Ni libre ni ocupado Ni libre ni ocupado

Elegido Mejor Blog 2006.Ya lo dijo Descartes: ¡Taxi!, luego existo...

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Madrastra Patria

Fragmento del monólogo de un hombre en mi taxi de unos cuarenta años, camisa a cuadros y pantalón de pinzas, en el trayecto comprendido entre la glorieta de Quevedo y la plaza de Tirso de Molina.

«A mí no me jodas. Esa horterada del “sentimiento patriótico” sólo sirve para odiar a gente que no conoces por el simple hecho de haber nacido en un trozo de tierra que no es el tuyo. Ahora el catalán independentista odia al Español centralista y viceversa. El primero quiere separarse del segundo, y el segundo, el Español, a pesar de odiar igualmente al primero, pretende mantenerlo encerrado en su misma patria. ¿Lo ves?  Tan paradójicamente absurda resulta una postura como la otra. Hablan de cultura, hablan de historia. Como si alguno de ellos hubieran tomado parte en la conquista de América, en la expulsión de los moriscos, o en la Guerra Civil. “Somos una gran Nación. Echamos a los moros de Al Andalus”. ¿Tú y quiénes más, pedazo de idiota? ¿Acaso estuviste ahí? ¿Quién derramaría ahora una sola gota de sangre por defender un trozo de tela aparte de cuatro brutos sin cerebro y una cabra? ¿Qué pretendes proteger? ¿El legado de una cultura que cíclicamente, cada cuarenta años, siempre acaba a hostias? ¿El legado de un país que jamás ha vivido cien años seguidos en paz? ¿Y ahora quién está detrás de esto? Veamos: por una parte, un partido cuyo líder ideológico ha robado a su pueblo durante treinta años. Y por otro, un partido que se ha financiado a base de mordidas a empresarios y, por tanto, hinchando presupuestos públicos y, por tanto, robando a la gente. El mismo que ahora se aferra al estricto cumplimiento de la Constitución. El mismo que modificó la Constitución en dos tardes por mandato de la troika. Anda y que les den por el culo. A los dos. Y a todos esos imbéciles que les bailan el agua. Ahí. Párame en ese portal. Y perdona por la chapa. Me saca de quicio tanto cinismo. ¿Qué te debo?»

También la lluvia

FOTO: Félix García

FOTO: Félix García

Andrea quería quitarse a Juanjo de la cabeza, así que bloqueó su contacto en el Facebook, en Twitter, Instagram, WhatsApp, FourSquare y GTalk, además de ponerle un candado de privacidad a todas sus cuentas. Pero nada más hacerlo cayó en su error: si Juanjo volviera a intentar saber de ella y se topara de bruces con un candado, se creería aún más importante de lo que realmente merecía, causante de más dolor que el verdadero ante una Andrea asolada, cobarde y débil. Sin embargo, no podía volver a agregarle, ya que Juanjo podría tomarlo como un intento de ofrecerle una nueva oportunidad. Lo que sí hizo fue quitar el candado y escribir desde su móvil en Facebook y en Twitter lo feliz que se sentía y mucho que lucía el sol. Pero nada más hacerlo público se puso a llover, y Andrea gritó un NO desde el asiento trasero de mi mismo taxi, y yo me encogí de hombros, como dando a entender que la lluvia no era culpa mía. Y en esto, Andrea recibió una llamada. No había barajado la posibilidad de que Juanjo pudiera llamarla por teléfono. De todos modos descolgó. No era Juanjo, era su madre. Y sí, llegaría a tiempo a cenar. De hecho, ya estaba de camino.

Nos metimos en un túnel, y en el túnel se perdió la cobertura móvil, también la lluvia, y sólo entonces Andrea consiguió olvidarse de Juanjo por un momento. Lanzó el móvil al  asiento, bajó su ventanilla, acercó la nariz, e inspiró una buena dosis de dióxido de carbono que tomó como el oxígeno más puro.

Todo está en la cabeza, pensé. También el aire. También la lluvia.

¿Qué harías si encontraras 3000 euros?

Esta mañana publiqué en mi cuenta de Twitter el siguiente tuit:

 

Huelga decir que no me ocurrió tal cosa. Ni subió en mi taxi ningún marroquí, ni mucho menos olvidó un sobre con 3.000 euros. La foto tampoco era mía, sino de un amigo taxista (yo jamás llevaría zapatillas tan horteras). Mi intención al escribirlo fue otra mucho más científica: conocer el nivel de moralidad (y de guasa) en la comunidad tuitera y, más concretamente, hacer media de los prejuicios raciales que pululan por la red (escribir «marroquí» fue sólo un gancho para que el racista picara el anzuelo).

