Ni libre ni ocupado Ni libre ni ocupado

Elegido Mejor Blog 2006.Ya lo dijo Descartes: ¡Taxi!, luego existo...

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Taxis, hombres y viceversa

FOTO: Wikimedia

FOTO: Wikimedia

Aquel usuario de mi taxi no era excesivamente guapo (labios de besugo, ojos como faros de un Mini Cooper, pelo lamido a izquierdas) pero hacía lo posible por potenciar su potencial. Primero, se notaba musculado, depilado hasta donde alcancé a ver, bronceado, e hidratado. Segundo, vestía a la última moda choni/cool (pantalones ceñidos y remangados verde pistacho, Nikes nuevecitas, camiseta blanca de pico y americana azul eléctrico, gafas de sol Feat. Pitbull y diamantes CR7 en ambos lóbulos). Tercero, se esforzaba en hablarme sosegado y educado, aunque se notaba que las buenas formas no eran su fuerte: «¿Podría usté llevarme a la calle Infantas, por favó?», pero al instante me demostró un lenguaje menos forzado, como si el BMW Serie 6 que pasó a nuestro lado descorchara de un golpe sus bajos instintos:

—¡Buá qué coche, chaval! Y mira qué llantazas calza. Yo acabaré pillándome uno, ¿que no? Me lo estoy currando un huevo.

—¿Ahorrando? —pregunté intrigado.

—Qué va. Estoy sin curro y aún vivo con mis viejos, pero me lo estoy currando muy en serio para entrar a saco en Mujeres, Hombres y Viceversa: mucho gimnasio, mucha dieta, cremitas para tener la piel chachi, buena ropa, subo selfis al tuiter para ganar fologuers, ya sabes…

—Pero la ropa, las cremas, el gimnasio… debe costarte un dineral.

—Por ahora me están ayudando mis viejos. Ojo: que no son ricos ni nada ¿eh? Son mazo humildes y tal. Vivimos en un piso cutre ahí donde me has cogido, en Aluche, pero les he prometido que pienso devolvérselo todo y comprarles una casa nueva cuando triunfe en la tele.

—Te veo convencido.

—Lo estoy, nano.

Lo de «nano», tratándose de un tipo de Aluche, me dejó roto, descompuesto, en blanco, sin nada más que decir. Y el opositor a tronista aprovechó el silencio para hacerse una tanda de selfies desde el asiento trasero de mi taxi.

Mientras tanto, un tal José María Eirín-López, a la sazón investigador en biología evolutiva (cuyo estudio para encontrar sustitutos naturales a los antibióticos fue destacado por la revista Nature como uno de los mayores logros de 2008) ha tenido que emigrar a EEUU por la falta de ayudas aquí, en nuestra peculiar España.

Cariño, te lo puedo explicar…

Resulta que ayer por la tarde me pagó una mujer la carrera del taxi con su tarjeta de crédito y al teclear yo el importe en el datáfono debí de confundirme, ya que acabé cobrando 4,50€ en lugar de los 45,00€ de la carrera (sí, fue una carrera larga: a Parla, nada menos). Caí en la cuenta demasiado tarde y claro, cuarenta euros son cuarenta euros, así que llamé al banco para preguntar cómo podría reclamar a la mujer la diferencia. Los del banco me dijeron que el cargo en cuestión correspondía a una VISA Corporativa, y me dieron un número de teléfono de la empresa a la cual pertenecía. Llamé a ese número, descolgó un tipo con voz de cazallero, le conté lo sucedido y me dijo que, por motivos de confidencialidad, no podía darme el contacto de la chica y tampoco pagarme la empresa como tal, ya que era un tema entre ella y yo. El caso es que insistí tantísimo, que al final el tipo me dio una solución.

La empresa a la cual había llamado resultó ser un emporio de webs porno. El tipo, muy amable, me pidió que describiera a la usuaria («cabello oscuro y liso con flequillo sesentero, calavera tatuada en el hombro izquierdo, enormes pechos») y al instante me dijo que, indudablemente, se trataba de Chonchi Glamour, una de sus «chicas webcam». Finalmente me aconsejó que accediera a la web y contratara un videochat con ella para hablar directamente de lo sucedido y llegar entre los dos a un acuerdo. De hecho, como acto de buena voluntad por su parte, me acabó regalando un pase Premium para acceder a la web sin coste alguno.

