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Carta abierta sobre la fimosis y sus posibles consecuencias

Hace unas semanas recibimos un mail de un seguidor que, a modo de desahogo, nos quería contar cuál fue su experiencia con el famosos tirón que en otra época era casi un obligatorio en los controles rutinarios de salud infantil. Nos ha parecido muy adecuado compartirlo con vosotros ya que nos parece que plasma de forma muy real cuales pueden ser las consecuencias de algo que para muchos es una práctica que no tiene mayor importancia. El mail era el siguiente:

Hola, acabo de leer vuestro artículo sobre fimosis en niños. He ido a dejar un comentario, pero creo que no se ha publicado. Solo quería daros las gracias por publicar este tipo de artículos, ojalá hubiesen existido hace años.

De pequeño tuve fimosis y me dolía mucho. Incluso haciendo «tirones» suaves no podía soportarlo. En las revisiones médicas del colegio, con todos mis amigos delante, tenía que exponerme con todos mirando y forzarme a hacer el tirón acabando siempre en lágrimas, tanto por dolor como por vergüenza.

Entre los seis y los ocho años, mis padres me llevaron al urólogo y este decidió probar un método para evitar el quirófano: el tirón, pero a lo bestia. Como yo ya sabía que me dolería, me puse hecho una furia. Pataleaba, lloraba, gritaba… Era imposible quedarme quieto, así que el médico llamó a tres celadores para que me sujetasen: uno de los hombros, otro de la cintura y otro de los pies. El urólogo empezó a darme tirones, golpes secos, y el dolor fue insoportable y lo peor de todo es que no fue efectivo.

Crecí con miedo a que cualquier persona se acercase a mis genitales. Huía de las mujeres porque todo lo que rodease mi vida sexual, me asustaba. A los dieciocho años me operaron de fimosis y pensé que al fin se habrían acabado mis problemas y tendría valor… pero no fue así.

A los veinticinco años fui consciente de que tenía un problema. Llevaba casi veinte años de mi vida machacándome a mí mismo, con pensamientos autodestructivos (imaginaos lo que significa sentirse incapacitado sexualmente, en un entorno de pubertad masculina).

Dos años, muchas sesiones de psicología y una mujer comprensiva hicieron falta para darme mi primer beso y tener mis primeras relaciones sexuales con veintisiete años. Mis padres, con toda la buena intención del mundo, hicieron lo que pensaban que era mejor y aún le siguen dando vueltas. La psicóloga lo trató como un caso de trauma por abuso infantil: retener a un niño contra su voluntad entre cuatro personas y provocarle dolor en sus genitales.

Hablándolo con ella, el proceso traumático que viví me llevó a una depresión en mi edad adolescente: baja autoestima, ansiedad social, insomnio, dolores de cabeza constantes, cambios de humor muy radicales, hermetismo…. Sin ser yo consciente de ello (ni mis padres), logré superarla y más adelante fue cuando decidí acudir a una psicóloga con pleno apoyo de mi familia que me enseñó a aprender conductas sociales que yo no tenía.

Yo sigo teniendo ese miedo, aunque ahora soy capaz de superarlo, pero me cuesta horrores tener la confianza necesaria para mantener relaciones sexuales.

Me alegra leer este tipo de artículos. No somos conscientes de que un niño puede soportarlo casi todo a nivel físico, pero, a nivel intelectual y emocional, es mucho más frágil.

De nuevo, gracias por vuestra labor.


Creemos que no hace falta más que añadir. Damos las gracias a esta persona anónima por habernos permitido publicar y difundir su correo. Desde aquí esperamos que sirva a otros profesionales para que prácticas como la del tirón no se vuelvan a repetir nunca.

Si queréis leer la entrada sobre la fimosis a la que hace referencia, podéis hacerlo en este LINK.

Broncodilatadores: cámara vs. aerosol. ¿Qué es mejor?

Una de las medicaciones más empleadas en pediatría son los broncodilatadores, en concreto el Salbutamol, el cual conoceréis por su nombre comercial más extendido: Ventolín. Esta medicación se emplea en caso de bronquitis o broncoespasmo, situaciones en las que existe un descenso del calibre de los bronquios, ya sea por una alergia, por una infección o, incluso, por hacer ejercicio.

Como muchos sabréis, en las bronquitis, entre otras muchas cosas, los músculos que rodean a los bronquios se contraen provocando una estrechez al paso del aire hacia los pulmones, lo que en la clínica se traduce como tos y dificultad respiratoria y en la exploración encontramos sibilancias en la auscultación pulmonar. En estos casos, el salbutamol consigue relajar esos músculos de forma rápida y eficaz, facilitando entonces la entrada del aire. Por ello, se emplean como primera linea de tratamiento en estas situaciones.

La forma en la que se administran los broncodilatadores es por vía inhalatoria, de tal forma que la medicación llega directamente a los pulmones a través de la vía aérea.Esto que parece una tontería es muy importante ya que el broncodilatador actúa solo donde se le necesita (los bronquios), lo que disminuye considerablemente sus efectos secundarios.

Como os podéis imaginar, el problema se plantea cuando esta medicación la tiene que tomar un niño, ya que no es capaz de coordinar la inspiración con la administración de este tipo de medicación. En estos casos podemos utilizar tanto cámaras espaciadoras con el salbutamol de toda la vida (el que ilustra la cabecera de este post) así como nebulizadores similares a los del hospital.

A menudo los padres nos reclaman más los nebulizadores porque, en su opinión, les parece que hacen más efecto que los puff con la cámara. Pero, ¿es realmente más eficaz un tipo de dispositivo que otro? ¿Qué ventajas ofrece un sistema frente al otro? Veámoslos por separado a ver si llegamos a alguna conclusión.

Las cámaras espaciadoras

Los inhaladores presurizados como el que ilustra este post, administran el salbutamol al ser pulsados, lo que vulgarmente conoceréis como puffs. Para que este llegue a los bronquios, la persona que lo utiliza debe inspirar de forma coordinada cuando se activa. Sin embargo, los niños (y casi ningún adulto) son capaces de hacerlo de forma adecuada.

Por fortuna, para salvar este inconveniente, existen unas cámaras espaciadores en las que se administra la medicación y el niño la inhala a través de una mascarilla sin tener que coordinar la respiración. Podéis ver una de ellas en la imagen de abajo.

Cámara espaciadora: básicamente es un tubo en el que se administra la medicación. Este tubo tiene dos aberturas: 1) la de la izquierda de la imagen es donde se colocaría la mascarilla que se adapta a la cara del niño y por la que se respira; 2) la de la derecha de la imagen es donde se coloca el inhalador presurizado.

En el mercado existen muchas marcas comerciales y cada una tiene sus peculiaridades. Preguntad a vuestro pediatra y/o farmacéutico como se utilizan para que no haya dudas en casa. Con la correcta información y entrenamiento, no deberían surgir inconvenientes para que administréis el salbutamol a vuestros hijos de forma adecuada.

Nebulizadores

Muchos habréis visto en los hospitales como, para administrar un broncodilatador como el salbutamol, utilizamos un sistema que nebuliza ésta medicación gracias a un sistema de aerosoles. Para ello empleamos una fuente de oxigeno que tomamos de las canalizaciones del hospital y una mascarilla que es la que se coloca el paciente. Podéis ver un ejemplo en la foto de abajo.

Nebulización en forma de aerosol.

Seguro que algunos de vosotros conocéis a alguien que dispone en su casa de una maquina de aerosoles porque, existir existen máquinas «portátiles» para su empleo en domicilio, pero que en general se reservan a pacientes con enfermedades crónicas. La diferencia con la del hospital es que cogen el aire del ambiente para concentrarlo y formar el aerosol. He puesto portátil entre comillas porque, aunque no son de gran tamaño, sería difícil meterlas en un bolso o en una bolsa de carrito de niño, además de requerir de un enchufe que les aporte energía eléctrica para que funcionen. Por otro lado, para poder general el aresol, además de la propia medicación (en este caso es un botecito con un líquido), se necesita suero fisiológico para disolverlo. En la siguiente foto podéis ver unos ejemplos de una maquinas de aerosoles.

Diferentes dispositivos que administran medicación en aerosol.

¿Y qué es mejor, una cámara o una máquina de aerosoles?

De vez en cuando, los padres de algún paciente nos piden que, en vez de mandarle el dicho salbutamol con la cámara, les prescribamos una maquina de aerosoles para poder ponerle la medicación como en el hospital pero en casa.

Es cierto que en muchos hospitales y centros de salud, cuando un niño requiere un broncodilatador, se utilizan los aerosoles en vez de los dispositivos presurizados y las cámaras, pero cabría preguntarnos, ¿qué sistema es más adecuado?

Para responder a esta pregunta, lo mejor es revisar la literatura existente y daros respuestas basadas en la evidencia científica. El caso es que existe una revisión Cochrane que precisamente compara unos dispositivos con otros. Esta revisión bibliográfica concluye que las cámaras espaciadoras no son peores que los aerosoles por lo que, debido a lo sencillas que son de usar y el poco espacio que ocupan y lo fáciles que son de transportar fuera de casa, deberían considerarse siempre como primera opción para utilizar en el caso de bronquitis o broncoespasmo en niños sanos.

Muchos estaréis pensando que lo de administrar el salbutamol con cámara no es sencillo y que vuestros hijos no se dejan… y es verdad que cuando son pequeños no es nada fácil. Pero os puedo asegurar que es más fácil con cámara, al fin y al cabo son uno o dos minutos, que con una máquina de aerosoles que , como mínimo, tarda en administrar la medicación entre cinco o diez minutos.

Pero es que además, los protocolos más actualizados sobre crisis de broncoespasmo contemplan que en los hospitales se utilicen las cámaras en vez de los aerosoles en casos de crisis leves o moderadas, como se puede comprobar en la última edición de la Guía GEMA (Guía Española para el Manejo del Asma). En mi opinión, si está recomendado su empleo en situaciones hospitalarias, más aún para su empleo en domicilio.

Camaras espaciadoras y mascarillas esperando ser utilizadas en las Urgencias del Hospital Infantil Universitario Niño Jesús.

Por mi parte, a las cámaras les veo muchas más ventajas que inconvenientes respecto a las máquinas de aerosoles. Por ejemplo, si salís a dar un paseo, es mucho más sencillo llevarlas (y utilizarlas) por ahí, que una máquina de aerosoles. Además, cuando el niño crezca y sea más autónomo, puede meter su cámara en la mochila del colegio y utilizarla el solo en caso de que lo necesite.


En resumen, las cámaras espaciadoras deberían contemplarse siempre como primera opción en el caso de que un niño necesite un broncodilatador de forma ambulatoria. A día de hoy, la evidencia científica ha demostrado que no son peores que las máquinas de aerosoles a la hora de administrar esta medicación.

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Bibliografía:

¿Crecen los niños cuando tienen fiebre?

¿Cuántas veces habéis oído decir que vuestros hijos han pegado un estirón con la última fiebre que han tenido? Estoy convencido que muchas. No en vano, esta asociación pertenece a uno de los grandes mitos de la salud infantil. Sin embargo, este en concreto es un mito que tiene algo de realidad, al menos si nos basamos en la fisiología humana.

Vamos a ver si puedo contaros de forma sencilla en qué se basa esta teoría. Así, cuando estéis en el parque con los niños y algún padre resabidillo suelte que vuestro Manolito está muy alto desde la última vez que lo vio y que seguro que ha sido por la fiebre del catarro del otro día, podáis soltarle un discurso explicándole en qué se sustenta esta teoría.

