Ni libre ni ocupado Ni libre ni ocupado

Elegido Mejor Blog 2006.Ya lo dijo Descartes: ¡Taxi!, luego existo...

Entradas etiquetadas como ‘alma’

Lo que sé del hastío

FOTO: Wikipedia

FOTO: Wikipedia

A sus veintipocos ya se veía aburrida de todo, pero no un aburrimiento momentáneo, sino instalado en su corteza, infiltrado en sus huesos como un virus letal e irreversible. Miraba la calle desde mi taxi con ojos hastiados, sin pararse en nada y en nadie capaz de llamar su atención, como si la vida en derredor fuera un remake forzado y emitido en bucle: los mismos modernos con barba de Instagram, las mismas bicis del telediario, los mismos zapatos de los anuncios, los mismos carteles de conciertos que en la radio, o el mismo cielo hortera del salvapantallas. Busqué otra música capaz de revivirla, algo más rítmico y subí el volumen, pero estaba negada también al sonido y a las letras profundas de esas que hacen pensar. Entre medias, la chica recibía whatsapps que leía con cara de poker, resoplando incuso, y al instante volvía a encestar el móvil en el bolso, como si tampoco le dijeran nada digno, o nadie hubiera al otro lado digno de ella.

Es un mal, supuse, de estos tiempos. Sobredosis de estímulos convertidos en colapso. Tanta tele en HD que al final la realidad no es para tanto, o se confunde hasta el punto de creer haberlo visto todo, sin excepción. ¿En qué se convierte el sexo cuando antes del descorche ya has visto mil y una escenas explícitas, primeros planos en banda ancha, o incluso perversiones de toda clase y condición? Perdió la virginidad visual demasiado pronto, y no hubo tiempo para la fantasía. Hay tanto donde elegir y tan a mano que al final te saturas, como un niño encerrado en una tienda de golosinas, ansioso al principio aunque empachado al instante. Y supongo, quizás, que el clima social tampoco ayuda. Mal futuro, paro juvenil, precariedad, sistema educativo corrompido y sus estrellas, esos Justin Bieber, esas Miley Cyrus que pasaron del Disney a lamer martillos en pelotas, o del celibato a coleccionar problemas con la policía.

Yo digo, apaga el wifi un rato cada día. Yo digo, lee a Cortázar. Yo digo, busca gente interesante de verdad, más culta o más vivida que tú. Yo digo, pasión por algo, lo que sea, y humildad. Yo digo, sólo dos palabras: pasión y humildad.

Y sin embargo, te quiero

El que viajaba en mi taxi era uno de esos hombres cuarentones que saben llevar camisa sin corbata con natural elegancia. Llevaba una caja de latón sobre las piernas que percutía, nervioso, con los dedos, a un ritmo distinto al de la música. Parecía ensimismado aunque con ganas de arrancarse a hablar. Y al final, se arrancó:

«Supongo que se estará preguntando qué demonios hace un tío maduro como yo con esta ridícula caja infantil entre las manos. No, no es mía. La llevo para dársela a su dueña. Verá: hace mes y medio compré un piso justo en el portal donde usted me ha recogido, una auténtica ganga que el banco me vendió directamente, ya sabe, de su bolsa de pisos embargados. Pues bien, a los pocos días de instalarme, recibí una carta en el buzón sin sello ni nada. Estaba escrita por la anterior inquilina del inmueble, una tal Paula Tuero, y remitida ‘Al nuevo propietario del 3ºC’. En la carta me contaba el proceso de su embargo. En resumen: compró el piso, se quedó en el paro, y dejó de pagar la hipoteca hasta que un juez la echó de su casa. Ahora vive de nuevo con sus padres, pero en aquella mudanza forzada, olvidó rescatar una caja de latón con sus recuerdos de toda una vida que había escondido tras la rejilla del aire acondicionado del salón. En la carta me pedía, por favor, recuperar la caja a través de mí. Incluía un número de teléfono, así que la llamé. Hemos quedado hoy, a las siete en punto, en la terraza de un bar de Malasaña. El caso es que al leer aquella carta y encontrar la caja en el lugar indicado, no pude evitar abrirla y ojear su contenido. Había cartas de antiguos amores y fotos de Paula desde su infancia hasta su última etapa en la que ahora es mi casa. Sé que hice mal, pero leí todas las cartas, y a través de ellas he ido componiendo una especie de mapa de su propia vida. Le parecerá una locura, pero reconstruyendo su historia foto a foto, carta a carta, he acabado por sentirme extrañamente atraído hacia ella. Hasta el punto de querer que algún día, tal vez, vuelva conmigo a mi casa, que es la suya».

