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¿Paracetamol o ibuprofeno?, ¿qué es mejor para mi hijo?

Pastillas

Fuente: Pixabay

Cuando un niño tiene fiebre o le duele algo siempre surge la misma duda: ¿qué será mejor para mi hijo: el paracetamol o el ibuprofeno?. De hecho, hay padres que afirman que a sus hijos el paracetamol «no les hace nada» y siempre optan por el ibuprofeno o al revés.

Cierto es que ambos sirven para calmar el dolor y bajar la fiebre pero presentan algunas diferencias que es bueno conocerlas. En este post os contaremos cuáles son para que podáis elegir uno u otro en función de lo que les pase a vuestro hijo.

¿Qué es el paracetamol?

El paracetamol es el fármaco más empledado a nivel mundial para tratar la fiebre y el dolor. Tiene la ventaja de que puede emplearse a cualquier edad, incluso en recién nacidos.

Tras su administración, empieza a hacer efecto a los 30-60 minutos, consiguiendo un efecto máximo a las 3-4 horas. Si nos fijamos en la fiebre, el paracetamol consigue descender entre 1 y 2ºC de temperatura en la gran mayoría de los niños (por lo que tampoco esperes que tu hijo se quede en 36ºC si partía de 40ºC…) Dependiendo de la dosis administrada, se puede repetir cada 4-6 horas.

A pesar de que es un fármaco muy seguro si se emplea a la dosis correcta, el paracetamol es la primera causa de intoxicación en la edad pediátrica (tanto accidental como voluntaria) por lo que debemos estar muy atentos a qué cantidad le damos a nuestros hijos, ya que sus efectos pueden ser graves.

¿Qué es el ibuprofeno?

El ibuprofeno pertenece al grupo de los llamados antiinflamatorios no esteroideos por lo que, además de bajar la fiebre y calmar el dolor, actúa como antiinflamatorio. A diferencia del paracetamol, su empleo suele reservarse para los mayores de 6 meses de edad.

Los tiempos de acción son similares al paracetamol con un pico en torno a la hora de su administración y un efecto máximo al cabo de 3-4 horas. Su intervalo entre dosis es de 6 a 8 horas.

Los efectos secundarios del ibuprofeno son algo más frecuentes que los del paracetamol aunque suelen ser de carácter leve.

¿Y qué es mejor: paracetamol o ibuprofeno?

La Asociación Española de Pediatría recomienda el paracetamol como primera opción para tratar la fiebre y el dolor. En el caso de que además de estos dos síntomas existiera inflamación, el empleo del ibuprofeno como primera opción estaría justificado.

Aunque existen estudios que han observado que el ibuprofeno es ligeramente superior para bajar la fiebre frente al paracetamol, sin embargo, pocos de ellos valoran la mejoría en el estado general del niño. Por ello, a la hora de elegir un antitérmico en un niño concreto debemos basarnos en la preferencia del niño y si existe o no cierto grado de inflamación asociada.

Por el contrario, en procesos en los que existe un componente importante inflamatorio, como en un esguince o una una otitis, debemos utilizar el ibuprofeno en primer lugar.

¿Y si no le baja, puedo alternarlos?

Cuando un niño tiene fiebre, el objetivo principal de todos lo padres es volver a los 36ºC como si con ello consiguieran que la infección que está provocando el cuadro clínico se solucionara antes. En ese intento, muchos padres se plantean la opción de dar de forma combinada el paracetamol con el ibuprofeno. Sin embargo, tenéis que saber que esto es un error.

El objetivo de tratar la fiebre en los niños es mejorar su estado general. Cuando un niño tiene fiebre suele estar decaído e irritable y por eso, bajarle la temperatura, es lo adecuado para que se encuentre mejor. Por ello no está recomendado alternar paracetamol con ibuprofeno en un intento de bajar a toda costa la fiebre ya que lo que buscamos siempre es mejorar el estado general del niño y no la cifra que nos marca el termómetro. En el caso de que a las 3-4 horas de haberle administrado paracetamol o ibuprofeno el niño continúe con una temperatura mayor de 38ºC y persista decaído, de forma puntual se podría administrar el otro fármaco, pero esto no sería alternarlos como la mayoría de la gente entiende, sería más bien darle un rescate.

Si quieres saber más sobre la alternancia de paracetamol e ibuprofeno puedes consultar este otro post de nuestro blog.

¿Y es mejor darlo en jarabe o comprimidos?

Las dosis en pediatría se calculan por peso y luego se decide, dependiendo de si el niño es capaz de tomar una pastilla, si se administra de una forma u otra. Los jarabes existen porque los niños pequeños no suelen ser capaces de tomarse los comprimidos, en general hasta los 10-12 años, por lo que hasta que llegue ese momento, los padres soléis emplear los jarabes.

Sin embargo, comprimidos y jarabes son equivalentes por lo que no existe un limite de edad para emplear unos u otros, teniendo en cuenta que la dosis siempre debe estar ajustada al peso.

Debido a que una de las causas principales de errores en la administración de este tipo de fármacos se debe a que los padres recuerdan de memoria la última cantidad que le dieron a su hijo de paracetamol o ibuprofeno, de forma deliberada, hemos decidido no incluir en este post las dosis por peso de cada uno de los fármacos para que sea vuestro pediatra el que os indique qué cantidad debéis dar a vuestros hijos en cada momento. Tambien podéis calcular la dosis de uno y otro según el peso y la marca comercial del jarabe en esta calculadora de la Comunidad de Madrid (Link).

Fuente: Dos Pediatras en Casa G.O

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Fuentes:

  • Effectiveness of paracetamol versus ibuprofen administration in febrile children: A systematic literature review (Link).
  • Manual de Intoxicaciones de la SEUP (Link).
  • Pediamecum Paracetamol (Link) e Ibuprofeno (Link).

¿Por qué mi pediatra siempre dice que es un virus?

Pediatra

Fuente: Pixabay

Una de las frases más repetidas cuando los padres salen de la consulta del pediatra y llaman a los abuelos para dar noticias de cómo están los peques es la siguiente: «Nada, lo mismo de siempre, que es un virus…». Da igual por lo que hayan acudido al médico: diarrea, mocos, fiebre, tos, dolor de garganta, manchitas en la piel…, el diagnóstico (casi) siempre es el mismo: un virus.

Muchos padres dudan de este diagnóstico tan poco preciso, sobre todo cuando malinterpretan que, por ejemplo, tener fiebre alta o el moco verde tiene que deberse a una infección provocada por un microorganismo que necesita antibiótico, es decir a una bacteria.

En el post de hoy queremos contaros por qué casi siempre que un niño tiene una infección es por un virus y por tanto, el tratamiento será analgésicos, antipiréticos y muchos cuidados de mamá y papá mientras dura el proceso.

Empecemos por el principio… ¿qué es una infección?

Un error frecuente que comenten los padres es asociar la palabra «infección» con la necesidad de un tratamiento antibiótico, pero nada más lejos de la realidad.

Las infecciones son aquellas enfermedades que están provocadas por un microorganismo, ya sea éste una bacteria, un virus, un parásito o un hongo. Las dos últimas son poco habituales en pediatría, así que nos quedamos con dos tipos de bichos a tener en cuenta: los virus y las bacterias.

¿Y cómo se tratan los virus y las bacterias?

Por fortuna, las infecciones por virus en individuos sanos (incluidos los niños) no precisan tratamiento para que se resuelvan. Es decir, con un poco de paciencia y un tratamiento sintomático, el sistema inmune hará su trabajo y acabará con ellas en unos días. Por el contrario, la mayoría de las infecciones causadas por bacterias requiere de un tratamiento antibiótico para que sean eliminadas, de tal forma que hasta que no se inicia ese tratamiento el paciente no empieza a mejorar.

Parece que está claro, ¿no?. Si es un virus, tratamiento sintomático. Si es una bacteria, tratamos con antibiótico.

Bueno, vale, ¿y cómo diferencia el pediatra los virus de las bacterias?

Los síntomas y signos de las infecciones por virus y por bacterias son, en muchas ocasiones, muy similares. Aquí es donde entra en juego la probabilidad. Si, si, como lo habéis oído: la probabilidad.

Los pediatras sabemos que la gran mayoría de las infecciones de los niños están provocadas por virus. Al decir la gran mayoría, nos referimos a que cerca del 99% de las infecciones están provocadas por virus. Esto significa que, si no hiciéramos nada acertaríamos casi siempre al decir que lo que le pasa a vuestro hijo se debe a un virus y se va a curar solo.

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Sin embargo, ese 1% restante de infecciones, el que está provocado por bacterias, es lo suficientemente importante como para que vuestro pediatra, antes de deciros que lo que le pasa a vuestro hijo es por un virus, haga una buena historia clínica y una exploración física completa en busca de algún dato que le oriente definitivamente a que la infección está provocada por un virus o, por el contrario, todo se debe a una bacteria, lo que conllevaría un tratamiento antibiótico.

En algunas ocasiones encontraremos enfermedades provocadas por virus que tienen nombre propio, los sospechosos habituales a los que nos hemos referido con anterioridad en este blog. Sin embargo, cuando la infección se debe a un virus que no tiene nombre propio, el pediatra acabará diciendo a los padres que la infección que tiene su hijo «se debe a un virus», así a secas. Sin especificar. Un virus mondo y lirondo.

En esto de la probabilidad hay que hacer una salvedad, los niños más pequeños. En niños con fiebre menores de un mes, la probabilidad de una infección por una bacteria es muchisimo más alta, cercana al 20%. Este porcentaje asciende en los menores de una semana de vida hasta el 40%. Esto justifica que en caso de que un niño menor de 3 meses tenga fiebre sea remitido al hospital para realizar alguna prueba complementaria que arroje luz sobre esa probabilidad con la que trabajamos los pediatras.

¿Y por qué hay virus con nombre propio y otros son virus «a secas»?

El ser humano puede enfermar por muchos virus. Miles de virus podríamos decir. Algunos ejemplos son los enterovirus, el adenovirus, el metaneumovirus, el rotavirus, el virus respiratoria sincitial, el virus de la varicela, el virus del sarampión, el virus del herpes…. y así hasta rellenar una lista interminable.

