Ni libre ni ocupado Ni libre ni ocupado

Elegido Mejor Blog 2006.Ya lo dijo Descartes: ¡Taxi!, luego existo...

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El taxista torcido de Dios

Un costalero de paisano, supuse, con una enorme cruz apoyada en la pared de una ebanistería, mandó parar mi taxi e insistió en meter la cruz en el habitáculo del coche. Como los asientos traseros no se pueden abatir, en lugar de introducir la cruz por el culo del taxi intentamos meterla por el costado: abrí al máximo la puerta y, con sumo cuidado, conseguimos encajarla. Pero el madero horizontal era demasiado largo, así que no tuve otra que abrir las ventanillas delanteras y dejar que sobresaliera unos centímetros por ambos lados. El siguiente inconveniente lo encontré al sentarme en el asiento del conductor. La cruz ocupaba toda la franja, a la altura de los reposacabezas, y tuve que conducir encorvado, apoyando mi cabeza en la cruz.

-Como tengamos un golpe, me partiré el cuello -le dije al costalero.

-Descuide. Dios nos asiste.

Y así, encorvado yo y él sentado cómodamente en el asiento de atrás, iniciamos la marcha. Me pidió llevarle a una Iglesia del centro, cerca de la Gran Vía (Crucis) y allá que fuimos. Por el trayecto la gente y los demás conductores me miraban con resignación; también dos policías municipales que pese a verme de esa guisa (agachado y con una cruz atravesando mi taxi y mi cuello de lado a lado) hicieron la vista gorda.

-Buenos cristianos, sin duda- añadió mi usuario.

Luego llegamos a la Iglesia y al sacar la cruz vi que había dejado el habitáculo hecho un Cristo, con virutas y polvo de madera en todos los asientos. Y estuve el resto de la tarde con dolor de espalda.

Para mitigar el dolor recé muy fuerte, pero no surtió efecto. Sin embargo luego me tomé un par de Myolastan y oye, mano de Santo.

 

Cuatro acordes

Piensa en esto: las canciones más bellas de la historia de la música moderna tienen como base cuatro o incluso tres simples acordes repetidos en bucle. Te invito a que desnudes todo Beatles, desnuda cualquier tema de Bob Dylan y verás que su estructura es sólo eso: cuatro acordes básicos combinados de un modo u otro. Let it be: cuatro acordes. Knocking on heaven´s door: cuarto acordes. Enjoy the silence: cuatro acordes.

Esto no va de música, amor. Sólo es un ejemplo que demuestra lo mucho que complicamos la belleza que esconde lo nuestro. Ojalá te desnudes y me permitas disfrutar de tu cuerpo básico, sin el arpegio de tu falda, sin el riff de tu sostén. Sin la base maquillada de tu rostro, sin los coros de tus dudas, sin esos golpes de bombo y platillos que son tus latidos y mis palmas. Sólo déjame tocar tus cuatro acordes y yo pondré la voz, así de simple.

Pienso en esto mientras conduzco mi taxi ocupado por ti. Precisamente ha comenzado a sonar por la radio otro de esos temas hacedor de ganas: New Year´s Day de U2. Este es más fácil: sólo tres acordes. En realidad me inventé lo nuestro, no hay nada nuestro o al menos nunca lo hubo. Nuestra historia comenzó hace apenas tres minutos. Tú levantaste la mano, yo frené el taxi, subiste rápido y me indicaste un destino. Pero ahora, aunque no te des cuenta, el acorde La menor te acaricia el cuello y se cuela sigiloso por tu escote. Y después el Do menor se enquista en tus labios y actúa, tal vez, de anestesia, porque no los mueves. Y luego entra el Mi menor, y se aferra a tus párpados y tira de ellos y no puedes evitar su peso y poco a poco se van cerrando. Y así te mantienes, inmóvil y con los ojos cerrados, hasta que entra el estribillo y ahí ladeas la cabeza y te recuestas como en clave de Sol. Con tu cabeza apoyada en el cristal hasta el final del trayecto.

Llegamos a tu destino. Sin duda sigues embriagada por la simpleza de una música que nos unirá por siempre.

Me giro. Te miro. Estás preciosa. Pasa un rato pero no reaccionas. Me preocupo. Decido zarandearte la pierna. De súbito das un respingo y abres los ojos:

-¡Uy! ¡Me quedé dormida!

Me pagas la carrera y te marchas.

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Nota: Pensé que eras la mujer de mi vida, pero no. Sólo eres sorda.

 

Endorfinas

Ahora sé que fue su olor. El olor por encima de todo lo demás.

La pista me la dio una usuaria.

Alzó la mano en Velázquez esquina Hermosilla. Llevaba maletas. Me detuve a su altura, bajé del taxi, y al tenderme las maletas y ayudarme a encajarlas en el maletero se produjo un contacto casual, mi nariz a escasos centímetros de su cuello, y en esto me llegó su olor, me quedé seco, atónito. No era el perfume, o también. El mismo perfume no huele igual en dos personas. Hubo algo más, la mezcla del perfume con su misma piel, ese cóctel de fragancia y endorfinas. Un olor dulce, delicioso. Un olor que ni el mismísimo Patrick Suskind habría sido capaz de describir.

Lo retuve en mi memoria pituitaria. Era casi su mismo olor, el olor a la piel de Beatriz. Aquella mujer no era ella, su físico distaba mucho, pero por un instante sentí una fuerte atracción, el ansia punzante del flechazo: palpitaciones, ese hambre que jamás se sacia, la misma o parecida sensación que me llevó al amor, al único amor impostado esta vez, como de marca blanca.

Llevé a la mujer al aeropuerto, y al volver a bajar sus maletas, busqué un último chute, respirar hondo aprovechando, otra vez, su cercanía. Y justo en el summum de mis pulmones, la mujer se separó y se quedó mirándome, extrañada. Pero no me miró con mis mismos ojos. No como aquella Beatriz de miradas mutuas, de deseos mutuos, de endorfinas compatibles dos a dos.

Luego en casa me dispuse a investigar en internet, endorfinas y el amor, y era eso, exactamente eso.