Entradas etiquetadas como ‘documental’

Si perdemos este anillo de arena, nos divorciamos de la Tierra

Las cosas que parecen frágiles y bellas serán las primeras en desaparecer. Piensa en el canario y la cueva, en el gas y la mina. Cae el magnífico pájaro y empieza la estampida… Huyen todos porque es el aviso del escape, la muerte.

Quiero presentaros un curioso atolón, un hermosísimo canario tropical, anillo de tierra que se levanta apenas un metro sobre la superficie del mar Pacífico. Una isla maravilla que parece salida de una fantasía pirata y que tiene un problema. Como le ocurría al pájaro minero, ha comenzado a toser arena.

El atolón de Takuu en una imagen captada por la NASA. Wikimedia Commons.

El atolón de Takuu en una imagen captada por la NASA. Wikimedia Commons.

El Atolón de Takuu, en Papua de Nueva Guinea, tiene los días contados. A pesar de ello, sigue habitado por sus 560 vecinos, que lejos de resignarse, sufren y se sienten impotentes.

Su amenaza principal es el nivel del mar. La ola sin retorno.

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El hotel más antiguo del mundo: un oasis enfrentado a los nuevos tiempos

El hotel más antiguo del mundo se encuentra en Japón, en la zona de Awazu, en el centro del país. Se llama Hoshi y está bendecido por un hermoso jardín zen; cual arquitectura de oasis, o bosquecillo benévolo, aparece incrustado entre edificios modernos que respetan con pudor su antiquísima forma.

Lleva en pie y dando servicio desde hace 1300 años, y su fuente termal nunca ha dejado emanar gracias al cuidado de sus administradores. Es un ryokan (hotel tradicional) construido alrededor de esas aguas en el año 718 y regentando por la misma familia desde hace 46 generaciones.

El fotoperiodista Fritz Schumann ha publicado un corto documental, titulado Houshi, que se adentra en este establecimiento que llegó a albergar en su centenar de habitaciones a miembros de la familia real, geishas y samuráis. Un espacio de relajación que sobrevive en el contraste de lo nuevo y lo viejo, la tradición y la tecnología, que hay en Japón.

El Hoshi ha sufrido a lo largo de los siglos cataclismos y guerras, pero la familia siempre lo reconstruyó para continuar con un oficio que puede solo transmitirse- según el estricto protocolo privado– a los hijos mayores del clan, y cuya misión es la de proteger con convicción de samurái la fuente termal.

El linaje de esta familia proviene de un antiguo monje que fundó un templo en la zona y que adoptó a un niño llamado Zengoro, el cual sentaría el legado dinástico, vinculando su descendencia al hotel budista. Desde entonces cada uno de los dueños de este espacio cargaron con su nombre: el último administrador responde a Zengoro 46.

En el documental de Fritz Schumann se desliza el conflicto existente entre un modelo tradicional -que lucha por sobrevivir en un mundo volátil- y las nuevas generaciones de la familia, especialmente las mujeres, que pelean por encauzar su destino dentro de una estructura conservadora y asfixiante. La muerte prematura del hijo mayor provoca un conflicto en el sistema de herencia, la preocupación de decidir quién puede ser elegido el próximo Zengoro 47, cuando para cubrir este vacío solo queda la hija superviviente.

Houshi (english) from Fritz Schumann on Vimeo.

Un pescador besa a un pez hasta su muerte

El vídeo, un extracto, forma parte de un documental que ha sido seleccionado en el Festival Punto de Vista de Pamplona. Su título es O Peixe, y lo firma Jonathas de Andrade. Con precisión etnográfica graba un supuesto ritual en el Amazonas profundo. Unos pescadores abrazan con delicadeza al pez que acaban de robarle al río mientras éste se asfixia hasta la muerte.

Fotograma de O Peixe. Documental de Jonathas de Andrade.

Fotograma de O Peixe. Documental de Jonathas de Andrade.