Como decíamos más arriba, algunos de esos virus darán lugar a una enfermedad concreta reconocible por la historia clínica y la exploración. Por ejemplo, cuando un niño tiene fiebre y manchas en la piel vesiculosas en diferentes estadios hablamos de la varicela, la cual está provocada siempre por el virus de la varicela. Lo mismo ocurre con el herpes labial (sensación de quemazón en el labio con unas lesiones vesiculosas), en este caso, debidas solo al virus del herpes simple. En estos casos en los que la enfermedad es reconocible y tiene nombre propio, vuestro pediatra os dirá tiene tal enfermedad y se debe a este virus.

Sin embargo, la gran mayoría de los virus da lugar a enfermedades inespecíficas, es decir, enfermedades que pueden estar provocadas por muchos virus diferentes. Por ejemplo, fiebre, tos y mocos pueden estar causados por cientos de virus y vuestro pediatra, al hacer el diagnóstico, añadirá la mítica coletilla a la que nos referíamos al principio: «parece un catarro, será por un virus».

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En ocasiones la cosa cambia y al final, lo que al principio parecía un virus, acaba siendo una infección por una bacteria…

Muchos estaréis pensando que en alguna ocasión os han dicho que al principio la infección se debe a un virus pero con el paso de los días, el diagnóstico cambia y al final os dicen que no, que se debe a una bacteria y que hay que dar un antibiótico al niño.

Esto no significa que el pediatra que os vio al principio sea un mal profesional que no supo reconocer que vuestro hijo necesitaba antibiótico. Nada más lejos de la realidad. Lo que pasa es que las enfermedades de los niños no son fotos fijas con las que podemos acertar el 100% de lo que les pasa a vuestros hijos en la primera visita. Como me gusta decir, las enfermedades de los niños son películas y hay que verlas hasta el final para saber si la que empezaba como una película de indios y vaqueros acaba como tal o, por el contrario, se convierte en una película romántica.

Os pongo un ejemplo. Volvamos al niño con fiebre, tos y mocos. Asumamos que la exploración en el primer día de la fiebre es normal y en la historia no destaca nada especial. Lo probable es que se deba a un virus cualquiera que está provocando un simple catarro. Sin embargo, con el paso de los días, la fiebre persiste y al acudir de nuevo al pediatra, este escucha unos ruidos en el pecho y os acaba diagnosticando al niño de una neumonía, con la consecuente necesidad de iniciar un tratamiento antibiótico. Esto no significa que el diagnóstico inicial no fuera certero, significa que los síntomas iniciales de un catarro y una neumonía son iguales en la gran mayoría de los casos. Aplicando la «regla» de la probabilidad que os expliqué antes, lo prudente en la primera visita es diagnosticar al niño de un virus y seguir su evolución. En este caso, la película cambia y el paso de los días arroja nueva información que hacer cambiar el diagnóstico hacia el de nuemonía.

De todo esto se desprende una moraleja, a pesar de que lo másfrecuente cuando un niño tiene una infección es que esté provocada por un virus, debemos estar ojo avizor por si la cosa cambia y pasamos a ese pequeño porcentaje de infecciones que requieren antibiótico.


Para acabar, recuerda siempre los signos de alarma para acudir al médico incluso aunque te hayan dicho que la infección de tu hijo se debe a un virus: mal estado general, dificultad respiratoria, manchas en la piel, decaimiento, vómitos que impiden tomar líquidos…

Recuerdo que  en septiembre de 2021 echó a rodar «Sin Cita Previa», un podcast del que somos presentadores y que seguro que también te pude gustar. Puedes escucharlo en:

¿Cuál es el mejor termómetro para medir la fiebre en los niños?

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Si preguntáramos a las abuelas, seguramente nos contestarían que «como los termómetros de mercurio… no hay ninguno». Y no les falta razón. Sin embargo, desde hace años está prohibida su venta y comercialización, así que, a no ser que tengáis guardado a buen recaudo uno por casa de cuando erais pequeños, es muy probable que os hayáis planteado cuál es el mejor termómetro para tener en casa y medir la fiebre a vuestros hijos cuando se encuentren enfermos. Esto se debe a que el mercurio es un metal tóxico, sobre todo cuando se inhalan sus vapores. El mercurio elemental es líquido a temperatura ambiente y es el que se encuentra dentro de los termómetros. No es tóxico si se toca o se ingiere pero se evapora con facilidad. Por tanto, cuando un termómetro de mercurio se rompe, cabe la posibilidad de que se inhalen los gases que se producen al evaporarse y de ahí vendría la toxicidad… Por tanto, parece razonable buscar una alternativa a los termómetros de mercurio, por un lado por su peligro potencial y por otro porque ya no se venden. En este post encontraéis una revisión de las diferentes opciones disponibles para medir la fiebre de vuestros hijos.

El termómetro de mercurio, un viejo termómetro muy fiable

Como dijimos al principio, ya no están en venta. Sin embargo, se considera que los termómetros de mercurio dan una medición muy fiable de la temperatura corporal. Muchos estudios antiguos demostraron que la medición de la temperatura axilar o rectal con este tipo de termómetros se correlacionaba muy bien con la temperatura central del cuerpo (que es la que realmente importa a los médicos) y por eso eran empleados en la practica habitual para medir la fiebre de los niños. A pesar de lo útiles que han sido durante tantos años, los termómetros de mercurio se rompen con facilidad al ser de cristal, liberando el metal líquido de su interior y pudiendo producir la toxicidad a la que nos referíamos. Debido a su fiabilidad, los nuevos tipos de termómetros se comparan con los de Mercurio, ya que se considera el estándar de medición de temperatura corporal.
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Termómetro de mercurio, el poder de lo antiguo

El termómetro digital, la simplicidad al poder

Los termómetros digitales son una de las opciones para sustituir a los viejos termómetros de mercurio. Son aptos para medir la fiebre a nivel axilar, sublingual y rectal. Su mecanismo se basa en un detector metálico en la punta que se calienta al contacto con la piel del cuerpo, dándonos la lectura al cabo de unos segundos en una pantalla digital. Estos termómetros dan una aceptable correlación con los de mercurio. Sin embargo, en ocasiones fallan, pudiendo variar hasta dos grados con la temperatura real del cuerpo. Un problema frecuente es que algunos pitan muy rápido sin que de tiempo a que detecten todo lo caliente que está el niño, pero si dejas el termómetro un poco tras el pitido acaba subiendo algunas décimas hasta la temperatura real. Aun con todo, son termómetros fiables y baratos, ya que su precio suele rondar los 5€. En nuestra experiencia, son útiles incluso en niños pequeños, y muchos de ellos tiene la punta flexible para que sea más cómodo colocarlos. Otra ventaja es que son pequeños y se transportan con facilidad.
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Termómetro digital, lectura rápida y mediciones fiables

El termómetro del oído, lo moderno no siempre es mejor

Los grandes avances de la tecnología se han ido aplicando poco a poco a los dispositivos médicos de uso domiciliario, y los termómetros es un buen ejemplo. Sin embargo, también son un buen ejemplo de que algo con «más tecnología» no tiene por qué ser mejor. Los termómetros del oído funcionan gracias a la medición de la energía infrarroja emitida por el tímpano, la cual varía en función de la temperatura corporal. El dispositivo, mediante una formula matemática, nos dará el equivalente en grados centígrados de la temperatura del niño. Tienen de cómodo que la lectura de la medición se hace en muy pocos segundos, sin embargo, la correlación con la medición real puede variar hasta casi un grado -tanto por encima como por debajo- de la temperatura real del cuerpo. A esto hay que sumar que en los niños pequeños, en general por debajo de los 3 años, es difícil colocarlo en posición correcta debido a que el oído de los niños pequeños es estrecho y no queda colocado a la distancia correcta del tímpano dando lecturas de temperatura más bajas de las reales. Son termómetros caros, con un precio que oscila entre 25 y 50€, lo que unido a lo anterior no hacen del termómetro de oído la mejor opción para tener en casa.
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Termómetro de oído por infrarrojos, alto precio y poco fiable en niños pequeños.

El termómetro infrarrojos de la frente, una opción cara en desarrollo

En los últimos años han aparecido los termómetro de frente. Miden la temperatura a través de la energía infrarroja emitida cerca de la zona de la sien para estimar la fiebre. Estudios recientes muestran que se correlaciona de manera razonable con la temperatura corporal real. Tienen forma de pistola que se apunta a la sien y tras unos segundos tendremos la medición en una pantallita. Son termómetros cómodos y fáciles de utilizar en niños. Como pasaba con el termómetro de oído, son caros. Su precio varía entre los 30 y 50€, por lo que hay que valorar si realmente merece la pena comprarse uno de éstos.
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Termómetro de frente, una opción cara de reciente aparición.

El termómetro de galio, la vuelta a los orígenes

Tras la prohibición de los termómetros de mercurio, la industria ha buscado un sustituto que midiera de manera fiable la temperatura corporal, y parece que con los termómetros de galio lo han conseguido. Para ser justos deberíamos decir que son termómetros de Galistán, una aleación entre galio, indio y estaño que es líquida a temperatura ambiente. Estos tres metales presentan muy baja toxicidad, lo que los convierte en un excelente material que no supondría un peligro en caso de entrar en contacto con una persona. Su «tecnología» es idéntica a la de los termómetros de mercurio. Al calentarse el Galistán corre por el termómetro de cristal dando una lectura de temperatura en unos 5 minutos en una escala numérica. Como ya hemos dicho, la gran mayoría de los estudios realizados muestran una buena correlación comparados con las mediciones de los termómetros de mercurio. Otra ventaja es que tienen un precio muy razonable que oscila entre los 5 y 10€, lo que les convierte en una muy buena opción para tener en casa. Como inconvenientes destacamos que son frágiles al ser de cristal y que, como hemos dicho, requieren de varios minutos hasta que terminan de subir. Además, muchas personas encuentran dificultades para volver a ponerlo a cero.
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Termómetro de galio, similares a los de mercurio pero sin toxicidad.