Las reacciones no se hicieron esperar. Al poco de publicarlo, el tuit corrió como la pólvora: más de cien respuestas, más de cincuenta RTs, y unos cuantos mensajes directos y llamadas de distintos medios preguntándome qué pensaba hacer con el sobre para ser los primeros en publicar la noticia (invita, cuanto menos, a la reflexión, que un taxista devolviendo un dinero que no es suyo siga siendo noticia: ¿crisis del periodismo o es que la moralina «vende»?).

Entre las respuestas hubo de todo.

Tuiteros responsables:

 

Prudentes:

Cachondos (la inmensa mayoría):

Y efectivamente, racistas:

Pregunta simpulso: ¿Creéis que Twitter es un fiel reflejo de la sociedad?

Otros mundos interiores

FOTO: Raúl Hernández González

FOTO: Raúl Hernández González

Mujer de unos  55 años ahora mismo en el asiento trasero de mi taxi. Si me concentro y la miro fijamente a través del espejo retrovisor tal vez pueda atravesar su cráneo hasta meterme de lleno en sus pensamienTomás, valiente golfo. Chulear así a mi Claudia… Mira que lo sabía, que yo para estas cosas tengo un ojo que no veas. Si ya le vi venir desde el minuto uno, fíjate lo que te digo, aquel día que vino a comer a casa, con ese gesto de chulito y esa forma de sentarse en la mesa… Y ya cuando Cosme le acercó el cesto de pan y cogió dos trozos, ¡no uno: dos!, ahí me dije «Uy uy uy. Este chico no me está gustando nada para mi hija». Y mira que se lo dije a la niña por activa y por pasiva: «Claudia, piénsatelo bien, que tú de tan buena a veces pareces tonta», pero nada. Yo no sé qué mosca le habrá picado con ese chico, ¡si no es ni guapo, y con esas pintas zarapastrosas! Pero nada. Se le puso entre ceja y ceja y ahora claro, de aquellos barros vienen estos lodos. Primero le mete en su casa, ella trabajando de sol a sol y él ahí, en el paro y sin buscar trabajo, tocándose el mondongo todo el día. Y luego, para más desgracia, ¡zas!, va y me la deja preñada. Qué disgusto, dios mío de mi vida. Con lo responsable que ha sido siempre mi Claudia. ¿Y ahora, qué? Pues una cosa te digo: si piensa que voy a quedarme con los brazos cruzados, lo lleva claro. Porque este mamarracho es capaz de endosarme al bebé para que yo se lo cuide mientras ella trabaja y así pueda seguir tocándose los cataplines todo el día. Y si Cosme tuviera lo que hay que tener le podría en su sitio, pero pobrecito mío. Si apenas se puede mover con la ciática y encima sigue yendo al banco a trabajar, sin cogerse la baja ni nada, ahí aguantando y aguantando a ver si con suerte consigue prejubilarse antes de que le dé un patatús. Yo no sé qué va a pasar a partir de febrero, cuando nazca el pobre niño. O la niña. Yo prefiero niño, la verdad. Aunque como salga como el pánfilo de su padre, estamos todos apañados. Ay mi Claudia, cabecita loca… ¿pero cóm

—¿Es aquí?

—¿Perdón? Ay sí, sí, hijo. Justo ese portal. Disculpe, ¿eh? Estaba a mis cosas. ¿Qué le debo?

—Siete con ochenta y cinco.

—Tome. Quédese con el cambio. Gracias por llevarme, ¿eh?

—A usted. Y suerte con lo de su hija Claudia.

—¿Cómo dice?

—Nada, nada.

Buscarle un hueco a la soledad

FOTO: Wikipedia

FOTO: Wikipedia

No sé tú, pero yo realmente necesito ciertas dosis de soledad que lubriquen las bisagras de mi puerta al exterior, esa que abro y cierro según la ansiedad que me provoca el mundo a veces. Y no siempre es fácil encontrar el hueco exacto donde cobijarte o refugiarte, como cuando metes la cabeza en la bañera y de repente todo el sonido es velado y tus blandos huesos juegan a morirse un rato. No siempre es fácil darle la espalda a la vida en derredor, y menos aún en esta esquizo etapa 2.0 con sus grupos de Whatsapp, con su Twitter, con su Facebook bipeando a cada rato y aun silenciándolo no te ves capaz de apartarte del todo, como si hubiéramos adquirido cierta responsabilidad hacia nuestros contactos las veinticuatro horas del día.