Morir un rato

FOTO: LinaMon

FOTO: LinaMon

No está mal, de vez en cuando, morir un rato, huir de uno mismo, vivir otras vidas. Dicen que las vacaciones sirven para descansar, pero yo no puedo ni quiero descansar, o al menos mi cabeza es incapaz de hacerlo. Y no, no lo digo con orgullo: es un lastre, más bien un virus, como algo que supura y necesita drenarse. La cura, en este caso, consiste en no parar de escribir. O escribo o se me hincha la cabeza (hipertensión intracraneal, se llama), o escribo o me explotarán las venas, o escribo o moriré de verdad. Prefiero tomarlo como un tratamiento crónico y acostumbrarme a ello, como el diabético, o mejor: como un yonki solitario.

Durante todo el mes de agosto cerraré este blog para no hacer otra cosa que escribir. Llevo una novela dentro y necesito soltarla a borbotones, sin interrupción por parte de nada ni de nadie, sin excusas, sin mi taxi, sin téléfono, encerrado a cal y canto en mi casita de Dénia con vistas al mar. Y no, no lo digo con pena: son mis vacaciones. Necesito vivir esa vida novelada que me está consumiendo, viajar a través del flipante poder de la imaginación. Y sobre todo, que mi hija nazca en noviembre con un libro bajo el brazo.

Así que adiós. Hasta luego. Iré contando, tal vez, el proceso creativo a través de mi cuenta en Twitter o en el Facebook de este blog. Lo demás, cualquier otro intento de contacto con el mundo, me importará un carajo.

Nos vemos en septiembre, familia. Deseadme ganas.

……………………………………………………………………..

Nota a pie de tumba: Si te aburres este Agosto o echaras de menos tu rutina nilibreniocupada, te invito a que releas los 1.707 posts de este blog (aquí el archivo) y linkees tus posts favoritos en el espacio de comentarios.

Carta de ruptura estándar

FOTO: @simpulso

FOTO: @simpulso

Ayer subió en mi taxi una histórica lectora de este blog. En realidad no tenía intención de coger un taxi, pero al salir del trabajo, andando en dirección al autobús de vuelta a casa, se fijó en el rótulo ‘nilibreniocupado’ del maletero de mi taxi y decidió montarse y hacer el trayecto conmigo. El caso es que hablando de todo un poco llegó a confesarme que estaba atravesando un mal momento con su novio, hasta el punto de haber tomado la firme decisión de romper cuanto antes con él. El caso es que no se atrevía a hacerlo en persona: se sentía indefensa a su lado, o más bien anulada, y sabía que haciéndolo cara a cara acabaría reculando y cediendo a su terreno. Había intentado escribirle una carta, pero que no conseguía dar con el punto y la rabia exacta que merecía. Por eso me pidió la echara una mano. Que escribiera yo una carta en su nombre a partir de los detalles que después, cervezas mediante, me acabó contando. Quiero decir que al final accedí a su petición. Accedí a cambio de que me dejara publicar la carta en este blog. «Hazlo», me dijo, «total, sé que Javi no lee blogs ni nada más allá de revistas de coches; el Marca, a lo sumo».

Por tanto, aquí la carta:

……………………………………………………….

Basta, Javi, basta, se acabó.

