaz: Me quedé mirándola, atado de pies y alma, sabiendo que por primera vez en nuestra vida no habría caricias, ni besos, ni sexo suave, ni sentimientos más allá de la distancia de dos simples amigos con derecho a viajar juntos y poco más.

Ella se había acostado semidesnuda, y yo también. Pero sin lujuria. Sin mirar más allá de lo que marca la compostura por el respeto que merece querer conservar una amistad por encima de todo lo demás. Amistad y confianza profunda, sin pudor a demostrar unos cuerpos que, tiempo atrás, conseguimos aprendernos de memoria. Sin embargo no pude evitar recordar todas esas otras noches de abrazos al límite de la asfixia, acariciándolo y besándolo todo. Noches cuyos límites sólo los marcaba la imaginación de sus manos y las mías, o de su boca y mi lengua. Algo más de cinco años llenos de noches en la típica vida de una pareja consolidada y con planes de futuro. Pero en aquellos tiempos había sentimientos distintos, aunque ella ahora siguiera siendo la misma y yo también. Somos los mismos solo que el contexto es otro. Tan apetecible sexualmente el uno para el otro pero sin el amor que imprime una relación duradera de pareja: Los mismos por fuera, pero distintos por dentro.

Por eso digo que creo en el sexo sin amor. Pero en este caso, no.

El Amor en los Tiempos del Taxi

Si yo fuera el hijo bastardo de Dios le instalaría un taxímetro en el corazón de cada ser humano para contabilizar sus latidos y cobrarles en función de su frecuencia.

Y entonces todos trabajaríamos exclusivamente para pagar a fin de mes lo que marcara nuestro propio taxímetro cardiaco. Y el amor y sus taquicardias nos obligaría a trabajar horas extra:

– Lo nuestro es imposible. Si continúas acelerándome el taxímetro tendré que trabajar domingos y festivos – le diría el enamorando a su enamorada.

Y quienes llevaran una vida lineal, aburrida e insensible (de pocas pulsaciones por minuto) apenas tendrían que pagar el sueldo base. Trabajarían poco, casi nada.

Pero con el tiempo, los vagos acabarían por darse cuenta que no se puede vivir sin amor y comenzarían a trabajar más horas y ahorrarían todo lo posible esperando que, algún día, su taxímetro consiguiera marcar su máximo histórico gracias a uno de esos amores como de tiempos del cólera.

– Déjame quererte sin mesura. No te preocupes; tengo 20.000 pavos en el banco.

Y todos, a fin de cuentas, acabarían trabajando en lo que fuera con tal de amar y ser amados.

Y claro, no habría guerras, ni hambre, ni nada malo.

– ¿Y quién sería el Tesorero?, ¿quién se encargaría de administrar toda nuestra pasta? – me pregunta el gilipollas de turno.

– La idea ha sido mía, ¿no?: Pues eso… – le contesto en tono despectivo.

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Y de postre, el Sevilla (de los Mojinos Escozíos) habla de mi libro nilibreniocupado en el programa «Colga2 por Manu» de Canal Sur. Puedes verlo pinchando AQUÍ (es el último vídeo, sección ‘El Sevilla, lecturas recomendadas’)

Luna de Hielo

Es tiempo de bodas, de noches de bodas y lunas de miel. Ahora no hay semana que no usen mi taxi parejas que regresan de Cancún a su nueva vida de ‘hasta que la muerte nos separe’. Parejas que, durante el trayecto, permanecen en silencio, con cara de gente seria y responsable, cada uno sentado lejos del otro, sin tocarse o bien jugando al individual acto de darle vueltas a a su nuevo anillo de oro mientras miran por ventanillas opuestas. Parejas que, tras el enlace y esos días que les han dado en el curro, ya han dejado de gastarse bromas, de seducirse o de ganarse al otro. Porque ya se han ganado mutuamente ante los ojos de un Dios a juego con el vestido de ella.

Y atrás quedó el engorro de la lista de boda con 200 invitados (¿conocemos a tanta gente?), de los 150€ el cubierto, de lo que estimaban sacar con los ‘sobres’ (¿sabes que mi tío Germán nos metió 400 eurazos?), del problema con aquel fotógrafo que había que contratar sí o sí a través del Párroco (y las flores, también) o de lo coñazo que fueron aquellos cursos prematrimoniales. Ninguno de los dos había comulgado antes, al menos, desde su Primera Comunión (él la recuerda muy bien; le regalaron una bici que fue la envidia del barrio), pero casarse por lo Civil resultaba tan… frío que no se lo pensaron ni por un momento.

Ahora que ya pasó todo, mientras viajan en mi mismo taxi de camino a su nueva casa, en silencio, mi espejo escucha los pensamientos de ella:

– En un año, cuando acabemos de pagar el coche, ‘encargamos’ el primer hijo. Y en tres, como mucho, el segundo. Más tarde no, que me pondría ya en 34, y…

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NOTA: Y a todo esto, en su conjunto, lo llaman amor.

Aif gat de pagüer

Estamos obligados a ser enérgicos. Estamos obligados a pasarlo bien. A usar cada taxi como si fuera el último y a besar como si después de ese beso se deshicieran todos los labios del mundo víctimas de un furor incontenible. Obligados a amar y a ser amados porque gui ar de campions, mai fren (y que se mueran los feos).

La vida es una, la vida es grande, la vida es libre y Franco murió poco antes de mi concepción intrauterina. Soy fruto de la democracia amatoria y de algún modo u otro estoy obligado a celebrarlo. Estoy obligado a ser feliz y a contagiar mi alegría a cada usuario de mi taxi. Y cada usuario, por su parte, estará obligado también a pagarme su correspondiente carrera (no te jode).

Por eso, para contagiarte mi obligatoriedad, te digo que dejes tu trabajo de mierda y te hagas taxista. Te digo que hables con decenas de desconocidos cada día y trates de aprender algo de ellos, lo que sea. Te digo que no vuelvas a madrugar en tu vida y que trabajes y ganes lo que necesites. Ni más ni menos. Te pido por favor que te aprendas de memoria tu ciudad, que la ames y la odies a partes iguales pero que nunca puedas, jamás, seas capaz de vivir sin ella. Yo amo y odio Madrid, pero si me hubiera tocado ser taxista en Osaka (Japón) la amaría y la odiaría del mismo modo.

Licénciate en Espejología del Profundismo por la Universidad Asfáltica de tu ciudad y cómete el mundo sin pan pero conmigo.

Me siento en la obligación moral de decírtelo (me llevo el 5% del importe de cada matrícula, quiero decir) *

(*) Promoción válida hasta fin de latidos