Ni libre ni ocupado Ni libre ni ocupado

Elegido Mejor Blog 2006.Ya lo dijo Descartes: ¡Taxi!, luego existo...

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Discriminación positiva (versión Beta)

FOTO: Evan Forester

FOTO: Evan Forester

Ernesto explotó en mi taxi: «No aguanto. Te juro que no aguanto. Siete años llevo sufriendo el acoso de mi exmujer. Y lo peor de todo es que utiliza a los niños, ¡a mis hijos! Mintió en el juicio, ¿sabes? Le dijo al juez que yo la maltrataba, que era un hombre violento con ella y con mis hijos, y dios sabe que eso no es verdad, ¡jamás le he puesto la mano encima a nadie! Lo dijo sin presentar parte médico ni nada y el juez la creyó. Orden de alejamiento y pensión alimentaria. Tampoco tengo régimen de visitas: no sé nada de mis hijos, y cada vez que intento acercarme a ellos, la muy bruja llama a la policía. Yo sólo quiero verlos crecer, ¡son mis hijos! También se quedó con el piso, claro. Y yo a la puta calle, a mis cuarenta y tres años y viviendo desde hace siete en un piso compartido con dos estudiantes y un parado. Con mi sueldo de conductor de autobuses, imagínate. Imposible rehacer mi vida. Normal que de vez en cuando me den crisis de ansiedad y tenga que ir a urgencias a que me den algo. Ahora mismo vengo de urgencias, y el médico me ha recomendado reposo. También quería darme la baja laboral durante un par de semanas, pero soy autónomo, y no me puedo permitir estar de baja. Me darían menos de lo que gano currando; igual que tú en tu taxi, supongo. Te juro que a veces me dan ganas de hacer una locura. No lo justifico en ningún caso, y menos cuando hay niños de por medio; me horripila la violencia, pero te juro que a veces entiendo a esos hombres que se lían a tiros por venganza y luego se quitan de en medio. Y que dios me perdone por lo que acabo de decir, que dios me perdone. Pero muchos en mi lugar, con lo que estoy pasando y sin esperanzas de nada, sin ayudas, sin ganas de seguir, ya lo habrían hecho».

Los buenos siempre están en el lado equivocado

FOTO: Wikipedia

FOTO: Wikipedia

Mi taxi ha visto zonas que no creerías: urbanizaciones privadas con doble perímetro de seguridad (como en Ceuta) y dentro, mansiones con lagos privados más grandes que el estanque del Retiro y cámaras de vigilancia cada diez metros dotadas de infrarrojos y visión nocturna. Para acceder al perímetro, aunque se trate de un taxi (y en su interior viaje el dueño de una de esas mansiones), has de entregar en la garita de seguridad privada tu DNI y pasar tu dedo por un lector de huellas mientras otro guarda husmea con un espejo los bajos del taxi y anota y coteja tu número de licencia. Y una vez consigues acceder, cronometran tu estancia en el recinto por si tardaras más tiempo en salir de lo previsto (en cuyo caso se acercaría raudo un Range Rover en tu busca para “escoltarte” hasta la salida). Lo llaman urbanizaciones de superlujo, pero son auténticos búnkers imposibles de franquear o de acercarte siquiera al perímetro sin que al instante aparezca una unidad de vigilancia privada con su foco y dos gorilas preguntándote, con muy malos modos, qué coño haces tú ahí y e invitándote a largarte o atenerte a las consecuencias. Casualidad o no, a urbanizaciones de este tipo o similares sólo he llevado a algún que otro deportista de élite y empresarios, los menos, pero sobre todo y en gran medida, a usuarios vinculados al mundo de la banca (no es difícil deducirlo a través de las conversaciones telefónicas que suelen mantener en el trayecto).

Dicho esto, no me extraña en absoluto que personajes como Blesa y demás saqueadores aparezcan ante un juez o ante las cámaras mofándose de sus víctimas. Esos abuelillos estafados jamás podrán acercarse a menos de diez metros del perímetro de seguridad que protege sus mansiones. Pero tampoco podrán esperarles en la calle o en las puerta de un juzgado (que no se atreve a juzgarles). En los espacios públicos, donde la seguridad privada apenas puede actuar, los escoltan y protegen nuestra Policía Nacional. Velando, como siempre, por el cumplimiento del Estado de Derecho.