El tacto, un elemento de medida fiable

Por último, no debemos minusvalorar el poder de los padres a la hora de detectar fiebre en sus hijos. Más de un estudio ha demostrado que aciertan de manera razonable en una gran mayoría de los casos. Por ejemplo, un estudio (link) encontró que el 84% de ellos eran capaces de reconocer cuando sus hijos tenían fiebre así como un 76% acertaba al decir que no la tenían.
En nuestra opinión de padres, la mayoría de los termómetros digitales que hemos tenido en casa han funcionado de forma adecuada. Por el contrario, los termómetros de última tecnología nos parecen caros y un «cacharro» que no por ser más moderno es mejor. Seguro que los termómetros de galio son fantásticos, pero nos cuesta imaginar a un niño quieto 5 minutos con un termómetro en la axila

Fuente: Dos Pediatras en Casa G.O

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Fuentes:

Intoxicación alimentaria, un clásico del verano

Aunque las intoxicaciones alimentarias pueden ocurrir a lo largo de todo el año, son más frecuentes en verano y pueden echar por tierra las vacaciones que habías planeado para toda la familia.

No es raro que las páginas de sucesos de los periódicos se llenen de noticias de este tipo relatándonos que en nosedonde cuatro miembros de la familia Guzmán han caído intoxicados por una tortilla de patatas en mal estado o que en el festival MadArenaCool, varios jóvenes han tenido que ser atendidos por haber comido en un chiringuito que carecía de las medidas básicas de higiene para procesar alimentos.

Quien más quien menos, todos hemos pasado alguna vez en nuestra vida una intoxicación alimentaria. Sabemos que suelen ser de carácter leve y se resuelven en cuestión de unas horas o pocos días. Sin embargo, no están exentas de riesgos y la deshidratación -su complicación más frecuente– requiere de ingreso hospitalario para su tratamiento. Por sus características, los niños son más propensos a intoxicarse por lo que debemos estar ojo avizor para evitar conductas que podrían provocarlas.

En este post te contamos todo lo que tienes que saber sobre las intoxicaciones alimentarias junto con unas medidas básicas de prevención que todos deberíamos aplicar.

¿Qué produce una intoxicación alimentaria?

Las intoxicaciones alimentarias se producen cuando una persona come o bebe algo que está contaminado principalmente por bacterias (en ocasiones por algún virus). La causa de la contaminación es la presencia de una alta cantidad de bacterias o de sus toxinas en el alimento que ingerimos.

Por tanto, es la ingestión de una gran cantidad de estas bacterias (o toxinas) de golpe lo que produce el cuadro clínico, ya que no somos capaces de destruirlas con nuestros mecanismos de defensa (jugos ácidos del estomago, sistema inmune…) sin que ésta ingestión nos produzcan algún síntomas.

Las bacterias que más frecuentemente están implicadas en las intoxicaciones alimentarias son Escherichia coli, Campilobacter y Salmonella. Y entre los virus, el Norovirus es la estrella.

¿Porqué se contamina un alimento?

La presencia de bacterias en una escasa cantidad en un alimento antes de ser cocinado o ingerido puede ser algo habitual sin que esto condicione una intoxicación, ya que el propio cocinado y los mecanismos de defensa de nuestro cuerpo son capaces de eliminar esa pequeña cantidad de microorganismos y hacer seguro que nos comamos ese alimento. Sin embargo, ante ciertas circunstancias, las bacterias pueden reproducirse y aumentar su numero hasta niveles peligrosos.

Entre las condiciones que provocan una mayor capacidad de reproducción de las bacterias se encuentran la humedad, el calor y el tiempo.

La intoxicación alimentaria se producirá cuando, gracias a esas circunstancias, ingerimos una gran cantidad de bacterias.

Analicemos esas circunstancias por separado.

Todas las bacterias para reproducirse necesitan cierto grado de humedad y de calor. Como ya habréis podido entender, una de las medidas a seguir para evitar que un alimento se contamine es utilizar la nevera a una temperatura adecuada para que el alimento no se estropee y no dejar los alimentos (tanto crudos como cocinados) durante mucho tiempo a temperatura ambiente o expuestos al sol.

En cuanto al tiempo, un alimento se contamina si, además de humedad y calor, se le deja tiempo suficiente para que las bacterias se reproduzcan. En este sentido, será más probable la intoxicación si ingerimos un alimento que lleva varias horas fuera de la nevera que si está recién cocinado.

No hay que ser muy listo para darse cuenta de que humedad, calor y tiempo son tres circunstancias que suelen ocurrir en verano. Un ejemplo:

  • Comida en la playa: humedad y calor
  • Como vamos a la playa cocinamos la comida antes de irnos: tiempo.

Otro buen ejemplo que ilustra lo que no se debe hacer para no exponer a nuestros hijos a una intoxicación es preparar un biberón y dejarlo (con la leche ya preparada) en el calientabiberones para tenerlo calentito para la toma unas horas más tarde, ya que es muy probable que se contamine al darse las tres condiciones básicas (humedad, calor y tiempo). Por ello, los biberones deben ser consumidos de inmediato tras haber sido preparados, como te explicamos en este post.

Con esto que te hemos contado será fácil entender qué medidas debemos tener en cuenta para prevenir una intoxicación alimentaria como te contaremos al final de este post.

A estas tres circunstancias (humedad, calor y tiempo) habría que añadir, como es lógico, unos malos hábitos higiénicos como no lavarse las manos antes de manipular un alimento o al salir del baño.

¿Qué síntomas provoca una intoxicación?

Los síntomas que aparecen en una intoxicación alimentaria son similares a los de una gastroenteritis aguda. Suele aparecer vómitos, dolor abdominal y diarrea. Además pueden acompañarse de malestar general y, en algunos casos, de fiebre.

El periodo que va desde que se ingiere el alimento hasta que aparecen los síntomas puede ser muy corto (unos minutos u horas) o algo más largo (1 o 2 días). La duración del episodio es algo menor que una gastroenteritis, resolviéndose normalmente en 24-48 horas, aunque en algunos casos puede prolongarse varios días.

Como ocurría en las gastroenteritis, la deshidratación es la complicación más habitual en caso de que los vómitos no permitan una ingesta adecuada de líquidos.

¿Cómo saber si tengo una intoxicación?

Como ya hemos dicho, los síntomas son muy parecidos a los de una gastroenteritis aguda y, por tanto, el cuadro clínico no permite diferenciar si se trata de una cosa u otra.

Sin embargo, en la historia clínica suele haber un antecedente de una comida en un restaurante o una cena en casa con algo «en mal estado». Además, varios miembros de la familia o comensales suelen afectarse en un corto periodo de tiempo. Estas dos circunstancias suelen apuntar a la intoxicación como causa de los síntomas del paciente.

Por otro lado, en la gran mayoría de las ocasiones, el alimento contaminado no tiene mal aspecto. Tampoco suele tener un olor raro ni un sabor especial. Por ello, en muchas ocasiones es difícil identificar el alimento que dio lugar a la intoxicación. Sin embargo, ante un caso de intoxicación es adecuado informar a Salud Pública para que puedan investigar y, llegado el caso, evitar un brote.

¿Cuál es el tratamiento de una intoxicación alimentaria?

El tratamiento de una intoxicación es sintomático.

Para la fiebre y el malestar general un analgésico como el paracetamol suele ser efectivo.

Para prevenir la deshidratación es conveniente tomar frecuentemente líquidos, mejor suero de rehidratación oral de venta en farmacias que, como ya os explicamos en otro post, lleva la cantidad de agua, sales y azúcar para rehidratarnos de forma adecuada en caso de enfermedad.

Es muy importante que en el caso de que sea un niño pequeño el que padezca la intoxicación, le ofrezcamos líquidos de forma frecuente y no esperemos a que nos lo pida. Los niños pequeños (al igual que las personas mayores) no tienen bien desarrollados los mecanismos de la sed y tienden a deshidratarse con más frecuencia. Además no suelen tener acceso autónomo al agua por lo que dependen de lo que les ofrezcamos nosotros para mantener un estado de hidratación adecuado.

¿Como se previene una intoxicación?

Para disminuir el riesgo de intoxicación alimentaria hay que seguir unos pasos básicos en cuanto a la manipulación y conservación de alimentos, teniendo en cuenta los principios básicos de higiene y las tres circunstancias que antes os hemos mencionado (humedad, calor y tiempo):

  • Antes de manipular cualquier alimento, lávate las manos.
  • Al volver de la compra debemos guardar los alimentos en el frigorífico y/o congelador que requieran frió para su conservación. Los alimentos crudos (como la carne o el pescado) deben guardarse tapados y por separado de los cocinados.
  • Las bacterias se destruyen con el calor del cocinado por lo que para prevenir una intoxicación cueza, guise, ase o fría los alimentos para que no queden crudos.
  • Debemos evitar los alimentos que tienen más probabilidades de contaminarse como la leche cruda, los huevos crudos y la carne/pescado poco cocinados o crudos. También debemos comer lo antes posible los alientos perecederos.
  • Una vez cocinados, no dejes más de dos horas los alimentos a temperatura ambiente antes de comerlos (mejor hacerlo de inmediato) y nunca, nunca, nunca los dejes expuestos al sol.
  • Una vez que hayamos terminado de cocinar, limpia adecuadamente las superficies que estuvieron en contacto con los alimentos (incluida la tabla de cortar).
  • Respecto a los biberones, no hace falta esterilizarlos, basta con un buen enjuague con agua caliente y jabón para que no queden restos de leche.

Como verás, todas estas medidas las puedes aplicar sin mucha dificultad en casa, sin embargo, algunas intoxicaciones se producen en un local comercial como un chiringuito o un restaurante. Ellos están obligados por ley a aplicar todas estas medidas (y muchas otras) para prevenir las intoxicaciones en sus locales, por lo que no debemos de dudar de la seguridad de comer en ellos. Sin embargo, si la higiene del local te genera dudas o piensas que no han podido cocinar y mantener el alimento de forma adecuada antes de su ingestión es mejor que cambies de local.

¿Cuando debo acudir al médico?

En caso de una intoxicación alimentaria, la gran mayoría de las personas podrán pasar el trago en casa. Sin embargo, en el caso de que pienses que tu hijo está deshidratado debes acudir al pediatra. Los síntomas que nos apuntan a la deshidratación son varios, por ejemplo que tu hijo tenga mucha sed, presente los ojos hundidos, llore sin lágrima, moje menos pañales o deje de hacer pis, presente mal estado general o vomite o tenga diarrea a un ritmo que no le permite tomar suficientes líquidos.


Si quieres saber más sobre cómo prevenir intoxicaciones alimentarias puedes consultar este documento de la Agencia española de consumo, seguridad alimentaria y nutrición.