La Hormona de Crecimiento: la gran culpable

Antes de empezar hay que repasar un poco para qué sirve la hormona de crecimiento. Seguro que estáis pensando que para crecer, y no os falta parte de razón, pero esta no es su única función.

La hormona de crecimiento (GH) es una hormona que se secreta en la hipófisis, un trocito de cerebro en donde se producen una gran cantidad de hormonas que controlan el sistema endocrino de nuestro cuerpo. A diferencia de lo que cree mucha gente, esta hormona se secreta durante toda la vida y no solo durante la infancia.

Sus funciones son muy variadas, por ejemplo, da lugar a la síntesis de proteínas, aumenta la glucosa en sangre o quema grasa de los depósitos del cuerpo para que en el torrente sanguíneo haya más ácidos grasos que sirvan de combustible para las células del cuerpo. Pero entre todas sus funciones, el crecimiento lineal, es decir, a lo largo, de los huesos del cuerpo, es quizá la más conocido.

Esta hormona es la responsable de que los niños ganen altura, ya que, mientras los cartílagos de los huesos del cuerpo sigan abiertos, seguirán creciendo. Ese cierre ocurre al final de la pubertad, momento en el que las personas adquirimos nuestra talla final que nos acompañará para el resto de nuestra vida.

¿Cuándo se secreta la hormona de crecimiento?

Esta hormona se secreta de forma muy particular ya que lo hace en pulsos, sobre todo durante la noche. Es decir, sus niveles en sangre no son continuos, estando más elevados mientras dormimos.

No creo que haga falta explicaros que cuando un niño está enfermo duerme más horas de lo que hace habitualmente, incluso realizan alguna que otra siesta a lo largo del día cuando antes no lo hacían. Esto ocurre porque uno de los efectos de las citoquinas, unas moléculas que secretan las glóbulos blancos para defendernos de las infecciones, es que producen sueño.

Esto de que los niños duerman más cuando están malitos es la primera teoría que intentaría explicar por qué los niños crecen mientras están enfermos.

¿Crecemos porque tenemos fiebre o tenemos fiebre porque crecemos?

Pero además, hay una serie de factores que hacen que la GH se secreta en mayor medida de lo esperado, como por ejemplo el ejercicio, un traumatismo, una enfermedad aguda, el estrés físico o un proceso febril.

La infancia es la época de la vida en la que más infecciones padecemos, muchas de ellas asociadas a fiebre. Si a esto unimos que los niños, a diferencia de los adultos, tienen todavía la capacidad de crecer, parece que tiene sentido que los niños peguen un estirón en estas circunstancias.

¿Pero esto es verdad o es solo una explicación molona a lo de la fiebre y el estirón?

Como decía al principio, que los niños crezcan cuando tienen fiebre es un mito o una leyenda arraigada en el imaginario popular desde hace montones de años. Por desgracia no existe ningún estudio que haya demostrado que después de un proceso febril un niño gane unos centímetros de altura.

Sin embargo, las explicaciones que habéis leído en los párrafos anteriores son ciertas, es decir, la GH se secreta cuando dormimos y en mayor medida cuando tenemos fiebre no es una invención, es fisiología humana.

Así que bueno, quizá no podamos demostrar que los niños crecen cuando tienen fiebre pero os puedo asegurar que tiene más de realidad que de ficción.

EXTRA BONUS: ¿Y por qué los niños adelgazan cuando están malos?

Tampoco es raro ver como un niño que ha tenido fiebre se queda en los huesos al cabo de unos días o, al menos, eso es lo que contáis cuando venís a vernos a la consulta.

La explicación mas fácil nos enseña que durante esos días comen menos de lo normal y de ahí que hayan perdido algo de peso.

Pero además, durante una infección nuestro cuerpo gasta más energía de lo normal ya que tiene que luchar contra el microorganismo que causó esa fiebre o ese catarro. Para ello tira de reservas que tiene, lo que sumado a que comen menos durante estos días, daría lugar a un balance energético negativo que se traduciría como pérdida de peso.

Y para rizar el rizo, si recordáis, la GH es una hormona que se encarga de trasformar los depósitos de grasa en ácidos grasos que nuestro cuerpo puede utilizar como fuente de energía. De esta forma, durante un proceso febril, la secreción de GH, entre otras cosas, podría dar lugar a que el niño adelgazara.


En resumen, cuando un niño tiene fiebre es muy probable que pegue un estirón y ademas pierda algo de peso, todo ello como consecuencia de la secreción de la hormona de crecimiento. Ahora, a todos los que os quejáis de que vuestros hijos tienen fiebre muchas veces durante el invierno, pensad que no hay mal que por bien no venga ya que el estirón va de regalo.

Bibliografía:

¿Debería tener un humidificador para los catarros de mis hijos?

Si tuviéramos que elegir un tipo de infección como la más frecuente en pediatría, sin duda alguna, las infecciones respiratorias ocuparían el primer lugar de todas las quinielas , y de entre todas ellas, los catarros se alzarían como ganadores por varios cuerpos de distancia. De hecho, durante el primer año escolar de un niño cualquiera, lo habitual es que tenga que enfrentarse a una media de diez o doce episodios; si tenemos en cuanta que por cada uno de ellos pueden estar dos o tres semanas con mocos, es más que probable que desde mediados de septiembre hasta que lleguen las vacaciones de veranos éstos incómodos amiguitos se instalen en la nariz de vuestros hijos como si de un piso okupa se tratara.

Y ante el drama de afrontar otro invierno más entre catarros, muchos padres buscan remedios que les transporten a un país en el que los mocos no hagan acto de presencia. Entre todos ellos, los humidificadores siempre salen a la palestra o, mejor dicho, al grupo de Whatsapp de padres y madres del colegio, como si no se pudiera criar a un niño sin este cachivache .

En este post os contamos todo lo que tenéis que saber sobre ellos para que, con conocimiento de causa, decidáis si realmente son necesarios para vuestros hijos.

¿Qúe es un humidificador?

Parece una pregunta de perogrullo pero es conveniente hacérsela, si no, estaríamos hablando de un aparato que realmente no sabemos para qué sirve.

Como su nombre indica (los que lo inventaron no se estrujaron mucho la cabeza), los humidificadores aumentan la humedad del ambiente. Para ello, utilizan diferentes tipos de tecnología para transformar el agua en vapor de agua y con ello aumentar la humedad ambiental.

Pueden dividirse en dos, según humidifiquen el aire con vapor de agua caliente o frio. Los primeros, calientan el agua de un recipiente hasta que hierve y con eso producen el vapor de agua, algo parecido a lo que ocurre cuando os dais una ducha calentita y se empañan los espejos del baño. Por otro lado, existen dos tipos de humidificadores de vapor frio: los de mecha (que lo que hacen es aplicar un ventilador a un filtro húmedo) y los ultrasónicos (que en este caso hacen vibrar el agua por encima de la velocidad del sonido, lo que consigue que ésta se transforme en vapor de agua).

La desventaja principal de los humidificadores de vapor caliente es que pueden producir quemaduras en la piel al manipularlos. En cuanto a los de vapor frío, pueden “vaporirzar” al ambiente bacterias y hongos que hayan crecido en su interior si no se realiza de forma adecuada la limpieza del aparato, poniendo en peligro la salud del que los usa.

¿Es imprescindible que haya humedad en el ambiente cuando se tienen mocos?

Hasta ahora sabemos que existe un aparato que consigue elevar la humedad del ambiente, pero quizá lo que habría que preguntarse es cómo de imprescindible es que exista cierta humedad cuando nuestros hijos tienen mocos.

Es cierto que el ser humano necesita un mínimo de humedad ambiental para mantener la mucosa respiratoria a pleno rendimiento. Si no fuera así, se secaría, lo que a la postre destruiría dicha mucosa y daría lugar a que nos extinguiéramos de la faz de la tierra. Seguro que después de estas últimas líneas estáis pensando que no es que queráis un humidificador en vuestra vida, que lo que queréis son tres por si las moscas… Sin embargo, el planeta donde vivimos es muy sabio y en casi todas las partes del mundo hay humedad suficiente para que no pasemos a la historia como ese ser vivo que murió desecado. Además, el cuerpo humano esta diseñado para humedecer la mucosa respiratoria de manera natural y mantenerla sana, gracias en parte a las células caliciformes, cuya función es producir moco, y a los cilios que recubren este epitelio.

Cuando en el ambiente hay poca humedad, los mocos que nuestro cuerpo produce tienden secarse, lo que hace más difícil que podamos expulsarlos. Todo lo contrario ocurre en ambientes húmedos, en los que los mocos son más fluidos. Un claro ejemplo lo podéis observar cuando bañáis a vuestros hijos: si tienen mocos resecos asomando por la nariz y los metéis en la bañara y habéis montado un spa en el cuarto de baño con agua caliente a tope, empezarán a moquear al poco tiempo de estar a remojo.

Por tanto, la pregunta que habría que hacerse es qué humedad ambiental es necesaria para que nuestras vías respiratorias funcionen correctamente. En general se acepta que una humedad entre el 40 y el 60% es adecuada para que no notemos el ambiente ni excesivamente húmedo ni muy reseco. En ambientes con esa humedad somos capaces de aclarar y movilizar los mocos de nuestra vía respiratoria sin mucha dificultad.

Entonces, si mi hijo tiene un catarro, ¿necesito un humidificador?

Más de uno se estará frotando las manos pensando que si el ambiente bien cargadito de humedad hace que los mocos sean más líquidos, el humidificador tiene que ser la solución definitiva para que no tengáis que hacer nunca más lavados nasales a vuestros hijos. Fijo que es ponerlo y que desaparezcan los mocos por arte de magia…

Siento deciros que no es así. Por mucho humidificador que utilicéis, mientras dure el catarro, los mocos seguirán instalados en la nariz de vuestros hijos. Esto se debe a que los catarros son consecuencia de infecciones virales y para defendernos de ellas, entre otras muchas cosas, nuestro cuerpo se pone a producir mocos en cantidades industriales, ya que en ellos flotan leucocitos, las células del cuerpo que nos defienden de las infecciones, para que destruyan a los malditos virus. Además, en ambientes con humedad por encima del 60%, haya o no haya virus de por medio, nuestro cuerpo se pone a producir moco, pudiendo empeorar el problema y estableciéndose un círculo vicioso como si fuera una pescadilla que se muerde la cola.

Por tanto, es verdad que cuando un niño tiene una infección respiratoria es preferible que el ambiente no esté seco, pero de ahí a que tengamos que tener un humidificador en casa hay un camino muy largo que recorrer; todo dependerá de donde viváis y la humedad que haya habitualmente en vuestra casa. Por ejemplo, no será lo mismo vivir en el norte de España, donde llueve un día sí y otro también, que en el secarral manchego de la meseta sur.

Sin ir más lejos, la Organización Mundial de la Salud desaconseja el uso de humidificadores como parte del tratamiento habitual de la tos y los mocos de un catarro. Además, en la literatura científica encontramos más de un estudio que ha demostrado que estos síntomas no mejoran cuando se utiliza un humidificador en el contexto de una infección respiratoria.

En cualquier caso, si por un casual ya tenéis un humidificador en casa, podéis emplearlo de forma prudente. No hace falta que pongáis el cacharro a todo trapo y que la habitación de vuestros hijos se convierta en el Londres del siglo XIX con su niebla matutina; como mucho, unos 10 o 20 minutos antes de que vuestro hijos se acuesten, y nada de dejarlo toda la noche encendido. Incluso habría que plantearse si no resultaría más útil tener por casa un aparato que mida la humedad ambiental para saber cuándo esta está por debajo del 40% o por encima de ese 60% .