Y el taxi tampoco ayuda cuando circulas buscando intimidad y de repente te levanta la mano un tipo grueso con ganas de hablarte de fútbol, o del tiempo, o de la Juani que le espera en casa, o de su herpes genital made in Club Lola´s y asientes con la cabeza mientras aprietas la palanca de cambios como si fuera la culata de una 9mm. Normalmente las ansias de soledad te inundan en el lugar y el momento menos oportunos, y ganas dan, a veces, de mandar tus quehaceres al carajo, aunque en el fondo la sensación de alerta, tal vez tu instinto de supervivencia, predomine sobre todo lo demás.

Y tampoco vivo solo, aunque es una suerte llegar a tal punto de conexión con tu pareja que estar con ella también compute como estar solo porque ya somos uno y los silencios compartidos no se suman: se diluyen. Sí, he dicho esto. Yo. El nilibreniocupado, el nicontigonisinti. Ya sólo disfruto de mis paréntesis cuando estoy con ella. Los dos solos. Es mi espejo cóncavo. Mi estancia vacacional.

Mitos y leyendas del gran empresario

Soy trabajador autónomo, titular de una licencia de taxi en Madrid y escritor remunerado. A estas alturas de la crisis, y a pesar de la recuperación económica que nos vende el Gobierno, sigo viéndome obligado a trabajar no menos de catorce horas diarias que apenas me dan para cubrir gastos (pagué un riñón por la licencia; háganse cargo). Con la lógica intención de reducir mi jornada de catorce a ocho horas diarias y dedicarle más tiempo a la escritura, podría plantearme contratar a un conductor asalariado para mi taxi, pero pagarle según dicta el convenio de transportes (poco más de 800 al mes, incluyendo nocturnidad, peligrosidad, y festivos) me parece cifra indigna, y tampoco podría permitirme ofrecerle mucho más. De modo que he descartado la opción de contratar a nadie. Prefiero seguir currando mis catorce horas alternando el taxi y la escritura antes que contribuir a la precariedad más absoluta de un tercero. A cualquier trabajador habría que pagarle un sueldo justo (800 al mes es indecente), y si no eres capaz de cumplir con eso, si no te puedes permitir pagar lo que merece, será mejor no hacerlo. Así de simple.

Digo esto porque me sigue sorprendiendo el servilismo que muestran ciertos líderes de opinión, así como políticos de primer nivel, respecto a esos grandes empresarios “generadores de riqueza y empleo» y «exportadores de la marca España”. Aclaremos, pues, unos cuantos conceptos: Primero, no hay un solo gran empresario que contrate por simple altruismo y bondad. Quien contrata sólo pretende aumentar su volumen de negocio y, por tanto, obtener más beneficios. Cada uno de esos miles de trabajadores que componen cualquier gran empresa generan, individual y colectivamente, más beneficio que el gasto que ellos mismos representan a la empresa. De modo que no es un acto de generosidad “crear empleo”. Es más: ni siquiera debería hablarse de  “creación de empleo” por parte del empresario, sino más bien de un acuerdo mutuo enfocado a generar beneficios a cambio de productividad. Conviene recordar que el empresario jamás obtendría tales cifras de resultados sin el sacrificio necesario de cada uno de esos trabajadores.

Segundo, eso de “generadores de riqueza” es relativo. ¿Para quién? ¿Cómo se explica entonces que empresas con beneficios despidan o reduzcan el sueldo a sus empleados? ¿Por qué la OCDE ha llegado a reconocer que la bajada de sueldos a los de abajo sólo ha servido para aumentar los beneficios de los de arriba y no para aumentar la contratación? ¿Cómo se explican reformas laborales emprendidas al dictado de esos grandes empresarios enfocadas en exclusiva a precarizar al trabajador al tiempo que “blindan” la figura del inversor? ¿Cómo es posible que el inversor, cuyo único mérito consiste en jugarse el dinero que le sobra a golpe de tecla (nadie en su sano juicio invertiría el pan de sus hijos), sea mimado muy por encima de quienes realmente producen?  ¿Cómo un gobierno puede permitirse cambiar la ley para mermar las condiciones de los trabajadores sólo para que aumenten los beneficios del inversor?

Tercero, ¿debemos dar las gracias a ese gran empresario? Yo creo que no. Más bien deberíamos reprocharles que, por culpa de su ambición desmedida (y su dudosa empatía hacia sus propios trabajadores), han llegado a tal nivel de «poder en la sombra», que ahora son ellos quienes imponen las normas, convirtiendo en legal la evasión de impuestos, la precariedad laboral, el machismo o las prácticas tercermundistas (por ejemplo, “diversificando” su negocio en Bangladesh).