NOTA: como habrás visto, la imagen de cabecera de este post es una tortilla de patata. No en vano, este es un alimento que frecuentemente es causa de intoxicación alimentaria. Esto se debe a que los huevos son uno de los alimentos que más fácilmente se contamina (en concreto por Salmonella, que suele estar en la cáscara del huevo). Además, la tortilla suele prepararse varias horas antes de ser consumida y muchas veces la dejamos por ahí a temperatura ambiente o la metemos en un tupper y la echamos a la mochila hasta que nos la comemos. Por tanto, es un buen ejemplo de alimento que potencialmente puede provocar una intoxicación.

El copyright de la imagen de cabecera del post pertenece a Alissa Sison bajo una licencia CC BY-NC 2.0)

Prematuridad, ¿qué significa que un bebé nazca antes de tiempo?

En las últimas semanas hemos leído en la prensa muchos artículos sobre qué significa ser un bebé prematuro y, aunque la gran mayoría de ellos están bien planteados y los datos que utilizan son correctos, no dejan de estar escritos por un periodista que nunca ha trabajado en una Unidad de Cuidados Intensivos Neonatales y, por tanto, no conocen de primera mano lo que es el día a día de cada uno de estos niños o el miedo que viven sus familiares durante el ingreso hospitalario.

La tasa de prematuridad en España ronda 7,5%, una de las más bajas de la zona europea y muy por debajo de la estadounidense que se sitúa en el 12,5%. Si tenemos en cuenta que en España hubo cerca de 400.000 partos en 2017, eso significa que nacieron en torno a 30.000 niños prematuros. Estás cifras deben poner en valor la magnitud del tema sobre el que escribimos hoy.

En este post hemos querido hacer un resumen de lo que significa la prematuridad y cuáles son las enfermedades más frecuentes que padecen estos niños de tal forma que sea accesible para alguien que no sea médico. Ya sea porque has llegado a este texto por curiosidad o porque has tenido un hijo prematuro, seguro que te resulta interesante.

¿Cuándo se puede decir que un bebé es prematuro?

Un embarazo dura de media 280 días o lo que es lo mismo, 40 semanas. Sin embargo, se considera que el embarazo es a término si el bebé nace entre la semana 37 y la 41+6 de gestación (+6 días significa que son 41 semanas y 6 días).

Por el contrario, los niños nacidos antes de la semana 37 se les considera pretérmino o prematuros y a aquellos que lo hacen por encima de la semana 42, postérmino.

Si nos centramos en los niños prematuros, consideramos prematuros extremos a aquellos nacido por debajo de la semana 27, muy prematuros entre la 28 y la 32 y moderadamente prematuros a aquellos que lo hicieron por encima de la semana 32. Se reserva el término prematuro tardío a los nacidos entre la semana 34 y 37 (ya que este grupo, aunque puede sufrir algunas complicaciones, son menos habituales las que pueden condicionar el resto de su vida). Estas distinciones son importantes porque la mortalidad del niño al nacer y las secuelas son mayores cuanto más prematuro sea un bebé.

Como ya te habrás dado cuenta, los médicos no nos referimos a estos niños como seismesinos, sietemesinos… términos muy empleados en la sociedad. Esto es debido a que el pronóstico de estos niños varía mucho de semana en semana por lo que hablar de mes en mes no tiene mucho sentido.

Pero no todo es la edad gestacional ya que no es lo mismo nacer de 34 semanas pesando 2.500 gr que 1.200 gr o de 26 semanas con 800 gr que con 450 gr. A este respecto, los niños nacidos con menos de 1.500 gramos de peso se les considera de muy bajo peso al nacer, otro de los condicionantes para una evolución menos favorable independientemente de la edad gestacional.

Teniendo en cuenta la edad con la que nace un prematuro y su peso, si no ocurren grandes complicaciones, podemos estimar cuánto tiempo requerirán de ingreso antes de poder irse a casa. Si tenemos en cuenta que el alta suele ocurrir cuando llegan a una edad corregida de 38 semanas, basta con hacer la cuenta. Por ejemplo, un prematuro de 28 semanas estará ingresado entre 2 y 3 meses, uno de 24 semanas entre 4 y 5 meses y uno de 34 semanas aproximadamente un mes.

¿Cuál es el límite inferior para decidir reanimar al bebé?

Otro dato importante es conocer a partir de qué semana de gestación los niños son «viables», es decir, que tengan probabilidad de sobrevivir con unas secuelas aceptables. En España, la gran mayoría de los autores coincide en que por encima de la semana 25 de gestación (en torno a los 6 meses de gestación) los niños prematuros deben ser reanimados debido a la alta tasa de supervivencia y la relativa baja probabilidad de secuelas. Sin embargo, entre la semana 23 y 24 existe una sombra gris en la que la mortalidad se dispara y, en caso de que los niños sobrevivan, lo harán con importantes secuelas. En estos casos, los mismos autores coinciden en que está justificado proponer a los padres una conducta no activa y decidir con ellos las medidas a llevar a cabo. Además, el peso siempre será un limitante de la actuación. En caso de un peso estimado inferior a 400 gramos la viabilidad del niño suele verse comprometida.

Os preguntareis porqué ese límite en las 23 semanas y/o los 400 gramos. Por desgracia, la medicina no ha evolucionado lo suficiente como para sacar adelante a esos niños con una calidad de vida adecuada, de ahí que se haya puesto ese límite en este momento.

¿Cuáles son las causas de prematuridad?

Conocer la causa de la prematuridad del bebé es importante porque dependiendo de ésta, el bebé puede necesitar una serie de medidas especiales.

En general se clasifican en tres grandes grupos. El primero de ellos es por «causa materna» y agruparía aquellas condiciones previas al embarazo que condicionan el parto prematuro. Algunos ejemplos son enfermedades crónicas en la madre, madres con edad mayor a 35 o inferiores a 17 años, exceso de ejercicio físico o estrés durante el embarazo. Un segundo grupo serían debidas a «causa fetal», como son las malformaciones congénitas o muchos síndromes. Y por último, las «derivadas del propio embarazo», que por cierto, son las más frecuentes. En este último grupo se encuentran enfermedades como la diabetes gestacional o la preclampsia, los embarazos múltiples o las infecciones del útero materno. Esta última condición, conocida como coriamnionitis, es responsable de la gran mayoría de los partos prematuros en los que no se encuentra otra causa clara.

¿A qué se enfrenta un bebé prematuro al nacer?

Los riesgos a los que se enfrenta un bebé al nacer prematuro son muchos, desde que fallezca hasta que tenga complicaciones que condicionen el resto de su vida. Esto se debe a que toda la maduración que tiene que hacer un recién nacido prematuro (ya sea por unos días o por muchos meses) lo va a hacer fuera de donde la naturaleza ha diseñado que tiene que ser, es decir, en el útero materno. Por ello intentamos realizar lo que se conoce como CDC, Cuidados Centrados en el Desarrollo, protegiéndoles del ruido y la luz, favoreciendo el contacto materno mediante el método canguro, etc.

Esa maduración que le falta al prematuro la debe hacer en unas condiciones que los médicos tratamos que sean lo más parecidas posibles al vientre materno, pero que por desgracia distan mucho de serlo. Esto provoca que ese desarrollo de órganos sea muy diferente a lo que ocurre dentro del útero materno. Toda esa alteración de la maduración puede afectar al cerebro, el corazón, los pulmones, los riñones, los ojos, el intestino… y condicionar muchos cuidados especiales a lo largo de su vida.

Pero como ya hemos apuntado más arriba, no es lo mismo nacer con 35 semanas (los cuales no suelen requerir ingreso hospitalario ni presentar grandes complicaciones a corto o largo plazo) que con 25 (en los que un ingreso en una unidad de cuidados intensivos neonatales está garantizado), ya que cuanto más prematuro sea un niño más probabilidad de complicaciones tendrá.

Además, a toda esa «alteración» de maduración que se produce al nacer de forma prematura hay que añadir una serie de riesgo derivados de la propia atención médica como son las infecciones nosocomiales (las que se producen por el propio acto médico), el daño producido por el oxígeno que, aún siendo necesario, les administramos, recibir nutrición parenteral, accesos venosos… que en muchos casos son una gran parte del problema de los partos prematuros.

¿Y cuántos bebés prematuros sobreviven?

La tasa de superveniencia global de un prematuro es muy alta debido a que la mayoría de los niños que nacen prematuros lo hacen por encima de la semana 28 de gestación. Sin embargo, estas cifras varían enormemente por debajo de esta edad gestacional. La mortalidad global de la prematuridad alcanza el 19%. Esto se debe a que la mitad de los niños nacidos antes de la semana 25 fallecen en su evolución. Sin embargo, la mortalidad mejora sustancialmente a partir de la semana 28, la cuál desciende por debajo del 10%, hasta hacerse inferior al 1% por encima de la semana 32.

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En estas gráficas se puede observar la mortalidad de los niños prematuros según su edad gestacional (Fuente: Informe de mortalidad y causa de muerte por edad gestacional, comisión de mortalidad y grupos de GEN Año 2010)

¿Qué porcentaje de bebés prematuros sobrevive con discapacidad?

Además de la supervivencia, la otra gran preocupación de los padres cuando tienen un niño prematuro es el grado de discapacidad que tendrá en un futuro, ya que esto es lo que va a condicionar cómo será su vida una vez que sea dado de alta del hospital.

De entre todas las enfermedades a las que se enfrentan estos bebés, la discapacidad neurológica es la más importante, la gran mayoría de las veces manifestada como parálisis cerebral, la cual provoca un déficit motor y, en muchos casos, asociado a un déficit intelectual, ya que es el mayor condicionante para el grado de dependencia que desarrollarán a medida que crezcan.