Alternativas a los humidificadores

Si sois de los que no tienes humidificador en casa, no pasa absolutamente nada. No hay que volverse loco buscando la mejor oferta de Amazon Prime para cubrir esa necesidad inexistente.

En todo caso, si vuestras casas son de las que tienen poca humedad y observáis que cuando vuestros hijos están acatarrados los mocos que tienen son muy secos, podéis optar por algún truquillo casero para ver si al aumentar la humedad ambiental conseguís que respiren de manera más confortable.

Por ejemplo, si tenéis radiadores, podéis colgar de ellos depósitos con agua, como hacían nuestros padres cuando éramos pequeños. También podéis mojar tres o cuatro trapos de cocina o poner a secar la colada en el cuarto de vuestros hijos. A medida que se vayan secando, la humedad en el ambiente aumentará.


En resumen, los humidificadores no son imprescindibles. Los ambientes excesivamente secos pueden provocar que los mocos de un catarro sean menos fluidos y, sólo en esos casos, elevar un poco la humedad ambiental puede conseguir que los niños respiren de manera más confortable, aunque esto no tenga un impacto real sobre la infección que están pasando. En cualquier caso, estos cacharros no acortan la duración de la sintomatología ya que ésta depende del virus que provoca el catarro.

También te puede interesar:

Bibliografía:

  • Cough and cold remedies for the treatment of acute respiratory infections in young children. Documento dela OMS (Link).
  • Caring for a child with a viral infection. Del portal Healthy Children de la AAP (Link).
  • The common cold in children: Management and prevention. Revisión Cochrane (Link).
  • Ibuprofen, paracetamol, and steam for patients with respiratory tract infections in primary care: pragmatic randomised factorial trial (Link).
  • ¿Me compro un humidificador? Del portal Familia y Salud del a AEPap (Link).

Hola Mamá: tengo fiebre.

Mamá y niña

Fuente: Pixabay

Querida Mamá (o Papá o quién me cuide ahora que me he puesto mala): Creo que ya te has dado cuenta de que tengo fiebre. Y lo creo porque he visto como me has puesto el termómetro de forma compulsiva unas 20 veces desde ayer. Todo empezó por la tarde, como quien no quiere la cosa. Me notaste un poco más apagada de lo normal, no quería hacer puzzles y solo te pedía que me cogieras en brazos, y al ponerme la mano en la frente dijiste “Ya estamos; es ir una semana al colegio y ponerte mala”. La verdad es que creo que no tengo la culpa. Nuestra pediatra siempre dice que los niños que van al colegio o a la escuela se ponen habitualmente enfermos, al menos durante los primeros años, aunque la mayoría de las veces son procesos infecciosos sin importancia. Al fin y al cabo, es la primera vez que me enfrento a los virus esos que tanto odias y todavía no he aprendido a defenderme de ellos sin que me produzcan fiebre, tos, mocos o cualquier otro síntoma que se te pase por la cabeza. Hay que reconocer que son un rollo, ya que hacen que me pase varios días seguidos decaída con pocas ganas de comer y de no hacer nada. Vamos que, como dice el abuelito, me convierto en un trapillo. Sin embargo, yo estoy tranquila. No es la primera vez (ni la última) y se que antes o después todo volverá a la normalidad. Y si no es así, ya habrá tiempo de que me lleves al médico para que me eche un vistazo y, de paso, me regale una pegatina. El motivo de esta carta es para intentar que lleguemos a un acuerdo. Yo sé que me cuidas con todo tu amor pero hay cosas que haces que no son necesarias, quizás en un intento de protegerme y no dejar ningún cabo suelto. Sí, tengo fiebre, pero no tengo el Ébola, así que no hace falta que me vigiles como si tuviera la peor infección del mundo y necesitara una Unidad de Cuidados Intensivos con cientos de cables a mi alrededor y un monitor que marque mi frecuencia cardíaca con un bip-bip al ritmo de un metrónomo. Una cosa muy importante que ya deberías saber es que, cuando tengo fiebre, el paracetamol o el ibuprofeno me lo debes dar para que me encuentre mejor. Está claro que esto ocurrirá a la par que la fiebre se modera, pero puede ocurrir que pase de estar amodorrada en el sofá a dar brincos por el salón y pedirte salir a jugar a la calle sin que la fiebre se mueva de los 39ºC. Si te digo la verdad, lo que marque el termómetro me da un poco igual. A mi lo que me interesa es encontrarme bien. Así que no te obsesiones con ponerme el termómetro cada 20 minutos en un intento de ver si la fiebre baja. Vigila cómo me encuentro, mi estado general, ya que ese es el mejor termómetro del que fiarte. Por el mismo motivo, si tengo fiebre pero no me encuentro mal, puedes esperar a darme la medicina, cosa que ocurre muchas veces cuando estoy durmiendo plácidamente a pesar de sobrepasar los 38ºC. Te puedo asegurar que me molesta más que me despiertes para darme el jarabe que seguir durmiendo con fiebre. Como te decía antes, lo que tengo es fiebre y, probablemente, en un par de días haya desaparecido. Ya sabes que la fiebre no es mala, que no me hace daño. No es más que un síntoma que nos avisa de que mis defensas están luchando contra los malditos virus. Además, es normal que solo tenga fiebre, al menos de momento, eso que a los pediatras les gusta llamar “fiebre sin foco” o decir que “todavía no ha dado la cara”. Por este motivo, salvo que me veas con mal estado general o que me cuesta respirar, no hace falta que me lleves a Urgencias a toda prisa, sobre todo si son las tres de la mañana y en la calle hace un frío que pela. Pide cita con mi pediatra dentro de un par de días, que es quien mejor me conoce, y seguro que lo ve todo más claro. Con un poco de suerte, la fiebre puede que ya se haya ido y me gane esa pegatina solo por ir a saludarla. Yo entiendo perfectamente que te agobies y sé que te gustaría que el tiempo pasara más deprisa para saber si esta fiebre que tengo hoy se debe a una neumonía, y así poder iniciar el antibiótico cuanto antes, o no es más que un catarro sin importancia. Sin embargo, Mamá, esto de la medicina no funciona así. Cuando me pongo mala hay que saber esperar y esperar a ver cómo avanza la película, si no corremos el riesgo de pensar, al ver solo cinco minutos de metraje, que se trata de una de aventuras cuando realmente la peli es una comedia. Así que ten paciencia y recuerda que la fiebre solo hace que me encuentre mal. También me gustaría decirte que odio cuando me metes en la ducha para darme un agua templadita a ver si con eso me baja la fiebre. No se tú, pero si tengo fiebre y me encuentro mal, lo que menos me apetece en ese momento es que me den un baño, ya que hace que tenga frío y, realmente, la fiebre solo baja unas décimas durante un rato muy corto. Del mismo modo, las friegas esas con alcohol que te hacían a ti cuando eras pequeña tampoco me ayudan, además hacen que huela a lo que toma la abuela en el vasito ese pequeño que ella dice que es nosequé del mono. Es preferible que me quites algo de ropa y bajes la calefacción de casa, que no se que te ha dado por poner el termostato en nivel infierno. Ni que fuéramos nudistas y estuviéramos todo el día por casa como Dios nos trajo al mundo. Otra cosa que me pasa cuando tengo fiebre es que suelo perder el apetito. Con un poco de suerte comeré lo mismo que todos los días, pero no te sorprendas si te digo que no quiero desayunar o me dejo la mitad del plato de judías que me has preparado con tanto amor para cenar. Ofréceme la comida, pero no me fuerces a comer, que tampoco pasa nada porque me pase un par de días tomando solo yogures o arroz con tomate, que sabes que me encanta. Quizá pierda un poco de peso, hasta puede que pienses que me he quedado en los huesos, pero estoy segura de que en cuanto mejore comeré igual de bien que antes y recuperaré ese kilillo que dices que a mi me falta y a ti te sobra… Para ir acabando, me gustaría que me dejaras en casa cuando tengo fiebre. No hay ninguna necesidad de que me lleves al colegio. En serio, no soy Sergio Ramos jugando la final de la Champions League en plan “sin mí seguro que perdemos” o el Presidente del Gobierno acudiendo al Consejo de Ministros más importante del año. Soy una niña y por faltar dos días a clase no voy a perder la comba del curso. Y si la pierdo, estoy convencida de que mis profesores harán todo lo posible para que no me descuelgue de mis compañeros. Tienes razón en que la fiebre en sí no es una enfermedad de exclusión escolar y que, seguramente, este virus me lo he pillado de Carla, mi compañera de pupitre, o de Juan, que es con quien me siento cuando vuelvo del colegio en ruta. Pero mira, si en casa ya estoy para el arrastre, imagínate si además tuviera que seguir el ritmo de la seño, con las sumas, las restas, los pronombres y la science, que además sabes que no la entiendo. Por caridad, déjame en casa. También sé que si alguna vez me has llevado a clase con el ibuprofeno recién dado después de una noche de fiebre es porque la conciliación familiar y laboral en este país es una mierda (perdón por el palabro, se lo oí el otro día al tío Paco y, aunque no lo uso nunca, creo que esta vez venía al pelo). Intenta dejarme en casa, los abuelos casi siempre están dispuestos a hacerme compañía, o con un vecino o pide trabajar a distancia, pero no me lleves al cole. Si por algún motivo no lo consigues, pues bueno, qué se le va hacer, yo pondré mi mejor cara al ver a mis compañeros y aquí no ha pasado nada, al menos hasta que me vuelva a subir la fiebre. Pero de verdad, antes de hacerlo intenta por todos los medios que me quede descansando. Yo te lo agradeceré con miles de besos y quizá hasta te haga un dibujo de esos que tanto te gusta. Mis compañeros también te lo agradecerán, ya que así es menos probable que ellos se contagien. Sobre todo María, la niña que el año pasado tuvo cáncer y ya ha vuelto a clase. Porque, aunque ya está en remisión completa, lo que para mí no es más que un virus, para ella puede ser una infección muy grave, que me dijo el otro día que la pastilla esa que toma hace que sus defensas estén bajas. Querida Mamá, siento si estas lineas que te he escrito te han molestado. Se que desde el día en que nací tú solo quieres lo mejor para mí. Estoy segura de que cada segundo, cada minuto, cada hora que paso con fiebre, lo único que quieres es que me ponga buena. Aunque no lo parezca, agradezco mucho que me arrulles en tu regazo. Agradezco tus besos y tus caricias. Agradezco que para que me quede dormida por las noches mientras tirito de frío, me des tu mano, aunque para ello te saltes todas las reglas que te has autoimpuesto en un intento de que aprenda a dormir sola. Agradezco también tus visitas furtivas en medio de la madrugada para ver si ya me encuentro mejor o quiero un vaso de agua. En definitiva, agradezco todos los mimos y cuidados que me das cuando tengo fiebre. Espero que algún día, cuando yo tenga hijos y tú peines canas, parecerme solo un poquito a tí; si lo consigo, sé que ellos estarán al cuidado de las mejores manos. Así que, gracias Mamá. Firmado: Lola, tu hija.

Fuente: Dos Pediatras en Casa G.O

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Meningococo ACWY, ¿una nueva vacuna?