En eso consiste el ritual que ha inventado Andrade en su película: la muerte como vínculo sensual entre dos especies lejanas. Produce emociones adversas, contrarias a nuestro dilema moral, sacude la imagen infantil que tenemos de la Naturaleza, nuestra relación ambigua con los animales que nos sirven de alimento; no sabemos qué sentir frente a esto, un pescador amante, un asesino tierno: ¿Asco? ¿Odio? ¿Compasión? ¿Perturbación? ¿Amor? ¿Extrañeza?

Andrade lo describe del siguiente modo:

El gesto afectuoso que acompaña al paso de la muerte es un testimonio de una relación entre especies que está impregnada de fuerza, violencia y dominación.

 

 

La violencia del pescado, su asfixia. La delicadeza del pescador que lo acaricia en sus últimos momentos y lo besa. La brutalidad de una caricia. El amor del verdugo. El acto que no debería estar allí. Víctima y victimario unidos en un abrazo incomprensible. La incoherencia de un amor en los límites. La ciudad -y su devoción incondicional por todos los seres lejanos- enfrentada a la praxis de la selva -donde sobrevivir es una prioridad, un rito cotidiano de muerte.

La dualidad de las cosas acaba pervertida sobre una barquita de madera. Esos dos mundos antagónicos reclaman al verse unidos el mismo oxígeno que necesita el pez. El espectador sacado de las aguas. El pescador amante como una metáfora, nuestra alma de moderno depredador compasivo… No sabemos qué sentir.

Y Andrade dice

Un abrazo límite – rito de paso – donde el hombre retoma su condición de especie y, ojo en el ojo delante de su presa, la calma a través de una ambigua secuencia de gestos: afecto, solidaridad y violencia. El sueño romántico de la comunidad en armonía con su entorno atestigua la falta de conexión del hombre de la ciudad con la naturaleza que está a su servicio. La naturaleza de la dominación esconde la espina dorsal de esta relación, constituida por el constante ejercicio de la fuerza, poder, depredación.

‘Ven a mí, Paraíso’: mujeres, aislamiento y ciudades de cartón en Hong Kong

Paraíso suele ser una palabra engañosa. Bajo esta imagen pueden aparecer purgatorios o infiernos. Lugares donde nadie mira, territorios fallidos que atrajeron a las personas por la recompensa.

Tenemos ejemplos. Si uno se atreve a visitar Srinagar, la capital de la Cachemira ocupada, se sorprenderá al cruzar el inmenso túnel que fractura el Himalaya: cuando regresa la luz, aparece un océano de campos fértiles y lagos, y un cartel da la bienvenida: “Welcome to Paradise”; un «bienvenidos al paraíso» rodeado de militares armados, helicópteros de guerra y perros policía que ladran en este supuesto edén.

Los paraísos por tanto deberían evitarse, pero hay personas que no deciden su destino.

Chunking House, Hong Kong. ©Jacobo Alcutén. Hoja de Rutas.

Chungking House, Hong Kong. ©Jacobo Alcutén. Hoja de Rutas.

Hong Kong es visto por algunos como otro paraíso, o quizás la única esperanza o salida laboral. Hong Kong, la ciudad imposible, tierra de las chungking mansion, también llamadas dormitorios nicho: verjas, cámaras de seguridad, hacinamiento, hedor a sudor y aguas portuarias que conviven junto al lujo y las torres acristaladas. Hong Kong, el monstruo distópico para los habitantes de las capas bajas. Paraíso económico para unos pocos.

La directora filipino-canadiense Stephanie Comilang ha titulado a su documental Lumapit Sa Akin, Paraiso (Ven a mí, Paraiso), en el que muestra la vida de las trabajadoras migrantes filipinas en un formato que mezcla la ciencia ficción y la realidad íntima de sus protagonistas. Paraiso es en esta historia el nombre de un drone dotado de alma que le sirve a la directora para sobrevolar la trama; paraíso es también un espacio o territorio no reconocido para unas migrantes tratadas casi como alienígenas en la antigua colonia británica.

