Archivo de mayo, 2014

Las damiselas tatuadas de Jessica Harrison

'Painted Lady 3' - Jessica Harrison- Foto: Chris Park

‘Painted Lady 3’ – Jessica Harrison- Foto: Chris Park

Todo cambia cuando el escote y los brazos desnudos de las damiselas se muestran cubiertos por sirenas, calaveras con chistera, anclas, ángeles, banderolas con términos relacionados con la vida, la muerte y el amor…

Las figuritas de porcelana que escoge para sus obras la escultora británica Jessica Harrison (St Bees, 1982) posan impunes en su naturaleza desfasada y decimonónica, viven en un mundo idílico sin importarles el aspecto kitsch. Harrison ha jugado mucho con ellas: en otra ocasión, me referí en este blog a la colección de estatuillas que había modificado con maestría para darles un aire de inesperada candidez gore.

La artista da un paso más en la transformación de figuritas de porcelana y esta vez experimenta con las puras e inocentes damiselas tatuando sobre ellas. Para la colección Painted LadiesDamas pintadas, una alusión a las famosas casas victorianas de San Francisco (EE UU)— se ha decidido por grabar sobre las estatuillas tatuajes flash, diseños ya famosos, genéricos y simbólicos: dagas con corazones, galeones, rosas, mujeres desnudas, golodrinas…. El conjunto se expone hasta el 24 de junio en la galería L.J. de París.

La contradicción de su aspecto no les borra la sonrisa, es curioso ver a las idílicas señoritas con la piel modificada y aún con sus antiguos vestidos de fiesta, combinando los tatuajes de pintura lacada con collares de perlas, lazos en el pelo y abanicos desplegados.

Siempre centrada en la relación de extrañeza que nos produce nuestra propia anatomía, a la autora le llama la atención la piel como frontera entre la visión amable del cuerpo y el horror de la víscera. Con los tatuajes, sigue reflexionando sobre el papel del órgano humano más grande, esta vez interpretándolo como un lienzo abarrotado.

Helena Celdrán

Detalle de 'Painted Lady 5' - Foto: Galerie L.J., París

Una de las 'Painted Ladies' que se exponen en la galería L.J. de París-5

Una de las 'Painted Ladies' que se exponen en la galería L.J. de París

Una de las 'Painted Ladies' que se exponen en la galería L.J. de París

Una de las 'Painted Ladies' que se exponen en la galería L.J. de París

¿Lo mejor de PhotoEspaña? Las fotos de una costurera

Lillian Bassman (1917-2012)

Lillian Bassman (1917-2012)

Cuando la costurera Lillian Bassman tuvo la osadía de dar un consejo sobre iluminación durante una sesión de fotos de moda para la revista Harper’s Bazaar, el divo que llevaba la cámara encima y, por ende, gozaba del privilegio de considerarse artista y cobrar tal vez cien veces más que la costurera, despreció la sugerencia con malos modos de pequeño Hitler:

— Estás aquí para para coser botones, no para hacer arte.

Unos años después Bassman era quien mandaba en los sets de la publicación de referencia, en la que impuso un estilo de fotografía elegante y difuso que copiaron y aún copian centenares de advenedizos. Resulta imposible encontrar a alguien que desvele un episodio de mala baba, prepotencia o desprecio de la costurera convertida en fotógrafa.

Hasta poco antes de morir en 2012, a los 94 años, siguió haciendo fotos con similar discreción a la del roce de un hilo sobre la tela. La muerte le sobrevino con la misma llaneza: mientras dormía, acaso soñando con un mundo de alto contraste, sutil elegancia, contornos indefinidos y ni un solo pequeño Hitler dictando cátedra.

It’s a Cinch, Carmen, lingerie by Warner’s, 1951 (alternate version published in Harper's Bazzar, September 1951). Courtesy: Estate of Lillian Bassman © Estate of Lillian

It’s a Cinch, Carmen, lingerie by Warner’s, 1951 (alternate version published in Harper’s Bazzar, September 1951). Courtesy: Estate of Lillian Bassman © Estate of Lillian Bassman

Antítesis de artista sobrada, ajena a la sensación de estar de vuelta que aqueja últimamente a tantísimo indocumentado con aspiraciones fotográficas, convencida de que trazar un pespunte o hacer un retrato culminan en lo mismo, una conjetura de belleza invisible para el torpe ojo de los humanos, Bassman es la gran estrella  de la edición de este año de PhotoEspaña.

La exposición Pinceladas, una de las muchas de la sección oficial del festival, tiene un título que Bassman jamás hubiese consentido por prosopopéyico. El lugar de la muestra, la sala de la Fundación Loewe en la calle Serrano del Madrid más fatuo, es decir, merengue, tampoco ayuda.

Es factible olvidar ambos contratiempos si nos ceñimos a las fotos.