En las últimas semanas hemos recibido varias preguntas en redes sociales o directamente de amigos por WhatsApp sobre si esa «nueva» vacuna, la del meningococo ACWY, que han visto en la prensa, escuchado en la radio o leído en el grupo de padres del colegio es realmente necesaria y segura. Y es que no hay nada como decir «vacuna» y «meningitis» en España como para que una leve histeria se apodere de los que tenéis hijos.

Además, reconozcámoslo, cada vez que aparece una nueva vacuna en el mercado siempre resuena en vuestras cabezas una duda sobre si deberías esperar un poco o si ya ha llegado el momento de ponérsela a vuestros hijos, cosa que añade un poquito más de leña al fuego.

Incluso algunos habréis intentado buscar información al respecto de organismos contrastados y cuál ha sido vuestra sorpresa al ver que la recomendación de unos y otros no era la misma. A esto se podría sumar que el pediatra de vuestros hijos, aunque no todos por fortuna, no sabía ni de qué le estabais hablando.

Así que hemos decidido escribir este post en el cual encontraréis un resumen sobre la justificación de esta «nueva» vacuna contra el meningococo y cuáles son sus indicaciones.

Además, hemos añadido las posturas del Ministerio de Sanidad -que es quién decide qué vacunas se deberían financiar- y de la Asociación Española de Pediatría (AEP) -la cual elabora un calendario de recomendaciones vacunales de forma anual con la evidencia disponible-. Este es un post largo y pausado, pero muy explicativo, con el que esperamos no os queden dudas de lo que debéis hacer para proteger a vuestros hijos de este tipo de infección.

Enfermedad por meningococo: muy grave aunque no muy frecuente

El meningococo, o por su nombre técnico Neisseria meningitidis, es una bacteria que causa lo que se conoce como enfermedad meningocócica, una enfermedad grave que se presenta clínicamente como sepsis (infección en la sangre), meningitis (infección de las cubiertas del cerebro) o de forma combinada. A día de hoy se conocen 12 tipos diferentes de meningogoco, los famosos serogrupos, de los cuales A, B, C, W e Y son responsables de la gran mayoría de casos en humanos.

En el siguiente gráfico podéis ver la evolución de esta enfermedad en España en los últimos diez años en función del serogrupo responsable (fuente: Ministerio de Sanidad, Consumo y Bienestar Social, Link).

Es una enfermedad grave por varios motivos. El primero de ellos se debe a que tiene una mortalidad que oscila entre el 10 y 25%, es decir, cerca de 1 de cada 4 personas que contrae esta enfermedad fallece. Pero además, del 10 al 30% de los supervivientes desarrolla secuelas graves como amputaciones de miembros o daño neurológico permanente.

La enfermedad meningocócica tiene tratamiento. Sin embargo, el problema que nos encontramos los médicos al intentar tratarla es que, en un alto porcentaje de casos, la enfermedad avanza más rápido de lo que nos gustaría, sin que dé tiempo a que el antibiótico consiga revertir la infección.

A pesar de la gravedad de esta infección, no es una enfermedad muy frecuente en nuestro país. En la temporada 2017/2018 (última temporada de la que se dispone de datos completos), el Instituto de Salud Carlos III (centro de referencia epidemiológico en España) registró 287 casos totales con una letalidad del 12,9%. Sin embargo, y quizá más importante, los grupos de edad en los que esta enfermedad es más frecuente son los menores de 4 años (especialmente los menores de un año) y las personas de edad avanzada (por encima de los 65 años), como se puede observar en la gráfica de abajo. Como os podéis imaginar, los pediatras somos de los médicos a los que más nos preocupa esta enfermedad debido a la relativa frecuencia en que la vemos en nuestros pacientes.

Un dato importante a tener en cuenta, como veremos más adelante, es que el único reservorio de esta bacteria, donde habita sin que cause enfermedad, es la garganta de algunas personas, sobre todo los jóvenes y los adolescentes, el grupo de edad en la que más portadores existen.

Las «viejas» vacunas contra el meningococo

Por fortuna, existen vacunas contra el meningococo, en plural. Porque existen varias. Gracias a ellas, la enfermedad por meningoco está controlada en nuestro país y hace tiempo que no se vive una epidemia. Sin embargo, todavía queda mucho trabajo por hacer.

Hablar de «viejas» vacunas contra el meningococo es un error, ya que son vacunas que actualmente están recomendadas y se emplean en el día a día. Sin embargo, hemos decidido llamarlas así para ponerlas en contraposición a la vacuna contra el Meningococo ACWY (MenACWY), a la que muchos consideráis «nueva».

Estas «viejas» vacunas que se administran actualmente en nuestro país y que seguramente ya conocéis sobradamente son dos: la vacuna contra el Meningoco C (MenC) y la vacuna contra el Meningococo B (MenB).

La primera de ellas, la vacuna MenC, se administra de manera financiada por el Sistema Nacional de Salud a todos los niños españoles con un esquema de vacunación de tres dosis: a los 4 meses, a los 12 meses y a los 12 años. Su nombre comercial es Neisvac. Es una vacuna que se incluyó en el calendario sistemático en 2004 y, seguramente gracias a ella, este serogrupo es muy poco frecuente en la actualidad (31 casos de los 287 que se diagnosticaron en 2017/2018).

La segunda vacuna es la vacuna contra el meningococo B, responsable de cerca de la mitad de casos de enfermedad meningocócica en España en la actualidad. Esta vacuna no esta incluida en el calendario oficial del Ministerio de Salud por lo que su coste debe ser asumido por los padres que decidan administrásela a sus hijos, salvo en alguna comunidad autónoma. Existen dos preparados comerciales, Bexsero (aprobada en 2013) y Trumenba (autorizada en 2017). Por si os lo estáis preguntando, actualmente la AEP recomienda la vacunación contra el meningococo B de todos los niños a partir de los 2 meses de edad.

Como se puede ver en el siguiente gráfico, elaborado por el Comité Asesor de Vacunas de la AEP, la incidencia (numero de casos por año) de estos dos serogrupos ha ido descendiendo hasta las tasas actuales en las que se ha estabilizado. En parte, muy probablemente, por estas “viejas” vacunas.

La emergencia de los serogrupos W e Y

A pesar de que en los últimos años las tasas de enfermedad por meningococo debidas a los serogrupos C y B están estables, se ha empezado a notar un pequeño repunte de esta enfermedad, en parte debida a la emergencia de dos serogrupos, el W y el Y. Con los ultimo datos en la mano, representan cerca del 30% de todos los casos declarados de enfermedad meningocócica.

Como se puede ver en el siguiente gráfico, la incidencia de ambos serogrupos ha aumentado exponencialmente respecto a los años anteriores (ojo que la escala no es la misma que el gráfico anterior y da la sensación de que estos serogrupos habrían superado en frecuencia a los serogrupos B y C cuando todavía no es así).

Este repunte preocupa a la toda la comunidad científica ya que, a pesar de que todavía las tasas de estos serogrupos no son muy altas, se prevé que en los próximos años puedan aumentar y pasar a ser los responsables más frecuentes de la enfermedad meningocócica, incluso alcanzando niveles de epidemia.

Os estaréis preguntando que por qué ahora estos serogrupos se han vuelto más virulentos y están provocando más casos que en los años anteriores. La teoría más aceptada es que algunas bacterias son capaces de cambiar su virulencia de buenas a primeras y pasar a ser más agresivas de lo que lo eran antes. Además, se cree que el origen de esas cepas proviene de Reino Unido, ya que el repunte que estamos viviendo en España en este momento de los serogrupos W e Y lo vivieron ellos unos dos años antes que nosotros, como se puede ver en el siguiente gráfico (fuente: Public Health England). Tal ha sido el crecimiento de estos serogrupos en aquel país que desde 2015, en su calendario vacunal financiado, se ha sustituido la vacuna MenC por MenACWY (link).

Como os decíamos hace unos párrafos, los jóvenes y los adolescentes son el principal reservorio de estas bacterias. Se cree que debido al turismo que hay en España de personas de origen inglés, estos «nuevos» serogrupos más virulentos han empezado a tomar protagonismo en nuestro país al contagiarse (o volverse portadores) personas autóctonas.

La «nueva» vacuna contra los meningococos ACWY

Ya os habréis dado cuenta que esta vacuna de nueva no tiene nada. Por ejemplo, en Reino Unido se lleva empleando de forma sistemática más de 4 años.

El gran aporte de esta vacuna es que amplía la cobertura de serogrupos que hasta hora se tenía en España (B y C) al incluir también a los serogrupos A, W e Y.

Esta vacuna existe en dos presentaciones comerciales que se llaman Nimenrix (autorizada en España en 2012) y Menveo (aprobada en 2010). La gran diferencia entre ellas es que la primera se puede administrar desde las 6 semanas de vida y la segunda desde los 2 años de edad.

Sobra decir que ambas vacunas son seguras y eficaces tras haber pasado los estudios pertinentes antes de su comercialización.

¿Qué recomiendan los organismos oficiales al respecto de la vacuna MenACWY?

Sabiendo que existe una vacuna que cubre a los nuevos serogrupos de meningococo que probablemente más van a dar la lata en los próximos años, parece razonable que los organismos responsables de hacer las recomendaciones sobre vacunas y de su financiación se hayan manifestado sobre la necesidad o no de que la población española se vacune.

La AEP en el año 2018 incluía por primera vez en su calendario vacunal la recomendación de que aquellos niños que fueran a viajar y permanecer varios meses en países en donde los nuevos serogrupos estaban reemergiendo, se vacunaran con esta vacuna (link). Sin embargo, y teniendo en cuenta todos los datos anteriormente expuestos en cuanto al crecimiento de los nuevos serogrupos, en el calendario vigente actualmente de 2019, la AEP recomienda que todos los niños sean vacunados a los 12 meses y a los 12 años (link). Además, se recomienda vacunar también a todos los adolescentes hasta los 19 años de forma progresiva para disminuir el numero de portadores potenciales.

La decisión de que se vacune a los bebés y a los adolescentes se basa en que así los primeros estarían protegidos de forma directa e individual de desarrollar enfermedad meningocócica por los nuevos serogrupos mientras se va vacunando a los adolescentes, que son los portadores de las bacterias y los que contagiarían a los más pequeños. Es decir, el enfoque es doble.

A todo esto, en mayo de 2019, el Misterio de Sanidad realiza sus Recomendaciones de Vacunación Frente a la Enfermedad Meningocócica Invasiva (link) y decide que la vacunación de los 12 años con MenC sea sustituida de forma financiada por MenACWY. Además propone que se rescate a los adolescentes hasta los 19 años, cumpliendo así en parte las recomendaciones de la AEP. Sin embargo, este mismo documento no apoya la introducción de esta vacuna a los 12 meses, como también recomendaba la AEP, ya que considera que en este momento la tasa de incidencia de los serogrupos W e Y en la población infantil, es decir, el numero de casos totales en niños, no es tan alta como para tomar la estrategia de proteger directamente a los lactantes (link).

A día de hoy, debido que las competencias en sanidad en España están transferidas a las Comunidades Autónomas, estas recomendaciones del Ministerio están en fase de implantación. Podéis consultar en esta página (link) cuál es la situación actual de cada Comunidad Autónoma al respecto de la vacuna MenACWY.

¿Qué debo hacer entonces con mi hijo?