Al igual que pasaba con la mortalidad, a menor edad gestacional, más probabilidades de padecer una discapacidad neurológica. Como ya explicamos en un punto anterior, esto se debe a que la maduración final del cerebro del bebé prematuro ocurrirá en una condiciones que nos son las óptimas para ello junto con otros eventos propios de la prematuridad, como son el sangrando intracraneal y los infartos cerebrales. En general, las lesiones que condicionan esa discapacidad son muy frecuentes cuando un niño nace por debajo de la semana 28 de gestación. De manera global, la parálisis cerebral tiene una incidencia de 2-3 por cada 1.000 recién nacidos vivos y se dispara a 40-100 por cada 1.000 recién nacidos pretérminos extremos o muy bajo peso. De hecho, se presenta en 82 de cada 1.000 prematuros nacidos por debajo de la semana 28 y en 43 de aquellos que lo hacen entre la semana 28 y 31. Por debajo de esta edad gestacional, menos de 27 semanas, se dispara a más de 100 por cada 1.000 nacidos y más de 200 por cada 1.000 en los que nacen por debajo de la semana con 24. Además, si nos fijamos en el peso, 50 de de cada 1.000 niños nacidos con menos de 1.000gr de peso la acabarán desarrollando.

Uno de los grandes retos al que nos enfrentamos los neonatólogos con estos niños y que los padres a menudo demandan es predecir el grado de daño neurológico que va a presentar ese niño en el futuro. Sin embargo, a veces es difícil dar una respuesta concreta ya que el desarrollo cerebral continúa hasta bien entrada la infancia y, por tanto, saber lo que va a ocurrir en 1 o 2 años se convierte en algo difícil. Como bien sabéis, un bebe recién nacido ni se sienta solo, ni camina, ni habla, ni come con un tenedor… es decir, su desarrollo neurológico no está completado al nacer. En algunos niños prematuros sabremos que su desarrollo neurológico no va a ser completo ya que desde el principio hemos observado alguna lesión que puede predecir que presentará daño neurológico futuro sin poder predecir cuánto, pero en otros, deberemos dejar pasar del tiempo e ir viendo como realizan el desarrollo neurológico para poder afirmar con certeza el grado de afectación que van a presentar en caso de que finalmente ocurra. En este punto, el neurólogo infantil es de suma importancia ya que irá observando el desarrollo del niño para que, en cuanto detecte una ligera alteración, derivar al paciente a rehabilitación y atención temprana. La atención temprana además será recomendable en general para todos los niños por debajo de las 32 semanas de edad gestacional al nacer.

Otras enfermedades asociadas a la prematuridad

Además de la discapacidad neurológica, cuando un bebé nace antes de tiempo se enfrenta a una serie de enfermedades que pueden ocurrir tanto en su evolución en el hospital como una vez que es dado de alta. Al igual que pasaba con la mortalidad y la discapacidad neurológica, será más frecuente que aparezcan cuanto más prematuro sea el niño.

  • Sistema respiratorio: el pulmón termina su maduración tarde dentro del útero materno, en torno a la semana 36. Este hecho provoca que la gran mayoría de los niños prematuros nazcan con cierto grado de «enfermedad respiratoria». Muchos de ellos precisan de asistencia respiratoria con ventilación mecánica invasiva. A pesar de los esfuerzo médicos, algunos acaban desarrollando lo que se conoce como displasia broncopulmonar, enfermedad respiratoria que padecen algunos niños prematuros dependientes de oxígeno durante los primeros meses y/o años de vida y que condiciona hiperreactividad bronquial importante en los primeros años de vida.
  • Sistema circulatorio: tras el nacimiento de un bebé, el sistema circulatorio debe adaptarse a un ambiente nuevo: el niño pasa de estar en el líquido amniótico, donde su «pulmón» era la placenta, a respirar por sí mismo. Para ello, el corazón debe adaptarse cerrando una serie de conductos cercanos al corazón que permitían que la sangre se oxigenara sin pasar por los pulmones. En algunos niños prematuros esto no ocurre dando lugar a lo que se conoce como ductus arterioso persistente. En ocasiones puede tratarse con medicación pero en otras debe ser cerrado mediante cirugía.
  • Sistema digestivo/nutricional: los recién nacidos pretérmino no desarrollan la succión-deglución hasta la semana 34-35 de edad gestacional y precisan muchas veces ser alimentados por una sonda que llega hasta el estómago, y a menor edad gestacional mayor número inicial de días de alimentación parenteral. Además, todos los niños prematuros están en riesgo de desnutrición ya que requieren mayor numero de calorías que un recién nacido a término para mantener una adecuada velocidad de crecimiento. Para ello es fundamental un abordaje nutricional que permita un desarrollo corporal adecuado que conllevará un mejor neurodesarrollo. Muchos niños deben recibir nutrición parenteral hasta que se realice la transición a alimentación oral por sonda nasogástrica con leche materna fortificada o con fórmulas especialmente preparadas para los recién nacidos y posteriormente por boca. El empleo de leche materna previene la enterocolitis necrotizante, enfermedad del tubo digestivo típica de los recién nacidos pretérminos que ensombrece el pronóstico y en muchas ocasiones requiere cirugía.
  • Sistema hematológico: debido al nacimiento prematuro, estos bebés disponen de pocas reservas de hierro y junto a las múltiples extracciones sanguíneas que requieren estos niños, condiciona anemia y, en muchas ocasiones, necesitan  transfusiones sanguíneas. Los protocolos actuales intentan paliar esta anemia administrando hierro oral a todos los niños prematuros hasta al menos la diversificación alimentaria (6 meses de vida de edad corregida).
  • Retinopatía: nacer antes de tiempo puede condicionar que la vasculatura retiniana se forme de manera inadecuada provocando un desprendimiento de retina y finalmente algún grado de ceguera en el niño prematuro. Los protocolos actuales contemplan revisiones frecuentes de estos niños y el tratamiento con láser antes de que la enfermedad evolucione a un estado irreversible.

Por último, pero no menos importante, debido a que un niño prematuro requerirá de su manejo en una unidad neonatal en donde se realizarán manipulaciones para extracciones sanguíneas, ventilación mecánica o el mero hecho de estar ingresados en el hospital, condiciona un mayor riesgo de que estos niños sufran alguna infección de origen hospitalario. Además, su sistema inmune estará menos desarrollado que el de un niño nacido a término, por lo que el pronóstico de estas infecciones habrá que tomárselo siempre con cautela.

Y cuando me dan de alta, ¿qué?

Cuando un niño prematuro se va de alta del hospital es porque los cuidados que estaba recibiendo ya no son necesarios o, al menos, pueden continuarse en domicilio a cargo de sus padres.

Como ya hemos dicho, el alta suele ocurrir en torno a la semana 38 de edad gestacional corregida y/o con más de 2.000gr de peso.

El camino que debe recorrer el niño prematuro durante el resto de su infancia es largo. Con suerte, no habrá sufrido ninguna complicación y bastará con hacer un seguimiento desde consulta para comprobar que el crecimiento y el desarrollo neurológico es el adecuado. Por el contrario, en niños muy prematuros, requerirán de cuidados habituales por parte de sus padres así como visitas frecuentes a diversos especialistas infantiles.

Sin embargo, cada bebé prematuro es un mundo. Así que, no anticipemos sobre qué va a necesitar éste o aquél y esperemos que vayan ocurriendo las cosas para, en ese momento, decidir hacer una intervención.


En resumen, aquellos niños que nacen antes de tiempo deben completar la maduración que han dejado de hacer en el útero materno. Realizar esa maduración en un lugar distinto condiciona una serie de alteraciones que, en mucho casos, se traducen en enfermedades. Dependiendo del grado de prematuridad con el que nazca cada niño, estas enfermedades podrán ocurrir más frecuentemente o incluso, en aquellos niños que nacen por encima de la semana 34, en muchas ocasiones no llegan a presentarse. El cuidado de estos niños requerirá un esfuerzo inmenso tanto por parte de los médicos pediatras como de sus padres, intentando que la calidad de vida futura se acerque lo máximo posible a la de un niño sin ninguna enfermedad.

El copyright de la imagen de cabecera del post pertenece a Unicef Ethiopia bajo una licencia CC BY-NC-ND 2.0.

Las vacunas NO provocan autismo

El autismo, o mejor dicho, el trastorno del espectro autista (TEA), es un trastorno caracterizado por dificultades en la comunicación y la socialización junto con una conducta anómala que conduce a intereses restringidos y, en algunas ocasiones, movimientos estereotipados. El cerebro de estas personas maneja de forma distinta la información que recibe desde el entorno así como la que quieren expresar, lo que a la postre da lugar a las características que hemos mencionado.

La causa (o causas) del porqué de este trastorno todavía no se conocen al 100%. Se ha implicado una serie de genes y también unos cuantos síndromes bien definidos y conocidos con este trastorno. Sin embargo, en una gran mayoría de los casos de las personas que presentan TEA, no se encuentra una causa que lo justifique.

Lo que si está claro y más que demostrado es que las vacunas NO provocan autismo. Seguramente habrás oído a algún padre que ha decido no vacunar a sus hijos porque tienen «miedo de que les provoque autismo» o que han leído en nosequé periódico una noticia que pone en duda la seguridad de las vacunas a este respecto.

Desgraciadamente, porqué se ha relacionado autismo y vacunas es uno de los episodios más tristes de la historia actual de la medicina. Un episodio marcado por la codicia de un médico que quiso beneficiarse económicamente del miedo de los pacientes. En este post encontrarás la verdadera historia de como se fraguó una de las grandes mentiras de la medicina y del daño que ha generado.

El artículo del Dr. Wakefield, el origen de todo

En el año 1998, la reputada revista The Lancet (para que te hagas una idea, esta revista es a la medicina lo que el Hola a farándula) publicó un estudio clínico titulado «Ileal-lymphoid-nodular hyperplasia, non-specific colitis, and pervasive developmental disorder in children» (en español, Hiperplasia ileal nodular linfoide, colitis no específica y desorden generalizado del desarrollo en niños) firmado por el mencionado Dr. Wakefild. Bajo este título se presentaba un estudio que el que se investigaba la relación en niños con trastornos del comportamiento y alteraciones digestivas.

Entre las conclusiones del artículo, que incluía solo a 12 pacientes presuntamente sanos antes de entrar en el estudio, se relacionaba una serie de factores con la aparición de trastornos del comportamiento (básicamente autismo). Y entre uno de esos factores figuraba que la vacuna triple vírica (sarampión, paperas y rubeola o MMR por su nombre en inglés) era la causante de este trastorno.

