Ni libre ni ocupado Ni libre ni ocupado

Elegido Mejor Blog 2006.Ya lo dijo Descartes: ¡Taxi!, luego existo...

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Los besos comunicantes

La charla ya había alcanzado unas cotas indescriptibles. Hace rato que habíamos llegado a su destino, hace rato que yo había detenido el taxímetro y ella pagado la carrera, y ahora nos encontrábamos recostados, cada cual en su asiento, el uno en frente del otro, ella a mi lado, hablando los dos por los codos, formulando y contestando preguntas a cual más íntima. Ella alcanzó tal punto de confianza que incluso llegó a manejar el volumen de la radio sin consultarme. Fue en uno de esos momentos, mientras sonaba y ella subió una de Roxy Music, cuando sin querer descendió su mirada y clavó sus ojos en mi boca. Ahí supe que quería besarme, o al menos que no se opondría si yo me acercaba a besarla. Y así lo hice. Mientras ella cantaba la canción casi susurrando, yo comencé a acercarme hasta notar el mismo aliento de sus palabras, el calor de su boca, y entonces se hizo el silencio y ella me tendió sus labios blandos y suaves como almohadas de seda, sus labios a mi entera disposición pero sin moverlos, sólo dejándose besar, y luego entreabrió su boca y comencé a rastrear sus labios con la punta de la lengua, y cuando al fin se encontró mi lengua con su lengua sentí un torrente de energía, como si ambas lenguas fueran canales de información, y entonces, de súbito, comencé a leer su propia mentenlkjsu barba pincha, hace cosquillas pero madre mía, me estoy poniendo cachonda, como sigamos así yo no sé, mejor parar a tiempo, que la cosa no vaya a más, que no me bese el cuello porque entonces me conozco y me pierdo y no puedo y claro, ni loca puedo decirle que suba a casa, ¿qué hago?, y tampoco deberíamos estar aquí ¿y si nos pilla Jota? ¿y si baja Jota a sacar al perro y me pilla aquí, dándome el palo con un taxista?, estás como una puta cabra, tía, pero qué fuerte, qué situación, madre mía, cuando se lo cuente a… no, no puedo contárselo a nadie, no jodas, que como se entere Jota se lía parda, y ahora no, joder, no… ahora va y me mete la mano por debajo de la blusa, tengo que pararle, decir que pare, que no siga por ahí, mejor me aparto yo, pero poco a pockjhy nuestras lenguas se separaron y entonces ella me dijo que se tenía que marchar y salió del taxi y ahí quedó todo.

El primero del resto de los besos

Tachados ya los momentos más propicios por cobarde, el adolescente al fin cerró los ojos, se armó de valor y besó a la adolescente por primera vez en el asiento trasero de mi taxi. Giró la cabeza hacia ella y, al ver que ella no giraba la suya dobló su cuerpo hacia sus labios y la besó. Al primer contacto ella se mantuvo quieta, erguida (no lo esperaba o al menos no ahí, en un taxi), pero luego se dejó besar, abriendo un poco la boca, sólo un poco, a la espera tal vez de su lengua, la primera lengua ajena en contacto con la suya.

Rara sensación pero a su vez excitante, como toda novedad mitificada en los corrillos de clase, en las películas, en las series de televisión o en las canciones. Así pues, en el instante del beso, ambos sabían lo que tenían que hacer aun sin haberlo hecho nunca: pegar sus labios y dejarse llevar él por ella y ella por él. Tantear luego el terreno sacando tímidamente la lengua, como sin querer, buscar la opuesta al otro lado de la frontera de sus dientes y que las lenguas se rocen y se ablanden si están tensas y se muevan lentas; que nadie interpreta la urgencia en el otro.

Después es cierto que cuesta saber cuándo dejar de besarse. Ellos dos lo hicieron sin más, quedó algo frío: Separando él su boca de ella y apartando ambos, casi al instante, la mirada. Tampoco hablaron. No sabían qué decir.

Detuve el taxi en el portal de ella, se bajó con un simple y tembloroso «adiós» y luego continué la marcha con él, biopsiando a través del espejo su cara de flipe, imaginando el monólogo de sus pensamientos («¡Buaa!, ¡la he besado, tío! Muy bien. Te lo has currado. ¿Demasiado brusco? Naa… ha estado bien. Se notaba que ella también quería besarme. Y además: ha abierto la boca y ha movido la lengua, tío. Ufff… cuando se lo cuente al Juanfran… ¡cómo mola! mañana la beso otra vez. Después de clase, al despedirnos. O de camino, en el parque. ¿Se habrá dado cuenta el taxista? ¡qué corte! Yo creo que no. Ha subido el volumen de la radio y todo. Seguro que está a su bola…» )

Polvo eres

En un abrir y cerrar de puertas me soltaste lo de tu marido: Que habías dejado de quererle (o de querer quererle, pensé). Por eso decidiste salir de casa sin rumbo, emborracharte o coger un taxi cualquiera para que el taxista cualquiera te llevara al abismo de los taxistas cualquiera, allá donde el suelo huele a una mezcla de orín, espigas, graffittis y chispas de alta tensión. Y allá que fuimos.

Tú querías follar con alguien que no fuera tu marido: Yo tenía hambre de tópicos: Tú tenías dos enormes tópicos bajo aquel sostén de encaje azul: Yo jamás me habría casado con alguien como tú.

Te besé con el taxímetro encendido como quien besa a un guiñol, con mis manos manejando tu mecanismo desde abajo.

– No serás un psicópata de esos, ¿verdad? – me preguntaste con un condón entre los dientes.

– No me gusta hablar de mi vida privada mientras follo con desconocidas – dije quitándotelo de la boca.

Tres cremalleras y siete botones después comenzamos a movernos a un son nada estudiado, improvisando gemidos, empañando con nuestro aliento las nuevas Tarifas del 2009 pegadas a cada cristal (como si ahora las bajadas de bandera se pagaran en gotas de saliva, pensé). Y abrí mis ojos para comprobar que los tuyos continuaban cerrados. Y me plegué las ojeras para no querer saber tu nombre. Y nos corrimos a la vez, como por Wi-Fi, aunque cada cual lo hiciera a millones de kilómetros del otro.

Luego te bajaste de mi taxi y antes de cerrar la puerta me soltaste:

– No hace falta que me acerques a casa. Ya cojo un taxi.

– Eres idiota – te dije parando el taxímetro en 21,35€.

Y ahí quedó todo. Que te fuiste sin pagar, quiero decir.