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Una llamada de atención para la protección de los océanos y la mitigación del cambio climático

Los océanos son mucho más que el hogar de una deslumbrante variedad de plantas y animales o una importante fuente de alimento para nosotros. Los océanos desempeñan un papel crucial en la regulación de nuestro clima y almacenan grandes cantidades del exceso de calor que se ha acumulado en el sistema terrestre desde la época preindustrial. Además, absorben una parte importante del CO2 antropogénico, eliminándolo de la atmósfera y evitando un mayor calentamiento.

Debido al cambio climático todos estos servicios que nos proporciona el océano son cada vez más importantes y, al mismo tiempo, están cada vez más en peligro.

Un siglo de cambios globales y una llamada urgente a la acción

El recientemente publicado 6º Informe de Evaluación del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) afirma rotundamente que el cambio climático provocado por el hombre es rápido, generalizado, se está intensificando y está afectando a muchos aspectos y funciones críticas de los océanos.

Actualmente, las concentraciones de CO2 son más altas que en los últimos 2 millones de años o, en palabras del renombrado científico del clima, Erich Fischer, «más altas que nunca en la historia de la humanidad». El calentamiento global de 1,5ºC o 2°C -el límite superior definido en el Acuerdo de París- se superará durante el siglo XXI a menos que se produzcan profundas reducciones de las emisiones de CO2 y otros gases de efecto invernadero. Pero, incluso entonces, hay muchos cambios debidos a las emisiones de gases de efecto invernadero pasadas y futuras que seguirán siendo irreversibles durante siglos o milenios, especialmente en el océano. Algunos ejemplos son el derretimiento de las grandes placas de hielo, el aumento del nivel global del mar y el calentamiento, la acidificación y la desoxigenación de los océanos.

El cambio climático afecta al océano a varios niveles. Por un lado, se está produciendo un calentamiento del océano, proceso que en el último siglo avanzó más rápido que en cualquier otro momento desde el final de la última glaciación (hace unos 11.000 años). Además del calentamiento progresivo del océano, también se ha producido un aumento de las temperaturas extremas, las llamadas olas de calor marinas. Su frecuencia se ha duplicado desde la década de 1980 y se prevé que en el futuro sean aún más frecuentes, largas e intensas. Esto tiene efectos adversos en muchos organismos marinos, especialmente en los corales, sumamente sensibles a la temperatura. Además de la decoloración de los corales, las olas de calor marinas también pueden causar cambios en la producción primaria, en la composición y distribución de las especies, en la proliferación de algas tóxicas y en la disminución de las capturas pesqueras.

La acidificación de los océanos está agravando los efectos del calentamiento de estos. En los últimos dos millones de años son insólitos unos niveles de pH en alta mar tan bajos como los actuales y se prevé que su reducción continúe. Este es otro duro revés para los corales y perjudica también a otra fauna calcificadora, incluidas importantes especies de fitoplancton, briozoos, crustáceos como los cangrejos, moluscos como los calamares o las ostras y equinodermos como las estrellas de mar.

A todo esto se suma la desoxigenación de los océanos, una disminución del contenido de oxígeno en la parte superior del océano causada por el calentamiento del océano, la estratificación y la eutrofización. En su estado más extremo, la desoxigenación de los océanos puede causar las llamadas «zonas muertas», regiones con insuficiente concentración de oxígeno para mantener la vida. Se prevé que estas zonas se incrementen en el futuro.

En algunos casos, se pronostica que las corrientes oceánicas se vean alteradas por el calentamiento global. Un ejemplo es la circulación de vuelco meridional del Atlántico (AMOC, por sus siglas en inglés), la poderosa corriente que transporta agua caliente desde el Caribe a Europa, que se prevé que se debilite a lo largo del siglo XXI. Y aunque existe una confianza moderada en que no se producirá un colapso abrupto de la AMOC en este siglo, no se puede descartar por completo un punto de inflexión climático tan importante.

Un efecto visible y más conocido es el deshielo de las enormes placas de hielo de Groenlandia y la Antártida, que contribuye a la subida del nivel del mar (junto con la expansión térmica del agua marina más caliente). En los próximos 2.000 años, se prevé que el nivel medio del mar a nivel mundial aumente entre 2 y 3 m si el calentamiento se limita a 1,5°C, entre 2 y 6 m si se limita a 2°C, y entre 19 y 22 m con un calentamiento de 5°C.