Os podeis imaginar el revuelo que creó en aquella época un resultado como éste, ya que miles de niños recibían a diario esta vacuna. Fue la gota que colmó el vaso para el conocido como «movimiento antivacunas». A raíz de este artículo, este movimiento se hizo más potente y la información corrió como la pólvora generando la duda a millones de padres en todo el mundo de si vacunar a sus hijos era lo correcto. Han pasado 20 años desde entonces y pediatras, médicos, enfermeras y demás personal sanitario todavía tenemos que luchar a diario para convencer a muchas de estas familias de que ese argumento que relacionaba vacunas y autismo fue fruto de una trama fraudulenta encabezada por el Dr. Wakefield.

Una trama fraudulenta para enriquecerse con el miedo de los pacientes

Tras la publicación de este artículo, sociedades científicas y reputados investigadores empezaron dudar de la fiabilidad de los resultados del estudio de Wakenfield, a pesar de ello, la revista que había publicado el artículo se negaba a retirarlo. Sin embargo, dicen que el tiempo pone a cada uno en su sitio, aunque a veces se tenga que esperar más del tiempo que uno querría.

El héroe en esta historia es un periodista llamado Brian Deer.  Poco a poco fue investigando y finalmente publicó una serie de artículos en el periódico The Times que destapaban la trama fraudulenta del Dr. Wakefield. Por un lado había manipulado los resultados del estudio para poder relacionar la vacuna MMR con el autismo, pero además descubrió que el doctor había incluido en el estudio a niños que ya presentaban este trastorno antes de ser vacunados, es decir, no eran pacientes sanos.

En el año 2004, la propia revista The Lancet reconocía que el artículo original nunca debió ser publicado. Sin embargo, no fue hasta el año 2010 en el que la revista no se retractó del artículo. En medicina, cuando una revista se retracta significa que retira el apoyo al mismo, es decir, que no da por válidos los resultados del mismo.

Pero, ¿cuales eran los intereses verdaderos del Dr. Wakefield?

Lo más triste de todo son los motivos que llevaron al Dr. Wakenfield a cometer este fraude publicando unos resultados que se alejaban al máximo de lo que debería ser un estudio de calidad científica. Como en la gran mayoría de sucesos de este tipo, detrás de todo esto solo había dinero y motivaciones económicas

El periodista Brian Deers destapó que toda esta trama que había urdido el doctor solo tenía una motivación: enriquecerse. Había diseñado un plan para «tratar» a esas personas con autismo que lo habían desarrollado después de la vacuna a través de nuevos nuevos estudios y fármacos que, por supuesto, cobraría a precio de oro jugando con la esperanza de los padres de ver como mejoraría la salud de sus hijos.

Por eso, nos referimos al Dr. Wakefield como uno de los grandes canallas de la medicina. Nuestra profesión está al servicio de las personas que tratamos con intención de mejorar su vida. Como en cualquier profesión es muy lícito querer enriquecerse, incluso dar un pelotazo con una patente y retirarse, pero el objetivo debe ser siempre mejorando la calidad de vida de las personas. Como médicos tenemos un gran poder pero tenemos el deber de poner ese poder al servicio de nuestros pacientes y no dejarles de lado utilizándolos como una herramienta para hacer dinero.

En el año 2010, el mismo en el que se hizo el retracted al artículo de Wakefield, el Consejo General Medico de Reino Unido decidió retirar su licencia médica, lo que le impidió ejercer como médico en ese país desde entonces.

En el año 2011, la revista The British Medical Journal (otra de las grandes de la medicina) publicó dos artículos que resumen todas las investigaciones de Brian Deers como colofón a todo esta (desgraciada) historia sobre el fraude de las vacunas y el autismo. Si sabes inglés te pueden resultar muy interesantes (son este y este). También puedes entrar en la página del periodista para ampliar información (link).

El daño ya está hecho, está en nuestra mano revertirlo

Pese a que han pasado ya mucho años desde que se destapó la mentira de las vacunas y el autismo, el daño que generó el Dr. Wakefield ha perdurado hasta nuestros días. Sociedades pseudocintíficas utilizan las conclusiones de su artículo para abanderar su lucha contra las vacunas, convenciendo a miles de personas en el mundo de que no deben vacunar a sus hijos.

En España se calcula que uno de cada 30 niños no recibe las vacunas que debería por el miedo de sus padres a las mismas. Con ello se pone en peligro la vida de, no solo el niño que no se vacuna porque sus padres no quieren, sino también de todos nosotros al ser los primeros un posible vector de una enfermedad. Gracias a las vacunas muchas enfermedades están controladas, incluso alguna erradicada como la viruela, y han pasado a solo estudiarse en libros. Sin embargo, si dejamos de vacunar a nuestros hijos, muchas de esas enfermedades volverán con todo lo que ello supone. Así que, vacunad a vuestros hijos sin miedo ya que es una de las mejores cosas que podéis hacer por su salud.


Si nos lees habitualmente sabrás que nosotros defendemos la seguridad y la eficacia de las vacunas. Seguramente tu pensarás como nosotros y, salvo contarte la historia de por qué se relaciona vacunas con autismo, poco o nada te ha podido aportar este post. Sin embargo, está en tu mano difundir ésta o cualquier otra información que pueda ayudar a convencer a todos esos padres que no vacunan a sus hijos de que están equivocados. Nosotros contamos contigo, juntos podremos conseguirlo.

Otros recursos de interés:

  • Te dejamos por aquí un enlace que habla sobre la historia del movimiento antivacunas que nos ha parecido muy interesante (link).
  • Puedes consultar también nuestra entrada sobre los otros mitos y leyendas que existen en torno a las vacunas (link).
  • Y en este otro puedes encontrar información sobre qué es el Tratorno del Espectro Autista (link)

Otitis externa: cuando duele el oído en verano

Con la llegada del verano y la época de las piscinas, son muchos los niños que se quejan de dolor en el oído provocado por una otitis externa. Es importante conocerlas ya que las causas y el tratamiento es diferente a las otitis medias, a las que podríamos llamar » otitis del invierno», ya que suelen coincidir con un catarro, los cuales son más frecuentes en los meses fríos del año.

En este post te contamos todo lo que tienes que saber sobre la otitis externa para que puedas reconocerla pronto en caso de que tus hijos la padezcan y pongas en marcha cuanto antes las medias oportunas para tratarlas.

Diferencias entre otitis externa y otitis media

Desde el punto de vista anatómico, el oído se puede dividir en tres partes.

La primera de ellas es la que se conoce como oído externo y comprende la oreja y el conducto auditivo hasta el tímpano. El oído medio es la parte del oído que se encuentra desde el tímpano hasta una membrana que se conoce como ventana oval. Debido a su forma de cavidad se conoce como caja timpánica. En ella se encuentra la cadena de huesecillos que recordaréis del colegio (yunque, martillo y estribo). Esta cadena de huesecillos acaba en una membrana que da entrada al oído interno, el cual, mediante unas estructuras complejas transforma las ondas de sonido en un impulso eléctrico que envía al cerebro.

Esta distinción entre las diferentes partes del oído es muy importante ya que el tipo de otitis va a depender de qué estructuras se afecten. En concreto, las otitis externas son aquellas que se producen por una infección en el oído externo, es decir ANTES del tímpano, mientas que en las otitis medias, la infección se encuentra dentro de la caja timpánica, y por tanto DETRAS del tímpano. Pero además, las otitis externas están causadas por una serie de bacterias diferentes a las otitis medias y, por tanto, su tratamiento es diferente.

¿Cuál es la causa de las otitis externas?

La principal bacteria que provoca las otitis externas es la Pseudomona auruginosa. A esta bacteria le gusta mucho la humedad por lo que es muy frecuente que las otitis externas se produzcan en verano coincidiendo con los baños en las piscinas de los niños. Este es el motivo por el que estas otitis se conocen también como otitis externas o del nadador.

Pero ademas de la Pseudomona, cualquier otra bacteria que produjera una infección en el conducto auditivo estaría causando una otitis externa. Estas otras bacterias suelen ser bacterias que tenemos en la piel y que aprovechan alguna herida para sobreinfectar la piel.

¿Qué factores las favorecen?

Además de la humedad, cualquier otro factor que influya en el estado «normal» del conducto auditivo, podría considerarse un factor de riesgo para padecerla. Algunos ejemplo serían heridas o pequeños granitos, falta de cerumen o pieles muy secas.

Por ello es muy importante que busquéis un equilibrio entre la limpieza de los oídos de vuestros hijos (recordad, solo por fuera con la punta de una toalla) y permitir cierto grado de cera, ya que ésta protege contra las agresiones externas del oído.

¿Qué síntomas produce?

A diferencia de las otitis medias, en las que el dolor de oído y la fiebre en el contexto de un cuadro catarral son los síntomas principales, las otitis externas se caracterizan por presentar dolor de oído SIN fiebre, el cual aumenta al apretar las estructuras de cartílago de la oreja y el conducto auditivo o simplemente al traccionar de la oreja hacia arriba.

Además, los pediatras, cuando exploramos a estos niños nos encontramos inflamado el conducto auditivo externo con cierto grado de secreción junto con un tímpano de características normales, a diferencia de las otitis medias en las que el tímpano está afectado y el conducto auditivo es de características normales.

¿Cuál es el tratamiento?

El tratamiento de la otitis externas es tópico aplicando unas gotas de un antibiótico que se llama Ciprofloxacino. En general, la pauta es cada 12 horas durante una semana.

Esta es otra de las grandes diferencias de las otitis externas respecto a las otitis medias ya que en estas últimas, en caso de emplearse antibiótico se hace por vía oral y con otro principio activo (debido a las diferentes bacterias que causan esas otitis). Sin embargo, debido a que en las otitis externas el conducto auditivo esta expuesto al exterior y es accesible a un tratamiento tópico, se emplea antibiótico en gotas.

También hay que recordar que las otitis externas son muy molestas y dolorosas por lo que un tratamiento con un antiinflamatorio como el ibuprofeno, incluso pautado, está más que justificado.

Ademas, mientras no haya desaparecido el dolor y durante los primeros días de tratamiento, los niños no deben bañarse porque al aumentar la humedad en los oídos estaremos favoreciendo que la infección no se cure correctamente.


Esperamos que hayáis aprendido a diferenciar las otitis externas ya que en verano son relativamente frecuentes. Si a vuestro hijo le molesta el oído acudid al pediatra para que, en le caso necesario, instaure el tratamiento lo antes posible.