Así que nada más llegar a casa entré en la web porno, busqué y pinché en el videochat en directo de la tal Chonchi Glamour, me dispuse a hablar con ella, y cuando ya estábamos a punto de llegar a un acuerdo, entraste tú en el cuarto y te pusiste hecha una furia. Si me viste sin pantalones, amor, era sólo porque hacía un calor del carajo. Y el kleenex que encontraste a mi lado fue lo primero que encontré a mano: pensaba usarlo para anotar el número de la VISA de la chica y cobrar al fin esos cuarenta euros que, dicho sea de paso, ayudarían bastante a sostener nuestra precaria economía familiar. Amor.

Sólo espero que leas esto en casa de tu hermana, ya que has decidido no atender a mis llamadas ni a los Whatsapps.

Vuelve, pichurri. Te echo de menos.

Lo que sé de Israel

Hace tiempo viajé a Israel para dar una charla sobre blogs y literatura on line invitado por el Instituto Cervantes de Tel Aviv. Huelga decir que en los tres días que duró mi estancia me trataron fantástico, y que tuve la ocasión de hablar honestamente con israelís y judíos de todas las partes del mundo (argentinos, franceses, incluso rusos), así como con un buen número de españoles destinados a la Embajada y al Instituto en cuestión.

Por una parte, llamó mi atención que algunos de los españoles becados en la Embajada eligieran Tel Aviv como destino, movidos principalmente por su condición sexual (según me contaron, aproximadamente el 25% de los habitantes de Tel Aviv eran abiertamente gays). De hecho, lo normal era cruzarte con tipos musculados y embutidos en camisetas de tirantes paseando por su inmensa playa (muy al estilo de Miami), o en las terrazas, en extraño contraste con algún que otro judío ultraortodoxo de sombrero, traje negro y sendos rizos a ambos lados de la cara.

Llamó mi atención la sensación de seguridad que se vivía en la ciudad. Podías caminar a altas horas de la noche sin temor a que pasara nada. Llamó mi atención el altísimo nivel de vida que podía intuirse por la cantidad de hotelazos de cinco estrellas, casoplones particulares, cochazos y hasta taxis (muchos eran Mercedes de alta gama). Llamó mi atención el miedo de quienes no eran judíos hacia los servicios secretos del Mosad (me contaron historias terroríficas de personas que desaparecían, o eran encerradas y aisladas durante años, sin pruebas ni derecho a un abogado). Pensé que exageraban, pero cuando ya me disponía a abandonar Tel Aviv, yo mismo fui retenido e interrogado en el aeropuerto por una agente del Mosad. Viajaba solo, con mi barba de tres días, lo cual, supongo, levantó sus sospechas. Me cachearon de muy malos modos, abrieron con destornilladores las tripas de mi ordenador, y me interrogaron en una sala durante más de dos horas, mirándome a los ojos y gritando. De nada les sirvió mi carta firmada y sellada por la Embajada de España que explicaba los motivos de mi estancia, o el intento de mediación por parte de la persona de la Embajada que me acompañó al aeropuerto. Después de aquello me enteré que, en mi mismo vuelo a Madrid, se quedaron retenidos dos turistas españoles por el simple hechos de llevar en sus maletas un pañuelo palestino.

Ante semejante cúmulo de vejaciones (y el miedo y la impotencia que llegué a sufrir), y sintiéndolo mucho por la buena gente que había conocido allí, me juré no volver nunca a más a Israel.

Pero al judío de Israel le tranquiliza esto. El judío de Israel vive instalado en una especie de psicosis permanente alimentada por el propio Estado de Israel. Por ejemplo todos los Israelís, sin excepción, hombres y mujeres, están obligados a formarse militarmente durante dos años durísimos. De hecho, después de su «servicio militar», suelen concederse un año sabático para viajar por el mundo y «desintoxicarse de la salvaje instrucción militar» (palabras textuales de quien me lo contó). Era habitual ver a chavales jóvenes con fusiles de asalto por las calles de vuelta del cuartel, o incluso pequeños autobuses de línea conducidos por militares con la intención de preservar la seguridad de sus ocupantes.  También tienen prohibido cruzar y conocer la realidad de Gaza, a no ser que cuenten con pasaporte diplomático. Aunque es cierto también, yo lo viví, que son tremendamente críticos cuando les llegan noticias de la  la muerte de niños palestinos. Critican y les apena mucho la contundencia desmesurada de su propio ejército. Así que, por lo que pude ver, son mucho más humanos y sensibles los judíos de Israel que el Estado de Israel, es decir, sus dirigentes respaldados por las grandes potencias (EE.UU. principalmente). No confundamos esto.