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Coleman y Wood, escultores que reconstruyeron caras tras la I Guerra Mundial

Son caras de quita y pon, añadidos para simular que la guerra no dejó huellas físicas. Los soldados se las prueban con una seriedad que intenta blindar cualquier expresión de amargur, quienes les ayudan a ajustar las prótesis —aunque no son médicos— los tratan con una suavidad profesional.

La I Guerra Mundial (1914-1919) devoró muchos rostros, fue un conflicto de trincheras, los combatientes asomaban la cabeza y recibían una bala o ráfagas de disparo de las recién inventadas ametralladoras. A su vuelta, cambiaban la expresión de familiares y novias, asustaban a los niños, se convertían en monstruos de la guerra.

De director desconocido, Plastic Reconstruction of the Face (Reconstrucción plástica de la cara), en blanco y negro y sin sonido, es un fragmento de película de 5:36 minutos filmado en 1918. La pieza documenta el trabajo realizado en el Studio for Portrait Masks (Estudio de máscaras-retrato), un eufemismo para referirse a la única esperanza que le quedaba entonces al soldado desfigurado: que le hicieran un rostro postizo para ocultar la deformidad del auténtico.

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Documental y ‘biopic’ sobre Robert Mapplethorpe, el ‘James Dean siniestro’

Izquierda, James Dean en una foto de promoción de 'Rebelde sin causa', 1955 - Derecha, Autorretrato de Robert Mappelthorpe, 1980 © Robert Mapplethorpe Foundation

Izquierda, James Dean en una foto de promoción de ‘Rebelde sin causa’, 1955 – Derecha, Autorretrato de Robert Mapplethorpe, 1980 © Robert Mapplethorpe Foundation

Más de una vez han sido citadas las similitudes entre este par de galanes y el twist que los emparenta pese a la brecha de los calendarios.

James Dean, cuyo segundo nombre era apropiado para la vida fosfórica que llevó: Byron, vivió tan rápido como el Porsche 550 Spyder al que llamaba Pequeño Bastardo y entre cuya dinámica carrocería plateada murió por un multitraumatismo el 30 de septiembre de 1955, a los 24 años, tras estrellarse por exceso de velocidad contra el coche mucho menos glamuroso que conducía un chico proletario llamado Donald Turnupseed. El conductor superviviente montó una empresa eléctrica y vivió hasta los 63. Nunca dijo una palabra a los periodistas que le abordaban en cada efeméride.

El organismo de Robert Mapplethorpe aguantó algunos años más, aunque no demasiados: colapsó a los 42, el 9 de marzo de 1989, por complicaciones derivadas del virus del sida. Al contrario que Dean, tuvo tiempo para encargar a una periodista de prestigio la redacción de una biografía oficial sin aristas, disfrutar de una fortuna ganada gracias a la especulación artística y montar una fundación para que sus herederos paguen menos impuestos.

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La elaboración ‘sagrada’ del sake japonés

Dejan de ver a sus familias durante seis meses para trasladarse a vivir en el mismo lugar en el que trabajarán. Los hombres de entre 20 y 70 años de edad pasan el duro invierno del norte de Japón consagrados a la fabricación del sake, una bebida alcohólica con milenios de antigüedad, de un sabor sutil y que acaricia la garganta invitando a repetir.

En una situación mundial en que la masificación domina la producción de alimentos y bebidas (y cada vez más aspectos de la vida) sigue habiendo lugar para una historia tan asombrosa como la que descubre The Birth of Saké (El nacimiento del sake), un documental que se adentra en la historia de la destilería Yoshida, un negocio familiar japonés, de 144 años de antigüedad y que sobrevive con una dignidad monacal al saturadísimo mercado del sake en el país, que cuenta con unos 1.000 fabricantes diferentes.