Blowing Kiss, Barbara Mullen, New York, c. 1958. Reinterpreted 1994. Courtesy: Estate of Lillian Bassman © Estate of Lillian Bassman

Blowing Kiss, Barbara Mullen, New York, c. 1958. Reinterpreted 1994. Courtesy: Estate of Lillian Bassman © Estate of Lillian Bassman

«Uno no se mata por el amor de una mujer. Uno se mata porque un amor, cualquier amor, nos revela nuestra desnudez, nuestra miseria, nuestro desamparo, la nada», escribió en uno de sus muchos descensos depresivos el poeta suicida Cesare Pavese.

Las fotos de Bassman, a las que nunca tendría el atrevimiento de llamar frívolas, de moda o, como dicen desde PhotoEspaña, productos fundados en una respuesta coyuntural («en una época en la que las prendas se mostraban rígidas sobre los cuerpos de las modelos, Bassman las retrató interactuando con la ropa de forma natural»), ofrecen sobradas razones para dejarlo todo, cámara y artificios, y matarse.

Report to Skeptics, Suzy Parker, 1952. Courtesy: Estate of Lillian Bassman © Estate of Lillian Bassman

Report to Skeptics, Suzy Parker, 1952. Courtesy: Estate of Lillian Bassman © Estate of Lillian Bassman

A partir de los años setenta el trabajo de Bassman quedó en el olvido mientras los negativos de los 40 años anteriores criaban polvo en los archivadores. La fotógrafa fue la primera en olvidar su obra: traspapeló una maleta con varios centenares de copias únicas hasta que un invitado a su casa la encontró en el desván.

A mediados de los noventa, diseñadores como John Galliano reivindicaron el estilo elegante, sugerente y basado en brochazos de luz y bellos desenfoques de Bassman, que también pintaba (su artista favorito era El Greco) y organizaba las jornadas de trabajo en el estudio basándose en el valor cromático y la composición. Las modelos que posaron para ella han recordado que se sentían «libres» con Bassman y tenían la sensación de que podían «volar».

La mujer que cambió la historia de la moda, la fotografía y la manera de ver a las mujeres, lo hizo sin estruendo, con la humildad de una costurera.

Ánxel Grove

Algunos tesoros semiescondidos de The Black Keys

Discografía de los Black Keys (2002-2014)

Discografía de los Black Keys (2002-2014)

Pese a que no alcanzaron los dudosos galones de la aceptación masiva hasta 2010 cuando su sexto álbum, el siempre socorrido para animar todo tipo verbenas y colmar palacios de deportes Brothers —donde las trifulcas personales de los dos llaves negras, las domésticas con sus parejas, los consiguientes divorcios, el alcoholismo, la rugosa producción del mago Danger Mouse, la grabación en un galpón con poder de sagrario (los estudios Muscle Schoals de Alabama, puestos a funcionar para la ocasión tras 30 años de parón) y, sobre todo, la docena y pico de soberbias canciones nacidas del blues 100% fuzz y la psicodelia de garaje cocinaron un brebaje tóxico—, The Black Keys no son unos niñatos recién llegados a la fiesta sin invitación.

En 2002

En 2002

Dan Auerbach, el guitarrista-cantante-compositor-aquí-mando-yo, tiene 34 años, y su colega Peter Carney, batería-compositor-lo-que-tú-digas-Dan, uno menos. La historia es de fábula: amigos desde la infancia, nacidos en Akron (Ohio) —ese lugar donde algo deben añadir al agua del sistema municipal de abastecimiento que fomenta el rock y la demencia (200.00 habitantes y, entre ellos, Devo, Chrissie Hynde, David Allan Coe y The Black Keys)—.

Hijos de familias acomodadas (los padres del primero son una profesora de francés y un marchante antigüedades y los del segundo, periodistas), montaron el dúo en 2001. Es fácil imaginar el panorama natal: el garaje paterno, los watios ensordeciendo al vecindario suburbano, la luz de la cerveza como faro y el humo de la marihuana trenzando volutas espaciales. Los «pringados del instituto», como ellos mismos se definen recordando aquel tiempo, eran los reyes del mundo allí dentro.

No voy a proseguir con los detalles de la historia. The Black Keys me gustaron desde el primer disco y siempre los antepuse, en la infértil encuesta sobre cuál es el mejor dúo del rock and roll contemporáneo, a The White Stripes, que me parecían en exceso pendientes de la pose arty de portada de dominical y de enamorar a los modernos con el corte del vestuario. Donde los primeros ofrecían sudor, los segundos ponían diseño y el rock siempre ha preferido a la gente que se deja la piel antes que a la gente preocupada por las pieles.

Ahora que sale a la venta Turn Blue, el octavo álbum de Auerbach y Carney, con Danger Mouse otra vez a los mandos —sólo he escuchado el single Fever— me parece un buen momento para recordar algunas obras semiescondidas de la pareja.

