Estoy borracho, otra vez, y no me apetece volver a casa, al menos no a esa casa contigo dentro, esperándome, como el lunes pasado y el miércoles pasado y el domingo. No quiero volver a verme reflejado en tus ojeras.
Reconozco que eres una santa. No entiendo qué pudiste ver en mí, o cómo puedes mantener intacto eso que viste al principio. Hoy he vuelto a gastarme la recaudación del taxi en cervezas y en cubatas. También compré la revista Qué Leer sólo por buscar alguna reseña del libro que aún no he publicado. Ni he escrito. Es la historia de mi vida: doy por hecho el futuro que tengo planteado pero apenas hago nada por conseguirlo. Soy como un viajero que espera en el andén equivocado a que llegue un tren que no me corresponde. Sentado en el andén, sintiéndome culpable, además, por estar fumando justo debajo de un cartel de PROHIBIDO FUMAR. Entiendo que no se permita fumar en un andén, quiero decir. Lo que no entiendo es a mí.
¿Rebelde?, no creo. Tengo 36 años, si este dato añade algo al asunto. También es cierto que nunca nadie me ha dado una buena hostia a tiempo. Soy rápido sorteando hostias, y bastante ágil persuadiendo al contrario. Y beso bien, o al menos doy la impresión de besar bien, sin maldad. Y me gustan, me apasionan, los escotes. Observar o intuir o imaginar pechos. No tengo la culpa de esto. Es innato.
Estoy en un bar de la calle Zurbano, dándole a la tecla en una mesa que dejó de cojear después de calzar la pata díscola con un hueso de aceituna. A veces tengo buenas ideas. En mi infancia aprendí más con MacGyver que en catequesis con el padre Mauro.
A mi lado, junto a la barra, dos parroquianos discuten sobre el derecho a la reinserción de los presos después de haber cumplido su condena. Están hablando de la conveniencia de publicar fotos recientes de exconvictos con la intención de persuadir o alertar a la población ante futuros, presuntos, posibles delitos. ¿Volverá un asesino a matar después de haberse tirado veinte años entre rejas? Uno de los dos dice que sí. El otro dice que no, que no siempre. Que todos, en fin, merecemos una segunda oportunidad.
Tú te sabes mi rostro de memoria, y a la vista queda que contigo he vuelto a incumplir las normas básicas de cualquier convivencia al uso. ¿Cuántas veces me has perdonado? ¿Cuántas veces seguirás perdonándome? ¿Cuál es tu límite? ¿Cuál es el mío? ¿Cuántas veces he asumido, penitente, tus venganzas?¿Acaso alguien ajeno a ti o a mí tiene derecho a juzgarnos sin conocer los detalles?
¿Qué pesa más, un kilo de cebada o un kilo de lo nuestro?