Ahora que ya conocéis los datos y la postura de las diferentes organizaciones, lo que realmente os debería importar es si es recomendable o no vacunar a vuestros hijos. Hemos decidido dividir por grupos de edad a los niños para que podáis «encajar» a vuestro hijos en alguno de estos grupos:

  • Niños mayores de 12 años: como os hemos avanzado, los niños de este grupo serían los posibles portadores de la bacteria en la garganta, siendo en ellos muy rara la enfermedad meningocócica. Por tanto, el objetivo al vacunarlos es disminuir la probabilidad de que contagien a otras personas. A día de hoy existe un plan nacional para que de forma progresiva durante lo que queda de 2019 y todo 2020 se les vacune de forma financiada. Debido a que en este grupo de edad es más rara la enfermedad, parece prudente esperar a que os llamen desde vuestro Centro de Salud para que les administren la vacuna. Ahora bien, los niños que vayan a residir a países en donde esta nueva vacuna ya está en calendario, habría que vacunarlos sin esperar. Estos países son: EE. UU., Canadá, Reino Unido, Austria, Grecia, Holanda, Italia y Suiza.
  • Niños de 12 años: si tu hijo va a cumplir esta edad y su comunidad autónoma todavía no ha implantado la vacuna de MenACWY, se le vacunará de forma financiada con MenC. Sin embargo, esta dosis de MenC se puede sustituir por MenACWY si los padres quieren, aunque tendrían que sufragar ellos el coste de la vacuna. Es de suponer que si al final optáis por vacunarles de MenC, durante los siguientes meses os llamen para que vuestros hijos reciban esa dosis de rescate de MenACWY que se está implantando.
  • Niños de 12 meses: a día de hoy, el calendario oficial de la mayoría de las Comunidades Autónomas administra a esta edad solo MenC. Sin embargo, como ya se ha expuesto, la AEP recomienda que a esta edad se reciba la primera dosis de MenACWY sustituyendo a MenC. De esta forma estarían protegidos contra estos nuevos serogrupos en el caso de que la vacunación en adolescentes no sea tan exitosa como se prevé y continúen aumentando los casos de los serogrupos W e Y. Como en le caso anterior, el precio de la vacuna tendría que estar sufragada por los padres.

Ya que hemos hablado de que en algunos casos esta vacuna tendrían que sufragarla los padres, parece justo mencionar que tiene un coste de 54€ tanto para Nimenrix como para Menveo. Recordad también que solo sería una dosis.

A estas recomendaciones por grupos habría que añadir que es recomendable que se vacunen, independientemente de la edad, todos aquellos que fueran a residir a países en los que esta vacuna se está administrando de forma sistemática (como sucede con los niños mayores de 12 años).

La gran pregunta: ¿qué hacemos con los niños que tienen entre 12 meses y 12 años?

Seguro que si has llegado hasta este punto del post y tu hijo no encaja en los grupos anteriores, estarás pensando que a ti lo que te interesa saber es qué debes hacer con ese niño que tienes de dos, cuatro, seis o diez años. Y es una duda muy razonable ya que hasta ahora solo habíamos hablado de los niños de 12 meses y 12 años.

Para responderte a esta pregunta, hay que basar la respuesta en la probabilidad individual que tiene cada niño de sufrir una enfermedad meningocócica por los serotipos W e Y. Como dijimos casi al principio del post, la gran mayoría de los casos que vemos en niños ocurren por debajo de los 4 años de edad, siendo una enfermedad que podríamos considerar rara a partir de esa edad.

Teniendo esto en cuenta, la AEP tiene publicado en su manual online del Comité Asesor de Vacunas que «con carácter individual, los niños en edades comprendidas entre 1 y 12 años pueden verse beneficiados también con esta vacuna, aumentando así su protección antimeningocócica«.

¿Y qué quiere decir esto? Pues que de momento y hasta que se tome otra actitud en cuanto a financiar la vacuna a los 12 meses, no está de más que los niños en edades comprendidas entre 1 y 12 años se vacunen de MenACWY, especialmente los menores de 4 años, siempre y cuando sus familias así lo consideren. Con ello estarían protegidos contra estos serogrupos emergentes hasta que se reciba el recuerdo de los 12 años. De forma similar a lo que ocurre en lactantes de 12 meses, al no estar financiada por el estado, serían los padres los que tendrían que sufragar los gastos. En caso de optar por poner esta vacuna «extra» a tus hijos solo habría que administrar una dosis «de pago», ya que el recuerdo a los 12 años sí estaría financiado.

Por descontado, los niños de estas edades que vayan a residir en los países antes mencionados deben ser vacunados con MenACWY.


En resumen, esta «nueva» vacuna se ha empezado a implantar en nuestro país. De momento hay un mandato del Ministerio de Salud para que se administre de forma financiada a los niños de 12 años. Además, la AEP recomienda que esta vacuna se administre a los niños de 12 meses (sustituyendo a la actual MenC), dejando la puerta abierta a los niños del resto de edades, sobre todo a los menores de 4 años, a que se vacunen si sus familias así lo creen oportuno.

Esperamos haber resuelto todas vuestras dudas sobre la vacuna MenACWY. En cualquier caso, os recomendamos que habléis con vuestro pediatra antes de tomar una decisión.

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Este artículo ha sido realizado en base a la literatura científica publicada en la actulidad. Dos Pediatras en Casa no ha recibido ninguna gratifición por escribir este texto.

Siete formas de enseñar a los niños a odiar al pediatra

Casi todos los padres saben que los pediatras dedicamos nuestra vida profesional al bienestar de los niños y, de hecho, muchos se lo trasmiten desde que son pequeños a sus hijos. Sin embargo, otros tantos -y casi todos en alguna ocasión- se empeñan en demostrar a sus retoños que el pediatra es una figura temible a la que es mejor tener miedo y respeto cual monstruo que se aloja bajo la cama de un niño en la impunidad de la noche.

Permítanme repasar con ustedes algunos de los métodos que emplean estos padres para que los puedan poner en práctica en caso de que lo consideren necesario y oportuno.

1. Mienta a su hijo sobre a dónde va antes de acudir al pediatra

Este es uno de los métodos más empleados por su alta tasa de éxito, además es muy fácil de poner en práctica.

Basta con decir al niño al salir de casa que van a ir al parque o que al que atenderán en el hospital es al hermano o a uno de los padres. Los niños pequeños confían profundamente en sus mayores, ya que son las personas que les procuran cariño, cuidados y apego cuando lo necesitan. Si en vez de ir a jugar un rato a los columpios o asistir como expectorares al acto médico en el que se atiende a otro familiar, acaban siendo ellos a los que se les tumba en una camilla con un señor al que no conocen de nada y que utiliza aparatos extraños para mirarles los oídos o la garganta es muy probable que la reacción de rechazo hacia el pediatra aparezca sola.

Y y 2. Amenace a su hijo con un pinchazo en el culo o una analítica de sangre

Si cree que el miedo que siente su hijo por el pediatra no es suficiente, siempre puede amenazarle con que éste, o cualquier otro personal sanitario, le va a pinchar una vacuna o que se le va a extraer una analítica de sangre.

Este método ha resultado infalible para que los niños odien al pediatra: ¿quién querría ser amigo de alguien que lo único que le va a provocar es dolor? Seguro que ninguno.

Pero hay más, ya que esta amenaza se puede emplear no solo cuando el niño esté en el hospital. Un padre avezado podría utilizarla a diario para que sus hijos se conviertan en angelitos a la hora de la cena o para que apaguen la tele a la primera orden sin que de por medio haya una pelea padres-hijos. Basta con un “cómo no te portes bien vamos al pediatra para que te pinche” para que consiga de sus hijos cualquier cosa que usted se proponga, además de empezar a fraguar un odio interior a los pediatras para toda la infancia.

3. No administre ningún medicamento para el dolor a su hijo hasta que sea valorado por un pediatra

Si todo lo anterior no ha surtido efecto, emplear el dolor que siente un niño en el oído a las 3 de la mañana o al tragar desde hace unos días puede ser una estrategia a tener en cuenta.

El procedimiento sería muy sencillo: cuando note que su hijo se queja de algo no le administre ningún analgésico y dígale que será el pediatra el que decida si hay que tratar o no ese dolor. Refuerce esta idea, de esta forma el niño verá al pediatra como una figura autoritaria que será el que tome la decisión de si ese dolor tiene importancia o puede seguir sufriendo, aunque solo sea un poquito. No me cabe la menor duda de que cualquier niño sentiría pavor por ese personaje que es quién decide, a veces incluso de forma sádica, sobre el malestar de los demás.

4. Condicione a su hijo para que piense que el pediatra nunca le va a hacer daño

Crear expectativas a un niño sobre lo que va a ocurrir al ir al pediatra es uno de los mejores métodos para que acabe rechazándolo y le coja miedo.

Si decimos a un niño “nada te va a ocurrir” o “no te va doler”cuando acuden al médico y luego ocurre lo contrario, la asociación mental del niño de miedo y odio hacia el pediatra será instantánea.

Por un lado pensará que los pediatras son unos mentirosos, ya que todos sabemos que, aunque sea poca cosa, eso de ir al pediatra no es algo agradable, máxime cuando una de las cosas que hacemos los médicos es poner encima de una camilla a los niños sin preguntar, mirarles los oídos mientras otro los sujeta o usar un palito para mirar la garganta y ver si tienen anginas. Pero además, es muy probable que piensen que el pediatra es alguien malo porque no cumple las expectativas que se habían creado con lo prometido por sus padres. El pediatra como farsa.

La conjunción del pediatra como una figura a la que tener miedo junto con aquella que no cumple sus expectativas es el cocktail perfecto para que nos odien un poquito más si cabe.

5. Prometa a su hijo que el pediatra le dará un regalo si se porta bien

Este método puede resultar paradójico. En la mayoría de los casos provocará el efecto contrario al deseado y el niño saldrá de la consulta con un regalo, ya sea un palito o una pegatina, y con una sonrisa de oreja a oreja. Sin embargo, en otro muchos casos puede provocar falsas esperanzas que acaben convirtiéndose en lagrimas y odio hacia la figura del pediatra.

Porque quizá el pediatra ese día no tenga pegatinas o piense que el niño es muy pequeño para darle un palito o, simplemente, esté muy atareado como para rebuscar por toda la consulta para que el niño se lleve una recompensa. Si por un casual se da esta situación, cualquier niño odiaría a ese pediatra egoísta que no ha podido satisfacer las promesas que le hicieron sus padres.

6. Diga a su hijo que el pediatra ha sido malo

Así, sin paños calientes. Emplee esta táctica justo después de que el pediatra haya explorado al niño. No hay nada como decir a un niño algo como para que se lo crea. Si en vez de decirle que el médico es bueno y que está intentando que el niño se cure, se le dice que el pediatra es malo, el éxito está asegurado para que el odio hacia nosotros corra por su venas.

Imaginad la escena. Niño de 2-3 años con dolor de oído en Urgencias que esta llorando junto con la incertidumbre de qué le van a hacer. Si después de que el pediatra le mire los oídos, uno de los padres para intentar calmarle le dice “es que el médico ha sido muy malo”, les puedo asegurar que la próxima vez que vayan al hospital, aunque solo sea para ir a ver a un familiar, el miedo de los niños hacia los médicos se verá reflejado en sus ojos.

7. Acuda al pediatra aunque no sea necesario

Si todo lo anterior no ha surtido efecto, éste será el método definitivo para culminar el proceso con el que sus hijos acaben odiando profúndamente al pediatra.