El amor y los números

FOTO: Mr Hicks46

FOTO: Mr Hicks46

Un hombre y una mujer, los dos disfrazados de ejecutivos, ultimaban en mi taxi su balance de resultados para el consejo de accionistas de una empresa o algo así, no estuve atento. Sólo me fijé en el amor que se colaba. Quiero decir que intentaban ocuparse del trabajo, pero no podían evitar filtrar las ganas de él hacia ella y viceversa entre los números, las gráficas, y el decoro de mis ojos observándoles de cerca. Les era sin duda imposible separar lo laboral de sus dos cuerpos, ella y él cuadrando cifras aunque hubieran preferido cuadrar el balance de sus cuellos buscándose la boca. De hecho, no podían evitar alternar números, piropos y gráficos.

– Aquí en el balance del primer trimestre no me cuadra esta curva -decía ella.

-Tus curvas sí que cuadran en mis manos -decía él.

-Centrémonos en esto, por favor -volvía ella.

-Vale, perdón. Veamos… Tienes que sumar la cuota variable de febrero al pasivo de marzo -volvió él.

-Hablando de pasivo. -volvía ella-. Un día, con calma, tenemos que jugar a…

-¡Para! -volvía él. -Después de la Junta… nos juntaremos.

Era cosa de dos, pensé observándoles con disimulo. Ninguno de los dos podía evitarlo. Siempre acababan encajando palabras técnicas en su mundo privado. En cierto modo humanizaban los números. Dotaban a los números de vida y sentimientos. Ojalá eso mismo en el Fondo Monetario Internacional, o en el Banco de España. Créditos blandos al máximo interés de abrazar otros cuerpos. O que los tipos de interés busquen a otras tipas de interés. O que los números se vuelvan rojos carmín de tanto besarlos. Ojalá.

¿Dios te ayuda?

FOTOGRAMA de 'La Vida de Brian'

FOTOGRAMA de ‘La Vida de Brian’

Frené mi taxi justo detrás de una furgoneta con un rótulo enorme que decía DIOS TE AYUDA y un dibujo de Jesús con la cara deformada por un golpe de chapa. La barbilla estaba hundida, y con el golpe se habían desencajado las puertas, partiendo la cara de Jesús en dos mitades y desplazando sus ojos hasta el punto de parecer, digamos, bizco. No entiendo mucho del tema religioso, pero aquella imagen de Jesús abollado y bizco parecía copar el Top Ten de las blasfemias casuales. Supongo que a veces los caminos del señor se pasan de frenada hasta el punto de empotrar el morro de Satán cochificado contra su propia deidad. Aunque tal vez, si en lugar de DIOS TE AYUDA hubiera rotulado MANTENGA LA DISTANCIA DE SEGURIDAD, aquel golpe jamás habría ocurrido.

Imagino al conductor de la furgoneta sagrada justo después de recibir el impacto, saliendo al grito de ¡Jesús bendito, qué ha pasado!, santiguándose (aunque demasiado tarde). Tiene que ser jodido resistirse a caer en la contradicción de la efectividad del rezo, máxime si acaban de fostiarte tu mensaje por detrás. ¿Qué interpretación habría que darle a esto? ¿Cubrirá su seguro la restauración del dibujo del hijo de Dios?

¿Qué nos queda?

FOTO: Wikipedia

FOTO: Wikipedia

Control de daños. Amar es lo opuesto a devolver el dolor cuando te sientes dolido. Sólo intentas repelerlo, crear una capa a prueba de bombas alrededor de ella. Pensar en construir y no quedarte anclado en las grietas que vivimos. Ahora muchas parejas discuten por culpa de una crisis que no han provocado. Escasea el trabajo, y el poco que queda apenas da para malvivir. Pero no hay derecho a filtrar la lluvia de fuera en la cueva de dentro. No podemos permitir que los impagos cuarteen los labios que besan, o enfríen los brazos dispuestos al abrigo. Sólo los cuerpos emiten el calor que importa, no olvides esto. Es el único calor que se queda en la memoria. Y el resto, el frío de quienes ganan dinero inyectando frío, es temporal, aunque dure mucho tiempo y desespere. Puede parecer que las paredes que separan el amor de la intemperie cada vez sean más finas, y se acabe colando ruido en la paz que soñaste. Pero hay hojas y ramas y musgo para fortalecer el muro. Y no hay tormenta eterna si el refugio es bueno. También podemos ocupar la casa de ese hijoputa que nos echó de casa, o dormir en el taxi (hablo, por ahora, en sentido figurado, pero hay que estar atentos, al acecho). Y lo más importante: tenemos talento y nos tenemos. Y siempre podemos mudarnos a un país sin wifi, no lo descartes. Pero juntos. Pase lo que pase, siempre juntos. Porque sin ti, sin mí contigo, sin tu vaso a la mitad llenando la mitad del mío, ¿qué nos queda?