Ya no quiero ni puedo ni debo seguir con esto. Han sido dos años de mentiras, tú en tu mundo y yo agarrándome a ese mundo como una simple turista o peor: como una garrapata. Eres tan hermético y tan jodidamente egoísta que ahora incluso dudo de que llegaras a quererme de verdad, o al menos la décima parte de lo que yo te quise. Sí, hablo en pasado: te quise. Porque al fin he conseguido darle la vuelta a tu espejo y proyectar ese amor hacia mí misma. Al fin he conseguido verme como soy, como era antes de ti, y no como he intentado ser contigo: una madre y un cuerpo en exclusiva. Ahora sé que valgo más de lo que tú podrías pagar en siete vidas. Al principio, tonta de mí, pensaba que esa luz al final del túnel donde me metiste era la salida, la esperanza de que al fin cambiarías, pero no. La luz eran los focos de tu puto Seat León, que has mimado y querido más que a nada en este mundo. ¿Recuerdas el verano pasado que nos quedamos sin ir a Roquetas porque te fundiste el sueldo en unas llantas nuevas (a tu imagen y semejanza: de perfil bajo)? Pues no te preocupes, Javi. No seré yo quien se interponga entre vosotros. A partir de ahora, podrás follarte a tu León siempre que quieras.

Me dí cuenta tarde, ya lo ves, pero al menos mi ceguera tiene cura: la receta es perderte de vista. Así que chao, hasta nunca. Ah, y no me pases a buscar esta tarde para ir al concierto de Placebo. Pagué yo las entradas y tú no existes, así que iré con mi amiga Claudia.

Mi hija

FOTO: Meagan

FOTO: Meagan

Mientras escribo esto mi hija, de -4 meses de vida (entendiendo vida como etapa comprendida entre el primer y el último aliento), se está formando plácida en el vientre de su madre. Bueno, en realidad ya está formada. Ya tiene párpados, uñas, riñones, coxis, barbilla, latidos, e incluso llora aunque sus lágrimas se mezclen con el líquido amniótico y no encuentre más juguete a mano que el cordón umbilical. Ya está formada y ahora simplemente crece a la velocidad de las plantas. Está AHÍ, al otro lado, aunque no pueda verla sin mediación de un ecógrafo. De hecho, mi mujer y yo acabamos de ver a nuestra hija en 3D, y todo apunta a que ha heredado la belleza sideral de su madre. Es realmente asombroso observar en pantalla sus bracitos en pose tierna y despreocupada, o escuchar el latido real en tiempo real, o saber que todo va según procede. Aún cuesta creer en ese proceso inicial del hombre y la mujer y el amor y el líquido y el óvulo y la genética y el resto. Es tremendo, si lo piensas. Imposible asimilar por mucho que hayas leído, o te hartes de ver en bucle  documentales de La2.

Por eso y por tantos otros motivos, cada día que pasa admiro y envidio más a las mujeres. A menudo observo absorto el vientre de mi esposa y poso mi mano, mi oreja, y no consigo salir de mi asombro. También suelo hablar con mi hija a través del ombligo. Le cuento historias fantásticas de taxis mientras su madre duerme porque sé que me está escuchando. Hay un vínculo especial entre los dos, estoy seguro. Una unión imposible de explicar con palabras. Y aunque aún no haya nacido (diecisiete semanas faltan: ciento diecinueve días: dos mil ochocientas cincuenta y seis horas), ya estoy en condiciones de decir que quiero a mi mujer y a mi hija como a nada en el mundo. Sólo por eso estoy seguro de que seré un buen padre. Y también, que sufriré muchísimo. Y que seré el hombre más feliz de la tierra.

El amor y los números

FOTO: Mr Hicks46

FOTO: Mr Hicks46

Un hombre y una mujer, los dos disfrazados de ejecutivos, ultimaban en mi taxi su balance de resultados para el consejo de accionistas de una empresa o algo así, no estuve atento. Sólo me fijé en el amor que se colaba. Quiero decir que intentaban ocuparse del trabajo, pero no podían evitar filtrar las ganas de él hacia ella y viceversa entre los números, las gráficas, y el decoro de mis ojos observándoles de cerca. Les era sin duda imposible separar lo laboral de sus dos cuerpos, ella y él cuadrando cifras aunque hubieran preferido cuadrar el balance de sus cuellos buscándose la boca. De hecho, no podían evitar alternar números, piropos y gráficos.

– Aquí en el balance del primer trimestre no me cuadra esta curva -decía ella.

-Tus curvas sí que cuadran en mis manos -decía él.

-Centrémonos en esto, por favor -volvía ella.

-Vale, perdón. Veamos… Tienes que sumar la cuota variable de febrero al pasivo de marzo -volvió él.