La idea es muy sencilla: busquen cualquier síntoma o signo, por leve que sea, y acudan de inmediato a Urgencias. Da igual que sea una picadura de un mosquito, un estreñimiento de 2 días de evolución o un leve dolor de garganta. Lo importante es que sus hijos se den cuenta de que están acudiendo al médico de forma urgente sin un motivo realmente importante. Ellos, que en la gran mayoría de las ocasiones son más listos que nosotros, entenderán que eso de acudir a Urgencias sin motivo, en vez de esperar al día siguiente para acudir con cita al Centro de Salud a ser valorado por su pediatra de confianza, no tiene sentido. Esto a la postre generará rechazo nada más pensar en el pediatra. Por cierto, si esas visitas son por la noche con el niño medio dormido, mejor que mejor.


Vamos a ir acabando, con todo lo que han podido leer hasta ahora tendrán ustedes material más que suficiente para conseguir que sus hijos odien al pediatra. Seguramente haya más métodos, incluso algunos mejores de los aquí mencionados, pero les puedo asegurar que si usan éstos de manera combinada, el éxito en la tarea de que sus hijos nos tengan miedo está asegurada.


Este post está inspirado en el artículo periodístico “Nueve formas de enseñar a los niños a odiar la lectura” de Gianni Rodari, maestro, pedagogo y periodista, publicado en 1960 en el periódico Il giornale dei genitori.

Dónde medir la fiebre de un niño

Termómetro

Fuente: Dos Pediatras en Casa

La fiebre es uno de los motivos de consulta más frecuentes en Pediatría, de hecho, la inmensa mayoría de los niños que acuden a Urgencias la presenta. En este blog ya hemos hablado en multitud de ocasiones sobre ella reforzando la idea de que la fiebre no es nada más -ni nada menos- que uno de los posibles síntomas asociado a una infección, como puede ser la diarrea y los vómitos en una gastroenteritis o los mocos en un catarro. También hemos hablado de su manejo o de cuál es el mejor termómetro para un niño, sin embargo, nos quedaba por rellenar el hueco de explicaros cuál es el mejor sitio para medir la fiebre, así que vamos con ello.

Temperatura central vs. Temperatura periférica

La temperatura que nos importa a los médicos es la temperatura corporal central, es decir, la temperatura del interior del cuerpo en donde se encuentran los órganos vitales. Ésta varía entre los 36,4-37,2ºC y es algo más elevada que la temperatura periférica. Sin embargo, debido a que los métodos para medir la temperatura central son muy invasivos, la temperatura que utilizamos habitualmente en nuestra práctica clínica es la temperatura periférica y es la que tenemos en cuenta a la hora de decidir si un niño tiene fiebre o no. La temperatura periférica es un reflejo de la temperatura central, ya que se ha comprobado en muchos estudios que la temperatura medida en diferentes partes del cuerpo como la axila, la boca, el recto, el oído o la frente… se correlaciona muy bien con la temperatura central. Sin embargo, no es lo mismo medir la temperatura periférica en cada una de estos sitios, por lo que debemos conocer las particularidades de cada uno de ellos.

Sitios en los que se puede medir la fiebre

Como decíamos, dependiendo de dónde midamos la fiebre tendremos que tener en cuenta unas cosas u otras. La temperatura rectal es la que se correlaciona mejor con la temperatura central y se considera normal valores entre 36,5 y 38ºC. Sin embargo, la medición en esta zona corporal puede entrañar riesgos por lo que no está recomendada de forma rutinaria. La boca, a nivel sublingual, es la otra zona del cuerpo que presenta una correlación excelente con la temperatura central aunque suele ser algo más baja que la rectal, con un rango de normalidad entre 35,5-37,5ºC. En este caso, es difícil medir la fiebre en dichas localización en niños pequeño ya que no suelen colaborar, además puede falsearse si están respirando rápido (muy habitual cuando un niño tiene fiebre o presenta dificultad respiratoria). La temperatura a nivel de la axila es fácil de tomar en casi cualquier niño. Sin embargo, la correlación con la temperatura central es peor que las dos anteriores debido a que la piel puede estar fría mientras que el interior de nuestro cuerpo está caliente o con fiebre. En España, es el método más empleado para medir la fiebre y es el que recomiendan la mayoría de las asociaciones de nuestro país. Se acepta como normal un rango entre 34,7-37,3ºC. Para la medición de la temperatura rectal, bucal o axilar se suelen emplear termómetros digitales o de galistán. El problema de ellos es que tardan uno o dos minutos en dar la medición, lo que hace que para los niños (o los padres que sujetan a los niños) sea relativamente incómodo. En los últimos años han aparecido nuevos sistemas de medida como la medición mediante infrarrojos. Este sistema de medición permite tomar la temperatura en otras partes del cuerpo como en el oído (temperatura de la membrana timpánica) o en la frente (temperatura de las arterias temporales). Son termómetros muy cómodos ya que dan la temperatura en pocos segundos sin que molestemos mucho al niño. La correlación entre la temperatura del oído es muy similar a la temperatura central. Sin embargo, los aparatos de medida de uso comercial que podemos tener en domicilio son poco precisos respecto a los que se utilizan en investigación, de hecho, los estudios en los que se comparan estos termómetros comerciales frente a los que miden la temperatura rectal han mostrado resultados contradictorios. El rango de normalidad aceptado es de 35,8-38ºC. En el caso de los termómetros de frente, la medición de la temperatura puede verse influenciada, por ejemplo, por el sudor, lo que se traduce en que su correlación con la temperatura rectal en los estudios realizados sea también contradictoria, en ocasiones más altas o más bajas que la de referencia. Por tanto, tampoco se recomiendan a la hora de tomar decisiones clínicas importantes. No se ha establecido un rango de medición, aunque muy probablemente sea similar al de la medición en oído.

Entonces, ¿dónde debería tomar la temperatura a mi hijo para saber si tiene fiebre?

Como has podido leer, existen varios sitios donde podemos medir la fiebre: el recto, la axila, la boca, la frente o el oído. Sin embargo, no existe un consenso claro entre las diferentes asociaciones de pediatría de dónde deberíamos medir la fiebre en los niños. En España, según la Asociación Española de Pediatría de Atención Primaria (AEPap), los padres deberían medir la temperatura a sus hijos en la axila con un termómetro digital. En los hospitales o en los centros de salud, deberíamos utilizar la vía axilar como primer método de medida y, en el caso de que se necesite una medición más exacta, considerar la vía rectal en niños menores de 5 años o la bucal en los mayores de esa edad. Por el contrario, la Academia Americana de Pediatría (AAP) aconseja la medición rectal en domicilio de la temperatura en todos los menores de 5 años y la bucal a los mayores de esa edad. Tampoco es de la misma opinión el Instituto Nacional de Salud y Excelencia Clínica (NICE) del Reino Unido, el cual cree que es aceptable la toma de la temperatura a nivel axilar en los menores de 4 meses, mientras que en los niños por encima de esa edad, además de la medición axilar, se podría emplear la del oído.
Quizá todo esto os parezca un lío. Que si varios tipos de termómetro, que si varios sitios donde se puede medir la temperatura, que si cada asociación dice una cosa… y, la verdad, no os falta razón. Creemos que lo más importante es ser prácticos y no complicarnos mucho la vida, que criar a nuestros hijos ya es de por sí muy complicado. En nuestra opinión, al igual que recomienda la AEPap, la axila debe ser el sitio de elección para que los padres midan la temperatura a sus hijos debido a la facilidad de este método y su seguridad. Y recordad, siempre va a ser mucho más importante cómo se encuentren vuestros hijos y su estado general para tomar la decisión de su darles o no un antitérmico que el grado de fiebre que marque el termómetro.

Fuente: Dos Pediatras en Casa G.O

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Bibliografía:

  • Fever in infants and children: Pathophysiology and management. UpToDate (última revisión enero 2019).
  • «Fiebre: ¿cómo medir la temperatura?, ¿cuándo y cómo tratar la fiebre?» de la AEPap (link).
  • «Cómo tomarle la temperatura a un niño» de HelthyChildren.org, portal de información para padres de la AAP (link).
  • Fever in under 5s: assessment and initial management. Guía NICE (link).

Siete experimentos para entender cómo funciona la mente de los niños

¿A cuántos de vosotros os gustaría entender cómo funciona la mente de vuestros hijos? Me aventuraría a decir que a todos. No creo que exista ningún padre o madre que no se haya preguntado alguna vez por qué sus hijos han tomado una decisión o han actuado de una manera concreta. La ciencia que estudia los procesos mentales y la conducta es la Psicología; la Psicología Infantil trata de dar explicación a cómo se comporta un niño desde el nacimiento hasta la adolescencia. La gran diferencia entre la mente de los niños y la de los adultos radica en que en los primeros el cerebro está en desarrollo, lo que hace que las teoría psicológicas que se aceptan como válidas en las personas mayores no tienen por qué ser igual de apropiadas al aplicarse a niños.

Los pediatras no somos psicólogos aunque sí que nos enfrentamos a menudo a situaciones en las que entender cómo razona un niño nos puede facilitar mucho nuestro trabajo. Situaciones que no creo que difieran en exceso de las que se viven en casa cuando tenéis que explicar a vuestros hijos cuáles son las reglas a la hora de jugar con unos amigos o por qué hay que bañarse todos los días.

Como ciencia que es, muchas de las teorías que ha desarrollado la Psicología Infantil se basan en experimentos que tratan de encontrar una explicación o demostrar una hipótesis acerca de cómo razonan los niños. Como sucede con la gran mayoría de las teorías psicológicas, fue en el siglo XX cuando se llevaron a cabo estudios de gran relevancia acerca del funcionamiento de la mente de los niños, algunos de ellos con conclusiones que a día de hoy son válidas y que nos pueden ayudar a entender un poquito mejor cómo se comportan nuestros hijos o cómo debemos actuar ante ellos.

Existen multitud de experimentos, tantos que resultaría imposible resumirlos en un texto como éste, así que he realizado un selección de los que me han resultado más interesantes tanto para mi actividad diaria como pediatra como para mi trabajo a tiempo completo como padre. Algunos de ellos os parecerán divertidos, otros os dejarán de piedra por la crueldad de quien los diseñó, pero os puedo asegurar que ninguno de ellos tiene desperdicio. Solo espero que os sirvan para que entendáis un poco mejor cómo funciona la mente de vuestros hijos.

La prueba del malvavisco

Walter Mischel fue un psicólogo austriaco que dedicó gran parte de su carrera al estudio de la personalidad. Pero si hay un hecho por el que es recordado es por el experimento que se conoce como “prueba del malvavisco” o marshmellow (por su nombre en ingles), un dulce con forma de nube. Con este experimento consiguió demostrar cómo la capacidad de autocontrol cuando un niño es pequeño se relaciona con llegar a ser niños y adultos más competentes con el paso de los años. Fue realizado en la Universidad de Standford allá por los años 60-70 del siglo pasado. 

Los niños de este experimento tenían entre 3 y 6 años. En él, tras pasar al niño a una habitación, se le mostraba una golosina y se les decía que si era capaz de esperar 15 minutos sin comérsela, sería recompensado con dos golosinas en vez de una. Tras estas instrucciones, el investigador salía de la habitación y dejaba al niño solo ante tan apetitoso manjar. Solo el 30% de niños fue capaz de resistir a la tentación.

La conclusión más importante de este estudio fue que los niños que eran capaces de esperar más tiempo antes de coger el caramelo, al cabo de los años, eran descritos por sus padres como “más competentes”, cosa que se corroboró al comprobar cómo obtenían mejores notas en los exámenes de acceso a la universidad, eran más activos físicamente, ganaban más dinero con sus trabajos o eran menos propensos a desarrollar adicción a las drogas. En definitiva, lo que pone de manifiesto este experimento es que aquellos niños capaces de aplazar las recompensas y esperar con paciencia y autocontrol son más propensos al éxito personal.