Además, si el calentamiento continúa, antes de 2050 el Ártico estará prácticamente sin hielo durante el verano, hecho que no ha sucedido nunca. Esta situación podría convertirse en la nueva normalidad para 2100 si las emisiones de gases de efecto invernadero son elevadas. Esto podría tener importantes repercusiones negativas en las especies que dependen del hielo marino para su supervivencia, alimentación o cría, como las ballenas, los osos polares y las focas.

Muchos de estos impactos supondrán grandes retos para los organismos y ecosistemas marinos de todo el planeta y pueden llevar a algunos de ellos hasta el límite de su capacidad de adaptación o aclimatación. Esto no sólo puede condenar a ciertas especies, sino que incluso podría devastar zonas enteras de ecosistemas oceánicos de gran importancia y epicentros de la vida marina, como los arrecifes de coral.

Ante estas perspectivas, resulta más importante y urgente que nunca salvaguardar nuestros océanos. Éstos son, sin duda, nuestro mayor aliado en la carrera contra el cambio climático y tenemos que preservar su salud, biodiversidad y resiliencia, así como los servicios que prestan, para que puedan seguir ayudando a mitigar el cambio climático.

¿Qué hay que hacer?

La lectura del informe del IPCC deja claro que nos dirigimos hacia un territorio inexplorado. Nunca antes la humanidad se había enfrentado a un mundo en el que los océanos se calientan, se acidifican, se desoxigenan y se deterioran tan rápido como ahora. Pero, aunque todo esto suene a fatalidad, todavía hay esperanza. No estamos simplemente a merced del cambio climático, sino todo lo contrario, lo estamos causando e impulsando. Nuestras acciones determinan en qué dirección nos dirigimos y a qué velocidad. Todavía tenemos el poder de frenar el cambio climático, atenuar la amplitud de sus impactos y cambiar de rumbo en aspectos relevantes. Y aunque ya nos vemos abocados, irremediablemente, a algunos procesos con trayectorias preocupantes durante cientos, quizá incluso miles de años, otras consecuencias todavía pueden aliviarse o evitarse, a veces incluso revertirse, si reaccionamos de forma inmediata con reducciones de las emisiones de gases de efecto invernadero rápidas, decisivas y duraderas.

El clima que tendremos en el futuro depende de nuestras acciones ahora. O, como lo expresa la oceanógrafa Sylvia Earle: «nuestras acciones en los próximos 10 años determinarán el estado del océano durante los próximos 10.000 años». Este nuevo informe de evaluación es una llamada de atención urgente que debemos atender antes de que sea demasiado tarde.

Acción inmediata para nuestros océanos

Para asumir esa responsabilidad y proteger nuestros océanos, OceanCare pide que se prohíba inmediatamente la exploración de hidrocarburos y se elimine gradualmente su explotación en todo el mundo. Esto representaría un paso importante hacia la descarbonización de nuestras economías, que se necesita con urgencia, y, además, reduciría otra fuente de estrés y peligro para la fauna marina.

OceanCare también pide a la Organización Marítima Internacional (OMI) que introduzca una reducción de velocidad obligatoria para el sector del transporte marítimo. Se trata de una medida económicamente rentable, probada y fácil de aplicar, de rápidos resultados y muy eficaz para reducir las emisiones de carbono de este importante sector de la economía y, como efectos ambientales positivos indirectos, también reduce en gran medida las emisiones de ruido -otro importante factor de estrés para la fauna marina- y el riesgo de colisiones de barcos con cetáceos. La Unión Europea y sus Estados miembros deberían estar a la vanguardia de la promoción de esta medida operativa e imponerla siempre que sea posible en sus aguas.

Junto a estas acciones directas por el clima, OceanCare se centra en la reducción de otros factores de estrés que afectan a la fauna y los ecosistemas marinos, como la contaminación, la sobrepesca, la degradación del hábitat, los enmallamientos, las colisiones con los buques y la caza de ballenas. Puede que esto no mitigue directamente los efectos nocivos del cambio climático en nuestros océanos, pero probablemente ayudará a aumentar la resiliencia de los ecosistemas y las poblaciones de animales y aumentará nuestra esperanza de que sean capaces de adaptarse o aclimatarse a los cambios futuros y puedan seguir dando vida a nuestro inestimable aliado y sistema de soporte vital que son los océanos.

 

Por Sandra Striegel- OceanCare- y Carlos Bravo – Responsable de políticas marinas de OceanCare y amigo de la Fundación Renovables

El ruido submarino amenaza nuestros océanos

Carlos Bravo – Coordinador del Secretariado Técnico de la Alianza Mar Blava

¿Qué tiene que ver el ruido submarino con el tema de la energía? Es más, ¿qué es eso del ruido submarino? ¿No son las aguas de nuestros mares y océanos un tranquilo mundo donde impera el silencio? Es cierto que así fue durante millones de años, pero, lamentablemente, en la actualidad, debido a la creciente interferencia humana en los ecosistemas marinos, están cada vez más lejos de ser el “reino del silencio”. Y ello, en gran medida, es por culpa de las prospecciones petrolíferas.