"Chulahoma: The Songs of Junior Kimbrough", 2006

«Chulahoma: The Songs of Junior Kimbrough», 2006

Chulahoma: The Songs of Junior Kimbrough
The Black Keys, 2006
Siete versiones en extremo respetuosas, casi siguiendo el canon del blues más profundo, en un extended play editado en 2006 como homenaje a uno de los grandes héroes del dúo, Junior Kimbrough (1930-1998), un bluesman canalla y de vida torrencial: cuando murió, a los 67 años, tenía 36 hijos de varias mujeres y regentaba el tugurio Junior’s Place, en Chulahoma, una localidad rural del norte de Misisipi con una importancia musical no acorde con su tamaño —el local lo regentaron algunos de los muchos herederos del propietario pero ardió hasta los cimientos en un incendio en 2000—.

Los Black Keys ya habían versionado canciones de Kimbrough, cuyo estilo sincopado y profundo (no muy diferente al de John Lee Hooker) es una notable influencia en el sonido del dúo, en discos anteriores —Do the Rump en el primer álbum y Everywhere I Go en el segundoy en 2005 participaron en el homenaje Sunday Nights: The Songs of Junior Kimbrough con My Mind is Ramblin.

Grabado en directo en el local de ensayo de la banda, un sótano de Akron, fue el último disco que publicaron con su primera discográfica, la independiente Fat Possum Records, muy poco antes de firmar con la major Nonesuch que les llevó a la fama universal.

"Keep It Hid", 2009

«Keep It Hid», 2009

Keep It Hid
Dan Auerbach, 2009

El primer y único disco en solitario del inquieto Auerbach es una consecuencia de una muy mala racha. El guitarrista no se hablaba con Carney porque no soportaba a la esposa de éste («la odié desde el primer momento, no quería tener nada que ver con ella») y la estabilidad del grupo estaba en peligro.

Auerbach decidió poner distancia para tratar de enfriar las diferencias, montó un estudio propio en Akron y lo estrenó grabando esta magnífica colección de canciones, que son, al tiempo, similares en estructura a las de The Black Keys pero diferentes. La falta de la pegada terrorífica del batería es aprovechada con inteligencia por el guitarrista-cantante para dar espacio a los temas, moverlos con menos ímpetu y abrir el abanico de estilos hacia el pop y la psicodelia.

Cuando Carney se enteró de la grabación, de la que no fue avisado, pilló un mosqueo de mil demonios y, como consecuencia, decidió montar también un proyecto paralelo.

"Feel Good Together", 2009

«Feel Good Together», 2009

Feel Good Together
Drummer, 2009

Con mucha ironía y cierta mala baba, Carney respondió a su colega montando el grupo Drummer (en inglés, bateria) juntando a cinco intérpretes del instrumento de otras tantas bandas de Akron. Él decidió tocar el bajo.

El disco que editaron pocos meses después del de Auerbach —con una vitríolica referencia en el título, Sentirse bien juntos no oculta que los implicados dominan las formas de crear y mantener ritmos: las canciones son pegadizas por lo métrico de su estructura.

Esas mismas virtudes lastran el álbum con cierta torpeza mecánica, solamente rota en un par de temas: Mature Fantasy, una balada muy sobria y tensa, y Every Nineteen Minutes, que tiene cadencia épica.

Después de algunas actuaciones, la banda se separó tal como había nacido, en un guiño, y Carney y Auerbach, una vez divorciado el primero —que durante el proceso se entregó a la diletancia alcohólica y engordó más de quince kilos en pocos meses— hicieron las paces.

"Blakroc", 2009

«Blakroc», 2009

Blakroc
(The Black Keys
y 11 invitados), 2009

Si tuviera que colocarme en la tesitura de elegir un sólo disco de The Black Keys, sería éste. Más allá de que las canciones me parezcan sublimes, Blakroc demuestra que el dúo es permeable y no comulga con el integrismo de quienes denigran al hip-hop sin conocimiento de causa y, al tiempo, es una prueba de que el rap conlleva el mismo espíritu de éxtasis físico y ardor que el rock.

Con once músicos y cantantes de hip-hop —entre ellos Raekwon, RZA y el fallecido Ol’ Dirty Bastard (los tres de Wu-Tang Clan), Jim Jones y NOE (de ByrdGang), Mos Def, Nicole Wray, Pharoahe Monch, Ludacris y Q-Tip (de A Tribe Called Quest)—, esta obra abierta quita el aliento por su descarada frescura, nacida y gestada en el estudio durante sesiones abiertas, nocturnas y alimentadas con todo tipo de sustancias donde se mezclaron la efervescencia del rhythm & blues con el nuevo soul callejero.

El ambiente colaborativo y chispeante fue grabado en un documental que puede verse aquí. Dejo abajo los vídeos de algunas de las canciones de esta explosión atómica en la que advierto la reunión probable de Elvis Presley y Otis Redding.

Ánxel Grove

¿Una piñata con segundas intenciones?