El maravilloso mundo de las obsesiones

FOTOGRAMA: Natalie Portman en el FILM V For Vendetta

FOTOGRAMA: Natalie Portman en el FILM V For Vendetta

Ayer me corté yo mismo el pelo como siempre, delante del espejo y con la maquinilla eléctrica, pero debí de prestarle poco interés al cogote, ya que me acabé dejando unos pelillos sin cortar en el hueso del cráneo donde muere la nuca. No fui consciente del descuido hasta hoy por la mañana, ya en mi taxi, después de unas cuantas carreras. Me toqué la cabeza en un gesto casual de amor propio y entonces al tacto noté una isla de pelos algo más largos que el resto. Y esa nimiedad echó por tierra el resto del día: no encontraba la hora de llegar a casa y reparar el descuido. Pero aún era pronto, así que decidí hacerme fuerte, pensar en otra cosa y seguir trabajando. Montó un nuevo usuario y le observé temeroso de que se diera cuenta de mi tara, y en efecto me miró el cogote, pero más bien guiado por las pistas del lenguaje de mis ojos. Nadie más había reparado en ello, al menos antes de que yo hubiera reparado en ello.

Aquí hay dos mundos que son el mismo mundo, pensé. Yo antes vivía tranquilo aun con la misma tara que ahora. Y tal vez este pudiera extrapolarse a todo lo demás. A la realidad de las cosas. A la vida: o eres de los que no se enteran, o eres de los que sufren.

Pero por otra parte había logrado desear más que nunca llegar a casa. Y en cierto modo me tranquilizaba pensar en mi casa como la solución a mis problemas, como un bálsamo, o el placebo perfecto para mis neuras. Por eso esta tarde, al llegar al fin casa, he decidido no cortarme esos pelos sobrantes. Así mañana, cuando salga a currar con el taxi, volveré a desear llegar a casa. Y pasado mañana haré lo mismo. Y así por siempre. Con un mechón de pelo más largo que el resto, pero alerta. Sufriendo, pero con ganas de llegar a casa.

Deja que mamá lea tu diario

FOTO: Gonmi

FOTO: Gonmi

Cambiaste el día en que tu propia madre comenzó a leer tu diario. Era uno de esos cuadernillos con candado pequeño, fácil de abrir apenas con un clip y un poco de maña. No tenías pruebas de que en verdad lo leyera, así que un día colocaste un pelo tuyo entre las páginas 37 y 38. Al día siguiente, en efecto, tu cabello seguía ahí, pero entre las páginas 41 y 42. Sin duda, cuando tu madre abrió el diario para leerlo, el pelo se desprendió y volvió a colocarlo con cuidado aunque en distinto lugar.

Pero lejos de montar en cólera, buscaste el modo de aprovecharte de aquello. Ahora que sabías que tu madre te leía, decidiste inventarte otra vida. Escribiste, por ejemplo, que habías discutido con tus amigas, o que te sentías horrible y acomplejada con la ropa de tu armario, o que ya no tenías ganas ni motivos para salir de casa. Todo era mentira, claro, pero aquello acabó surtiendo el efecto deseado: Tu madre, visiblemente preocupada por lo que leía a escondidas, empezó a animarte a que salieras más: te subió la hora de llegar a casa e incluso llegó a darte un buen dinero para renovar tu vestuario.

Aquel año tus notas fueron malas. En tu diario escribiste que, de haber tenido un ordenador portátil donde clasificar los temarios y buscar información adicional por internet, sin duda habrías aprobado mates y conocimiento del medio.

Esas navidades, sin siquiera pedirlo, tu madre te regaló el ordenador.

Pasaron los años y ahora, en mi taxi, me cuentas que tu madre nunca llegó a saber nada de aquello. De hecho, ahora estás casada, y has empezado otro nuevo diario con la intención de forzar el mismo efecto en tu marido. Sospecha que tienes un amante, y el diario es tu forma de hacerle creer que no.