Y cuarto, ¿puede ser considerada una virtud trabajar sin descanso? ¿Acaso trabajar de sol a sol es meritorio de algo? Yo, como dije antes, trabajo catorce horas diarias, y no me siento especialmente orgulloso de ello. Si me dieran a elegir, prefiero dedicarle menos tiempo al trabajo y más al aprendizaje, a la lectura (o ensanchamiento del alma), a la escritura y,  por supuesto, al cuidado de mi hija. Eso sí que sería una virtud: ser el dueño de tu tiempo y no un esclavo enfermo del sistema.

Mala saña

FOTO: Wikipedia

FOTO: Wikipedia

Esa gente que camina con aires de suficiencia, decididos, mirada al frente, silbando, manos en los bolsillos (o al aire y rígidos pero ondulantes), pasos rápidos y acompasados, como extrayendo el ritmo de las aceras, ¿a dónde coño van? Quiero decir, ¿son realmente conscientes de su destino final más allá de aquel destino inmediato? ¿acaso alguien les estará esperando en algún lugar? Y en tal caso, ¿qué buscará ese alguien de ellos?

Pensando en esto me decidí a seguir a un tipo al azar con mi taxi, a prudencial distancia, circulando despacio por una calle estrecha y adoquinada de Malasaña, y al doblar la esquina le vi meterse en una lavandería autoservicio, y también le vi asomarse al tambor de una lavadora y abrir la puerta y sacar la ropa limpia. Tuve que dar otra vuelta a la manzana porque había un coche detrás, pitando nervioso, y al volver a frenar en ese mismo punto, justo me lo encontré abandonando la lavandería con un saco de ropa bajo el hombro, y volví a seguirle esta vez hasta una floristería a media manzana de allí, y al rato salió con una rosa envuelta en celofán en una mano y el saco de ropa en la otra, y dos manzanas después metió la llave en un portal y desapareció, lo cual me frustró bastante. ¿Por qué la gente te invita sin querer a hacer público su modo de vida y sus costumbres cuando camina por la calle, y sin embargo el misterio se trunca cuando accede a su morada?

Metí el taxi en el parking de Barceló y volví andando a ese portal con la intención de llamar a todos los telefonillos en busca de aquel tipo. Llamé al primer botón y dije: «Disculpa, ¿eres el que acaba de entrar con una rosa y una bolsa de ropa?». Me dijo que no, y llamé al segundo. No contestó nadie. Llamé al tercero y una mujer volvió a decirme que no. Llamé al cuarto, al quinto, y al sexto intento la voz de hombre me dijo: «Un momento». Y esperé.

—¿Quién es? —me preguntó otra voz de hombre.

—Disculpa, ¿eres el que acaba de entrar con una rosa y una bolsa de ropa limpia de la lavandería?

—El mismo, ¿por?

—¿Qué haces?

—¿Perdón?

—¿Qué estás haciendo ahora?

—Ver la tele y fumarme un porro, ¿por?

—No, por nada. Curiosidad. ¿Para quién era la rosa?

—Para mi novio. ¿Quién eres, tío?

—Muy buena pregunta.

—No, en serio. ¿Quién coño eres?

Y entonces, rompí a llorar.

No todos los muertos son iguales

FOTO: BrittanyMyers13

FOTO: BrittanyMyers13

Hay muertos bien muertos. Muertos cuyas decisiones y ambiciones causaron tanto dolor, que apenas merecen caer en el olvido de los vivos. Huelga decir que nunca he deseado la muerte de nadie, ni mucho menos matar. Pero al menos permitidme no sentir punzadas por la muerte de algunos. Mis lágrimas, al igual que las tuyas, son un bien escaso y sólo se derraman por y para quien merece recibirlas: los que hicieron de mi mundo un lugar más confortable, los que grabaron gratos recuerdos en mi memoria, los que ayudaron a construir la historia de mi vida, los que motivaron con su ausencia un vacío difícil de restaurar. Sufrí la muerte de García Márquez más que la de muchos conocidos lamentables, quiero decir.

Pregúntate, pues, si tus acciones merecen el desprecio de alguien. Pregúntate si habrá quien se alegre de tu muerte. Pregúntate si el odio provocado mereció la pena. En caso afirmativo, tu paso fugaz por el mundo habrá sido un auténtico fracaso.  Y todo el dinero cosechado no te absolverá de nada. No hay muertos VIP, no hay cadáveres de oro. La nada no entiende de eso. No así el recuerdo de los vivos cuando mueres, capaz de revivir tu nombre.