El corte de digestión, un clásico del verano

Muchos de vosotros tendréis guardado en la memoria esos ratos de verano después de comer en los que nuestras madres y abuelas nos prohibían bañarnos. Al grito de «¡¡Manolito!!, no te metas en el agua…» empezaban unas horas que se hacían interminables hasta que, por fin, nuestros mayores nos autorizaban a zambullirnos en la piscina, el río o el mar. Eso si, poco a poco, no se nos fuera a cortar la digestión.

No sin parte de razón, os preguntaréis si eso de dejar a los niños en casa tranquilos o bajo la sombrilla en la playa después de comer era una excusa para que ellos pudieran echarse la siesta o realmente estaba justificado desde el punto de vista médico. Os diremos que si, que los cortes de digestión existen (también llamados hidrocución, que es el nombre médico con el que se les conoce) y por tanto debemos tener una serie de precauciones en cuenta con nuestros hijos en verano, ya que en esta época es mucho más frecuente.

¿Qué es un corte de digestión?

Después de una comida, el organismo dirige parte de sus esfuerzos a digerir los alimentos que hemos consumido. Para ello aumenta el riego sanguíneo al intestino, ya que es allí en donde se necesita más energía en ese momento. El corte de digestión ocurrirá cuando, por diferentes motivos, ese proceso de digestión del que hablamos no se realice de forma adecuada, debido a una falta de la energía necesaria para llevarla a cabo.

Esos motivos de los que hablamos son la clave del proceso. En general son circunstancia en las que exigimos al cuerpo que haga un determino esfuerzo, es decir que destine parte de la energía que producimos a realizar una actividad concreta y con ello se aumente el riego sanguíneo, por ejemplo, a los músculos o a otros órganos que en ese momento lo necesiten. Como ya os habréis podido dar cuenta, si la sangre no se dirige al intestino, no podremos hacer la digestión de forma adecuada y con ello se producirá el corte de digestión.

¿Qué síntomas produce?

El espectro de síntomas de un corte de digestión es muy variado. En general, se caracteriza por dolor abdominal, malestar general, vómitos y mareo. En los casos más graves se puede llegar a la perdida de conocimiento.

¿Qué actividades lo pueden desencadenar?

Como ya hemos dicho, varias son las circunstancias que pueden forzar al organismo a aumentar el consumo energético y «robárselo» al intestino para hacer la digestión.

El más conocido de ellos es el de tomarse un baño, sobre todo si nos metemos de golpe y el agua está fría. Cuando entramos en contacto con el agua, se producen una serie de cambios en nuestro cuerpo para adaptarnos al medio acuático. Por ejemplo, para contrarrestar la pérdida de calor, debemos dirigir la sangre a la piel para que no se enfríe en exceso. Si esto ocurre durante la digestión estaríamos dejando de destinar esa energía allí donde se necesita y se produce el conocido corte de digestión.

Pero no solo bañarse puede dar lugar a un corte de digestión. Otras actividades que realicemos después de comer, como hacer deporte o tomar el sol si hace mucho calor, pueden desencadenarlo. Además, es más frecuente cuanto más copiosa haya sido la comida.

¿Cómo prevenirlo?

Lo que tenéis que hacer es evitar que vuestros hijos hagan esas actividades después de las comidas. Lo adecuado es descansar, tomar una siesta o hacer una actividad relajada.

El tiempo que debéis esperar variará en función de cómo de pesada haya sido la comida. En el caso de una comida ligera se debe esperar al menos una hora, mientras que si la comida ha sido muy abundante ese tiempo debe aumentar hasta las dos o tres horas.

Es también importante que cuando vuestros hijos se metan en el agua lo hagan lentamente para que la adaptación sea lo más progresiva posible y no se produzca el corte de digestión. Lo mismo para el deporte, empezar poco a poco y luego ir aumentado la intensidad.

Por fortuna, los cortes de digestión son poco frecuentes, pero ya sabéis que es mejor prevenir que curar, así que no expongáis a vuestros hijos a riesgo innecesarios.

¿Y qué hago si tengo un corte de digestión?

En caso de que alguno de los síntomas mencionados aparezca, lo que debéis hacer es interrumpir la actividad que estuviera realizando vuestro hijo: le diremos que salga del agua o que deje de hacer deporte. Además, es muy recomendable que el niño se tumbe con las piernas ligeramente en alto. También es adecuado que beba líquidos para mantenerle bien hidratado, pero sin forzarle.

En caso de que estos síntomas persistan tras realizar estas medidas iniciales, debéis acudir con vuestros hijos al hospital para que sean valorados.


Así que ya sabéis, la abuela Felisa tenía razón y debemos decir a nuestros hijos que no deben bañarse después de comer o ponerse a correr por toda la playa. Buscad alguna actividad tranquila como leer un libro, hacer unos puzzles, ver una película en familia o simplemente dormir la siesta. Con un poco de suerte, vuestros hijos no se pondrán muy pesados y os dejarán descansar un rato.

¡¡Se me olvidaba!!, los cortes de digestión también los podemos sufrir los adultos así que a aplicarse los mismos consejos ¡¡Feliz verano a todos!!

Gastroenteritis aguda: una infección habitual en verano

Aunque la gastroenteritis aguda es una infección que puede afectar a los niños a lo largo de todo el año, es más habitual en los meses de verano. Este hecho se junta con que los mocos de nuestros hijos nos dan una tregua y nos abandonan hasta que vuelvan a la guardería, lo que genera la falsa sensación de que,en esta época del año, de lo único que se contagian es de este tipo de infecciones.

Por ello no está de más recordar a qué nos enfrentamos y así os lleváis la lección aprendida para las vacaciones. En este post encontrarás información útil de cómo actuar si tu hijo presenta una diarrea.

¿Es lo mismo decir Gastroenteritis Aguda y Diarrea?

Cuando los pediatras diagnosticamos a un niño de gastroenteritis aguda, estamos haciendo referencia a las infecciones del tracto digestivo, de ahí su nombre: «gastroenter-«, que hace referencia al estómago y el intestino, e «-itis», que significa inflamación.

Como os podeis imaginar, cuando el intestino está inflamado se producen una serie de cambios que dan lugar a que el agua que bebemos se absorba peor y con ello aumente el número de deposiciones y pierdan consistencia, lo que comúnmente se conoce como diarrea.

Debido a esto, decir diarrea y gastroenteritis aguda en niños es hablar de lo mismo en la mayoría de los casos.

¿Cuáles son los síntomas?

Ademas de la mencionada diarrea, en una gastroenteritis aguda pueden aparecer otros síntomas como la fiebre y los vómitos. A estos síntomas se suman otros como el dolor abdominal y el malestar general.

Si tu hijo tiene «suerte» solo presentará diarrea, mientras que si le toca la mala tendrá todo el cuadro clínico completo.

¿Quién provoca las gastroenteritis?

Las gastroenteritis agudas están provocadas por virus y por bacterias. En la gran mayoría de los casos no podemos diferenciar quién la provoca ya que los síntomas que producen unos y otros son muy similares.

Sin embargo, a los pediatras, salvo casos muy concretos, no nos importa quién es el responsable de la diarrea, ya que, independientemente de que se trate de virus o bacterias, el tratamiento es el mismo.

Estos virus y bacterias tiene una transmisión que se denomina fecal-oral, es decir, el contagio se produce a través del contacto con las heces de un paciente enfermo o convaleciente y uno sano. Por eso, la higiene de manos es muy importante, así que no olvides lavártelas en caso de que tu hijo esté pasando una de ellas después de cambiarle el pañal.

La rehidratación oral, la base del tratamiento

Las gastroenteritis agudas, ya sean por virus o por bacterias, se curan solas. Lo que oyes, no hace falta tomar ningún tipo de medicamento para acabar con ellas. Por ello, lo que tenemos que hacer es un tratamiento sintomático mientras mejora el cuadro clínico.

Los pilares de este tratamiento son, por un lado, administrar un antitérmico/analgésico como el paracetamol para tratar la fiebre, el dolor y el malestar general. Y por otro, lo más importante, aportar líquidos para evitar la deshidratación.

Como dijimos al principio, la diarrea es uno de los síntomas principales de la gastroenteritis aguda. Con ella, se produce una pérdida de líquido y sales minerales que tendremos que reponer para que nuestro hijo no sufra una deshidratación. Pero que quede claro, no vale cualquier bebida que preparemos en casa. Lo mejor es recurrir a las soluciones de rehidratación oral (también llamado suero) de venta en farmacias, ya que éstas contienen la cantidad exacta de agua y sales que recomienda la Organización Mundial de la Salud para que sean asimiladas de forma correcta por el intestino enfermo.

Pero ojo, al igual que no es adecuado que vosotros preparéis en casa esas soluciones de rehidratación, las bebidas comerciales «para deportistas» tampoco valen ya que contienen una proporción diferente de agua y sales a lo que está recomendado.

Un símil que utilizamos con nuestros pacientes para que se hagan una idea de cuánto suero tienen que dar de beber a un niño con diarrea es el símil del cubo que pierde agua. Les decimos que su hijo es un cubo que tiene un agujero abajo por el que está perdiendo agua y que hay que irlo rellenando por arriba para que siga estando lleno. De esta forma, a mayor número deposiciones, más cantidad de líquido tendrán que tomar.

«Un niño con diarrea es como un cubo que pierde agua: hay que irlo reponiendo para que no se vacíe»

Sin embargo, cuando la diarrea se junta con vómitos hay que tener paciencia. Es preferible ofrecer el suero poco a poco, para que el estómago lo pueda asimilar y no vuelvan a vomitar. Tras un vómito es prudente esperar un rato (30-45 minutos) antes de volver a ofrecer algo al niño para que el estómago descanse. En caso de que a pesar de ir poco a poco tu hijo siga presentando vómitos o la velocidad a la que presenta deposiciones no permite que beba suero suficiente, debes acudir al hospital ya que es probable que ese cubo al que nos referimos se acabe vaciando.

¿Y la comida?, ¿qué hacemos con los sólidos?

Los sólidos también son una parte importante del tratamiento de las gastroenteritis. Aunque un niño puede mantenerse unos días con las soluciones de rehidratación, en cuanto presente una buena tolerancia y le apetezca, es adecuado reiniciar su alimentación habitual.

Lo único que debes evitar son comidas con mucha grasa o con mucho azúcar, ya que podrían hacer que la diarrea se perpetuara.