Yo no quiero ni libre ni ocupado

FOTO: See-ming Lee

FOTO: See-ming Lee

Escribo esto en la terraza del bar de abajo porque en casa no puedo fumar (mi mujer no fuma, y en mi mundo prima la voluntad del no fumador) y además la cerveza y las olivas tienen un sabor distinto aunque sean las mismas. El caso es que antes de bajar decidí poner una lavadora y escribir aprovechando el programa de lavado (prendas delicadas, hora y media), pero justo al darle al botón y llenarse el tambor de agua me acordé de las llaves de mi taxi, ¿dónde coño las había puesto?, y al buscarlas sin éxito concluí que estarían danzando en el bolsillo del pantalón que había metido a lavar. Me asomé a la ventana de la lavadora y, en efecto, ahí estaban percutiendo el metal de la llave contra el tambor a un ritmo y un sonido que me recordó al Headhunter de Front 242. Y como ya no había nada que hacer, bajé al bar, como digo, y me puse a escribir. Y a beber. Y a fumar. Y a observar otras vidas.

Pero ahora que estoy delante del teclado no puedo evitar pensar en las llaves de mi taxi (con su mando del garaje y un llavero-linterna que compré en los chinos) dando vueltas y más vueltas, con las tripas empapadas en suavizante Mimosín. Y ahora que lo pienso, tampoco llevo puesto mi anillo de casado (lo guardé en el mismo bolsillo del pantalón para no mancharme cuando metí la mano en el motor del taxi), así que el anillo también estaría dando vueltas junto a las llaves del coche y el mando del garaje.

Y no se me ocurre mejor metáfora de lo que es mi vida en estos instantes: mi taxi y mi matrimonio bailando juntos, purificándose o buscando limpiar las manchas del pasado, y tal vez por culpa de esto se jodan los circuitos, el chip de la llave que arranca mi taxi. Lo cual quiere decir que si busco la pureza, habré de sacrificar mi taxi, o al menos el concepto de taxi que tenía hasta ahora. Tendré que dejar de buscar otros ojos a través del espejo, al menos del modo en que lo hacía antes, desnudando miradas del modo en que lo hacía antes, y habré de ceñirme al taxímetro cada vez que monte alguien igual que hacen los taxistas palilleros. Y yo no quiero eso. Yo no quiero vecinas con pucheros, yo no quiero que elijas mi champú. Yo no quiero ni libre ni ocupado, ni carne ni pecado, pero la quiero, de eso no hay duda. La quiero. Y también quiero a mi taxi de antes. El azar sin límites de antes. Maldita lavadora.

¿Qué es tenerlo TODO en la vida?

Y surcando en mi taxi los túneles de El Pardo el hombre prosiguió:

-Podría decir que lo he conseguido todo en la vida.

-Me alegro mucho por usted-dije.

-No fue fácil.

-Por cierto, ¿qué significa TODO?

-Ya sabes, éxito profesional, una buena casa, un buen coche, dos hijos estupendos…

-¿Por ese orden?

-Salud. Es importante la salud. Me machaco en el gimnasio e intento comer sano. Disciplina, ya sabes.

-¿Está casado? -pregunté.

-Divorciado. Pero me llevo muy bien con mi ex. Y vive cerca, eso es un lujo. Nos arreglamos sin problema con los niños.

-¿Sin problema?

-Quince días ella, y quince días no.

-Pero ya no viven todos juntos…

-Bah, mejor eso que tener dos padres o dos madres, ¿no crees? Imagina unos niños criados por dos maricones. Yo no sé qué clase de niños podrían salirte de ahí. Degenerados, sin duda. Qué ascazo. Deberían prohibirlo.

-¿De veras?

-Por cierto, este fin de semana es la fiesta esa de los maricones, ¿verdad? Esa que salen medio en pelotas con carrozas… como monos de feria. Tenía previsto salir el sábado al centro, pero mira, mejor me quedo en casa. No vaya a ser que me contagien algo raro.

-¿Y dice usted que lo tiene todo?

-¿Perdón?

-¿También incluye el «odio» en su arsenal de virtudes?

-No me digas que estás a favor de los maricones.

-¿A favor? ¿Acaso uno puede estar en contra del azar?

-Qué azar ni qué hostias. Vicio. Son viciosos. Le dan atodo. Y por suerte, gracias a dios, que tiene cura. ¿Conoces a Richard Cohen? Ahí está el ejemplo. El otro día en Intereconomía el mismo Cohen explicó cómo consiguió curarse. Te recomiendo que leas sus libros Coming out Straight,Understanding and Healing Homosexuality, donde explica que la homosexualidad viene dada por una infancia problemática, y cómo se curó gracias a la Iglesia de la Unificación que, por cierto, tiene sede en Madrid, en la calle Gómez Ulla. Así que SÍ SE PUEDE.

(Silencio)