Fake Idol - Sebastian Errazuriz

Sebastián Errazuriz (Chile, 1977) hace a menudo comentarios políticos y religiosos en sus trabajos. Algunos son imaginativos ejercicios humorísticos (una escultura de Jesucristo atado como Gulliver y martirizado por unos romanos liliputienses), otros tienen un cariz más agrio, como la maqueta de un hipotético avión doble: dos cuerpos fusionados al estilo de un catamarán (como se planeó en la II Guerra Mundial con la intención de realizar ataques aéreos más eficientes) pero en este caso con aviones Boeing como los que se estrellaron contra las Torres gemelas en los atentados terroristas del 11-S.

Su nueva obra es un becerro de oro al que ha llamado Cash Cow (Vaca-dinero en efectivo), una piñata malévola y de ecos bíblicos. La gran estructura cubierta de papelitos dorados recuerda al juego infantil típico de los cumpleaños y además se presenta como un símbolo capitalista que esconde una sorpresa en su interior.

Fake Idol - XXth Century Capitalism - Sebastian Errazuriz

El artista ha creado la pieza para el NYCxDesign Festival: un festival que hasta el día 20 organiza eventos y talleres en relación con el diseño y que se celebra en el centro Industry City del barrio neoyorquino de Brooklyn. Con la idea de presentarla como un símbolo «anti capitalista» que denuncia la avaricia, planea animar a los asistentes al acto de clausura del evento (el día 20 de mayo) a que golpeen con palos al becerro para mostrar su rabia contra la codicia.

Sin mencionar en el acto que la vaca dorada contiene 1000 dólares en billetes de uno (algo que tampoco mencionan en su web los organizadores del festival), los que se animen a destrozarla comenzarán a ver los billetes caer. Errazuriz sabe que sucederá lo inevitable, que aquellos que golpearon al becerro serán los mismo que se avalanzarán sobre el dinero. «Me encantaría ver a esta gente rodando por el suelo y luchando por los dólares«, confiesa el autor al periódico New York Daily News.

No es la primera vez que mencionamos al artista en este blog: su irresistible proyecto 12 SHOES for 12 LOVERS (12 ZAPATOS para 12 AMANTES) era humorístico y a la vez íntimo: Errazuriz creaba los 12 pares en correspondencia a una docena de relaciones fallidas del pasado y acompañaba el diseño con un resumen de la mujer a la que dedica el curioso calzado.

Helena Celdrán

Sebastian Errazuriz con la cabeza del falso ídolo

Sebastian Errazuriz preparando la piñata

Yasuzo Nojima, desnudos de chicas convencionales de los años 30

Yasuzo Nojima – Miss Chikako Hosokawa, 1932

Yasuzo Nojima – Miss Chikako Hosokawa, 1932

El retrato merece una cita de Baudelaire —«no concibo ningún tipo de belleza sin melancolía»— porque sintentiza una forma especial de tristeza: el corte de la mitad de la cara, la sombra, la cualidad terrenal de la modelo, la mano descansando con un artificio de suavidad sobre la mejilla y el dedo índice rompiendo el equilibrio con una rigidez de arma blanca, la mirada directa y fría…

El autor de la enigmática foto, Yasuzo Nojima, vivió entre 1889 y 1964 y nunca salió de Japón. No le faltaban medios para moverse por el mundo y gozar de sus indulgencias: era de familia acomodada, regentaba galerías de arte y estudios de fotografía y le sobraban tiempo y posibles para ejercer el mecenazgo fundando revistas que pagaba de su bolsillo, entre ellas Koga, el primer magazine de fotografía editado en Japón, donde dió cuartel al también fotógrafo Iwata Nakayama (1895-1949), que le superaría en fama y reputación—.

A Nojima siempre le convino la frontera conocida de su país de complejos protocolos, allí donde sabía moverse con la clemencia de las garzas, sin agitar el agua bajo los pies y con el pico dispuesto a pentrar en la piel del pez confiado. Era un mefistófeles con lentes de carey.

Nojima explicó en alguna ocasión que un fotógrafo debe usar la sombra de la luz, la forma y el estilo para crear una estética expresiva. «En la imagen final», añadió, «un retrato no extrae la individualidad del sujeto, sino la individualidad del fotógrafo… El tono emocional de la fotografía expresa es el carácter del artista, no del modelo».

La idea de que el fotógrafo siempre se retrata a sí mismo, tantas veces repetida desde entonces —aunque no por ello menos fácil de llevar a término con dignidad—, tenía sabor a novedad en los años treinta, cuando Nojima  se enfrentó a las corrientes del educado pictorialismo que los fotógrafos japoneses practicaban como reflejo de lo que estaba sucediendo en Europa. Los retratos de mujeres, especialmente los desnudos, no eran infrecuentes, pero las modelos, casi siempre muchachas occidentales contratadas para la ocasión, parecían diosas helénicas de una perfección inalcanzable, reinas del glamour.

«Lo que ellos llaman la fotografía artística no es más que un catálogo de distracciones, de vaguedades, de una profundidad falsa, diluida y débil», decía Nojima, que no deseaba participar en aquella mascarada y, a partir de 1930, empezó a hacer fotos de mujeres desnudas anticonvencionales, chicas de belleza cotidiana, normales, comunes y, por tanto, universales.

