Por Hugo Morán – Expidutado
El día 3 de junio de 2008 se constituía en el Senado la Comisión Mixta no permanente para el Estudio del Cambio Climático. El consenso parlamentario permitió colocar en la agenda política del país un problema de orden global, frente al cual España no podía permanecer indiferente. Bien es cierto que la citada Comisión carecía de capacidad legislativa; era, como bien rezaba su título, una Comisión de Estudio cuyo alcance último no podía ir más allá del de acordar en su seno un conjunto de recomendaciones dirigidas a distintas instancias.
Aún en sus limitadas competencias, la misma se convirtió en un foro de alto nivel en el que comparecieron autoridades nacionales y mundiales, representantes de instituciones económicas y sociales de distinta índole, portavoces de ONGs, académicos e investigadores, en una abigarrada agenda que ocupó tres años de trabajos, a cuya finalización el Parlamento alumbró un documento con más de trescientas páginas en las que se condensaron análisis y diagnósticos, y que concluía con un conjunto de 100 recomendaciones para implementar una agenda de acción frente al cambio climático desde todos los frentes posibles. El documento de conclusiones hubo de pasar el filtro de la correspondiente votación parlamentaria, y salió adelante con la única abstención del Grupo Popular y el acuerdo del resto de formaciones.
Aquel amplio consenso, y el hecho relevante de que el conjunto de recomendaciones hubiese salido adelante sin un solo voto en contra, permitía albergar esperanzas ciertas de que la hoja de ruta diseñada habría de servir de guía para el Gobierno de turno (fuese éste del color que fuese), y de que España se incorporaría de forma decidida al núcleo de países más comprometidos contra el cambio climático. Pero la decepcionante realidad fue bien otra. Los trabajos parlamentarios y sus conclusiones fueron postergados hasta el límite de ni siquiera darles la difusión que hubiesen merecido quienes dedicaron horas, conocimientos y esfuerzos, al llamamiento del Parlamento de la Nación.
Sobre la base de aquel compendio de conocimientos, debería haberse impulsado la subsiguiente tarea de abordar la transición energética en nuestro país (el modelo había sido similar, con sus variantes, en distintos países de nuestro entorno). Bien al contrario, silenciado el incómodo diagnóstico, y preteridas sus recomendaciones, la transición energética ni siquiera ha llegado a superar al día de hoy la categoría de mero enunciado retórico.
Pero quien obvia la realidad en un vano intento de esquivarla, está condenado a estrellarse con ella más bien pronto que tarde. Cierto que ya ha transcurrido más de un lustro desde entonces, pero no lo es menos que se abren camino nuevos escenarios acompañados de nuevos afanes. Convendría, por ello, no perder más tiempo en abordar la ingente tarea que supondrá la deconstrucción de nuestro caduco sistema energético, y su adecuación a la nueva realidad del siglo XXI. Quizás el modelo de aquella Comisión Mixta podría servir de inspiración a un Gobierno que compareció en la reciente Cumbre de Marrakech con los síntomas de un boxeador sonado.
Las baterías han de evolucionar. Posiblemente dentro de un tiempo ni exista lo que conocemos como batería y el concepto de energía también sea diferente.
13 diciembre 2016 | 11:47