En este video de aquí abajo puedes ver un ejemplo de cómo se realizó este experimento.

https://youtu.be/-z2JuDhmZzs

El experimento del muñeco Bobo

Seguro que habéis oído en más de una ocasión que los niños aprenden de los adultos observando cómo estos se comportan, de hecho, parte de su forma de actuar dependerá de lo que han visto en sus modelos de referencia, es decir, su padres.

Esta teoría se basa en los experimentos de Albert Bandura sobre el aprendizaje social. En ellos, este psicólogo de los años 60, demostró cómo los niños son capaces de aprender sin que medie una recompensa o un castigo hacia ellos por el mero hecho de observar la forma de comportarse de otras personas.

El experimento del muñeco Bobo se realizó con niños entre 3 y 5 años de la guardería de la Universidad de Standford y demostró parte de esta teoría. En él, un grupo de niños era expuesto a un «modelo agresivo» en el que un adulto golpeaba y agredía a un muñeco a la vista de un niño durante un tiempo determinado. Por otro lado, otro grupo de niños observaba como un adulto jugaba en la habitación pero sin agredir al muñeco. Tras este primer paso, el adulto salía de la habitación y se observaba cómo actuaba el niño al quedarse solo. La comparación entre los dos grupos dio como resultado que los niños que eran expuestos al «modelo agresivo» eran más propensos a golpear y agredir al muñeco Bobo.

En este video de aquí abajo puedes ver una explicación del Dr. Bandura de esta teoría.

Como decía, en esto se basa la teoría del aprendizaje social. Si los niños observan una conducta en un adulto, tanto buena como mala, es muy probable que la aprendan como un modelo a imitar. Por ello, es muy importante que, además de explicar a los niños las cosas que están bien y las que están mal, los adultos nos convirtamos en un ejemplo de buenos hábitos de vida para nuestros hijos.

El estudio Monstruo

Creo que el título que se le ha dado a este estudio ya nos anticipa que el experimento que se llevó a cabo con estos niños, a día de hoy, sería irreproducible. Fue realizado en el año 1939 por Wendell Jonhson y Mary Tudor en la Universidad de Iowa, época en la que poco se tenían en cuenta las implicaciones bioéticas de este tipo de trabajos. Los autores pretendían demostrar cómo un refuerzo positivo o negativo puede tener implicaciones en un niño, en este caso en niños tartamudos.

El estudio se desarrolló en niños huérfanos de 5 a 15 años, algunos de ellos tartamudos o con problemas del habla y otros sin este tipo de trastornos. A los niños tartamudos se les explicaba que no hablaban tan mal como la gente decía (refuerzo positivo) y a los niños sanos se les exponía que hablaban peor de lo que ellos creían y que estaban empezando a presentar síntomas de tartamudez (refuerzo negativo).

Lo interesante de este estudio fue observar cómo en niños sanos, a las pocas sesiones del inicio del estudio, rechazaban hablar en público o comenzaban con problemas de dicción. Con el tiempo, estos niños que inicialmente no presentaban alteraciones en el habla, mantuvieron problemas al llegar a la edad adulta y a lo largo de toda su vida.

Las conclusiones de este estudio no están publicadas en ninguna revista ya que, desde el mismo momento en que se iniciaron las investigaciones, la mayoría de los colegas de los investigadores de la época rechazaron los métodos que se habían empleado para realizarlo. Sin embargo, este estudio pone de manifiesto cómo el refuerzo negativo tiene muy poco valor en la educación de los niños, tan poco que es capaz de inducir conductas patológicas en aquéllos que inicialmente no las presentaban.

Monos, “mamás de trapo” y la teoría del apego

Tras el nacimiento de un hijo, los padres se dan cuenta de manera inmediata que los niños pequeños requieren unas atenciones sin las cuales no podrían sobrevivir: comida, aseo, un lugar donde dormir… además, de forma casi innata suponemos que tienen la necesidad de sentirse queridos como parte fundamental para su desarrollo. Esto es lo que se conoce como teoría del apego, corriente psicológica de principios del siglo XX que trata de explicar las diferencias entre las personas a través de sus relaciones interpersonales. El psicólogo John Bowly es uno de sus grandes teóricos.

Si pensamos en esta teoría, la gran pregunta sería: ¿qué elegiría antes un niño, una figura maternal fría y distante pero que lo alimenta o a una madre dulce y cariñosa pero que no puede darle de comer? Pues un psicólogo llamado Harry Hollow intentó dar respuesta a esta pregunta con un experimento con monos… y vaya que si la dió.

El experimento era muy sencillo. Tras el nacimiento de un grupo de monos, a las pocas horas de nacer, a estos se les separaba de sus madres de carne y hueso para introducirlos en una jaula en la que habían situado una figura de alambre que simulaba un figura maternal de la que podían «mamar» y otra que recordaba a una madre pero que trasmitía cierto grado de calidez al estar realizada en tela suave y mullida.

Lo que se observó en este estudio es que los monos preferían a la muñeca de tela a pesar de que de ella no obtenían alimento alguno frente a la figura de metal. Este experimento pondría de manifiesto cómo el apego hacia una figura que te proporciona un vínculo afectivo es más importante que la mera satisfacción de las necesidades fisiológicas y, seguramente, parte fundamental de las necesidades de desarrollo de un niño.

En este video puedes ver parte de los experimentos de Harlow con monos.

En mi opinión, estos estudios sobre el apego demuestran una responsabilidad que tenemos los adultos hacia los niños pequeños: es fundamental que dediquemos tiempo de calidad a nuestros hijos.

El pequeño Albert

Seguramente todos conocéis «los perros de Paulov», el experimento que sentó las bases de lo que se conoce como condicionamiento clásico. En este estudio se observó cómo los perros acababan asociando el ruido de una sirena con la proximidad en el tiempo de la comida y comenzaban a salivar si con anterioridad se les había expuesto de forma repetida a la sirena y la comida a la vez. Pues allá por los años 20, los psicólogos estadounidenses Watson y Rayner se les ocurrió que quizá algo parecido pasaba con los niños y el miedo.

Sobre la base de esta hipótesis, expusieron a un niño de 11 meses, el pequeño Albert, a una serie de estímulos que no le daban miedo (animales con pelo, por ejemplo una rata) a la vez que golpeaban una barra de hierro con un martillo, lo cual por sí solo provocaba el llanto del niño. Con el paso del tiempo se observó como, al presentar objetos al niño que inicialmente no le provocaban miedo, el pequeño Albert empezaba a llorar con la mera presencia de una rata, lana o un abrigo de piel.

En este video podeis ver parte del experimento que se llevó a cabo con el pequeño Albert.

Creo que sobra decir que este estudio carece de cualquier ética y a día de hoy sería impensable su realización. Sin embargo, el compartimiento de los niños, al igual que el de los adultos y la gran mayoría de los animales, se puede condicionar en función de los estímulos que reciban de manera simultánea, tanto para bien como para mal.

Teoría de la conservación de Piaget

Jean Piaget fue uno de los grande psicólogos del siglo XX y sus estudios, a día de hoy, todavía influyen en muchas teorías sobre el desarrollo de habilidades y de la inteligencia en la infancia. Piaget pensaba que la adquisición de nuevas habilidades es fruto de una correcta estimulación sobre una base genética que todos presentamos. En este sentido, uno de los campos de estudio en los que más hizo hincapié fue en los procesos mentales de los niños para conocer en qué se diferenciaban de los de los adultos. Parte de su teoría acabó estableciendo una serie de etapas de desarrollo psicológico infantil las cuales irían apareciendo de manera secuencial.

Una de ellas es conocida como etapa preoperacional y ocupa aproximadamente desde los 2 y los 7 años. Durante esta etapa, los niños son incapaces de comprender la lógica de las cosas tal y como estamos habituados los adultos y no son capaces de manipular la información que tienen delante de sus ojos. Esto daría lugar en muchos casos a, como estamos acostumbrados a ver en niños de estas edades, pensamientos absurdos que difícilmente entendemos los mayores.

La conservación es un proceso mental por el que somos capaces de darnos cuenta de que el líquido que ocupa un vaso de agua es el mismo esté este dentro de un vaso ancho o ven un vaso estrecho, o que la plastilina es la misma sea esta una bola o la hayamos aplastado con las manos. Sin embargo, los niños en la etapa preoperacional no son capaces de diferenciar estos aspectos y es más adelante, en la etapa de operaciones concretas, cuando empiezan a tener pensamientos más lógicos, como es el caso de la conservación.

En este video de aquí abajo podéis ver varios experimentos con un niño pequeño en el que se observa cómo no ha adquirido la conservación como parte de sus procesos mentales. Es enternecedor.

Este experimento pone de manifiesto que la mente de los adultos y la de los niños “funciona” de forma diferente. Los procesos mentales de nuestros hijos son completamente diferentes a los nuestros lo que explica que muchas veces seamos incapaces de entender la lógica de sus deducciones o cómo nos explican alguna situación que han vivido.

El test de Sally y Anne y la teoría de la mente

Sin entrar mucho en profundidad, la teoría de la mente es aquella característica que nos permite deducir lo que está pensando otra persona o cómo va a actuar teniendo en cuenta su punto de vista, es decir, nos permite ponernos en el lugar del otro. Los niños no adquieren esta característica hasta los 3 o 4 años y justifica que antes de esta edad les sea muy difícil comprender las intenciones de otros niños o sus deseos al no ser capaces de ponerse en el ligar del otro.

Aunque existen varias pruebas para conocer si un niño ha adquirido ya la teoría de la mente, seguramente sea el test de Sally y Anne, desarrollado en 1983 por Baron-Cohen, el más conocido. En este test se muestra al niño una secuencia con dos muñecas. Una de ellas es Sally y  tiene una cesta y la otra es Anne y tiene una caja. En esa secuencia se observa como Sally coge una canica y la guarda en su cesta, desapareciendo después de la escena. En ese momento Anne coge la canica y la guarda en su caja. Cuando reaparece: ¿donde creéis que buscará Sally su canica?

Seguro que todos habéis pensado que en su cesta, ya que es donde la guardó inicialmente y allí es donde se supone que debería estar. Si es así es porque tenéis desarrollada la teoría de la mente y habéis deducido que Sally no conocía que Anne había cambiado la canica de lugar. Por el contrario, los niños pequeños que no han desarrollado esta capacidad no se ponen en el lugar de Sally ya que, para ellos, el único punto de vista válido es el suyo y contestarán que la muñeca buscará la canica en la caja de Anne que es donde ellos han visto por último vez a la canica.

En este video de aquí abajo podéis ver un ejemplo de este experimento.

La teoría de la mente refuerza la idea de que los niños razonan de una forma diferente a los adultos. Supongo que estaréis conmigo en que luchar contra esto e intentar explicar a un niño cómo funciona el mundo con nuestros conocimientos y punto de vista puede resultar una tarea imposible cuando son pequeños. Quizá por eso es tan maravilloso verlos crecer y desarrollarse.

El artículo original en el que Baron-Cohen y sus colaboradores describen el test de Sally y Anne lleva por título “¿Tienen los niños autistas una Teoría de la Mente?”, ya que se ha observado que una de las características de estos niños es la de no poder cambiar el punto de vista, motivo por el cual realizan este test como un niño que todavía no ha desarrollado la teoría de la mente.