La palabra japonesa para la fotografía es shanshin y significa reproducción de la realidad. Las mujeres de Nojima son merecedoras del vocablo y lo llevan a la superficie de la sencillez: se cepillan el pelo, se recortan las uñas de los pies… Ajenas a la mecánica de la representación fotográfica, despreocupadas, podemos sentirlas: son nuestras y no se gustan más allá de lo necesario.

En una de las divertidas y pícaras novelitas de Adolfo Bioy Casares, ese hombre al que le correspondió la bienaventurada desventura de ser el mejor amigo de Borges y, por tanto, ser juzgado siempre según la grandeza de éste, el protagonista opina que existen dos posibles caminos para ejercer la fotografía: ser «un hombre que mira las cosas para fotografiarlas» o «un hombre que mirando las cosas ve adonde hay buena fotografía». Creo que al elegante japonés Yasuzo Nojima le traerían al pairo ambas opciones porque en ambos casos el fotógrafo tendría la misma sensibilidad que un muerto por no ser capaz de tejer intención y sentimiento con las hebras de lo cotidiano.

Ánxel Grove

Muñecos para sustituir a los vecinos que murieron o se marcharon

Los curiosos se acercan al lugar para hacer fotos, los muñecos se han convertido en una pequeña atracción para un lugar por el que nadie tiene interés. Están diseminados en el paisaje: trabajan en el campo, esperan al autobus sentados en una marquesina, sostienen pacientes una caña esperando a que piquen los peces, algunos sencillamente miran al infinito amarrados a una valla o subidos a un árbol. El pelo es de lana, la boca es un fruncido, los ojos son botones, las cejas y las pestañas están hechas con puntadas.

Im Tal der Puppen (En el valle de los muñecos) —de Fritz Schumann (Berlín, 1987), fotógrafo y periodista alemán residente en Japón— es un vídeo de seis minutos y medio que cuenta la historia de la asombrosa Ayano Tsukimi: una mujer que siembra de muñecos el pueblo semivacío en el que vive. Cada uno, del tamaño de una persona, representa a alguien que murió o se mudó del lugar.

La mujer de 64 años vive en el pueblo de Nagoro, situado en un valle en la isla japonesa de Shikoku: la más pequeña y menos poblada de las cuatro principales del país. Cuenta que cuando era una niña, allí había una presa gestionada por una compañía que daba trabajo a cientos de personas. Tras cerrar el negocio, los habitantes de Nagoro se marcharon poco a poco a las grandes ciudades: ahora sólo viven allí 37.

Ella misma se fue con su marido y su hija para instalarse en Osaka, la tercera ciudad más grande de Japón. Aunque ellos siguen allí, Tsumiki decidió volver hace 11 años y vive con su padre (de 83) en la casa familiar.

Hace una década que empezó a crear los muñecos. «No tenía mucho que hacer. Planté semillas, pero no germinó ninguna. Pensé que necesitábamos un espantapájaros, así que hice uno que se parecía a mi padre». Admite que nunca planeó comenzar a recrear antiguos habitantes y no se detiene en explicar qué le impulsó a iniciar la serie. No es necesario explicar el dolor que provoca ser testigo de cómo un pueblo se apaga, condenado a dejar de existir.

En la colección abundan las ancianas, que admite que se le dan especialmente bien. Tras hacer 350 representaciones humanas, continúa elaborándolas a mano. «Las expresiones faciales son lo más complicado. Los labios son difíciles, si se tuercen un poco, pueden parecer enfadados». El director, los profesores y los antiguos estudiantes del colegio del pueblo, que cerró hace dos años por falta de alumnos (sólo había dos) están entre los muñecos más recientes.

«Los muñecos no viven tanto como los humanos, tres años como máximo», dice Tsumiki, que también reflexiona sobre la edad avanzada de los habitantes de Nagoro: «Puede que llegue el día en que sobreviva a toda la gente de este pueblo». En el pequeño pero sentido reportaje de Schumann, la mujer japonesa revela que no piensa en la muerte, aunque también es consciente de que desde el valle «se tarda 90 minutos en llegar a un hospital apropiado» y eso significa estar a merced de la suerte si hay una emergencia. Tal vez por eso ya se ha encargado de hacer un muñeco de sí misma.

Helena Celdrán

¿Derrotará el Pono de Neil Young al lamentable sonido del mp3?

Pono

Primera edición de Pono: amarillo y negro

Al Pono, el reproductor de música de la foto, que todavía está fase de prototipo —saldrá a la venta en otoño— ya le ha salido un apodo, Toblerone. Si la forma de prisma explica la justicia del alias, la cantidad de músicos de primera fila que han salido en defensa del sistema, un intento de destronar el reinado del mp3 en la música digital, merece que estemos atentos y prestemos atención.