La vida es un montaje

FOTO: @simpulso

FOTO: @simpulso

Ayer fue un día raro. Me vino en sueños un relato y decidí quedarme en casa escribiendo (¿qué sucedería si toda la humanidad se volviera de repente gay?) hasta que llegó la hora de acudir a mi cita de los martes en la Cadena SER y dejé el relato y salí con mi taxi fuera-de-servicio dirección Gran Vía. Se cumplían diez años de los atentados del 11M, así que en la tertulia hablamos del tema en profundidad. Escuchándome a mí mismo a través de los cascos (mi propia voz amplificada, relatando aquel fatídico día), conseguí desdoblarme y duplicar mi rabia. Pero luego entrevistamos a Andy&Lucas (foto) y esa rabia se transformó en asombro. Necesitaba digerir tamaño carrusel de emociones, así que al salir de la radio no pude evitar meterme en un bar y apretarme casi de un trago una jarra doble de cerveza. De tapa, el camarero me puso un plato de choricitos fritos que os juro que parecían penes pequeños sin circuncidar. Estaban ricos, por cierto.

Después saqué el taxi del parking y en la misma Gran Vía subieron dos gafapastas. Tomaron asiento, me indicaron su destino y comenzaron a hablar de sus cosas. De cine, para más señas. El más callado era montador profesional. Llamó mi atención algo que le dijo el otro: «Sabes perfectamente que un buen montador es capaz de convertir un mal rodaje en una buena peli. Tus ‘postpro’ (postproducciones) han conseguido salvar el culo a más de un director mediocre».

Hablaron de montar planos en un orden distinto al marcado por el director para darle otra visión a la historia, o incluso mejorarla. Hablaron de  la importancia de cortar, pegar y alargar o acortar escenas, y aquello me pareció fascinante.

-Ojalá pudiéramos hacer eso con nuestra propia vida -dije metiéndome en su conversación.

-¿Perdón? -soltó el montador.

-Hacer lo que tú haces pero con la vida. Cortar y alargar escenas de nuestra propia vida, o cambiarlas de orden a nuestro antojo -dije.

-Joder. Eso sería una historia cojonuda. «Desmontando la vida» en una peli. Metacine -dijo el otro.

-Hazlo. Dale una vuelta. Escribe una sinopsis sobre eso -le dijo el montador al otro.

El caso es que, ahondando en el tema, acabé comiendo con los dos, montador y guionista, en un bar de Moratalaz. Anotamos ideas en servilletas y bebimos mucho. Así que ayer apenas hice una carrera con mi taxi. Y dado mi estado etílico tuve que dejarlo ahí aparcado y llamar a  un teletaxi. Y en la radio del taxi que me llevó a casa sonaba, lo juro, Andy&Lucas.

Pequeño catálogo de odios

FOTO: Wikipedia

FOTO: Wikipedia

Odio el odio en general. Pero odio a la gente que no razona: al zoo con ellos. Odio al que se enorgullece de su simpleza o de su falta de cultura. Odio al que roba al débil y a quien es capaz de todo con tal de proteger su mentira. Odio a la gente que disfruta destruyendo. O matando excepto al enfermo que no tiene la culpa de matar. Odio al que no quiere vivir, o al que intenta convencer a los demás de sus motivos para rechazar la vida. Odio la falta de civismo: escupir al suelo, tirar basura al suelo «para crear puestos de trabajo en los servicios de limpieza». Odio al que evade impuestos pero se aprovecha de lo público. Odio al que odia al diferente. Me odio a mí mismo, tal vez.