-Hablando de pasivo. -volvía ella-. Un día, con calma, tenemos que jugar a…

-¡Para! -volvía él. -Después de la Junta… nos juntaremos.

Era cosa de dos, pensé observándoles con disimulo. Ninguno de los dos podía evitarlo. Siempre acababan encajando palabras técnicas en su mundo privado. En cierto modo humanizaban los números. Dotaban a los números de vida y sentimientos. Ojalá eso mismo en el Fondo Monetario Internacional, o en el Banco de España. Créditos blandos al máximo interés de abrazar otros cuerpos. O que los tipos de interés busquen a otras tipas de interés. O que los números se vuelvan rojos carmín de tanto besarlos. Ojalá.

Negar tu ombligo

FOTO: Ricard Aparicio

FOTO: Ricard Aparicio

No entiendo bien esta nueva moda extendida ahora entre las chicas de llevar vaqueros altos, por encima del ombligo, con esas interminables braguetas como cesáreas, aunque su límite inferior rebase la frontera de las nalgas, mostrando incluso parte de las nalgas, sin pudor por enseñar las nalgas. Llámame ajeno a los designios de la moda, pero yo recuerdo, no hace tanto, lo mucho que la gente se mofaba de aquel Julián Muñoz Street Style, que poco le faltaba al hombre para atarse el pantalón a las axilas, tachándolo por todos de extrema paletada. Y ahora, según parece, Muñoz se ha convertido en un icono sin querer desde su cárcel, encerrando también vosotras el placer de admirar la franja más sensual de vuestro cuerpo. ¿Dónde quedaron esos vientres planos, tan sutilmente suaves a la vista, custodiados por el raro y poderoso sumidero del ombligo? ¿Por qué condenásteis al destierro aquellos piercings ombligueros (auténticos imanes para el iris de los hombres) o esas leves curvitas cóncavas de los huesos caderiles que además hacían las veces de tensores del vientre, como pinzas de una piel tendida al sol? ¿Acaso ahora lo moderno es esconder lo más preciado, mostrando el culo a cambio, en una suerte de trueque sensorial para los hombres?

(¿Habrá detrás una intención preconsciente de ocultar o negar el ombligo como símbolo fantasma del cordón umbilical unido a sus madres?) 

Me cabrea muchísimo el asunto. Porque es verano. Y parece que el museo de los cuerpos cerró por vacaciones. Capaz serían, mis ojos, júrolo, de sacrificar escotes y nalgas a cambio de un mayor número de vientres desnudos. Tapaos, si os place, hasta el cuello, o cubríos los culos: podré con ello. Pero no me arrebatéis mis ganas de comerme las aceras desde el taxi, el placer inofensivo de dar vueltas en busca del vientre perfecto, o del piercing que emita las ondas precisas para atraparme. Como el insecto tonto que soy cuando detecto belleza.

¿Dios te ayuda?

FOTOGRAMA de 'La Vida de Brian'

FOTOGRAMA de ‘La Vida de Brian’

Frené mi taxi justo detrás de una furgoneta con un rótulo enorme que decía DIOS TE AYUDA y un dibujo de Jesús con la cara deformada por un golpe de chapa. La barbilla estaba hundida, y con el golpe se habían desencajado las puertas, partiendo la cara de Jesús en dos mitades y desplazando sus ojos hasta el punto de parecer, digamos, bizco. No entiendo mucho del tema religioso, pero aquella imagen de Jesús abollado y bizco parecía copar el Top Ten de las blasfemias casuales. Supongo que a veces los caminos del señor se pasan de frenada hasta el punto de empotrar el morro de Satán cochificado contra su propia deidad. Aunque tal vez, si en lugar de DIOS TE AYUDA hubiera rotulado MANTENGA LA DISTANCIA DE SEGURIDAD, aquel golpe jamás habría ocurrido.

Imagino al conductor de la furgoneta sagrada justo después de recibir el impacto, saliendo al grito de ¡Jesús bendito, qué ha pasado!, santiguándose (aunque demasiado tarde). Tiene que ser jodido resistirse a caer en la contradicción de la efectividad del rezo, máxime si acaban de fostiarte tu mensaje por detrás. ¿Qué interpretación habría que darle a esto? ¿Cubrirá su seguro la restauración del dibujo del hijo de Dios?