Me merecen mucho respeto las opiniones favorables —en algún caso con adjetivos de alto octanaje: calidad de sonido «excepcional», dinámica «perfecta», claridad «extrema», «calidez», «riqueza absoluta» de detalles, cromatismo «ideal»…— de creadores tan independiente en sus criterios, tan excelentes en lo que hace, sea canciones o producción musical, y tan poco dados a las albricias fáciles como Stephen Stills, Patti Smith, Elvis Costello, Rick Rubin, Gillian Welch, Norah Jones, Eddie Vedder, Elton John, James Taylor, Mumford & Sons, Emmylou Harris, Beck, Tom Petty y un largo etcétera.

En el vídeo de promoción se les puede escuchar de viva voz. No parece que mientan y mucho menos que hayan sido untados para hacer publicidad, entre otras razones porque no la necesitan.

El principal promotor de Pono es Neil Young, que inició, bajo el eslogan «para que tu alma redescubra la música», una campaña en línea en de recaudación pública para desarrollar el proyecto y consiguió más de seis millones de dólares —el tercer proyecto con mayor importe de colecta de la historia de Kickstarter—. El diseño del toblerone es de Mike Nuttall, el mismo que diseñó el primer mouse para los ordenadores de Apple y el primero ergonómico, esta vez para Microsoft.

Sabiendo que Young es, además de uno de los músicos de rock más importantes del siglo XX, un tipo inquieto que se ha embarcado en cruzadas bienintencionadas como la del automóvil eléctrico LincVolt —en esencia: una carrocería de cochazo Lincoln impulsada por corriente, un capricho para millonarios del que sólo existe un prototipo, el que conduce él músico de vez en cuando— o la militancia frontal contra la guerra de Irak y en otras aventuras no tan correctas (en los primeros años ochenta, en un episodio que suele borrar de su biografía, defendió la política de Ronald Reagan de recortes sociales y bajada de impuestos para las rentas altas), no es chocante que intente mojar el pan en el complejísimo y multimillonario mundo de la música digitale.

Young presentó en público el Pono en el programa de televisión de David Letterman a finales de 2012

Young presentó en público el Pono en el programa de televisión de David Letterman a finales de 2012

Desde hace décadas Young está empeñado en demandar que la música recupere la calidad de sonido del pasado y no sea vendida en formatos que la reducen hasta la caricatura para hacerla más fácil de bajar de las tiendas online (es decir, vender) y más cómoda para llevar encima en los gadgets universales (para, otra vez, vender)… En la letra de Fork in the Road (2009) el cantautor canadiense dejó clara, con gruesa ironía, su posición: I’m a big rock star / My sales have tanked / But I still got you / Thanks / Download this / Sounds like shit (Soy una gran estrella del rock / Mis ventas se han  estancado / Pero aún te tengo / Gracias / Baja esto / Suena como una mierda).

La propuesta de Pono —nombre tomado del termino hawaiano para correcto— es entregar la música al oyente en un formato de sonido con una profundidad de 24-bit y una frecuencia de 192 kilohertz (kHz) —los discos compactos son habitualmente de 16-bit 44.1 kHz y los mp3 de 16-bit y, como mucho, 48 kHz—. Habrá una tienda en línea de Pono Music y aseguran que el precio de un álbum completo no superará los 20 dólares de coste final para el consumidor.

Pono promete que su fórmula no tiene parangón en ninguno de los muchos formatos digitales que pueblan el mundo virtual y sus tenderetes para hacer caja y que Pono se enfrentará a la inferioridad de audio comprimido del mp3 para «presentar las canciones tal y como suenan durante las sesiones de grabación en un estudio». El objetivo, según ha declarado Young, es «devolver la música a la grandeza de sonido» del pasado.

Que el mp3 es lamentable no es un secreto —vean este vídeo donde se comparan en paralelo temas en este formato y en FLAC—; que ha aplanado los matices y reducido la amplitud cromática y el sentido espacial de la música, tampoco.

Además de la obvia competencia feroz y las probables zancadillas de los gigantes del negocio de la e-música, al Pono ya le han salido enemigos. Algunos expertos (estos sí, posiblemente untados por la mafia del baile —léase iTunes y demás compañeros de parranda—) han asegurado que la extrema fidelidad de sonido del Pono no tiene sentido porque llega a frecuencias y tonos que el oído humano no puede percibir.

Estos profetas, que vienen a decir: tienes un sentido del oído mellado, no te hace falta aspirar a una calidad de sonido sea inmejorable, parecen haber olvidado que buena parte de quienes entendemos la música como el mayor de los regalos de los dioses crecimos escuchando elepés de vinilo de infinita mejor calidad que los productos musicales comprimidos por la dictadura digital.

El Toblerone se enfrentará, sobre todo, a dos problemas:

Primero, el precio de salida de cada reproductor no será barato: 399 dólares para el módelo básico (128 gigas de capacidad, ampliable con tarjetas de memoria).

Segundo, ¿quiere la multitud enganchada a los smartphones y su sonido deleznable apreciar los matices que el nuevo sistema promete devolvernos para volver a la claridad cristalina que se ha perdido durante la senda obligatoria de la digitalización?