El director —Erik Shirai, afincado en Nueva York— y la productora Masako Tsumura visitaron por primera vez la destilería en agosto de 2012 y quedaron prendados del lugar. El proceso para conseguir permisos fue largo, pero por fin se les permitió grabar allí, montaron una campaña de microfinanciación para terminar de recaudar el dinero que les faltaba y en enero de 2013 pasaron medio año compartiendo el proceso de fabricación «intenso y relativamente desconocido, incluso en Japón» del sake tradicional.
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Dominic Wilcox, inventos alocados, optimistas y naíf

Las orejeras que él mismo ha creado tienen dos tubos, uno —el azul— sale del oído derecho, rodea la cabeza y desemboca en el lado izquierdo. El rojo sale del oído izquierdo, también rodea la cabeza y tiene su salida en el lado derecho.

El inglés Dominic Wilcox inventa jugando, hace reflexiones que rozan el chiste y lo absurdo, pero que siempre despiertan la curiosidad. «Estaba pensando… Si sería extraño que los sonidos que oyeras en el lado derecho sonaran en la dirección contraria», dice explicando el extraño cachivache que lleva puesto. «Si llevara esto más a menudo… ¿Lo arreglaría mi cerebro? ¿Se volvería algo normal?».

No lo menciono en este blog por primera vez, ya me había referido a los brillantes diseños de relojes que había creado colocando a personajes sobre las agujas y cubriéndolos con una pequeña cúpula. Los inventos de Wilcox contienen diseño, arte, artesanía y tecnología. Hace auténticos revueltos de ideas, tiene recetas para darle la vuelta a lo convencional.

'Binaudios' - Dominic Wilcox

‘Binaudios’ – Dominic Wilcox

En su página web repleta de proyectos, enumera algunas creaciones recientes: «un par de zapatos con GPS incorporado para guiar al usuario a casa», unos «binaudios» —una modificación de los binoculares— que sirven para escuchar «los sonidos de una ciudad» y un pequeño coche que se conduce solo y está cubierto por una colorida vidriera. Todos tienen el sello alocado, optimista y algo naíf de Wilcox.

El director Liam Saint-Pierre se acerca al inventor-artista en un pequeño documental de poco menos de ocho minutos: The Reinvention of Normal (La reinvención de lo normal), un título tomado del libro del mismo nombre que Wilcox publicó en 2014 con dibujos y fotos de los objetos y proyectos que ocupan su mente.

En la pieza audiovisual con carácter de semblanza poética, Wilcox habla de sus objetos (un cepillo de dientes-maraca, un miniventilador a juego con la taza, para enfriar el té) e incluso sale pateando una pelota de fútbol… en la que hay una bolsa aislada para meter frutas y yogur y hacer batidos mientras se disputa el partido.

Hay también una breve entrevista con los padres, que se debaten entre definir las ideas de su hijo como locas o como imaginativas, pero aseguran sentirse orgullosos de que se salga de lo común. La narración está trufada de animaciones hechas con dibujos del creador, pequeños y simples, pero cautivadores por las historias que proponen.

Experimenta con materiales y usos ya existentes para «encontrar sorpresas» que no podría descubrir «con un bolígrafo o un ordenador». «Me he convencido a mí mismo de que, entre todo lo que nos rodea, hay cientos de ideas y conexiones esperando a ser encontradas. Sólo debemos mirar con suficiente empeño», dice el autor, que en el documental de Saint-Pierre aparece en una tienda escogiendo elementos que luego resultan unirse en un solo invento: un aparato para escuchar mejor a los pájaros en la naturaleza.

Por su expresión divertida, como siempre al borde de la sonrisa, a veces es complicado distinguir si habla en serio o no. El Mago de Oz y en particular los zapatos de Dorothy lo inspiraron para idear los zapatos con GPS, «que por lo menos te guían a casa» e indican el camino cuando quien los lleva junta los talones tres veces. Otras soluciones vienen dadas por el accidente, como la propuesta que da en caso de que derramemos la temida copa de vino tinto sobre una moqueta: basta con crear en el mismo tono rojizo y a partir de la mancha «una preciosa réplica de una ornamentada alfombra».