Idiotas por fuera, complejos por dentro

FOTO: Wikipedia

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«El libro de mantenimiento te dice que cambies el aceite cada 30.000 kilómetros, pero yo lo cambio cada 15.000, junto con el filtro del aceite, porque la vida del motor depende del aceite, y cuanto menos impurezas tenga, mejor. El aceite de un coche es como la sangre para nuestro corazón. Ojo, que no soy maricón ni nada raro, ¿eh? Sólo era un ejemplo» me dice un tipo recostado en el asiento trasero de mi taxi que huele a porro y a whisky nacional, alguien que acaba de fumarse una china que viajó mil quinientos kilómetros metida el en culo de un marroquí y ahora inunda sus pulmones y, por ende, también su sangre. Me asombra esa gente que cuida más de su coche que de sí mismos, esos que lo lavan a mano por dentro y por fuera en El Elefante Azul cada sábado después de comer, moviendo el cepillo a un ritmo endiablado para apurar el euro y sudando y oliendo a tigre de circo abandonado. Esos que limpian las llantas radio a radio y tienen sarro en los dientes. Esos que conducen super serios, y hablan de caballos de potencia como el psicólogo habla de cociente intelectual, y me preguntan cuál es el par/motor de mi taxi como si yo tuviera puta idea de qué significa eso. «¿Qué aceite usa el tuyo, 15w30?», me pregunta el porrero. Y estoy apunto de decir «Creo que aceite de girasol», pero evito el drama y le digo que sí, que el 15w30 es el mejor para mi taxi. Y que una vez se me jodió la culata y tuve que cambiarla por otra modificada, porque me suena haber escuchado esa frase en el Discovery Max. Los usuarios siempre suponen que el taxista entiende de coches. Y de fútbol. No hay guiri que tome asiento a mi lado y no me pregunte cuál es mi equipo, si el Real Madrid o el Atlético de Madrid, como si no tuviera más que esas dos opciones.

Pues no, no tengo puta idea de coches ni mucho menos de fútbol, pero escribo sobre aquellos que me preguntan de coches y de fútbol. Nunca digo que escribo, por supuesto. Es mucho más divertido fingir que soy como ellos. Así de simples por dentro y sin embargo complejos. Estoy seguro de que lo son. Sin duda el porrero, ahondando en su historia, da para novela.

Lo que sé del hastío

FOTO: Wikipedia

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A sus veintipocos ya se veía aburrida de todo, pero no un aburrimiento momentáneo, sino instalado en su corteza, infiltrado en sus huesos como un virus letal e irreversible. Miraba la calle desde mi taxi con ojos hastiados, sin pararse en nada y en nadie capaz de llamar su atención, como si la vida en derredor fuera un remake forzado y emitido en bucle: los mismos modernos con barba de Instagram, las mismas bicis del telediario, los mismos zapatos de los anuncios, los mismos carteles de conciertos que en la radio, o el mismo cielo hortera del salvapantallas. Busqué otra música capaz de revivirla, algo más rítmico y subí el volumen, pero estaba negada también al sonido y a las letras profundas de esas que hacen pensar. Entre medias, la chica recibía whatsapps que leía con cara de poker, resoplando incuso, y al instante volvía a encestar el móvil en el bolso, como si tampoco le dijeran nada digno, o nadie hubiera al otro lado digno de ella.

Es un mal, supuse, de estos tiempos. Sobredosis de estímulos convertidos en colapso. Tanta tele en HD que al final la realidad no es para tanto, o se confunde hasta el punto de creer haberlo visto todo, sin excepción. ¿En qué se convierte el sexo cuando antes del descorche ya has visto mil y una escenas explícitas, primeros planos en banda ancha, o incluso perversiones de toda clase y condición? Perdió la virginidad visual demasiado pronto, y no hubo tiempo para la fantasía. Hay tanto donde elegir y tan a mano que al final te saturas, como un niño encerrado en una tienda de golosinas, ansioso al principio aunque empachado al instante. Y supongo, quizás, que el clima social tampoco ayuda. Mal futuro, paro juvenil, precariedad, sistema educativo corrompido y sus estrellas, esos Justin Bieber, esas Miley Cyrus que pasaron del Disney a lamer martillos en pelotas, o del celibato a coleccionar problemas con la policía.

Yo digo, apaga el wifi un rato cada día. Yo digo, lee a Cortázar. Yo digo, busca gente interesante de verdad, más culta o más vivida que tú. Yo digo, pasión por algo, lo que sea, y humildad. Yo digo, sólo dos palabras: pasión y humildad.