Ojalá esté equivocado pero lo dudo: es mucho más importante el apéndice que te permite mensajear, facebookear, twittear, whatsupear y, en suma, llenar el silencio que tanto asusta a los hijos del silicio, que la belleza eterna de la música.

Tengo la impresión de que para una inmensa mayoría basta con que la música zumbe.

Ánxel Grove

Transformar una y otra vez un vaso de cartón

Cuppaday - Skate

A veces basta con pintar una cara humana sobre el vaso usando el café que contenía. Cubriéndolo de una tela atada con una cuerda, se convierte de pronto en un homenaje al artista conceptual búlgaro Christo. Tumbándolo y añadiendo miniaturas de niños con monopatín, es un skatepark.

En Cuppaday (que se podría traducir por Una taza al día) Paul Garbett fotografía un vaso de papel encerado, un objeto de usar y tirar que es ignorado, desechado para no contener líquido nunca más. Lo extraordinario es que en cada ocasión reinventa el significado original.

El diseñador gráfico sudafricano residente en Sidney (Australia) define su pequeño proyecto como «un ejercicio creativo». Cada vaso lo obliga a reimaginar una escena, pensar en un atrezo, un objeto o una pieza que cambie la vulgar cotidianeidad por una versión estimulante. La iniciativa no tiene objetivos ni fecha tope, sólo sirve para comprobar lo que puede dar de sí.

Los recorta, los disfraza, los cubre de hojas de árbol, les pone bombillas, los convierte en monstruos o en salchichón. Garbett utiliza un smartphone y luz natural para hacer las fotos y señala que la inspiración le llegó precisamente por su manía de garabatear caras en los vasos de café mientras habla por teléfono. Un día empezó a fotografiarlos por diversión y encontró en el acto inconsciente un modo de ejercitar su creatividad.

Helena Celdrán

Cuppaday - Melted - Paul Garbett

Cuppaday - After Christo

Cuppaday - Halloween

Cuppaday - Burn

Cuppaday - Salami

Cuppaday - Child

Cuppaday - Wax

Cuppaday - Happy Easter

Cuppaday - Stop

Alberto Lizaralde, el fotógrafo que araña en el dolor

Un cuajo sobre el pavimento, un árbol cosido con plástico a la tierra, dos hombres semidesnudos que podrían estar abrazados o iniciando una lucha, los ojos descuartizados tras las lágrimas…

Las fotos de Alberto Lizaralde (Madrid, 1979) en everything will be ok —el lema de la serie, todo irá bien, está escrito en inglés, acaso por motivos comerciales pero tal vez también porque el idioma del dolor y la esperanza del consuelo han de ser ajenos, fílmicos, desencajados del natural, y en minúsculas, porque no puedes gritar según qué cosas— me han castigado como un poema.

He creído admirándolas escuchar el llanto primario con el que emergemos al mundo y saborear la sal de la derrota con la que cohabitamos. He recordado, como sostenía Cioran, que «deberíamos tirarnos al suelo y llorar cada vez que tenemos ganas; pero hemos desaprendido a llorar… deberíamos poseer la facultad de gritar un cuarto de hora al día por lo menos. Si queremos preservar un mínimo equilibrio, volvamos al grito… la rabia, que procede del fondo mismo de la vida, nos ayudará a ello».

En el texto declarativo que explica la serie, Lizaralde dice que durante cinco años (2009-2013) se dedicó a fotografiar con la intención de trazar una «crónica mágica de un proceso de cambio que nace de una crisis personal, de un colapso emocional, de la caída al agujero en el que todos hemos entrado o entraremos en algún momento». Aunque no hayas leído el statement, sabes que las imágenes proceden de un desgarro: el fotógrafo araña para poder sostenerse y se deja la piel en el intento.

Las grapas postoperatorias manchadas por el yodo —nuestro azufre quirúrgico, una alerta que nos acerca al infierno—, un boquete en el suelo al que no desearías asomarte porque sabes con certeza que te encontrarás contigo mismo o con una proyección malvada de ti, las manos que tiran del cabello con suficiente fuerza como para arrancar mechones, un primer plano de una dentadura reflejada en el espejo universal de un monitor…

El lirismo de estas fotos bárbaras, cimentadas en «sangre, sinceridad y llamas», la santa trinidad que Cioran recomendaba a los poetas, no es común ni fácil. Lizaralde, que sitúa la serie «a medio camino entre la realidad y la ficción, cruzando continuamente la línea de lo documental y lo impostado, lo verdadero y lo falso, lo personal y lo ajeno», ha completado la intención confesional con una llamada a la necesidad de sentir y compartir el tacto con la piel de los otros.

En el libro que ha editado con everything will be ok ha utilizado para la cubierta una tinta especial que cambia de color según la temperatura de las manos que sostienen el volumen y deja ver las huellas digitales del lector. «De esta forma se convierte en un libro vivo, que muta de forma única y personal según quién lo tenga en las manos y hace que el espectador sienta que la de dentro también podría ser su historia. Al mismo tiempo supone una reivindicación del libro físico proporcionando interacciones imposibles de reproducir en versiones digitales», explica el autor.