Helena Celdrán

Taza de té con ventilador incorporado - Dominic Wilcox. Foto: Pec studio

Taza de té con ventilador incorporado – Dominic Wilcox. Foto: Pec studio

'No Place like Home', zapatos con GPS de Dominic Wilcox

‘No Place like Home’, zapatos con GPS de Dominic Wilcox

Dominic Wilcox imagina unos zapatos para subir cuestas

Dominic Wilcox imagina unos zapatos para subir cuestas

Traje volador relleno de helio. Dibujo de Dominic Wilcox

Traje volador relleno de helio. Dibujo de Dominic Wilcox

‘Sampuru’, el arte de hacer reproducciones de comida japonesa

Fake Food Sushi - (www.fake-food.net)

Fake Food Sushi – (www.fake-food.net)

Niguiris y rollos de sushi con apetitosas rodajas de pescado, tempura perfectamente rebozada, deliciosas sopas de fideos con sobreabundancia de ingredientes… Los platos son perfectos como estatuas, lo único sospechoso en ellos es que brillan demasiado.

Denominadas sampuru (del inglés sample, muestra), las reproducciones de comida tienen un papel importante en los restaurantes japoneses, permiten al potencial cliente hacerse una idea de lo que hay en el menú y estimula las papilas gustativas de quien pase por delante. En las grandes ciudades cumplen además la función de facilitar la comunicación entre camareros y los clientes extranjeros en un país donde el inglés es una rara avis.

Hecha de cera —aunque cada vez más, de plástico— la comida falsa requiere de un proceso artesanal que comienza en la mayoría de los casos con alimentos reales de los que se sacan moldes. Después, se añaden detalles realistas a la pieza y se pinta.

Cada restaurante encarga los modelos según los platos que ofrece y con el tiempo el diseño y la confección de estos conjuntos se ha convertido en una especie de disciplina artística. Hay concursos de creación de comida de mentira y los manufacturadores más destacados guardan con celo los secretos para lograr que sus productos tengan un aspecto más realista que otros.

Yakisoba-takoyaki y una tempura de gamba - (www.fake-food.net)

Yakisoba-takoyaki y una tempura de gamba – (www.fake-food.net)

La consideración del sampuru como disciplina artística hizo que en 1985 incluso protagonizara una exposición en el Museo Victoria y Alberto de Londres. En el documental de Wim Wenders sobre Japón titulado Tokyo Ga (1985) el director alemán también se esmeró por enseñar los pormenores de la manufacturación de la comida falsa.

Aunque parece un invento desarrollado tal vez en los últimos 40 años y más relacionado con la extravagancia y el gusto por lo artificial que se cultivan en Japón, las reproducciones de alimentos son un invento de principios del siglo XX.

Para entender su origen es necesario remontarse a la era Meiji, marcada por el reinado del emperador Meiji, de 1868 a 1912. El país iniciaba su apertura al mundo efectuando cambios sociales, económicos, militares, de política interior y exterior, dejaba de ser un país aislado y anclado en un sistema feudal y evolucionaba con el objetivo de ser una potencia mundial.

A raíz de las recién instauradas relaciones comerciales, tuvo acceso a productos que hasta ese momento, como mucho, se conocían de oídas. La comida no fue una excepción: cuando en los años sesenta del siglo XIX se crearon los primeros asentamientos occidentales en el país. Al archipiélago comenzaban a llegar productos occidentales, entre ellos ingredientes y recetas que los japoneses nunca habían probado.

En el libro Modern Japanese Cuisine: Food, Power and National Identity (Cocina japonesa moderna: comida, poder e identidad nacional) la polaca Katarzyna Joanna Cwiertka —académica especializada en Estudios Modernos Japoneses en la universidad holandesa de Leiden— explica que sólo en aquellas últimas décadas llegaban al país zanahorias, guisantes, cebollas, tomates, espárragos, coliflores, perejil… El contacto tardío con otras potencias hizo que por ejemplo, hasta 1925, nadie hubiera probado la mayonesa.