¿Qué nos queda?

FOTO: Wikipedia

FOTO: Wikipedia

Control de daños. Amar es lo opuesto a devolver el dolor cuando te sientes dolido. Sólo intentas repelerlo, crear una capa a prueba de bombas alrededor de ella. Pensar en construir y no quedarte anclado en las grietas que vivimos. Ahora muchas parejas discuten por culpa de una crisis que no han provocado. Escasea el trabajo, y el poco que queda apenas da para malvivir. Pero no hay derecho a filtrar la lluvia de fuera en la cueva de dentro. No podemos permitir que los impagos cuarteen los labios que besan, o enfríen los brazos dispuestos al abrigo. Sólo los cuerpos emiten el calor que importa, no olvides esto. Es el único calor que se queda en la memoria. Y el resto, el frío de quienes ganan dinero inyectando frío, es temporal, aunque dure mucho tiempo y desespere. Puede parecer que las paredes que separan el amor de la intemperie cada vez sean más finas, y se acabe colando ruido en la paz que soñaste. Pero hay hojas y ramas y musgo para fortalecer el muro. Y no hay tormenta eterna si el refugio es bueno. También podemos ocupar la casa de ese hijoputa que nos echó de casa, o dormir en el taxi (hablo, por ahora, en sentido figurado, pero hay que estar atentos, al acecho). Y lo más importante: tenemos talento y nos tenemos. Y siempre podemos mudarnos a un país sin wifi, no lo descartes. Pero juntos. Pase lo que pase, siempre juntos. Porque sin ti, sin mí contigo, sin tu vaso a la mitad llenando la mitad del mío, ¿qué nos queda?

Yo no quiero ni libre ni ocupado

FOTO: See-ming Lee

FOTO: See-ming Lee

Escribo esto en la terraza del bar de abajo porque en casa no puedo fumar (mi mujer no fuma, y en mi mundo prima la voluntad del no fumador) y además la cerveza y las olivas tienen un sabor distinto aunque sean las mismas. El caso es que antes de bajar decidí poner una lavadora y escribir aprovechando el programa de lavado (prendas delicadas, hora y media), pero justo al darle al botón y llenarse el tambor de agua me acordé de las llaves de mi taxi, ¿dónde coño las había puesto?, y al buscarlas sin éxito concluí que estarían danzando en el bolsillo del pantalón que había metido a lavar. Me asomé a la ventana de la lavadora y, en efecto, ahí estaban percutiendo el metal de la llave contra el tambor a un ritmo y un sonido que me recordó al Headhunter de Front 242. Y como ya no había nada que hacer, bajé al bar, como digo, y me puse a escribir. Y a beber. Y a fumar. Y a observar otras vidas.

Pero ahora que estoy delante del teclado no puedo evitar pensar en las llaves de mi taxi (con su mando del garaje y un llavero-linterna que compré en los chinos) dando vueltas y más vueltas, con las tripas empapadas en suavizante Mimosín. Y ahora que lo pienso, tampoco llevo puesto mi anillo de casado (lo guardé en el mismo bolsillo del pantalón para no mancharme cuando metí la mano en el motor del taxi), así que el anillo también estaría dando vueltas junto a las llaves del coche y el mando del garaje.

Y no se me ocurre mejor metáfora de lo que es mi vida en estos instantes: mi taxi y mi matrimonio bailando juntos, purificándose o buscando limpiar las manchas del pasado, y tal vez por culpa de esto se jodan los circuitos, el chip de la llave que arranca mi taxi. Lo cual quiere decir que si busco la pureza, habré de sacrificar mi taxi, o al menos el concepto de taxi que tenía hasta ahora. Tendré que dejar de buscar otros ojos a través del espejo, al menos del modo en que lo hacía antes, desnudando miradas del modo en que lo hacía antes, y habré de ceñirme al taxímetro cada vez que monte alguien igual que hacen los taxistas palilleros. Y yo no quiero eso. Yo no quiero vecinas con pucheros, yo no quiero que elijas mi champú. Yo no quiero ni libre ni ocupado, ni carne ni pecado, pero la quiero, de eso no hay duda. La quiero. Y también quiero a mi taxi de antes. El azar sin límites de antes. Maldita lavadora.