Aunque el miserere desemboca en cantata («en lo positivo, la sanación, en el saber que al final, pase lo que pase merece la pena vivir, brindar, reír y rodearte de gente que siente como tú», confiesa Lizaralde), la obra de este fotógrafo intuitivo, imprevisible —un ternero recién nacido con la placenta aún caliente, una muchacha que corre emanando vapor, como víctima de un fuego interno…— y emocional —mantiene un primoroso fotodiario en Tumblr— es, en mi opinión, notable y necesaria.

Lizaralde ha sabido mostrarnos, para citar otra vez al eterno aullador Cioran, que «las tristezas producen en el alma una sombra de claustro» y «las enfermedades han acercado el cielo y la tierra», dos extremos que, de no existir el dolor , «se hubieran ignorado mutuamente». Me atrevo a situar al filósofo rumano ante la obra del fotógrafo madrileño diciendo: «La necesidad de consuelo ha superado a la enfermedad, y en la intersección del cielo con la tierra ha dado origen a la santidad».

Ánxel Grove

La mayor colección de uniformes de azafata

Uniformes de Iberia de 1977 a 2005

Uniformes de Iberia de 1977 a 2005

De 1972 a 1977, las azafatas de Iberia llevaron como parte de su uniforme un sombrero que recuerda al de un bobby. De 1977 a 1983 los tonos oscuros del conjunto fueron sustituidos por colores tierra y para la cabeza se optó por un sombrero pillbox abombado y con el emblema de la compañía en un pequeño parche alargado. Ambos modelos eran del prestigioso diseñador cordobés Elio Berhanyer.

A pesar de las críticas (justificadas) a la incomodidad de los aeropuertos, los controles de seguridad, las esperas o el ridículo espacio vital en los asientos de la clase turista, los uniformes de la tripulación de un avión siguen conteniendo la nostalgia del tiempo en los que volar era una experiencia placentera.

La ropa de las azafatas siempre fue la más vistosa, destinada a identificar a las trabajadoras pero, por encima de todo, a transmitir la idea de que su profesión era única y les permitía vivir a diario la elegancia internacional de los aeropuertos y los hoteles. Aunque el glamour ha desaparecido de las aerolíneas, en la memoria colectiva los trajes se asocian a esa época dorada.

El sobrecargo holandés Cliff Muskiet colecciona desde niño elementos relacionados con las lineas aéreas. Confiesa que siempre estuvo «fascinado por el mundo de la aviación» y que atesoraba «todo lo que llevara el nombre de una aerolínea o su logo»: horarios, carteles, postales, modelos de aeronaves, instrucciones de seguridad…

Uniformes de los sesenta de Braniff International y de los noventa de Tyrolean Airlines

Uniformes de los sesenta de Braniff International y de los noventa de Tyrolean Airlines

En 1980 una amiga de su madre le dio un uniforme de KLM (las aerolíneas holandesas) de 1971 y desde entonces se interesó por iniciar una colección. Con un parón entre 1982 y 1993 que lamenta profundamente, a partir de 1993 y hasta ahora se ha centrado en conseguir atuendos de todas las épocas y compañías. Ahora tiene 1259 de 471 aerolíneas, probablemente la colección más grande que existe de uniformes de azafata. Fotografiados sobre un maniquí y catalogados en www.uniformfreak.com ilustran la progresión de los diseños, el avance hacia prendas cómodas, las rarezas del pasado y del presente…

Entre los modelos más arriesgados de los sesenta están los de la sensacional aerolínea estadounidense Braniff International, que en 1965 y 1966 colocó en la cabeza de sus azafatas una futurista cúpula plástica como si fueran astronautas y de 1966 a 1968 las atavió con un conjunto de exagerados estampados pop con gorrito atado a juego. El de Gulf Air (Baréin) de los años setenta —elegante y contenido dentro de su exotismo—  o el de mediados de los noventa de la austriaca Tyrolean Airways (Aerolíneas Tirolesas) —una auténtica venganza— tampoco tienen desperdicio.

Muskiet trabaja para KLM y eso le facilita contactar con empresas y particulares relacionados con la aviación civil que disponen de piezas interensantes para la colección. En su web cuelga con relativa frecuencia fotos de las nuevas adquisiciones: una chaqueta de Pacific Blue, una chaqueta de punto de Emirates, el uniforme de Finnair… En un futuro cercano, el sobrecargo sueña con ver los conjuntos reunidos en un libro y sustituir el maniquí por modelos que los luzcan con la sofisticación que merecen.

Helena Celdrán

Uniforme actual de Singapore Airlines y uniforme de Emirates de los años noventa a 2009

Uniforme actual de Singapore Airlines y uniforme de Emirates de los años noventa a 2009

Uniformes actuales de Malaysia Airlines y uniformes de los años noventa de Kenya Airways y de India Airlines

Uniformes actuales de Malaysia Airlines y uniformes de los años noventa de Kenya Airways y de India Airlines