Las réplicas comenzaron representando platos occidentales, entonces sofisticados. Los restaurantes veían difícil que los clientes pidieran lo que desconocían y empezaron por ofrecer muestras, hacer fotos y dibujos… Los métodos disponibles eran caros o no terminaban de ofrecer una visión clara del conjunto y en ese momento surgió el sampuru. Contradictoriamente, ahora son en su mayoría platos japoneses los que (también fuera del país) se exhiben para que el cliente occidental sepa lo que esperar o caiga rendido al aspecto limpio y colorido de las piezas de cera y plástico.

Helena Celdrán

Muñecos para sustituir a los vecinos que murieron o se marcharon

Los curiosos se acercan al lugar para hacer fotos, los muñecos se han convertido en una pequeña atracción para un lugar por el que nadie tiene interés. Están diseminados en el paisaje: trabajan en el campo, esperan al autobus sentados en una marquesina, sostienen pacientes una caña esperando a que piquen los peces, algunos sencillamente miran al infinito amarrados a una valla o subidos a un árbol. El pelo es de lana, la boca es un fruncido, los ojos son botones, las cejas y las pestañas están hechas con puntadas.

Im Tal der Puppen (En el valle de los muñecos) —de Fritz Schumann (Berlín, 1987), fotógrafo y periodista alemán residente en Japón— es un vídeo de seis minutos y medio que cuenta la historia de la asombrosa Ayano Tsukimi: una mujer que siembra de muñecos el pueblo semivacío en el que vive. Cada uno, del tamaño de una persona, representa a alguien que murió o se mudó del lugar.

La mujer de 64 años vive en el pueblo de Nagoro, situado en un valle en la isla japonesa de Shikoku: la más pequeña y menos poblada de las cuatro principales del país. Cuenta que cuando era una niña, allí había una presa gestionada por una compañía que daba trabajo a cientos de personas. Tras cerrar el negocio, los habitantes de Nagoro se marcharon poco a poco a las grandes ciudades: ahora sólo viven allí 37.

Ella misma se fue con su marido y su hija para instalarse en Osaka, la tercera ciudad más grande de Japón. Aunque ellos siguen allí, Tsumiki decidió volver hace 11 años y vive con su padre (de 83) en la casa familiar.

Hace una década que empezó a crear los muñecos. «No tenía mucho que hacer. Planté semillas, pero no germinó ninguna. Pensé que necesitábamos un espantapájaros, así que hice uno que se parecía a mi padre». Admite que nunca planeó comenzar a recrear antiguos habitantes y no se detiene en explicar qué le impulsó a iniciar la serie. No es necesario explicar el dolor que provoca ser testigo de cómo un pueblo se apaga, condenado a dejar de existir.

En la colección abundan las ancianas, que admite que se le dan especialmente bien. Tras hacer 350 representaciones humanas, continúa elaborándolas a mano. «Las expresiones faciales son lo más complicado. Los labios son difíciles, si se tuercen un poco, pueden parecer enfadados». El director, los profesores y los antiguos estudiantes del colegio del pueblo, que cerró hace dos años por falta de alumnos (sólo había dos) están entre los muñecos más recientes.

«Los muñecos no viven tanto como los humanos, tres años como máximo», dice Tsumiki, que también reflexiona sobre la edad avanzada de los habitantes de Nagoro: «Puede que llegue el día en que sobreviva a toda la gente de este pueblo». En el pequeño pero sentido reportaje de Schumann, la mujer japonesa revela que no piensa en la muerte, aunque también es consciente de que desde el valle «se tarda 90 minutos en llegar a un hospital apropiado» y eso significa estar a merced de la suerte si hay una emergencia. Tal vez por eso ya se ha encargado de hacer un muñeco de sí misma.

Helena Celdrán