Cuando relacionamos el petróleo con el mar, en seguida nos vienen a la cabeza imágenes de mareas negras. Ocasionadas por accidentes de buques petroleros (Prestige, Mar Egeo, Exon Valdez, Amoco Cadiz, Erika, Urquiola, Torrey Canyon… por citar solo algunos de las muchas decenas de nombres de barcos siniestrados). O por plataformas, siendo sin duda el peor desastre petrolero de la historia el provocado por la plataforma Deepwater Horizon de British Petroleum en el golfo de México el 20 de abril de 2010, durante el cual se liberaron al mar más de 4 millones de barriles de petróleo crudo en los tres meses que se tardó en tener totalmente controlada la fuga.

Pero el vertido de petróleo no es el único problema que genera la industria de los hidrocarburos en el medio marino. Hay otro, mucho más desconocido para el público general, porque es aparentemente menos escandaloso, pero que también reviste mucha gravedad: la contaminación acústica submarina.

Diversas actividades del ser humano son la causa de esta contaminación acústica submarina. La de mayor impacto es la realización de sondeos acústicos, principalmente para llevar a cabo prospecciones de hidrocarburos en el subsuelo marino, mediante la utilización de cañones de aire comprimido (air guns). El tráfico marítimo es otra causa importante, especialmente por el hecho de que más del 90% del transporte mundial de mercancías se realiza con barcos. Otra de las más destacadas es el uso de sónares activos militares, pero no hay que olvidar el uso de explosivos en el mar, diversos tipos de experimentos oceanográficos o la construcción de infraestructuras en el lecho marino.

El nivel de ruido de origen antropogénico en el medio marino aumenta a un ritmo alarmante. En algunas áreas, los niveles de ruido submarino se han ido duplicando década tras década durante los últimos 60 años.

Primera fase de exploración - Adquisición sísmica

Los pulsos de aire comprimido producen daños fisiológicos irreversibles en cetáceos e incluso su muerte. Sus frecuencias, similares a las que estos animales emplean para comunicarse o interpretar el medio alteran su comportamiento.

Desde el punto de vista científico es cada vez mayor la preocupación por la proliferación del ruido submarino ya que representa una amenaza significativa para los ecosistemas marinos y para la supervivencia de las poblaciones de mamíferos, tortugas, peces y otros animales que habitan los océanos. Este tipo de contaminación pone en riesgo especialmente a los cetáceos, debido a la especial fisiología de éstos que dependen de un sofisticado sistema de ecolocación (biosonar) para su orientación espacial, alimentación, reproducción y cría.

De hecho, la Organización de Naciones Unidas (ONU) reconoció ya en 2005 que la contaminación acústica es una de las cinco mayores amenazas para los mamíferos marinos y una de las diez mayores amenazas para los océanos. Por ello, la ONU ha establecido la reducción y regulación de la contaminación acústica del océano como una de sus altas prioridades.

Las prospecciones sísmicas de las exploraciones petrolíferas es la principal fuente de contaminación acústica del medio marino. Para llevarlas a cabo se utilizan, arrastrados por barcos especializados, ristras de cañones de aire comprimido sumergidos, mediante los cuales se realizan, cada 10-15 segundos, durante varios meses, explosiones con una intensidad sonora de hasta 260 dB que se trasmiten a través del agua y cuyas ondas pueden desplazarse horizontalmente centenares de kilómetros. Este enorme nivel de ruido tiene consecuencias fatales para la fauna marina, incluyendo ballenas y delfines, pero también para las especies de peces de interés comercial, tal y como se ha demostrado mediante numerosas investigaciones científicas. Los pulsos de aire comprimido producen daños fisiológicos irreversibles en cetáceos, tortugas, peces, invertebrados e incluso su muerte.

Según el ‘Documento técnico sobre impactos y mitigación de la contaminación acústica marina’ del Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente publicado en 2012: “La profundidad de penetración de las exploraciones sísmicas industriales en la corteza terrestre es de hasta 15.000 pies (aprox. 5 km) para sondeos de petróleo y 20.000 pies para yacimientos de gas. Esto indica las grandes distancias a las que los pulsos sísmicos pueden ser detectados por la fauna marina”.

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