Espero que esta entrada un tanto espacial os haya gustado. No os toméis al pie de la letra todo lo que he escrito ya que, como dije al principio, no soy psicólogo y parte de lo que habéis leído es mi opinión no experta de cómo “funciona” la mente de los niños. Sin embargo, conocer estos experimentos me hace plantearme muchas cosas en mi día a día con mis hijos y con los niños que atiendo como pediatra, lo que me motiva sobremanera para seguir estudiando su comportamiento.

Si realmente te interesa saber más sobre la mente infantil, permítete recomendarte a un par de psicólogos infantiles que realizan una labor divulgativa excelente. El primero es Alvaro Bilbao; tiene un blog que se llama El Cerebro del Niño y un libro que no tiene desperdicio que se llama “El cerebro del niño explicado a los padres”. El segundo es Alberto Soler, creador de un canal de Youtube que se llama Píldoras de Psicología; además tiene un libro muy interesante que lleva por título «Hijos y padres felices: cómo disfrutar la crianza».

Bibliografía:

Estos link que tienes aquí abajo te llevarán a los estudios originales en los que están basados los experimentos que has podido leer.

  • «Delay of gratification in children» (link).
  • «Revisiting the Marshmallow Test: A conceptual replication investigating links between early delay of gratification and later outcomes» (link).
  • «Transmission of aggression through imitation of aggressive models» (link).
  • «Behavior theory and identificatory learning» (link).
  • «Effects of permanent separation from mother on infant monkeys» (link).
  • «Does the autistic child have a “theory of mind”?» (link).

Pulpitos de punto y bebés prematuros: una práctica sin evidencia

Una de las cosas en la que más énfasis pones cuando trabajas en una Unidad de Cuidados intensivos Neonatales es en procurar que el ambiente que rodea a un bebé prematuro sea lo menos agresivo para él. Cuando nace un bebé antes de tiempo, sus órganos deben completar su maduración fuera del útero materno, lo que en ocasiones, sobre todo cuando el bebé es un prematuro extremo, conlleva el desarrollo de complicaciones como hemorragias cerebrales, alteraciones respiratorias que dan lugar a la necesidad de oxigeno durante los primeros años de vida o déficit visuales que pueden condicionar ceguera entre otras. Por ello, los pediatras tratamos con tanto mimo a estos niños, para añadir el menor daño posible al hecho de que un niño nazca antes de tiempo.

Sin embargo, a menudo vemos cómo dentro de las incubadoras de estos niños aparecen objetos de toda índole, desde estampitas de la Virgen de los Desamparados hasta la pata de conejo de la familia que dicen que da suerte. Bueno, quizá esto último sea una exageración, pero de un tiempo a esta parte las Unidades Neonatales de todo el mundo se han visto invadidas por unos pulpitos de ganchillo (o crochet, por su nombre en francés) que prometen ser el salvavidas de los niños prematuros mientras dure su ingreso hospitalario.

A día de hoy, ningún estudio científico ha demostrado las maravillas de estos pulpitos, de hecho, muchos son los neonatólogos que dudan de que sean seguros. Pero para entender de dónde viene esta moda y qué implicaciones tiene, vayamos poco a poco.

La historia de los pulpitos de punto

Todo comienza a finales de 2012 en Dinamarca. Al cabo de unos días del nacimiento de un bebé prematuro, su padre aparece en la Unidad Neonatal con un pulpito de punto. Con la connivencia de los médicos de la unidad, ese pulpito acaba dentro de la incubadora de su hija en un intento de hacer más llevadero el ingreso a la pequeña.

Según cuentan, la niña se aferraba a los tentáculos del pulpito lo que hacía que se arrancara en menos ocasiones los tubos que le permitían seguir respirando o alimentarse, así como los cables que cubrían su cuerpo y la mantenían conectada a un monitor. Pero además, el estar acompañada de ese pulpito, la niña parecía estar más tranquila y calmada.

La persona que tejió ese primer pulpito de forma altruista se llama Josefine Hagen Solgaard y es la fundadora del The Danish Octo Projet. Tras esa primera experiencia, no dudó ni un instante en seguir tejiendo pulpitos para poder «ayudar» a otros bebés prematuros. Según se puede leer en la página web de este proyecto, en Dinamarca ya han entregado más de 34.000 pulpitos sin coste alguno para los bebés que los recibieron o sus familias, ya que esta iniciativa depende de una organización sin ánimo de lucro.

Crochet Octopus for preemies and babies

Como os podéis imaginar, no tardaron en surgir «sucursales» de este proyecto en otras partes del mundo, por ejemplo en países tan variados como Suecia, Francia, Italia, Alemania, Reino Unido, Luxemburgo, Noruega, Holanda, Bélgica, Rumanía o Canadá. En España, la heredera del proyecto danés es la ONG Noupops, que es quien se encarga de recibir los pulpitos de una red de tejedoras voluntarias y distribuirlos a las Unidades de Cuidados Intensivos Neonatales que soliciten sus servicios sin coste alguno ya que estos pulpitos de crochet se reparten de forma altruista.

No hay nada como decir «necesitamos tu ayuda para tejer unos peluches que ayudan a bebés prematuros» para que al poco tiempo surjan miles de personas dispuestas a poner su granito de arena ayudando en la medida de sus posibilidades. Al mismo tiempo aparecen médicos y hospitales que abrazan estas iniciativas y son los primeros en solicitar que se les envíen pulpitos para sus pacientes prematuros.

Pero, ¿funcionan realmente los pulpitos de punto?

Según la pagina web del proyecto original así como la de su prima hermana española, los tentáculos de los pulpitos simularían el cordón umbilical del recién nacido, lo que daría lugar a que el bebé prematuro pensara que sigue dentro de la tripa de su mamá. Esto generaría los beneficios antes mencionados así como una frecuencia cardiaca más regular y un mayor confort al respirar, lo que se traduciría en mayores niveles de oxígeno en sangre.

Como decía más arriba, es habitual que los padres de estos niños traigan a la unidad algún objeto con la intención de desmedicalizar, en la medida de lo posible, el entorno que rodea a estos bebés durante el tiempo que dure el ingreso y hacerlo más amigable, más humano. En ocasiones es el arrullo o la mantita que compraron cuando se enteraron que iban a tener un hijo y, en otras, es ese peluche que ha ido sobrevivido al paso de los años y pertenecía a alguno de los padres.

Free pattern - Amigurumi octopus

Y la verdad es que todo esto estaría muy bien si los supuestos beneficios de los pulpitos de punto se hubieran demostrado. A día de hoy no existe ningún estudio que haya confirmado beneficio alguno para los bebés prematuros, de hecho, hay muchas voces que ponen en entredicho la seguridad de estos peluches.

Todas las buenas intenciones que rodean este proyecto están basadas en observaciones individuales, pero nadie se ha preocupado de llevar a cabo un estudio que corrobore lo que el ojo ve y el cerebro humano quiere interpretar. Esto, a la postre, hace que los que somos críticos en nuestro día a día dudemos de si realmente deberíamos permitir el empleo de este tipo de cosas en las Unidades de Cuidados Intensivos Neonatales.

¿Son seguros los pulpitos?

Según podemos leer en la página de Noupops, para garantizar la seguridad de estos pulpitos se deben seguir cinco normas básicas al tejerlos, como el tipo de punto, el relleno, la longitud de los tentáculos… incluso proponen unos hilos concretos de marcas determinadas como seguros. Según informan, antes de ser entregados, los pulpitos deben pasar por «estrictos controles de calidad y seguridad antes de llegar embolsados a los hospitales».

Sin embargo, no existe ninguna referencia a qué controles de seguridad se refieren, más allá de las normas mencionadas, o en base a qué normativa europea sobre seguridad en juguetes fabrican estos peluches.

Os parecerá una tontería, pero cualquier juguete, peluche u objeto, antes de salir a la venta y llegar a manos de un niño, debe pasar unos controles de seguridad que garanticen que no es peligroso. Por ejemplo, gracias a estos controles, los chupetes tienen unos agujeros a los lados para que el aire pueda pasar a través de ellos en el caso de que algún niño se lo introduzca en la boca, evitando así que se asfixie.

Más allá de que los pulpitos pasen controles de seguridad antes de desembarcar en las incubadoras de los niños prematuros, el otro gran aspecto que preocupa a los que trabajamos con recién nacidos es si estos objetos pueden ser vehículo de gérmenes que puedan provocar infecciones en nuestros pacientes. La prematuridad condiciona un estado de inmunosupresión en el cuál una infección, que en un niño no prematuro no generaría grandes problemas, podría tener un desenlace fatal. En este sentido existen estudios que han demostrado que los juguetes que se introducen en las incubadores de los bebés prematuros son portadores de bacterias que podrían dar lugar a una infección, incluso en niños sanos.

MiniCoral3

Tal es nuestra preocupación por las infecciones en las Unidades Neonatales que, los médicos que trabajamos en ellas, nos quitamos los relojes y los anillos durante nuestra jornada laboral y nos frotamos con ahínco las manos con soluciones antisépticas cada vez que interactuamos con alguno de nuestras pacientes.

No parece muy razonable que expongamos a nuestros pacientes a un mayor riesgo de infección al introducir los pulpitos de punto en una incubadoras, o cualquier otro objeto, por muy buena intención que tengamos al hacerlo.

¿Y qué pasa con los bebés que no son prematuros?

Quizá estarás pensando que todo esto está muy bien, pero que lo que tu tienes no es un hijo prematuro y que ni siquiera está ingresado. Que lo que realmente te gustaría es utilizar estos pulpitos como objeto de compañía para tu bebé mientras duerme en su cuna. La verdad es que no veo ningún inconveniente en que un niño tenga un objeto de apego como un peluche, una mantita o un chupete.

Sin embargo, por debajo del año de edad se recomienda que los niños duerman boca arriba, sin objetos en su cuna, ya que tanto el dormir boca abajo como la presencia de objetos en el entorno en el que duerme el bebé, se ha relacionado con un aumento de riesgo de muerte súbita del lactante.


Vamos a ir cerrando el tema de los pulpitos. Creo que, tras lo que has leído, tendrás clara cuál es mi opinión. Si te digo la verdad, ojalá existiera algún dispositivo que hiciera más llevadero el paso por la incubadora de un bebé prematuro durante su ingreso hospitalario. Yo sería el primero en pedir que se incluyera en los protocolos de mi hospital. Sin embargo, de lo que si soy fan absoluto es de las cosas que han demostrado ser eficaces y no entrañan un peligro para mis pacientes. Hasta entonces prefiero mantenerme al margen de prácticas como la de los pulpitos que, por el momento, parece que tienen algo más de mágico que de realidad.

Bibliografía empleada:

  • «Knitted octopuses inside the incubators, a non-evidence based viral practice», publicado en la revista médica Early Human Development en febrero de 2019 (link).
  • «Bacterial Colonization of Toys in Neonatal Intensive Care Cots» publicado en la revista médica Pediatrics en el año 2000 (link).
  • «Los púlpitos», publicado en Mi Reino por un caballo de JM LLoreda (link).
  • «Púlpitos solidarios para bebés prematuros: una moda innecesaria, peligrosa e infantil», publicado en Hipertextual en abril de 2017 con entrevistas a médicos expertos en el cuidado de bebés prematuros (link).
  • «Pulpos de ganchillo para los bebés prematuros: Una iniciativa controvertida», publicado en Etapa Infantil (link).
  • «El boom de los pulpitos solidarios y su eficacia no demostrada científicamente», publicado en El Español (link).