No hace muchos días tuve la ocasión de escuchar a los doctores José Manuel Moreno, coordinador del Comité de Nutrición de la Asociación Española de Pediatría, y Cristina Campoy, responsable del estudio europeo Nutrimenthe. Pude además preguntarles y charlar con ellos y con algunos de los científicos responsables del Instituto Puleva de Nutrición sobre la alimentación de nuestros niños y las carencias que tienen, que es algo a cuyo estudio se dedica especialmente la doctora Campoy. Porque sí, tenemos carencias. En nuestro primer mundo sobrealimentado, con la obesidad causando estragos de salud, resulta que tenemos un buen puñado de deficiencias nutricionales. Nosotros y nuestros niños.
Me recuerda a un genial libro escrito a cuatro manos por Neil Gaiman y Terry Prattchett en el que el apocalipsis se presentaba con unos modernos jinetes. El Hambre había logrado rizar el rizo, aparcando el caballo esquelético por cadenas de comida rápida y consiguiendo que la gente muriera siendo obesa por tener gravísimas carencias nutricionales.
Fue especialmente interesante escuchar a la doctora Campoy, que estoy además pendiente de que me pase algunos enlaces sobre la relación entre el ácido fólico y el autismo. Del estudio Nutrimenthe que ella lidera ya habló mi compañero bloguero nutricionista, que de estas cosas realmente entiende mucho más que yo, hace unos meses en el post la mala nutrición de los niños es patente y las soluciones claras.
Un porcentaje abrumador de nuestros niños toman menos Vitamina D, ácido fólico y ácidos grasos omega 3. Yo, como Juan Revenga, tengo claro que la vía para abordar el problema es el de enseñar a comer bien. Sobre todo porque aunque hay alimentos suplementados que tal vez puedan venir bien en según qué circunstancias, hay otros problemas como la obesidad que no van a solventar.
Enseñarles a comer bien es esencial, tan importante como enseñarles a leer y escribir. Claro que para poder enseñarles primero tendremos que aprender sus padres. Tardemos que aumentar el consumo de productos procedentes del mercado de toda la vida, reducir precocinados y carnes, aumentar el consumo de frutos secos, pescados, huevos…
Pero tampoco hay que volverse loco y caer en el ‘nutricionismo’, la cosa pasa por tener unos cuantos conceptos muy básicos claros que podrían resumirse en tender a comer variado y lo más parecido posible a como lo hacían nuestros abuelos (obviando hambres y guerras, claro) con frutas y verduras frescas de temporada, legumbres, pan del de verdad, pescado… y también tender a reducir muchísimo el consumo de carne.
Tener una relación de sano disfrute con la comida, coger gusto y perder pereza a cocinar, hacer todo el ejercicio del que seamos capaces y nos divierta.
Igual que la lactancia materna, la mejor opción para todos los profesionales participantes en el foro del que os hablo, es un regalo para toda la vida, también lo es intentar transmitir todo eso a nuestros niños.
Una de las sugerencias que salió en la charla que tuvimos era la conveniencia de simplificar las cosas a los padres que comienzan a alimentar a sus hijos con sólidos entregándoles sugerencias de menús sencillos, saludables, en lugar de las típicas hojas absurdas de recomendaciones sobre a qué edad empezar a introducir tal alimento que incluso varían entre un pediatra y otro en el mismo centro de salud.
No sé vosotros, pero yo creo que sería buena idea a modo de sugerencia para muchos padres: atún con tomate natural, salmón ahumado con una tortillita, un arroz con setas ahora que estamos de temporada, queso fresco con uvas y ciruelas cortaditas, judías verdes rehogadas con unos boquerones, croquetas de zanahoria o pasta con brócoli.
Un regalo para toda la vida, os lo aseguro.