Odio cualquier alimento de color morado. Es irracional, lo sé. También odio los piñones. Es subjetivo, lo sé. Odio los servicios de atención al cliente en general. Odio la burocracia, los trámites. Odio las colas y las aglomeraciones: parecen corderos. Odio esos anuncios de la tele que dan por hecho que eres gilipollas. Odio la prensa que manipula y a toda clase de lameculos en general. Odio a los mecánicos que intentan engañarte. Y al comercial que intenta engañarte. Y al homeópata. Odio cualquier institución que se lucre con su concepto de Dios o con la ayuda solidaria. Odio que de cada diez euros que envío al tercer mundo, lleguen cinco. O tres. O ninguno. Odio los bancos. Todos, sin excepción. Odio mis contradicciones, mis defectos, mi falta de coraje y de constancia. Odio fumar pero fumo, por ejemplo. Te odio pero no soy capaz de olvidarte. Por ejemplo.

(Sin embargo en mi taxi no odio nada ni a nadie. Es extraño).

Odio hablar de odio; perder el tiempo con el odio en lugar de voltearlo y convertirlo en amor. Odio el odio en general, ya lo he dicho. Pero no puedo evitarlo.

Taxista de mala estirpe

FOTO: Zac mc

FOTO: Zac mc

En cierto modo tú tampoco tienes la culpa de ser un soplapollas. Tal vez te mimaran demasiado de pequeño, y tú te dejaras mimar más de la cuenta. Uno nunca sabe cuánto dura el proceso de cocción de la personalidad, a qué edad se debe decir NO a un jersey con renos zurcidos. No es fácil saber separar la madurez del cariño, máxime cuando has vivido siempre protegido por los tuyos y nunca te faltó de nada. Puede que esa sobreprotección se debiera, qué sé yo, al abuso de tu madre del Prozac. Muchas madres, sobre todo las de buena estirpe, acaban siendo yonkis sin saberlo, y en parte por ello siempre creerán que su hijo nunca crece. Es lo que tiene el Prozac: se pierde la noción del tiempo. Tampoco tienes la culpa de la fortuna que amasó tu padre invirtiendo en paquetes de acciones de riesgo. Siempre tuvo buen ojo con los mercados al alza: venta de armas a las FARC, trata de blancas en los países del Este, cualquier cosa con tal de que nunca le falte de nada a su niñito querido. ¿De dónde crees que salió ese Golf GTI con todos los extras que te compró como premio por sacarte el carnet? ¿Acaso en este mundo cruel que nadie inventó es posible amasar semejante fortuna sin cometer algún tipo de ilegalidad o sin saltarse la abstracción de la ética? Tú no tienes la culpa de haber nacido en un entorno donde todos viven bien o muy bien, colocados o heredados o aumentando su curriculum en Boston. Tú no tienes la culpa de ser nieto de condes y marqueses. Tus abuelos te querían mucho. Y eso es lo que queda.

Por eso no te estoy culpando por lo que hiciste. No te culpo de que entraras en mi taxi con tus aires altivos y me obligaras a quitar «esa emisora de rojos» y añadieras, sin yo mediar palabra, que «habría que fusilarlos a todos esos sociatas, por vagos», porque tú no eres de izquierdas ni de lejos, tampoco nadie de tu entorno, y por muy vago que fueras jamás te faltaría sustento, y casaza en Baqueira, y cuentecita en Suiza para ir tirando. Así que en lugar de indignarme apagué la radio y te miré con lástima. Te miré como quien mira a un niño grande de treinta y tantos, limitado en sus formas y en su juicio, que no tuvo la culpa de haberse convertido en un perfecto soplapollas. Sentí pena por ti. Lo cual quiere decir que empaticé contigo.

Atraco perfecto

Di «Estado Democrático» tantas veces como puedas. Di «Estado de Derecho». Y sólo cuando estés acorralado, suelta eso de «Pretenden ganar en la calle lo que no consiguieron en las urnas», o «Ladran, luego cabalgamos», o «Los fascistas del futuro se llamarán a sí mismos antifascistas» (para darle más empaque, di que la cita es de Churchill, aunque no sea cierto). Dilo una y otra vez, hasta que cale. Aunque ganaras las Elecciones con un puñado de promesas que resultaron ser falsas. Aunque dos años y tres meses después, con aún más paro, más deuda y más pobreza que entonces, le sigas echando la culpa a Zapatero. Aunque Ludwin Erhard tardara menos tiempo en reconstruir una Alemania devastada por la Segunda Guerra Mundial. Lo que hizo Zapatero fue peor que lo de Hitler, supongo que supones.