Como verás, no hemos dicho nada de la leche, ya que no es necesario retirarla de entrada en caso de una gastroenteritis. Y en caso de hacerlo, debe ser siempre el pediatra el que lo indique.

¿Y qué hago si mi hijo toma lactancia materna?

En el caso de que tu hijo tome el pecho de manera exclusiva o ya estés con la alimentación complementaria, no hay ninguna justificación para retirar el pecho. De hecho es una manera fantástica de mantener hidratado a tu hijo ya que con la leche le aportas agua, sales y nutrientes.

Si todo va bien, en unos días tu hijo estará como nuevo…

Lo habitual es que una gastroenteritis aguda se mantenga durante unos días (habitualmente menos de una semana). También es frecuente que mantengan alguna deposición blanda durante algún día más pero ya con un mejor estado general.

Si como hemos dicho, tu hijo es capaz de beber más líquidos de los que pierde (y por tanto el cubo no se vacía), en unos días estará como nuevo. Sin embargo, en caso de que que el aporte de líquidos no sea adecuado puede que se deshidrate. En estos casos, el estado general del niño empeora apareciendo decaimiento marcado, tendencia al sueño, llanto sin lágrimas, boca seca o haga menos pis. Si se produce alguno de estos síntomas debes acudir al hospital para que tu hijo sea evaluado.

Vigila los signos de alarma: empeoramiento del estado general, tendencia al sueño, llanto sin lágrimas, boca seca, menos diuresis…. En estos casos acude al hospital.

En el caso de que la diarrea perdure más allá de 5-7 días consulta con tu pediatra. Hay algunos casos poco habituales que se benefician de la recogida de un cultivo de heces y un tratamiento antibiótico dirigido.


Esperamos que hayas entendido que las gastroenteritis agudas son infecciones pasajeras y que con un buen tratamiento de mantenimiento es suficiente para que se solucionen. Si quieres saber más puedes consultar los siguientes enlaces:

  • Gastroenteritis aguda: mitos y leyendas (link).
  • ¿Es necesario el empleo de probióticos en caso de gastroenteritis aguda? (link).
  • Recomendaciones para padres de la Sociedad Española de Pediatría sobre la Gastroenteritis aguda (link).

Para terminar os dejamos con esta infografía sobre la gastroenteritis y los vómtios que pertenecen a nuestra colección de #Pediconsejos:

Si tu hijo tiene gastroenteritis.png

Si tu hijo tiene vómitos

Las Vacunas: mitos y leyendas

Que las vacunas son uno de los grandes avances de la medicina del siglo XX no debería ponerse en duda. Gracias a ellas, la salud de las persona es mejor ya que con ellas se evita que millones de personas caigan enfermas por enfermedades contagiosas y con ello se han salvado millones de vidas. Solo con esta información debería bastar para que dijeras: «Pues es verdad, lo que debo hacer es vacunar a mis hijos». Sin embargo, las cosas no son tan fáciles y sigue habiendo personas que dudan de la eficacia y seguridad de las vacunas.

Si estás leyendo este texto estarás en uno de los siguientes grupos de padres según tu opinión respecto a las vacunas. El primero de ellos englobaría a aquellos padres que vacunan a sus hijos sin que tengan dudas respecto a que las vacunas son buenas y seguras. Otro grupo estaría formado por aquellos que dudan sobre la seguridad y la eficacia de este tipo de tratamiento preventivo pero que buscan información que les haga seguir confiando en ellas. Y por último, podrías pertenecer al grupo que en la actualidad se denomina «antivacunas» y que han decidido no vacunarse ni ellos ni a sus hijos.

Este último grupo de padres basa sus decisiones en informaciones que han leído en algún sitio que carece de evidencia científica. Existen mitos y leyendas creados alrededor de las vacunas que han «convencido» a los que los leyeron para dejar de confiar en ellas. El problema ocurre cuando un padre toma la decisión de no vacunar a sus hijos, ya que está tomando una decisión terrible. En primer lugar, le está privando del beneficio de las vacunas, es decir, del beneficio de la protección contra enfermedades de las que podría contagiarse y por tanto, está exponiendo a sus hijos a las complicaciones de las mismas (entre ellas, la muerte). Y en segundo lugar, expone a otros niños que no pueden vacunarse a padecer esas enfermedades, como son los niños con las defensas bajas -como por ejemplo los niños con cáncer- o los más pequeños que todavía no han podido vacunarse. Quizá pensarás que no son muchos los que están en este grupo de «antivacunas» pero se estima que en España, 1 de cada 30 padres decide no vacunar a sus hijos, lo que representa aproximadamente 1 niño en cada clase de un colegio.

En este post repasaremos los mitos y leyendas más habituales sobre las vacunas con la intención de que aquellos padres que nos leen se convenzan de que vacunar a su hijos es la mejor opción que pueden tomar.

1. Yo no vacuno a mi hijo porque en el Siglo XXI ya no hay tantas enfermedades como antes y ya no merece la pena vacunarse. FALSO

Este es un mito muy extendido. Cierto es que vivimos en una época y en una parte del mundo en donde las condiciones higiénicas y sanitarias han mejorado espectacularmente en los últimos 100 años. Pero uno de los motivos por los que hemos llegado a este punto son las vacunas. De hecho hay enfermedades erradicadas gracias  a las vacunas, como la viruela, y otras que ya se han convertido en raras como la varicela y el sarampión. Sin embargo, si dejamos de vacunar a nuestros hijos, esas enfermedades que ahora te suenan raras o desaparecidas volverán, y con ellas las complicaciones y las muertes que acarrean.

2. Es mejor contagiarse de una enfermedad y pasarla que protegerte contra ella con una vacuna. FALSO

Cierto es que algunas de las enfermedades contra las que existe una vacuna pueden ser banales (gripe, varicela, rubeola…), lo que genera la falsa creencia de que es mejor contagiarse y «pasarla» para que así la inmunidad que se adquiere sea «natural», pero hay que saber que estas enfermedades no están exentas de complicaciones, entre ellas, la muerte. Es preferible vacunarse que «pasar» la enfermedad y exponerse a riegos innecesarios.

3. Los efectos secundarios de las vacunas son muy frecuentes y peligrosos. FALSO

Como todo en medicina, las vacunas pueden tener efectos secundarios, que en general son leves y autolimitados, como por ejemplo fiebre y enrojecimiento en la zona de punción. Pese a todo son preferibles estos efectos secundarios que las enfermedades y sus complicaciones contra las que nos protegen las vacunas.

4. Las vacunas causan autismo. FALSO

Este es quizá el mito más extendido y en el que se basan la gran mayoría de los argumento de la gente que no quiere poner a sus hijos vacunas. Los estudios del Dr. Wakenfild, médico que desarrolló la supuesta teoría del autismo y las vacunas, fueron una farsa que le valió la retirada de su licencia médica. No existe ningún estudio que haya demostrado tal asociación. Puedes leer más sobre el origen de este bulo en la pagina de la Confederación Autismo España.

5. Yo no vacuno a mis hijos porque las vacunas contienen mercurio. FALSO

Algunas vacunas contienen Tiomersal, un compuesto que contiene etilmercurio y que funciona como conservante de algunas vacunas como la difteria, el tétanos y la tos ferina (DTP), la hepatitis B, la rabia, la gripe y las infecciones por Haemophilus influenzae de tipo b (Hib) y meningococos. Sin embargo, la cantidad de mercurio que contienen es tan escasa que la Organización Mundial de la Salud (OMS) no considera que sean una fuente suficiente de mercurio como para que sea peligroso. Puedes leer más sobre el tema en este documento de la OMS.

6. Puede que los efectos secundarios de las vacunas a corto plazo sean leves, pero sus efectos a largo plazo son graves y, algunos de ellos, desconocidos. Incluso puedes morir por vacunarte. FALSO

Como sucede con todos los medicamentos, las vacunas han superado rigurosos controles de seguridad a través de numerosisimos ensayos clínicos para conocer si son seguras o no. Todas las vacunas que se administran en la actualidad son seguras y sus efectos secundarios a largo plazo son excepcionales. De hecho, son tan excepcionales que es más probable una complicación por una de estas enfermedades que uno de esos efectos secundarios.

7. Si vacuno a mi hijo de varias cosas a la vez estoy sobrecargando su sistema inmunitario, y eso no es bueno. FALSO

Si los calendarios vacunales infantiles proponen que se vacune a los niños de varias cosas  la vez es porque está demostrado que de esta forma son eficaces. Esto significa que  hay estudios previos que ya han comprobado que esa combinación es segura y posible.

8. Combinar la vacuna de la difteria, tétanos y tosferina con la de la poliomielitis aumenta la probabilidad del Síndrome de Muerte Súbita del Lactante. FALSO

De hecho, lo que está demostrado es que la vacunación de los niños se encuentra entre los factores protectores que disminuyen la probabilidad de Muerte Súbita del Lactante. Otro de los grandes beneficios de que vacunéis a vuestros hijos.

9. Las vacunas no son necesarias y solo enriquecen a la industria farmacéutica. FALSO

Es evidente que las vacunas cuestan dinero (a los gobiernos que las compran para vacunar a la población o a los padres que deciden administrar vacunas no financiadas a sus hijos) y esto supone una gran cantidad de dinero que va directa a las empresas que fabrican estas vacunas. Es una relación difícil de explicar ya que como en todo en lo que existe una relación económica de por medio hay muchos intereses. Sin embargo, las vacunas no están diseñadas para enriquecer exclusivamente a la industria farmacéutica ya que los beneficios de la vacunación son claros y evidentes para aquellas personas que las reciben.

10. Cada vez que mi pediatra me manda una vacuna no financiada se lleva un porcentaje de comisión de lo que cuesta. FALSO

Los pediatras que estamos al pie del cañón realizando recomendaciones a los padres de los niños que atendemos, lo hacemos con la clara convicción de que lo mejor para sus hijos es que se vacunen. Nosotros no cobramos un extra por lo que recetamos, ya sean vacunas o medicamentos. Esos intereses oscuros son inexistentes y, en muchos casos, la excusa para no vacunar a un niño.


Si tienes dudas sobre las vacunas de tus hijos o sobre las vacunas en general te recomendamos la página del Comité Asesor de Vacunas de la Asociación Española de Pediatría, puedes entrar en este link.