Y lo poco que hizo bien Zapatero no lo secundes, cárgatelo. Elegir, por ejemplo, al consejo de administración de RTVE por consenso de las dos terceras partes de la cámara. Llegaste tú, y a tomar por culo consenso: Decreto Ley. Nombramiento a dedazo del director del ente público. ¿Y el de EFE?, también. Y si algún medio privado se va de madre y habla más de la cuenta de tus Gürteles, te lo cargas. Es fácil. Le cortas el grifo de las subvenciones y la publicidad institucional y ¡PUM!, adiós Pedro J, adiós Javier Moreno. Siempre será mejor darles la pasta a los que realmente te doren la píldora. Marhuenda jamás te defraudará. Hagas lo que hagas con España.

Una vez controlados los medios, podrás seguir saqueando a tus anchas. ¡Que siga la fiesta de la puerta giratoria! Lo de ayer fue de traca: otro paquetito de ex altos cargos colocados en el consejo de administración de ENAGAS: Ana de Palacio, Isabel Tocino y Hernández Mancha (lo cual significa que en breve subirá la factura del gas), la sobrina de De Guindos colocada por su tito en el Banco Mundial (por 211.000 euros al año) y el Senador Granados trincado con millón y medio en Suiza que ya no tiene o dice que no tiene o no le consta. Ese que fue mano derecha de Esperanza Aguirre, ya sabes. La que ganó en Madrid gracias al Tamayazo.

Ahora hagamos números: entre los que comen de tu mano, los que sólo se informan a través de los medios que controlas, el creciente número de abstencionistas y una oposición esquizoide (UpyD, VOX), o silenciada y maltratada por tus medios (IU) o directamente cadáver (PSOE), todo indica que las urnas volverán a darte la razón. Y una vez más volverás a hablar del triunfo de la Democracia.

Gente inmóvil

FOTO: Wikipedia

FOTO: Wikipedia

Gente que camina atenta al móvil. Gente que teclea y sonríe y camina. Gente que se choca por andar pendiente del móvil. Gente que tropieza, se hace sangre, y cuelga la brecha en Instagram. Gente que escribe y que lee más que nunca. Mensajes cortos vía Whatsapp, actualizaciones en el muro de Facebook, tuits del tipo «Buenos días». Gente que envía emoticonos cuando las palabras no bastan o no se ven capaces de encontrar la palabra apropiada. Berenjenas, un mono con los ojos tapados, un anillo, un puño. Gente que comparte vídeos. Gente que se mete en el cuarto de baño de la oficina para ver el vídeo que le envió Paco el de contabilidad. Atrocidades, accidentes, parodias, parafilias. Gente que se cruza con Paco y sonríe. Y Paco le devuelve la sonrisa. Sonrisa cómplice. O le pregunta: «¿De dónde sacaste ese vídeo?». Y Paco responde: «Mi cuñao. Tiene miles». Y ahí queda todo. O gente más soft compartiendo vídeos de gatitos y de bebés que cantan.

Gente seleccionada en grupos. Grupo «Hermanos», grupo «Curro», grupo «Amigos curro», grupo «Amigos urba», Grupo «Amigos pueblo». Grupos que comparten chistes, copiapegas. Risas enlatadas. Miles y miles de gigas de información dedicada al entretenimiento para pasar el rato. Para los tiempos muertos. Para los trayectos en autobús. O en mi taxi. O en el andén, o en los semáforos. O en los anuncios de la tele. O mientras se dora la pizza. O en el baño. O en un funeral. O cuando ella duerme. O en los pasillos del trabajo, o en la cama, o en el ascensor, o caminando. Caminando. Gente que consulta su venérea en Google. Gente que confía en cambiar el mundo desde un sofá STOCKHOLM. Gente que siente el poder en sus pulgares. Gente cool, gente in, gente móvil. Ingente gente inmóvil.

Fábricas de monstruos

Charles Chaplin en Tiempos Modernos

Charles Chaplin en Tiempos Modernos

No creo en la cultura del esfuerzo. Eso que llaman disciplina militar, eso de «la letra con sangre entra», sólo sirve de muro de contención para los traumas. A un niño hay que educarle en la pasión por las cosas, en el ansia innato por descubrir y llenar el coco de conocimientos prácticos y útiles. Hay que hacerle comprender que las matemáticas molan, que las ciencias molan, que la historia mola, en lugar de darle un sopapo cada vez que levanta la vista de un libro que memoriza como un papagayo, o castigarle sin postre si saca un 4,8 en Conocimiento del Medio. Unos padres que sólo se preocupan por las notas de sus hijos en vista a su futuro económico, un Sistema que equipara la palabra «triunfar» con ganar dinero, sólo puede crear monstruos, egoísmo: falta de escrúpulos. Y esos padres, y esos ideólogos de la nueva educación creerán que lo hace bien, pero habrán contribuido destruir un mundo ya de por sí jodido. Tal vez a base de esfuerzo y collejas el niño acabe estudiando algo que no le guste con el único propósito de ganar dinero, pero intrínsecamente ese niño acabará siendo un perfecto hijo de puta capaz de pisar al contrario, capaz de despedir a mil o aniquilar derechos a golpe de firma con tal de aumentar su margen de beneficios. Podrá sacar cum laude en Derecho y ADE y acabar en el consejo de administración de alguna gran empresa, o moviendo paquetes de acciones en la Bolsa de Tokyo, pero no dejará de ser un monstruo cegado por el vil metal.

Quiero entender que la esencia humana no es eso. Quiero creer que la vida significa evolución. La vida es aprender, descubrir, aportar. La vida es Manuel Elking Patarroyo, descubridor de la primera vacuna contra la Malaria, la vida es Shakespeare, Da Vinci, Volta, Freud, Pasteur. Fracaso evolutivo, sin embargo, es toda la lista Forbes, y algo me dice que estamos educando a nuestros hijos en esa precisa dirección: en el sueño de conseguir amasar grandes fortunas sin importar cómo. Deshumanizados. Desprovistos de alma.

Yo soy taxista y escritor por vocación. Soy lo que siempre quise ser, no me cambio por nadie, y mis hijos serán lo que ellos quieran. Tan solo procuraré que crezcan con los ojos y los poros bien abiertos. Sensibles, ante todo. Y felices. A pesar del mundo que nos tocó vivir.

Breve manual de supervivencia

FOTO: Mario Irrarázabal

FOTO: Mario Irrarázabal

¿Y si al final resulta que lo único que nos mantiene vivos es el miedo a la muerte? Pongamos como ejemplo el hombre que ayer mismo tomó mi taxi: Pensionista. Viudo. Enfermo crónico de los pulmones y el corazón. Sus hijos hacía años que no le hablaban, ni él tenía intención de acercarse a ellos. Y además vivía solo, carcomido por las deudas. Por otra parte, en lo que duró el trayecto no hizo más que quejarse de todo cuanto pasara por sus ojos: se quejaba de los coches, de los árboles, de los niños que jugaban en los parques («son ruidosos como las ratas»), de los viandantes en general, de las bicis, de la contaminación, del frío y del calor del verano, o del gobierno actual y del anterior gobierno. Absolutamente nada le parecía bien. Para colmo, al finalizar el trayecto sentenció con un gélido: «Hemos venido a este mundo a sufrir sin obtener nada a cambio». Cuando se bajó del taxi me surgió una pregunta: ¿Por qué no lo hace?, ¿por qué no saltó de mi taxi en marcha, o decide hoy mismo dejar el gas de casa abierto, o se toma de golpe cinco frascos de pastillas? ¿qué le obliga a alargar una agonía a todas luces irreversible? Cabría pensar que tal vez sus creencias religiosas se lo impedían, pero tampoco era el caso (alternaba sus lamentos con sonados cagoendiós). Por lo tanto, y descartado el resto, sólo cabía una explicación: el miedo a la muerte superaba con creces sus ganas de vivir.

Sin embargo, como teoría, me parece pobre, o al menos poco práctica. Quiero decir: si su vida es una mierda, ¿a qué viene ese afán de compartirlo? ¿Qué buscaba realmente: sembrar el caos intentando convencer al mundo del terco mundo en el que vivimos, o llamar la atención del otro para obtener su piedad? ¿Palmaditas en la espalda? ¿Lágrimas en un hombro anónimo? ¿Cariño ajeno?

Hoy he pensado mucho en esto. ¿Qué haría si mi vida fuera una mierda sin remedio? Viajaría al Tibet, supongo. O haría puenting, o rafting, o algo peligroso que acabara en -ing. O sería un perfecto politoxicómano. O putearía a los que realmente merecen ser puteados, en plan venganza, no sé. Al menos buscaría pequeños momentos. Eso es. Ahí estaría la clave. En los pequeños momentos.

Escribir para combatir el frío

FOTO: Andrea Wright

FOTO: Andrea Wright

Me estoy empeñando a fondo en escribir algo bueno de verdad. Algo que nunca antes se había escrito, algo que sin duda romperá con todo lo que podáis haber leído hasta el momento. Es una mezcla de furia y ganas y amor comprimido en forma de novela verborreica cuya trama llevo meses rumiando y presionándome el cráneo como un aneurisma literario, si es que eso existe. Siento decirlo, pero es un hecho: El taxi agoniza, está muerto. Cada mes hay menos trabajo que el mismo mes del año anterior (y ya van cinco), y a pesar del cínico optimismo del gobierno popular, todo indica que el uso del taxi no aumentará con el tiempo sino al contrario: tomar un taxi será considerado un bien de lujo sólo apto para un sector cada vez más reducido y privilegiado. Serán los mismos taxis, 16.000 sólo en Madrid, y cada vez menos clientes.

Aparte del taxi, este blog, mis columnas (cada lunes en 20minutos), un par de colaboraciones en la radio (Hoy por Hoy Madrid y Hablar por Hablar, ambas en la Cadena SER) y alguna ocasional en la tele, apenas sé hacer nada más que escribir. De hecho todo lo que hago, en cierto modo, gira en torno a lo mismo. Ni sé, ni quiero hacer otra cosa más que escribir. Mis estudios como técnico de sonido están obsoletos (curré de técnico en radio, en estudios de grabación y en conciertos, pero hace años de eso), y mi experiencia como Dj ya ni te cuento (levantas un adoquín en Malasaña y aparecen quince modernos que pinchan lo que se tercie a cambio de un par de copas). Y me niego a desprenderme de mi taxi: si muere, lo hará conmigo dentro.

Ahora gano un 60% menos que en 2006, año que empecé con este blog. Y los gastos siguen en aumento. A la subida de la cesta de la compra, el IBI (en Madrid ha subido un 222% en los últimos 10 años), la luz (ha subido un 70% en los últimos 6 años), el gasoil (un 70% en los últimos 10 años), las tasas, inspecciones, IVA del taxi, etc. ahora hay que añadirle una nueva subida en las cuotas a los seguros sociales que pagamos los autónomos. Esta ha sido la penúltima ocurrencia de un gobierno que sigue mintiendo acerca del milagro económico de España.

Pero no hay mal que por bien no venga. La bilis, la impotencia, en cierto modo que es buena si sabes cómo canalizarla. Para escribir hace falta rabia, quiero decir. Cagarte en algo, en lo que sea, buscar enemigos, conflictos, y transformar en palabras la ansiedad resultante. Para escribir conviene vivir obsesionado, enamorado de la idea precisa para que salte al fin la chispa de todo lo demás. Y buscar tiempo, claro. Me verás escribiendo en cualquier parada de Madrid. Búscame y tal vez te transforme en personaje de la trama. Va sobre un taxista. Y una venganza.